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el sueño de la aldea<br />

Héctor Manjarrez: las formas<br />

de la pasión<br />

héctor manjarrez<br />

‣<br />

Olmo Balam<br />

Los personajes de Héctor Manjarrez (Ciudad<br />

de México, 28 de octubre de 1945)<br />

recorren, aman y viven aventuras en ciudades,<br />

como el autor mismo a lo largo<br />

de su vida. Ya sea París, Londres o Belgrado,<br />

las ciudades de Manjarrez –pues las<br />

ha hecho suyas por medio de su potencia<br />

literaria y mnemónica– son lugares<br />

que le sirven de escenografía a sus relatos,<br />

pero también son organismos vivientes,<br />

entrelazados con el drama, el sexo,<br />

las comunidades hippies y los soñadores<br />

vagabundos, hijos de puta entrañables,<br />

la política y el humor, la revolución (con<br />

R también), los errores y horrores de la<br />

vanguardia y el espíritu juvenil, la unión<br />

y no la separación cartesiana de la mente<br />

y el cuerpo.<br />

El estilo que ha vuelto característica<br />

la obra de Manjarrez amalgama las<br />

flexiones de la jerga chilanga –lo que<br />

a veces lo colocaba entre los escritores<br />

de la Onda– y las del hombre culto, el<br />

hombre que ha leído mucho sin necesidad<br />

de contraer bodas con una facción<br />

literaria o con una teoría de la escritura.<br />

La capacidad para modular esos<br />

dos tonos le da a sus libros, cada uno<br />

más perfeccionado que el anterior, una<br />

voz entrañable y solemne a la vez.<br />

Ese estilo se dio con algunos experimentos<br />

iniciáticos en las últimas horas<br />

del festín vanguardista: los tres relatos<br />

de Acto propiciatorio (1970) y su primera<br />

novela, Lapsus (1971), un libro desafiante<br />

y en ocasiones ilegible que cuenta la<br />

historia de Huberto Haltter y Humberto<br />

Heggo a través de fragmentos <strong>escritos</strong> en<br />

español, francés, inglés, un largo aparato<br />

de notas al final del libro y dislocaciones<br />

joyceanas. Esa primera fase culminó<br />

en 1977 con el poemario El golpe avisa.<br />

Después vendrían las obras que corregirían<br />

ese primer amor loco por la rareza<br />

y la extravagancia para concentrarse en<br />

el que ha sido el tema de Manjarrez, eso<br />

que sus lectores solemos reconocer con<br />

el nombre de amor, pero que él llama la<br />

pasión por las personas amadas, sus manifestaciones<br />

en el erotismo, el romance,<br />

el desamparo y la familia. Pues no<br />

todos los amores son románticos.<br />

De ese segundo ciclo es el libro que le<br />

valió el Premio Xavier Villaurrutia, No<br />

todos los hombres son románticos (1983),<br />

conjunto de cuentos donde comienza a<br />

examinar ese dúo omnipresente en su<br />

obra: la ciudad y las mujeres. <strong>Posteriormente</strong><br />

publicó una segunda serie de<br />

poemas (la zona menos conocida de sus <strong>escritos</strong>),<br />

Canciones para los que se han<br />

separado (1985); la novela compuesta<br />

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por episodios semejantes a cuentos, Pasaban<br />

