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<strong>POV</strong><br />
Víctor Vásquez Quintas<br />
5°<br />
Aniversario<br />
narrativa
<strong>POV</strong><br />
Víctor Vásquez Quintas<br />
5°<br />
Aniversario<br />
narrativa
<strong>POV</strong><br />
Víctor Vásquez Quintas
Primera edición 2013<br />
Ilustración de portada: Sr. González<br />
Diseño: Editorial Pharus<br />
©Víctor Vásquez Quintas<br />
©Editorial Pharus<br />
http://edpharus.blogspot.com/<br />
http://issuu.com/editorialpharus<br />
editorialpharus@gmail.com<br />
Twitter: @editorialpharus<br />
Facebook: Editorial Pharus
Cae la noche sobre Teotihuacán.<br />
En lo alto de la pirámide los muchachos fuman<br />
marihuana,<br />
suenan guitarras roncas.<br />
¿Qué yerba, qué agua de vida ha de darnos la vida,<br />
dónde desenterrar la palabra,<br />
la proporción que rige al himno y al discurso,<br />
al baile, a la ciudad y a la balanza?<br />
El canto mexicano estalla en un carajo,<br />
estrella de colores que se apaga,<br />
piedra que nos cierra las puertas del contacto.<br />
Sabe la tierra a tierra envejecida.<br />
Octavio Paz, “Himno entre ruinas”
¿Q<br />
ué de dónde son?, ¿qué de dónde son?/ Que son de la<br />
barricada, canto yo, Vincent Prezzo, veintiocho<br />
años, haciendo memoria de la canción que Randy intentó<br />
enseñarme hace tiempo. Me acomodo los lentes negros que<br />
acentúan la apariencia de protagonista de películas serias,<br />
de delicias para los exquisitos del cine; aunque en el fondo<br />
soy un actor XXX venido a menos; ahora director con dos<br />
premios AVN a mejor película porno, eterno candidato al<br />
salón de la fama de la Industria del Sexo, mundialmente<br />
reconocido gracias a lo que un crítico definió como “la<br />
obsesión de llevar al límite los cuerpos de las actrices que<br />
estimulan a millones sentados cada noche frente a sus<br />
computadoras”. Es mediodía aquí en Los Ángeles y estoy a<br />
lado de la alberca, a la sombra de un fresno donde hay una<br />
mesa con sillas de plástico. La decora el brillo marrón de<br />
una botella de whisky más tres vasos y una caja de cigarros.<br />
Miro a la reportera que vino a entrevistarme: rubia<br />
cuarentona, los labios ligeramente llenos de bótox, menos<br />
MILF y más cougar, buena para filmarla en este momento<br />
cogiendo con el negrazo que sostiene la cámara y lleva una<br />
7
playera con el logotipo de la compañía que le paga el estilo<br />
de vida. Pregunta, le digo a la reportera. No puede ocultar la<br />
incomodidad que siente al tenerme cerca. Yo: un personaje<br />
de bajísimas proezas. Ha de pensar que mi mente ahora<br />
imagina el aspecto de su pucha al mismo tiempo que me<br />
digo: Si te mandaron a entrevistarme es porque tu carrera<br />
va en decadencia, y el productor del noticiero (ese diosito<br />
de estrellas humanas que me llamó hace dos días para<br />
concertar una cita) jamás te invitará a vivir a su departamento.<br />
Si piensa eso, tiene razón. El motivo que la trajo a mi casa<br />
no soy yo; es Randy. Quiere hurgar en mí como si buscara<br />
en la basura un trozo de comida que sacie sus entrañas.<br />
Quiere encontrar una declaración que le permita explotar la<br />
noticia de que mi amigo es un hijo de puta que está muerto.<br />
Sueña con mil palabras para decir en tres minutos al aire.<br />
Quiere ser famosa. Cree que estoy de acuerdo sólo porque<br />
vivo de vender sexo grabado en películas que apenas duran<br />
una hora. Qué me digo: Carajo, esta noche veré mi cara en<br />
las noticias. Pero le guardo un par de sorpresas. No sabe<br />
(puede ser que lo sospeche, pues en esta ciudad todo se<br />
sabe) que conocí a Randy en una fiesta cerca de Venice<br />
Beach donde ambos nos metimos coca mientras dos latinas<br />
de apenas dieciocho años, o tal vez menos, nos hacían una<br />
mamada a cada uno como si estuviésemos hechos del sabor<br />
de la cereza. Que pasaron varios días antes de que volviera a<br />
encontrarme con él. Que la segunda vez que lo vi, me<br />
sorprendió que trabajara de mesero en un asqueroso<br />
restaurante de comida mexicana donde caí a las tres de la<br />
mañana para bajarme una borrachera que había empezado<br />
horas antes en la casa de Naomi (fui a su casa de Santa<br />
Mónica atraído por la voz de la única mujer que he amado,<br />
estrangulada en el teléfono, pidiéndome que estuviese a su<br />
lado. La medicina me está haciendo mal, quiero dejarla,<br />
Vince, tengo fe en estar limpia otra vez, me decía. Pero ésa<br />
es otra historia. ¿Para qué contar mi pasado, mis fracasos, si<br />
8
al final son lo mismo?). En esta ciudad lo único que importa<br />
es el sol y el triunfo, le digo a la reportera. ¿Me escucha?<br />
Reyes y reinas que deben morir máximo a los cincuenta<br />
años, pues de lo contrario debes envejecer en tu mansión<br />
para evitar que los paparazzis te capturen y vendan a revistas<br />
donde aparecerás como una momia que se empuja en silla<br />
de ruedas. El mundo sabrá que eres un fiasco. Ni Dios ni<br />
estrella. Eres, óyelo bien, un cerdo que se ha muerto<br />
tragándose pastillas a lo pendejo. Pero ya no me iré como<br />
un mono por las ramas. ¿Cómo lo conocí? Ahora lo veo,<br />
está en ese restaurante mexicano del centro de Los Ángeles.<br />
El mesero que me atiende lleva una melena negra y larga<br />
que amarra en coleta. Señor Prezzo, soy Randy López, nos<br />
conocimos en la fiesta de Venice, ¿me recuerda?, dice al<br />
traerme la cuenta, sonriendo como si debiera acordarme de<br />
su nombre. ¡Hombre, qué sorpresa!, le digo sólo por decir<br />
algo, pero la verdad es que estoy muy borracho y cuando<br />
bebo la gente se me hace insoportable y por eso comienzo a<br />
buscar la forma de zafarme (realmente no me acuerdo de la<br />
fiesta, me acuerdo ahora porque él me lo cuenta después y<br />
para ese momento ya no es un don nadie, es Randy, mi<br />
amigo, el actor porno que todas las actrices piden les rellene<br />
los agujeros). En ese encuentro menciona lo de las colegialas<br />
latinas. Me dice que esa noche le ofrecí trabajar como actor<br />
porno. Su armamento no es nada comparado a Lex o<br />
Mandingo pero es suficiente para que gocen mis actrices<br />
más exigentes. Le doy mi tarjeta y me disculpo por no hablar<br />
más tiempo. Llevo una borrachera de paraíso y quisiera<br />
largarme a casa antes de que algo suceda, le digo. Pero al<br />
final pasa algo. Estoy por subir al Lamborghini cuando<br />
aparecen de no sé qué alcantarilla dos policías de Los<br />
Ángeles. Necesitamos hacerle una prueba de alcohol, dice<br />
uno de ellos, un comearroz de apellido Wong. Dormiré en<br />
la cárcel, me digo. Sin embargo interviene Randy como un<br />
Jesús Salvador prieto, vestido de mesero, hablando un inglés<br />
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espantoso pero decidido, cosa que a los policías no les deja<br />
lugar a dudas que se trata de un buen hombre que se gana la<br />
vida conduciendo para gente de mi calaña. Es mi jefe, dice<br />
Randy mostrando el permiso de conducir. Los polis<br />
inspeccionan. A su uniforme sólo le falta el saco para<br />
convertirse en chofer. Esos guardianes del orden le piden<br />
que no me deje manejar y se alejan a comer tacos. ¡Wong,<br />
traidor de la comida de tus ancestros! ¡Cobarde!, le grito en<br />
mi interior. Randy, mientras tanto, me pide las llaves del<br />
coche. No sé por qué me parece una buena idea, meto la<br />
mano en el bolsillo y saco el ramillete tintineante. Todo<br />
empieza a ser muy rápido. Randy conduce. Yo voy recostado<br />
en el asiento del copiloto y las luces de los faroles pasan tan<br />
veloces como unas gacelas en África. ¿Autos que van a<br />
estrellarse contra nosotros? Voy demasiado enfiestado y sin<br />
embargo sólo pienso en Naomi; en la temporada que<br />
pasamos juntos en la Riviera francesa grabando esa película<br />
donde el amor o lo que fuera que estuviese sucediendo entre<br />
ella y yo desde hacía unas semanas (cuando la conocí en las<br />
oficinas de Ruda Peggy), la hace decir que sólo cogerá en<br />
adelante conmigo, y yo, entonces, anuncio lleno de emoción<br />
que volveré a ponerme frente a las cámaras. Todo el mundo<br />
se entera de que es exclusivamente mía. Nada más mía. Mía.<br />
Propiedad de Vince Prezzo, el Rey de Reyes. Mía. ¿Lo<br />
entienden? La noticia es una patada contra la verga de<br />
Manuel Ferrara, el franchute que desea grabar con ella una<br />
película en septiembre. Ganará menos dinero, cierto; pero<br />
la razón principal es que ha perdido la oportunidad de<br />
cogerse al culo más deseado de los últimos tiempos, que<br />
pasará un año antes de que salga una nueva Diosa del Porno.<br />
Pero eso no me importa. Y me importa tan poco que sólo<br />
veo con total amplitud el enamoramiento que hay entre<br />
nosotros gracias a Mónica Santhiago, una brasileña de<br />
hermosas nalgas que vuela desde Río de Janeiro para grabar<br />
la película. Un día, sentados en la alberca de la casa que<br />
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entamos para todo el equipo de la película, Mónica me<br />
dice: Creo que estás enamorado, Vince. Es tarde, se ha<br />
terminado la grabación y ella y yo nos hemos quedado solos<br />
desde hace unos minutos. Naomi descansa en el cuarto.<br />
Volteo a ver a Mónica y me doy cuenta de que le bajan unas<br />
lágrimas que se pierden entre sus tetas pálidas donde<br />
curiosamente el sol no la ha tocado. Me abraza y siento la<br />
textura de su piel, el doblarse de sus tetas. Me siento contenta<br />
por ustedes, dice. Me pide perdón por llorar como una<br />
estúpida, pero al ver cómo nos miramos Naomi y yo le<br />
recuerda a un novio que tuvo antes de entrar a la Industria<br />
(aunque claro, no dijo Industria, dijo Negocio, pues sabe<br />
que esto se trata de sexo y dinero, de vender el cuerpo, de<br />
llevar a la vista lo más íntimo que tiene el ser humano). No<br />
sé qué fuerza me avienta a la boca de Mónica Santhiago. La<br />
beso, un beso en los labios que no significa nada frente a las<br />
cámaras pero que es todo cuando nadie nos mira, cuando<br />
ninguna lente nos graba. Gracias, Mónica, le digo y sonrío<br />
como desde hace mucho no lo hago. Intento detenerme<br />
pero la sigo besando, diciéndole gracias, gracias Mónica. De<br />
nada, Vince, de nada, dice ella como si no supiese<br />
responderme. Entonces me ayuda a levantarme y de repente<br />
veo que hemos avanzado hasta la puerta de su recámara.<br />
Nadie nos mira y entro sabiendo que antes de que amanezca<br />
deberé regresar al cuarto para dormir a lado de Naomi. Yo<br />
quiero seguir con la historia pero la reportera ha vuelto a<br />
repetirme la pregunta: ¿y Randy? ¿Quieres saber sobre él?,<br />
le digo. ¿No quieres escuchar esa historia? ¿Te estás<br />
impacientando? ¿Sólo has venido a saber sobre la<br />
desaparición del actor porno que saltó a las noticias porque<br />
se le cree guerrillero, o quiere serlo, o regala dinero para una<br />
revuelta que termina con más de cincuenta indios muertos<br />
en el pinche México de mierda? Deja que te diga algo: Nadie<br />
tiene pruebas. Rumores. La única verdad es ésta: Hace días<br />
que nadie sabe nada de Randy. El articulista de un periódico<br />
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escribe: Se esconde en las montañas de México. Hará la<br />
revolución, gritan unos estudiantes de la UCLA. Pero me<br />
río. Está vivo. Todo se trata de un malentendido, de unos<br />
planes que no salieron como debían ser. El viejo chiste de<br />
por qué no se logra la utopía y el paraíso es igual de mortal<br />
que una flor cortada en la mañana que se intenta oler por la<br />
tarde y, entonces, se descubre que huele a muerte. ¿Entienden<br />
lo que les digo? Sí, lo sé, es algo así como un pinche cuento<br />
chino, dice ella. Bueno, no lo sé, lo que quiero hacerle<br />
entender es que son las mismas razones por las cuales<br />
Naomi terminó conmigo, contesto pero de inmediato creo<br />
que debo cambiar de conversación. Doy un trago al whisky<br />
y me doy espacio para recordar otra vez esa noche en que<br />
Randy conduce. Se detiene en un mirador desde el cual se<br />
ve esta ciudad ardiendo en luz eléctrica. ¿Dónde estamos?,<br />
le pregunto. No sé, dice. Me ha visto dormido y borracho y<br />
sólo se le ha ocurrido conducir tomando cada desviación al<br />
azar. Se ha detenido en ese mirador porque hay poca<br />
gasolina en el tanque del automóvil y la vista es preciosa.<br />
Miro alrededor y supongo que estamos en alguna parte del<br />
Griffith Park. Este indio es maricón, pienso e imagino que<br />
me trajo como una noviecita de preparatoria a la que sueña<br />
con penetrar. Seguramente lo digo también en voz alta<br />
porque Randy sonríe y niega con la cabeza, mirando al<br />
frente; como si la ciudad y sus luces fueran el canto de las<br />
sirenas llamándolo. No, míster Prezzo, dice; es sólo que este<br />
lugar me recuerda a un sitio allá, en el otro lado, en mi<br />
tierra, en México. Pues ya que no piensas besarme ni hacer<br />
ninguna movida de jodido puto indio mexicano, espera que<br />
me coloque, le digo y entonces abro la guantera y detrás de<br />
tanto papeleo saco al fin mi pequeña cápsula de emergencia.<br />
Mi cocaína de salvación. Quito las llaves pegadas al auto y<br />
las sumo en esa cápsula como si fuese una cucharada de<br />
café. Dos o tres llaves después empiezo a darme cuenta de<br />
que Randy tiene el porte de Toro Sentado de joven, es<br />
12
Cuauhtémoc antes de que los españoles le quemen los pies<br />
y destruyan la Gran Tenochtitlán. Y me comienza a narrar<br />
su vida allá en el lejano México. Una vida de indio mal<br />
alimentado y pobre. Entonces veo a la reportera e imagino<br />
que piensa algo así como por fin este loco va a decirme lo<br />
que quiero y terminaré con la entrevista. Lo sé porque ha<br />
volteado a mirar al camarógrafo. Le ha hecho una seña que<br />
conozco bien: la utilizo cuando quiero hacer el acercamiento<br />
a la vagina rosada y abierta de una actriz mientras la<br />
penetran. Sonrío. Me toma un poco más de tiempo<br />
acomodarme los lentes oscuros. Enciendo otro cigarro y<br />
saco el humo igual que Humphrey Bogart en Casa Blanca.<br />
¡Lo imito tan bien! Perdona, ¿cómo te llamas?, le pregunto a<br />
la reportera y debo aguantarme la carcajada porque se ha<br />
puesto roja y parece que en cualquier momento el enojo va<br />
a reventarle los labios botoxeados. Me llamo Autumn,<br />
contesta con la dicción de una buena actriz. Me pide<br />
continuar. Se esfuerza en parecer una buena muchacha. Y<br />
me digo para mis adentros: Ya estás vieja, pero todavía<br />
sirves. La imagino abierta de piernas, enseñando sus<br />
preciosas nalgas de cuarentona. Pero la imagen no dura<br />
todo el tiempo que yo quisiera. Te diré el pasado que me<br />
contó Randy, le digo. Te diré aquello que no es ningún chiste<br />
ni tampoco algo que se pueda decir en una feria, subido en<br />
la rueda de la fortuna. Me aclaro la voz, me echo hacia atrás<br />
en la silla y cruzo las piernas y subo la vista al cielo, donde<br />
el Sol quema y pienso de nuevo en esa noche, esnifando<br />
coca como Dios manda, viendo esta ciudad arder con luz<br />
eléctrica mientras la borrachera comienza a esfumarse y el<br />
cerebro se pone tan agudo como el arpón con el que se mata<br />
a un tiburón blanco en un documental de National<br />
Geographic. Y recuerdo las primeras palabras de Randy.<br />
Puedo escucharlo en este momento, aquí, junto a la alberca:<br />
Carajo, hace tanto tiempo. Pero lo dijo como se dice algo<br />
que cargamos pesadamente en alguna parte del alma, como<br />
13
el amor que nos hace conocer la desilusión o esa parte de<br />
nosotros mismos que hemos descubierto al mirarnos hoy<br />
en la mañana al espejo y nos parece tan distante de lo que<br />
creíamos ser, pero que al final de cuentas es la parte más<br />
tierna del asesino serial que hay en nosotros. Me aclaro otra<br />
vez la voz y digo: Randy nace en una casa de láminas que se<br />
sostiene milagrosamente a lado de una barranca. Al llover,<br />
parece la garganta de un río que arrastra toneladas de<br />
basura. Es el único lugar donde pueden vivir familias como<br />
la suya: indios que han bajado de las montañas o mulatos<br />
que han sacrificado el calor de las playas para acercarse a la<br />
ciudad, buscando otra oportunidad, ni mejor ni peor,<br />
simplemente robarle otra oportunidad a los planes de Dios,<br />
siempre y cuando Dios no encienda la luz de la cocina y<br />
descubra con horror que las cucarachas que él ha creado le<br />
están robando su venerable comida. La única oportunidad<br />
para esos indios ha sido plantarse en lugares donde los<br />
ciudadanos respetables sólo los vean cuando les bolean los<br />
zapatos. Gente abandonada y desposeída. Pobres y<br />
hambrientos que casi siempre miran a la ciudad desde la<br />
elevación de un cerro. Honrados hijos de puta. Algo así me<br />
pinta Randy su pasado, que es también el de su infancia y yo<br />
me lo imagino corriendo por alguna calle polvorienta atrás<br />
de una pelota, al sur de la frontera, en el lindo México, en el<br />
pinche México al que le quitamos medio territorio y sigue<br />
llorando como una puta a la que no le hemos pagado el<br />
dinero que pidió. El padre de Randy es tapicero y se<br />
emborracha cada que puede y así termina su existencia. Un<br />
camión lo atropella, dejándolo embarrado en el asfalto. La<br />
madre es amorosa, tanto como puede serlo una madre que,<br />
al ver que sus hijos pueden cuidarse por sí mismos, no duda<br />
en desaparecer. Buscar otra vida, una donde empezar de<br />
nuevo y olvidarse del pasado y pensar que por fin se está<br />
viviendo. (Randy me cuenta esto junto a una botella de<br />
tequila. Hemos finalizado la grabación de All Internal #22,<br />
14
