El duende quiso madrugar. nº7
Bienvenido de nuevo, lector, a un nuevo número de esta revista, que mes a mes renace con el entusiasmo de su inicio, cuando el duende de la literatura llenó de bellas luces la imaginación de quien la edita. Con más o menos esfuerzo, seguimos adelante en la publicación de tan ambicioso proyecto, cuyo único fin es la divulgación de la cultura a un público siempre voluntario de hallarla en tan extenso universo como son las letras y los medios por los que las encontramos. La universalización es un panorama tan amplio como complicado, pero no dejaremos que intentar llegar al lector con lo mejor de nosotros y de la literatura mundial a lo largo de su historia. Este séptimo número, al igual que los anteriores, recogen el entusiasmo y las ganas de hacer un mundo mejor mediante la cultura y el conocimiento. Dejemos la ignorancia para los pobres de espíritu, y emprendamos cada día el hábito del buen leer.
Bienvenido de nuevo, lector, a un nuevo número de esta revista, que mes a mes renace con el entusiasmo de su inicio, cuando el duende de la literatura llenó de bellas luces la imaginación de quien la edita. Con más o menos esfuerzo, seguimos adelante en la publicación de tan ambicioso proyecto, cuyo único fin es la divulgación de la cultura a un público siempre voluntario de hallarla en tan extenso universo como son las letras y los medios por los que las encontramos. La universalización es un panorama tan amplio como complicado, pero no dejaremos que intentar llegar al lector con lo mejor de nosotros y de la literatura mundial a lo largo de su historia.
Este séptimo número, al igual que los anteriores, recogen el entusiasmo y las ganas de hacer un mundo mejor mediante la cultura y el conocimiento. Dejemos la ignorancia para los pobres de espíritu, y emprendamos cada día el hábito del buen leer.
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EL TEATRO DEL FIN DEL MUNDO<br />
Otra actuación acaba, esta vez entre vítores. <strong>El</strong> público, contento, comienza a salir del recinto. <strong>El</strong><br />
telón se baja, y, en pocos minutos, el teatro vuelve a quedar desnudo, sin la presencia del respetable ni los<br />
actores; sólo queda el alma del arte que, por sí solo, embellece el lugar. En cambio, cuando la escena no ha<br />
brillado, parece haber una decepción, sobre todo para aquéllos acostumbrados a convivir con el arte, en<br />
varias de sus formas. Cuando el descontento se siente, es parecido a haber descubierto una mentira tan mal<br />
expresada que se hace evidente a la persona culta. Tiempo perdido de quien se engaña al pretender engañar<br />
a su prójimo con tan pésima representación, típico de tan mal actor que se atreve a subir a escena. No<br />
crean que es mejor por ello el que mejor actúa en la mentira; más rabia suele dar al justo ver que quien<br />
miente se termina creyendo lo que en un principio sabía por falso. <strong>El</strong> teatro no consiste en transmitir un<br />
falso pensar, sino en dejarse invadir por el alma del arte, a tal punto de sentirlo recorrer las venas, hasta<br />
que penetra en el corazón, convirtiendo el alma en pureza artística.<br />
Muchos actores hablan de lo difícil que es hacer reír al respetable, dando a entender la facilidad<br />
que es hacerle saltar las lágrimas. Desde mi punto de vista, considero más complicado conmover hasta las<br />
lágrimas que provocar la risa, porque considero que nuestra sociedad actual aprendió a reírse de todo con<br />
una facilidad alarmante. Si las lágrimas fueran parte común de nuestro mundo, no lo estaríamos despedazando<br />
tan míseramente. Si el mundo trágico en que vivimos no nos hace llorar, no esperemos un cambio<br />
radical del mismo. Mediante la risa, el ser humano pretende olvidar la desgracia que le rodea, sin enfrentarse<br />
a las lágrimas que podrían justificar tanto mal que nos invade y nos destroza como sociedad. Aceptar<br />
el llanto es aceptar la desgracia, y ésta, una vez comprendida, podría resultar un incentivo, para quienes la<br />
sufren, que lleve a luchar, tanto individual como colectivamente, a una sociedad que necesita recuperar su<br />
virtud mediante sus derechos y obligaciones, apegados siempre a la justicia suprema, que es diferente que<br />
la justicia de la que habla el tirano.<br />
¿<strong>El</strong> público supo entender alguna vez al payaso, que mientras deja caer una lágrima, pretende<br />
hacer reír a quien le acompaña? Errada visión del payaso también, que se contenta con aflorar lo más sencillo<br />
de expresar. Si no se transmiten esas lágrimas, no se transmite humanidad. La carcajada nos deshumaniza,<br />
nos convierte en locos por un momento; locura muchas veces encantadora y sana, cuando sabe aliviar<br />
las tensiones que nos matan; es insana cuando nos sirve para olvidar, alejándonos así de la gente que a nuestro<br />
alrededor sufre. Es por eso por lo que el payaso debe dejar de fingir, y mostrarle al mundo con filosofía<br />
lo importante que es el dolor, para conseguir que éste desaparezca verdaderamente del mundo. Pensamiento<br />
romántico que nos intentan hacer olvidar, por temor a que la sociedad aprenda a levantarse por sí<br />
sola.<br />
Porque un público quede satisfecho no implica que sepa atender a la razón. La satisfacción es también<br />
del equivocado, así como de quien acepta el opio a la autodeterminación. Satisfecho está el vago por<br />
no tener que trabajar; así como satisfecho estará el filósofo tras haber buscado la verdad durante toda su<br />
vida, y haber presenciado un leve resplandor de ésta. Lo malo, así como lo bueno, se nutre de su producto,<br />
y ambos procuran expandir sus ideales. Nadie supo explicar bien la parábola en la que Jesucristo pone<br />
la otra mejilla; sé que unos lo tildan de absurdo, pero tiene un significado lógico. Si uno responde al mal<br />
con las mismas armas con que éste ha actuado, uno ya forma parte de ese mal al que ha respondido. Pero el<br />
bien no significa aguantar, sino saber responder en la justa medida, sin permitir que el mal invada su alma.<br />
Porque ese es el fin del mal, encontrar una respuesta tan feroz como los actos que produce; es el constante<br />
provocador, que no parará hasta crear un número mayor de iguales, poniéndose él mismo como ejemplo<br />
ante su máximo enemigo, el bien. <strong>El</strong> mundo es una guerra silenciosa que cada día va inclinando su balanza<br />
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