en silencio nuestros dioses (1987);<br />

un libro de ensayos literarios, El camino<br />

de los sentimientos (1990), que parece una<br />

galería con retratos de amigos íntimos<br />

–sean Kerouac, Cortázar, Gombrowicz,<br />

Kundera o Revueltas–; los relatos de Ya<br />

casi no tengo rostro (1996) y la novela El<br />

otro amor de su vida (1999). Recibió el<br />

siglo xxi con El horror es familiar (2001);<br />

Rainey, el asesino (2002); la novela sobre<br />

los engaños del arte contemporáneo, La<br />

maldita pintura (2004); un segundo libro<br />

de ensayos que también es un diario en<br />

torno al Bosque de Tlalpan y la(s) ciudad(es),<br />

El bosque en la ciudad (2007);<br />

una novela sobre la niñez, Yo te conozco<br />

(2009); y los cuentos de Anoche dormí<br />

en la montaña (2013).<br />

Punto y aparte merece su libro más<br />

reciente, un tour de force. París desaparece<br />

(2014), novela entrañable como<br />

pocas, superior en más de un momento<br />

a Rayuela en su retrato de la capital<br />

francesa anterior a 1968, y en la que<br />

aparecen burgueses, surrealistas, delincuentes<br />

de cuarta, el arte de la correspondencia;<br />

Giacometti, desarrapado como<br />

último artista sobre la tierra; el fantasma<br />

de André Breton y el protagonista<br />

–uno de los alter ego de Manjarrez–,<br />

todos ellos habitantes de una Arcadia<br />

de la que sólo queda el recuerdo y la<br />

risa. París aparece no como la Meca de<br />

los escritores latinoamericanos, desde Rubén<br />

Darío hasta el boom, sino como un<br />

momento extraordinario en la historia<br />

del arte, una ciudad-escenografía, cargada<br />

(o recargada) de historia, una zona<br />

del mundo en donde la gente crece entre<br />

catedrales y museos asombrosos.<br />

La “mexicanidad” para Manjarrez<br />

también resulta importante en su obra.<br />

Así como analiza a los ingleses y a los<br />

franceses tal cual lo haría un científico<br />

social o un etnógrafo (uno de sus personajes<br />

más memorables, Concha, es<br />

antropóloga), Manjarrez ha detectado<br />

en el habla mexicana el único atisbo<br />

(o atavismo) de lo que es ser mexicano.<br />

Producto explícito de esa visión es<br />

su Útil y muy ameno vocabulario para<br />

entender a los mexicanos (2011).<br />

Sería muy fácil decir que su narrativa<br />

ha ido trazando un ciclo que, por lo<br />

leído hasta ahora, lo devuelve a su primera<br />

novela. Mejor dicho, al joven novelista<br />

que fue atormentado y extasiado<br />

por el fragor de la vanguardia y la impaciencia<br />

por convertirse en escritor. En<br />

su septuagésimo aniversario vuelve constantemente<br />

a su juventud y se aventura<br />

a los bosques oscuros de la niñez, ese<br />

jardín irrecuperable que, sin embargo,<br />

le ofrece un nuevo reto como escritor y<br />

lector: recordar cómo era la infancia sin<br />

traicionar su espíritu original.<br />

Tras vivir su temprana juventud en<br />

6


el sueño de la aldea<br />

París y su madurez en muchas otras<br />

ciudades, algunas más vinculadas a<br />

las mujeres y otras más a los hombres,<br />

Manjarrez se asentó definitivamente en la<br />

Ciudad de México, donde oficia como editor<br />

en la que ha sido su otra casa, era, y<br />

ejerce como profesor en la Universidad<br />

Autónoma Metropolitana, en el campus<br />

Xochimilco. De entre las varias ciudades<br />

que conforman la Ciudad de México,<br />

que a veces se cree la más grande del<br />

mundo, la que lo abriga actualmente<br />

es Tlalpan. En la puerta de su casa,<br />

ubicada rumbo al Ajusco, hay un farol<br />

que parece traído de París y una advertencia:<br />

“Use la aldaba.”<br />

la vanguardia<br />

y el festín del lenguaje<br />

Yo sufrí mucho porque mi “religión<br />

vanguardista” me decía que tenía que<br />

anteponer el lenguaje y el experimento<br />

a la narración. Así fue hasta que<br />

me di cuenta de que no me interesaba<br />

en realidad, lo que me interesaba<br />

era ver qué historias tenía yo en la<br />

cabeza.<br />

–¿Cómo ha sido la experiencia de escribir<br />

su obra a lo largo de casi cinco<br />

décadas?<br />

–He pasado por diferentes fases, no<br />

las tengo muy claras. Acto propiciatorio<br />

lo escribí a los 22 años y se publicó<br />

cuando yo tenía 24. Lo escribí cuando<br />

llevaba ya bastantes años fuera de México<br />

y fuera de mi idioma. O sea, oyendo<br />

a mi alrededor serbio o francés o inglés<br />

o turco o ese idioma parecido pero diferente<br />

que hablan en España. Lo mismo<br />

con Lapsus. En esa época me interesaba<br />

el lenguaje como le interesaba a<br />

casi todos los escritores de los sesenta,<br />

no sólo en español, también en inglés,<br />

como a Nabokov. Me interesaba<br />

qué podía hacer uno con el lenguaje,<br />

cómo podía uno extenderlo, ampliarlo,<br />

flexibilizarlo, rebotarlo, madrearlo.<br />

Qué sé yo. Y después, con los años, lo<br />

que me ha interesado es escribirlo con<br />

la menor cantidad de adornos, lo más<br />

desnudo posible, quitando comas, por<br />

ejemplo (me fascinaban las comas y<br />

los puntos y comas). Antes quería que<br />

el lenguaje fuese novedoso, extraño,<br />

sorprendente. Y ahora quiero que no<br />

se note mucho cómo escribo, escribir<br />

bien sin que se note.<br />

–¿Qué tanto le interesa ahora la<br />

experimentación como se hacía en esa<br />

época?<br />

–En los sesenta preponderaba el estilo,<br />

o lo que se llamó la escritura, para<br />

diferenciarla del estilo, que era y sigue<br />

siendo un engolamiento. Ahora me<br />

interesa siempre que el lenguaje esté<br />

al servicio de lo que estoy narrando.<br />

–Después de que se desvaneció o perdió<br />

importancia esa idea de La Escritura,<br />

7


¿ha notado usted que los escritores regresan<br />

a la narración?<br />

–No sé. Yo regresé a la narración hace<br />

muchos años. Yo sufrí mucho en los<br />

setenta porque mi ideología, o mi “religión<br />

vanguardista”, me decía que tenía<br />

que anteponer el lenguaje y el experimento<br />

a la narración. Así fue hasta que<br />

me di cuenta de que lo que me interesaba<br />

era ver qué historias tenía yo en<br />

mi cabeza y en mi experiencia y cuáles<br />

quería recordar o inventar.<br />

–¿A qué cree que se debió esa aversión<br />

a narrar?<br />

–Son cosas que pasan. Uno se da<br />

cuenta después de que lo que uno creyó<br />

que era una emoción y un descubrimiento,<br />

y que además, ¡oh, maravilla!,<br />

lo compartía con esa pintora, con ese<br />

escultor, con aquel grupo, con aquella<br />

actriz de teatro; uno se da cuenta de<br />

que eso era un lugar común que nos envolvía<br />

a todos. Nos entusiasmábamos<br />

con la idea de hacer cosas nuevas. Se<br />

fue produciendo una bola o varias bolas<br />

de nieve de las que salieron cosas<br />

muy buenas. Yo creo que el teatro de<br />

los años sesenta-ochenta en Polonia,<br />

en México y en Inglaterra, fue extraordinario,<br />

basado en eso, en hacer las<br />

cosas diferentes, en decir “¡Basta con<br />

lo que se hacía antes, hay que innovar,<br />

hay que renovar!” Y hay veces en las que<br />

uno nomás está siguiendo algo porque<br />

es parte del movimiento del agua. Y<br />

en realidad, el hecho de que el agua<br />

se mueva no quiere decir que esté pasando<br />

algo.<br />

–Hablando de esta época, ¿qué ha<br />

sido de esa izquierda que retrata en sus<br />

relatos, de esa euforia?<br />

–Yo no sé si hubo alguna vez euforia<br />

en México en la izquierda. Hubo euforia<br />

en Chile o en Argentina antes de las<br />

dictaduras y después de las dictaduras.<br />

En México, la izquierda siempre ha sido<br />

muy minoritaria, no muy inteligente<br />

que digamos, nunca ha planteado las<br />

cosas como para que uno las considere<br />

con seriedad como proyecto.<br />

–Literariamente, toda esta época marcada<br />

por la revolución, ¿cómo la ha integrado<br />

a su obra?<br />

–No sé, realmente. “Revolución”…<br />

Creo que usábamos la palabra “revolución”<br />

con una ligereza alegre e irresponsable.<br />

Digamos que mi cerebro era<br />

revolucionario pero mi corazón siempre<br />

fue reformista. ¿O era al revés…?<br />

Además, yo siempre fui antisoviético,<br />

anticubano desde 1968, antichino, y<br />

nunca me hice ilusiones sobre lo que<br />

era el socialismo real, habiendo vivido<br />

en Yugoslavia, el menos opresivo de los<br />

regímenes del Socialismo Real (que en<br />

realidad era irreal, como todas las religiones).<br />

Otras personas sí se hicieron<br />

ilusiones, o pensaron sobre todo que<br />

8


el sueño de la aldea<br />

el comunismo era reformable. El comunismo<br />

no es reformable. O te acogota<br />

y te aterra y te chantajea con sus<br />

nobles ideales –como dice Svetlana<br />

Alexiévich– o desaparece como la bruja<br />

horrorosa de los cuentos.<br />

–¿Cómo hace que la realidad, la<br />

historia, la memoria se integren a su<br />

literatura?<br />

–Yo no puedo hablar tajantemente<br />

de lo que sucede entre la memoria y la<br />

literatura. Escribo a partir de mi experiencia<br />

y de la experiencia de las<br />

gentes que he conocido y los lugares<br />

donde he vivido, pero también de lo<br />

que imagino. No tengo más control sobre<br />

lo que imagino (o sobre lo que recuerdo)<br />

que sobre el azar que me hace<br />

conocer a alguien un día caminando<br />

por Insurgentes.<br />

las ciudades y el amor<br />

El amor no me interesa particularmente,<br />

la verdad. Me interesan<br />

las personas, me interesa el<br />

deseo, me interesan las ilusiones<br />

que se hace la gente, la pasión y<br />

las formas de la pasión.<br />

–Después de tanto tiempo de vivir en<br />

México, ¿qué le evoca este país?<br />

–Asco, horror, miedo, simpatía y<br />

ternura.<br />

–Una de las constantes de su obra<br />

me parece que es el amor, un tema que<br />

usted ha abordado de diversas formas:<br />

en tríos amorosos, matrimonios fallidos,<br />

amistades que parecen más que amistades…<br />

¿Cuáles son las dificultades para<br />

escribir sobre el amor, teniendo en cuenta<br />

que es uno de los temas universales?<br />

–Me deja intrigado tu pregunta pues<br />

yo nunca he escrito sobre el amor. O sí,<br />

pero lo que pasa es que a mí el amor<br />

no me interesa particularmente, la verdad.<br />

Me interesan las personas, me<br />

interesa el deseo, me interesan las ilusiones<br />

que se hace la gente, la pasión<br />

y las formas de la pasión. Y justamente<br />

en lo que estoy pensando mucho ahora<br />

es en las personas por las que se sienten<br />

los amores más fuertes, que son los<br />

hijos y los amigos. Y a pesar de que<br />

los dos amores más grandes de mi vida<br />

son mis dos hijas, o justamente porque<br />

son mis hijas, no he escrito sobre<br />

ellas más que alusivamente. Pero me<br />

gustaría escribir más sobre los hijos<br />

en general, porque a final de cuentas<br />

son las personas a las que uno más<br />

ama, al menos en mi caso. Por otra parte,<br />

las aventuras amorosas más largas<br />

son las que uno tiene con sus amigos<br />

y amigas, no con sus amantes, salvo<br />

en el caso de aquellas personas que<br />

reúnen ambas condiciones.<br />

–Sobre otras ciudades, ¿existe hoy una<br />

ciudad que tenga la estatura que tuvo Pa­<br />

9


ís como la retrató en su última novela?<br />

–Nueva York casi lo fue, pero creo<br />

que Nueva York ya se chingó, no pudo<br />

ser por mucho tiempo lo que era París<br />

desde fines del xviii y, digamos, hasta<br />

1968. Sigue siendo una ciudad indescriptiblemente<br />

hermosa, rica y llena de<br />

extranjeros. Pero creo que la destrucción<br />

que ha llevado a cabo el capitalismo<br />

actual en las ciudades es terrible<br />

porque las hace tan caras que no puede<br />

vivir gente pobre en ellas y no pueden vivir<br />

extranjeros en ellas, extranjeros que<br />

no tengan mucho dinero, quiero decir.<br />

Entonces tú no puedes tener una ciudad<br />

como el París de antes si tus pobres no<br />

viven en París, si viven en los suburbios.<br />

Y menos aún puedes tener un<br />

Manhattan como el que tenías hasta<br />

los setenta, ochenta incluso, porque ya<br />

nadie vive ahí si no tiene la suficiente<br />

lana. La gente se fue a Brooklyn, pero<br />

ahora Brooklyn es carísimo. ¿Y ahora<br />

a dónde se van a ir?<br />

–¿Y la Ciudad de México?<br />

–La Ciudad de México, al contrario,<br />

está recuperándose de una manera<br />

casi prodigiosa, por lo menos a mis<br />

ojos. Si andas caminando ves cómo la<br />

ciudad está reviviendo, cómo los barrios<br />

cambian, las gentes hacen cosas,<br />

hay muchísimos barrios muy vivos y<br />

donde hay diferentes clases y diferentes<br />

tipos de personas conviviendo. El<br />

país vive en el miedo y esta ciudad<br />

responde con vida.<br />

–La ciudad es también uno de sus<br />

grandes personajes –Londres, la Ciudad<br />

de México, París–. Ocurre en sus<br />

obras la unión entre las ciudades y los<br />

personajes. ¿Cómo actúa este organismo?<br />

–Cuando yo era adolescente, mi padre<br />

–que era un mal padre, pero un buen<br />

viajero y un buen amigo– me dijo: “Si<br />

quieres conocer una ciudad tienes que<br />

tener una novia en esa ciudad, y entonces<br />

conoces la ciudad a través de ella.”<br />

Obviamente eso era desde un punto de vista<br />

romántico-machista-durrelliano, pero<br />

aplica igualmente para las chavas. Por<br />

lo demás, yo me daba cuenta hace unas<br />

semanas de que hay ciudades donde<br />

mis relaciones más importantes han sido<br />

principalmente con hombres, ciudades<br />

que relaciono con mujeres y ciudades que<br />

relaciono con ambos. Por ejemplo, para<br />

mí San Francisco, Londres y Belgrado<br />

son ciudades que tienen que ver<br />

con mujeres. Madrid y París, más bien con<br />

hombres. Y luego hay ciudades como<br />

Managua, Nueva Orleans, Bogotá, Nueva<br />

York, que son de hombres y mujeres.<br />

En la Ciudad de México son hombres,<br />

mujeres y viejos y niños; es mi entorno<br />

desde que nací y nuevamente desde<br />

que volví hace muchos años.<br />

Yo recuerdo en Madrid una camaradería<br />

con otros latinoamericanos, argentinos,<br />

10


el sueño de la aldea<br />

chilenos, centroamericanos, mexicanos,<br />

que eran como yo: unos muertos de hambre<br />

que andaban en Madrid porque no<br />

podían andar en otra parte. Esto era en<br />

el pleno franquismo mierda y duro pero<br />

un poco menos bestia, en 1963. Entonces<br />

tener relaciones con una mujer en España,<br />

incluso de amistad, era impensable:<br />

todas eran vírgenes o santas o monjas.<br />

¿De dónde sacaron, el Destape español<br />

y Almodóvar, a tantas mujeres desbocadas<br />

y gays delirantes y jueces con vidas<br />

secretas? ¡De siglos de opresión que<br />

nos oprimían también a los fervientes<br />

latinoamericanos! Para esos muertos de<br />

hambre sin musas posibles sólo existía<br />

la camaradería de los escritores que se<br />

enseñan sus poemas y sus cuentos y<br />

se toman un chocolate a lo largo de cuatro<br />

horas o más, porque todo el mundo<br />

les es hostil o por lo menos indiferente.<br />

A Managua yo fui para ver qué pasaba<br />

cuando ocurría la Revolución Sandinista<br />

y todavía la Revolución era una<br />

cosa maravillosa. Se respiraba en el aire<br />

que la gente estaba contenta porque tenía<br />

el poder y la esperanza en sus manos.<br />

Las relaciones con hombres y mujeres,<br />

“los compitas”, eran muy emocionantes,<br />

muy vitales, muy vibrantes, en el<br />

sentido más sencillo de la palabra. Eso<br />

fue antes de que se empezaran a fosilizar<br />

las relaciones de los cuadros con<br />

(ejem) el pueblo, aunque ya empezaban<br />

los desplantes de caudillismo y caciquismo<br />

entre los Héroes de la Lucha.<br />

Decíamos entonces: la Revolución Sandinista<br />

tiene tres caminos: o el cubano<br />

o el mexicano o el propio, y ojalá que<br />

no siga ni el cubano, que es el partido lo<br />

que importa y tú te chingas, ni el mexicano,<br />

que es el de aquí nos corrompemos<br />

todos, compay. La ruta que tomó<br />

el sandinismo fue la propia: una mezcla<br />

de los dos caminos, la cuadradez<br />

machista-leninista y la corrupción a la<br />

mexicana juntas.<br />

el camino de la duda<br />

Cada libro es un entusiasmo, cada<br />

libro es una forma de padecimiento.<br />

Quizá lo más padre es que ya<br />

casi no sufro. Si no puedo escribir,<br />

no puedo escribir.<br />

–¿Usted cree en la tradición de los padres<br />

literarios? ¿Cuáles son los autores qué<br />

más lo han influido al escribir?<br />

–Yo no me veo padres literarios, pero sí<br />

primos, hermanos, amigos. ¡Y ex ídolos<br />

que por respeto no voy a nombrar! Dentro<br />

de la tradición mexicana, a mí me<br />

gustan mucho tres escritores que son<br />

muy diferentes de mí y entre sí, que<br />

son Martín Luis Guzmán, Salvador Elizondo<br />

y Salvador Novo.<br />

–¿Y otros artistas, músicos, compositores?<br />

11


–A mí me fascinó mucho tiempo la<br />

vanguardia del siglo xx en pintura; me<br />

desencanté de la vanguardia en música<br />

más o menos cuando me desencanté<br />

de la vanguardia en literatura, en algún<br />

momento hacia el fin de los setenta y<br />

principios de los ochenta. ¡De la pintura<br />

sí tardé más en desencantarme!<br />

Hubo un momento, creo que en 1994:<br />

estaba en la East Wing de la National<br />

Gallery de Washington, la sala construida<br />

para albergar el arte moderno. Y<br />

de repente empecé a ver que muchos de<br />

mis monstruos sagrados me parecían<br />

tan pobres: Rothko, Franz Klein, Jackson<br />

Pollock... Sigue habiendo cosas<br />

maravillosas en el arte del siglo xx, montones,<br />

pero dejé de verlas como una especie<br />

de progreso con respecto del arte<br />

del siglo xix, dejé de verlas como una<br />

valerosa ruptura con la Academia: ellos<br />

mismos formaron una Academia a pesar<br />

suyo, se repetían los unos a los otros<br />

en un montón de lugares comunes. Fue<br />

un golpe bastante duro darme cuenta<br />

de que ya no podía mirar ni de reojo<br />

esos cuadros sin que me dieran pena.<br />

Eso pasa con las vanguardias: envejecen<br />

y se ven patéticas. El siglo xx fue<br />

el siglo de las vanguardias en el arte<br />

y en la política. Hay que pensar muy<br />

bien lo que hicimos en esos años que<br />

van de la Revolución Mexicana, la Primera<br />

Guerra Mundial, la Revolución<br />

Soviética y el despertar de Japón y China,<br />

hasta la Edad del Terrorismo y la Crisis<br />

Permanente del Capitalismo, sistema<br />

que llegamos a suponer que era por lo<br />

menos eficiente. Y ahora que no tiene<br />

adversario enfrente, excepto esa abominación<br />

bifronte capitalista-comunista-despótica<br />

asiática que es China, vemos<br />

cómo machaca a la gente sin misericordia<br />

ni pausa.<br />

–¿Hay libros a los que vuelva constantemente?<br />

–Sí, pero leo páginas, no los releo<br />

enteros. Porque ya los leyó uno, ya fue<br />

uno deslumbrado. Sin embargo: Homero,<br />

Esquilo, Sófocles, Eurípides, Shakespeare.<br />

Sobre todo el padre de todo,<br />

él sí el Padre nuestro de cada día: no<br />

llevo cuenta de cuántas veces he leído<br />

la Ilíada y la Odisea.<br />

–¿Sobre qué está escribiendo ahora?<br />

–Sobre personas que me interesan,<br />

que me apasionan, como los ancianos,<br />

estoy tomando notas. En poco tiempo<br />

seré uno de ellos. En mis diarios llevo<br />

algunos apuntes sobre mi envejecimiento;<br />

espero que sean más interesantes<br />

que los apuntes que hice en mi juventud<br />

sobre mi juventud. Llevo más rato<br />

escribiendo sobre niños; es muy difícil<br />

escribir sobre niños, son seres muy<br />

complejos. Es muy difícil recordar cómo<br />

era uno cuando niño. De hecho creo que<br />

es casi imposible recordar cómo era<br />

12


el sueño de la aldea<br />

uno, porque el deseo de los niños es<br />

siempre ser mayor, siempre quieres tener<br />

un año más, ser como tu hermano mayor,<br />

complacer a tus padres: el Deseode-no-ser-quien-estás-siendo.<br />

Por eso<br />

Peter Pan es a la vez pueril e inmortal.<br />

Los niños y los viejos son los que me<br />

interesan ahorita como material del<br />

recuerdo y de la observación.<br />

–¿Qué es lo que más ha disfrutado en<br />

estos cincuenta años de escritura y lectura?<br />

–Cada libro que logro acabar de escribir<br />

es un entusiasmo, cada libro es una<br />

forma de padecimiento. Quizá lo más padre<br />

–lo mejor– es que ya casi no sufro. Si<br />

no puedo escribir, no puedo escribir. Si se<br />

prolonga eso de que no puedo escribir,<br />

ni siquiera un poco, o nada, entonces<br />

sí me empiezo a poner muy neurótico.<br />

Antes sí me angustiaba, sentía que mi<br />

vida tal vez no tenía ningún sentido. A<br />

estas alturas lo que me interesa es ver<br />

si mañana me sale o si no, pasado mañana,<br />

no hay prisa. No hay tanta prisa.<br />

¡Que 70 años no es nada!<br />

José Ramón Ruisánchez Serra<br />

Dijo Héctor Manjarrez, en 1989, pero lo<br />

sigo oyendo con nitidez, lo vuelve a decir<br />

cada vez que abro esta página: “yo<br />

empecé a escribir como escritor –como<br />

persona que se concibe a sí misma ante<br />

todo como escritor, antes que cualquier<br />

otra cosa– (...) en el año de 1963”. En<br />

esa etapa inicial de su carrera, agrega:<br />

“nunca escribí un cuento sin pensar<br />

antes cuán extraño debía de ser en la<br />

forma (...) Lo que me interesaba (y a los<br />

escritores, pintores, cineastas y músicos<br />

que eran mis amigos era crear formas<br />

raras en las cuales vaciaría posteriormente<br />

el contenido”. 1 Y un poco más<br />

adelante: “Entonces, como ahora, aquello<br />

que me parecía más extraordinario<br />

y disfrutable de James Joyce era ese<br />

maravilloso ojo suyo sobre los seres<br />

humanos, sus formas de hablar, de moverse,<br />

de pensar. Tal vez yo pensaba que<br />

este tipo de ojo sólo podía obtenerse, o recuperarse<br />

a través de técnicas insólitas.”<br />

Empiezo por este ensayo, el que cierra<br />

El camino de los sentimientos –como<br />

podría empezar por otros muchos textos,<br />

que son otros cabos para jalar la<br />

madeja de la obra de Manjarrez–, porque<br />

encuentro aquí una serie de rasgos<br />

importantes. El primero de todos<br />

es algo casi invisible, pero importante:<br />

más que afirmar, el yo de su ensayo<br />

cuenta. O mejor: su manera de afirmar<br />

es contando. Usa la narrativa para en­<br />

1<br />

Héctor Manjarrez, El camino de los sentimientos,<br />

era, México, 1990.<br />

13


sayar, y lo hace poniéndose en estado de<br />

memoria. Y ése ya es un segundo rasgo.<br />

Mucho de lo que me resulta más cercano<br />

y entrañable de lo escrito por Manjarez,<br />

creo que justo lo que hace ya casi<br />

veinte años, tras leer Pasaban en silencio<br />

nuestros dioses, me hizo invitarlo a<br />

cenar sin conocerlo, lo que me lo vuelve<br />

imprescindible en lo personal y también<br />

como uno de los que trabajan en ese<br />

proyecto que sigue a medio hacer que<br />

es el mapa de la literatura mexicana.<br />

Lo que me hace envidiarlo más (más<br />

en caso de que no se oiga, viene subrayado,<br />

porque hay mucho más después<br />

de eso que me hace envidiarlo más), lo<br />

que me hace quererlo tanto, es lo que<br />

sabe hacer con la memoria. La memoria<br />

recordada o la memoria inventada<br />

o una sabia mezcla de las dos.<br />

El yo narrativo, la persona poética, el<br />

yo reflexivo de sus ensayos rememora y<br />

se implica en la rememoración: recuerda<br />

amorosamente. En muchos de sus<br />

mejores cuentos, muchas de sus novelas<br />

(incluso de las más imaginativas<br />

como La maldita pintura y Rainey el<br />

asesino), están inventados desde las potencias<br />

de la memoria. Y ni qué decir<br />

de ese género estratégicamente indeciso<br />

al que pertenece de un modo El<br />

bosque en la ciudad y de otro distinto<br />

París desaparece y de otro más Yo te<br />

conozco, que son memorias y son ensayos<br />

y son novelas (o bien que no son<br />

memorias ni ensayos ni novelas). En todos<br />

estos libros está este amor por quien<br />

fue, por aquéllos con quienes fue. Sólo<br />

con amor se puede decir yo de esa manera:<br />

“Yo empecé a escribir como escritor”,<br />

en la verdad pero también una página<br />

como ésta en la ficción de No todos los<br />

hombres son románticos:<br />

–¿Tú también eres jipi?<br />

–No sé. No creo. ¿Tus padres lo son?<br />

–Obviamente. Tú traes algo adentro,<br />

¿verdad?<br />

–Tal vez<br />

–Se te nota.<br />

–¿En?<br />

–No estás normal.<br />

–Pero ¿estoy bien?<br />

–Oh sí, genial. Me gusta estar contigo.<br />

A mi hermanito también. Eres bueno,<br />

lo aguantas.<br />

–Es muy encantador.<br />

–A mí también me cae bien, pero creo<br />

que abusa de la gente.<br />

–¿Tú no eras así a su edad?<br />

–No.<br />

–¿Te acuerdas?<br />

–Sí, claro. No hace mucho tiempo de<br />

eso.<br />

–¿Y qué hacías?<br />

–Platicaba. Siempre me ha gustado<br />

platicar.<br />

–Con tu hermano estuvimos platicando<br />

de la luna. 2<br />

2<br />

No todos los hombres son románticos,<br />

era, México, 1983.<br />

14


el sueño de la aldea<br />

La memoria que al mismo tiempo es<br />

intensa y delicada. Y simultáneamente<br />

suena en español y resuena en lengua<br />

extraña; muestra, como quería Benjamin,<br />

la huella del inglés y de sus articulaciones<br />

distintas. El inglés, pero<br />

también un inglés hablado en cierta<br />

época, un inglés que se recuerda y,<br />

por lo tanto, se recupera siempre como<br />

tiempo perdido: posesión por pérdida.<br />

Esa luna de la que hablan y que los<br />

ilumina mientras hablan es la precisa<br />

luna a la que el hombre está por llegar<br />

por primera vez. Es una luna histórica,<br />

pero al mismo tiempo una luna<br />

personalísima. Y así, en esos lugares<br />

íntimos, la Historia de H grandona se<br />

junta con su historia.<br />

Pero hay que decir que Manjarrez se<br />

impone también una memoria valiente,<br />

que ejerce en especial sobre los mismo<br />

puntos que le producen más amor:<br />

sobre el cuerpo que más ama o amó,<br />

el que encendió su deseo y le procuró<br />

placer. Y ahí dice también los espacios<br />

más mezquinos, dice el miedo, el odio,<br />

el asco, la fealdad inmediata o hasta<br />

simultánea con la belleza. Ahí dice<br />

valientemente pero sin dejar de amar.<br />

Y eso está cabrón, por decirlo zoometafóricamente.<br />

Por eso me gusta tanto el párrafo<br />

con el que abrí estas páginas. Escribí<br />

queriendo ser raro. Y confiesa que fue<br />

necesario atravesar el error de la heterodoxia<br />

obligatoria de los sesenta para<br />

encontrar su manera de compartir una<br />

verdad. La de las “formas de hablar y<br />

de moverse y de pensar”. El error no<br />

desaparece. El error se explora con la<br />

pluma en la llaga. Escribe las ganas<br />

de matar a alguien para robarle veinte<br />

monedas de plata. Escribe la venganza<br />

que se equivoca. Escribe la traición<br />

a la amistad por deseo.<br />

Manjarrez sabe que estas dos maneras<br />

de su memoria, la amorosa y la<br />

valiente, son una sola. Que juntas, aliadas,<br />

hacen que ardan sus páginas: nadie<br />

puede escribir con tanto dolor sobre lo<br />

que abruma y aburre y aplasta de París y<br />

de Londres y de ese país que ya no existe,<br />

la antigua Yugoslavia; nadie puede<br />

escribir con tanto dolor sobre una amistad<br />

que se quiere volver forma de vida y<br />

15


se quiebra por la colección de moderados<br />

egoísmos que atraviesan incluso a los<br />

más generosos; nadie puede decir tan<br />

bien de un escritor cercano, amado,<br />

necesario que tiene páginas pésimas.<br />

Además Manjarrez recuerda sin olvidar<br />

desde dónde recuerda. Recuerda<br />

sin olvidar que mucho de lo que recuerda<br />

se ha vuelto necesario, valioso,<br />

bello, porque ya no está, porque se<br />

ha perdido irremisiblemente y a veces,<br />

muchas veces, para bien. Héctor recuerda<br />

mostrando, sobre todo como fondo, el<br />

hic et nunc cambiados, contrastantes<br />

que acaso lo han invitado a volver a un<br />

paraje de la memoria. Pero cito de una<br />

página más, ahora del Bosque en la ciudad,<br />

para seguir:<br />

Se me olvidaba un momento muy hermoso<br />

de la primavera local: antes del<br />

florecimiento de las jacarandas, el de<br />

los duraznos. Me acuerdo del asombro<br />

y la emoción con aquel árbol, en mi<br />

dúplex de Calzada de Tlalpan, en los<br />

ochenta, que medía unos cuatro metros<br />

de alto y que nunca daba duraznos,<br />

pero nunca dejaba de dar flores.<br />

Los amigos venían a verlo. La gente<br />

entonces tenía tiempo (aunque tuviera<br />

hijos) para ir a mirar un durazno y<br />

tomarse unas chelas (que entonces se<br />

llamaban cheves) e improvisar algo<br />

delicioso para comer. 3<br />

Aquí está todo junto: la memoria amorosa<br />

y la valiente, que va pero se obliga<br />

también a regresar desde el pasado y narrar,<br />

ensayar, cantar, criticar el aquí. El<br />

presente es un lugar desde el que se va al<br />

pasado, pero también terminus, punto de<br />

llegada que se modifica desde el pasado<br />

y, sobre todo, gracias a la memoria.<br />

Y, por cierto, ese ir y venir está desde<br />

el primer cuento de Acto propiciatorio,<br />

de 1970, que recordábamos hace<br />

poco Paloma Villegas y yo. Un cuento<br />

en que una familia recibe a un cowboy<br />

que rueda desde la pantalla de la televisión<br />

a su casa de la Colonia Roma.<br />

Aunque esta colección no se haya reeditado,<br />

ya estaban en ella latiendo esos<br />

tiempos que se tocan, un ir y venir.<br />

Me falta decir algo importante, que<br />

acaso ya con las pocas citas que he<br />

leído resulte evidente. Manjarrez sabe<br />

encontrar no sólo las palabras justas,<br />

sino que también sabe resucitar en el<br />

momento necesario las que alguna vez<br />

se usaron para un sentir común, para un<br />

estar juntos: sabe decir cheves, sabe<br />

decir despacito, sabe decir bello. Pero<br />

también sabe decir más:<br />

Esta casa tiene una buganvilla<br />

un peral y otras plantas<br />

cuyos nombres desconocidos<br />

me infunden gran tranquilidad. 4<br />

3<br />

El bosque en la ciudad, era, México, 2007. 4<br />

Canciones para los que se han separado,<br />

16


el sueño de la aldea<br />

El horizonte de la palabra es siempre<br />

la imposibilidad de agotar con lo<br />

dicho la densidad, la riqueza, el misterio<br />

de lo real. Lo que lleva a escribir y,<br />

sobre todo, a seguir escribiendo. Pero<br />

también a la sabiduría de reconocer<br />

que, por más que se forje una precisión<br />

(y Manjarrez es prodigiosamente preciso),<br />

hay un momento en que hay que<br />

rendirse: y en estos versos el poeta se<br />

rinde de manera ejemplar, gozosa.<br />

La memoria está hecha de palabras<br />

sabidas y olvidadas. Repetidas, sobadas,<br />

gastadas. Nuevas. De palabras y<br />

del límite de las palabras. De silencios<br />

sabios. Elipsis elegidas.<br />

No es entonces coincidencia, abuso<br />

de confianza o de autoconfianza que<br />

haya concentrado saberes y, tongue in<br />

cheek, haya publicado también un Útil<br />

y muy ameno vocabulario para entender<br />

a los mexicanos. (La parte de entender<br />

a los mexicanos a lo mejor no he acabado<br />

de entender cómo usarla.)<br />

Hasta aquí me he limitado al espacio<br />

abarcable de ciertas páginas, sin pensar<br />

de manera cabal lo que es y hace<br />

un libro completo de Héctor Manjarrez.<br />

Primero que nada hay que decir<br />

algo que es obvio cuando uno se refiere<br />

al novelista –pero que no lo es necesariamente<br />

cuando uno piensa en el<br />

era, México, 1986.<br />

cuentista, el poeta, el ensayista–: Manjarrez<br />

planea la unidad y las unidades<br />

de sus libros cuidadosamente.<br />

Por ejemplo, su más reciente colección<br />

de cuentos, Anoche dormí en la<br />

montaña, no es solamente un volumen de<br />

textos breves y extraordinariamente bien<br />

<strong>escritos</strong>. Son textos que hablan entre<br />

sí, que se enriquecen, que quieren estar<br />

en el mismo libro. No solamente porque<br />

varios de ellos cuentan una Semana<br />

Santa huichola, y porque en ellos está<br />

Concha, la memorable protagonista de<br />

El otro amor de su vida. El resto de los<br />

cuentos no sucede en la Sierra Madre<br />

Occidental, sino en la Ciudad de México,<br />

en Managua, en Londres, en La<br />

Habana. Pero todas sus protagonistas<br />

son mujeres y en todos impera no la<br />

pregunta sobre “el eterno femenino”,<br />

sino la pregunta concreta sobre mujeres<br />

concretas, que han vivido en lugares y<br />

tiempos que las determinan en cierta<br />

medida, pero estas mujeres también,<br />

además de habitarlas, sortean esas determinaciones<br />

volviéndolas extraordinariamente<br />

singulares.<br />

Pero además de la unidad del libro<br />

mismo, encerrada entre sus pastas,<br />

Manjarrez crea unidades en sus libros<br />

de cuentos, en sus colecciones de ensayos:<br />

unidades que pueden llamarse “Infidelidad”,<br />

como la primera del libro<br />

que mencionaba; “Gracia”, como una<br />

17


de las partes de El camino de los sentimientos,<br />

o sencillamente estar encabezadas<br />

con número como en las tres partes<br />

de las colecciones de cuentos No todos<br />

los hombres son románticos y Ya casi<br />

no tengo rostro. Estas separaciones,<br />

incluso cuando son una mera cifra,<br />

invitan (o por lo menos me invitan) a<br />

pensar la comunidad entre dos o más<br />

textos. Invitan –después de haber gozado,<br />

sentido, paladeado las palabras<br />

que rescatan, la música que hacen poner,<br />

los cuadros que habitan y, sobre<br />

todo, los otros libros que reavivan– a<br />

pensar en la figura que forman.<br />

Del mismo modo que los trabajos de<br />

la memoria de los que he hablado antes<br />

modifican también el presente, estos<br />

títulos obligan a una activación temática<br />

de los textos que encabezan: sean un<br />

fragmento de una novela o un grupo de<br />

cuentos. Me hacen pensar en cómo lo<br />

que he leído se transforma e invita a la<br />

meditación sobre el tema que los une.<br />

El yo, la pasión sexual de los cuerpos,<br />

la juventud y el envejecimiento, el vivir<br />

en una ciudad a la que no le hago<br />

falta, el fracaso de una opción política<br />

más generosa pero que deja una huella<br />

en otra parte. Dos o más textos <strong>escritos</strong><br />

de manera cuidadosamente distinta,<br />

cristalizan por la unidad que los reúne.<br />

Incluso en el caso de las novelas, los<br />

capítulos invitan al guiño teatral y a<br />

ser leídos como los actos en una pieza.<br />

Pero no quiero terminar sin proponer<br />

una posible unidad que ofrece la<br />

obra misma; no como ese elefante en<br />

cuero y papel cebolla que iría del Acto<br />

propiciatorio y Lapsus de principios de<br />

la década de los setenta a la flamante<br />

París desaparece y lo que siga pasado<br />

mañana, que siempre sorprende, pero<br />

al mismo tiempo bebe de las mismas<br />

inagotables aguas elementales:<br />

Este corpus está atravesado por cuerpos.<br />

Desde los muy directamente dichos,<br />

como estos del temprano El golpe avisa:<br />

Debí, sí, debí beber tu sangre<br />

y mascarte el click por un ciego instante<br />

mudo<br />

antes de agotarnos, mucho antes del baño.<br />

Ahora tu cuerpo casi musculoso,<br />

grotescamente blanco, coñirrojo<br />

y pelirrubio, está tan inmaculado<br />

tan quant à soi<br />

como el mío. Que no te di casi nada<br />

es cierto. Que me diste el revival<br />

de un viejo aborto es tan estremecedor<br />

que lloro de no ponerme sentimental<br />

como tu ciudad. 5<br />

De nuevo, cuerpos, en plural. Porque<br />

incluso los intensos momentos de<br />

soledad son, sobre todo, de añoranza o<br />

de desgarramiento respecto a otro cuerpo.<br />

Concreto o por concretarse. Cuerpos<br />

5<br />

El golpe avisa, era, México, 1977.<br />

18


el sueño de la aldea<br />

puestos en palabra, pero en una palabra<br />

que por muy perfecta, por muy<br />

cimentada en las más altas cumbres<br />

de la cultura, mejor: gracias a que ha<br />

dormido en la montaña de la cultura,<br />

no abandona nunca a los cuerpos.<br />

Pero como dice Badiou: hay cuerpos,<br />

hay lengua y hay también verdades.<br />

Y la verdad requiere no sólo de la<br />

revelación deslumbrante –el brillo del<br />

amor, la herida de la belleza, la convicción–,<br />

sino de lo que Badiou llama<br />

fidelidad y yo he preferido llamar<br />

valentía. La obra de Manjarrez no es<br />

la de un sentimental ni la de un nostálgico<br />

ni la de un hedonista. Los sentimientos,<br />

la memoria y los placeres<br />

son siempre lo que está por pensarse,<br />

lo que desde su hacernos sentir, desde<br />

su habernos hecho sentir nos obliga a<br />

pensar.<br />

Para Manjarrez, además, el pensar<br />

exige un decir muy elevado. A nivel<br />

de la palabra elegida, a nivel de la perfección<br />

de cada texto, a nivel de la relación<br />

entre textos y al final, al final<br />

de su obra completa que es uno de los<br />

retratos de historia íntima más completos,<br />

más complejos, más conmovedores<br />

con los que contamos. Un decir<br />

que al mismo tiempo proteja la verdad<br />

de los cuerpos que lo originaron. Y en<br />

esa constelación veo la singularidad<br />

de su brillo.<br />

12397.<br />

Fórmulas para poblar un<br />

desierto<br />

Dante A. Saucedo<br />

Leah Goldberg preguntó alguna vez:<br />

1<br />

¿Cómo ha de poder un sólo pájaro<br />

sostener el cielo entero<br />

sobre sus débiles alas<br />

por sobre el desierto?<br />

Es una cuestión de números, pero también<br />

de geografías. De lugares extraños<br />

y deshabitados; de fugas, migraciones y<br />

soledad. Del peso que, aun en la mitad<br />

de un vuelo, el desierto puede comportar.<br />

¿Cuántos pájaros se necesitan para<br />

cruzarlo? ¿Cuántos para poblarlo?<br />

Durante su reclusión en la cárcel de<br />

Breslau, Rosa Luxemburgo se entretenía<br />

observando pájaros por su ventana<br />

y leyendo sobre ellos. En carta a Hans<br />

Diefenbach comenta una de esas lecturas:<br />

durante las migraciones, aves<br />

que usualmente son predadoras viajan<br />

juntas, ayudándose a huir. “Cuando<br />

leo algo así –escribe Luxemburgo–,<br />