donde se coge a Anita Faltoyano por todos los orificios y<br />
hace un creampie de videoteca). Randy deja la escuela a los<br />
quince años. Empieza a trabajar de mozo en una casa de<br />
ricos. Aprende el oficio de la jardinería: poda las flores,<br />
afloja la tierra y riega el pasto. Cosas simples, pero<br />
indispensables para que exista un jardín. Palabras suyas, no<br />
mías. Es aquí donde la vida de Randy añade una nueva<br />
fotografía al álbum de su vida. Aquí entra la figura de una<br />
mujer que le enseña a coger con estilo. Nada de empellones<br />
apresurados en el baño de la secundaria con una compañera<br />
aprendiz de puta. Nada de eso. Nada. La mujer de quien<br />
hablo es la esposa del dueño de la casa. Una mujer de unos<br />
cincuenta años, una cougar que aparenta menos años al ser<br />
condenadamente atractiva. Sólo unas ligeras arrugas en el<br />
cuello evidencian sus años en la Tierra. El nombre de ella<br />
me lo dice Randy, pero ya no me acuerdo. Puede ser<br />
cualquiera. Supongamos que se llamaba Loraine. Comienza<br />
a cogerse a Loraine en cada oportunidad que tiene, en cada<br />
oportunidad que la mujer se encarga de buscar. Es así como<br />
Randy aprende a conducir un coche. La jefa un día le<br />
pregunta si le gustaría ser su chofer, a lo que Randy alza los<br />
hombros y dice sí. La mujer convence al marido de que<br />
volver al mozo su chofer es la mejor forma de darle otra<br />
opción de vida. Una buena inversión a futuro. El marido<br />
acepta porque los ricos evalúan siempre qué personas son<br />
una buena inversión a futuro. Es así como Randy disfruta<br />
coger con la señora en moteles, a que se la mamen con<br />
maestría mientras conduce el auto y también, por supuesto,<br />
aprende a voltear con una sonrisa de galán de telenovela<br />
mexicana, cuando en las esquinas de los semáforos las<br />
muchachas voltean a ver al joven chofer del Mercedes Benz<br />
negro. Pero la aventura no dura mucho. A los pocos meses,<br />
el marido, un hombre alto y rubio, hijo de españoles,<br />
descubre el secreto de los amantes y le pone una golpiza a<br />
Randy que le deja la nariz desviada, como si fuera la aleta de<br />
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un pez que se ha doblado para siempre. La mujer grita. Él<br />
sangra. El marido parece un poseído y sabe que es capaz de<br />
matarle en ese momento. Randy sale de la mansión y jamás<br />
vuelve a saber nada de ese matrimonio. Siento la garganta<br />
seca. Me detengo. El camarógrafo me enfoca. Ha de estar<br />
haciendo un close up. El cigarro se ha terminado y enciendo<br />
otro. El hielo del vaso se ha derretido en el whisky; ahora mi<br />
bebida tiene un sabor más diluido, más acuoso. Me levanto<br />
y sirvo un chorrito más. Mi garganta se aclara. El sol<br />
comienza a pegar fuerte en esta parte del Valle y el viento<br />
del mar apenas refresca. ¿Segura que no quieres algo de<br />
beber?, le pregunto moviendo frente a sus ojos mi vaso con<br />
whisky. Con la mano libre hago un ademán que se dirige al<br />
cielo y puede malinterpretarse. Sin embargo, lo hago para<br />
referirme al cálido ambiente. Tuerce ligeramente la boca, se<br />
ve menos seria pero finalmente accede. Bien, pero sólo una,<br />
¿entiendes Alabama?, dice con tono de advertencia al<br />
camarógrafo, quien ha enseñado su sonrisa limpia y blanca<br />
como un pianista de jazz. Por un momento, los tres reímos<br />
como si fuésemos grandes amigos que se conocen desde<br />
hace mucho y se han reunido a platicar sobre la vida, sobre<br />
cuestiones simples que quedan enterradas al paso de los<br />
días. Tomo los otros dos vasos que están sin usarse y les<br />
pongo hielo. Vacío whisky y estoy a punto de darles sus<br />
bebidas, cuando la rubia me interrumpe y pregunta si tengo<br />
agua mineral. Por supuesto, le digo y llamo a Lupe, mi<br />
sirvienta que no es mexicana sino guatemalteca. Trae el<br />
agua mineral, le ordeno. Yes, místerPrezzo, dice Lupe y<br />
corre hacia el interior de la casa igual que lo hacen las<br />
sirvientas latinas en las películas de Hollywood. Al poco<br />
rato estoy sirviéndoles el agua mineral. Observo la forma en<br />
que el agua cae sobre los hielos y se mezcla con el whisky.<br />
¿Por qué madres esta imagen me parece interesante? Lo más<br />
extraño es que me siento con la confianza de contárselo a<br />
Autumn y Alabama. Más ahora que no están grabando. Tal<br />
16
vez se deba a que mientras Lupe venía con el agua mineral,<br />
la reportera hizo un comentario que me agradó. Dijo que la<br />
figura de Randy le parecía romántica. Es como pensar que<br />
de esta ciudad puede salir alguien como el Che o el<br />
subcomandante Marcos, dijo. Al escuchar sus nombres por<br />
un instante yo también sentí algo de esperanza. Me sentí el<br />
Vinny Prezzo de sexto año que cree en el Llanero Solitario y<br />
Santa Claus. El Vinny Prezzo que piensa que el mundo es<br />
perfecto como una navidad eterna, aunque ahora una<br />
navidad eterna me suene demencial. Pero entonces, ahora,<br />
recuerdo a las cincuenta personas que (¡esos malditos<br />
mentirosos de la prensa escupen!) fueron asesinadas en las<br />
montañas de México. Y recuerdo a Randy y la manera que<br />
tiene de escuchar y de reírse; cuando cansados de filmar,<br />
bebemos un par de cervezas con todo el equipo de All<br />
Internal #22. La cuestión es que me siento confiado y digo<br />
que al servir el agua mineral, ver cómo choca con el hielo, se<br />
mezcla con el whisky y comienzan a salir burbujas, pienso<br />
en la vida que nos toca vivir. Pienso en el pasado, el presente<br />
y el futuro, y en los tres estados de la materia (aunque ahora<br />
digan que son cuatro o cinco), y no sé por qué al mirar mi<br />
trago se me ocurre pensar en todo ello y, por supuesto,<br />
habría también que pensar en el vaso de vidrio, en qué<br />
madres significa conteniéndolo todo y evidentemente en el<br />
plasma que es de lo que está hecho el Sol que quema como<br />
la muerte, que pienso en las palabras movimiento y energía,<br />
lo cual me viene por un artículo que leí esta mañana en el<br />
Times sobre la Teoría Molecular Cinética de la Materia y<br />
que hablaba sobre la relación que hay en todo. La reportera<br />
y el camarógrafo beben su sus vasos, me miran y no dicen<br />
nada. Sólo saborea cada uno en sus labios el resabio del<br />
whisky. Alabama recoge la cámara, se la pone al hombro y<br />
la enciende. La rubia me dedica una sonrisa condescendiente.<br />
Ni una palabra sobre mi confidencia. Me pregunta si<br />
podemos continuar. En fin, qué más da, a eso vinieron, digo<br />
17
sin querer sonar desilusionado por no encontrar eco o<br />
simpatía en mis invitados. Enciendo otro cigarro. Me<br />
acomodo los lentes. La aventura de Randy con la mujer<br />
madura sucede a finales del siglo veinte o, como algunos<br />
llaman, el antiguo milenio. Después consigue trabajos por<br />
aquí y por allá hasta que termina siendo un vago que recorre<br />
las partes turísticas de la ciudad seduciendo extranjeras que<br />
le dejan varios dólares de recuerdo. Le ayudan a sobrevivir<br />
su presencia de indio bien parecido y las artes amatorias<br />
que perfecciona con el paso de los años. Masculla el inglés<br />
lo suficiente como para hacerse entender y tiene cierta<br />
predilección por mirar después del sexo el contraste de<br />
tonalidades en la piel de su amante en turno con la suya. En<br />
su cama duermen norteamericanas (blancas y negras),<br />
francesas, inglesas, alemanas, holandesas y japonesas. El<br />
maldito se siente orgulloso de las cuarenta y dos extranjeras<br />
que se ha cogido. De ahí saca confesiones como que se<br />
enamora de algunas pero las olvida con la siguiente mujer<br />
que seduce. O frases como “Una mujer es como cada<br />
mañana” y tonterías por el estilo de amante latino que<br />
curiosamente jamás pierde, incluso cuando supera el reto<br />
de cogerse a veinte jovencitas rusas que filmamos durante<br />
un inverno del diablo en San Petersburgo, donde he jurado<br />
que nunca más volveré a beber vodka. Detalles como esos<br />
vuelven a Randy inolvidable para las actrices. Imaginen en<br />
esa grabación a veinte mujercitas de piel blanca y panochas<br />
rojizas a las que besa en la frente y acaricia el cabello con<br />
gesto paternal después de haberlas penetrado como un<br />
animal. Ellas agradecen el movimiento, el roce delicado que<br />
vuelve a Randy imborrable y querido. Algo que yo nunca fui<br />
en mis años de actor. Una cualidad que jamás he sentido<br />
propia, como esa chispa personal que me haga auténtico.<br />
Sólo con Naomi he dejado atrás la frialdad del sexo explícito<br />
para volverla parte de mi vida detrás de las cámaras. Y ya lo<br />
ven: fracasé. Por supuesto, surgen actrices que no le dan<br />
18
mucha importancia a Randy. Una de ellas, por ejemplo, es<br />
Anette. Una faquir que traga veinticinco centímetros de<br />
carne llena de saliva y puede seguir sonriendo. Una rubia<br />
deliciosa y tan loca como para proponerme hacer una<br />
grabación especial donde ella vista de nazi mientras un<br />
judío, un musulmán y un indio americano le hacen un<br />
recorrido por todas las formas que existen en el porno de<br />
cogerse a una mujer y de humillarla: DT, DP, ATM, Fisting,<br />
Gaping, que finaliza con corrida en la cara y creampies en<br />
ambos agujeros. Será algo grandioso. Los más pervertidos<br />
lo adorarán, me dice Annette por teléfono, una mañana en<br />
que estoy en la oficina y la secretaria me pasa la llamada de<br />
mi vieja amiga. Ella ríe de forma traviesa al finalizar de<br />
contarme su idea artística. La sigo por el teléfono y le digo<br />
que aquí en California conozco algunos actores que lo<br />
harían gratis. Le digo que yo mismo soy uno de ellos. Pero<br />
Annette me pide ser el director, que yo sea quien se encargue<br />
de los detalles. No me importa verme rechazado y ese día le<br />
digo que sí. Sin embargo, surgen otros proyectos y al final le<br />
mando un correo y le informo que, tristemente, la grabación<br />
deberá retrasarse hasta el verano siguiente. Algo que<br />
finalmente no se hará pues nadie en la Industria cuenta con<br />
que Annette queda embarazada y termina desapareciendo<br />
del mapa. Antes de que se evapore del radar de las películas,<br />
me entero que durante sus primeros meses de embarazo<br />
actúa en una escena softcore. Luego, como he dicho,<br />
desaparece. Casi me he olvidado de la idea (nunca de ella,<br />
jamás), cuando la secretaria me anuncia otra vez que la<br />
señorita Annette está al teléfono. Hola, digo algo nervioso.<br />
Vince, cielo, dice ella con su acento germano, como si<br />
hubiese terminado de masticar una salchicha alemana con<br />
col agria; seguramente pensabas que ya me había retirado,<br />
¿verdad? ¡Cómo crees!, yo sé que tú nunca, hermosa, le<br />
contesto y nos ponemos a hablar del pasado y del presente,<br />
de su bebé que es niña y de lo tanto que se parece a ella.<br />
19
También me dice que se ha separado del padre. ¿Quién es?,<br />
le pregunto. No importa, Vince, gente de fuera que no<br />
entiende el mundo de la Industria. Hay un silencio entre<br />
nosotros al pensar lo que existe fuera del mundo de la<br />
Industria. ¿Te acuerdas de mi idea?, me dice, retomando el<br />
tono con que me había hablado, o el tono, más bien, de<br />
quien yo creía que era Annette. ¡Claro, una locura!, ¿en qué<br />
pensabas?, digo. Me dispongo a decir algo en contra de su<br />
idea artística, pero me interrumpe. ¡Quiero hacerlo, Vince!,<br />
me dice con la voz de una colegiala entusiasmada. ¿Estás<br />
segura?, le pregunto. Es común que muchas actrices dejen el<br />
porno cuando se convierten en madres. Lo entiendo si no<br />
quieres hacerlo, sigo. Ahora más que nunca tengo un motivo<br />
para hacerlo, me dice con firmeza pero sin dejar que<br />
desaparezca su candidez maternal. Imagino que mientras<br />
habla conmigo sostiene a su hija en los brazos y le acerca su<br />
preciosa teta de areola rosa. Pues entonces hay que arreglarlo,<br />
digo. La fecha más próxima para grabar será en octubre y<br />
estamos en marzo, ¿qué te parece? Es perfecto, dice, así<br />
podré dejar a Katrin con la nana. ¿Vienes a Los Ángeles?, le<br />
pregunto. ¿Elei? No, ni hablar, imposible, dice. ¿Puedes<br />
venir?, Vince. Vamos, Vince, cariño, hazle un favor a tu vieja<br />
amiga Annette, esto es muy importante para ella. ¿Por qué?,<br />
le pregunto, extrañado de que se haya referido a ella misma<br />
en tercera persona, como si la que me hablara fuera una<br />
Annette que jamás he conocido. Y así es como la siguiente<br />
hora corre mientras escucho la vida nazi de su abuelo, quien<br />
fue un entusiasta asesino y torturador de judíos, de su padre<br />
que vivió señalado en la Alemania de postguerra y del<br />
pasado que sigue pesando en mi amiga. Y recuerdo que en<br />
ese momento siento pena por ella, pues sufre por algo que<br />
no ha hecho pero que sigue vivo en su cabeza. Y aunque yo<br />
hubiera deseado que ella olvidara a todos los judíos que<br />
mató su abuelo y las veces en que la violó su padre, la pobre<br />
Annette me confía llorando que quiere filmar la película<br />
20
porque es la única forma de hacer pagar al pasado. Esto me<br />
suena muy raro, demasiado masoquista, de la clase de cosas<br />
que le encantan a Annette. Ella habla del pasado como se<br />
habla de un perro que te ha mordido o una ex novia que te<br />
ha dejado y no sé qué contestarle. Sobre todo, lo hago por<br />
mi hija, dice. No me siento con fuerzas de negarme, de<br />
decirle que lo que necesita es ir con un especialista, con un<br />
psicólogo o qué chingaos sé yo. Pero lo mejor que se me<br />
ocurre decirle es que cuente conmigo para hacer la escena.<br />
Antes de colgar, quedo de hablarle en dos semanas para<br />
ultimar los detalles de quiénes serán los actores, las pruebas<br />
del sida y la logística, del presupuesto con que vamos a<br />
trabajar y todo eso. Nos despedimos, cuelgo y me pongo a<br />
trabajar. Pasan los días y te imaginarás a quién contrato<br />
para que represente al indio americano. Luego consigo al<br />
actor judío después de hacer unas llamadas telefónicas:<br />
Mike Andorsky, un imbécil que desde hace tiempo no<br />
consigue una producción dónde filmar debido a su etiqueta<br />
de actor hardcore con problemas de personalidad. El<br />
musulmán es imposible conseguir, así que un día telefoneó<br />
a Berlín y le pregunto a Annette si no le importaría grabar<br />
con Rico Strong. ¿Ahora es musulmán?, pregunta<br />
sorprendida. Ni una mierda, digo, pero dice que puede<br />
ponerse una túnica o lo que sea que lo haga parecer el<br />
mismísimo Lawrence de Arabia tan oscuro como una<br />
caverna. ¿Pero se verá real, Vince?, lo que me preocupa es<br />
que se vea real, dice. Me doy cuenta que esa es la principal<br />
inquietud de Anette. Dudo antes de contestar. Bueno, sí,<br />
claro que se verá real, Annette. Tú no te preocupes, ya lo<br />
verás, digo. Aquello basta para convencerla. Luego le digo<br />
que he llamado a un amigo que se hará cargo de la logística,<br />
sin embargo, ella me detiene el plan. No, yo me encargo de<br />
la logística y del decorado, de eso no te preocupes, dice.<br />
Pues de poca madre, le digo. Nos vemos pronto, nena. Vete<br />
preparando ese culito que pronto llegamos. Ella ríe y antes<br />
21
de colgar le mando saludos a su hija, pensando que pronto<br />
la veré y también conoceré a su retoño. Pasa el tiempo y<br />
cierto día, todos estamos en el aeropuerto de Berlín. Nada<br />
más,al salir de la aduana, Rico Strong se larga a ver a una ex<br />
amante que volverá a partirle el corazón. Luego los veo,<br />
muchachos, nos dice y lo vemos alejarse a tomar un taxi<br />
para él solo. El equipo restante, que somos en total siete<br />
personas contando al camarógrafo, el iluminista, el del<br />
sonido, la maquillista, Randy, Mike y yo, subimos a la<br />
vagoneta que nos espera para llevarnos al hotel a descansar<br />
del viaje de cruzar el Atlántico. Ya en la habitación, le llamo<br />
a Annette. ¿Dónde estás, nena? Habíamos quedado de<br />
encontrarnos una hora después de mi llegada en el lobby<br />
del hotel. Vince, cariño, ahora no podré; estoy terminando<br />
los últimos detalles, te llamo más tarde, ¿sí? Oye, ¿necesitas<br />
ayuda?, le digo. No me importaría salir en este momento a<br />
verte. Nueve horas sentado, me tienen las nalgas adoloridas.<br />
Escucho la risa de Annette al otro lado de la línea diciéndome<br />
que no me preocupe, que todo ya casi está listo. Vete a<br />
pasear con el equipo para que desentumas las piernas.<br />
Mañana temprano nos vemos, la escucho decir antes de<br />
colgar. Ya sin nada que hacer, me quedo en el cuarto y me<br />
tiro en la cama durante unos quince minutos. Después me<br />
desvisto, me doy un baño y aprovecho para masturbarme<br />
pensando en Anette, luego en Naomi y finalmente en una<br />
maestra que tuve en sexto año del colegio. Duermo un poco,<br />
me despierto, me pongo ropa limpia y bajo al bar del hotel.<br />
La mayoría del equipo se encuentra ahí (excepto Rico y la<br />
maquillista que se ha ido a dormir).Todos beben cerveza<br />
alemana y ríen contando chistes sobre alemanes, aunque los<br />
meseros no nos vean con buenos ojos. El único que no<br />
participa en los chistes es Mike Andorsky. Parece leer un<br />
periódico alemán con mucho interés, algo imposible, pues<br />
si él sabe leer alemán, eso quiere decir que yo puedo hablar<br />
chino como Mao. Deja eso, Andorsky. De alemán no sabes<br />
22
nada, le digo, dejando caer mi mano sobre su hombro. Estoy<br />
viendo esta foto del memorial sobre el Holocausto, la había<br />
visto en el New York hace unos meses y creo que voy a ir<br />
ahora, dice. Pienso en la posibilidad de acompañarlo, pues<br />
quedarme a emborrachar no me apetece a esa hora de la<br />
mañana. Pero Mike siempre ha sido un idiota, por eso lo<br />
dudo. No me cae mal porque haya empezado en el circuito<br />
gay, de ahí pasara a metérselas a travestis brasileños y aun<br />
así escapase indemne de pescar una enfermedad; lo que me<br />
disgusta es algo bastante superficial, si se quiere ver de esa<br />
manera: se ha especializado en producciones sado-hetero,<br />
donde actúa con capucha, látigos y ropa de piel bajo las<br />
órdenes de varios directores amateurs que me parecen la<br />
vergüenza de la Industria. Por lo demás, es un tipo flaco de<br />
nariz filosa y prematura calvicie. Siempre viste saco de pana<br />
y usa gruesas gafas, redondas, lo que a cualquier persona<br />
que no lo conozca le haría pensar que está hablando con un<br />
respetable profesor universitario de Economía y Sociedad<br />
de Berkeley. Lo único intelectual en Andorsky es que lee el<br />
New York todos los días, hasta las putas letras pequeñas del<br />
Directorio. La envergadura de su pene no es excepcional.<br />
Realmente lo he contratado porque en el mundo porno no<br />
hay muchos actores judíos: sólo brilla como una vieja<br />
estrella distante, a punto de morir, el nombre de Ron Jeremy<br />
y eso es hablar de un gordo peludo que apenas tiene cameos<br />
en algunas producciones del cine convencional. Finalmente<br />
pienso que todo puede ser parte de las propias fronteras que<br />
me autoimpongo y le digo que voy con él. Mike deja salir<br />
alguna pendejada y se pone un saco muy ligero que se ve<br />
que ha escogido especialmente para soportar el otoño<br />
alemán. Es en ese momento cuando Randy me habla. ¿A<br />
dónde van?, dice. Me doy la vuelta y lo veo sostener un tarro<br />
de cerveza en la mano. Se ve con ganas de salir a dar una<br />
vuelta. Vamos a ver un monumento, le digo. Voy con<br />
ustedes, dice Randy, y como ya nadie del equipo quiere<br />
23
unirse salimos los tres caminando hacia el otoño berlinés.<br />
Andamos varias calles hasta que llegamos al Memorial que<br />
está en el centro de Berlín, entre la Puerta de Brandeburgo<br />
y la Potsdamerplatz. Se trata del gran monumento que<br />
hemos salido a ver. El Memorial del Holocausto es un área<br />
grande hecha de cubos rectangulares de color grisáceo que<br />
dan la impresión de ser enormes ataúdes sin nombre. El<br />
acceso es libre. Es una especie de parque donde la gente<br />
puede meterse en los pasillos que dividen cada ataúd de<br />
otro y otro y otro. Una señalización dice que la única<br />
prohibición es no saltar de cubo en cubo por respeto y<br />
seguridad. Antes de adentrarnos en esos pasillos de granito,<br />
Andorsky se detiene. El sonido de su llanto nos hace voltear<br />
a Randy y a mí con la extrañeza de haber descubierto algo<br />
increíble. Andorsky llora como un niño. Dos o tres alemanes<br />
que pasan cerca se nos quedan viendo, sobre todo a Mike, y<br />
ponen cara de alguien que ha tenido la culpa de estropearlo<br />
todo y que lo siente desde el fondo de su corazón. Mike, no<br />
hagas una pinche escena, le digo y le hago una señal a Randy<br />
para que me siga por uno de los pasillos. Avanzamos unos<br />
metros y luego volteamos. ¿Vendrás o te quedarás a<br />
lloriquear como un marica?, le digo. Mierda, ustedes sigan;<br />
yo tengo mis motivos para quedarme, dice Mike. No me<br />
toquen los huevos, hijos de la chingada, agrega enfadado,<br />
sorbiéndose los mocos y limpiándose las lágrimas con el<br />
dorso de la mano. Me doy la vuelta y le digo a Randy, vamos,<br />
avancemos, dejemos a este judío con sus cinco minutos de<br />
lloriqueo. Caminamos un buen trecho hasta que Randy me<br />
hace una pregunta que me deja turulato. ¿Y esto qué<br />
chingaos es?, pregunta en su tono de pinche mexicano. Es<br />
una pinche mierda, dice. Carajo, Randy, es el monumento al<br />
Holocausto, me volteo hacia él. Un poco de respeto, le digo.<br />
Una cosa es que Andorsky nos valga madres y otra que no<br />
sepas qué madres significa esta pinche plaza, le digo.<br />
Perdona, ¿pero monumento al qué?, dice. Al Holocausto,<br />
24
epito. Para ese entonces ya somos lo bastante amigos como<br />
para comportarme con él un poco agresivo. No me dirás<br />
que no sabes lo que fue el Holocausto, pinche frijolero. Sus<br />
ojos negros de indio mexicano me dicen, no. ¿En serio,<br />
Randy? ¿La Segunda Guerra Mundial? Nada. ¿El desembarco<br />
en Normandía, los hornos de Auchswitz, Hitler? Ah, Hitler,<br />
el de las películas, me contesta muy convencido. En ese<br />
momento pienso que me está tomando el pelo pues no<br />
puede ser que no tenga puta idea de quién fue Adolf Hitler.<br />
Probablemente lo miro como se ve a una especie desconocida<br />
de ser viviente. Reanudamos el paso y entre el pasillo gris de<br />
los ataúdes empiezo a contarle lo que sé de la Segunda<br />
Guerra Mundial. Le cuento una mezcla de los relatos que<br />
mi abuelo me contaba de la guerra y lo que recuerdo de un<br />
documental que vi una tarde de pereza en el HistoryChannel.<br />
Y mientras caminamos por los pasillos fríos y oscuros como<br />
un bosque de ataúdes de concreto, Randy se entera de lo<br />
que es el Holocausto, de las cámaras de gas y de la salvación<br />
que los Estados Unidos hacen del mundo entero. La<br />
desolación que nos rodea me hace querer salir de aquellos<br />
pasillos. No sabía lo que me has dicho, Vince, dice Randy<br />
después de un rato. Su tono es tranquilo, como cuando le<br />
agradeces a un guía de museo. Ahora vámonos, dice, porque<br />
esto es un pinche frío laberinto que no me gusta nada. No<br />
me queda de otra que ir tras él, sintiéndome aturdido por lo<br />
que ese memorial significa en las vidas de Annette, Mike<br />
Andorsky y en la mía como en la de casi medio mundo.<br />
Entonces pienso en la vida de Randy. Por más que la Segunda<br />
Guerra Mundial tenga sus repercusiones sobre México;<br />
para él, para su familia pobre y hambrienta, para su padre<br />
que golpeaba a su madre y para su madre que se ha esfumado,<br />
para lo que su familia es en esa casita a lado de un<br />
despeñadero; entiendo entonces que el Memorial del<br />
Holocausto sólo significa un laberinto sin importancia. Y<br />
me doy cuenta que lo que nos diferencia, más que el físico,<br />
25
es el lugar en donde hemos caído al mundo. Pronto salimos<br />
del Memorial y el frío se desvanece por el sol del mediodía.<br />
Hemos escapado de esos pasillos por otro lado del que<br />
hemos entrado y ello hace imposible que encontremos a<br />
Andorsky. Que se chingue él y su semitismo, suelto a los<br />
diez minutos de no verlo. Randy y yo damos la media vuelta.<br />
Pronto va a ser la hora de comer y por eso decidimos<br />
abandonar a Andorsky. Caminamos hacia un restaurante de<br />
comida alemana que vemos a lo lejos y en donde pasamos la<br />
tarde hablando hasta que volvemos al hotel a eso de las<br />
nueve de la noche. En la última visita que hacemos al bar,<br />
encontramos a Andorsky tremendamente borracho que da<br />
pena. Me acerco y le amenazo diciéndole que si al día<br />
siguiente no puede grabar le voy a descontar los dos mil<br />
dólares de su sueldo. Asiente como un subalterno regañado,<br />
se levanta con dificultad del banco y camina zigzagueante<br />
hacia el elevador. Es lamentable. Pido al mesero una botella<br />
de agua mineral. Buenas noches, Randy, digo. Él asiente con<br />
ese silencio indígena que le da una apariencia de sabio, de<br />
pureza y de saber algo que yo y todos nosotros juntos aquí<br />
en la puta Alemania no llegaremos a saber. Hasta mañana,<br />
dice en español. Antes de que se cierre la puerta del elevador,<br />
veo que Randy le ha echado el ojo a una muchacha pelirroja<br />
y se prepara para el ataque. Al otro día, Annette llega al<br />
hotel a las nueve de la mañana mientras todo el equipo<br />
estamos desayunando. Su entrada al restaurante es seguida<br />
por todos los ojos masculinos. Apenas verla, me levanto, la<br />
abrazo y me sorprende que aún después de haber sido<br />
madre se encuentre más hermosa que nunca, que su piel<br />
huela a una mezcla de leche y talco y que sea tan blanca<br />
como siempre. Se lo digo y ella lo agradece, dándome un<br />
beso tierno en la boca. Después saluda a Rico Strong, con<br />
quien ha filmado algunas escenas interraciales de Dark<br />
Dick. Luego saluda a cada uno de los muchachos del equipo<br />
técnico, así como a Sofía, la estilista. Supongo que estos<br />
26
serán mis otros dos empaladores, dice, riéndose y señalando<br />
a Mike y Randy. Te presento a Randy López y Mike<br />
Andorsky, le digo. Annette mira a cada uno con intensidad,<br />
les tiende la mano delicadamente. Has hecho un gran<br />
trabajo al hallarlos, me dice. Por extraño que parezca, siento<br />
que en esta ocasión Randy no ha causado una fuerte<br />
impresión en Annette, sino que ha sido Mike quien la ha<br />
atraído. Pero no doy importancia al asunto y dos horas<br />
después todo el equipo bajamos en la locación que Annette<br />
ha encontrado para hacer la película. Se trata de una cabaña<br />
en el claro de un bosque que se me antoja como sueño de<br />
infancia. El interior está decorado sobriamente. Apenas la<br />
chimenea y los leños ardientes le dan un toque de calidez.<br />
Los técnicos comienzan a colocar la iluminación. Sofía, la<br />
maquillista, prepara a Annette así como su estilista personal<br />
se apresura a darle forma a los rizos rubios que mostrará en<br />
la película. Mientras a Annette se le prepara un edema;<br />
afuera de la cabaña los actores y yo empezamos a repasar<br />
brevemente el guión (si se le puede llamar así a la página y<br />
media de acotaciones y descripción de actos sexuales que<br />
Annette quiere que hagamos). Fumo junto a Rico Strong y<br />
Randy (el único vicio que Mike Androsky rechaza es fumar),<br />
cuando la voz de nuestra actriz estrella nos llama desde el<br />
interior de la cabaña. ¡Muchachos, vengan!, grita como si<br />
fuera una madre que invita a sus hijos a comer. Sólo entrar,<br />
a cada uno de los que estamos ahí se nos para la verga.<br />
Annette viste el uniforme de un oficial nazi, con espacios<br />
recortados donde quedan libres sus tetas y sus dos agujeros.<br />
Se ha puesto unas botas puntiagudas muy altas y lleva un<br />
látigo. Su piel es blanquísima, casi parece una diosa pintada<br />
con el color de la cocaína y sus labios son de un rojo brillante.<br />
Los rulos rubios le caen a lado de la gorra de oficial de la SS.<br />
¿Les gusta?, pregunta dando una vuelta de 360 grados,<br />
despacio y arqueando la espalda para levantar más el culo<br />
desprotegido. Aullamos y chiflamos. Yo le digo que tengo<br />
27
ganas también de cogérmela. Ella se ríe. No, tú eres el<br />
director, dice. Las risas inundan la cabaña, se trata de uno<br />
de esos momentos de camaradería que más se añoran en la<br />
Industria. Antes de empezar, reúno a todo el equipo y les<br />
explico que será Annette quien lleve la pauta. Intento hacer<br />
que todos nos abracemos, pero en ese momento Annette<br />
me interrumpe. Muchachos: soy una tierra virgen donde<br />
pueden hacer lo que quieran, se los dejo a su imaginación,<br />
dice. Lanza una risa coqueta y guiña su ojo azul derecho.<br />
Empezamos a grabar y la escena se vuelve tan grandiosa que<br />
toda la cabaña huele a sudor y sexo. Los actores parecen<br />
estar llenos de una furia terrible en contra del cuerpo de<br />
Annette. De sus ojos no sé si caen lágrimas de verdad o es la<br />
saliva que los tres le han escupido repetidas veces sobre su<br />
cabeza. En la parte final, Annette hace una petición cuando<br />
Randy y Rico ya se han venido haciendo unos creampies<br />
fenomenales: desea que Mike Andorksy se venga<br />
completamente en su boca, sin derramar una sola gota de<br />
semen. Mike se nota encendido y previo a su corrida<br />
atraganta a Annette contra su pedazo de carne y se viene en<br />
su lengua. Annette se lo traga como si se tratará de una<br />
especie de elixir y después empieza a llorar. Sin perder<br />
tiempo los muchachos la rodean y abrazan como si fuesen<br />
una especie de clan. Grabo todo eso. Grabo incluso, desde<br />
muy cerca, cuando Annette se pasa la toalla por la cara y<br />
queda limpia y en la toalla blanca queda la huella del semen,<br />
la saliva y del lápiz labial. Esa misma noche salimos a festejar<br />
y Annette y Mike terminan besándose en la calle. No lo<br />
puedo creer, pero así resulta y más tarde se van a vivir juntos<br />
a una cabañita en Suiza. A veces vienen a verme, pero pasan<br />
la mayor parte del tiempo en Europa, donde han abierto<br />
una productora de sexo sadomasoquista y otras cerderías<br />
que les tienen ganando un buen dinero alrededor del<br />
mundo. Al terminar de contar esa historia, la reportera<br />
quiere retomar algo de su entrevista. Me pregunta cómo es<br />
28
que Randy termina de actor porno, aquí, en L. A. Entonces<br />
le digo que entre las extranjeras con las que Randy se<br />
acuesta, hay una de Pittsburgh que llega a Oaxaca para<br />
aprender español y de la que termina enamorándose. Su<br />
nombre es Alice. Trigueña de ojos verdes, origen irlandés,<br />
recién graduada de la universidad y dos años mayor que él.<br />
Para ese momento, Randy ha catado los movimientos<br />
sexuales de las mujeres según sus nacionalidades y le parece<br />
que las norteamericanas son las mejores en la cama.<br />
Desprovistas de complejos y creyentes de que representan a<br />
la mejor nación del mundo, cada una coge con la perfección<br />
de una superpotencia. El romance se vuelve más fuerte al<br />
tiempo que el pueblo se levanta contra el gobierno. Es 2006.<br />
En ese tiempo veo unas fotos en los periódicos donde se<br />
muestra a un montón de encapuchados en las calles,<br />
peleando contra la policía, imágenes de autos incendiados.<br />
En ese momento lo único que pienso es que el tercer mundo<br />
jamás va a cambiar. Se lo digo años después del 2006 a<br />
Randy, lo cual lo pone furioso, como si hubiera dicho que su<br />
madre es una puta. Randy recuerda todo lo que le ha<br />
sucedido en el 2006 con una mezcla de haber vivido algo<br />
importante, pero también con la frustración de no haber<br />
podido alcanzar nada. ¿Y qué hemos cambiado, Vince?, me<br />
lanza la pregunta la primera vez que hablamos del tema en<br />
ese restaurante alemán y luego vuelve a decirla cuando me<br />
cuenta que su amigo indio le ha propuesto apoyar una<br />
revolución. Yo sé que esa pregunta realmente se la hace<br />
Randy a sí mismo, como para convencerse o darse fuerzas<br />
de seguir adelante. Sólo hemos logrado que lleguen al poder<br />
otras ratas engendradas de la misma basura, dice. Y esto<br />
que cuento, señorita, da pie para que Randy me cuente su<br />
vida en el 2006, digo aquí, a lado de mi alberca. Alice está a<br />
su lado en los meses en que el pueblo toma la ciudad.<br />
Terminan ellos mismos quemando autos y luchando contra<br />
la policía. Me cuenta de la vez en que casi los atrapan y<br />
29
deben pasar dos días aguantando el frío y el hambre,<br />
escondidos en un edificio abandonado. Y al calmarse las<br />
cosas deciden casarse en México, pues ni en sueños podrían<br />
conseguir un permiso para que Randy viaje a los Estados<br />
Unidos de manera legal. La boda es una ceremonia civil.<br />
Además del juez, asisten a la boda un par de amigos de<br />
testigos, los padres de Alice y sus hermanas. Por supuesto, la<br />
boda es para lograr que Randy adquiera la nacionalidad<br />
estadounidense. De ahí, imagino que pasa un tiempo hasta<br />
que al fin tienen listos los papeles y él puede viajar a<br />
Pittsburgh, donde el padre de Alice es capataz en una fábrica<br />
en la que encuentra trabajo. Al principio viven en el sótano<br />
de la casa de los padres de Alice. Con el tiempo y el dinero<br />
que gana ella como maestra en una escuela para niños con<br />
retraso mental, alquilan un departamento diminuto. Sin<br />
embargo, el matrimonio no dura mucho. Randy se ha<br />
acostumbrado a ganarse la vida seduciendo mujeres. Eso de<br />
levantarse todos los días temprano para ir a la fábrica le<br />
comienza a parecer una pinche mierda porque<br />
definitivamente nada ha cambiado. Ha dejado de ser un<br />
pinche pobre en México para convertirse en un pinche<br />
pobre en los Estados Unidos de América. Los sueños de la<br />
revolución le empiezan a parecer cada vez más lejanos y a<br />
tornarse en la figura adulterada pero deliciosa de una<br />
mentira. Al año y medio de matrimonio, poco queda en<br />
Randy de aquel muchacho que embozado secuestraba<br />
autobuses para hacerlos arder en medio de las calles y<br />
formar barricadas. Ahora es un obrero que se levanta todos<br />
los días a las seis de la mañana, nieve o llueva, para ganar<br />
diez dólares por hora. Pasan dos años y aguanta el ritmo de<br />
la vida e incluso cambia y se dedica a trabajar como un loco.<br />
Quiere convertirse en la reencarnación del sueño americano,<br />
pero nada de eso está en su naturaleza. Así son las cosas. A<br />
veces te dan ganas de cambiar y otras no. Lo mío es el caos,<br />
me dice Randy cuando se le junta el alcohol y la cocaína, y<br />
30
esperamos en este mismo lugar en que ahora estamos<br />
sentados, la salida del Sol después de sobrevivir a una larga<br />
fiesta. Empieza a acostarse con una que otra empleada de la<br />
fábrica donde trabaja. Intenta ser cuidadoso, pero un<br />
antiguo amigo del instituto se da cuenta y se lo cuenta a<br />
Alice, quien no se comporta como lo haría una esposa<br />
despechada y le da el ultimátum para desaparecer antes de<br />
que ella pida la disolución del matrimonio y comience a<br />
buscarlo la policía o quien chingaos sean los que se encargan<br />
de cazar a los ilegales. Así es como, al poco tiempo, Randy<br />
espera un tren para cruzar los Estados Unidos y llegar a L.<br />