empiezo a pensar que incluso la cárcel<br />

parece un lugar habitable.” Quizá<br />

la única manera de soportar el desierto<br />

sea viajar en grupo, mantenerse en fuga.<br />

19


¿Qué es un desierto? Un páramo ajeno<br />

y desolado, un trozo de tierra que nadie<br />

puede reclamar como propio, un espacio<br />

que sólo puede ser poblado en<br />

movimiento. El desierto amenaza no<br />

por su vacío o por lo implacable de su<br />

sol, sino porque permanece inapropiable.<br />

Resulta imposible trazar líneas o<br />

marcar límites y distancias sobre él:<br />

basta un segundo de viento para que<br />

las huellas desaparezcan en la arena.<br />

Un desierto no puede ser la patria de<br />

nadie y, por eso, la única forma de habitarlo<br />

es el exilio.<br />

¿Qué podrían hacer en un lugar así<br />

un pájaro, un camello, un nómada? Seguramente<br />

cruzarlo o huir de él; enfrentarse<br />

a su sórdida planicie para poder<br />

volver a casa o llegar, al menos, a un<br />

oasis. ¿Quién podría, en esas circunstancias,<br />

pensar en escribir? ¿Sería posible<br />

siquiera hacerlo? En 1976, Juan<br />

Gelman salió de su país, obligado por<br />

la persecución de la dictadura militar.<br />

Nunca volvió a su patria para habitarla<br />

y, aun así, nunca dejó de escribir. En<br />

el desierto, sólo la poesía podía aligerar<br />

sus alas:<br />

juan gelman<br />

2<br />

me desterraron de mi tierra/<br />

caminé por la tierra/<br />

me deportaron de mi lengua/<br />

mi lengua me acompañó/<br />

3<br />

Ricardo Piglia escribió que hay algo<br />

territorial en juego en las literaturas y<br />

su circulación, “una cuestión de mapas<br />

y fronteras, ciertas rutas que lleva<br />

tiempo recorrer. Y quizá algo de la calidad<br />

de los textos tiene que ver con<br />

la lentitud con la que llegan a su destino”.<br />

Todo esto es cierto, pero quizás<br />

haya también cierto tipo de textos que<br />

no se limiten a transitar y recorrer países.<br />

Si la “literatura del exilio” existe<br />

es porque hay escrituras capaces de<br />

desplazar los límites mismos, de dislocar<br />

las geografías y producir nuevos<br />

territorios.<br />

Un texto no es exiliar por el lugar<br />

20


el sueño de la aldea<br />

en el que se escribe, o por el sitio de<br />

origen de su autor, lo es porque produce<br />

un espacio completamente ajeno<br />

y extraño, un territorio que es, a la vez,<br />

el único que el texto mismo podría habitar.<br />

La poesía del exilio huye para<br />

producir una tierra por poblar; permanece<br />

en fuga, acompañada de sí<br />

misma, por que sólo así le es posible<br />

sobrevivir. Gelman conoció esta experiencia<br />

y logró condensarla en un brevísimo<br />

poema:<br />

no está en el mar mi casa / ni en el aire /<br />

en la gracia de tus palabras vivo<br />

Por eso, la poesía de Gelman es profundamente<br />

exiliar, pero nunca nostálgica.<br />

No puede serlo: su escritura<br />

desplaza geografías y territorios, y este<br />

temblor trastoca también lo que alguna<br />

vez fue su patria: “no era perfecto mi<br />

país antes del golpe militar. Pero era<br />

mi estar, las veces que temblé contra<br />

los muros del amor, las veces que fui<br />

niño, perro, hombre”. No obstante, “los<br />

límites del cielo cambiaron” y, con ellos,<br />

su país. Gelman no escribe para volver,<br />

si no para poder poblar el desierto<br />

que él mismo ha creado en su escritura.<br />

Para poder ser –otra vez– perro,<br />

hombre, pájaro, camello:<br />

en esta medianoche del exilio<br />

soy yo mismo una bestia /<br />

12397<br />

Poblar –lo sabemos desde siempre– significa<br />

crecer, multiplicarse. Por eso la<br />

poesía de Gelman está llena de animales,<br />

de pájaros y nombres: los de sus compañeros,<br />

los de sus amigos, pero también<br />

el suyo, desdoblado. En Hacia el sur<br />

(1981-1982) aparecen poemas de Julio<br />

Greco y José Galván, dos nombres falsos<br />

que señalan, en el nombre mismo<br />

del autor, una pequeñísima fractura que<br />

le ayuda a multiplicarse y acompañarse<br />

en el exilio.<br />

No son heterónimos. La escritura cambia<br />

poco y es posible leer el libro entero<br />

como si esos nombres no removieran<br />

nada. No son tampoco personajes de<br />

ficción, un producto de la genialidad<br />

del autor, de su última arrogancia. Son<br />

apenas indicios de un movimiento anterior<br />

a ellos mismos: el nombre del<br />

autor vuela en múltiples direcciones y<br />

Julio Greco, Juan Gelman o José Galván<br />

son apenas instantes en cada uno<br />

de esos trayectos. El autor no es nunca<br />

un sólo pájaro: se divide y se multiplica<br />

según una regla para la cual no<br />

hay aritmética posible. Juan Gelman<br />

crece y se dispersa para poder vivir sin<br />

tener que numerarse.<br />

En Com/posiciones (1984-1985), el autor<br />

vuelve a situar su nombre entre una<br />

multitud: Ibn Gabirol, Amós, Yehuda<br />

21


Alevi. Poetas, filósofos y profetas judíos,<br />

desterrados permanentes. Gelman<br />

justifica el título del volumen<br />

en una pequeña nota: “llamo com/<br />

posiciones a los poemas porque los he<br />

com/puesto, es decir, puse cosas de<br />

mí en los textos que grandes poetas<br />

escribieron hace siglos”. Pero en ese<br />

nombre se esconde también otro sentido:<br />

Spinoza –otro exiliado– llamaba<br />

composición al choque entre partículas,<br />

sustancias, átomos; el momento<br />

azaroso en el que los cuerpos se encuentran<br />

para articular sus alegrías.<br />

Porque vivir –lo sabemos– no es simplemente<br />

vagar solos por un desierto.<br />

Hay que saber multiplicarse y saber<br />

encontrarse con otros nombres, con<br />

los instantes de otras fugas. Julio Greco<br />

escribió esa experiencia, donde los<br />

cuerpos y las tierras se entrelazan y se<br />

desplazan mutuamente:<br />

esa mujer mezclaba la geografía tanto /<br />

(…) siempre había una selva / un tigre o<br />

tigra / una luna rosada (no de dedos<br />

rosados) / misterios vegetales y minerales<br />

Julio Greco puede amar, por ello, sin<br />

contar: “decir que esa mujer era dos mujeres<br />

es decir poquito”, escribió en algún<br />

instante; “debía tener 12 397 mujeres en<br />

su mujer”. Pero esa cifra no es un número.<br />

Es algo mucho más sutil y, quizás<br />

por ello, algo mucho más poderoso. Es<br />

un indicio, una sospecha, un cálculo.<br />

Una multitud incuantificable en la que<br />

caben mujeres, hombres, pájaros, caballos,<br />

bestias, piedras y granos de sal.<br />

12 397 es una fórmula de la matemática<br />

imposible que Gelman “como Greco”<br />

supo decir de múltiples maneras:<br />

Un hombre dividido por dos no da dos<br />

hombres.<br />

Quién carajo se atreve, en estas circunstancias,<br />

a multiplicar mi alma por uno.<br />

Es posible que la poesía de Gelman<br />

no haya vuelto nunca del exilio;<br />

su autor no dejó nunca de habitar una<br />

tierra extranjera y quizá no haya hecho<br />

otra cosa que intentar escribir esa<br />

experien cia. Es posible que al menos<br />

uno de sus exilios haya terminado. Tal<br />

vez el poeta descubrió una forma peculiar<br />

de acabar con él: trabajar con<br />

una lengua que le permitiera estar<br />

siempre en fuga.<br />

En Dibaxu (1983-1985) logra, con una<br />

sencillez inusitada, lo que todos los<br />

poetas han intentado, incluso sin saberlo:<br />

traducirse a sí mismos. El autor<br />

escribe en sefardí –el castellano de los<br />

judíos expulsados por los Reyes Católicos–<br />

e intenta verter la sutileza de la<br />

huida al español contemporáneo. En ese<br />

tránsito –el del desierto, el de la lengua,<br />

el del exilio– Gelman logró por fin encontrar<br />

una forma de vida; un cierto<br />

22


el sueño de la aldea<br />

modo de juntar memorias y olvidos;<br />

pájaros, fugas, migraciones, cuerpos:<br />

nil trigu di tu ventre<br />

volan páxarus<br />

qui cantan<br />

in lu qui va a venir /<br />

en el trigo de tu vientre<br />

vuelan pájaros<br />

que cantan<br />

en lo que va a venir /<br />

En la página non del libro aparece<br />

la versión castellana; en la par, escrita<br />

en cursivas, la sefardí. El original parece<br />

un fantasma, un doble espectral<br />

de su transcripción española. El poema<br />

se lee como si –aun estando allí antes<br />

de la traducción– su doble lo hubiera<br />

multiplicado, volviéndolo distinto de sí<br />

mismo. ¿Un poema multiplicado por dos<br />

da dos poemas? ¿Cuántas palabras pueblan<br />

el espacio entre los dos? ¿Cuántos<br />

pájaros lo cruzan? La fórmula de<br />

la poesía de Gelman, y de su vida, se<br />

halla en ese espacio.<br />

y, para explicarlas, dibujaron cien millas<br />

al este un archipiélago imaginario. Las<br />

islas, por supuesto, no fueron nunca descubiertas,<br />

pero quizá no hayan dejado,<br />

tampoco, de existir. ¿Qué otra cosa podría<br />

dar cuenta de nuestros flujos, nuestras<br />

extrañas corrientes, nuestros encuentros,<br />

nuestros nombres desdoblados?<br />

Deleuze escribió alguna vez que una<br />

isla no deja de ser desierta simplemente<br />

porque alguien vive en ella. Es posible<br />

que, para poblarla, sea necesario multiplicarse;<br />

ser una bestia o un pájaro,<br />

un archipiélago real y otro imaginario,<br />

comenzar una fuga con 12 397 o con la<br />

cifra justa. Encontrar una lengua para<br />

poder decir la huida; mostrar el espacio<br />

que la separa de sus posibles traducciones.<br />

Si es verdad que toda poesía se<br />

escribe en un idioma extranjero, es posible<br />

que vivamos siempre como exiliados<br />

en un desierto. Quizá la poesía<br />

del exilio –la de Gelman, la de Greco,<br />

la de Goldberg– no sea más que una<br />

fórmula para poder poblarlo.<br />

100 millas náuticas<br />

Herman Melville narra en The Encantadas<br />

que, hasta 1750, los mapas de navegación<br />

ingleses registraban un segundo<br />

grupo de islas al este de las Galápagos.<br />

Los bucaneros no podían explicar las<br />

extrañas corrientes que los rodeaban<br />

¿Quién habla en el poema?<br />

Guillermo Saavedra<br />

¿Quién habla en el poema? Al enunciarla,<br />

la pregunta se multiplica en una<br />

23


tríada de nuevas interrogaciones: ¿por<br />

qué quién y no qué?, ¿por qué habla<br />

y no escribe?, ¿qué clase de espacio,<br />

situación o realidad es el poema capaz<br />

de provocar que alguien se manifieste<br />

en ella verbalmente?<br />

Doy por incontestable, al menos de<br />

modo categórico, la tercera cuestión,<br />

pero es evidente que cualquier respuesta<br />

a la pregunta que nos convoca supone<br />

inevitablemente una puesta en relación<br />

de los tres elementos involucrados en<br />

ella: sujeto, voz y poema.<br />

Comienzo por tomar posición respecto<br />

de las dos primeras interrogaciones:<br />

1. Por un lado, no estoy del todo seguro<br />

de que haya necesaria o excluyentemente<br />

un quien, un sujeto humano<br />

–fragmentado o no, pero sujeto al fin–<br />

detrás de la particular realidad verbal<br />

que es el poema. Puede haberlo pero,<br />

sin dudas, no se trata tanto de una persona<br />

civil, ni psicológica como de un<br />

lugar de enunciación, una posición<br />

táctica que suele autoproclamarse Yo<br />

y que, como sabemos desde la célebre<br />

frase de Arthur Rimbaud en su carta a<br />

Georges Izambard, “es otro”.<br />

Pero sobre todo sospecho que, además<br />

de ese quién, de ese sujeto explícito<br />

o manifiesto, también se hace oír<br />

en el poema un qué, una esquirla o un<br />

resto de voz impersonal que podría<br />

atribuirse a la cultura, a la tradición,<br />

a la memoria de la especie o a lo real<br />

mismo buscando su oportunidad en la<br />

penumbra del lenguaje: aquello que<br />

Diana Bellessi llamó bellamente “la<br />

pequeña voz del mundo”.<br />

Para volver a Rimbaud y a la célebre<br />

carta ya mencionada: “Es falso<br />

decir: ‘Yo pienso’; debería decirse: ‘me<br />

piensan’.” O, como diría mucho más<br />

tarde el psicoanálisis de cuño lacaniano,<br />

“soy pensado” o “soy hablado”,<br />

poniendo en evidencia que el supuesto<br />

agente del pensamiento o del habla es,<br />

más bien, un paciente de dicho acto.<br />

2. Por otro lado, sí: tiendo a creer que<br />

lo que sucede en esa experiencia singular<br />

del lenguaje que es la poesía está<br />

más vinculado, quizá de modo atávico,<br />

al habla que a la escritura.<br />

Sobre todo si nos atenemos al campo<br />

más restringido de la poesía lírica<br />

–aquella que, desde mi punto de vista,<br />

supone la mayor radicalización de la<br />

experiencia poética–, dejando de lado<br />

la extensísima tradición de la épica, en<br />

la cual lo que se pone de manifiesto es,<br />

más que el trabajo de un poeta, el de<br />

un narrador que ha elegido el ropaje<br />

del verso, un atavío que puede llegar a<br />

lucir con ademanes más o menos inspirados,<br />

pero en cualquier caso sacrificando<br />

condensación e intensidad para<br />

ganar en extensión y exhaustividad, y<br />

renunciando, por así decirlo, a lo pro­<br />

24


el sueño de la aldea<br />

pio e intransferible de la experiencia<br />

del instante, que es, a mi juicio, lo que<br />

pone en escena, de modo necesariamente<br />

fugaz, el poema –un ímpetu, como decía<br />

Henri Michaux, que no puede durar<br />

mucho.<br />

Y también habría que soslayar, entre<br />

otras prácticas de lenguaje que se<br />

alejan fuertemente de toda huella de<br />

la oralidad para poner el énfasis en la<br />

escritura, emprendimientos tales como<br />

la poesía concreta, que prefiere reclamar,<br />

para su realización, el espacio físico<br />

y plástico de la página, en lugar de<br />

la voz y, para su recepción, la vista en<br />

lugar del oído.<br />

Ahora bien, es la poesía la que ocurre<br />

en la voz –o, si se prefiere, sólo la voz<br />

puede sintonizar la situación poética,<br />

el sistema de relaciones o correspondencias<br />

que ésta pone en juego, en un<br />

momento dado del fluir de las cosas<br />

a través del tiempo–. Pero el poema,<br />

al menos tal como hoy lo conocemos,<br />

realidad tangible sobre una página,<br />

mantiene con el acontecimiento poético<br />

una relación testimonial: el poema<br />

es la huella de la voz que se manifiesta<br />

en el hecho de la poesía, el eco más<br />

o menos distante de aquel suceso.<br />

En este sentido, podría decirse que<br />

aquello que persiste en expresarse en<br />

el poema es de algún modo el fantasma<br />

de la voz que hizo posible la experiencia<br />

poética y que ésta, a su vez,<br />

reclamó con su espesor de urgencia, de<br />

actualidad fugaz e irrepetible, de temblor<br />

único, el pase del testigo: la escritura<br />

del poema, allí donde la voz de la<br />

experiencia se adelgaza o deshilvana<br />

puesto que, si la poesía es aquel caracol<br />

nocturno del que hablaba Lezama<br />

Lima, lo que de él persiste en el poema<br />

es su rastro de baba.<br />

Si se aceptan estas consideraciones,<br />

podría reformularse la pregunta inicial:<br />

¿qué rastros de qué voces persisten<br />

en hacernos llegar su testimonio<br />

en el poema y, en tal sentido, qué papel<br />

cabe al poeta en esa actividad testimonial,<br />

documentaria?<br />

Me apresuro a admitir que estas consideraciones<br />

descansan sobre un acto<br />

de fe o, si se prefiere, sobre el incómodo<br />

énfasis de una serie de sospechas que<br />

paso a enumerar:<br />

° La poesía ocurre en un exterior ajeno<br />

a la conciencia, a la voluntad y a la<br />

voz del poeta.<br />

° La poesía es un don del mundo que<br />

encuentra en la lengua un refugio provisional<br />

pero cierto.<br />

° El poema es la casa de palabras<br />

que el poeta logra construir (con ayuda<br />

de la tradición, de la cultura, de la<br />

sensibilidad de su época y de una sensibilidad<br />

e intuición propias) para un<br />

hecho de poesía.<br />

25


° En tal sentido, todo poema es una<br />

forma de traducción, un traslado de ese<br />

cuerpo vivo a la frigidez de la página.<br />

Desde esta perspectiva, podría leerse<br />

el progresivo despojamiento de ciertos<br />

moldes formales llevado a cabo por<br />

la poesía desde fines del siglo xix hasta<br />

la eclosión y apogeo de las diversas<br />

vanguardias estéticas del siglo xx<br />

como un intento de eliminar las mediaciones<br />

y distorsiones excesivas del<br />

aparato de la cultura: una forma como<br />

el soneto, por ejemplo, habría llegado a<br />

ser en sí misma demasiado significante<br />

como para acabar ahogando la singularidad<br />

del contenido poético específico<br />

de un poema.<br />

O, dicho de otro modo, para que la<br />

traducción no desvirtúe la voz de la experiencia<br />

poética ni la esconda hasta<br />

hacerla desaparecer, la casa que es el<br />

poema se ha ido reduciendo a lo esencial:<br />

lo que fuera en algún momento<br />

mansión lujosa ha devenido en precario<br />

rancho para que, desde su relativa<br />

intemperie –la intemperie sin fin de la<br />

que habla Juan L. Ortiz en sus inolvidables<br />

y recurridos versos–, el poema<br />

se mantenga, paradójicamente, mucho<br />

más vivo y audible en su relativa desprotección.<br />

De aquí podría deducirse que el poeta<br />

es el constructor (o desconstructor) de un<br />

espacio para dar cabida a la voz de la<br />

poesía y no el verdadero hablante del<br />

poema. Pero, incluso adoptando plenamente<br />

esta posición, es necesario señalar<br />

que el poeta es algo más que eso<br />

ya que si, por una parte, crea el ámbito<br />

formal para que la voz poética pueda<br />

discurrir u ocurrir en él, también,<br />

en su condición de lenguaraz entre un<br />

avatar del mundo y un lector capaz de<br />

recibirlo, tiene un papel activo en la<br />

elocución final del poema.<br />

Vale decir, al poeta cabe discernir<br />

lo singular de un rumor concreto proveniente<br />

del mundo; separar el ruido de<br />

las cosas sumidas en el caos para dejar<br />

oír aquello que, en su especificidad (y<br />

más allá de la tradición y de su propia<br />

experiencia psicológica como sujeto),<br />

está pidiendo el asilo del poema.<br />

Desde luego, ese proceso está siempre<br />

gravemente amenazado por la inteligencia,<br />

los supuestos saberes, el<br />

sentido común y, en general, por cierta<br />

pulsión racional, si se me permite el<br />

oxímoron, que pugna en el poeta por<br />

hacerse oír y que tiende a asfixiar la<br />

voz pura y perfectamente gratuita del<br />

acontecimiento poético en beneficio de<br />

una voz supuestamente pertinente, eficaz<br />

o edificante.<br />

Si puede hablarse de autoría en poesía,<br />

si hay un modo de presencia o participación<br />

del poeta en la realización<br />

del poema, ésta reside precisamente<br />

26


el sueño de la aldea<br />

en la capacidad de tomar buenas decisiones<br />

al respecto. El poeta sería, entonces,<br />

una suerte de mediador, de administrador<br />

de voces (incluida la propia), con<br />

el mandato de no normalizarlas sino,<br />

por el contrario, dejarlas expuestas, como<br />

se dice de una fractura, en su mayor<br />

extrañeza y excepcionalidad.<br />

Un intento de unir los puntos hasta<br />

aquí mencionados, como quien busca,<br />

a pesar de todo, trazar el contorno de<br />

una figura, dar una imagen concreta<br />

de algo que se aproxime a una certeza:<br />

° La poesía es un hecho o la vinculación<br />

de varios hechos fugaces e irrepetibles<br />

en un momento dado del devenir<br />

del mundo.<br />

° El poema es, a la vez, la huella y la<br />

casa de la poesía.<br />

° El poeta es el Teseo que recoge, desde<br />

el centro del laberinto de la experiencia<br />

poética, el hilo de Ariadna y<br />

es capaz de encontrar la salida.<br />

° La poesía es la manifestación de una<br />

voz que, agazapada en un rincón de la<br />

oscuridad de lo real, u olvidada en un<br />

repliegue de la cultura, o rediviva en<br />

el fondo de la mente del propio poeta,<br />

pide ser traducida y reformulada para<br />

hallar, de ese modo, un lugar entre las<br />

cosas sensibles y, en cierto casos, inteligibles.<br />

° En el poema coexisten, no siempre<br />

pacíficamente, la huella de la voz de la<br />

situación poética, la voz de la cultura<br />

intentando domesticarla en virtud de<br />

los parámetros vigentes en una época<br />

dada y la voz del poeta, quien intenta<br />

rescatar esa huella rindiendo mayor o<br />

menor tributo al paradigma cultural<br />

en curso pero intentando no traicionar<br />

el impulso, las calidades, texturas e intensidades<br />

de lo que le ha sido dado a<br />

través de una asociación casual, el estímulo<br />

de una lectura, un recuerdo o,<br />

mejor aún, el aguijón de un olvido.<br />

° Corolario: el poeta es el lenguaraz o,<br />

si se prefiere, el agente de primeros auxilios<br />

capaz de intentar una suerte de resucitación<br />

de la experiencia poética. No<br />

siempre lo consigue, como es sabido.<br />

Al releer todo lo anterior descubro,<br />

como san Agustín en relación al tiempo,<br />

que, si no me preguntan qué es la<br />

voz poética ni quién la pronuncia, creo<br />

tener una aceptable noción de ambas<br />

cosas; pero, en cuanto me lo pregunto,<br />

toda certeza al respecto se desvanece<br />

en mí por completo.<br />

No sé, en verdad, qué sea la voz en<br />

el poema.<br />

Sobre todo, no sé encontrarla en mis<br />

propios intentos poéticos, aunque a veces<br />

crea poder reconocerla en los otros,<br />

de un modo intuitivo, por simple inspección<br />

del espíritu, como decía Descartes<br />

(y, en este aspecto, quizá la mejor<br />

prueba de que se trata de una voz y no<br />

27


de una escritura poética es que, para<br />

discernir si estoy o no frente a algo digno<br />

de ser considerado un poema, debo<br />

leerlo en voz alta).<br />

A veces esa inspección me deja la<br />

sensación de que el poeta llegó a enhebrar<br />

el hilo de la voz pero no le hizo<br />

un nudo y está cosiendo en el aire, sin<br />

lograr zurcir, en su decir, mundo y palabra.<br />

En otros casos –César Vallejo es,<br />

para mí, emblemático en este sentido–,<br />

tengo la sensación que intentaba expresar<br />

más arriba de que la voz preexiste al<br />

poema, de que esa voz, poética, existía<br />

antes y persistirá después de que el<br />

poema se constituya como tal. Como<br />

si el poema fuese sólo un intervalo de<br />

altísima concentración de la voz pero<br />

ésta no se extinguiese al final del poema<br />

y pasase, simplemente, a emitirse<br />

en una frecuencia ajena a la escritura.<br />

Es decir, la voz poética continúa ahí<br />

después del poema, como una reverberación<br />

de algo material que no se ausentó,<br />

sólo dejó de ser audible. No estoy<br />

insinuando nada de orden esotérico ni<br />

paranormal sino refiriéndome a la clara<br />

percepción de un silencio que uno adivina<br />

cargado de omisiones, de un retiro<br />

de la palabra que no implica una<br />

desaparición de la experiencia sino el<br />

recurso que ésta tiene para manifestar<br />

su condición singularmente discreta.<br />

Como nuevo intento de aproximarme<br />

a la cuestión, apelo a mi propia, modesta<br />

experiencia. Lo que sospecho<br />

que sucede, en los que considero mis<br />

mejores momentos, aquellos que llevan<br />

a hablar de inspiración o de gran<br />

concentración, es que sé que no voy a<br />

encontrar mi voz pero sí su huella.<br />

Son momentos de lucidez, de sintonía,<br />

de puesta en foco, de altísima nitidez<br />

que me vuelven particularmente<br />

perceptivo a algo que, estando en mí,<br />

parece haber venido de fuera y, súbitamente,<br />

retirarse nuevamente dejando<br />

en mí su estela.<br />

Tal vez no casualmente, cada vez que<br />

he tenido esa suerte de epifanía, no me<br />

encontraba entregado gravemente a la<br />

escritura sino jugando con total despreocupación<br />

(así se me impuso la economía<br />

del poema largo en prosa para Caracol);<br />

entregado a aspectos técnicos de<br />

la escritura (fui anotando, en una página<br />

en blanco, el nombre de John Cage en<br />

sentido vertical cuando me apareció la<br />

necesidad de cruzar horizontalmente<br />

cada letra de ese nombre, con lo que<br />

luego comprendí que iba camino a convertirse<br />

en versos, en mi libro Tentativas<br />

sobre Cage); con la mente en blanco<br />

u ocupada en otra cosa (en tales circunstancias,<br />

probando el procesador<br />

de textos de una nueva computadora,<br />

irrumpieron ante mí, inopinadamente,<br />

28


el sueño de la aldea<br />

los dos primeros versos de El velador,<br />

que hablaban de la muerte de una madre,<br />

tragedia que por entonces no era,<br />

para mí, autobiográfica). Irónicamente,<br />

en el único caso en que intenté con<br />

deliberación interrogar una situación<br />

con un contenido semántico evidente<br />

y cercano como la crisis de diciembre<br />

de 2001, luego de la aparición de cuatro<br />

poemas que surgieron con voz nítida<br />

y propia en mi conciencia, el resto<br />

de lo que ya era un proyecto de libro,<br />

Desocupado, guardó silencio, se retiró<br />

drásticamente de mi imaginación<br />

poética y se mantiene ausente de ella<br />

hasta hoy.<br />

Si detrás de esta resistencia de la<br />

poesía a manifestarse con una dirección<br />

y una intención predeterminadas<br />

por mi voluntad de autor hay una lección,<br />

¿podría decirse que, al menos en<br />

mi caso, se cumple lo que pedía Chuan<br />

Tzú? ¿Hay que entrar en la jaula mientras<br />

los pájaros duermen?<br />

En última instancia, si es cierto, como<br />

vengo afirmando en estas páginas, que<br />

los asuntos y las materias de la poesía<br />

no nos pertenecen y que sólo nos es<br />

dado consignar sus rastros, ¿cuál es la<br />

dimensión de nuestra responsabilidad<br />

–de nuestro mérito, si se prefiere– en<br />

el poema que, de tanto en tanto, la poesía<br />

escribe a través de nosotros, sedicentes,<br />

escuálidos poetas? ¿Qué parte de<br />

nosotros está representada en la voz mixta<br />

que da como resultado un poema?<br />

Sin lugar a dudas, no somos meras<br />

cajas de resonancia de los ejercicios<br />

de un Ventrílocuo Superior. Lo prueba<br />

el hecho de que un poema firmado por<br />

Vicente Huidobro lleva inscrito el grano<br />

de una voz que asociamos sin dudar,<br />

inequívocamente, al poeta chileno; del<br />

mismo modo en que nos ocurre ante un<br />

poema de Luis Cernuda, de Antonio Cisneros<br />

o de Olga Orozco, por citar unos<br />

pocos casos en los cuales la personalidad<br />

poética, más allá de las biografías,<br />

de los prestigios y de las afinidades electivas<br />

de cada cual, es percibida por el<br />

lector/oyente a través de algo que tendemos<br />

a considerar la voz.<br />

Pero eso que confiere carta de identidad<br />

a unos y a otros, mayores o menores<br />

pero indudablemente poetas, ¿es la<br />

voz de la poesía misma o el modo personal<br />

en que cada uno de esos poetas<br />

logra interpretar esa voz, impersonal y<br />

ajena, cargándola de un matiz singular,<br />

de aquello que con reticencias podríamos<br />

volver a llamar estilo?<br />

Vuelvo a mí, no por narcisismo sino<br />

porque, con todas mis limitaciones,<br />

puedo dar cuenta de mis procesos con<br />

algo menos de impertinencia que al<br />

hablar de otros poetas. Cuando logro<br />

entonarme en una escritura que deja<br />

de atender a los mandatos del supues­<br />

29


to buen gusto, de las buenas intenciones,<br />

de lo que está a la moda o de lo<br />

que, imagino, seducirá a un crítico o a<br />

un amigo lector, en esos casos, lo que<br />

habla en mí es la voz de la experiencia.<br />

No la de mi experiencia subjetiva sino<br />

la de la experiencia poética. Y si algo<br />

de mí queda en el poema al consignar<br />

esa voz es el reguero de atenciones discretas,<br />

discontinuas, que logro conceder<br />

a lo que ha logrado hablar en mí,<br />

a través de aquella voz.<br />

Sin duda ese rastro, ese zigzagueo<br />

de intuiciones anotadas se va haciendo,<br />

al menos a lo largo de un mismo<br />

libro, sistemático; encuentra un modo<br />

de responder con cierta regularidad a<br />

los imperativos de la experiencia que<br />

pretendo consignar. Y hago hincapié<br />

en esta palabra porque es allí, en la experiencia<br />

y no en la escritura misma,<br />

donde encuentro algo que podría admitir<br />

como el halo de una voz propia.<br />

El poema es posible como intento de<br />

recuperar esa experiencia en que la voz<br />

sonaba en mí como algo propio.<br />

¿Cómo hacer para que el poema preserve<br />

la autenticidad de lo que fue experiencia<br />

de la voz personal, de lo que se<br />

configuró en mí como consecuencia de<br />

un fenómeno exterior, de un recuerdo,<br />

una lectura, una conversación, una música,<br />

un dolor que me permitió vocalizar<br />

sin la necesidad del recurso a la imitación?<br />

No lo sé a ciencia cierta. Creo que,<br />

a veces, uno es privilegiado con una<br />

memoria auditiva más fina que en la<br />

mayoría de los casos. Y el poema se<br />

va escribiendo con atención cautelosa<br />

a la consistencia, el color, el fraseo de<br />

esa voz que a cada momento se pierde<br />

(como cuando uno intentaba sintonizar<br />

una emisora de onda corta en medio<br />

de la noche). En mi caso, es como<br />

si avanzase abriendo una brecha en la<br />

espesura con una tijerita de esas que<br />

usan los chicos en la primaria para<br />

hacer manualidades.<br />

La mayor parte del tiempo, escribir<br />

el poema es la experiencia del fracaso<br />

de recuperar (en la escritura) la experiencia<br />

del triunfo de la voz en el instante<br />

(de la vida). Pero sigo porque, en<br />

medio de ese fracaso, o quizá gracias<br />

a él –como si fracasar fuese un modo de<br />

ir descascarándome, de ir sacándome<br />

de encima las voces adquiridas, las imposturas<br />

ajenas, las interferencias–,<br />

en algunos momentos dejo de hundirme<br />

en el agua y logro pararme en una<br />

piedra.<br />

30


Piedad filial<br />

Clyo Mendoza Herrera<br />

Siempre he llorado. Nací llorando. Antes de nacer lloré<br />

a través de mi madre. Ella lloraba porque llovía o porque<br />

el sol le calentaba el vientre. Conforme fui creciendo<br />

dejó de consolarme. Dejamos de llorar, pero seguíamos<br />

creyendo en la tristeza.<br />

Camino todo el tiempo junto al acantilado<br />

con el deseo cardinal de nunca dejar mi cuerpo profundamente solo<br />

Quiero dar ese paso y caer<br />

que la caída sea tan natural como mi marcha<br />

Dijo Joseph Goebbels a su amigo Adolfo Hitler una noche<br />

en que tomaban juntos y hablaban de amor. Le dijo también<br />

que una mentira dicha mil veces se convierte en una gran<br />

verdad.<br />

Así me lo contó mi padre.<br />

*<br />

31


Una mañana mientras mi padre me hacía resolver un<br />

mapa cartesiano decidí que ya no quería acertar las<br />

cruces de sus planos, trazar cuadrantes, adivinar valores<br />

de letras postreras.<br />

Abandoné su incomprensible notación matricial y quise<br />

salir al encuentro de mi perro.<br />

Mi padre me detuvo de la manga<br />

–Ojalá te enamores –me dijo serio y luego lanzó su risa y<br />

su puño sobre la mesa.<br />

*<br />

Descubrió esa, la más brutal de las maldiciones gitanas, siendo niño,<br />

en una revista Reader’s Digest como aprendió a matar calandrias con<br />

sus puños galgos.<br />

–Ojalá te enamores.<br />

Mi muerte sigue la pauta de su puño en la madera.<br />

*<br />

Quise hundirme,<br />

caer en el acantilado amar a alguien hundirme.<br />

Amar en serio.<br />

Como los héroes en las habitaciones oscuras o como las aves que<br />

nunca se separan.<br />

32<br />

Tuve un tío que viajaba a ver a la gente que nadie reconoce.<br />

Quiso ser candidato a presidente del pueblo.<br />

Se dice que era querido, noble, honesto.


Lo asesinaron.<br />

Eso aseguró a gritos mi abuela.<br />

Lavó ella misma su cuerpo,<br />

como si fuera aún el niño de pecho.<br />

Lo miraba como al hijo que odias porque no deja de llorar,<br />

como al muerto al que se le reclama pero que no vuelve.<br />

Recogió las mantas de su campaña,<br />

las tendió como sábanas en todas las camas<br />

y convirtió su casa en un hostal.<br />

Una casa para qué.<br />

Sus hijos, se dio cuenta, no volverían nunca.<br />

Quise amar a alguien así: hundirme por hacerle justicia en cada uno<br />

de mis actos.<br />

Tratamos de curar su suerte<br />

devolverle la obsesión vital<br />

pero la víctima ya estaba reservada<br />

Fue una de las frases que se le escuchó a Ricardo<br />

Klement en una gélida playa argentina, cuando contaba a<br />

su mujer, en Alemania, acerca de su intento de rescatar a<br />

un perro.<br />

Así me lo contó mi padre.<br />

*<br />

*<br />

Pienso que mi madre desea caer en el mismo acantilado.<br />

33


Lo creo porque sus ojos rezuman agua. Rezuman agua<br />

como todas las cosas que llevan corriente. Creo que mi<br />

madre está luchando, pero sueña el mismo acantilado que<br />

yo. Mi madre vio en mí el miedo. Mi madre vio las alas que<br />

me sostenían titilando como cadena de oro. Por eso debe<br />

ser que cuando nos mirábamos largamente ambas<br />

empezábamos a llorar en abundancia.<br />

Evito a mi madre. Mi madre me evita a mí.<br />

*<br />

Una de esas cosas extrañas que hizo mi padre fue regalarme una navaja<br />

que tenía brújula, tijeras<br />

y una linterna con pilas de reloj.<br />

Los regalos de mi padre consistían en tener todo para no extraviarme.<br />

El día que me mataron llevaba la navaja.<br />

Balas<br />

Me hubiera gustado tener balas.<br />

Pero me dije: está bien, mira, todo va a estar bien,<br />

que es lo que me decía cuando estaba siendo cobarde.<br />

Igual sucedió, no pude evitarlo<br />

y caí<br />

con la boca reluciendo un agua nueva.<br />

34<br />

La palomilla tronó junto al foco,<br />

mi padre arrancó las flores de mi ventana<br />

y cuando terminó con su largo silencio


me enseñó a disparar.<br />

De este lado, en el vacío, todo se cumple.<br />

Colgó cartones como objetivos en los árboles<br />

donde nuevos mapas cartesianos se resuelven cada que él dispara<br />

pretendiendo que mi mano es su mano<br />

que su vida es mi vida.<br />

Padre: tu sangre no dibujó el plano para mi derrumbe, le digo.<br />

Pero no me escucha.<br />

*<br />

No quiero ser yo quien sepulte a nuestro hija muerta<br />

no quiero ponerla a tus pies<br />

ni quiero dormir cubriéndome de pena<br />

Lo poco que quiero, vida mía<br />

es asistir a este espectáculo sin rabia<br />

Repetirme que hay en el mundo niños vagabundos<br />

conquistando escombros<br />

y que ésta, nuestra hija,<br />

aunque no venció<br />

hubiera sido sin ti un ser sin resistencia<br />

*<br />

35


Eichmann juntó diez mil gitanos<br />

y los sembró de llamas<br />

–Ojalá te enamores<br />

gritaban las masas antes de caer en el lecho deslumbrante<br />

Eichmann miró hasta que el fuego estuvo en reposo.<br />

Sobre las venas mutadas en ceniza se leía:<br />

–Ojalá te enamores<br />

la más cruel de las maldiciones gitanas.<br />

Ay, qué inútiles son los juramentos de los nómadas,<br />

se dijo Eichmann.<br />

Volvió a su casa donde su mujer<br />

resolvió cambiarle el nombre<br />

para que la maldición no lo alcanzara:<br />

Ricardo Klement, el nuevo Eichmann,<br />

huyó semanas después<br />

perdidamente enamorado de su causa.<br />

Por ella, años más tarde, lo ahorcaron<br />

en un país al que habían volado las cenizas nómadas<br />

de aquellos gitanos.<br />

Así me lo contó mi padre.<br />

36


Henry McCarty<br />

Antonio Moreno Montero<br />

al tío Hugo Corzo, por el recuerdo de la última<br />

cabalgata que llevó a cabo con mi padre<br />

El hambre y la falta de agua empezaron a minar el físico del jinete, mientras<br />

su caballo ruano daba muestras de seguir al trote sin la necesidad de las espuelas.<br />

Si la fatiga podía doblegar el cuerpo, los poemas del profeta le fortalecían<br />

el espíritu. Extrajo de la alforja el libro Songs of innocence, de William<br />

Blake, forrado en piel de carnero, un poco abarquillado y en el frontis, hecho<br />

a cuchillo tal vez, con mucha precisión, había trazado la figura de un ángel<br />

impúdico. El libro había pertenecido a su padre, era el único patrimonio,<br />

obviando el apellido y el coraje, heredado de él. Leía el libro todos los días,<br />

poemas al azar, para no olvidarse que la voluntad humana es el principio y<br />

final de la libertad, la que permite que el hombre, desde su primer sol hasta<br />

el último, luche para no perder la inocencia. Era una escena que habría seducido<br />

a Sam Peckinpah, o a Sergio Leone, por el tenue barniz civilizatorio<br />

que sugiere, preñada de paradojas, la imagen de un jinete armado hasta los<br />

dientes que lee montado en una bestia sin riendas, aparentemente perdidos<br />

entre chamizos, breñales y árboles achaparrados siguiendo el camino hacia<br />

la muerte, bajo la luz de un sol implacable. Leyó en voz alta “The little boy<br />

found” (The little boy lost in the lonely fen, / Led by the wand’ring light, /<br />

Began to cry; but God, ever nigh, / Appear’d like his father in white.); y recordó<br />

sus días caminando de la mano de su padre por las calles bulliciosas<br />

del barrio irlandés de Nueva York.<br />

Henry McCarty era su nombre de pila, pero también respondía por Henry<br />

37


antonio moreno montero<br />

Antrim, William H. Bonney y al mote de Billy the Kid. 1 Se dirigía a Villa<br />

Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez; tenía planeado cruzar al pueblo la noche<br />

del día siguiente por uno de los atajos del Río Bravo. El chihuahuense<br />

Higinio Otero, uno de sus mejores amigos, había sido emboscado en un paraje<br />

solitario de la ribera del río Peñasco, cuando iba de camino a Blackwell<br />

Ranch. Le destrozaron la quijada; en la espalda tenía como diez orificios de<br />

bala. Por su vitalidad y resistencia, Otero no murió en el acto. Tras enterarse<br />

que su vida peligraba, McCarty galopó tres horas sin parar hacia la casa de<br />

la madre de Otero, en Carrizozo, donde agonizaba, pero el esfuerzo no resultó<br />

en vano después de todo. Le lloró en su lecho; una vez que supo el nombre<br />

del asesino, juró vengar la muerte de su amigo.<br />

McCarty prometió dar con el paradero de Charlie Sanquist, alias El<br />

Comemexicanas, a como diera lugar, sin importar los riesgos que implicaba<br />

38<br />

1<br />

Decidimos prescindir de las referencias y alegatos histórico-literarios en contra de Jorge<br />