A. Tiene la inteligencia de llevarse algunos dólares que lleva<br />
ahorrando, y después de casi doce horas, llega a Los Ángeles<br />
con la sensación de que los sueños, como los trenes, tienen<br />
hora de llegada y de salida y que uno, muchas veces, es un<br />
pasajero que debe bajarse aunque no quiera. El primer día<br />
en que Randy pisa el suelo de esta ciudad entiende que<br />
también como se termina un viaje comienza otro y lo que<br />
entonces resta es ponerse cómodo para disfrutar del paisaje.<br />
Pero de comodidades nada. Regresa a vivir en cuartuchos<br />
malolientes y a trabajar igual o más que en Pittsburgh.<br />
Entiende que sólo con suerte es fácil cambiar de vida.<br />
Trabaja como jardinero en algunas casas de Beverly, donde<br />
se coge a un par de hijas adineradas, dos señoras y por<br />
supuesto que a varias sirvientas que le dan información<br />
para una banda de asaltantes que Randy forma. De aquel<br />
dulce estanque saca un poco más de dinero y comienza, por<br />
algunos meses, a darse la gran vida. También se hace a la<br />
idea de que la revolución no sirve para nada. (Aprovecho<br />
esto último para descansar un poco y ver a la reportera,<br />
quien mira incesantemente al negro camarógrafo como<br />
diciéndole carajo, este tipo cómo le da vueltas a las cosas.<br />
Me río y mientras expulso el humo del cigarro pienso que<br />
tal vez ya es hora de comenzar a hablar de Tito el triqui, del<br />
amigo de Randy, quien a final de cuentas fue quien volvió a<br />
31
aparecer en su vida y le puso enfrente, una vez más, el tren<br />
del sueño revolucionario y un ticket para subirse. Ahora<br />
Randy está desaparecido y lo señalan como el culpable de<br />
matar a todas esas personas en el lindo México. Miro al<br />
cielo. Se ha nublado y empieza a soltarse el viento. La bata<br />
ya no me protege de esta brisa que viene del mar y empieza<br />
a helarme los huevos). Vamos dentro, les digo a mis<br />
invitados. Me calzo las sandalias y comienzo a caminar algo<br />
errante hacia el ventanal de la sala. De inmediato voy al bar<br />
a prepararme una bebida que sirva para contar lo que sigue,<br />
porque ya el whisky no hace mucho efecto y necesito algo<br />
más fuerte. Decido que para contar eso debo hacerlo con la<br />
bebida que Randy me trajo una vez: mezcal. La bebida de su<br />
tierra. Entonces volteo y descubro que la reportera y el<br />
negro camarógrafo me han seguido. El mezcal es una bebida<br />
que Randy me regaló, les digo, para interesarlos en beber. La<br />
reportera se lo piensa, mira a la cámara y pregunta: ¿Te<br />
apetece, Alabama? Entonces el negro por segunda vez deja<br />
de filmar. No me vendría mal, señorita Autumn, dice el muy<br />
hijo de la chingada, como si fuese todavía un esclavo. Sirvo<br />
dos caballitos más, rebano limones que coloco en un platito<br />
y pongo sal a un lado. Salud, les digo. Los tres brindamos y<br />
nos tomamos de un tirón el mezcal. La reportera hace cara<br />
de asco. El negro y yo ni nos inmutamos. Los tres sentimos<br />
el calor llegando al estómago como un fuego benévolo.<br />
Descubro con sorpresa que la reportera ha cruzado las<br />
piernas y se le notan unos muslos duros, hechos para resistir<br />
los embates del más terrible de los armamentos. Les ofrezco<br />
un cigarro. Aceptan con gusto y empezamos a fumar en<br />
silencio. Pasan unos minutos y de repente carraspeo un<br />
poco. El negro entiende, apaga el cigarro en el cenicero y se<br />
coloca otra vez la cámara al hombro. Enciende el aparato y<br />
comienza a grabar. La rubia reportera se acomoda en el<br />
sillón. Empiezo diciendo: Siempre me pareció que Tito el<br />
triqui tenía cara de demonio. Me lo presentó Randy durante<br />
32
una caminata que hicimos por la playa de Venice Beach. Era<br />
de noche y habíamos salido en parejas: él iba con FlowerTucci<br />
(quien se había tomado un descanso de su relación lésbica<br />
con Olivia O´Lovely y llevaba algunas semanas cogiendo<br />
detrás de cámaras con Randy). Y yo iba con Naomi (para<br />
ese entonces, llevábamos cuatro años viviendo juntos desde<br />
que nos enamoramos en la Costa francesa). El motivo de la<br />
celebración se debía a que Naomi había quedado embarazada<br />
y nos proponíamos conseguir una casa en Sacramento,<br />
donde ella se retiraría a cuidar de nuestro hijo mientras yo<br />
filmaba las últimas películas que nos darían el dinero<br />
necesario para pasar el resto de nuestra vida alejados de la<br />
Industria. En ese entonces, planeábamos hacer la boda.<br />
Habíamos cenado en un restaurante italiano (a mí me<br />
hubiera gustado haber ido a algún restaurante de<br />
Hollywood), pero Naomi tenía antojo de estar ahí. Le traía<br />
recuerdos de cuando era una chica desconocida que acababa<br />
de llegar de un pueblo de Montana y se ponía a caminar por<br />
la playa pensando de qué mierda iba a vivir. Llevábamos<br />
unos diez minutos, cuando al pasar frente al gimnasio que<br />
está al aire libre, nos dimos cuenta que había cuatro hombres<br />
con pinta de mexicanos, indios, discutiendo acaloradamente<br />
a la luz de los faroles. Tres de ellos vestían el uniforme de<br />
ayudantes de cocina de algún restaurante que estaba cerca.<br />
El otro, el que los miraba de frente y de forma agresiva,<br />
vestía pantalón holgado y una sudadera que le quedaba<br />
grande. Eran bajos de estatura y el que no estaba uniformado,<br />
por su forma de hablar a los demás, parecía ser el jefe. Randy<br />
y yo abrazamos a nuestras mujeres, pensando que podía<br />
tratarse de unos putos pandilleros. Incrementamos la<br />
velocidad de nuestro paso, cuando veo que surge en la cara<br />
de Randy una sonrisa que le llena media cara. Parece<br />
reconocer a alguien. ¡Ya cayó, ya cayó, Ulises ya cayó!, grita<br />
Randy. Los mexicanos se voltean inmediatamente a vernos.<br />
Él suelta a Flower, abre los brazos y avanza hacia el sujeto<br />
33
que parece el jefe. A su vez, el que parece el cabecilla ladea<br />
la cabeza como si tratara de reconocer quién diablos es el<br />
hombre alto y moreno, con cabello largo y camisa<br />
semiabierta que se dirige a él. ¿Pero qué hace? ¡Detenlo!, me<br />
susurra Naomi con terror, agarrando mi saco con fuerza<br />
por la parte del brazo. La tranquilizo diciéndole que Randy<br />
parece conocerlos. En ese momento, el jefe también abre los<br />
brazos y va al encuentro. Tiene una barba que le crece como<br />
un manchón solitario de yerba en el desierto. Sin embargo,<br />
habla un inglés muy educado, con un dejo de acento en<br />
español muy fuerte. Cuando lo saludo, me sorprende su<br />
mano: pequeña y al mismo tiempo tan dura como si<br />
estuviese saludando a una piedra. Apenas me mira. Prefiere<br />
desvestir con la mirada a Naomi y Flower. No lo culpo.<br />
Cualquier hombre lo hubiese hecho. Randy lo abraza como<br />
se hace con un colega del colegio y nos dice que Tito ha sido<br />
su compañero en la revuelta de Oaxaca, allá en México.<br />
Varias piedras les partimos en la cara a muchos pinches<br />
policías, dice Randy. Tito sonríe, pero no parece<br />
enorgullecerse mucho del pasado. ¿Qué haces aquí?,<br />
pregunta Tito a Randy. Nuestro amigo voltea a vernos,<br />
guiña el ojo y le suelta que se dedica al cine. Vaya, al cine,<br />
dice Tito. Después platican algo en español y puedo darme<br />
cuenta de que Tito está alegre por el reencuentro, pero que<br />
necesita volver rápidamente a sus negocios con los otros<br />
tres indios. Intercambian números de celular, nos<br />
despedimos cortésmente y seguimos caminando hacia<br />
donde hemos dejado los coches. En el camino, Randy nos<br />
cuenta la historia de su amigo y de cómo lo ha conocido.<br />
Por momentos su voz tiembla, como si no pudiera sostener<br />
todo lo que desea contar. Nos cuenta los días en que piensa<br />
en la revolución y en cambiar la realidad, de las barricadas y<br />
el olor a gasolina y de la manera en que las llamas hacen<br />
arder a los autos y cómo ese humo apesta a fierro y plástico,<br />
pero que a él le huele como si al fin hubiese olido la preciosa<br />
34
ajadura de la libertad. Por supuesto que también nos cuenta<br />
la historia de Tito, quien es un indio de la etnia triqui que ha<br />
conocido luchando contra la policía. Ellos lanzan piedras<br />
con la cara embozada en paliacates remojados en vinagre y<br />
Coca-Cola y la policía contesta con gas pimienta y chorros<br />
de agua. Y es que Tito ha tenido una vida de mierda, nos<br />
dice. Es así como Randy empieza a hablar del pequeño Tito<br />
que ha nacido entre montañas que jamás hemos imaginado,<br />
donde ni siquiera existe la televisión. Nos cuenta el día en<br />
que llegan los militares a tocar a la casa de la familia de Tito,<br />
y nos cuenta la forma en que los soldados entran al jacal a<br />
base de patadas y de los tiros que echan al aire, de cómo<br />
golpean al padre de Tito hasta que ya no pude decir nada<br />
sobre la guerrilla, de cómo violan a la madre de Tito frente<br />
a él y sus hermanos, sólo para divertirse por el tiempo<br />
perdido. Y mientras fumamos un buen churro de mota,<br />
recargados en el auto de Randy, empezamos a saber que<br />
Tito le cuenta toda su vida en una noche que está cargada<br />
con el humo de las llantas ardientes, y cargada también del<br />
miedo a las Caravanas de la Muerte que recorren las calles<br />
para dispararle a los que protegen las barricadas. Caravanas<br />
de la Muerte hechas de policías que obedecen órdenes de<br />
algún jefe, o simplemente porque (también como los<br />
soldados que años atrás violaron a su madre), querían<br />
sacarle provecho al tiempo perdido. Estamos en un camión<br />
que hemos atravesado en una avenida y que hemos<br />
convertido en la guarida de los bazukeros, dice Randy;<br />
somos los que lanzan cohetones a los policías, las llantas<br />
quemándose nos dan calor y Tito me cuenta de lo puta que<br />
ha sido la vida con él. Entonces la suerte, o esa corriente de<br />
sucesos que llaman destino hacen que esa noche aparezca la<br />
Caravana de la Muerte, disparando hacia el autobús donde<br />
se encuentran con otros bazukeros. Uno de sus compañeros,<br />
un muchacho de doce años que antes de la revuelta limpiaba<br />
parabrisas en los semáforos, recibe un tiro en el pecho y<br />
35
muere. Flower toma de la mano a Randy y le besa la mejilla.<br />
Naomi y yo nos miramos y creo que ambos sabemos que es<br />
algo que afecta tremendamente a Randy. Pero nada podemos<br />
hacer, pues nadie puede salvar a nadie del pasado. Cada uno<br />
carga con sus recuerdos. Recuerdos que lo mismo son<br />
diamantes que un montón de basura que sólo podemos ver<br />
y oler a la distancia, pero jamás tocar. Sin embargo, algo me<br />
dice que una parte del pasado de Randy le ha vuelto a echar<br />
la red encima. Esa misma noche, ahí en Venice Beach, nos<br />
enteramos de cómo esos muchachos luchan contra los<br />
policías, cuando entran a la ciudad para terminar con la<br />
revuelta. Los bazukeros y miles de personas más pelean<br />
como si se tratara el fin del mundo, pero que para ellos sólo<br />
se trata de proteger al sueño recién nacido que durante<br />
meses llevan defendiendo. Y nos enteramos de cómo dejan<br />
de verse, cuando sudorosos y cansados se dan cuenta que<br />
los miles de policías, protegidos con escudos y toletes,<br />
empiezan a abrir las calles hasta llegar y quitar con un<br />
bulldozer el autobús donde varios meses los bazukeros han<br />
vivido. Randy y los bazukeros no quieren retroceder, pero<br />
es imposible continuar en sus puestos. Serán atrapados por<br />
la policía. Empiezan a incendiar todos los autos y edificios<br />
que ven a su paso. Quieren incendiar donde todo comenzó<br />
y donde pronto todo va a terminar. Randy y Alice huyen y<br />
se esconden en un edifico abandonado. Sin embargo, Tito<br />
continúa luchando. La última visión que tienen de él es<br />
lanzando piedras como si en cada roca estuviera el odio de<br />
su padre golpeado y su madre violada. Resiste de tal forma,<br />
que varios policías deben aplacar a ese muchacho tan<br />
enfurecido como un demonio que grita y llora como si<br />
acabara de ver morir la última oportunidad de mejorar las<br />
cosas en su vida. Tito termina pasando más de un año en la<br />
cárcel. Es lo último que Randy llega a saber de él, un día al<br />
leer en el portal electrónico de un periódico los nombres de<br />
la gente que los policías han cazado como liebres en el<br />
36
campo. Y aquí es donde esa parte de la historia del porno<br />
star mexicano la dejo de conocer, le digo a la reportera.<br />
Sirvo otro mezcal. Volteo a ver las paredes de la sala. Ahí<br />
cuelgan los cuadros que he comprado y donde posan<br />
enmarcadas las portadas de las películas en las que he<br />
actuado y dirigido; las entrevistas que me han realizado y<br />
los premios que he ganado con el poder (aparte de mi verga<br />
erecta y de mi semen) de mi talentoso ojo para mirar el lado<br />
más perverso y excitante del cuerpo de una actriz del porno,<br />
de sus secreciones y de sus besos más tiernos como sueños<br />
que se olvidaron, de futuros que se convirtieron en<br />
Universos-Sombra, pero que en este mundo son oro. Y<br />
carajo, todo lo que eso me ha costado. Alzo la mirada un<br />
poco más. La desvío hacia donde sé que podré ver esa<br />
pintura que Naomi y yo compramos en la “Mostra de Cine<br />
Erótico de Venecia”. Es un paisaje, un bosque que esconde al<br />
mar o un mar que se esconde tras del bosque. Se lo<br />
compramos a un muchacho que tenía varios cuadros para<br />
vender sobre la acera. ¿Qué nos gustó de la pintura? En ese<br />
momento le digo a Naomi que el cuadro me gusta porque<br />
tiene impresa la nostalgia de la posibilidad y la calma, de<br />
algo que bien puede acercarse a un momento de felicidad.<br />
¿Y tú?, le pregunto a Naomi, mientras pongo mi brazo<br />
alrededor de ella. Estamos indecisos de comprar la pintura.<br />
Yo pienso en lo que necesitaré hacer para volar con la<br />
pintura hasta los Estados Unidos: habrá que desmontarla<br />
del marco y después enrollarla y buscar algún empaque<br />
donde viaje segura. Pero Naomi habla y me deja sin palabras.<br />
Felicidad, dice Naomi sin quitar sus ojos de la pintura.<br />
Sonríe y nunca me ha parecido más hermosa, más pura,<br />
más inocente, más encabronadamente perfecta. Quiero que<br />
la compres, Vince, se trata de nuestra felicidad, dice. Me<br />
acerco al muchacho y él me dice el precio del cuadro, el cual<br />
es barato, pero nuestras ilusiones puestas en él (como un<br />
símbolo del instante que vivimos) son demasiado altas. Y al<br />
37
final, sin saber por qué vemos en esa pintura algo distinto<br />
de lo que realmente es, quedamos hechizados. Y es sólo<br />
ahora que he perdido a Naomi, en que me doy cuenta que<br />
ese cuadro es sólo una pinche pintura. Una pinche pintura<br />
que tiene la rara cualidad de hacerme recordar, con perfecta<br />
claridad, que ese año nuestra presencia en la “Mostra de<br />
Venecia” es estupenda. Salgo de la noche de gala con el<br />
trofeo de mejor director gonzo en las manos, con la<br />
grabación que Naomi y yo autorrealizamos en la intimidad<br />
de nuestra cabaña frente a las blancas playas de Aruba.<br />
Vendo la película por dos millones de dólares a una cadena<br />
hotelera que tiene negocios en todas partes del planeta y es<br />
así como, llenos de dinero y llenos de amor, es decir,<br />
esperando a nuestro primer hijo, Naomi y yo regresamos a<br />
América. Hemos ideado el plan perfecto para terminar con<br />
nuestros días en la Industria del Sexo. De ahora en adelante,<br />
lo hemos decidido, únicamente seremos dos padres<br />
dedicados a cuidar a su hijo. Estamos orgullosos de todo lo<br />
que hemos vivido, incluso de los momentos de mierda que<br />
tiene la vida, pues al fin nuestro futuro se verá recompensado.<br />
¿En qué maldito instante se tuerce todo? ¿Por qué somos<br />
capaces de pensar que el futuro será perfecto, que el futuro<br />
y la vida prometida serán nuestros? ¿Cuándo firmamos los<br />
papeles que nos hicieron dueños de tales sueños? Sólo<br />
puedo decir que estamos llenos de esperanza. Kilos,<br />
toneladas de esperanza. Y aun ahora, con los días tan lejanos<br />
como un avión que se ha levantado en el aire y se pierde<br />
atrás de las nubes y es imposible de distinguir, aun ahora, no<br />
dejo de dudar en la pureza de esos gramos de esperanza.<br />
Creo en ellos aunque lo cierto es que las cosas se<br />
descompusieron a los pocos días de conocer a Tito en<br />
Venice Beach. Una mañana, Naomi y yo nos levantamos<br />
tarde, pero felices. La noche anterior la he grabado, desnuda,<br />
con su vientre abultado y sus tetas que empiezan a rezumar<br />
leche. La grabo porque planeo hacer un video erótico donde<br />
38
ella muestre su cuerpo deformado por la maternidad. El<br />
cuerpo de una mujer que está a punto de parir. El cuerpo de<br />
nuestro futuro convirtiéndose en realidad. Algo nunca visto<br />
en la Industria del Sexo. Habría sido algo inofensivo, de no<br />
ser por el calor que me producen las posturas de Naomi, el<br />
que roce con sus manos mi verga y que la levante tan alto<br />
como en mis mejores días y entonces nos nazca, pues ella<br />
también lo siente palpitar, el deseo de coger. Ya antes hemos<br />
tenido sexo con ella en ese estado, siete meses; el doctor nos<br />
ha dicho que no existe problema alguno, que es algo más<br />
común y menos peligroso de lo que se piensa. Pero nadie, ni<br />
siquiera los consejos de Nina Hartley para tener sexo en el<br />
embarazo, habría podido advertirnos de esa puta madrugada<br />
en que Naomi despierta empapada en sangre. Llamo al 911<br />
y en pocos minutos la veo perderse en la camilla, débil y<br />
pálida; atrás de las puertas de emergencia, custodiada por<br />
doctores y enfermeras. Perder a nuestro hijo resulta<br />
espantoso para los dos. En los días que siguen, todo intento<br />
por ayudarla a salir de la depresión resulta inútil. Peleamos<br />
por cualquier cosa. Me quiere acuchillar cuando una<br />
mañana le digo que el día está soleado y es muy bello. Pocos<br />
días después, Naomi me abandona una tarde en que yo<br />
estoy fuera de California; he tenido que volar a Miami para<br />
grabar una escena de culos latinos con Ice la Fox y Sophia<br />
Castello. A mi regreso a Los Ángeles, las cosas de Naomi<br />
han desaparecido de los armarios, como si de repente ella<br />
no existiera en mi vida o alguien la hubiese borrado. Sólo<br />
encuentro una nota puesta sobre la cama. Reconozco su<br />
letra. Ella ha escrito: Lo siento, Vince. No sé de ella durante<br />
varios días. ToriLane y BobbiStarr, sus mejores amigas<br />
dentro de la Industria, sólo me dicen que se ha mudado a un<br />
departamento en Santa Mónica. Déjala tranquila, me piden<br />
aquellas zorras, como si yo fuera el culpable de la pérdida de<br />
nuestro hijo. Dejo correr los días. Estoy seguro que Naomi<br />
volverá conmigo. Pero no tardo en recibir una noticia que<br />
39
me pega tan fuerte como si Babe Ruth desde la muerte<br />
hubiera conectado mi corazón y lo mandara fuera de la<br />
barda. Naomi ha decidido firmar con Brazzers y tendrá en<br />
pocos días una escena con DP y ATM con Marco Banderas<br />
y el puto de Tobi Robinson. Maldigo al porno, maldigo a la<br />
Industria y al momento en que se ha convertido en una<br />
fábrica de mete y saca de carne, y maldigo a Naomi por ser<br />
tan hija de puta como para grabar una escena con otros<br />
hombres, mientras yo sigo masturbándome con la fantasía<br />
de que esa mujer me ama. Me maldigo a mí mismo. El día<br />
que va a ser la grabación, me emborracho con tequila y<br />
esnifo coca hasta que los huesos me tiemblan. Estoy<br />
acostado junto a la alberca y ni siquiera puedo pararme. En<br />
algún momento de la borrachera pienso en sacar el teléfono<br />
celular y preguntar a mis contactos dónde se realizará la<br />
grabación. Me imagino apareciendo por ahí con una<br />
escopeta para impedir a como dé lugar que grabe Naomi.<br />
Quiero hacer una verdadera escena de celos, pero entonces<br />
pienso que seré llamado el imbécil de VincePrezzo y dejaré<br />
de ser el gran VincentPrezzo que se ha cogido a ese gran<br />
culo que es Naomi y quien ha tenido la verga lo<br />
suficientemente hambrienta como para dejarla marchar e ir<br />
a la cacería de más panochas que le produzcan más dólares.<br />
Un momento de dignidad, de egocentrismo estúpido hacia<br />
mi nombre, donde mi preocupación más grande no es<br />
perder el amor de Naomi sino cómo se leerá mi nombre en<br />
las necrológicas del futuro,impiden que ruede hacia la<br />
alberca y me mate. Afortunadamente, también aparece la<br />
cara borrosa de Randy, quien me cachetea la cara y después<br />
me lanza agua fría para hacerme despertar de ese pesado<br />
sueño de arenas movedizas que comienza a tragarme. Con<br />
dificultad me acomodo sobre un camastro. Tras varios<br />
minutos, el pasón de coca empieza a perder efecto y soy<br />
capaz de beber una cerveza a la vez que machuco un cigarro<br />
tras otro, mientras le cuento todo lo que ha sucedido en<br />
40
estos días, de lo tanto que amo a Naomi y de cómo me<br />
resulta imposible creer que, repentinamente, lo que ella y yo<br />
hemos construido ya no exista. Randy me mira con<br />
generosidad, sin lástima disfrazada de amistad. Lo siento,<br />
digo, pero no puedo creer que en este momento en que te<br />
platico esto, a mi esposa se la estén cogiendo dos imbéciles<br />
frente a una cámara. Entonces me surge una risa tan fuerte<br />
como el rugido de una hiena que al poco tiempo se convierte<br />
en llanto. Le digo que me ha llegado la hora de abandonar la<br />
industria y dedicarme al sueño de abrir un hotel en alguna<br />
playa de la India. Pasar el resto de mis días alejado de esta<br />
ciudad y su maldita luz eléctrica. Tranquilo, me dice Randy,<br />
tocándome el hombro como un viejo camarada. Me tallo<br />
los ojos irritados y de un movimiento expulso los mocos<br />
que se han juntado en mi nariz por el llanto. ¿Y dónde<br />
mierda has estado?, le pregunto. Desde esa noche en que<br />
nos emborrachamos después de la cena en Venice te he<br />
perdido la pista. La verdad es que los acontecimientos han<br />
hecho que me olvide también de llamarlo. Pero eso no<br />
importa, yo sólo quiero desviar el tema, pensar en otra cosa<br />
que no sea la imagen de mi esposa siendo penetrada frente<br />
a las cámaras y en los millones de tipos alrededor del mundo<br />
que se masturbarán viendo la escena. Estuve con Tito<br />
preparando la revolución, dice Randy, antes de ponerse en<br />
la boca el vaso de whisky. Yo sigo lo bastante drogado como<br />
para querer escuchar una historia que me distraiga del<br />
momento que vivo. La Revolución suena a nombre de<br />
cantina mexicana, digo. Randy se acomoda con parsimonia<br />
la melena oscura y brillante. Tal vez son los días que llevo<br />
sin ver a mi amigo, pero no tengo duda de que su piel tiene<br />
un tono más oscuro, como si hubiera pasado largo tiempo<br />
bajo el sol. Vuelve a parecerme la reencarnación de Toro<br />
Sentado o del mismo Cuauhtémoc. Sus ojos negros brillan<br />
como si durante ese tiempo se hubiesen convertido en<br />
diamantes que relucen de algo que ya no es el abismo, sino<br />
41
la noche profunda y tranquila que un hombre puede ver<br />
antes de morir. Anda, dame otro cigarro, le pido desde el<br />
camastro. Me acerca la cajetilla y luego el encendedor. Doy<br />
una larga fumada viendo hacia la tarde que comienza a<br />
volverse color naranja cuando se oculta el Sol en el mar.<br />
Cuenta cómo has preparado la revolución, le digo con la<br />
mirada puesta en el cielo, dime qué licores has usado. Uso<br />
esta frase para mirar los ojos azules de la reportera. Sus<br />
labios se han despintado ligeramente por la bebida. Alabama<br />
luce cansado de cargar la cámara en el hombro. Necesito un<br />
trago antes de seguir, les digo. Me sirvo y hago el gesto de<br />
quererles rellenar sus caballitos. Antes de que ambos puedan<br />
negarse, ya les he vertido el mezcal. Hace calor, dice<br />
finalmente la reportera. Ha dado un trago al caballito de<br />
mezcal que he rellenado. Me paro a abrir la ventana, pero<br />
no parece suficiente. Se levanta y se quita el saco color beige<br />
que lleva puesto. El camarógrafo y yo la hemos mirado<br />
levantarse del sofá y elevar frente a nuestros ojos una figura<br />
digna de sobrevivir a la muerte. Al desabrocharse el saco, el<br />
movimiento me ha permitido repasar su cuerpo, las piernas<br />
bronceadas y anchas que anteceden a un par de muslos<br />
generosos para resistir los embates de una gran verga. Sus<br />
tetas son carnosas. Su cuerpo entero pertenece a la clase de<br />
mujer que pocas veces logran verse. La imagino más joven.<br />
Es toda una belleza, sin una sola inyección de bótox que<br />
busque rescatarla de los golpes del tiempo. Miro su cuello<br />
porque sé que ahí está el secreto de su edad. La piel un poco<br />
arrugada me lo indica. Ella vuelve a sentarse y al hacerlo, se<br />
coloca un poco más cerca de mí. Subo una de mis piernas al<br />
sofá para verme más relajado y el movimiento me permite<br />
rozar ligeramente la punta de su zapatilla. Debajo de la bata<br />
experimento el alzamiento inmediato de mi verga que<br />
quiere abalanzarse en busca de su boca. Ella parece darse<br />
cuenta del efecto que ha producido en mí. Sus mejillas están<br />
rojas. Se acomoda el cabello. Miro rápidamente al<br />
42
camarógrafo. El negro intuye que algo inesperado puede<br />
pasar. La revolución, dice de improviso la reportera para<br />
regresarme al relato que he interrumpido. Ah, sí, claro, la<br />
revolución que estaban preparando Randy y Tito. Y así es<br />
como empiezo a contar la tarde en que Randy me dice que<br />
Tito le llama a la semana siguiente de rencontrarse en<br />
Venice. Le llama varias veces al teléfono. Se da cuenta de<br />
esto cuando vuelve a encender su celular después de pasar<br />
la mañana entera grabando el nuevo video de American<br />
Anal Starlets, donde tiene la oportunidad de cogerse a<br />
JynxMaze y Katie St. Ives, dos jovencitas que apuntan para<br />
convertirse en las nuevas estrellas del cine anal. Randy dice<br />
a Tito que pasará a recogerlo en su casa del Éste de L.A. Su<br />
viejo amigo le dice que, en ese momento, está en Madera,<br />
justo a la mitad del Valle de San Joaquín, a ocho horas de<br />
viaje. Es por eso que quedan de verse al día siguiente, otra<br />
vez en Venice, junto al parque de patinaje. Randy llega<br />
puntual. Algunos muchachos hacen acrobacias con sus<br />
patinetas. Se deslizan sobre el asfalto como si la fuerza de<br />
gravedad no estuviese hecha para ellos y la tabla. Unos<br />
surfeadores del concreto. Randy encuentra a Tito sentado<br />
en una banca, viendo el parque de patinaje. Está muy atento.<br />
Observa la diversión que produce patinar. Sabe que esos<br />
muchachos son inconscientes de que las lesiones terminarán<br />
por destrozarles las rodillas en unos años más hasta<br />
convertirlos en adultos de rótulas crepitantes. Pero es una<br />
hora de la tarde de un día que tal vez no quede grabada en<br />
su memoria. Nada importa fuera del ahora. Es la mezcla del<br />
ahora y el mañana. Es una bebida que no te deja lugar para<br />
las dudas. Esto no lo invento. Son palabras que dice Randy,<br />
porque al sentarse, Tito el triqui comienza a contarle su vida<br />
después de la revuelta del 2006. Luego llega el turno de<br />
Randy, quien habla de qué clase de actor se trata y de las<br />
más de mil mujeres que se ha cogido desde que ha empezado<br />
en el porno. Entonces se dan cuenta de que todo lo que<br />
43
hablan se trata del pasado y que es el pasado lo que les ha<br />
hecho diferentes. Pero ahora están juntos, mirando a unos<br />
jóvenes patinar. Metros adelante las olas pegan contra la<br />
arena, la gente se baña y dejan que el sol le tueste la piel. Tito<br />
le cuenta que al salir de la cárcel, se dedica a luchar contra el<br />
gobierno. Grafitea paredes y protesta en las calles. Se vuelve<br />
socio de varias organizaciones comunistas hasta que ingresa<br />
a una Unión de Pueblos Indígenas, atraído por las palabras<br />
de un viejo que habla de las injusticias que han sufrido los<br />
indios como él, desde la Conquista. Es un hombre de voz<br />
tranquila que habla de convertir la esperanza en realidad.<br />
Cuenta su pasó por la frontera a través del desierto, de las<br />
dos personas que ve morir en el cruce y de lo cerca que una<br />
víbora de cascabel estuvo de morderlo. Los viejos amigos<br />
hablan durante un buen rato. Cuando la visión de los<br />
patinadores les cansa, van a un bar. A Randy le interesa<br />
saber más sobre la vida de su amigo y es por ello que le<br />
pregunta en qué restaurante trabaja. Tito dice que él no<br />
trabaja en ningún restaurante. Era una reunión que tenía<br />
con hombres de mi organización que dan dinero para el<br />
Movimiento. Randy le dice que quiere ayudar. Tengo dinero,<br />
mucho dinero, dice. El porno paga bien y me gustaría<br />
colaborar en tu organización. Le habla a Tito de la taquería<br />
que ha abierto en Huntington Park y del vibrador que se<br />
vende en las sex shops del mundo y que se anuncia como<br />
una copia de su verga morena. Tito ríe, pero no dice nada al<br />
respecto. En cambio, cuenta que el día anterior ha estado en<br />
la pequeña ciudad de Madera, donde se vio con unos<br />
compañeros que harán con él la revolución. Será en un<br />
pueblo que se llama Unión de los Ángeles, en las montañas<br />
de Oaxaca. No se trata de cualquier pueblucho. Es donde<br />
Tito ha nacido y ha visto a los militares destrozar la vida de<br />
su familia. Randy no duda. Encontrarse con Tito, después<br />
de tantos años y con las posibilidades de no volverse a ver,<br />
piensa, se debe a una razón. Es la fuerza del cosmos, se le<br />
44
ocurre. Siente la posibilidad de volver a cumplir el sueño de<br />
luchar por un lugar mejor, uno donde no existan diferencias<br />
sociales, ni hambre, ni violencia. Parece que al final vuelven<br />
a la vida las conversaciones y frases que tanto se repitieron<br />
en la revuelta del 2006 contra el gobierno. Atrás quedan las<br />
caravanas de la muerte. Una vez más, tiene la oportunidad<br />
de estar en la plaza central de Oaxaca, repitiendo consignas<br />
contra el gobierno y canturreando el nombre del Che y Fidel<br />
Castro, de Lenin; de Benito Juárez y Flores Magón; de Engels<br />
y Marx. Repitiendo aquellos nombres que le parecen salidos<br />
de una época perdida e imposible. Rostros de unos hombres<br />
impresos en tela, donde los maestros cuentan historias y<br />
dicen que tuvieron la fuerza para buscar la justicia. Tito<br />
sabe lo que Randy debe estar pensando, pues él mismo ha<br />
creído en aquellos personajes como si fueran santos. Ha<br />
leído sus pensamientos a lo largo de los años. Entiende que<br />
las cosas sólo pueden cambiar a base de ideas y acción. Para<br />
lograr el sueño de libertad y justicia es necesario tener el<br />
suficiente valor para llevar a cabo las cosas, incluso si la<br />
muerte se atraviesa en el camino. Terminan la reunión en<br />
un table dance cercano a la autopista 5. Randy paga los<br />
gastos de la rubia que se coge Tito y descubre que le gusta<br />
ver cómo su amigo disfruta de las tetas blancas. Mientras<br />
Tito lo hace con la rubia, Randy sólo fuma y fuma, pensando<br />
que pronto va a terminar su vida en el porno. El domingo<br />
siguiente, Randy acompaña a Tito para encontrarse con<br />
algunos indígenas triquis que viven en un pueblucho del<br />
Valle de San Joaquín y simpatizan con la causa. Es un viaje<br />
de cinco horas. El día convenido para viajar, Randy pasa en<br />
su Hummer negra de rines cromados a recoger a Tito.<br />
Espera media hora en el sitio donde quedó de verse, pero<br />
Tito no aparece. En ese momento, Randy recibe una llamada<br />
a su celular. Es Tito, disculpándose. Ha surgido un problema<br />
y debo marchame muy temprano a Greenfield para asistir a<br />
la reunión, dice Tito. Dime la dirección y llego, dice Randy.<br />
45
Es mejor que lo dejemos para otro día, yo te llamo, dice<br />
Tito. Cuelga. Se le nota ansioso, como si algo no hubiese<br />
salido según lo planeado. Cuatro días después, Tito vuelve<br />
a llamar. Es un jueves por la mañana. Se nota más relajado y<br />
pregunta a Randy si pueden verse para platicar sobre Unión<br />
de los Ángeles. Es noche y Randy lo invita a su casa de Long<br />
Beach para que platiquen. Le da la dirección y cuelga. Antes<br />
de que su amigo llegue, Randy hace ejercicio y trata de<br />
relajarse pues en la tarde grabará una escena donde él y Mr.<br />
Pete le harán una doble penetración anal a la jovencísima<br />
AshliOrion. No puede distraerse de la escena que hará.<br />
Debe mantener su verga erecta durante todo el tiempo. Sabe<br />
que sentirá el roce de otro pene y eso no es nada divertido.<br />
En cualquier momento, uno puede desinflarse y romper un<br />
récord de erecciones infalibles. Cuando al fin Randy ha<br />
hecho la escena con éxito y vuelve a su casa, Tito ya lo está<br />
esperando. Ha llegado una hora antes de lo acordado. Ahora<br />
que le cuento esto le digo que la casa de Randy era totalmente<br />
distinta a esta mansión. Digo era, porque vendió su casa<br />
para ayudar a la causa. De madera y color blanco, sus<br />
ventanales dan a un horizonte marino. La casa se levanta<br />
sobre la arena. Cualquiera que la visite, sabe que se trata de<br />
la vivienda de un soltero poco acostumbrado a mantener el<br />
orden en su vida. Sólo entrar, se percibe el olor de panochas<br />
que noche tras noche duermen en su cama. En la sala hay<br />
una televisión, tres libros de autoayuda y una colección<br />
bastante larga de discos de grupos de rock en inglés y de<br />
grupos de rock mexicanos que en mi puta vida he imaginado<br />
que existieran. Una barra con una buena dotación de<br />
alcohol. El olor de la mariguana y del tabaco es el incienso<br />
que se puede respirar y te coloca en estado zen. En la pared<br />
de la sala, dos grandes posters de Emiliano Zapata y otro<br />
tipo de bigote que, me dice Randy, es un cantante muy<br />
famoso de rancheras. Sólo estoy una vez en su casa y es<br />
cuando le veo poner un disco de mariachi; acto seguido,<br />
46
destapamos una botella de tequila. Una casa con esas<br />
características es la que seguramente se encontró Tito. ¿De<br />
qué hablan? Por supuesto que de la libertad, la revolución,<br />
del compromiso y más que nada del dinero. Randy le dice<br />
que ha puesto en venta la casa y que la ganancia será para la<br />
liberación de Unión de los Ángeles. Tito olvida el carácter<br />
serio y reservado que la cárcel y los golpes del gobierno le<br />
han producido, y sonríe como un niño que ha podido dejar<br />
por un instante de ser un demonio. Se emborrachan y<br />
terminan hablando de la utopía que están por realizar y de<br />
lo fácil que es volver real lo que han soñado. Casi al final de<br />
la conversación, cuando Tito está por irse al mismo tiempo<br />
que el sol va iluminando la playa, éste le pregunta en un<br />
momento de lucidez a Randy si comprende de lo que<br />
realmente se trata todo lo que han hablado. Sí, dice Randy.<br />
¿Comprendes que tal vez tengamos que matar?, pregunta<br />
Tito. Randy ha pensado mucho en la idea como para<br />
titubear. Tito sonríe, deja ver sus dientes amarillos e<br />
imperfectos, y entonces le dice a Randy que se verán el<br />
domingo en el centro de L. A. Randy acompaña tres veces a<br />
Tito en juntas donde se reúnen con indígenas. Sus mujeres<br />