Luis Borges, o mejor dicho, en contra del cuento “El asesino desinteresado Bill Harrigan”,<br />

incluido en Historia universal de la infamia, publicado por Editorial Tor en 1935, porque habría<br />

sido una tarea anodina y tal vez irrespetuosa para el lector. Nadie querría leer un relato-ensayo<br />

que se presumiera de corte revisionista y contestatario como pontifican los expertos en los<br />

Estudios Culturales y Subalternos (el profesor de la Universidad de Yale, Harold Bloom,<br />

muy a su manera, y muy bien dicho, ubica a estos especialistas dentro de la escuela del resentimiento,<br />

y con esos mismos placebos de la crítica cultural escriben de espaldas al fenómeno<br />

estético con más ruidos que nueces ensayos fácilmente sobornables), cuando a mitad del mismo<br />

destacaban verbos y adjetivos de indudable propósito adulatorio y con escasa novedad<br />

en las conjeturas, que esto es lo que cuenta, pero jamás el atisbo revisionista y respondón que<br />

mostraba desde el inicio el relato-ensayo en su primera versión, tratando de poner a Borges<br />

por los suelos. Si Emil M. Cioran diagnosticó (profetizar es un verbo esotérico) que la popularización<br />

y vulgarización del narrador argentino traería malas consecuencias para las generaciones<br />

venideras, fue porque todo mundo (a finales de la década de los sesenta) empezaba a<br />

citar a Borges, y lo que es peor aún: a imitarlo. Para alguien como yo, formado en un campo<br />

distinto del de la literatura, me dio la agronomía cierta habilidad para identificar al primer<br />

golpe de vista la fertilidad y calidad del suelo que piso, y la piscicultura la intuición de saber<br />

en qué época del año conviene soltar las truchas en los ríos. De no haber leído La guía<br />

fronteriza en su primera versión, y tampoco la oportunidad de haber conocido a su autor, al<br />

experto en teatro mexicano escrito por mujeres, y muchas veces galardonado en los Estados<br />

Unidos, México, Argentina, Chile y España, Ramón Ochoa, quien fue el que me sumergió<br />

en un mar de lecturas que antes eran ajenas a mi orientación profesional, creo yo que jamás<br />

habríamos sacado del nicho anónimo en que se encontraba La guía fronteriza, él como autor


henry mccarty<br />

desplazarse a Paso del Norte a mediados de junio de 1880. Sabía a lo que se<br />

arriesgaba, pensando en las broncas recientes con las autoridades estatales<br />

y en esa fama que le agobiaba al verse a sí mismo retratado en los boletines<br />

que ofrecían altas recompensas por su captura o por su cabeza. Razón por la que<br />

temía más a sus amigos cercanos que a los enemigos gratuitos, a sabiendas<br />

que éstos podían salir en cualquier momento de detrás de los árboles y de los<br />

caminos sinuosos; pero anticipar la traición de un amigo, imposible presagiarla.<br />

Sanquist, Otero y él habían sido buenos camaradas, tenían la misma<br />

edad y habían hecho juramentos al modo apache, pocos años atrás. ¿Cómo<br />

olvidar la noche en que Sanquist había sido bautizado con ese apodo por la<br />

mismísima prima de Otero?<br />

McCarty estaba consciente del peligro, mas había dado su palabra. Su<br />

latido cardiaco se elevó al pensar en la presencia de los soldados de Fort<br />

y yo como editor. No habría sido fácil dar con el paradero del Dr. Ramón Ochoa, nacido en<br />

una aldea de la sierra de Chihuahua en 1933, y avecindado en Ciudad Juárez por algunas<br />

décadas, sino hubiese llamado al Departamento de Español y Portugués de la Texas Tech<br />

University, donde él obtuvo un doctorado en filosofía en 1964. Realmente, de 1962 a 1994, pasaron<br />

32 años sin que su autor tuviera noticia alguna sobre La guía fronteriza, una selección<br />

de 14 relatos de personajes de carne y hueso que, en tiempos distintos, pasaron y/o residieron<br />

en el enclave fronterizo Ciudad Juárez-El Paso: Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Benjamin<br />

Campbell, Ambrose Bierce, Al Capone, Jack Kerouac, Madame Blavlatsky, Henry McCarthy,<br />

Porfirio Barba Jacob, monseñor Manuel Talamás Camandari (nacido en Palestina), un<br />

grupo de abogadillos simpatizante de Hitler que no vale la pena recordar sus nombres, entre<br />

otros –de carne y hueso resulta una combinación óptima para los menjunjes apócrifos–. La<br />

Brautigan Library está localizada en Terracota, Iowa, y edificada en lo más alto de la colina<br />

de la granja del multimillonario Chad Mulligan, tan apasionado de los libros raros como de los<br />

bestiarios antiguos, tanto así que fundó esa biblioteca para darle cobijo a todos aquellos libros<br />

que hubieran sido rechazados por las editoriales –lo más simpático de esta vasta colección<br />

caprichosa lo revelan las cartas de rechazo, para usar una palabra decimonónica, escritas del<br />

modo más sencillo pero con donaire, fina diplomacia, brevedad y mala leche, so pretexto<br />

higiénico para seguir enriqueciendo la literatura y el mundo de los libros–. Llegué a la<br />

Brautigan Library buscando un libro sobre truchas de la alta montaña y otro sobre la apachería<br />

en Chihuahua, y di fortuitamente con el paradero de La guía fronteriza. El Dr. Ochoa<br />

goza ahora de las mieles del retiro académico en Provo, Utah, donde además ocupa un alto<br />

cargo dentro de la iglesia mormona, como predicador y albacea de almas en busca de sosiego<br />

y perfección. Por mi hallazgo, el Dr. Ochoa me otorgó todas las libertades para editarlo y<br />

reescribirlo a mi manera, de modo que, en cuanto al relato de Henry McCarthy, optamos por<br />

una sola línea argumental, evitando en lo posible repetir lo explorado por el maestro Borges:<br />

39


antonio moreno montero<br />

40<br />

Bliss y en los Texas Rangers merodeando la zona. En un sueño supo que su<br />

padre había sido asesinado por un confederado en 1862. El odio que sentía<br />

hacia los soldados era profundo, imposible domesticarlo. Tal vez el sueño era<br />

un pretexto. Bonney, Antrim o McCarty eran apellidos que no revelaban su<br />

verdadera identidad. Los que nacen de la roca en el desierto, nomenclatura<br />

que nada ni nadie puede alterar, están condenados a la aventura y a descreer<br />

de sus propios orígenes. Aunque el sobrenombre era redundante, prefería que<br />

lo llamaran Billy the Kid.<br />

La noche anterior, en Tularosa, Rudolph Burckhardt, alias Bobby Joe<br />

Leggett, le había dicho que Charlie Sanquist se encontraba cruzando el Río<br />

Grande y no pensaba retornar a Estados Unidos hasta que se tranquilizaran<br />

las aguas en Nuevo México. Charlie Sanquist había decidido pasar unas largas<br />

vacaciones en casa de Teresa Garrido, alias La Yegua. Burckhardt recibió<br />

un buen pago por esa información: la preciada Peacemaker .45 que había<br />

sido de Otero. El benefactor de Burckhardt no pensó en otra cosa más que<br />

partir al amanecer, con sus dos revólveres y un Winchester recién pavonado.<br />

No obstante, había olvidado abastecer las alforjas con provisiones.<br />

Desde la cima del Broad Canyon, conocido por los arrieros mexicanos<br />

como El Zopilote (nombre peyorativo basado en una leyenda negra, atribuida<br />

al explorador Juan de Oñate, que hoy ruborizaría a sus descendientes),<br />

el personaje del relato de Ochoa se desplaza de A hacia B para cometer una venganza, pero<br />

en el trayecto se topa con un par de arrieros provenientes de Paso del Norte de camino a<br />

Carrizozo, Nuevo México; el personaje decide tomar una decisión inesperada, por lo que su<br />

deseo de venganza es aplazado. Ochoa decidió reciclar la información desechada del relato<br />

para verterla en un ensayo posterior donde demuestra que Borges ayudó a deformar la figura<br />

de Billy el Niño de una manera alevosa y prejuiciada. Estas son las citas que irritaron a<br />

Ochoa. La primera: “Alguien observa que no hay marcas en su revólver. Billy the Kid se<br />

queda con la navaja de ese alguien, pero dice ‘que no vale la pena anotar mejicanos’.” La<br />

siguiente: “Algo de compadrito de Nueva York perduró en el cowboy; puso en los mejicanos<br />

el odio que antes le inspiraban los negros, pero las últimas palabras que dijo fueron (malas)<br />

palabras en español. Aprendió el arte vagabundo de los troperos. Aprendió el otro, más difícil,<br />

de mandar hombres; ambos lo ayudaron a ser un buen ladrón de hacienda. A veces, las guitarras<br />

y los burdeles de México lo arrastraban.” Al distorsionar la figura del pistolero, Borges<br />

condiciona al lector para que acepte un sentimiento antimexicano inexistente, porque Billy<br />

the Kid hablaba un castellano perfecto, a decir de Ochoa, y lo aprendió con sus mejores amigos,<br />

que eran chihuahuenses.


henry mccarty<br />

McCarty divisó una columna de humo que se elevaba desde la planicie. Interrumpió<br />

la lectura e introdujo el libro de Blake en la alforja con una reverencia<br />

como si se tratara de un libro sagrado. Dedujo que podría ser un grupo de<br />

vaqueros carneando una res al lado de una fogata o de arrieros transportando<br />

baratijas. Los hombres habían decidido detener el paso de las bestias para<br />

comer y descansar.<br />

McCarty descartó que fueran abigeos, estaban a la vista; y no se habían<br />

alejado mucho del camino real que conducía a Albuquerque. El horizonte<br />

empezaba a pardear. Estaba cansado y tenía hambre. Había cabalgado diez<br />

horas ininterrumpidas.<br />

Calculó que llegaría hasta ellos en menos de una hora.<br />

De no haber sido por el ladrido de los perros, su llegada habría pasado<br />

inadvertida. Estaba preparado ante cualquier eventualidad. Ambas manos<br />

eran tan veloces como la víbora de cascabel. Vio a tres hombres que conversaban<br />

con animosidad frente a la fogata. A medida que avanzaba hacia ellos,<br />

con las riendas sueltas, saludó con la mano en alto y dijo unas palabras en<br />

inglés y otras en castellano. Dos de ellos estaban sentados sobre sus propias<br />

sillas de montar, acomodadas en el suelo; y el otro, de cuclillas; pero todos<br />

estaban amodorrados por el calor del fuego y el hambre que les perforaba<br />

el estómago. Parecían hombres de otra época asando largos pedazos de carne<br />

fresca, cruzada por varas. A un costado, apersogados de la carreta, tres<br />

caballos y un par de bueyes rumiaban un poco de pastura. Los hombres<br />

levantaron la vista al ver el jinete y le respondieron en castellano. El mayor<br />

de ellos era lampiño, liso como el vientre de un reptil, de ojos achinados, con<br />

un paliacate enroscado en el cuello. Le sugirió a McCarty que se apeara para<br />

que comiera y bebiera unos tragos de café. McCarty los juzgó como buenas<br />

personas, pese a que sabía de antemano que tanto ellos como él habían intercambiado<br />

identidades falsas al saludarse. Desensilló su caballo con tranquilidad,<br />

le quitó el freno, acto seguido le puso un cabestro, del cual ató una<br />

cuerda a la altura de los belfos y le dio larga para que el animal rebuscara la<br />

poca hierba que había entre unos cactos.<br />

–Qué bonito caballo –dijo Lampiño.<br />

Los demás coincidieron con un gruñido, emitido al unísono. McCarty se<br />

desocupó, pero su instinto le indicaba que estaba fuera de peligro, aunque no<br />

41


antonio moreno montero<br />

42<br />

dejaba de darle la espalda al grupo y ponía toda su atención hacia la carreta,<br />

entoldada, desde donde alguien, sin mucho esfuerzo, podía sacar el cañón de<br />

un Remington y perforarle el pecho.<br />

Los perros olfateaban sus botas y se las lamían como si él fuera el amo.<br />

McCarty se acuclilló para acariciarlos.<br />

–¿Qué les pasó a éstos? Si son bien bravos.<br />

–Les caíste bien, güero –dijo Lampiño.<br />

–Siempre me han gustado los perros, pero nunca he tenido uno –afirmó<br />

McCarty, sin tropezarse en las palabras.<br />

El más joven de los hombres le alcanzó un pedazo de carne.<br />

McCarty desenvainó su cuchillo y la cortó con precisión. Lampiño se<br />

asombró al ver cómo lo manipulaba. Cortó el pedazo en cuatro tajos. Con la<br />

punta del cuchillo, ensartó uno para llevárselo a la boca.<br />

–¿Puedo verlo cuando termines de usarlo? –preguntó Lampiño.<br />

McCarty respondió con un movimiento positivo de cabeza.<br />

Al escuchar risillas dentro de la carreta, su mano izquierda se movió<br />

como si fuera un animal al acecho. Amartilló uno de los revólveres; lo hizo<br />

tan rápido que los hombres alrededor suyo no se percataron del movimiento.<br />

De pronto, una mujer con la melena enmarañada, semidesnuda, cayó de bruces<br />

sobre la tierra. Tras incorporarse, empezó a insultar en inglés, mientras<br />

se cubría los pechos con ambas manos.<br />

–¿Pero qué te has creído? Por eso te traigo, para que cumplas todos mis<br />

caprichos. Y para de gritar. Porque si no te meto un tiro en el culo cuando yo<br />

baje –dijo un hombre desde el interior de la carreta.<br />

La mujer obedeció tragándose sus insultos. De la carreta salió un hombre<br />

de una estatura imponente, cuya corpulencia daba la impresión de incrementarla<br />

aún más. Era de tez roja y pelo azabache. Usaba grandes arracadas<br />

que lanzaban destellos al contacto con el reflejo de la luz de la hoguera. Parece<br />

un demonio, pensó McCarty, quien seguía en guardia por lo que pudiera<br />

pasar en esa escena nada romántica, desarrollada a diez metros de distancia,<br />

en una noche que empezaba a cerrarse como inexpugnable telón de fondo.<br />

Arracadas se acercó a la mujer y la aupó tomándola de la cintura.<br />

–Lo que tú quieres es carne de la buena y no miserias, ¿verdad? Eso<br />

quieres que diga –dijo entre risotadas–. Co me lo que quieras.


henry mccarty<br />

Los demás festejaron el chiste,<br />

menos McCarty, que se quedó tenso<br />

al ver uno de los desvaídos senos descubiertos<br />

de la dama. 2<br />

Arracadas tomó una vara repleta<br />

de carne, eligió una porción y masticó<br />

al modo salvaje, sin dejar de ver el horizonte<br />

que poco a poco se teñía de negro;<br />

luego, se inclinó para tomar una<br />

piedra y la tiró tan fuerte como pudo.<br />

Varias palomas torcaces levantaron el<br />

vuelo, espantadas por la certera pedrada.<br />

Con el alboroto, el ruano de McCarty<br />

relinchó.<br />

–Las huelo a leguas. Tienen un zureo inconfundible –le dijo Arracadas<br />

a Lampiño.<br />

Arracadas no se había percatado de la presencia de McCarty o fingía<br />

no verlo.<br />

2<br />

Esa noche que recibí la llamada del Dr. Ochoa, tan inesperada como por lo que revelaría,<br />

me disponía a saciar una botella de vino tinto español que él causalmente me había<br />

obsequiado; esperaba que el vino sosegara un poco el cansancio que me atenazaba las corvas<br />

y las espaldas, y me otorgara la suficiente dosis de lirismo para la charla. Había pasado todo el<br />

día en la Davis Library, de la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill, escudriñando<br />

un extenso archivo fotográfico sobre la negritud en México, de un valor incalculable. Particularmente,<br />

seguía la pista que me llevaría a develar los orígenes de la familia Campbell (afincada<br />

primero en la ciudad de Chihuahua y, después, en Ciudad Juárez), descendiente de<br />

esclavos de Alabama. Chispeante, el Dr. Ochoa me comentó que recién había entrevistado<br />

a dos ancianos en Hatch, Nuevo México (que presume ser la capital mundial del chile); los<br />

viejos habían nacido a principios del siglo xx y mantenían mucha información valiosa sobre el<br />

tema; le aseguraron que los padres de éstos habían conocido al rubio forajido y que les trató<br />

de vender sesenta reses a buen precio, incluyendo una potranca. Si los viejos esculcaban<br />

bien en los baúles con recuerdos familiares, podían dar con el contrato que habían firmado el<br />

padre de éstos y el supuesto forajido para no deshacer el compromiso. La compra no se concretó<br />

porque sus padres temían que las reses fueran robadas. Ochoa conoció a los ancianos<br />

cuando acudió a la inauguración de la primera y única biblioteca de Hatch –Dr. Ramón<br />

Ochoa Library–, fundada por gestiones de su hermana. Yo tomaba notas mientras él hablaba<br />

43


antonio moreno montero<br />

44<br />

–¿Cómo te llamas realmente amigo y de dónde eres? –preguntó Lampiño<br />

como para interesar a Arracadas.<br />

–Tobias McCarty, de Meade, Kansas –volvió a mentir. Ahora estaba de pie<br />

y se había alejado un par de metros de la hoguera; los demás lo veían a media luz.<br />

Arracadas escuchaba muy atento, de espaldas a McCarty, sin dejar de<br />

comer. La mujer, a su lado, mordisqueaba entre sollozos. McCarty empezó a<br />

imaginarse una escena horripilante: de ser provocado por esos hombres, les<br />

metería a todos una bala en la cabeza sin que se dieran cuenta, casi a quemarropa.<br />

A la mujer la dejaría viva o la haría suya dentro de la carreta. Del<br />

chorro de sangre que saldría de las cabezas se formaría en esa zona una fuente<br />

de color rojo intenso; los caballos y los animales del desierto saciarían una<br />

sed milenaria al tomar de ella. La mujer quedaría muda de terror al ver que<br />

la sangre de su amante se adhería a su cuerpo como una costra viva, luego se<br />

transformaría en un gusano que empezaría a devorarla con mucho apetito: empezando<br />

por los pies, la cintura y finalmente la cabeza. Para evitar esa muerte<br />

horrible, saldría corriendo poseída por un demonio lascivo, vagaría desnuda<br />

como si la charla formara parte de un seminario. Las aguas de la charla se dividieron en cuanto<br />

me dijo que esos mismos ancianos le habían revelado que Billy the Kid había nacido mujer.<br />

A la edad de ocho años, una niña espléndida, había sido ultrajada por el hermano de su madre,<br />

quien la siguió sometiendo en repetidas ocasiones, hasta que la niña le preparó una celada sin<br />

decirle nada a nadie. Después de dos años de suplicio (¿ella o él?), envenenó a su agresor con<br />

una tarta de manzana preparada con sus propias manos. Al poco tiempo empezó a vestirse a<br />

la usanza vaquera. El Dr. Ochoa también me afirmó que, a los 16 años, Billy the Kid abrazó<br />

el lesbianismo. De inmediato le insistí que me proporcionara sus fuentes bibliográficas<br />

para indagar por mi propia cuenta. Pero ignoró mi súplica. Jamás reveló gestos femeninos, me<br />

garantizó el Dr. sin constancia alguna. Intuí que del otro lado de la línea Ochoa tenía consigo<br />

una copia de la foto (la única de la que se tenga memoria de Henry McCarty, de cuyo relato<br />

debimos prescindir) y no le quitaría la vista; porque él, mientras hablábamos, me describía<br />

detalladamente la forma de sus caderas, sus rasgos físicos y sus manos delgadas, con una<br />

intensidad desbordante como si en ese momento Billy the Kid (¿ella o él?) estuviera sentado<br />

solo en un salón de clases sin techo y situado en medio de un inmenso desierto, rodeado de<br />

dunas y nubes algodonosas a punto de caerse de maduras de ese cielo imperturbable, formando<br />

una escena del gusto de V. Nabokov: entre el profesor rabo verde que habla sin parar<br />

y la chica provocativa, de falda a cuadros, blusa blanca y trenzas rubias, que se muerde los<br />

labios de impaciencia porque desea empezar las verdaderas clases de una vez por todas, una<br />

clase de equitación, realmente, montada como dios la trajo al mundo sobre el lomo de un<br />

caballo pura sangre que galopa con desenfreno hacia los vertederos del crepúsculo mayor.


henry mccarty<br />

como un espectro por los senderos que interconectan el inmenso desierto. La<br />

escena horripilante provenía de aquel impacto que tuvo hace dos años en Paso<br />

del Norte. Una mujer desnuda corría por la calle principal del pueblo, envuelta<br />

en llamas. La gente horrorizada, sin saber qué hacer, la veía como un<br />

espectáculo circense. Indignado por la algarabía, Otero sacó el revólver y le<br />

pegó un tiro en la cabeza para detener el sufrimiento. Tiempo después empezó<br />

a rumorarse que una mujer en llamas, justo a la medianoche, aparecía a mitad<br />

de la calle y caminaba rumbo al río, entre alaridos.<br />

Arracadas giró en redondo para ver de frente a McCarty y decir para todos:<br />

–Había poca concurrencia esa noche en la cantina de La paloma, en<br />

Chihuahua. La gente empezaba a tranquilizarse, después del asesinato de un<br />

hombre que estaba sentado frente a la barra tomándose un par de güisquis.<br />

El asesino no le dio oportunidad ni para defenderse. Menos mal que el difunto<br />

supo quién lo mató. Tuvo que verlo cuando se le acercó para dispararle<br />

a menos de cinco metros: su rostro quedó allí dibujado en el enorme espejo,<br />

pegado al fondo de la barra. La causa había sido por un lío de amores con<br />

mujer casada. Y tú estabas allí –se dirigió sólo a McCarty–, porque Higinio<br />

Otero te había convencido para que visitaras la ciudad donde él había nacido,<br />

conocieras las cantinas y casas de juego. Tú sí viste quién mató a ese<br />

hombre, pero no se lo dijiste a nadie. Déjame decirte que Higinio Otero no<br />

era mi amigo sino mi hermano del alma.<br />

McCarty recordó el incidente donde el hijo de un terrateniente muy<br />

afamado de Chihuahua había perdido la vida. Hubo cuatro detonaciones que<br />

cimbraron las lámparas del techo, uno de los proyectiles le perforó la nuca.<br />

Cuando la gente se puso en pie al escuchar los disparos, McCarty pudo ver a<br />

un hombre de una alzada poco común que sobresalía de entre los demás. No<br />

olvidaba todavía sus botas de cabritilla y el fuerte puntapié que le propinó a<br />

un parroquiano que, al ver el cadáver del infortunado, quiso despojarlo de su<br />

precioso revólver. No pasó mucho tiempo para que llegara un mexicano blanco,<br />

de barba cerrada, vestido como de gala. Supuso que era el padre de la víctima,<br />

el hacendado. Se postró ante el cadáver de su hijo y lo abrazó, sin derramar<br />

lágrima. Arracadas continuó el relato, narrando detalles que le dieron un giro<br />

radical a su vida porque nunca había recibido tanto dinero en tan poco tiempo.<br />

El hacendado se incorporó y habló dirigiéndose a toda la concurrencia:<br />

45


antonio moreno montero<br />

46<br />

–Le pongo precio a la cabeza del hombre que mató a mi hijo: 500 monedas<br />

de oro para aquel o aquellos que me traigan su cabeza. Pero quiero la<br />

cabeza solamente.<br />

No pasaron ni dos días para que el hacendado hiciera efectiva la promesa.<br />

Arracadas se presentó en el casco de la hacienda, con una caja de madera,<br />

envuelta en un mantel de cocina. El hacendado abrió la caja y descubrió la<br />

cabeza del asesino de su hijo.<br />

–¿Cómo sé que es él? –dijo el hacendado.<br />

–No hay duda, yo también trabajé para el hombre que pagó para que<br />

mataran a su hijo. Pero no es mi problema. Yo vine aquí a cumplir y recibir<br />

mi paga. Él me confesó, antes de degollarlo, que su patrón lo obligó a matar<br />

a su hijo, porque sólo así ajustarían cuentas pendientes. La razón la desconozco,<br />

aunque unos dicen que fue por celos. Tampoco Tiberio Sánchez creo<br />

que haya sabido la razón, él sólo obedeció órdenes.<br />

–¿Quién es Tiberio? –interrogó el hacendado.<br />

–El propietario de la cabeza que ahora usted tiene en su poder –dijo<br />

Arracadas.<br />

–¿Y quién era su patrón? –dijo el hacendado.<br />

–Vine por mi paga y no me gusta abrir la boca sin recibir nada a cambio.<br />

Pero sé que es su pariente –contestó Arracadas.<br />

–Sea quien sea, te exijo el mismo trabajo y la misma paga para realizarlo<br />

–dijo el hacendado.<br />

–No, patrón, por la misma cantidad, no. Que sean mil monedas. Y le prometo<br />

traerle la cabeza en un mes, a más tardar –dijo Arracadas–. Es difícil<br />

llegar hasta él. Con la ausencia de Tiberio, tomará medidas, pero buscaré<br />

la manera de acercarme. Si acepta, quiero un anticipo. La mitad ahora y el<br />

resto cuando venga con la inmundicia –añadió.<br />

–Trato hecho –contestó el hacendado.<br />

Arracadas no concluyó la historia. Sus palabras crearon un vórtice en<br />

la planicie y en la mente de los escuchas, menos en la de la mujer, que yacía<br />

dormida a un paso de la lumbre, tapada con una manta.<br />

–Existe la voluntad, pero el hombre es ajeno a lo que le impone su destino<br />

–pensó McCarty, estremeciéndose.<br />

McCarty identificó a Arracadas plenamente, reconoció que éste encar­


henry mccarty<br />

naba la amistad más profunda y antigua de Higinio Otero, en Chihuahua. Dedujo<br />

que la providencia se lo había puesto en el camino. Recordó de golpe las<br />

locuras y peripecias contadas por el amigo mutuo. Aceptó que se había equivocado<br />

al querer desplazarse hacia Paso del Norte, donde, de haber puesto la<br />

nariz, lo habrían cazado como un búfalo. Todo por culpa de las tensiones de<br />

vivir a salto de mata, de pensar en tantas cosas al mismo tiempo, le habían<br />

impedido reconocerlo de buenas a primeras.<br />

Los dos amigos de Otero, abatido por Charlie Sanquist, alias El Comemexicanas,<br />

se dieron la mano, seguidamente un abrazo; McCarty, desaparecido<br />

entre las tenazas de Arracadas.<br />

Llegó la madrugada y ninguno de los hombres se desplomó de sueño o<br />

de cansancio. El aguardiente los mantuvo en vela; a Arracadas se le aflojó la<br />

lengua. No dejaron de brindar por Otero. Arracadas le dijo a McCarty que no<br />

era necesario trotar hasta Paso del Norte. Podían reconocerlo. Lo previno de<br />

dos posibilidades: que un civil le disparara para cobrar la nada despreciable<br />

recompensa ofrecida por las autoridades de Nuevo México o que los soldados<br />

de Fort Bliss, o los Rangers, trataran de detenerlo. Los demás habían<br />

enmudecido, resignados a escuchar la plática.<br />

A pregunta de McCarty, Arracadas dijo que Paso del Norte era una<br />

locura, vivía allí desde hacía dos años y ya se estaba hartando de su vida<br />

llevada al garete. Para darle cierto rumbo, se ocupaba, cada dos meses, de<br />

llevar baratijas o transportar encargos de Paso del Norte, o de El Paso, a Albuquerque.<br />

Le dejaba el suficiente dinero para no trabajar un par de meses.<br />

Vivía en un cuartucho aledaño al lupanar de La Yegua, Teresa Garrido, compartido<br />

con la mujer que seguía tendida a un costado de sus pies gigantescos.<br />

Volvió a insistirle que no cruzara el río, las cosas estaban complicadas<br />

para él. Arracadas le dio un trago largo a la botella de güisqui, antes de hacerle<br />

una pregunta.<br />

–La verdad, ¿qué te lleva a Paso del Norte? Ve, si quieres, pero no te<br />

lo recomiendo.<br />

–Voy a matar al asesino de Higinio. Se lo prometí y no debo fallarle.<br />

Arracadas soltó una carcajada y sus hombres lo secundaron, como siempre<br />

sucedía con ellos cada vez que el jefe se manifestaba en estridencias.<br />

–Me enteré de la muerte de Otero, como te acabo de decir, en la casa<br />

47


antonio moreno montero<br />

de La Yegua. Quise cruzar para verlo por última vez, despedirme, pero algo<br />

me detuvo. Lloré su muerte como si hubiera sido la de mi propio padre –rememoró<br />