visten huipiles coloridos y parecen no haber cambiado en<br />
nada su llegada a los Estados Unidos. Mantienen la<br />
costumbre de intercambiar a sus hijas de apenas doce años<br />
de edad por unos cartones de cerveza. Las reuniones se<br />
realizan en casas de algunos indios, pero Randy no sabe de<br />
lo que se habla, pues todas las conversaciones Tito las lleva<br />
en su idioma. Las caras de los indios al ver a Tito son de<br />
respeto y de desconfianza para Randy. Mi amigo reconoce<br />
que la gente le tiene miedo a su paisano. De esto se da cuenta<br />
al querer acariciar la cabeza de una pequeña. La madre grita<br />
como si Randy fuera una especie de asesino. Tito se ríe de<br />
una manera oscura y fría, como si el llanto de la familia<br />
tuviera gracia. Aquella reacción de su viejo camarada<br />
desconcierta a Randy. ¿Puede su amigo ser tan cruel? Randy<br />
47
se da cuenta que una persona puede convertirse en su<br />
propio enemigo. A partir de ahí, comienza a observar a Tito.<br />
No como el amigo, sino como un hombre del que pretende<br />
saber cuánto se parece al amigo que conoció. Algunas veces,<br />
le parece que adopta la risa de los soldados que violaron a su<br />
madre y mataron a su padre. Tito ha vuelto suya la risa de<br />
los tiranos. Por supuesto que Randy esto lo piensa y jamás<br />
se lo dice a Tito, creyendo que a final de cuentas puede<br />
equivocarse pues no habla su idioma y desconoce las<br />
costumbres que esos indios tienen y que si bien son de su<br />
misma región, no se parecen en nada físicamente a él. En<br />
ellos se nota la pureza. Randy es mezcla de indios y negros.<br />
Les une a ellos haber sido pobre y marginado; lo único que<br />
importa es realizar la liberación de Unión de los Ángeles,<br />
esa ranchería perdida en las montañas de Oaxaca, lejos de<br />
cualquier carretera y de la mirada del gobierno. Hambre,<br />
enfermedad e ignorancia son tres caciques que jamás<br />
quieren irse, le dice Tito en una ocasión. Por fin llegará la<br />
libertad, dice en otra. Nada se le debe a la Patria porque la<br />
Patria se había olvidado de nosotros. ¡Arriba las armas!<br />
Patrañas así son las cosas que escupe Tito y que Randy<br />
aprueba como cuando se cata un vino que te puede<br />
emborrachar el alma. Randy ve en el movimiento de Unión<br />
de los Ángeles, la última oportunidad para cumplir los<br />
sueños de juventud. Todo sigue marchando así: Tito<br />
llevando a Randy a las juntas donde él no se entera de nada<br />
y sólo se queda viendo cómo los indios, a veces gustosos,<br />
pero otras con miedo, entregan sobres llenos de dólares que<br />
han sudado para ganar en América. Hasta una mañana en<br />
que ha tenido que ir a un desayuno con uno de los<br />
productores de White Ass #22, una serie de películas<br />
especializada en el sexo interracial, cuando al ver que aún<br />
no llega con quien tiene que verse, toma el periódico que<br />
está a la entrada del restaurante. Él jamás lee, pero leer para<br />
pasar el tiempo le costará a Randy darse cuenta de lo que<br />
48
pasa en realidad. Atrae su atención las fotos de dos indios<br />
que Randy ha visto en un par de reuniones. La nota dice que<br />
los asesinaron la noche anterior y las pesquisas de la policía<br />
indican que los ejecutó un indio de la misma etnia, quien<br />
según testigos, que se hace llamar Comandante Tito. Es el<br />
encargado de presionarlos para que paguen unas cuotas que<br />
se dirigen para comprar armas que se mandan a las<br />
montañas del Sur de México. El sheriff dice que los muertos<br />
se negaron a dar más dinero para la compra de armas y por<br />
eso el Comandante Tito los asesinó. Describe también al<br />
acompañante del asesino: otro tipo de rasgos indígenas,<br />
melena larga y alto. Randy se preocupa cuando se da cuenta<br />
que la descripción habla de él. Sin pensarlo más tiempo,<br />
llama a Tito desde el teléfono celular. La llamada está por ir<br />
al buzón de voz, cuando Tito contesta. ¿Dónde estás,<br />
cabrón?, pregunta Randy. He leído el periódico y viene una<br />
noticia de la chingada. Ando en Nueva York, contesta Tito<br />
calmadamente. Ya sé de lo que se trata. Mañana los que<br />
hablaron olvidarán lo que vieron, dice. Randy quiere saber<br />
por qué los mató. Espera escuchar una explicación que<br />
aclarare el motivo de los asesinatos, aunque en el fondo sabe<br />
que es una pregunta estúpida. En vez de respuesta, escucha<br />
otra pregunta: ¿Sigues pensando que esto es un juego? No se<br />
trata de tener la verga lista para meterla, ¿entendiste, Randy?<br />
Si permitimos que la gente se eche para atrás en el<br />
movimiento, al rato nadie nos dará ni un dólar. Randy sabe<br />
que algo en el fondo de su mente le dice eres un estúpido<br />
por haberte metido en esta aventura. Antes de que Tito<br />
cuelgue, decide meter presión. No estoy seguro de dar más<br />
dinero al movimiento, dice. Se trata de una frase riesgosa,<br />
pero necesaria para comprobar si su amigo también puede<br />
matarlo. Te llamaré al regresar, dice Tito con el tono duro<br />
que le ha escuchado en las reuniones. Cuelga. Seguramente<br />
esa noche junto a la alberca, Randy me cuenta más cosas,<br />
pero yo me siento muy cansado así que lo que me dice ya no<br />
49
lo recuerdo. Me quedo dormido hasta que me despierto en<br />
la mañana, tiritando, pues el grosor de la toalla que me tapa<br />
es insuficiente para detener el frío. Entro a casa y duermo<br />
hasta la tarde, destilando con escalofríos el alcohol y el amor<br />
de Naomi que me resta en el cuerpo. Me tomo una semana<br />
antes de regresar al trabajo. Si algo tiene el porno es que<br />
cada día entra una nueva chica a la industria que quiere ser<br />
la reina del sexo. Decido dejar atrás mi retiro actoral. De<br />
alguna u otra manera tengo que sacar a Naomi de mí. Ella<br />
lleva cogiendo dos escenas con otros tipos. Así es como<br />
llega a mi vida Ashley Leigh a quien planeo volver la nueva<br />
revelación del porno que a sus diecinueve años haré merecer<br />
una nominación a mejor actriz revelación de los premios<br />
AVN. Menuda y trigueña, tiene unos ojos verdes que me<br />
recuerdan al mar en alguna playa, un mar en el que puedes<br />
entrar todo lo que gustes. El mismo día de conocerla, le digo<br />
que hagamos una prueba y me la cojo por primera vez ante<br />
las cámaras. Su piel es tan blanca que se enrojece al toque de<br />
mis manos. Me dice que su familia no sabe que está en la<br />
Industria. ¿Te preocupa que se enteren?, le digo. Pone una<br />
cara cachonda y ríe. Son viejos, dice. Es toda una bribona.<br />
De castigo le termino haciendo un creampie anal que ella<br />
me ruega se lo dé en la boca. No sé cómo, pero al terminar<br />
de decir esto me doy cuenta que he movido mi mano en<br />
algún punto de la historia y que ahora está sobre la rodilla<br />
blanca de la reportera como una especie de coyote que ha<br />
caído sobre la liebre. Una rodilla carnosa en la que apenas<br />
puede notarse el hueso de la rótula. La aprieto como cuando<br />
se palpa una fruta y sé inmediatamente que es una rodilla<br />
hecha para estar en cuatro patas. Miro a la reportera y le<br />
sonrío. Ella baja ligeramente su vista de cielo hacia mi mano<br />
que quiere apoderarse de su rodilla; con las yemas de mis<br />
dedos empiezo a tocarle la parte interior del muslo. Vuelve<br />
a subir sus ojos y me observa fijamente como lo puede hacer<br />
una víbora. Me ve la entrepierna, esa carpa que mi verga ha<br />
50
alzado en su honor. Vuelve sus ojos a mí y después los hace<br />
aletear hacia la ventana donde se quedan quietas como dos<br />
aves azules que observan el jardín y la alberca. Quiero<br />
penetrarla en ese mismo instante. Miro al camarógrafo.<br />
Alabama no ha dejado de grabar, sabe lo que sucede y traga<br />
saliva y en una de esas me doy cuenta que se le ha parado y<br />
de un movimiento rápido se acomoda su Mamba negra en<br />
los shorts color caqui. Me da la impresión de ser un soldado<br />
norteamericano en su día de descanso en Falluyah. He<br />
estado ahí con los putos árabes. Recuerdo el desierto y el<br />
calor de mierda y los niños y los muertos árabes y los<br />
muertos que son muchachos americanos igual de jóvenes<br />
que yo que creen que están salvando la libertad. Negros,<br />
latinos, asiáticos, blancos, U. S. A. born, algunos venidos de<br />
algún país del tercer mundo, abajo del muro de México.<br />
Muchachos que lo único que quieren es pasar unos años en<br />
el ejército para volverse ciudadanos, para ser merecedores<br />
del American Way of Life porque somos los amos del pinche<br />
mundo. Y por eso cuando dejo la guerra y vuelvo a U.S.A. y<br />
veo cómo mi hermano menor juega el último videojuego de<br />
cuatro versiones sobre la guerra, escupo la tierra y me digo<br />
fuiste un imbécil, VincentPrezzo, mejor te hubieras quedado<br />
a dar la guerra con tu videojuego y la tercera dimensión. Por<br />
eso entiendo lo que hace Randy y Tito. Entiendo que tengas<br />
el corazón tan puro como el aire y luego lo pierdas<br />
ensuciándolo y descubras que hay una oportunidad de<br />
volver a purificarte y ser alguien que esté en el mundo como<br />
un Buda o un Jesús sin seguidores ni iglesias de mierda,<br />
pero tan tranquilo como para vivir la vida como si fueras<br />
Adán y encontraras otra vez a Eva después de mucho tiempo<br />
y le dijeras ¡ey! amor, podemos regresar al Paraíso porque<br />
he ido y he matado al hijo de puta que nos expulsó. Pero<br />
pronto comprendes que tu corazón ya no es tan puro y esa<br />
milésima de suciedad en tu corazón te hace perder el sueño<br />
de lograr la felicidad. Porque como en todo sueño, en cierto<br />
51
momento se debe despertar, claro, siempre y cuando no<br />
seas un tipo en estado vegetativo que no se entera de nada y<br />
deben limpiarle hasta la boca. La reportera no me mira, ni<br />
me hace caso, pero yo sé perfectamente de lo que hablo. He<br />
llevado al firmamento estrellas del sexo como también he<br />
truncado futuros posibles: bellas jovencitas cuyos padres<br />
han renegado de ellas. He sido un rey que elige quiénes<br />
entran en mi paraíso de placer y dinero. He sido Dios y<br />
Demonio y he puesto un precio a pagar. Pero nadie es tan<br />
tonto como para pensar que soy el único Dios que existe.<br />
Dejó ese pensamiento a un lado porque, cosa curiosa, ahora,<br />
en este mismo instante en que sobo un poco más arriba la<br />
pierna de la reportera y siento cómo ella pone su mano<br />
encima de la mía y sus uñas largas de color rojo me arañan<br />
un poco el dorso, recuerdo a Inga e Inés, dos hermanas de<br />
Lituania que convierto en estrellas del porno europeo.<br />
Recuerdo a Colette, que llega virgen a mi cama de un hotel<br />
de Praga convencida de que soy un fotógrafo de moda y, a<br />
pesar de su resistencia, termino cogiéndomela como nadie<br />
lo ha hecho, por todos sus agujeros y ella gritando de placer.<br />
Recuerdo a Bagheera y sus pezones negros con sabor rancio<br />
que no sabe si debe escupir mi semen o tragárselo, y hago<br />
que se lo trague y le guste. Recuerdo a Nikki que después se<br />
llama Nikki Anderson y al paso de los años se retira como<br />
una de las grandes pornstars del mundo, que ahora vive<br />
felizmente casada y con suficiente dinero como para no<br />
volver a trabajar. Recuerdo la forma en que llegan todas<br />
ellas, más de mil jovencitas de Europa del Este, entre los<br />
dieciocho y veinte años, tímidas, ilusionadas por convertirse<br />
en famosas modelos de pasarela, vírgenes en sus sueños<br />
sobre el sexo y el futuro que sueñan con París y algún<br />
diseñador famoso y en revistas como VanityFair y algunas<br />
incluso enamoradas de sus novios. Recuerdo a mis<br />
traductoras, a quienes les digo qué quiero que les digan a<br />
ellas y qué cosas no. Recuerdo el placer que me produce<br />
52
verlas sentadas en la orilla de la cama, sus ojos incrédulos al<br />
saber que me dedico al porno, el gozo extremo al<br />
convencerlas de que el sexo es lo mejor del mundo y las veo<br />
entonces comenzar a quitarse la ropa y quedar desnudas<br />
para que les pueda filmar la categoría de su cuerpo y decirles<br />
lo que ellas ya saben, que son hermosas, sin embargo sé<br />
muy bien que es algo que necesitan escuchar. Luego empiezo<br />
a lamerles la vagina hasta ponerlas calientes y entonces<br />
inicio mi verdadera función. Recuerdo a Karina y todo su<br />
aire intelectual que no le sirve de nada, cuando me llama<br />
llorando porque sus amigos la están viendo en el Internet,<br />
cogiendo conmigo. Recuerdo a Anita y su cara de miedo al<br />
ver mi verga y luego tomándola entre su mano y metiéndola<br />
en su boca. Recuerdo la tristeza que me da saber a las pocas<br />
semanas que se suicida lanzándose de un puente en Budapest<br />
porque su novio se entera de lo que ha hecho y la llama<br />
puta. Recuerdo que soy agresivo al momento de cogérmelas,<br />
un toro que despotrica contra lo que tiene enfrente y<br />
terminaba siendo cariñoso, me enamoro de ellas, las veo<br />
como hermanas, son mi madre de joven. Recuerdo que les<br />
pago unos euros más por aparecer en mi casting, una mierda<br />
de dinero en comparación a lo que me dejarán sus videos al<br />
venderlos alrededor del mundo. Me pregunto si ellas serán<br />
conscientes de que alguien estará masturbándose en algún<br />
lugar que ella y yo jamás conoceremos. Sí, he sido un<br />
verdadero hijo de la chingada, lo sé. Tal vez lo sigo siendo.<br />
Pero nadie ve que soy un constructor de sueños al mismo<br />
tiempo que un terrorista de futuros. Soy de la misma calaña<br />
de los tipos que Randy quiere exterminar y que, sin saberlo,<br />
él también termina siendo. No pido perdón ni lo busco. La<br />
industria porno es la luz del dinero y nuestras vidas son<br />
igual de oscuras que las sombras de todo ser humano:<br />
abogados, maestras, sacerdotes, doctores, administradoras,<br />
presidentes. Depende de qué tan de acuerdo estemos con la<br />
densidad de nuestra vida, con esa soledad que sólo se nos<br />
53
evela frente al espejo o sin él, sin ella, sin padres ni<br />
hermanos, a solas en el baño o bajo el rayo más ardiente del<br />
sol o el horizonte más azul que hayamos podido divisar. A<br />
veces me siento un poco feliz y creo que puedo salir librado.<br />
Al final, la melodía puede volver a ser tocada otra vez.<br />
Replay a lo que quisimos ser. Parece que el disco no está<br />
rayado. Pero pienso esto y entonces me sacan de mis<br />
cavilaciones: Tengo que ir a mear, dice Carl. Le señalo dónde<br />
están los baños y lo vemos perderse a la vuelta de un pasillo<br />
blanco repleto de fotos que van a dar a la cocina. Al<br />
quedarnos solos, deslizo más mi mano sobre la pierna de la<br />
reportera. Comienzo a recorrer su tobillo y luego meto mi<br />
mano un poco encima de su falda. Sus muslos son cremosos.<br />
Siento el calor que desprende su vagina excitada. Meto más<br />
la mano. Las puntas de mis dedos tocan una tela húmeda.<br />
Aparto con mi dedo índice la tanga y comienzo a frotar por<br />
encima, buscando la erección de su clítoris. Mis dedos se<br />
mojan. Una línea de vellos púbicos es lo único que hace<br />
adulta su rajada. La miro a los ojos. A pesar del bótox<br />
inyectado y su edad, sigue siendo una mujer hermosa. Sus<br />
pechos carnosos ruegan ser desabotonados. La mano que<br />
tengo libre agarrará uno de ellos y soy feliz al darme cuenta<br />
que son naturales. Pronto me sentiré empujado a lanzarme<br />
sobre ella, nos besaremos ferozmente, liberaré uno de sus<br />
pezones y lo lameré y chuparé. La reportera gime. Bajo<br />
como un perro olisqueando hasta su sexo y empiezo a<br />
lamerlo y a beber los fluidos que salen del fondo de su<br />
vagina, un coño rosado y sorprendentemente estrecho para<br />
una mujer de su edad, como si fuera una jovencita que<br />
apenas comienza a coger. Ella toma mi cabeza, la aprieta<br />
contra su sexo como si quisiera impedir que me apartara de<br />
aquella deliciosa fuente. La lengua comienza a cansárseme y<br />
debo ayudarme con los dedos. Ella gime como una perra en<br />
celo. Mi saliva es una con sus fluidos. En eso me doy cuenta<br />
que Alabama nos mira. Parece un idiota con la boca abierta.<br />
54
Graba, le digo. Sí, sí, graba, dice ella. El negro se pone la<br />
cámara al hombro y la enciende. Empiezo a dirigir los<br />
ángulos de las tomas. La rubia me aparta de sí y me echa<br />
hacia el sillón. Se lanza sobre mi entrepierna. Abre mi bata<br />
y deja que salga sin molestias mi pene, erecto como el<br />
monumento a Washington, y como si se tratara de una<br />
especie de alimento, la introduce en su boca. Haz un<br />
meatshot, le ordeno a Alabama, que se vea lo más cerca<br />
posible la acción de mi verga entrando en su vagina.<br />
Métemela por el culo, ella me pide más tarde. Abro sus<br />
piernas y escupo en su ano, cerrado y preciosamente rosado.<br />
Escupo saliva en mi verga y la meto. Oh, Señor, ¿por qué las<br />
delicias deben ser tan estrechas? No importa. Estoy por<br />
terminar. Quiero sentir cómo te vienes dentro, dice ella. La<br />
empalo con furia. Ella grita. Eyaculo y también grito. Me<br />
recupero casi al instante y le digo a Alabama que no pierda<br />
el close up al ano de la rubia, a quien he colocado en una<br />
posición en la que puede enseñar sus nalgas. Mi semen<br />
comienza a salir de su interior y cae como una gruesa gota<br />
de crema sobre la alfombra, la viscosa síntesis de lo que<br />
jamás podrá ser. Sudo como un cerdo. No tengo espacio en<br />
mi mente para pensar en la grotesca obscenidad de todo<br />
esto. Sólo pienso en cómo engrandecer la escena, en cómo<br />
volverla algo de lo más excitante para los pornógrafos del<br />
mundo. Miro a Alabama. La reportera me ha leído el<br />
pensamiento porque comienza a gatear hacia el negro. ¡La<br />
cámara!, pido. A partir de un movimiento me convierto en<br />
el camarógrafo y director de lo que pasa. Enfoco las nalgas<br />
blancas y grandes de la rubia. Subo mi gran ojo mecánico<br />
hasta que me encuentro con su boca ciñéndose sobre una<br />
pitón negra y casi morada que parece atragantarla. La saliva<br />
cae a la alfombra. Alabama ha tomado a la rubia del cabello<br />
y sin piedad intenta metérsela toda en la boca. Ella casi<br />
vomita. Con sus ojos enrojecidos, se pone a cuatro patas en<br />
el sofá. Les digo que vayamos arriba, en uno de los cuartos<br />
55
de visita hay una gran cama. La reportera comienza a<br />
caminar, moviendo sus nalgas de una forma que vuelve a<br />
pararme la verga. Las zapatillas largas la hacen ver más alta<br />
y sensual. Parece haber rejuvenecido. No importa. De todas<br />
formas vamos a morir. Seremos comida de gusanos, trabajo<br />
para enterradores, dinero que una funeraria cobrará después<br />
de convertirnos en ceniza. El llanto de los seres queridos<br />
que nos sobrevivan. Los tres subimos las escaleras. El negro<br />
Alabama delante, en medio la rubia y al final yo. Mirando<br />
todo a través de mi ojo de pescado. Ya en la cama les dejo<br />
tocarse a su antojo antes de volver a imponer mis órdenes.<br />
Le digo que quiero verla en cuatro patas para mirar su gran<br />
culo y ver cómo la pitón de Alabama, negra y sudorosa,<br />
entra en su coño rosado hasta que la empuñadora se topa<br />
con su carne. Ella sonríe porque le encanta la idea. Ven,<br />
nena, le dice Alabama, nalgueándola con fuerza. Los miro<br />
coger y al grabarlos pienso en los millones de espectadores<br />
que mirarán desde el punto de vista que elegí. Me imagino<br />
ganando mi tercera estatuilla en los premios AVN. Ansío la<br />
oportunidad de ver a Naomi en ese escenario de Las Vegas<br />
y mirarla para que sepa que he triunfado. Que nuestro amor<br />
es basura y que ahora lo que importa es seguir cogiendo.<br />
Será triste. Será una mentira, digo en voz alta al mismo<br />
tiempo que Alabama ha sacado su verga de la panocha de la<br />
reportera y la ha acercado a los labios de ella y eyacula una<br />
leche blanca que le llena la boca y salpica el rostro maduro,<br />
botoxeado, de MILF más bien cougar, de la rubia reportera<br />
que se llama Autumn Moon. Close up a su rostro. Con su<br />
dedo índice se limpia el semen sobrante en su mejilla y se lo<br />
acerca a su boca para tragarse el resto que no ha caído en su<br />
lengua. Traga. Sonríe. Di adiós con tu mano derecha.<br />
Mándame un beso. Ella se lo manda a todo el mundo. Apago<br />
la cámara. Fin. Pasa un buen rato en silencio hasta que<br />
retomamos fuerzas. Acostados sobre la cama kingsize, la<br />
rubia me dice que debe terminar la entrevista. No me lo<br />
56
pienso más y entonces me aclaro la voz. Empiezo a contar<br />
que Tito vuelve a Los Ángeles dos semanas después, a las<br />
ocho de la mañana en un vuelo de la American Airlines<br />
proveniente de Nueva York. Lo sé porque encuentro a<br />
Randy en la grabación de AssParade #34 que se lleva a cabo<br />
en una casa de San Fernando, a donde me acompaña Ashley<br />
que empieza a querer incursionar en las producciones de<br />
sexo extremo. Sé que ella está en el cruce de una carretera<br />
donde pronto la veré en Brasil cogiendo en yates increíbles.<br />
Es graciosa y risueña, pero en ocasiones terriblemente<br />
infantil y bruta, y esa mezcla comienza a darme ideas para<br />
correrla de la casa. Randy llega bronceado, atlético y<br />
vistiendo unos pants color azul oscuro con rayas rojas que<br />
lo hacen parecer alguna clase de jugador de futbol. Sin<br />
embargo, se ve distraído y ensimismado. Probablemente<br />
drogado. Voy a saludarlo de la mano de mi nuevo<br />
descubrimiento. Ashley se lo come con los ojos. Me causa<br />
gracia. No siento ningún sentimiento de pertenencia hacia<br />
ella y me doy cuenta que puedo sacarle provecho al asunto,<br />
filmando una escena entre la nueva diva del porno con el<br />
experimentado Randy López, que seguramente me<br />
asegurará varios miles de dólares. ¿Todo bien?, le pregunto,<br />
cuando Ashley se ha alejado de nosotros a platicar con otras<br />
actrices, contoneando sus nalgas. Nos quedamos fumando.<br />
Ambos cargamos lentes negros. Él unos RayBan y yo<br />
Armani Exchange. Él, estilo piloto; yo, estilo motociclista<br />
con mezcla de ex banda de rock. El silencio entre los dos<br />
empieza a molestarme. Gracias, le digo sólo por decir algo.<br />
¿De qué?, me pregunta. Sonrío. Han pasado varios días<br />
desde la noche en la alberca. No me molesta que se le haya<br />
olvidado. En Los Ángeles, tiempo pasado sólo se merece el<br />
olvido. Agradezco secretamente que no se acuerde de mi<br />
penosa actitud de pobre enamorado. Por nada, dice. Luego<br />
le pregunto qué le parece si grabamos una escena con mi<br />
nueva musa. Se queda callado, pensando la idea. El tiempo<br />
57
es oro en este negocio, le digo. Da dos fumadas rápidas al<br />
cigarro y luego tira con hastío la colilla al piso y la aplasta<br />
con su tenis como si se tratara de matar una alimaña.<br />
Necesito tu ayuda, Vince, me dice secamente, mirando<br />
hacia el cielo y después levantándose los lentes oscuros de<br />
piloto sobre la cabellera. Puedo mirarle sus dos ojos tan<br />
negros como el vidrio de los lentes. Tiene unas ojeras que se<br />
ciñen alrededor de sus cuencos como un par de nubes llenas<br />
de noches sin dormir. Lo tomo del brazo y caminamos hacia<br />
un rincón aun más apartado de la casa donde podemos<br />
platicar sin ser interrumpidos por el gemido de las actrices<br />
ni por gente del equipo que no tiene por qué escuchar<br />
nuestra plática. Me cuenta entonces que Tito llegará al día<br />
siguiente, a las ocho de la mañana, en un avión de la<br />
American Airlines proveniente de Nueva York. Cae en la<br />
cuenta de que tal vez yo no me acuerde de lo que me contó<br />
junto a la alberca de mi casa. Le digo que sí, que recuerdo lo<br />
de los asesinatos, que Tito es el responsable y a Randy lo<br />
están incriminando. Incluso recuerdo haberme comportado<br />
de forma totalmente penosa, digo. Randy asiente. Tito me<br />
llamó ayer en la noche y me ha dicho que debo encontrarme<br />
con él en el aeropuerto, dice. Le recomiendo que no asista y<br />
mande al diablo todo eso de la revolución. Le pregunto<br />
cuánto dinero le ha dado a Tito. Lo suficiente como para<br />
empezar un levantamiento armado en un pueblo de México,<br />
dice. Le digo que no creo que haya sido tan estúpido como<br />
para darle todo su dinero. Me contesta que todavía falta una<br />
maleta llena de dólares que tiene guardada en un<br />
compartimento secreto del sótano de su casa en la playa.<br />
Esto lo dice como si le pesara no librarse del dinero. No<br />
puedo creer que Randy esté enredado en una patraña de<br />
sueños revolucionarios, pienso. En ese momento no me<br />
cabe duda que toda revolución es capitalista si pues para<br />
hacerla se necesita de dinero. Le recomiendo que no vuelva<br />
a contestar el teléfono a Tito, que se olvide del asunto, que<br />
58
hay amigos que tristemente y por fortuna perdemos a lo<br />
largo de la vida, como si un día nos levantáramos y sólo<br />
fueran parte de un sueño que raramente volveremos a<br />
recordar. Le digo que con el dinero que le queda, tal vez<br />
medio millón de dólares, puede volverlos a invertir y al cabo<br />
de dos años recuperar la cantidad perdida; que mientras<br />
todo eso sucede, puede quedarse en mi casa, tengo ideas<br />
nuevas para películas que causarán sensación entre el<br />
público. En fin, ya casi hablo de un plan que empieza a<br />
parecerme bastante factible, cuando alza la mano como<br />
diciéndome, espera, todavía no termino de contarlo todo.<br />
Hay un problema, dice y saca del bolsillo de su chamarra<br />
deportiva su celular. El texto que aparece en la pantalla está<br />
en español, así que lo traduce. Se trata del Primer<br />
Comunicado Libertario, donde se hace énfasis en la pureza<br />
del levantamiento armado que ha ocurrido esa madrugada,<br />
en la diminuta población de Unión de los Ángeles, en las<br />
montañas del Sur de México. Sin embargo, no se menciona<br />
la muerte de más de cincuenta personas entre hombres,<br />
mujeres, niños y ancianos al quererse librar del yugo de los<br />
caciques que los han oprimido durante siglos. Se trata de la<br />
primera acción contundente para hacer la revolución en un<br />
siglo que ha olvidado la esencia del ser humano. Entre esas<br />
y otras pendejadas que ya no recuerdo, sé que firman el<br />
documento una serie de tipos de nombres rimbombantes<br />
que se hacen llamar comandantes, entre ellos, recuerdo el<br />
nombre de Tito, el del propio Randy y el de una mujer que<br />
firmaba como comandanta Bengala, a quien una semana<br />
después Randy conoce en un bar de Tijuana y de la que me<br />
contará en una llamada telefónica antes de perderse al otro<br />
lado de la frontera. Lo cierto es que el verdadero problema<br />
no es el nombre de Randy escrito en el comunicado (por eso<br />
ha donado su dinero), sino que lo que narra el comunicado<br />
es un texto lleno de basura ideológica, sueños<br />
latinoamericanos y mentiras, pues a través del internet,<br />
59
Randy logra enterarse por los periódicos mexicanos que los<br />
muertos son muchos y que los revolucionarios no son para<br />
nada luchadores de la libertad. Algunos testigos que<br />
sobrevivieron escondiéndose en el monte narran que<br />
aparecieron en la noche una veintena de hombres<br />
fuertemente armados, con capuchas, quienes primero<br />
gritaron consignas a favor del Movimiento Libertario de<br />
Unión de Los Ángeles, para extrañamente después, ante la<br />
mirada atónita de los pobladores que comenzaron a gritarles<br />
que se largaran de una vez pues no los dejaban dormir en<br />
paz, el grupo guerrillero abrió fuego indiscriminadamente,<br />
casa por casa, rincón por rincón, calle a calle, a todo aquél<br />
que les pareciera que estaba en contra del movimiento, sin<br />
importarles mucho, al final, si la gente era partidaria o no de<br />
ellos. Todo lo que Randy traduce me suena a basura de<br />
Hollywood, al argumento barato de una película sobre<br />
algún país bananero. Por supuesto que me río, le digo que<br />
aquello que ha sucedido en las montañas de México no debe<br />
preocuparlo. Sin embargo, mi respuesta sólo enfurece a<br />
Randy. Me pone un golpe en el pecho que casi me hace caer.<br />
¡Esto no es una película!, grita al mismo tiempo que sus ojos<br />
parecen escaparse al fin de aquellas grandes manchas negras<br />
que los rodean. No he entendido nada pero quiero calmarlo.<br />
Quedo con él para acompañarlo al día siguiente al aeropuerto<br />
y que juntos arreglemos las cosas con su amigo de juventud.<br />
Me mira una vez más, como si yo fuera un pinche gringo<br />
que no entiende nada y sólo quiere que le vendan marihuana<br />
y lo dejen vivir tranquilo. Me dice que tiene otro problema.<br />
Creo que me están siguiendo, dice. No sé quién, pero tengo<br />
la sensación de una persona me mira y escucha desde lejos.<br />
Dice aquello volteando ligeramente la cabeza hacia la<br />
derecha y la izquierda, como si se cuidara de no parecer que<br />
habla conmigo directamente. ¿Amigos de Tito?, pregunto.<br />
No lo sé, dice, pero ayer en la noche estaba seguro que<br />
alguien me miraba desde la playa; salí pero no vi a nadie y<br />
60
esta mañana encontré unas pisadas cerca de donde comienza<br />
la escalera que conecta de la playa a mí casa. Afortunadamente,<br />
la voz de RobKabot, el director de la película que se está<br />
filmando, llega a nuestros oídos llamando a Randy para la<br />
grabación de la escena con Devon Lee. Le digo que despeje<br />
la mente cogiéndose a Devon para la cámara y cuando<br />
terminas me llamas al celular. Estaré en casa preparando<br />
todo para recibir a tu amigo como se merece. ¿Qué harás?,<br />
pregunta. Luego verás, le digo alejándome hacia el hall<br />
donde Ashley platica con otras actrices porno. Voy a<br />
llamarla, pero pienso que es mejor si me marcho de ahí de<br />
forma solitaria y silenciosa, tal como lo haría un asesino a<br />
sueldo, aunque ¡por Dios!, ya me voy poniendo dramático.<br />
Acostados los tres sobre la cama King size de sábanas<br />
blancas como el semen. Fumando de la pipa de agua una<br />
María red widow que casi nos hace dormir. Luego tres rayas<br />
de coca. Arriba, despiertos y serenos. La rubia reportera<br />
con sus tetas carnosas cayendo hacia la derecha e izquierda<br />
de su pecho. Alabama mostrando su mamba negra<br />
aletargada como si estuviera reposando en una selva hecha<br />
de hilos de algodón. Yo, protegido por mi bata; al drogarme<br />
me da frío. Ella empieza a reírse y Alabama y yo la seguimos.<br />
Nuestras risas son largas y fuertes, como las de tres niños<br />
que se ríen de alguna broma de la tele que llegarán a recordar<br />
en la vida adulta. Autumn Moon, le digo y me doy cuenta<br />
que por primera vez me dirijo a ella por su nombre. ¿Qué<br />
pasa, cariño?, dice ella como una madre que quiere calmar<br />
los apetitos de su hijo. Tenemos que terminar la entrevista.<br />
Ella mira a Alabama, quien se levanta pesadamente de la<br />
cama y recoge la cámara de la alfombra con el mismo brío<br />
que si se tratara de una lanza para atravesar leones en la<br />
selva. Pero no podemos filmar aquí, dice, estoy<br />
desmaquillada, tengo semen en la boca y en el culo. Sólo<br />
enfócame, le digo a Alabama. Salimos a la terraza que hay<br />
afuera de mi cuarto y desde donde se puede ver el jardín y<br />
61
la piscina de un azul más azul que el cielo. Un azul psicodélico<br />
muy vivo; irreal; absolutamente químico; muy humano, de<br />
tiempos postmodernos. Nos sentamos en la mesa de hierro<br />
forjado que tengo en la terraza privada de mi cuarto. Sus<br />
patas son líneas que se encierran en sí mismas como un<br />
caracol y se abren hacia fuera para formar otro y otro y otro<br />
círculo concéntrico que se repite. Autumn Moon no sale en<br />
la toma y se comporta con profesionalismo: su pierna<br />
cruzada, cubierta por la sábana que le arrancó a la cama. Si<br />
no fuera por la línea seca de semen que sale de su boca y cae<br />
por su cuello hasta su pecho, pensaría que realmente pudo<br />
ser una gran presentadora de televisión. Tal vez lo es, pero<br />
nunca tuvo ni tendrá la oportunidad de conducir el<br />
telediario de la noche, ni el del mediodía, ni el de la mañana.<br />
Ni siquiera le darán permiso de decir el clima. Será la<br />
reportera especializada en la información basura. Eso a ella<br />
no le importa. Luce tranquila, en paz consigo misma, dijera<br />
un libro de autoayuda. ¡Porquerías!. Alabama se ha puesto<br />
la ropa y graba. Estamos colocados hasta las neuronas. Por<br />
mi parte me acomodo los lentes negros y con la mano me<br />
arreglo un poco el cabello. Fumo. Una calada larga de humo<br />
que me llena la boca y se cuela entre los dientes y luego paso<br />
por la garganta hacia los pulmones, y regreso para sacar por<br />
la nariz como si fuese un dragón de veintiocho años que<br />
resopla cansado. Al mismo tiempo de realizar este<br />
movimiento, pienso en Naomi, es decir, pienso ahora en<br />
Naomi, en este instante, en este segundo que ya ha pasado.<br />
¿Dónde estás?, me pregunto. ¿Te acuerdas de mí, puta,<br />
ahora mismo que yo pienso en ti? Malditas preguntas de<br />
enamorado. El amor nos hace perdedores. Pareciera que<br />
ganamos todo, pero la verdad es que derrochamos hasta la<br />
sangre que nos fue regalada por nuestros padres.<br />
Quisiéramos ser magos para manejar el tiempo a nuestro<br />
antojo. Recuerdo la última vez que la vi. Fue inmediatamente<br />
después de su regreso al porno con Brazzers, donde hace<br />
62
una doble penetración con corridas en la boca. Llevábamos<br />
tres meses separados hasta que un día me la encuentro por<br />
casualidad en el pasillo de la oficina de Dudley Scott, un<br />
tipo obeso que hace tiempo fue mi representante y que<br />
luego supe, se coge a Naomi mientras le consigue nuevas<br />
películas en las cuales actuar y donde podrá extirparse mi<br />
nombre pegado a su lindo trasero. Jamás tiene en cuenta<br />
que soy VincentPrezzo, el rey más joven en el cine porno y<br />
que su traición le quitará varios millones de dólares a su<br />
cuenta. En el pasillo de Dudley Scott, el cerdo, las puertas<br />
están cerradas y vacías, sin nadie entre ella y yo que nos<br />
permita desentendernos el uno del otro. Sólo nos queda<br />
fingir que jamás nos hemos visto. Imposible escapar por<br />
alguna puerta con el pretexto de buscar a alguien cuyo<br />
nombre es lo menos importante. No. Todo acto por evadir<br />
el hecho de pasar uno frente al otro habría sido aceptar que<br />
nuestros corazones están negros de petróleo y listos para<br />
arder. Heridos de muerte. No. Somos fríos. Viejos<br />
conocedores de la Industria del sexo y de la maquinaria en<br />
que nos convierte. Tiene gracia que ella y yo no rebasemos<br />
los treinta años. ¿Tristeza? Para nada, en absoluto.<br />
¿Sabiduría? Ninguna. Sólo a base de cogernos el corazón<br />
aprendemos a ser pragmáticos. Pasar uno frente al otro<br />
como si no nos conociésemos. Cruzarnos y no decir nada.<br />
Olvidar nuestra historia. El pasado no existe. Gran frase<br />
para grandes personas. Las palabras brotan de ese instante<br />
en que nos vemos, en que seguramente ella y yo pensamos<br />
retroceder y evitar el cruce de nuestros cuerpos caminando<br />
en el pasillo de la oficina de Dudley Scott. Maldito cerdo.<br />
Camino. Ella hace lo mismo y por un segundo creo que<br />
desviará la mirada hacia otra parte, echará a correr y<br />
entonces yo saldré vencedor. ¿Por qué no lo hace? Maldita<br />