Arracadas.<br />

McCarty sólo había tomado un par de tragos; era el único sobrio del grupo.<br />

A medida que escuchaba, empezó a tejer su propio desenlace, dado que<br />

Arracadas dejaba inconclusas las historias que contaba. El Comemexicanas era<br />

amante de La Yegua, así que ésta lo había escondido bajo sus largas faldas<br />

para que nadie lo encontrara; sin embargo, ambos desconocían que Arracadas<br />

era el hermano del alma de Otero. En menos de una semana, Arracadas<br />

se había enterado de lo ocurrido en Nuevo México, incluso ya conocía el nombre<br />

del asesino de su amigo. En esos días, sentado en el retrete, con un agujero<br />

en la cabeza, Sanquist perdía la vida, provocando la ira de su amante,<br />

que, enloquecida, juraba tomar venganza.<br />

Arracadas ordenó a Lampiño que trajera un recipiente de la carreta.<br />

–Con cuidado porque puede romperse. Recuerda que es un valioso regalo<br />

–dijo Arracadas.<br />

Lampiño dejó de hacer eses al regresar porque sostenía con ambas manos<br />

un frasco grande de cristal; lo que había dentro, a ojos de McCarty, parecía<br />

un sapo gigante, hinchado, flotando inerme en un líquido acuoso.<br />

–No es lo que crees –le dijo Arracadas–. Lo que ves allí perteneció a<br />

Sanquist. Es un regalo para ponerlo en la tumba de Otero. Estoy seguro que<br />

le agradará tanto como a nosotros.<br />

La mirada de McCarty se quedó fija en el horizonte que ya empezaba a<br />

clarear. Imaginó las calles bulliciosas de Paso del Norte y la mujer envuelta<br />

en llamas. Se sintió él mismo como un espectro que cabalga solo por las llanuras,<br />

condenado por un anonimato fugaz.<br />

McCarty se puso el sombrero y clavó la mirada en el suelo. Sabía que era el<br />

momento de partir. Se despojó de su cuchillo para dárselo a Lampiño como<br />

regalo, un gesto de reciprocidad entre caballeros.<br />

Ya montado en el ruano, le dijo a Lampiño:<br />

–Para que escalpes al hijo de puta que me mate a traición.<br />

Arracadas y Lampiño sonrieron, exhibiendo sus dientes podridos.<br />

48


Movimientos de la leche<br />

Andrea Alzati<br />

en aquellos días<br />

todas las fuentes<br />

de la ciudad<br />

escupían leche<br />

tan blanca<br />

que<br />

de haberlas<br />

visto de frente<br />

nos hubieran<br />

dejado ciegos<br />

el humo avanzaba<br />

lentamente<br />

como<br />

en una procesión religiosa<br />

y<br />

las preguntas<br />

se replicaban<br />

en miles de<br />

formas<br />

geométricas<br />

49


aún sin nombres<br />

en medio de un silencio<br />

de manteles largos<br />

y<br />

blanquísimos<br />

frente a una madre<br />

blanquísima<br />

el padre dijo:<br />

–hija, si no fueras mi hija me casaría contigo<br />

y la hija mostró<br />

el blanco<br />

de sus dientes<br />

en una mueca<br />

que<br />

bien pudo ser una sonrisa<br />

que opacara lo amargo<br />

como<br />

pudo ser su herida<br />

retorciéndose<br />

o de placer<br />

o de un terror<br />

absoluto<br />

con qué soltura puede un perro tirarse a la mitad de la calle.<br />

con qué facilidad<br />

puede una herida<br />

derramar cualquier líquido<br />

transparente<br />

50


ojo<br />

o de un blanco<br />

tan blanco<br />

que de haberlo<br />

visto de frente<br />

nos hubiera dejado ciegos,<br />

cieguísimos<br />

en aquellos días<br />

toda la calle era<br />

leche blanca<br />

ríos de<br />

leche tan blanca<br />

tan maternal<br />

que<br />

el instinto materno también mostraba su instinto de muerte<br />

–te daré tanta leche que no podrás respirar nunca–<br />

la ciudad era un río de<br />

leche dulce<br />

que<br />

asfixiaba a cualquiera<br />

no había dónde esconderse<br />

no había a dónde correr<br />

la leche entraba<br />

por cualquier orificio<br />

por pequeño que fuera<br />

por debajo de todas las puertas<br />

entraban ríos<br />

51


de leche<br />

hirviendo<br />

lo mojaba todo<br />

lo quemaba todo<br />

hasta el esófago<br />

más resistente<br />

tenía úlceras<br />

al rojo<br />

vivo<br />

la hija pensaba<br />

cómo<br />

cómo<br />

cómo<br />

¿cómo haré para<br />

que<br />

las cenizas<br />

de mi padre<br />

lleguen a donde<br />

me pidió<br />

claramente<br />

que<br />

tenían que llegar?<br />

a los once años cualquier petición funeraria es de una solemnidad<br />

inquebrantable.<br />

52<br />

la ciudad tragaba leche<br />

como<br />

tragaba cualquier


sustancia líquida<br />

de cualquier herida<br />

que siguiera abierta<br />

por convicción<br />

o<br />

por olvido<br />

la ciudad era eso:<br />

una herida hambrienta<br />

buscando a cualquier niña distraída<br />

para arrebatarle<br />

el último aire<br />

que<br />

le quedara en el pecho,<br />

un pecho<br />

todavía<br />

andrógino<br />

la ciudad era el lugar perfecto para la asfixia.<br />

la hija buscó piedras<br />

conchas de mar,<br />

un par de dados,<br />

miniaturas de plomo,<br />

vidrios erosionados de colores,<br />

objetos pequeños para levantar<br />

altares diminutos<br />

a la materia<br />

una serie<br />

de objetos<br />

53


chiquititos<br />

donde pudiera<br />

poner sus manos<br />

sentir con<br />

los dedos<br />

el peso de cada objeto<br />

por pequeño<br />

e insignificante<br />

que fuera<br />

la hija guardó semillas rojas<br />

contó del uno al ciento diez<br />

semillas rojas<br />

y las metió en<br />

una botella<br />

de vidrio<br />

verde<br />

la materia era el lugar perfecto para cifrarse.<br />

la hija guardó cajitas muy pequeñas<br />

adentro de otras cajas<br />

también pequeñas<br />

y<br />

lo mismo hizo ella:<br />

se guardó en una caja,<br />

en la esquina de una caja<br />

se dedicó devotamente<br />

a dormir<br />

el sueño es<br />

54


la única ceremonia<br />

que<br />

persiste<br />

de día o de noche<br />

dentro o fuera de las sábanas<br />

la hija se dedicó a dormir<br />

y<br />

a olvidarlo todo<br />

a olvidar su nombre y apellido<br />

a olvidar si era la hija o el hijo<br />

o si no era nada<br />

(si guardaba silencio<br />

el tiempo<br />

suficiente<br />

en realidad<br />

no<br />

era<br />

nada)<br />

la ciudad era el lugar perfecto para olvidarlo todo.<br />

en aquellos días<br />

los ríos de leche hirviendo<br />

eran el único alimento posible<br />

no había por qué esperar a<br />

que<br />

la leche estuviera tibia<br />

55


también a un líquido hirviendo<br />

el cuerpo<br />

se vuelve invulnerable<br />

el pecho dejó de ser un<br />

pecho andrógino,<br />

la asfixia<br />

y<br />

el mutismo<br />

en cambio<br />

serían siempre<br />

andróginos<br />

(las rodillas<br />

las orejas<br />

ciertos ángulos<br />

de las manos…)<br />

con qué facilidad se puede despreciar la leche materna.<br />

la hija buscó símbolos,<br />

figuras,<br />

trazos,<br />

nombres,<br />

sonidos donde sentarse<br />

a recuperar el habla<br />

56<br />

la ciudad arrojaba<br />

señales equivocadas<br />

a donde fuera que volteara:<br />

las letras de su nombre<br />

la fecha de tu nacimiento


la fecha del nacimiento de este otro nombre<br />

la dirección de este otro<br />

toda la ciudad<br />

se llenaba de señales<br />

que<br />

no señalaban nada excepto<br />

que<br />

la hija había perdido casi toda el habla<br />

la ciudad también era la hija<br />

derramando cualquier cosa<br />

sobre cualquier<br />

cuerpo<br />

había<br />

que<br />

derramarse si quería<br />

conservarse entera<br />

no hay un nombre para cada uno de ellos<br />

todos tenían el mismo nombre:<br />

instinto de vida<br />

instinto de muerte<br />

instinto de ríos de leche<br />

en aquellos días<br />

la ciudad exhalaba<br />

una atmósfera de playa<br />

grotesca, insostenible<br />

la playa<br />

es la muerte del padre<br />

57


levantándose en olas<br />

como<br />

un fin<br />

inalterable<br />

la playa era el lugar perfecto para la indeterminación.<br />

el mar es una muerte<br />

es una espuma<br />

que<br />

se queda adherida<br />

al cuerpo<br />

como<br />

un inquilino<br />

como<br />

un parásito<br />

como<br />

la palabra muerte<br />

se queda adherida<br />

a las venas<br />

en aquellos días<br />

el mar escupía<br />

peces plateados<br />

el mar era una muerte<br />

era una espuma, una leche<br />

que<br />

escupía peces<br />

espumas de peces<br />

que<br />

se adherían al<br />

58


cuerpo<br />

lo<br />

escamaban<br />

el mar era el lugar perfecto para la muerte.<br />

en aquellos días<br />

la hija se recogía<br />

en su propia compulsión hasta<br />

que<br />

solamente la compulsión<br />

la movía<br />

en aquellos días<br />

sus manos eran su boca<br />

su boca eran sus manos<br />

todos los movimientos<br />

de la leche sucedían<br />

entre sus manos<br />

y<br />

su boca<br />

la leche hirviendo<br />

brotaba de su pecho<br />

de todas sus heridas<br />

de todas las fuentes<br />

de la ciudad<br />

en aquellos días<br />

llovía leche hirviendo<br />

sobre la hija<br />

y ella creía<br />

59


que<br />

todo eso<br />

era inevitable<br />

la hija<br />

dormía en lo inevitable<br />

se arrodillaba ante lo inevitable<br />

se alimentaba de lo inevitable<br />

los movimientos de la leche<br />

eran inevitables<br />

todos los movimientos<br />

de la herida<br />

de la espuma<br />

de la leche<br />

no había forma de evitarlos<br />

en aquellos días<br />

la hija<br />

era<br />

su propio<br />

alimento<br />

60<br />

la hija<br />

inflamada<br />

de sí misma<br />

fue arrojada<br />

una<br />

vez<br />

más<br />

a la intemperie<br />

en aquellos días.


Tres prosas<br />

Óscar González Saint<br />

la avenida<br />

Era verano. De madrugada sintió las patadas en el vientre. Escuchó el ruido<br />

de los camiones, a esas horas ya en la avenida. Estaba en el octavo mes de<br />

embarazo. Junto a ella se removió la niña. Amaneció una hora después. Se<br />

quedaron despiertas en la cama, jugando. Se levantaron tarde, desayunaron.<br />

Luego la niña subió a tender la cama, a juntar la ropa sucia. La casa era oscura,<br />

fresca. Por las ventanas entraba una luz blanca. Afuera el cielo era gris.<br />

El calor constante. Barrió la cocina, prendió el calentador. Oyó a la niña<br />

meterse a bañar. Luego trapeó el piso. Les cambió el agua a los canarios y<br />

regó las plantas. Arriba la niña veía la televisión. Amelia, gritó. Luego de un<br />

momento bajó la niña. Traía el cabello alborotado, suelto. Vaya a darle de comer<br />

al perro, le dijo. La niña obedeció. La vio subirse en un taburete para alcanzar<br />

la bolsa del alimento. Flaquita, pensó contenta. Escuchó las croquetas<br />

caer al plato y los gemidos de alegría del perro. Le dolía la espalda. Se sentó<br />

a descansar en la banca del patio. El cielo nublado no dejaba saber la hora.<br />

Había que preparar la comida. Había que seguir pintando la habitación y<br />

mover la cuna. Se pasó la mano por el vientre. Subía la humedad. Al rato la<br />

niña le dijo que iba al parque a pasear al perro. Adormilada por el trino de<br />

los canarios, le dijo que no se quitara los zapatos. Los helechos y los bejucos<br />

se movían con el viento, el calor no disminuía. A la niña le gustaba correr<br />

descalza por el parque: salía y regresaba con los pies negros de tierra, con<br />

la cara roja y el cabello alborotado. Entraba a la casa y escondía la sonrisa<br />

cuando la regañaba. No era un regaño con muchas ganas, más bien otro jue­<br />

61


óscar gonzález saint<br />

go con la niña, que se lavaba los pies<br />

y las manos, se recogía la melena y<br />

ayudaba poniendo la mesa, cortando<br />

los limones para el agua, diciendo sí,<br />

mamá, cuando la mandaba a hacer alguna<br />

otra cosa.<br />

Se despertó sudando frío. Quiso<br />

levantarse pero sintió dolor en el<br />

vientre. Temblando se metió la mano<br />

entre las piernas: la falda estaba mojada.<br />

Luego una punzada más aguda le<br />

cruzó el cuerpo. Sintió que se rompía.<br />

Sintió que el aire se le iba. Aspiró profundo,<br />

se levantó corriendo contra el dolor, alcanzó el teléfono. Marcó el número<br />

de emergencia y salió a la calle para llamar entre el llanto a la niña.<br />

Los zapatos estaban junto a la entrada. Vio pasar al perro ya sin la correa.<br />

Escuchó allá en la avenida los gritos.<br />

62<br />

las visitas<br />

Llegaron pasadas las dos de la tarde. Era domingo. Con un empellón, entraron<br />

por la puerta de enfrente. Sentado en un sillón de brazos anchos, Emiliano<br />

Sanjosé levantó la vista del libro que tenía en las manos. Los miró de<br />

arriba abajo: de estatura similar, los dos vestidos con camisas lisas de manga<br />

corta, uno de azul oscuro, el otro de un verde pastel que al dueño de la casa<br />

le pareció de mal gusto. Saludaron con un movimiento de cabeza, mientras<br />

el de verde cerraba la puerta. Emiliano Sanjosé, dijo el de azul mirando a los<br />

ojos al hombre en el sillón. Lo dijo como afirmación más que pregunta. El<br />

del sillón sostuvo la mirada un momento. Luego volteó a ver por la puerta de<br />

vidrio a su derecha. En el jardín, la luz hacía más blancos los muros, deslumbrando<br />

hasta que los ojos se habituaban y se podía ver una mesa con sus<br />

sillas de plástico verde, algo deformes y comidas por el sol. Hace calor, dijo<br />

el de verde. Emiliano Sanjosé volvió a la lectura; un libro que hablaba sobre


los recuerdos como si fuesen los síntomas de una enfermedad que poco a<br />

poco nos abandona, y al final estamos sanos de ella porque ya no recordamos<br />

nada. Según el libro, uno nace, crece y no es consciente de sus recuerdos<br />

hasta cierta edad. Los recuerdos que uno tiene son ya la semilla de lo que<br />

vendrá más adelante. El primer recuerdo puede ser inocente y terrible, o no.<br />

Uno a esa edad temprana no es responsable de sus recuerdos, o no por completo.<br />

Es lo que viene después lo determinante: uno elige y toma caminos<br />

que a su vez llevan a otros caminos, los cuales vuelven, toman desviaciones,<br />

se entrecruzan, avanzan de improviso y siguen así hasta lograr un entramado<br />

que, con el paso de los años, no puede ser sino un mapa de la vida, tejido con<br />

recuerdos de las acciones un día, todos los días emprendidas. Luego uno va<br />

saliendo del camino, de todos los caminos para sentarse a mirar la distancia<br />

recorrida. La mira como a través de una lente o una variedad de lentes, que<br />

son sus recuerdos. Ya está enfermo, sentenciaba el texto.<br />

Emiliano Sanjosé dejó el libro en el brazo del sillón. Se levantó a abrir<br />

la ventana corrediza, entrecerrando los ojos frente al brillo del muro blanco.<br />

El marco de la ventana dio un breve rechinido y el aire húmedo entró desde<br />

el jardín. Escuchó en la cocina el sonido de cajones que se abrían, platos<br />

levantados de un lugar y puestos en otro, la puerta de la alacena abierta, el<br />

chasqueo eléctrico de la estufa al encenderse. Aspiró lentamente con los ojos<br />

cerrados. Los recuerdos primeros son apagados, se dijo, como si la oscuridad<br />

los fuera engullendo lentamente, sin detenerse. Como si la penumbra viniera<br />

desde atrás de la escena, digamos, y todo va siendo cubierto paulatinamente,<br />

tal vez absorbido sea la palabra correcta. Es la mayor diferencia con los recuerdos<br />

más recientes, que aparecen luminosos, o no tan oscuros. Los recuerdos<br />

son caminos dentro de uno mismo, que los recorre de modo interminable. La<br />

única cura está en el olvido.<br />

El hombre de azul salió de la cocina con las manos llenas, pasó al lado<br />

de Sanjosé y salió al jardín. Colocó sobre la mesa tres manteles individuales,<br />

sal, pimienta, servilletas, una botella de vino. Volvió a la cocina, a abrir y<br />

cerrar cajones. Algo siseaba en la estufa. Emiliano Sanjosé volvió al sillón,<br />

pero ya no abrió el libro, sino que se miró las palmas de las manos por un<br />

largo rato. El olor de la carne asada se extendió por la casa, un olor caliente<br />

mezclado con especias. De nuevo el de azul salió de la cocina, esta vez con<br />

tres prosas<br />

63


óscar gonzález saint<br />

una canasta pequeña de pan, un sacacorchos, tenedores y cuchillos serrados<br />

para la carne. Llevó después los vasos, dispuso la mesa con cuidado y se sentó<br />

a esperar. Al poco rato, de la cocina salió el de verde con un platón donde<br />

humeaba la comida: cortes, cebollas asadas, tiras de chorizo. Fue una vez más<br />

a la cocina y regresó con un bol lleno de puré de papa. El de azul destapó<br />

el vino. Comieron en silencio, espantando las moscas cada cierto tiempo. El<br />

muro blanco ya no cegaba, aunque el calor seguía. El hombre de azul señaló<br />

la botella con los últimos restos de vino. Otra, preguntó. Emiliano Sanjosé respondió<br />

con una mueca, como si la voz del hombre de azul le hubiera causado<br />

una arcada. Se reclinaron en los respaldos de las sillas y miraron la mesa.<br />

Después de un rato, el hombre de azul dio un suspiro. Se levantó seguido<br />

del otro. El olvido, Emiliano, se dijo Emiliano Sanjosé. Después de un rato,<br />

al salir de la casa, los dos hombres tiraron a una alcantarilla los cuchillos.<br />

64<br />

vuelo de gavilán<br />

para Luis Camey Torres<br />

Todo igual. Como si no se estuviera moviendo. Como en una película antigua,<br />

un horizonte incansable y repetido: las nubes rasgadas, el cielo azul<br />

despintado. Los cerros cada vez más pequeños en el espejo. El viento caliente.<br />

La estática en la radio. Durante muchos kilómetros no había nada en el<br />

cuadrante, retazos de comerciales, voces distorsionadas, estática, voces lejanas,<br />

fragmentos. El sol agrietaba la pintura y el óxido del coche. La carretera<br />

en línea recta, dos carriles tendidos a la distancia. A los lados, lo cercano era<br />

una mancha borrosa. A lo lejos el erial ondulante, resquebrajado. Luego polvo,<br />

tierra quemada. A veces biznagas, huizaches, alguna osamenta en pedazos.<br />

El coche olía a grasa para bisagra y sal. Los vidrios abajo no lo atenuaban.<br />

Se secó el sudor de la frente y miró en el espejo las patas de gallo, la piel<br />

cuarteada, las ojeras. Bajó los ojos a la mano izquierda sobre el volante, al<br />

color opaco del anillo. Se había levantado temprano. Antes de salir revisó el<br />

coche, pateó las llantas. Puso un litro de aceite, revisó el radiador. Puso la<br />

llanta de refacción en el asiento de atrás. Cargó un galón de agua en el piso,<br />

del lado del pasajero. La noche anterior había llenado la cajuela. No ha­


ía amanecido cuando salió. Antes del<br />

mediodía las llantas rozaban contra el<br />

metal. Había pasado ya por los últimos<br />

pueblos, Huatambo, Culebrilla, San<br />

Carmel. En lo alto, los gavilanes daban<br />

vueltas como sombras densas. Pasaba<br />

los puestos de comida. No habría más<br />

hasta llegar. Miró al cielo entrecerrando<br />

los ojos. Soltó el acelerador. En el<br />

puesto pidió carne y frijoles, refugiado<br />

del sol bajo una sombra plástica.<br />

Dio el último trago a la botella y metió<br />

los dedos a la bolsa de la camisa. Puso<br />

la fotografía sobre la mesa. Pidió otra cerveza sin apartar los ojos: detrás de<br />

ella el polvo, un cielo limpio, el color sucio de los cerros, la franja horizontal<br />

de alguna carretera. Algún viaje. Dio vuelta a la foto, leyó en voz baja. Dibujó<br />

con los labios el nombre escrito en el reverso con caligrafía delicada, la fecha<br />

con números redondos inclinados a la derecha. Miró al horizonte y dio<br />

otro trago. La cerveza bajaba helada por la garganta. De golpe sintió el aire<br />

seco como un incendio. Respiró profundo, apuró la cerveza y pagó. Volvió a<br />

la carretera, al ruido del motor. Unos pocos kilómetros intentó de nuevo con la<br />

radio. Se conformó con pedazos de la transmisión. Bajaba el sol cuando se<br />

levantó el polvo. Las ventoleras se soltaban sin aviso. Terminó de subir el<br />

vidrio justo cuando la arena golpeó la carrocería con un siseo desigual. En la<br />

radio crujió otra vez la estática. El olor a sal le dolió entre los ojos, el calor<br />

se hizo denso como si viniera del asiento trasero. Por algún lugar se colaba<br />

el polvo. El interior se llenó de brillos diminutos, momentáneos. Sintió la<br />

tierra pegándose a las sienes, debajo de la nariz y en los brazos. Apretó con<br />

más fuerza el volante y se resignó al tufo hirviente. El ardor no comenzaba<br />

en la piel. Venía de lo profundo, lo cocinaba a fuego lento. Salió del remolino<br />

resoplando. Dejó pasar unos segundos y bajó el vidrio despacio, sintiendo en<br />

el aire renovado el primer aviso de la noche, el salitre como queriendo quedarse<br />

allá atrás, presente siempre.<br />

Háblale a Salo, le dijo al niño, que entró a la casa corriendo. Sintió el<br />

tres prosas<br />

65


óscar gonzález saint<br />

frío subirle por la espalda mojada. Las estrellas se alejaban de los cerros. Se<br />

recargó en el coche y esperó. Se sintió temblar. Comenzaba a sentirse enfermo.<br />

La casa tenía las luces encendidas. Por las ventanas se insinuaban las<br />

siluetas de la familia. Sintió el olor del cigarro antes de verlo: por la puerta<br />

principal salió un hombre de bigote canoso. Pásale a cenar, dijo. Vio el coche<br />

y le señaló con la cabeza: las marcas de llantas en la tierra terminaban<br />

en un cobertizo. Ven ahorita, ya luego vamos, insistió con calma. Escuchó las<br />

llantas rozar las salpicaderas. Tomaron café humeante que les sirvió una mujer<br />

callada, de mirada ausente. Se preguntó si sería muda. El viejo se alisó<br />

el bigote con la mano y prendió otro cigarro. Vamos a salir, le dijo a la mujer.<br />

Le pones la cama al señor y te vas con el niño a la recámara. Ya no salgan.<br />

La mujer dijo sí casi sin separar los labios. No levantó la mirada. Vamos entonces,<br />

dijo Salo ajustándose el sombrero. Salieron al cobertizo. Encendió el<br />

coche y lo dejó calentar. El viejo se acomodó en el asiento de al lado. Sonaron<br />

piedras bajo las llantas. La cerca de palo y alambre se extendía hacia la<br />

noche y el monte. La siguieron. El viejo movió la perilla del radio. Debajo de<br />

la estática, escondida, comenzó a sonar una canción indistinguible. Manejó<br />

hasta que en el retrovisor desaparecieron las luces de la casa. Volteó a ver<br />

al viejo. Hasta llegar al pozo, dijo Salo. Después de un rato volvió a hablar:<br />

aquí mero. Dejaron las puertas abiertas para que la canción los acompañara.<br />

Encendieron las lámparas y alumbraron las herramientas ya recargadas en<br />

la boca del pozo. Fueron hacia el coche. Antes de abrir la cajuela se quitó<br />

el anillo del dedo. Levantó la tapa. La sal comenzó a regarse a chorros en la<br />

tierra. Escucharon el quejido de los gavilanes ya en reposo. Una voz de tenor<br />

sonaba en la radio. Miraron todavía por un momento. Sorbió fuerte por la<br />

nariz y se secó los ojos. Te tardaste, dijo Salo. Comenzaron a cavar.<br />

66


Nadie la vio salir<br />

Kaleb Gómez<br />

Nadie la vio salir.<br />

La calle estaba<br />

translúcida y curiosamente sola.<br />

Tembló una vez su voz,<br />

como helada por un invierno íntimo.<br />

Tembló una sola vez y abandonó la casa.<br />

Por un instante<br />

su mano pudo asir la libertad,<br />

y la juzgó como una flor de plomo.<br />

para María Minero<br />

Salió de una ciudad<br />

cuajada de sereno y taxis rojos,<br />

inquieta como el agua entre sus manos,<br />

corrió buscando el sol de otros lugares,<br />

leyendas derramadas bajo lámparas viejas,<br />

puentes, ventanas rotas,<br />

otros caminos<br />

67


que recorrer a diario,<br />

personas y un horario que habitar.<br />

Quiso una hazaña digna<br />

de contarse a sí misma, con un nuevo<br />

álbum de fotos<br />

en plazas y edificios ignorados,<br />

un cuerpo nuevo<br />

con cicatrices nuevas<br />

que fuesen un dibujo de su espíritu.<br />

Tomó su libertad como una niña<br />

que trepa al sur de nuevas azoteas,<br />

y en el seguro azar de los tejados<br />

la sorprendió la noche.<br />

Allí durmió su voz, la luna estaba<br />

detenida en la yema de sus dedos,<br />

y logró ver debajo de sus pies<br />

la vida como un molino que gira<br />

sobre un cauce de perros y serpientes.<br />

Un día al despertar<br />

con el eco impreciso de una sonaja vieja<br />

tocándole las sienes,<br />

y con su propia mano abierta y detenida<br />

sobre la sábana de algunos años,<br />

halló el pulso de marzo debajo de su pecho.<br />

68


Dice que todas las calles son una.<br />

Dice que todos los soles son uno,<br />

unas veces más frío,<br />

otras veces más blanco.<br />

Que no sabe si es otra o es la misma<br />

persona todavía,<br />

que se fue de su casa, pero que aún es pronto<br />

para saber decirlo.<br />

Que algunas veces<br />

ha pensado en volver,<br />

pero jamás existe un camino de vuelta.<br />

Ahora está frente a mí<br />

y me cuenta un secreto.<br />

No tenía cara cuando lo encontraron.<br />

Quiero decir,<br />

era su rostro como cualquier rostro<br />

que hubiera visto el sol<br />

en los ojos del pueblo que lo viera nacer,<br />

sin el lujo del fuego<br />

ni afán de demagogia.<br />

La mañana lo halló pendiendo de los pies<br />

desde un puente con nombre de humanista,<br />

en la calle Progreso.<br />

No hay que decir la sangre derramada,<br />

69


esa ya la sabemos<br />

sobradamente.<br />

Quedó en su piel escrita la leyenda<br />

de las cuentas saldadas con mala ortografía,<br />

en lápiz de metal y una letra nerviosa.<br />

En sus bolsillos, el reflejo<br />

de un rey de bastos y una billetera<br />

sin nombres ni billetes,<br />

igual que los peatones<br />

que por allí pasaron, camino del trabajo<br />

o al volver de la noche<br />

nada dijeron.<br />

Llegaron los forenses, como es lógico,<br />

y un circo de sirenas y de cámaras.<br />

Pasado el mediodía lo bajaron.<br />

Nadie lo reclamó,<br />

y se quedó tendido<br />

de cara al sol, como un romano solo.<br />

Quiso la suerte,<br />

y así corroboró la autoridad,<br />

pasar del pavimento al anfiteatro,<br />

y no fue ni uno más en los periódicos.<br />

70


Desmadres y tareas críticas<br />

según Enrique Serna<br />

Wilfrido H. Corral<br />

comienza el desmadre<br />

Enrique Serna es conocido ampliamente como autor de una gran diversidad de<br />

novelas (históricas, picarescas, “políticas”, eróticas y/o de formación, como<br />