sea. ¿Por qué? Miramos hacia el horizonte, es decir, hacia la<br />
pared que hay atrás de cada uno y frente a cada uno.<br />
Intentamos no mirarnos. Para mi mala suerte, el pasillo<br />
63
parece tan largo como una autopista al puto Universo.<br />
Lenta, lentísima, tan lenta como un caracol arrastrándose<br />
en la calle segundos antes de que un auto lo aplaste. Entonces<br />
pienso que la ausencia de un gesto mío sólo significará que<br />
soy un cobarde. Tengo que reconocerla. ¿Quién puede pasar<br />
frente a la persona que ama y no hacerle caso? Sí, la odio,<br />
pero también mi sangre arrastra cada una de las letras de su<br />
nombre: N-A-O-M-I. A un metro de distancia, mi mente<br />
tiene que decidir entre las posibilidades que se abren<br />
enfrente: ¿hablarle, hacer apenas un pequeño gesto amigable<br />
o pasar de ella sin fijarme? Adiós, le digo. Adiós, dice ella.<br />
Apenas nos miramos, sus ojos verdes se convierten en un<br />
rayo delgadísimo. Nos alejamos. Ella caminando hacia mi<br />
pasado; yo caminando hacia el de ella. Nuestros pasos dejan<br />
de hacer ruido sobre la alfombra y sé entonces que para<br />
ambos ya no existe el retorno. Nos hemos anulado<br />
mutuamente. Corte final. Jamás la volveré a recordar ni me<br />
importará lo que sea de su vida, pienso al salir del edificio<br />
donde está la oficina de Scott, a punto de subir al coche. Tal<br />
vez algún día otras personas me digan que has muerto,<br />
pienso. Tal vez una revista te lleve la noticia de mi muerte.<br />
¿Seremos viejos? ¿Más viejos? ¿Te importará? Ahora sé que<br />
en mi memoria no existen herramientas para editar mi vida<br />
ni la tuya. Es imposible elegir el olvido; el olvido es un<br />
regalo. ¿Aún me recuerdas, Naomi, mi amor? ¡Bah! ¡Basura!<br />
¡Maldito idiota!, me grito. Debe ser la droga. Me río como<br />
un gamberro que ha destrozado los buzones que hay fuera<br />
de las casas del barrio. Se me escapan las lágrimas, pero<br />
estoy seguro que detrás de mis lentes negros estilo<br />
motociclista la rubia reportera me mira con compasión.<br />
¿Pero qué se creerá? ¡La historia de Randy!, grito como para<br />
pedirle que deje de mirarme de esa manera, que de mí no es<br />
de quien estamos hablando. Randy, mi amigo Randy,<br />
pronuncio y comienzo a soltarme otra vez en esa historia<br />
que avanza en paralelo con la mía. Ahora, en este momento,<br />
64
me gustaría decir que nazco en los suburbios de Nueva<br />
York. Aun recuerdo la pequeña casa blanca sobre la colina,<br />
con su cerca del mismo color y el patio trasero en verde que<br />
termina donde es el inicio de los confines del bosque y su<br />
sombra. Bosque al que muchas veces entro. Mi padre se<br />
llama Frank y mi madre April. Él es un hombre serio que ríe<br />
en pocas ocasiones, empleado que se esmera para brillar en<br />
una empresa de calculadoras en la que jamás triunfará.<br />
Muere de enfisema pulmonar cuando yo apenas voy a entrar<br />
a la universidad. Ella, mi madre, muere cuando yo tengo<br />
seis años al hacerse un aborto casero que la desangra. El<br />
motivo: desea vivir en París. Al quedarme solo, soy un<br />
muchacho a punto de entrar a la universidad. Planeo seguir<br />
una vida donde mi principal motivo sea la búsqueda de la<br />
felicidad a través del arduo trabajo y la construcción de una<br />
familia con alguna buena mujer que, seguramente,<br />
encontraré en los años siguientes. Pero también hay una<br />
idea mejor que me ronda desde el bachillerato. La tengo<br />
relegada en mi mente. Al fin de cuentas, tengo el valor y<br />
vendo la casa de la colina, cobro la indemnización del<br />
seguro de vida de mi padre y abandono la costa Este para<br />
venirme a vivir a Los Ángeles, dispuesto a terminar con<br />
todo ese dinero mientras soy joven y fuerte, mientras puedo<br />
perseguir a la felicidad como un cazador que es dueño de<br />
unas balas verdes con las caras impresas de nuestros<br />
presidentes. Tengo dieciocho años. En una de mis salidas<br />
nocturnas por L.A., conozco a una pelirroja alocada y<br />
risueña que me lleva a una fiesta. Una cosa lleva a la otra<br />
como a un árbol le sigue otro en el bosque y pronto me veo<br />
cogiendo a esa misma chica en medio de la fiesta, donde<br />
todos están muy pendientes de lo que hacemos, algo que en<br />
ese momento me gusta, pero que instantes después de<br />
eyacular me hace sentir que me he convertido en una silla<br />
que ha podido avanzar por sí misma. Entonces viene a mí<br />
una señora rubia que ha estado muy atenta a mis<br />
65
movimientos; resulta ser una productora de películas porno<br />
que, después de coger con ella un par de veces, me invita a<br />
formar parte de la Industria. ¿Por qué no?, me digo. Y aquí<br />
estoy. Estoy contando en este momento que Randy me llama<br />
por teléfono a eso de las siete de la tarde. Dice que pasará a<br />
mi casa para hablar sobre lo de su amigo. Cuando llega, me<br />
pregunta si ya tengo alguna idea de cómo ayudarle. Le digo<br />
que haremos que su amigo se la pase increíble cogiendo con<br />
Ashley. Randy me mira extrañado y luego mira a mi<br />
princesita que está acostada en el sofá, pintándose las uñas<br />
de un rojo intenso mientras ve un programa de MTV.<br />
Sonríe. Lo que quiero es zafarme de él, no premiarlo, dice.<br />
Le digo que la idea es que lo ataquemos con cerveza y drogas<br />
para que coja y tú bien sabes que en exceso uno no da un<br />
buen espectáculo. Nosotros lo grabaremos desde unos<br />
lentes que he pasado a comprar esta misma tarde y que<br />
tienen una cámara integrada que le pondremos a Ashley,<br />
digo. La vergüenza y la frustración de no haberse podido<br />
coger a una actriz porno serán para mañana un recuerdo<br />
imborrable en la mente de tu amigo. Un recuerdo que podrá<br />
ser enviado a todas las organizaciones y personas con las<br />
que tenga trato si no deja de molestarte con apoyar su causa.<br />
Humillarlo con el sexo, dice Randy, con su propia forma de<br />
tener sexo. ¿No es una gran idea?, le pregunto. Randy<br />
medita. ¿Y si no funciona?, pregunta después de un rato. ¿Y<br />
si sucede que se vuelve un semental y se coge a tu<br />
descubrimiento como nunca? Entonces habré logrado una<br />
de las películas más interesantes del año, le digo. Nos reímos.<br />
Por supuesto, ahora que lo pienso, mi idea no es la más<br />
brillante, pero al menos resulta segura. Todo lo contrario de<br />
lo que al final sucede y es tal vez lo que tiene que suceder<br />
desde el principio. Algo que Randy ya trae dándole vueltas<br />
en su mente desde que me encuentro con él en la grabación<br />
de la mañana. En fin, recuerdo que le pregunto si es cierto<br />
que alguien lo sigue. Se ríe y me dice que todo se trata de<br />
66
imaginaciones suyas y que está seguro que al día siguiente<br />
las cosas se arreglarán. Bebemos una copa más, hablamos<br />
sobre algunos chismes de la industria y después él se va. A<br />
la mañana siguiente, Randy me telefonea camino del<br />
aeropuerto. Irá por Tito y lo traerá a mi casa. Colgamos.<br />
Mientras llega la hora de su llegada, le explico a Ashley que<br />
esta tarde grabaremos una escena interracial donde todo se<br />
verá a través de unas gafas que tiene escondida una cámara.<br />
Le encanta la idea, más cuando le digo que ella las usará.<br />
¿Randy será el actor?, pregunta rezumando en sus palabras<br />
la excitación de grabar con mi amigo. No, cariño, será con<br />
un chico nuevo que va empezando, le digo. Se nota<br />
decepcionada, pero no mucho, pues yo sé que mi princesa<br />
adora el placer de cualquier verga, tanto, que me dice que<br />
está cachonda y se baja a darme una buena mamada. Pasa<br />
una hora y Randy no llega con Tito. Preocupado, le telefoneo<br />
varias veces pero no contesta. Comienzo a preocuparme y<br />
mi princesa bosteza de lo aburrida que está. Cuando voy<br />
por la décima llamada a su teléfono, alguien toca el interfón<br />
de mi puerta. Es Randy. Está nervioso, mira hacia la calle<br />
como si le preocupara que alguien aparte de mí lo esté<br />
mirando. Le reclamo su tardanza. Necesito que me abras tu<br />
portón para meter la camioneta, dice. Apenas queda espacio<br />
para un coche en mi garaje, le digo. Sería mejor que te<br />
estaciones fuera. No, necesito entrar, dice acercando sus<br />
ojos a la pantalla del interfón. Abro la puerta con el control<br />
remoto y bajo las escaleras para encontrarme con él. Al<br />
aparecer en la puerta, me pide que me deshaga de Ashley.<br />
Ante mi pregunta de por qué, él se vuelve a su camioneta y<br />
baja los vidrios polarizados. En el asiento del copiloto está<br />
su viejo amigo de la juventud, Tito el Comandante. Casi me<br />
acerco a saludarlo, cuando veo que tiene la cabeza inclinada<br />
sobre su pecho. Pienso que se han ido a emborrachar y debe<br />
de estar durmiendo y casi alzo la mano para saludarlo, pero<br />
entonces le veo la lengua morada y gorda, colgando de su<br />
67
oca. Alrededor del cuello, las marcas de unos dedos indican<br />
el arma del asesino. Miro a Randy. Me doy cuenta que tiene<br />
rasguñada la cara y su ojo derecho parece rodeado de sangre.<br />
Tito se ha defendido sin éxito, pienso. No tardo en pasar del<br />
asombro al espanto cuando sé que tengo un cadáver en mi<br />
casa. ¿Por qué no lo trajiste vivo?, le pregunto, imaginando<br />
que me presento en la corte a declarar. Tu plan psicológico<br />
era una mierda, dice. Acepto que era una mierda, pero te<br />
aseguro que aquí no podemos tener a un muerto. Randy<br />
sube el vidrio polarizado de su camioneta. Son tan oscuros<br />
que impiden ver el interior a simple vista. Le abro el portón<br />
y me subo a la parte trasera de la camioneta. ¿A dónde<br />
vamos?, pregunta mientras se echa de reversa. Carajo,<br />
Randy, no puedes matar a una persona sin tener un plan de<br />
dónde irla a tirar. Nos quedamos en silencio, la mitad de la<br />
camioneta está en la acera y la otra dentro de mi propiedad.<br />
Pensamos en algún maldito lugar cerca de Los Ángeles<br />
donde podamos deshacernos del cuerpo. Se me ocurren<br />
miles de sitios, pero en todos está el peligro de que alguien<br />
nos descubra. De mi imaginación brota un juzgado y una<br />
señora gorda, negra, con sus mejores prendas de un color<br />
verde pastel y un pequeño gorro que seguramente utiliza<br />
para ir a la iglesia, diciendo: Recuerdo las placas de<br />
VINCE2601 del estado de California, sí, señor fiscal,<br />
reconozco a ese señor que lo vi tirando el cuerpo de un<br />
hombre. En ese momento emerge como un antiguo barco<br />
hundido la visión de aquel farallón al que alguna vez llegué<br />
conduciendo al desviarme de la carretera que va de San<br />
Diego a Los Ángeles y donde encuentro la visión de un<br />
precipicio bajo el que reposan unas grandes rocas que el<br />
mar golpea con cada ola, produciendo una espuma blanca,<br />
muy blanca, demasiado blanca. Aquella primera vez voy<br />
solo. Acabo de ganar mi primer millón de dólares dirigiendo<br />
New Anal Starlets y por un momento me gusta saber si<br />
tengo el poder de decisión para matarme. Por supuesto que<br />
68
no tengo el valor para acabar con mi vida, con todo lo que<br />
llevo logrando. La segunda ocasión que asisto estoy<br />
acompañado de Naomi en alguno de nuestros viajes a San<br />
Juan Capistrano. Recuerdo que ella tiembla, que la brisa<br />
marina nos golpea los poros de la piel como si el infinito nos<br />
saludara gustoso de recibirnos en ese momento, pero juntos,<br />
abrazados, ella y yo mirándonos; tras un largo beso, aquel<br />
precipicio que hay debajo de nosotros no parece temible, no<br />
en ese momento, donde perfectamente podemos morir<br />
juntos y felices, acostumbrados a obtener más felicidad<br />
como si se tratara de ganar dinero. La tercera vez ni siquiera<br />
alcanzo a llegar pues he roto con Naomi. Me detengo a<br />
medio camino, antes de tirarme y decido regresar a casa, sin<br />
fuerzas para mi suicidio. Esta cuarta vez, Randy y yo<br />
llevamos el cuerpo de Tito el comandante, de Tito el viejo<br />
camarada de juventud de Randy, quien alguna vez peleó<br />
junto a él para combatir la injusticia y cambiar el mundo.<br />
Nos acercamos con cuidado, dejamos su cuerpo en la tierra<br />
y lo hacemos rodar. Vemos el cuerpo de Tito cayendo, al<br />
niño Tito que ve a su padre ser asesinado y a su madre<br />
violada por los soldados, a Tito el preso que lucha por la<br />
libertad, a Tito su amigo, a Tito el asesino que mata a sus<br />
propios hermanos de raza porque no dan dólares para la<br />
revolución. Cuando Randy y yo decidimos volver a L.A., ya<br />
es de noche y no hay nadie más que nosotros deshaciéndose<br />
de un cadáver que se pierde en la negritud y en la espuma<br />
blanca que se distingue incluso en esta negrura tan oscura y<br />
que estamos seguros que también se ha llevado algo de<br />
nosotros. Nos detenemos en el primer bar que encontramos<br />
al entrar en la ciudad. Yo pido un whisky en las rocas y<br />
Randy un tequila. Fumamos en silencio, sin decirnos una<br />
sola palabra. Después de un rato, Randy habla. Me voy<br />
Vince, me largo de aquí. Lo miro. Sus ojos tienen la rara<br />
cualidad de ser negros en medio y rojos a los lados. Me<br />
parece otra vez Cuauhtémoc antes de que los conquistadores<br />
69
le quemen los pies, me parece una vez más Toro Sentado<br />
cabalgando las praderas en busca de bisontes. ¿A dónde<br />
iras?, le pregunto. Me cuenta que tiene el sueño de abrir un<br />
pequeño hotel en Puerto Escondido, donde de vez en<br />
cuando pueda ir al mar y surfear. Ya no tengo nada qué<br />
hacer aquí, he vendido la casa y tengo una maleta llena de<br />
dólares que me alcanzarán para vivir como siempre he<br />
querido, dice. Paga la cuenta y por última vez nos damos la<br />
mano. Una semana más tarde, cuando pienso que se<br />
encuentra en alguna playa mexicana esperando la ola<br />
perfecta, me entero por las noticias que ha desaparecido y se<br />
le acusa de ser el autor intelectual de la masacre de más de<br />
cincuenta indígenas en el pueblo de Unión de Los Ángeles.<br />
Se dice que dirige otra insurgencia. Se dice que lo asesinaron<br />
los compañeros de Tito y su cadáver yace en el fondo de una<br />
barranca. La verdad es que no sé nada. La verdad es que ya<br />
no me importa. Ahora sí, señorita reportera, querida<br />
Autumn, es todo lo que tengo que decir, digo sin que ella<br />
espere el final. Ella descansa la mano y deja el micrófono<br />
sobre el piso. Mientras tanto, el camarógrafo detiene la<br />
grabación y coloca la cámara sobre la mesa. La reportera<br />
echa su largo cabello rubio hacia atrás y ese movimiento me<br />
deja ver sus dos senos pecosos y grandes, embarrados de<br />
una fina capa de costra seminal. Suspiran aliviados de haber<br />
finalizado. Gracias Autumn, gracias Alabama, digo. Me<br />
quito los lentes negros que llevan incorporada una pequeña<br />
cámara. Me levanto y camino hacia uno de los cajones de mi<br />
buró de donde regreso con dos sobres color paja. Les pido<br />
me firmen un recibo por el dinero. Cuestiones de<br />
contabilidad, les digo. Ambos me dicen que no hace falta,<br />
que todo sea por engrandecer el arte porno y ayudar a<br />
Randy. Firmen, por favor, les pido nuevamente. Me siento<br />
mal, ellos piensan en el arte y la amistad mientras el único<br />
interés que llena mi mente es quiénes podrían ser mis<br />
potenciales clientes. Se me ocurre que, como un acto de<br />
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honradez, podría quemar la película. La imagino ardiendo<br />
en la noche. Pienso en Randy, pienso en mis sueños, en<br />
Naomi que debe estar por llegar en cualquier momento con<br />
mi hija. Pienso en volver a filmar. Pienso en un fuego tan<br />
claro como el sol de la mañana y en un canto que me termina<br />
por tranquilizar. Pero al final se trata de unos pensamientos<br />
y entonces debo acompañar a Autumn y Alabama a la<br />
puerta para despedirlos. Afuera están sus coches; no quiero<br />
ser un mal amigo. Antes de que se alejen, nos damos un<br />
abrazo. ¿Crees que se encuentra bien?, pregunta Autumn<br />
antes de irse. Sé que en algún tiempo estuvo enamorada de<br />
Randy y guardará su nombre para recobrarlo en cada<br />
instante de miedo, cuando llegue a vieja y crea que eligió<br />
mal en la vida. Entonces se dirá ese nombre y sabrá que la<br />
vida valió la pena y tendrá fuerzas para esperar lo<br />
desconocido. Seguro, le digo. Alzo la mano y me despido<br />
antes de cerrar la puerta. Regreso a casa y, al pisar los<br />
ladrillos que forman el camino que atraviesa el jardín, me<br />
detengo. Miro al cielo. Hay nubes. Hará frío esta noche.<br />
Ciertas palabras de Randy vuelven: Vince, amigo, tenemos<br />
que luchar por hacer este mundo mejor, ésa debe ser nuestra<br />
misión. Algo surge en mí: primero un sentimiento que<br />
desconozco y que termina brotando como una risa contra el<br />
cielo. Déjate de fantasías, estrella del porno, me gustaría<br />
decirle. Mira los mil títulos donde aparece tu nombre. Mira<br />
la cabeza donde hermosas mujeres han puesto sus labios.<br />
Me acomodo los lentes negros que acentúan la apariencia<br />
de protagonista de películas serias, de delicias para los<br />
exquisitos del cine. ¿Qué de dónde son?, ¿qué de dónde<br />
son?/ Que son de la barricada, canto yo, VincentPrezzo,<br />
veintiocho años, haciendo memoria de la canción que<br />
Randy intentó enseñarme hace tiempo.<br />
Santa María del Tule, Oaxaca. Noviembre 2009 - Mayo 2013.<br />
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Víctor Vásquez Quintas (Oaxaca, 1984). Autor del libro<br />
de cuentos Últimas anotaciones (FETA, 2009) y la novela<br />
policiaca La Noche (Ediciones B, 2012).
P O V<br />
Víctor Vásquez Quintas<br />
El cuidado de la<br />
edición estuvo a cargo<br />
de Jesús Rito García.