Fruta verde, de 2006) y cuentos fundacionales o parteaguas: “La vanagloria” y<br />

“Material de lectura”, de La ternura caníbal (2013), y “Borges y el ultraísmo”,<br />

de Amores de segunda mano (1994). Aquéllos son muestras fehacientes de la<br />

afinidad temática con su no ficción en conceptualización y resultados, y hay<br />

varios más. Otros relatos confrontados emblematizan y sintetizan la plantilla<br />

conceptual del Serna estudiado en este ensayo. El primero, no ficticio,<br />

es parte de un ensayo de hace unos veinte años titulado provocadoramente<br />

“Vejamen de la narrativa difícil” 1 que, al cotejar cómo Carlos Fuentes “ya<br />

iba equipado con la terminología que lo justificaría ante la crítica”, permite<br />

al joven narrador sustentar que la narrativa de su compatriota es artificial,<br />

un desborde o desmadre. Para Serna: “Las verdaderas revoluciones literarias<br />

ocurren a la inversa: primero surgen las obras que inauguran formas de<br />

expresión y luego vienen los profesores a explicar cómo están hechas. Con<br />

la novela del lenguaje se facilitó el trabajo de la crítica universitaria, que<br />

vio reflejado en la creación su propio andamiaje teórico y se limitó a cotejar<br />

la partitura conceptual (sea de Barthes, Todorov, Greimas o Julia Kristeva)<br />

1<br />

Enrique Serna, Las caricaturas me hacen llorar, Joaquín Mortiz, México, 1996, pp. 288-296.<br />

71


wilfrido h. corral<br />

con la servil ejecución del novelista.”<br />

Su preclara visión respecto a los<br />

giros y connivencias que notaba en<br />

la literariedad (sucintamente, lo que<br />

autoriza a distinguir el discurso literario<br />

de otros) debe ser templada<br />

adicional y categóricamente por el hecho<br />

de que los que nos dedicamos a la<br />

literatura no hacemos algo tan importante<br />

como curar el cáncer o terminar<br />

con el hambre.<br />

En el mejor de los casos, lo que<br />

podemos hacer es tratar de remediar<br />

enrique serna<br />

los problemas de nuestro mundillo,<br />

en el cual existe una leve posibilidad de que uno, crítico o no, tal vez tenga<br />

algún impacto. A pesar de que, como sabemos hoy, la “novela del lenguaje”<br />

languideció sin mayor repercusión pública, no es gratuita o totalmente<br />

errónea la nómina de Serna de los críticos altisonantes de esa época. Vale<br />

la pena recordar, entonces, que Serna habría tenido que distinguir con más<br />

precisión, porque con el paso de los años se ha llegado a percibir a Roland<br />

Barthes (para algunos el primer “bloguero”) y a Todorov como maestros de<br />

sensatez crítica y ética, en un momento anterior fascinados por la jerigonza.<br />

Y si Greimas siguió siendo el fundador de una crítica que no dejó de depender<br />

del mecanicismo estructuralista, la jerga de Kristeva cedió a preocupaciones<br />

críticas más amplias en que la literatura ya no es una excusa para<br />

una teoría. Otra manera de percibir esta progresión es preguntar qué habría<br />

dicho Serna si para 1996 se le hubiera prestado más atención a Derrida en el<br />

ámbito crítico de habla española.<br />

El segundo relato parte de la premisa de que para autores como Serna<br />

y buena parte de sus coetáneos, más dedicados que sus antecesores a la no<br />

ficción (calificarla de ensayística es insuficiente, como se verá), es obvio que<br />

en la simbiosis entre narradores y críticos los últimos son los parásitos y<br />

que es tan difícil escribir un libro malo como uno bueno, y mucho más fácil<br />

escribir una crítica despiadada. En una carta de 1853, Flaubert decía que “La<br />

72


desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

critique littéraire est au dernier échelon de la littérature”, y el flujo y reflujo<br />

de los novelistas ante la crítica ha cambiado poco desde entonces. Así, en<br />

Corriente alterna, Octavio Paz aseveraba que la crítica era “el punto flaco de<br />

la literatura hispanoamericana”, aunque los críticos que él cree fortalecerían<br />

el campo no han tenido la repercusión o influencia que merecían, y el que<br />

más valía, Guillermo Sucre, dejó sólo un libro memorable. No obstante Paz<br />

concluye severamente: “La creación es crítica y la crítica creación. Así, a<br />

nuestra literatura le falta rigor crítico y a nuestra crítica imaginación.” 2 Desde<br />

sus inicios como prosista, Serna se ha dedicado a las faltas que notaba el<br />

poeta-crítico.<br />

Pero por olvidos o injusticias hay que hilar fino, porque no se trata de<br />

que los narradores más recientes se opongan a la crítica; es más, frecuentemente<br />

recurren a ficcionalizarla, tal vez porque por formación, preferencia<br />

estética o por el ambiente en que se mueven inevitablemente, conocen demasiado<br />

el campo o a sus partidarios o contrarios como para calcar o actualizar<br />

la opinión de Flaubert. También es evidente su distancia de una visión que<br />

no es exagerado calificar de creciente y occidental: la animadversión hacia<br />

la que se sigue llamando indistintamente “crítica literaria” o “teoría crítica”,<br />

predominantemente académica y basada en obtusos discursos autoindulgentes<br />

y pretensiones histórico-filosóficas, en la línea del Michel Foucault de<br />

la conferencia-diálogo “Qu’est-ce la critique? Critique et Aufklärung”, pero<br />

sin su ilustración. No sorprende entonces que en Las correcciones (2001; español<br />

2002) del estadunidense Jonathan Franzen, nacido el mismo año que<br />

Serna (1959), un académico desacreditado, Chip Lambert, abandone la teoría<br />

marxista para escribir guiones y va a la mítica librería Strand de Manhattan<br />

para deshacerse de los tomos “dialécticos” de su biblioteca.<br />

Las obras de Theodor W. Adorno, Jürgen Habermas, Fredric Jameson<br />

y otros, le habían costado casi cuatro mil dólares (hipérbole simbólica), pero<br />

al venderlos su valor es de sesenta y cinco. Luego de otras expediciones<br />

para vender sus libros y, según el narrador, recordar cómo esos estudios le<br />

habían prometido una crítica radical de la tardía sociedad capitalista, Lambert<br />

gasta su irrisorio dividendo en un caro filete de salmón noruego. Recor­<br />

2<br />

Octavio Paz, Corriente alterna, Siglo xxi Editores, México, 1967, p. 44.<br />

73


wilfrido h. corral<br />

74<br />

dando que, aparte de Mario Vargas Llosa, no hay hoy un escritor canónico<br />

hispanoamericano que atraiga la atención sobre asuntos importantes, no es<br />

inconsecuente que en “Caracterización de la nueva generación”, fragmento<br />

de 1930, otra deidad neomarxista, Walter Benjamin, critique severamente la<br />

literatura consumista, más la falta de educación e inconsistencia de los nuevos<br />

de entonces, aseverando: “Esta [gente] no hace el menor esfuerzo para<br />

basar su actividad en ningún fundamento teórico en absoluto. No sólo son<br />

sordos a los llamados grandes asuntos, los de la política o visión del mundo;<br />

sino que son igualmente inocentes de alguna reflexión acerca de cuestiones<br />

artísticas” (el énfasis es mío). 3<br />

Evidentemente, también hay que recordar que no todo desarrollo cultural<br />

se puede enmarcar con diferencias generacionales y que el discurso<br />

intelectual es formado por los locales sociopolíticos y, frecuentemente, por<br />

los editores de los críticos, Benjamin incluido. En “Vejamen de la narrativa<br />

difícil”, Serna advierte: “Se me ha pedido hablar sobre las estrategias narrativas<br />

para el fin del milenio y creo que una de ellas consistiría en recoger las<br />

enseñanzas de los grandes narradores populares para luchar con la mercadotecnia<br />

editorial en su propio terreno. La disyuntiva no es hacer literatura<br />

ligera o pesada. El reto es cautivar sin complacer, contrarrestar con astucia<br />

la pereza de los lectores para llevarlos adonde no quieren ir…”. Conectando<br />

ese deseo con la crítica, no es baladí pensar en que –su obra conocida es<br />

menos fragmentada y, la póstuma, está revelando que su “proyecto” era algo<br />

bien pensado– se lleva a cabo algo similar con las antologías recientes de<br />

Barthes, por el momento en inglés. 4<br />

Si esos dos relatos no son necesaria o exclusivamente los polos de las<br />

negociaciones conceptuales del dinámico Serna, o prefiguran su actividad y<br />

actitud crítica futuras, sin duda son un subtexto principal de sus inquietudes<br />

críticas más recientes. Para llegar a ellas me ocuparé principalmente de<br />

3<br />

Walter Benjamin, Selected writings, Harvard University Press, Cambridge, 1999, vol. ii.<br />

4<br />

La diversidad y riqueza de intereses de Barthes en ‘A very fine gift’ and other writings on<br />

theory y ‘The scandal’ of marxism and other writings on politics es superior a la de Benjamin,<br />

siempre recordando que la recuperación y selección son de los traductores y/o editores. Las<br />

fuentes para Barthes son los cinco tomos (hasta hoy) de las Oeuvres complètes. Toda traducción<br />

es mía, excepto donde se indique lo contrario.


desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

cómo aparece la esfera cultural creada por esa crítica en las colecciones Las<br />

caricaturas me hacen llorar (1996) y Giros negros (2008), hasta su tratado no<br />

necesariamente culminante (sigue mordiendo la mano que nos da de comer)<br />

que es Genealogía de la soberbia intelectual (2013). Leídas detalladamente, las<br />

primeras compilaciones presentan una vasta crítica a varias representaciones<br />

de la cultura popular. Consecuentemente, el título Las caricaturas me hacen<br />

llorar se extrae de una popular canción homónima de los años sesenta, en la<br />

que Queta Garay se refiere a una enamorada que presencia una traición en<br />

un cine, con el Pato Donald proyectado en el fondo, imagen remedada en la<br />

portada de la primera edición del libro. En cambio, Genealogía de la soberbia<br />

se ocupa abundantemente de las humanidades, y de la literariedad en<br />

particular. Por ese desarrollo en su pensamiento, complemento el análisis<br />

con algunos textos no recogidos (son numerosos) que sigue publicando en<br />

columnas mensuales o quincenales, en revistas como Letras Libres y otras de<br />

similar prestigio, aunque no es extraño a las académicas.<br />

Como pretendo demostrar, Serna ejemplifica una nueva actitud entre los<br />

narradores que son sus contemporáneos (no todos sus pares), los que nacieron<br />

diez años antes o después que él, noción que expando en la introducción<br />

general a una compilación que analiza la novelística de sesenta y nueve de<br />

sus coetáneos, The contemporary spanish american novel: Bolaño and after<br />

(2013). Si no es necesario proveer un panorama de todos aquellos para contextualizar<br />

al mexicano, porque significaría vincularlo a una colectividad que<br />

no reconocería (volveré, por ejemplo, a las diferencias que quiere establecer<br />

implícitamente entre su obra y la de un narrador como César Aira, diez años<br />

mayor que él), vale la pena sintetizar el ambiente general, no mexicano, en<br />

que se mueve; y ese quehacer es precisamente una plantilla de Genealogía<br />

de la soberbia, y de una polémica que ocasionó al llegar su ensayo a España,<br />

discusión que trato oportunamente. Pero también es un giro centrado en la<br />

hipocresía intelectual, la crítica de cuyas bases se encuentra en su tercera<br />

novela, El miedo a los animales (1995), todavía la diatriba en clave más aguda,<br />

y polémica, contra el establishment literario mexicano de esos tiempos,<br />

alegoría sostenida innovadoramente por su armazón de novela de suspenso.<br />

Para analizar su no ficción en términos de la de los narradores del último<br />

tercio y cambio del siglo pasado, e incluso de los llamados “milenios”<br />

75


wilfrido h. corral<br />

76<br />

nacidos a mediados de los años setenta y principios de los ochenta, señalo<br />

un destiempo o desencuentro pertinente. En 1996, reconocido como el estreno<br />

temporal promedio de los narradores bisoños más representativos (y menores<br />

que él, que entonces no tenían obra no ficticia recogida), Serna publicó Las<br />

caricaturas me hacen llorar, selección de artículos y ensayos <strong>escritos</strong> entre<br />

1987 y 1996. Ese título tiene una carga semántica explicada parcialmente por<br />

su autor en los prólogos de las ediciones de 1996 y 2012. Si la colección practica<br />

genialmente el arte combinatorio que la diferencia de la no ficción de<br />

entonces (que tenía la política como sacramento y moneda), incluso con la<br />

segunda edición ha pasado desapercibida fuera de México. Tal es la probidad<br />

de Las caricaturas me hacen llorar, por no decir nada de la hibridez de<br />

su humor (nos hace reír, incómodamente), que los latinoamericanistas, y paradójicamente<br />

los beatos de los “estudios culturales”, no citan o (re)conocen.<br />

La reacción es parecida a la que ocurre con su primera novela, Uno soñaba<br />

que era rey (1989, revisada en 2000), que se puede leer como contrapunto<br />

o lectura revisionista de La región más transparente, de Carlos Fuentes, cuyos<br />

propósitos Serna supera técnicamente con base en su experiencia como<br />

guionista, o tal vez por haber escrito una vida de Jorge Negrete y haber recabado<br />

los testimonios de María Félix recogidos en Todas mis guerras, pares<br />

mediáticos de Fuentes; o por su interés en las telenovelas, el amarillismo y<br />

las vidas marginales que parece conocer mejor que cualquier otro autor de<br />

su época y cultura literaria. Se puede argüir, respecto a libros como Uno<br />

soñaba que era rey, que a pesar de alguna tirada estimable las publicaciones<br />

con editoras nacionales (Programas Educativos, en el caso de la primera<br />

edición de esa novela) rara vez se distribuyen debidamente; pero sería una<br />

justificación incompleta, porque Planeta publicó la segunda edición de Uno<br />

soñaba que era rey.<br />

Otra razón pertinente del desconocimiento de esa parte de la obra de Serna<br />

sigue siendo la falta de atención crítica e interés general en la prosa plurigenérica,<br />

paradójicamente cuando los especialistas y críticos hablan de la<br />

importancia de la interdisciplinaridad, sin tomar en cuenta que un riesgo de<br />

esos estudios es que una combinación emocionante de ejemplos les puede<br />

parecer a los lectores un eclecticismo desordenado. En 2008 publicó Giros<br />

negros, título prestado por los reporteros de la fuente policial para referirse


desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

al submundo vil. En el preámbulo dice que su compilación reúne un mosaico<br />

de crónicas, ensayos y piezas de varia invención para escudriñar “los giros<br />

negros de la vida cultural, política y erótica, los bajos mundos de la farándula<br />

y la academia, las patologías neuróticas del hombre contemporáneo,<br />

las transgresiones mediocres, las claudicaciones del orgullo patrio”. (El énfasis<br />

es mío.) 5 En un breve autorretrato inelegante publicado poco después<br />

de Giros negros, explica: “Los trúhanes con voluntad de poder cuidaban al<br />

máximo su salud, mientras que yo, su enemigo ideológico, estaba hecho una<br />

piltrafa por jugar al poeta maldito” (el énfasis es mío). 6 Pero Serna no se reconocería<br />

en la progresión que propongo para su quehacer, acudiendo, con<br />

cierta razón, a su admiración por José Agustín y otros autores y temas de “La<br />

Onda” mexicana de los años sesenta, fundadores de otros tipos de desmadres<br />

culturales, además de su interés en esa época. 7<br />

¿por qué y cómo lee un novelista como crítico?<br />

Una diferencia principal entre un crítico académico de las corrientes prevalecientes<br />

desde los años ochenta, su triste “objetividad” (en contrapunto,<br />

piénsese en Barthes y su jouissance), y Serna, es que él abraza abiertamente<br />

sus propios entusiasmos y peculiaridades, como si su sustento fueran los líos<br />

intelectuales, privados o públicos. El mexicano elogia o culpa a la crítica<br />

de acuerdo a la destreza de sus autores, la profundidad de sus caracterizaciones<br />

y la proporción de su narración, la complejidad y pertenencia de los<br />

asuntos que trata y, tal vez con menos insistencia, la exactitud y frecuencia de<br />

las representación de personajes minoritarios o de sexualidades diferentes<br />

5<br />

Enrique Serna, Giros negros, Cal y Arena, México, 2008, p. 13.<br />

6<br />

Enrique Serna, “Así escribo”, en Nexos, México, febrero de 2009, núm. 374, p. 81.<br />

7<br />

Los sesenta merecen mucha atención en su prosa, aunque no llegaba a la adolescencia<br />

en esos años. Al reseñar una novela contemporánea (“Ana García Bergua. Una comedia<br />

nostálgica”, en Revista de la Universidad de México, octubre de 2012, núm. 104, pp. 88-89),<br />

dice: “Como los personajes de La bomba de San José frecuentan el mundillo cultural y<br />

farandulero de los años sesenta, no es difícil para cualquier lector más o menos informado<br />

identificar a los personajes de la vida real que García Bergua entremezcla con sus entes de<br />

ficción.” También está describiendo su propia capacidad y modus operandi, condiciones<br />

que no se transmiten fácilmente a los más o menos informados.<br />

77


wilfrido h. corral<br />

(que desarrolla o apuntala en su ficción). Pero más allá de revisar temas que<br />

preocupan a otros, el valor principal que busca en la prosa, el que puede superar<br />

a cualquier otra consideración es la legibilidad. Un matiz para ilustrar<br />

esa problemática radica en las ideas de Hans Blumenberg en La legibilidad<br />

del mundo, según las cuales “El mundo sólo es captable metafóricamente,<br />

proyectando cada uno su propio mundo sobre el mundo.”<br />

Para Blumenberg, la prueba de la omnipotencia de libros absolutos<br />

similares a los que Serna critica es la disolución del lector en ellos, y “La<br />

consumación de la legibilidad se basa en tener en consideración a los lectores,<br />

que son aquellos que la tendrían que poner en práctica. A éstos hace<br />

ya mucho que el autor les ha vuelto la espalda, exactamente igual que ha de<br />

apartarse, él mismo, de su obra, para que ésta pueda ser todo un mundo”. 8<br />

Pero desde el principio de su tratado Blumenberg advierte que “Sería un<br />

disparate hacer una utopía de la metáfora de la legibilidad del mundo.” Serna<br />

extiende esas preguntas a sí mismo y a sus lectores. Consecuentemente,<br />

no cree que sean un “deseo” de los lectores, porque sabe bien que la “legibilidad”<br />

es una categoría tautológica que se refiere a la calidad del placer que<br />

obtiene cada lector, inaplicable a otros, aun a un club de lectura. Es entonces<br />

que se carga a los críticos que hacen poco o nada por explicar las causas<br />

de su objetividad. Diferente de la actitud cultural de Serna, Blumenberg no<br />

considera, por ejemplo, que algunos lectores preferirían disfrutar a vampiros<br />

por, lo que son, en vez de disfrutarlos como metáforas de la depravación de<br />

la cultura del consumo.<br />

Aparte de que, como hizo en Las caricaturas me hacen llorar, Serna extiende<br />

el alcance de su no ficción más reciente a temas que en un momento<br />

se llamaron “universales” (sin exponerse a acusaciones de colonialismo o<br />

dependentismo, que no le importan), obligándose a historizar con una gama<br />

ecuménica de fuentes y tradiciones decididamente occidentales, en las lenguas<br />

que siguen dominando en la cultura latinoamericana (español, francés<br />

e inglés) o traducidas a éstas. Es decir, funciona sin el multiculturalismo<br />

anglófono, cuya ideología deductiva tiene como premisa los fracasos de Occidente<br />

y la presunta pureza de otras culturas, para hacer que su evidencia<br />

78<br />

8<br />

Hans Blumenberg, La legibilidad del mundo, Paidós, España, 2000, p. 327.


desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

quepa en su paradigma, sin dejar de<br />

ser irónico que la cultura más auto-crítica<br />

siga siendo la occidental. De ésta,<br />

la anglófona se viene preguntando<br />

sobre la función de la crítica por unos<br />

ciento cincuenta años, desde Matthew<br />

Arnold y pasando por T. S. Eliot. Por<br />

eso sorprenden la ligereza con que se<br />

sigue insistiendo en el “cambio de paradigma”<br />

y varios excesos y dogmas<br />

que he detallado en otros momentos<br />

(los seis ensayos de la primera parte<br />

de El error del acierto…). 9 Si se le<br />

preguntara al usuario de esos términos por el origen de ellos, o por su etimología,<br />

lo más probable sería una réplica con más germanía facilista.<br />

Ha sido fácil adaptar cierta nomenclatura para parecer inteligente porque<br />

la academia siembra campos de jerigonza con una cosechadora y los vende<br />

para nutrir a los universitarios. Es muy fácil hablar desde afuera y decir<br />

que se está hablando basura. Pero cuando se habla con otros, digamos en<br />

artículos versados en esa habla, uno necesita emplear esas palabras, porque<br />

para ellos significan algo específico. No es así para un público culto pero no<br />

especializado. Por eso, consciente de su mestizaje cultural, el centro ilustrativo<br />

no exclusivo de Serna es sin duda la cultura mexicana contemporánea (entiéndase<br />

todas las artes humanísticas), un inmenso desafío para el progreso<br />

de la no ficción de todo escritor de ese país, en gran parte por el peso del pasado<br />

encarnado en Alfonso Reyes y la sombra de los igualmente canónicos y<br />

prolíficos Octavio Paz y Carlos Fuentes (a quienes ha criticado), Carlos Monsiváis<br />

(para la cultura popular, también criticado oportunamente en El miedo<br />

a los animales), Gabriel Zaid (para la historia intelectual), Miguel-León<br />

Portilla (para la historia nacional) y pocos otros, todos los cuales aplican<br />

una guillotina crítico-literaria cuando es necesario. La producción de Serna<br />

contiene la misma sana ambición. ¿Por qué no lo conocemos más entonces?<br />

9<br />

Wilfrido H. Corral, El error del acierto (contra ciertos dogmas latinoramericanistas),<br />

Universidad de Valladolid, España, 2013.<br />

79


wilfrido h. corral<br />

Me detengo en este Serna, en parte por su desobediencia a ciertos maestros<br />

y por la necesidad de tener en cuenta algunos subterfugios al hablar de<br />

este tipo de prosa. A mediados de los noventa él vaticinaba que “lo peor<br />

que puede pasarle a la literatura en el próximo milenio es que se acentúe<br />

la falsa polarización entre narrativa light y narrativa para entendidos, como<br />

lo desean, en una delatora comunión de intereses, los literatos de cenáculo<br />

y los mercaderes de la edición” (“Vejamen de la narrativa difícil”), y tenía<br />

razón, porque esa opinión también parece ser un estribillo para los nuevos<br />

narradores. Piénsese en descubrimientos y recuperaciones tardías como los<br />

del colombiano Andrés Caicedo (1951-1977) y las notas de El libro negro de<br />

Andrés Caicedo. La huella de un lector voraz (2008), antecedido por la varia<br />

invención de El cuento de mi vida (2007), seguido por la “autobiografía cinemática”<br />

Mi cuerpo es una celda (2008), armada por Alberto Fuguet, de alguna<br />

manera su heredero manqué.<br />

Esas colecciones en verdad hacen que se supedite la ficción precursora<br />

de Caicedo, o que se la quiera poner en perspectiva, a actos a posteriori que<br />

obviamente se podrían dar con otros autores. Somera y francamente, la no<br />

ficción de narradores como Serna, no estrictamente él, sigue siendo espinosa<br />

de encontrar y publicar, y por ende de conceptualizar y jerarquizar. Ahora,<br />

hay narraciones no ficticias, descripciones de varios sistemas, libros de etiqueta,<br />

manuales, teorías y cavilaciones que no narran. Por esto vale rescatar<br />

una no ficción que sí narra y elucidarla con sus mejores patrones. En Serna<br />

hay mucha introspección y no pocas revelaciones verdaderamente íntimas,<br />

y no parece importarle quién sabía que a él no le importaba lo que decían<br />

otros. Su no ficción contiene la actitud de no incluir la queja “las cosas fueron<br />

mejor en mi día” como connotación, más la ventaja de que un escritor<br />

puede notar algo que los lectores no han percibido. No se convierte en una<br />

lección, sino en una orientación para que la mirada de los lectores se fije en<br />

eso por sí sola, y así lee un novelista como crítico.<br />

80<br />

enemigo público número uno<br />

No se puede decir que en Las caricaturas me hacen llorar el tono del autor<br />

posea muchos filtros, pues las muestras de su franqueza son vastas. En el to­


desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

davía poco estudiado “Vejamen de la narrativa difícil” manifiesta que “A pesar<br />

de la autoridad académica empeñada en hacernos comulgar con ruedas<br />

de molino, todavía existen narradores de calidad mundialmente reconocida<br />

que satisfacen todos los gustos, desde el más primitivo hasta el más exigente.<br />

Su existencia es una piedra en el zapato para quienes creen que la gran<br />

literatura está reñida con el gran público”. Esa afirmación está mucho más<br />

cargada de significado de lo que se puede suponer, más allá del alfilerazo a<br />

la escritura dogmática de academia. Para comenzar, recuérdese por lo menos<br />

un par de nociones críticas, una asociada hoy con la teoría de la recepción,<br />

referida a los “horizontes de expectativa”; y otra más, aliada al posestructuralismo:<br />

la codificación de los lectores y la lectura por medio de paratextos.<br />

Así, en el prólogo a la primera edición de Las caricaturas…, Serna afirma:<br />

La segunda parte, “Ruta crítica”, se compone de ensayos literarios en los que<br />

traté de revertir la tendencia de nuestra élite intelectual a demeritar la creatividad<br />

y el talento en favor de la erudición estéril. Algunos de ellos me han valido<br />

excomuniones y golpes bajos, pero si no los hubiera escrito me habría salido un<br />

herpes en el cerebro. Por su carácter polémico, probablemente llamarán la atención<br />

“La función decorativa de la cultura” y “Vejamen de la narrativa difícil”,<br />

pero lamentaría que su belicosidad distrajera al lector de los trabajos sobre Inés<br />

Arredondo, Virgilio Piñera, José Agustín (…), Manuel Puig y Patricia Higsmith,<br />

donde fundamento mis simpatías por algunos de los escritores que admiro en vez<br />

de exponer inconformidades o diferencias. (Énfasis míos.)<br />

En verdad se podría subrayar todo lo que asevera, pormenorizar cada<br />

idea (por ejemplo, la sexualidad “otra” en Piñera, Sarduy y sobre todo Highsmith)<br />

y nombre, los momentos embarazosos que señala, y no cabe duda<br />

de que valoriza el coraje o valor como virtud, porque sin la valentía las otras<br />

virtudes no son posibles. Pero también está admitiendo, como varios novelistas<br />

de Occidente desde hace un siglo, que un escritor no puede negar su<br />

papel de intelectual público (como argumentará con Vargas Llosa), y que al<br />

ser así, la riqueza y diversidad del mundo no puede reducirse a mirarse el<br />

ombligo siempre. Esa actitud es diferente de la “pasión crítica” o leer desde<br />

el rencor, que frecuentemente conduce a exabruptos.<br />

Leída a veinte años de su publicación inicial y en términos de su no ficción<br />

posterior, Las caricaturas… muestra la consistencia de sus propósitos, su ética<br />

81


wilfrido h. corral<br />

82<br />

personal y la de su actividad profesional, aunque no le guste a sus detractores.<br />

Vale, por lo mismo, una parada intermedia en la historia de su colección, que<br />

obliga a un ajuste en la recepción e incluso autoconcepto del autor. Cuando<br />

en 2012 se publica una segunda edición no aumentada de Las caricaturas…,<br />

cuya única revisión se encuentra en el prólogo, concluye, afinando poco el<br />

tono de la primera versión: “Sin asomo de arrepentimiento, ahora expongo mis<br />

pecados de juventud a una nueva generación de lectores, esperando encontrar<br />

de nuevo esa complicidad sin la cual no podría existir la literatura” (énfasis<br />

mío). Con ánimo crítico, me parece la mejor manera de corromper a los menores,<br />

término por el cual entiendo a los no iniciados, no importa su edad.<br />

Similarmente, Serna no pierde la oportunidad de poner los puntos sobre<br />

la íes, con su acostumbrada higiene mental. Así, en el prólogo de la<br />

segunda edición, que historiza con tonos muy personales el breve trasfondo<br />

que provee la primera, también resume la razón de ser y la acogida de su<br />

compilación, no sin antes expresar abiertamente un temor que resultó en su<br />

visión actual: “La experiencia de someter mi trabajo a la opinión pública me<br />

produjo, al mismo tiempo, una intensa emoción y crisis vocacional. Temí que<br />

si continuaba estudiando teoría literaria en vez de leer los libros que de verdad<br />

me importaban, acabaría pergeñando exégesis eruditas con impecable rigor<br />

metodológico, pero sin el menor vuelo imaginativo. No quería escribir para<br />

otros especialistas, sino ganarme la confianza y el respeto del lector común,<br />

para satisfacer una necesidad expresiva.” (Énfasis mío.) Como resultado, si<br />

sus novelas convirtieron a su persona en una estética, su no ficción trata de<br />

convertir sus ansiedades privadas en objetivos de integridad intelectual.<br />

Recuérdese también que los de Las caricaturas me hacen llorar son<br />

textos de una época más nacional, publicados en periódicos y revistas como<br />

La Jornada Semanal, Milenio y La Cultura en México, entre otros, justo antes<br />

de que la red mundial permitiera mayor acceso a ellos, como es el caso<br />

con los que publica en Letras Libres o Nexos, referentes culturales mexicanos<br />

encontrados, para los nacionales. A la vez, con la mención de Piñera, Puig y<br />

Agustín en ese primer prólogo, Serna da indicios de una estética originaria,<br />

no necesariamente fundacional, que permite confirmar que ha sido coherente<br />

con sus preferencias, no importa qué rebusquen sus críticos. El hecho es<br />

que desde Las criaturas… y sus palimpsestos Serna no ha tenido pelos en la


desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

lengua o toma ansiolíticos, y no ha querido aceptar el tedio de algunos maestros<br />

iniciales que, como dice en varias entrevistas, se dedicaron a dictarle<br />

referencias bibliográficas. Tampoco anhela ser parte de la pedantería o de<br />

la injuria que abandona toda voluntad artística, tratando de explicarla por<br />

medio de nociones que sólo aprecian los presuntos iniciados. A veinticinco<br />

años de sus inicios como escritor indicaba: “Si dejara de beber por completo<br />

quizá dormiría mejor y escribiría más. Pero tampoco me entusiasma ser una<br />

gallina ponedora que se desvive por abultar su bibliografía, como ciertas<br />

glorias nacionales embalsamadas en vida…” 10<br />

Consecuentemente, fiel a una poética que sólo tenemos en fragmentos,<br />

desarma la inseguridad de los que no pueden o tienen miedo de hablar por sí<br />

mismos, con sus propias ideas y palabras, señalando por qué aquellos no han<br />

asimilado (no integrado) bien el pensamiento de las fuentes primarias con la<br />

misma autoridad y rigor que los atrajo a ellas. Serna no siempre tiene en mente<br />

una advertencia del comparatista Peter Brooks, quien manifiesta que cuando<br />

uno se involucra en actos de interpretación, en diálogos con otros que te llevan<br />

la contra y a quien necesitas persuadir, te metes en algo que tiene principios y<br />

procedimientos, y “En el mejor de los casos, en su momento más persuasivo,<br />

esta práctica debe ofrecer una crítica convincente de los actos de interpretación<br />

que son arbitrarios y mal fundados, basados en la imposición autoritaria<br />

de significados en vez de en una conceptualización cuidadosa”. 11<br />

Teniendo en cuenta que el trabajo del periodista cultural es nunca dar a<br />

los lectores una razón para dejar de leer antes de llegar al fin de sus <strong>escritos</strong>,<br />

y que las condiciones de ese trabajo exigen una voluntad de comprimir y un<br />

talento para la concisión, vale entonces acatar, aun con un grano de sal, la<br />

codificación del prólogo original de Serna y continuar con algunos ensayos<br />

emblemáticos (de hecho, el resto son artículos, perfiles o reseñas) que, dice,<br />

llamarán la atención, tal vez porque terminarán siendo programáticos. Uno<br />

de los dos ensayos extensos (el otro está dedicado a Puig), “La función decorativa<br />

de la cultura”, ya no sorprenderá, es una crítica y homenaje a Paz<br />

(a cuya figura vuelve en “La vanagloria”), que se adelanta con mucho a la<br />

10<br />

Enrique Serna, “Así escribo”, en Op. cit.<br />

11<br />

Peter Brooks, “Misunderstanding the humanities”, en The Chronicle Review, 2014,<br />

núm. 16.<br />

83


wilfrido h. corral<br />

postura encontrada de Roberto Bolaño respecto a la monumentalidad del<br />

ensayista y poeta mexicano. Siempre fiel a su misión de no dejar títere con<br />

cabeza en sus evaluaciones críticas, entre otras bon mots, discierne aguda y<br />

convincentemente de un consenso sobre el chileno al decir: “Bolaño creía<br />

dogmáticamente en las vanguardias, al grado de perdonarles la falta de talento,<br />

y su fe ciega en las bondades de la subversión creadora le impidió ver el lado<br />

grotesco de la vanidad insatisfecha, que en los malos escritores, sean conservadores<br />

o vanguardistas, alcanza proporciones monstruosas.” 12<br />

Como la mayoría de su crítica social, la meta final y mayor de Serna<br />

es el medio cultural de su país y su futuro, no armar una antología de sus<br />

catástrofes, y hasta la fecha no ha cedido un centímetro en su empeño, como<br />

se desprende de su extenso ensayo sobre José Revueltas, al cual volveré.<br />

Por eso no sorprende que esta segunda parte de Las caricaturas me hacen<br />

llorar también incluya “Tesoro moral para el crítico joven”, conectando con<br />

sus preocupaciones, que llegan hasta Genealogía de la soberbia intelectual.<br />

En 1981, en “La desgracia de ser escritor joven” [Notas de prensa, 1980-1984<br />

(Mondadori, Madrid, 1991), pp. 153-155], sin ningún virtuosismo García Márquez<br />

se apenaba de que los jóvenes escritores concursaran con “entusiasmo<br />

casi pueril” en concursos literarios nacionales en que en verdad, y paradójicamente,<br />

salen perdiendo al ganar. Según el maestro, quien no menciona a<br />

ningún narrador específico, con esos premios la editorial “no sólo comete un<br />

atraco contra el escritor novato, sino que es éste el que le sirve al editor para<br />

enriquecerse más con el menor esfuerzo”. Hay otra lección en su conclusión:<br />

“no hay desgracia más grande en este mundo que la de ser escritor joven. Sobre<br />

todo en estos tiempos infaustos en que está de moda ser famoso”. En los<br />

“mandamientos” de “Tesoro moral para el crítico joven”, Serna añade una<br />

advertencia cínica: “Adula con moderación al novelista funcionario que te<br />

dio un puesto de aviador. Hazle sentir que no escribirá su obra maestra hasta<br />

que te suba el sueldo.” Ambos escritores quieren decir que en una industria<br />

inestable motivada comercialmente, parte de ser un escritor es el esfuerzo<br />

constante por encontrar cómplices talentosos.<br />

Como arguye Susan Sontag en un ensayo de 1980 sobre Elías Canetti, es<br />

84<br />

12<br />

Enrique Serna, “La vanguardia sin obra”, en Letras libres, México, diciembre de 2013,<br />

núm. 180, p. 110.


desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

necesario que los admiradores talentosos superen la avidez para identificarse<br />

con algo superior al logro, superior a la recolecta de poder. Todos se olvidan<br />

de que no es la obra como tal la que le acarrea fama a un narrador. Por eso,<br />

en “Ecocidio literario”, más una nota sobre la novela histórica 1492: Vida y<br />

tiempos de Juan Cabezón de Castilla (1985), de Homero Aridjis, Serna se dedica<br />

a desmontar la metodología de una novela que “hará las delicias de un<br />

experto en narratología”, arguyendo que la mezcla de un discurso ficcional<br />

con otro testimonial “no puede ser más forzada”. Añade además que “En cuanto<br />

a los diálogos, la torpeza de Aridjis no tiene igual en la literatura mexicana” y<br />

que, sumada a la posterior Memorias del Nuevo Mundo (1988), ambas novelas<br />

le servirán a Aridjis para “viajar a Sevilla en 1992 con gastos pagados”.<br />

¿Qué hay detrás de esa crítica personal? En verdad una concepción de<br />

la historia de México y su discurso, porque al referirse a las fuentes de su<br />

compatriota, dice: “En efecto, le sirvieron para decir lo mismo sin la menor<br />

gracia.” Por otro lado, hay que tener en cuenta que ese mismo proceder<br />

híbrido es el que Serna emplea, aplicándolo a varios de sus narradores, en<br />

la que es quizá su novela más conocida, El seductor de la patria (1999). Alegórica,<br />

epistolar y existencial, deja atrás o ignora realidades para transmitir<br />

la inestabilidad del fallido caudillo Antonio López de Santa Anna, con el<br />

resultado de que el anti-héroe es una figura parcialmente amortajada y desmemoriada<br />

cuyos motivos más profundos son opacos, incluso para él mismo,<br />

y así su antibiógrafo acomoda en su novela la pose del escepticismo posmoderno<br />

y el Santa Anna “real” del empirismo tradicional.<br />

Paralelamente, permite pensar, con la ayuda del prólogo a la segunda<br />

edición de esta no ficción, que notas como “Bocas envenenadas” e “Intelectuales<br />

con caspa” 13 podrían ser palimpsestos de El miedo a los animales.<br />

Además, y como asevera respecto a su público virtual con su reconocida franqueza<br />

en el prólogo de la segunda edición de Las caricaturas me hacen llorar:<br />

“Como a fin de cuentas estaba dirigiéndome a una familia de inadaptados,<br />

sabía que no iban a reprocharme ningún exceso o disparate, siempre y cuando<br />

lograra despertar su interés. Para conseguirlo, procuraba combinar la<br />

provocación con el rigor, la ironía con la precisión verbal, una dualidad que<br />

13<br />

Enrique Serna, Las caricaturas me hacen llorar, Joaquín Mortiz, México, 1996.<br />

85


wilfrido h. corral<br />

reflejaba las fluctuaciones de mi propio carácter.” Por honesta que sea, esa<br />

combinatoria sigue siendo la plantilla de su no ficción, con las fluctuaciones<br />

del caso, como se comprueba en su segunda colección.<br />

tareas adicionales del crítico<br />

Giros negros no es exactamente un título que conduzca a creer que se trata<br />

de crítica literaria, y, de hecho, ninguna de sus ocho secciones está dedicada<br />

enteramente a ella o la alude con sus títulos. Si la cuarta, llamada “Radiografía<br />

del lenguaje”, la sexta, “Transgresores de oficio”, e incluso la séptima,<br />

“Delitos contra la salud mental”, podrían hacer pensar en textos sobre los<br />

críticos y su quehacer, es más exacto notar que esa tarea es un subtexto general<br />

de su libro. Es difícil saber si, debido a que para el momento en que<br />

se publica esta colección en 2008, Serna suponía que los excesos críticos<br />

estaban en su apogeo y habían ganado la guerra interpretativa, como ocurría<br />

en Estados Unidos y varios países europeos. Para contextualizar ese momento,<br />

permítaseme una referencia personal sobre un libro armado en ese país<br />

con la comparatista y brasileñista Daphne Patai, fundadora de programas de<br />

estudios sobre la mujer.<br />

Vincent Leitch, editor general de la enjundiosa y problemática Norton<br />

anthology of theory and criticism, 14 tiene mucho que ganar al decir que:<br />

Con sus 48 piezas [sic] escritas sobre tres décadas, Theory’s empire: an anthology<br />

of dissent, editada por Daphne Patai y Will H. Corral y publicada en 2005, sigue<br />

siendo la biblia de los argumentos antiteóricos (…) Se los reúne para criticar la<br />

teoría, defender el canon de las grandes obras y análisis literario, sostener una teoría<br />

del lenguaje racional y realista, y para vituperar [sic] la politización del estudio<br />

literario característico de mucha teoría contemporánea. El punto de vista general<br />

es conservador [sic], y típicamente mira hacia el pasado de tiempos y enfoques<br />

mejores (lo moderno versus lo posmoderno) [sic]. Como sugiere el título, la tesis de<br />

este enorme volumen es polémica: durante la era posmoderna la teoría ha dominado<br />

a los estudios literarios, creando en su marcha un imperio perdurable y una<br />

ortodoxia. Así, [aquí] se alinea a los críticos como inconformistas anti-imperialistas.<br />

Es un concepto revelador y autobombo.<br />

86<br />

14<br />

Bloomsbury, Londres/Nueva York, 2014.


desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

Si no fuera por su interés creado, simplificación, o por mantener ilusoriamente<br />

que en el siglo xxi hay un “renacimiento de teoría” (que implica<br />

que en algún momento murió), Leitch tendría algo de razón en la parte descriptiva,<br />

no en las últimas oraciones de la cita. Como viene haciendo Serna<br />

desde su primera colección, en su revisión del estado de la crítica no hay<br />

fobia, nostalgia, una visión única de lo posmoderno (como se desprende del<br />

prefacio de Leitch), ni interés creado o conservadurismo, sino un cuestionamiento<br />

de lo curricularmente consagrado. Si eso es ser disidente, se puede<br />

asumir ese talante con gusto. 15<br />

Pero se trata de América Latina, y de un pensador crítico dedicado a<br />

revelar los engendros y resultados negativos de desproporciones similares.<br />

Al leer sus libros en orden cronológico, lo más juicioso es ver sus cambios<br />

de idea como una faceta de su movilidad intelectual. Si se incluye la cultura<br />

popular a la que también sigue consagrado, se pueden analizar sus esfuerzos,<br />

en una época de excesos capitalistas, como una cruzada contra las distinciones<br />

entre cultura alta y cultura baja, forma y contenido, pensamiento<br />

y sentimiento (sobre todo respecto a la sexualidad), fantasía de juicios razonados,<br />

y en particular entre ética y estética. Incluso en su lugar de origen,<br />

como demuestra la anécdota de la novela de Franzen, en esos años el mundo<br />

intelectual abundaba en <strong>escritos</strong> sobre <strong>escritos</strong> acerca de la crítica de la<br />

crítica, llenos de superficialidad, y es dudoso que muchos lectores no especializados<br />

los leyeran. Es una actitud dilatada y, con las salvedades del caso,<br />

se encuentra también en En otro orden de cosas (2001), del argentino Rodolfo<br />

Enrique Fogwill, en que un exmaquinista, militante y obrero, se convierte en<br />

semi-intelectual, para “cavilar” sobre el significado de las palabras, con los<br />

años 1971-1982 de fondo. Una mayoría silenciosa intelectual (a la que Serna<br />

15<br />

Se dispone en español de buena parte de nuestra introducción general: “El imperio de<br />

la teoría”, en El Malpensante, marzo 16-abril 30 de 2005, núm. 61, pp.16-29. Calculadamente,<br />

Leitch no menciona que Theory’s empire critica severamente la conceptualización de su antología<br />

y las defensas posteriores de ella. Jason Potts y Daniel Stout, editores de Theory aside (Duke University<br />

Press, Durham, 2014), admiten que los reparos de Theory’s empire no son ofensivos y que,<br />

en el fondo, son benéficos. Pero apoyándose en perspectivas publicadas posteriormente, postulan<br />

que es un libro “anti-teórico”. Esas críticas continuas, y su similitud, comprobarían el<br />

efecto real de Theory’s empire en los más afectados, y una falta de originalidad; y dudo que<br />

los lectores habituales de Serna estén o quieran estar al tanto de polémicas especializadas.<br />

87


wilfrido h. corral<br />

88<br />

nunca podría o querría pertenecer), publicó<br />

entonces no objeciones sino “inquietudes”<br />

pusilánimes sobre la expresión<br />

verbal en publicaciones de poca difusión,<br />

marcadas frecuentemente con certeza inmerecida<br />

e indignación chapada a la antigua<br />

en torno a cómo el uso del lenguaje<br />

seguía decayendo. 16<br />

Sería entonces razonable preguntar si<br />

se necesitan más de esos <strong>escritos</strong> contrarios<br />

y si Serna no tenía ese modo en mente. El<br />

caso es que Giros negros es una mejor visión<br />

de cómo se puede llevar a cabo la crítica de la crítica, por una razón<br />

evidente. Su libro nos recuerda que pocos lectores están familiarizados con<br />

la jerigonza que los especialistas (que no son lo mismo que los expertos)<br />

usan como taquigrafía. Por otras razones, generalmente políticas, en los años<br />

treinta Benjamin notó una crisis en la crítica (había pensado fundar con<br />

Brecht una revista llamada Krisis und Kritik) y escribió varios textos breves<br />

(uno sobre la crítica “falsa”, más un borrador sobre la crítica como disciplina<br />

fundamental para la historia literaria) o fragmentarios sobre historia<br />

literaria, la industria editorial y las formas de la crítica. En un fragmento<br />

programático de 1931, póstumo y recogido con otras notas aforísticas bajo la<br />

rúbrica “El carácter destructivo” (referido al suicidio), se dedica a la tarea<br />

del crítico y asevera:<br />

Respecto a la terrible idea equivocada que el atributo indispensable del crítico<br />

verdadero es “su propia opinión”: es asaz sin sentido enterarse de la opinión de<br />

alguien sobre algo cuando uno ni siquiera sabe quién es. Mientras más importante<br />

el crítico; lo más que evitará afirmar llanamente su propia opinión, y lo más<br />

16<br />

Antes de Franzen, Michael Young, el héroe inglés de la novela distópica Making history<br />

(1996), de Stephen Fry, que contiene algunas partes escritas como guión, es un letraherido<br />

tan amargado por los estudios literarios que se resigna a hacer un doctorado en historia porque,<br />

en efecto, le parece menos arriesgado. El “hacer historia” del título se refiere a la trama, en<br />

que se crea una cronología mundial alternativa más conservadora, especialmente en Estados<br />

Unidos. Michael deja la academia, vuelve a su pasado y se dedica a escribir canciones.


desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

que su perspicacia absorberá sus opiniones. En vez de dar su propia opinión, un<br />

gran crítico posibilita que otros formen sus opiniones en base de su análisis crítico.<br />

Es más, la definición de la figura del crítico no debe ser un asunto privado<br />

sino, en lo posible, un asunto objetivo, estratégico. Lo que debemos saber de un<br />

crítico es qué representa. Él nos debe decir esto.<br />

Son aserciones muy cargadas y no exentas de polémica o interrogantes<br />

respecto al carácter subjetivo de lo que se defiende como crítica personal<br />

en el ámbito anglófono hoy. El fragmento citado es más una ayuda para la<br />

memoria, porque Benjamin apunta que la sección “Técnica crítica” incluirá<br />

varios temas mayores: teoría de la cita crítica, elogio y censura, teoría de la<br />

polémica; y que la sección “La tarea del crítico” incluirá una crítica de las<br />

grandes figuras de entonces, una crítica de las sectas, crítica fisionómica,<br />

crítica estratégica, crítica dialéctica y los sucesos dentro de la obra misma.<br />

Barthes no hizo menos al notar la relación entre la ficción y la crítica en la<br />

práctica de sus contemporáneos. 17 Esos programas conceptuales podrían ser<br />

otro subtexto principal de la prosa de Serna, enfatizando que para el mexicano<br />

las tareas del novelista y del crítico son inseparables, porque ambos<br />

tratan de fijar una escala de valores e importancia, y utópicamente quieren<br />

rescatar un valor humano original de las abstracciones, estilos, formas y lenguajes,<br />

como de los asaltos y distracciones de presiones sociales pasajeras.<br />

víspera de la destrucción<br />

Aunque la música popular contemporánea tiende a ser una presencia constante<br />

en su prosa, en particular en los cuentos de Amores de segunda mano<br />

y en “Los reyes desnudos” de La ternura caníbal, no es seguro que Serna<br />

tuviera en mente la canción anglófona de protesta de los años sesenta que da<br />

el título a esta sección. Lo tangible es que, si en esos años comenzaban los<br />

cambios críticos que lo llevan a escribir Genealogía de la soberbia intelectual,<br />

sabía que el progreso de las ideas depende de su pasado, y como la<br />

suya es una genealogía desobediente, requería más de su autor todoterreno,<br />

17<br />

Roland Barthes, “A very fine gift” and other writings on theory, Seagull Books, Londres,<br />

2015, pp. 185-189.<br />

89


wilfrido h. corral<br />

sobre todo por su intención de revelar cómo la inteligencia imaginada por la<br />

crítica apunta a desinformar, chantajear, difamar y un sinnúmero de verbos<br />

de la misma ralea. Como observa Brooks, hay que deshacerse de la noción<br />

aquella según la cual al enseñar las humanidades uno se involucra en una<br />

formación que provee valores morales, o que habrá consecuencias benéficas<br />

al enseñar los grandes libros.<br />

Si decía al principio que en su no ficción más reciente Serna se ocupa<br />

ampliamente de las humanidades, también es cierto que no se ocupa del<br />

efecto directo de cómo se enseña a los estudiantes de literatura, sino del resultado<br />

de esa enseñanza en la crítica general. Es evidente que Genealogía<br />

de la soberbia postula que la crítica es una educación ética y de carácter<br />

aplicable al pensamiento crítico. El problema principal es que la “apropiación”<br />

cultural no está de moda, por lo menos desde que Edward Said propuso<br />

a fines de los años setenta que un recuento romántico del “Otro” facilita<br />

su conquista, dominación y explotación. Como resultado, lo que sí está de<br />

moda es el relativismo cultural, aunque en Nuestra América no hay señales<br />

certeras de que después de la visión modernista de fines del siglo xix se haya<br />

sazonado la cultura oriental con exotismo. Por eso Brooks recuerda que el<br />

profesor de literatura “no habla exactamente con su voz”, sino casi siempre<br />

como ventrílocuo de las ideas y las palabras de otros, y así se expone a acusaciones<br />

de negligencia.<br />

En vez de enseñar la sabiduría acumulada del pasado a través de los<br />

mejores libros (sin que importe su ideología) de la manera más plural posible,<br />

hoy se enseña selecciones de un menú a la carta que deja a los alumnos sin<br />

un entendimiento holístico de los debates y asuntos que formaron las culturas<br />

en que viven. Sin cuestionar la dispersión (aunque sostiene que los estudios<br />

culturales no son “teóricos”, por amorfos, y además por “faltarles los fundamentos<br />

históricos y precisiones de la ‘teoría’”), en la gráfica incluida en la<br />

guarda de su libro, Leitch 18 nota noventa y cuatro subdisciplinas y campos<br />

alrededor de doce temas mayores “que pueden cambiar esferas y fundirse en<br />

combinaciones originales”. Como demuestra Theory’s empire y las numero­<br />

90<br />

18<br />

Vincent B. Leight, Literary criticism in the 21st century. Theory renaissance, Bloomsbury,<br />

Londres/Nueva York, 2014.


desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

sas reseñas positivas que ha recibido hasta hoy, no se puede ser tan optimista<br />

como Leitch respecto al futuro de la teoría. Además, hay un instinto organizador<br />

fatal: el deseo de juntar varios conceptos dispares en una sola teoría<br />

prolija. Bien decía Barthes, en una entrevista de 1970, que la teoría existe<br />

permanentemente en un tiempo prestado, porque no se la debe concebir<br />

como algo cerrado.<br />

Por esa situación nada como los mexicanismos en torno a “madre” para<br />

hablar del compromiso intelectual. “Me vale madre” es apto, pero “desmadre”<br />

se acerca más a una condición intelectual actual, y en nuestra lengua no hay<br />

mejor exponente de la franqueza que transmiten esas voces de Serna. Como<br />

vamos viendo, desde Las caricaturas me hacen llorar y Giros negros hasta<br />

Genealogía de la soberbia intelectual, sigue levantando ampollas. Leídas menudamente,<br />

la primera da la bienvenida a la cultura popular como objeto de<br />

estudio; Giros negros arriesga más, extendiendo el análisis a zonas oscuras<br />

de la sexualidad cotidiana y el lenguaje, sin enarbolar los estandartes de<br />

hibridez de los “estudios” (sic) “culturales” (sic). Genealogía de la soberbia<br />

intelectual, vale repetir, se ocupa abundantemente de los gestores de las humanidades<br />

y, por último, de la función de lo popular en ellas.<br />

Serna ejemplifica una actitud diferente de los narradores que son sus<br />

contemporáneos, los nacidos una década antes o después que él: expresarse<br />

sin filtros. Es redundante proporcionar un panorama 19 de aquéllos para contextualizar<br />

sus continuas batallas –significaría vincularlo a una colectividad<br />

que no reconoce, como las diferencias que establece explícitamente entre<br />

su obra y la de César Aira, diez años mayor que él–, mayor razón para enfatizar<br />

el ambiente extra nacional en que se mueven las diez secciones de<br />

su historia. Ese entorno es una de las plantillas de Genealogía…, y de una<br />

crítica débil y oficiosa, próxima al libelo, que ocasionó su ensayo en España,<br />

refutada por él y otros en la versión en línea de Letras Libres; aunque el hilo<br />

de la defensa es a veces demasiado animado o categórico, se arguye razonablemente<br />

que un expediente académico no garantiza ser buen crítico de<br />

nada, ni permite ataques ad hominem, porque una cosa es discrepar, disen­<br />

19<br />

Véase Wilfrido Corral, Juan de Castro y Nicholas Birns (eds.), The contemporary Spanish<br />

American novel: Bolaño and after, Bloomsbury, Londres/Nueva York, 2013.<br />

91


wilfrido h. corral<br />

92<br />

tir, otra criminalizar a un crítico de la manera más vil. 20 Recordando que es<br />

un error común interpretar la sensibilidad de un autor como reflejo de una<br />

época, su estudio es, como dije, una crítica erudita de la falsedad intelectual<br />

novelizada subjetivamente en El miedo a los animales, algunas de cuyas<br />

fuentes no explica equitativamente en el prólogo a la segunda edición de<br />

Las caricaturas me hacen llorar: “De las rencillas ventiladas en esa sección<br />

extraje algunos rasgos de carácter para dibujar a los personajes de El miedo<br />

a los animales.” 21 Es más, en “Historia de una novela”, escrito el mismo año<br />

que esta novela, se cura en salud. 22<br />

En la época de Las caricaturas… se asentaban los contubernios intelectuales<br />

que lo llevan a escribir Genealogía… Serna sabe que el progreso<br />

de las ideas depende de su pasado, pero como la suya es una genealogía desobediente<br />

requería más de él, por su intención de revelar cómo la inteligencia<br />

imaginada por la crítica desinforma, chantajea, difama y un sinnúmero de verbos<br />

de semántica similar. Genealogía… se concentra en el incumplimiento<br />

de los principios de las humanidades, sin tratar su efecto en aquellos a quie­<br />

20<br />

Véase, de Enrique Serna, “Respuesta a César Antonio Molina”, en Letras Libres, 7 de<br />

noviembre de 2014; y la nota anterior de Javier Munguía, “Para el escándalo de artepuristas”,<br />

Letras Libres, 23 de enero de 2014. En la reseña impresa para la misma revista, Armando<br />

González Torres afirma que Serna decepciona como historiador, opinando que “El método<br />

ensayístico de Serna consiste en reconstruir, con colorido y muchas licencias históricas,<br />

distintas atmósferas intelectuales y establecer analogías, a veces reveladoras, entre prácticas<br />

excluyentes y formas de esnobismo muy alejadas en el tiempo”. Hay algo de razón en<br />

este comentario. Pero si se considera el modus operandi de Serna, el énfasis debe ser en sus<br />

analogías reveladoras, que no tienen que apegarse a una estricta historia lineal.<br />

21<br />

Enrique Serna, Las caricaturas me hacen llorar, 2ª. ed., Terracota, México, 2012, pp.<br />

11-16.<br />

22<br />

Aunque la vigencia de la novela es innegable, sigue siendo la fuente de opiniones<br />

encontradas, desde su publicación inicial, cuando en su reseña (Vuelta, Diciembre de 1995,<br />

núm. 229, pp. 44-45) Christopher Domínguez Michael dice: “Tanto le pesa a Serna su impostura,<br />

que escribe textos autopromocionales donde habla de ‘autocrítica’. No hay tal”; hasta<br />

la más académica/primermundista de Hugo Méndez-Ramírez, “Política cultural y eurocentrismo<br />

en El miedo a los animales de Enrique Serna”, Revista Iberoamericana, abril-junio<br />

de 2010, núm. 231, pp. 393-407. Si Méndez-Ramírez trae a colación La Mafia (1968), de Luis<br />

Guillermo Piazza, Domínguez Michael rescata ¡Qué viva México!, de Rubén Salazar Mallén,<br />

también de 1968, que no depende de alusiones o sinónimos. Es un mundo complejo, porque<br />

Carlos Monsiváis, Domínguez Michael y Serna han coincidido en grupos y lugares afines.


desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

nes se las enseña sino en el resultado de<br />

esa instrucción en la exegética general.<br />

Si su enfoque lo distancia de otros valedores<br />

de las humanidades, sabe que la crítica<br />

tiene que ser parte de esa defensa, sin<br />

convertirse en apologista intransigente.<br />

Peter Brooks considera que la contrariedad<br />

de las discusiones anglófonas actuales<br />

sobre las humanidades tiene que ver<br />

con cómo un público general las percibe<br />

y con cómo las presentan los críticos. Los<br />

defensores de ellas, insiste Brooks, tienen<br />

que advertir que enseñarlas no es proporcionar una formación íntegra.<br />

Leer un gran libro no es transformar éticamente a los lectores, porque se<br />

puede leer libros “ejemplares” y salir a cometer un crimen.<br />

Serna no brega con la fragmentación e hiperespecialización que privilegian<br />

los programas universitarios anglófonos, de los cuales todavía surgen<br />

las ideas hegemónicas para nuestro Occidente, incluso las promulgadas por<br />

precipitaciones eruditas “poscoloniales”. Genealogía de la soberbia intelectual<br />

comienza aseverando que “la idea de que la gran literatura sólo puede<br />

cautivar a una élite refinada quedó desmentida desde los tiempos de la tragedia<br />

griega”, cuyos corolarios de esa afirmación son el emblema de las tres<br />

primeras secciones. Serna reconoce que, al ser parte del mundo intelectual,<br />

no puede negar las relaciones de poder implícitas en su propósito, así que no<br />

acude al virtuosismo de pontificar sobre el arribismo universitario que es<br />

frívolo y codicioso, y extremadamente definido por el egoísmo y el elitismo.<br />

Pero las rencillas personales de esos concursos no son el centro de su atención.<br />

Para su empresa Serna depende o, mejor dicho, confía en el tropo de<br />

Crítica sin Fronteras. No se crea que sólo con el auxilio de Foucault (para<br />

quien la crítica era el arte de no ser gobernado, revelar lo ilegítimo) podría<br />

determinar las relaciones entre literatura y poder, y sus ensayos anteriores<br />

dejan constancia de que no ha necesitado ese socorro. Para el autor de El<br />

seductor de la patria no es difícil notar en aquella tropología que los pobres<br />

son utilería en un drama crítico personal que pretende probar que la empa­<br />

93


wilfrido h. corral<br />

tía, la fuerza moral y hasta el “profesionalismo” de los practicantes está por<br />

encima de todo. Como comprueba en la novena sección, “El genio de la bestia”,<br />

esas preocupaciones no son más que llamadas a una miseria humana<br />

exótica (su blanco es Mallarmé, para demostrar dramáticamente la ambición<br />

humanitaria del intelectual y su “intransigencia” cosmopolita), lo que para<br />

otro contexto Silviano Santiago ha llamado el “cosmopolitismo del pobre”. 23<br />

En el momento en que publica Genealogía de la soberbia intelectual,<br />

Serna afirma en una entrevista: “La crítica literaria se ejerce como una rama<br />

de las relaciones públicas y la mercadotecnia. Entonces la gente ya no cree<br />

en la crítica, entonces se hace muy difícil que entre el océano de autores se<br />

pueda separar el trigo de la paja. Se empieza a desconfiar de la crítica cuando<br />

uno se da cuenta de que desprecian en privado a los autores que elogian<br />

en público.” 24 (El énfasis es mío). Un problema obvio de esa aserción es que<br />

las nociones de privacidad son subjetivas (digamos lo que ahora aseveran<br />

varios antiguos amigos de Foucault de su simpatía tardía por el neoliberalismo)<br />

y sólo se puede formular teniendo un buen conocimiento de la privacidad<br />

que lo rodea a uno.<br />

Si Serna, a su manera, asume el lado democrático del gremio al que<br />

pertenece, no hay por qué no creerle, especialmente sabiendo que esa condición<br />

siempre ha sido su irritante, no algo que se le acaba de ocurrir. En la<br />

entrevista con Tejeda precisa: “Todos los países de habla española estamos<br />

muy encerrados en nuestras fronteras nacionales. También en México se comentan<br />

pocos libros de autores latinoamericanos o españoles. Se ha sido un<br />

poco mezquino y proteccionista. Debería de haber mayor apertura que, paradójicamente,<br />

sí hubo en los años sesenta, cuando había mayor avidez por<br />

saber lo que se escribía en Argentina, en Colombia o en España. Ahora me<br />

da la impresión de que no queremos ni siquiera enterarnos de lo que pasa en<br />

94<br />

23<br />

En O cosmopolitismo do pobre: crítica literaria e crítica cultural (Editora ufmg, Belo<br />

Horizonte, 2004), Santiago desarrolla la idea de que el discurso de la élite internacional en<br />

el plano de la economía nacional es una de las amenazas mayores para la igualdad cultural.<br />

Se resume su argumento en “El cosmopolitismo del pobre”, en Cuadernos de literatura, julio-diciembre<br />

de 2012, núm. 32, pp. 309-325.<br />

24<br />

Armando G. Tejeda, “Sexo y muerte, fuerzas que rigen nuestros impulsos: Enrique Serna”,<br />

en La Jornada, 12 de mayo de 2013, p. 2.


desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

otros países.” Tener esa conciencia también significa para él entender que<br />

una élite cultural no hace la menor concesión al gusto popular, porque esas<br />

predilecciones aparentemente innatas “frustran de entrada cualquier tentativa<br />

de reeducarlo”. Su democratización no especifica esa realidad paralela<br />

a los gustos intelectuales porque, como otros análisis, forzosamente la tiene<br />

que ver desde afuera. Pero tiene razón, especialmente porque ese tipo de<br />

nacionalismo se da entre la crítica. Por ejemplo, el dossier dedicado a “Políticas<br />

de la crítica” (pp. 9-101) de Pensamiento de los confines, núms. 28/29<br />

(primavera 2011-invierno 2012), describe la situación como si fuera exclusivamente<br />

argentina y girara en torno al compromiso político, que muy bien<br />

podría ser el caso. Con la excepción de las divagaciones políticas, tal vez, el<br />

problema es que no costará mucho encontrar similares limitaciones en los<br />

dictámenes y discusiones sobre la crítica en otros países latinoamericanos.<br />

Para llegar a esa antesala de sus conclusiones, Serna equipara la historia<br />

intelectual a la historia de las modas (no el sistema, como Barthes), concentrándose<br />

en las secciones anteriores en cómo los emperadores se ponen<br />

nuevos vestidos que los súbditos compran y se ponen ciegamente, especialmente<br />

en años recientes. En todo su recorrido hay que recordar las diferencias<br />

entre lo popular (por lo cual aboga) y lo populista, que pone en jaque<br />

mate e hila fino, con algunas posturas categóricas que impulsan su argumento<br />

contra la soberbia de sabihondos autoungidos. Aun teniendo en cuenta<br />

esos momentos contraproducentes y varias ironías (siempre respaldadas por<br />

su conocimiento histórico), el resultado definitivo es un argumento razonado,<br />

ciertamente novedoso y necesario, excelentemente investigado, escrito con<br />

enorme claridad, lógica y conocimiento de causa, y coadyuvado por citas<br />

convincentes sobre el desdén públicamente comprobable de varias sectas<br />

intelectuales o semi-intelectuales y la historia de sus engendros contemporáneos.<br />

De las diez secciones, la cuarta, “Privilegios de casta”, historiza la (in)<br />

dependencia intelectual, detallando los monopolios y pompa académicos, y<br />

en particular el desafío de la opinión pública con una noción indeterminada<br />

y problemática: “La novela pierde mucho cuando da la espalda a la opinión pública.”<br />

Por otro lado, mexicaniza el mecenazgo despótico, todo consecuente<br />

con su principio que “Los modernos gurús se comportan todavía como semi­<br />

95


wilfrido h. corral<br />

96<br />

dioses condescendientes y no vacilan en sacar las garras cuando los fieles<br />

les quedan a deber un diezmo”. En la sección quinta discute cómo la tarea de<br />

domar al oso (el público) quedó en manos de los autores de best sellers, resultando<br />

en la criptografía que adoran los académicos, y “Por eso la literatura<br />

de escritores para escritores, la que subsidian las universidades y los institutos<br />

de bellas artes (...) produce la misma cantidad de productos desechables<br />

que la literatura comercial (y unos cuantos libros de valía, tan escasos como<br />

las obras maestras de la narrativa y el teatro popular)”.<br />

Esa opinión no lo convierte en un yihadista de lo popular, sino en un<br />

objetor de conciencias que conoce el espacio reducido y frecuentemente<br />

endogámico en que se da el trabajo intelectual. Si en varios momentos su crítica<br />

se aproxima peligrosamente a la animosidad, se edifica a cada rato con<br />

frases geniales, mostrando que un mérito real de su enfoque es que casi nadie<br />

se atreve a expresarse así, confirmando la noción orwelliana, según la cual<br />

si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper<br />

el pensamiento. La sexta sección, “El sabotaje interno”, echa sal en las heridas<br />

que ha abierto en las secciones anteriores y, si es innecesario (por ser<br />

hoy diferentemente notable), tratar con mucho interés el aspecto descuidado<br />

de los intelectuales, su argumento de que son monolingües, tal condición es<br />

más contemporánea que históricamente comprobable.<br />

Las secciones séptima y octava pormenorizan el esnobismo de las sectas<br />

intelectuales y las tareas que asumen, comprobando cómo las ideologías<br />

en torno al “público” en verdad no han logrado hacerlo más brillante, desobediente,<br />

escéptico o peligroso, sino que lo convierten en víctima de una<br />

cultura institucionalmente engañosa, aunque “La injusticia en la valoración<br />

del talento se traduce tarde o temprano en una pérdida de poder cultural<br />

efectivo, porque la credibilidad de cualquier árbitro sufre una merma considerable<br />

cuando engaña al público sistemáticamente”. Su espécimen es<br />

Juan Manuel de Prada como reseñador. En las secciones novena y décima<br />

las muestras son mexicanas y personalizadas, con consideraciones sobre el<br />

arte. Serna no cesa en su crítica y porfía en los debates acerca de literaturas<br />

cosmopolitas y nacionales, sobre todo en su país y en las percepciones extranjeras<br />

de las literaturas en español. Como he dicho, desde sus comienzos<br />

no ficticios, Serna ve en el lenguaje la solución a estos problemas y poco re­


desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

sume mejor esa fe que su aseveración en la última sección que “Un prosista<br />

elegante como Ortega y Gasset y un torturador del lenguaje como Heidegger<br />

llegaron por caminos distintos a formular conceptos muy similares”. Como<br />

se desprende de sus reflexiones, el crítico tendrá que entrelazar, en el nivel<br />

discursivo, que las afirmaciones (productos de aserciones) no son lo mismo<br />

que las proposiciones (objetos de creencias).<br />

Paradójicamente, cuando hoy los alumnos aumentan y se democratizan,<br />

las universidades se distancian más del mundo letrado y los académicos<br />

adaptan su atención a la cultura popular que, suponen, les interesa a aquéllos,<br />

cerrando así otros tipos de comunicación, violando varias razones de ser<br />

universitarias, como dejar que los alumnos consideren ideas incómodas o las<br />

que no les gustan, o que no piensen en que limitarse a sólo unas perspectivas<br />

también reduce su resistencia, tolerancia y entendimiento. Si un reclamo de<br />

Serna es que se ignora la cultura popular, resulta más productivo indagar<br />

por qué la secta de los “estudios culturales” la han fetichizado desde hace<br />

décadas, sin entenderla en cuerpo propio, convirtiéndola en relleno de sus<br />

excesos crítico-teóricos, mientras la gran ventaja de Serna radica en que desde<br />

sus primeras compilaciones ha sabido separar el grano de la paja. Aquí<br />

abarca demasiado, pero lo expresa tan patentemente que, de sus numerosos<br />

aciertos, se desprende la lección de que hay que ser más escépticos con la<br />

cooptación y preguntar qué existe en el mundo intelectual que todavía no podemos<br />

decir o escribir, y qué es lo que nos detiene. Detrás de su irreverencia<br />

hay un esfuerzo honesto por rehumanizar el arte con una querella directa<br />

contra sus comisarios antiguos y modernos. Al mismo tiempo, sabe que no se<br />

puede volver a 1956, cuando catorce mil personas llenaron un estadio para oír<br />

hablar a T. S. Eliot, también sabe que los intelectuales que critica no tienen<br />

catorce mil seguidores en Facebook.<br />

¿puede un novelista crítico abandonar la política?<br />

Desde ahora hay que decir que la respuesta es un rotundo “No”, y que la<br />

pregunta siempre debe ser cuál es la política debida o aceptada. Estar interesado<br />

en las ideas no distancia al intelectual del mundo, y ser parte del<br />

mundo y estar en él no vacía a nadie de las ideas. Pero Serna quiere mostrar<br />

97


wilfrido h. corral<br />

98<br />

una degeneración que conduce a una destrucción: la “vida de la mente” es<br />

hoy una industria con árbitros, guardias, sueldos y beneficios. Si esa condición<br />

no desvaloriza necesariamente las ideas, es su realidad material y, como<br />

después de todo los intelectuales son humanos aunque sean celebridades,<br />

pueden llegar a abaratar las ideas o a manipularlas. Ante la discusión anterior<br />

de los vaivenes de su no ficción, para autores latinoamericanos frontales<br />

como él, una pregunta que salta a la vista es qué hacen con la política. Volvamos<br />

a un maestro que reconoce. Como sabemos, Mario Vargas Llosa no deja de<br />

ser un imán para las polémicas sobre cuál debería ser la política de un novelista<br />

hispanoamericano o no, y Serna se ha expresado sobre el tema como pocos,<br />

especialmente si se considera que las reacciones ante los maestros tienden a<br />

ser las venias. Sus ideas acerca de la política del escritor se han acentuado en<br />

la última década en ensayos sobre Vargas Llosa y José Revueltas.<br />

Según Serna, en el folleto Literatura y política el peruano condena en<br />

bloque a los jóvenes novelistas del cambio de siglo inmediatamente pasado<br />

que han decidido rechazar la literatura politizada. A pesar de que ya había<br />

desmontado y destapado la fauna intelectual politizada en El miedo a los animales,<br />

está de acuerdo con los jóvenes, y con Vargas Llosa, pero matiza que las<br />

ideas políticas no están reñidas con la literatura de los jóvenes, sino que a ellos<br />

les parecen insoportables el maniqueísmo y la simplificación en que insisten<br />

algunos de los antiguos narradores. Según el mexicano, los santones de la vieja<br />

izquierda (Eduardo Galeano, Mario Benedetti e incluso Elena Poniatowska, ya<br />

impugnada en El miedo a los animales) “empiezan a ser objeto de escarnio por<br />

su inveterada costumbre de adherirse a las corrientes de opinión que pueden<br />

redituarles mayor popularidad”. 25 Serna tiene razón –como lo prueban varios<br />

pronunciamientos de este siglo de la mexicana y algunas admisiones del recientemente<br />

fallecido uruguayo– y, a la larga, estaría de acuerdo con Vargas<br />

Llosa respecto a la visión que éste tiene de sus coetáneos.<br />

La insuficiencia de varios críticos del peruano puede deberse a que es<br />

imposible de fijar como “conservador”; además, vale la pena hacer notar que,<br />

por enésima vez desde su discurso en Caracas en los años sesenta, a principios<br />

de este siglo instaba a los escritores a tratar la política como antído­<br />

25<br />

Enrique Serna, “La ruptura del compromiso”, en Crítica, Universidad Autónoma de<br />

Puebla, Puebla, julio-agosto de 2004, núm. 105, p. 15.


desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

to a la indiferencia ciudadana por la vida pública. 26 Al respecto, el léxico<br />

de Serna incluye términos como “simulación”, “rebeldes acomodaticios”,<br />

“aprovecha”, “predicar el bien con fines publicitarios”; y, si castiga a los<br />

viejos narradores, considera que la resistencia de los jóvenes “no representa<br />

ninguna claudicación”. Es el tipo de lenguaje que le falta a los críticos del<br />

peruano, temerosos de criticar con crudeza sin recurrir a tremendismos. Y<br />

hay una lección mayor en la lectura de Serna: la manera de evitar los dogmatismos<br />

del tipo de crítica a la que se dirige en Genealogía de la soberbia<br />

intelectual y de abandonar las actitudes pusilánimes que no dejan que la<br />

crítica latinoamericana progresista progrese, estancada en gustos mórbidos<br />

y abracadabrantes compuestos de la vulgata marxista (“capitalismo”, “mercado”,<br />

“neoliberalismo”, etc.), nacionalismos críticos y otras imposturas que<br />

aseguran su declive.<br />

Roland Barthes revisa en varios ensayos, notas y entrevistas de los años<br />

cincuenta y sesenta, la dificultad de esclarecer lo que se entiende por crítica<br />

o literatura de izquierda. Aun considerando que Barthes de ninguna manera<br />

era un conservador, no sorprende que más de medio siglo después la izquierda<br />

latinoamericana siga estancada en la oscuridad de sus consignas, que<br />

Serna repasa para Revueltas, generalizando sobre sus practicantes. Cuando en<br />

1969 Barthes nota que “la crítica política y cultural son incapaces de unirse”,<br />

la palabra clave es “cultural”, porque en otros de esos <strong>escritos</strong> los subtextos<br />

son la tiranía corporativa y el carácter reacio de la izquierda. (Para entonces<br />

ya había criticado la crítica conservadora de Jean-Pierre Richard en 1955.)<br />

Según sus respuestas a una encuesta de 1952, las cinco preguntas necesarias<br />

para definir lo que es una literatura de izquierda son de forma y contenido,<br />

y la quinta reza así: “¿Está una obra de izquierda destinada a tener<br />

sólo un valor combativo inmediato o de hecho puede ser de izquierda para<br />

varias generaciones?” Respecto a la crítica de izquierda, en un sondeo de 1960,<br />

socráticamente pregunta, y contesta: “1. ¿Una opción política implica necesariamente<br />

una ideológica?”; “2. ¿Qué criterios ideológicos puede tener la izquierda?”;<br />

“3. ¿Hay una estética de izquierda?” Y concluye con otra pregunta<br />

26<br />

Mario Vargas Llosa, “Un mundo sin novelas”, en Letras Libres, México, octubre de 2000,<br />

núm. 22, pp. 38-44. Reviso el contexto mayor de su no ficción en Mario Vargas Llosa. La<br />

batalla en las ideas, Vervuert/Iberoamericana, Madrid/Frankfurt, 2012.<br />

99


wilfrido h. corral<br />

100<br />

irresoluta hasta hoy: “4. ¿No es peligrosa la politización de la crítica?” 27 En<br />

resumidas cuentas, Barthes se pregunta si en verdad es difícil establecer<br />

distinciones en estos asuntos, porque para él “es precisamente porque vivimos,<br />

todavía, en una democracia liberal, en la cual los artistas son (relativamente)<br />

libres, que su responsabilidad política debe ser abarcadora”.<br />

Ángel Rama, sin duda un crítico literario más sensato y de una política<br />

más realista que sus presuntos herederos, también vio claramente el problema<br />

en una carta de la época de su forzado exilio en Estados Unidos al periodista<br />

argentino Pepe Eliaschev: “Mientras no se abandonen los estereotipos<br />

y se piense la realidad, como pedía el viejito Marx, difícil que se entienda<br />

nada de este mundo. A diferencia de mis amigos Gabo y Julio (que acaba de<br />

escribir un artículo en favor mío) nunca he querido abandonar mi campo específico,<br />

la literatura, para transformarme en agitador político: quizá porque<br />

sé mucho más que ellos de política y economía” (énfasis mío). Rama sabía<br />

bien que reciclar nostalgias sólo aumenta su desuso y la mediocridad de los<br />

que se confinan a ellas, y la inapetencia de los que no quieren limitarse a<br />

una sola ideología. 28<br />

Similarmente, según Serna, “Cuando un escritor apolítico finge amar a<br />

la humanidad en abstracto, los lectores exigentes y críticos son los primeros<br />

en advertir la impostación de su voz”. Cuando Serna dice que tales silencios<br />

se tratan “de un fraude por partida doble, ya que desvirtúa el análisis político<br />

y corrompe a la vez la literatura”, lo más honesto que podrían hacer los<br />

críticos de Vargas Llosa es ponerse a la altura de su objeto de estudio. Serna<br />

concluye que los novelistas pueden conmover a la sociedad con más fuerza<br />

que los pensadores políticos: “por lo general, cuando el escritor conoce sus<br />

limitaciones y no pretende saber más que los sabios”.<br />

Si esa lectura de Vargas Llosa lo alentó a volver al tema de la política<br />

en la literatura, hace poco le dedicó al tema en Revueltas un ensayo en que<br />

se distancia del tono triunfalista en torno al centenario de su compatriota,<br />

acercándose, tal vez a pesar de sí, al Barthes de arriba. Según “José Revuel­<br />

27<br />

Roland Barthes, “The ‘scandal’ of marxism” and other writings of politics, Seagull<br />

Books, Londres, 2015.<br />

28<br />

Ángel Rama, “A Pepe Eliascher”, en Ángel Rama, explorador de la cultura, Centro<br />

Cultural de España, Montevideo, 2010, pp. 102-104.


desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

tas: el redentor escéptico”, los camaradas de aquel novelista (específicamente<br />

respecto a Los días terrenales) denotaron una grave intolerancia estética<br />

porque “no podían disociar los valores literarios de los dogmas políticos, ni<br />

conceder al arte una esfera autónoma”. 29 El contexto mayor, no discutido por<br />

Serna, es que ese problema se ha vuelto endémico en América Latina. Y si,<br />

según él, Revueltas “No alcanzó la madurez estilística, el pleno dominio del<br />

arte narrativo, hasta que se independizó intelectualmente de la castradora<br />

doctrina que le querían imponer los cuadros dirigentes de su partido”, otra<br />

realidad es que otros escritores latinoamericanos sufrieron similares emasculaciones<br />

durante las primeras tres décadas del siglo pasado. 30<br />

Los cultores de políticas de identidades anacrónicas y los reproductores<br />

de iconografías de la lucha de los pueblos son las figuras perfectas para<br />

ocupar el lucrativo lugar de continuador de la obra de narradores comprometidos<br />

de los años veinte y treinta, de la Revolución Cubana, el sandinismo y sus<br />

retoños actuales. Todo lo que hacen es tan reconocible, tan fácil de predecir y<br />

tan complaciente con su público, es decir, tan opuesto a lo que debería ser el<br />

arte de nuestro tiempo, que para el oficialismo intransigente resultan ser los<br />

artistas ideales. Por eso Serna opina que “Revueltas jamás cayó en esa trampa<br />

de la soberbia”, y su congruencia entre vida y obra eran virtudes raras<br />

en un medio “en donde muchos escritores mediocres, pero también algunos<br />

de [nuestros] mayores talentos, acaban sometidos parcial o totalmente a la<br />

maquinaria de cooptación, después de haberla combatido en la juventud”.<br />

Si es comprobable que “A menudo, el celo partidista de la izquierda<br />

crea una confusión entre el mérito cívico y el mérito literario que ha beneficiado<br />

a muchos escritores de segunda fila, incapaces, ellos sí, de arriesgarse<br />

a blasfemar contra los pontífices de su iglesia (Fidel Castro, Hugo Chávez,<br />

Marcos, amlo [Andrés Manuel López Obrador]) por el temor de ‘darle armas<br />

al enemigo’, o simplemente por miedo a perder lectores”, 31 el celo de Serna<br />

29<br />

Enrique Serna, “José Revueltas: el redentor escéptico”, en Crítica, Puebla, septiembre-octubre<br />

de 2014, núm. 161, pp. 107-124.<br />

30<br />

Véase, “Salvador y Palacio: política literaria, novela y psicoanálisis andino en los<br />

años treinta”, en mi Cartografía occidental de la novela hispanoamericana, Centro Cultural<br />

Benjamín Carrión, Quito, 2010, pp. 95-157.<br />

31<br />

Enrique Serna, “José Revueltas: el redentor escéptico”, en Op. cit.<br />

101


wilfrido h. corral<br />

sería mejor servido si mencionara nombres, y no sólo de novelistas. Otro<br />

problema con el tipo de izquierda que critica es que nunca piensa en autocriticarse,<br />

manteniendo un espíritu de encantamiento por los grandes gestos<br />

redentores, algo que ha heredado de las tradiciones socialistas a lo largo del<br />

siglo xx. Uno no puede tener nada en contra de la utopía, siempre y cuando<br />

haya aprendido de los errores del pasado y no sea, además, un discurso vacío<br />

pronunciado desde la comodidad académica. El parloteo desde una institución<br />

privilegiada no latinoamericana y sin conflictos sociales sólo ayuda a<br />

esos cómodos. Serna prefiere pensar en una izquierda que no transa, y que<br />

espera, porque en el habla de la antigua hay una falta de oxígeno y un exceso<br />

de niebla que desorienta.<br />

La poca disposición de Serna para acatar las convenciones genéricas<br />

también revela que su enfoque sobre sí mismo es un vehículo fundamental<br />

de su prosa, ficticia o no. Siempre está consciente, tal vez sospechoso, de los<br />

papeles que tiene: personaje y cuidador de sus <strong>escritos</strong>. Ningún crítico o novelista<br />

honesto y autoconsciente niega los mecanismos subconscientes que<br />

intervienen en sus <strong>escritos</strong>, o los intentos para refutar los hechos insistentes<br />

de su pasado, o los recelos artísticos que transmiten sus oraciones. Por eso<br />

sabe que una vez que uno se acostumbra a los procederes de los críticos, a<br />

las oportunidades que no desaprovechan, y a lo meticulosos que pueden ser<br />

para las venias, uno también comienza a notar el costo y el gran peso de esa<br />

carga colectiva. A la vez, con su práctica, muestra que aquellos comportamientos<br />

adquieren privilegios provisionales (no derechos) que, como tales,<br />

pueden ser detenidos, negados, ofrecidos a regañadientes o retirados. La virtud<br />

de su mejor prosa no ficticia, la fuente de su autoridad, a veces junto a la<br />

provisión de chismes intelectuales, es que se sabe la materia al revés y al derecho,<br />

como lector y como practicante, dificultando que se le pueda pedir más.<br />

102


Nunca te bajes en Niebla<br />

Miguel Terry Valdespino<br />

Después soñé que soñaba.<br />

Antonio Machado<br />

Yo, Teresa Miralles Williams, escritora de poesía y ficciones, con tres libros<br />

publicados y algunos premios de cierta importancia, voy a subir al último<br />

tren que sale rumbo a Niebla a las 11 y 48 de la noche.<br />

Mi viaje tiene mucho que ver con las pesadillas. Y cualquier ser humano,<br />

sea escritor o no, divide las pesadillas, casi siempre, en dos tipos: las que se<br />

llenan de absurdo, sangre y demonios; pero permiten que uno se despierte dando<br />

un grito de terror y sonriendo, y las que van dejando en el soñador la creencia<br />

de que el espanto acabará muy pronto y podrá abrir los ojos, sonreír, bostezar,<br />

levantarse de la cama y prepararse un café…, pero finalmente no sucede el<br />

milagro y entonces la pesadilla sigue su azote por los siglos de los siglos. No<br />

sé, lo digo sinceramente, en qué clase de las dos estoy sumergida ahora.<br />

Antes de subir los dos escalones que me llevan hasta la panza del quinto<br />

vagón, miro hacia atrás un segundo: aún se encuentran en la entrada del<br />

andén los dos hombres que me acompañaron hasta la estación: el que parece<br />

tener mayor jerarquía es tan alto como un jugador de baloncesto; el otro es<br />

mediano, rechoncho y parece mudo. Tienen el contraste propio de una pareja<br />

de comediantes. Aunque no son en realidad nada graciosos. Me observan con<br />

una pose retadora. Respirarán con alivio cuando por fin me aleje. La noche<br />

amenaza lluvia. Pero si ahora mismo estallara un aguacero, ninguno de los<br />

dos se movería de su sitio. Mientras camino, han vuelto a martillarme en la<br />

cabeza las palabras del que parece un basquetbolista:<br />

103


miguel terry valdespino<br />

104<br />

–Le advertimos por su bien, señora<br />

Miralles: a esta ciudad no vuelva nunca,<br />

hágase idea de que esta ciudad no existe,<br />

hágase idea que sus amigos poetas no<br />

quieren saber de usted, y por tanto no vale<br />

la pena que regrese para encontrarse con<br />

ellos en la librería El Pensamiento… ni<br />

en ninguna parte.<br />

Subo al vagón detrás de un grupo que<br />

forman un tipo con sombrero y camisa de<br />

cuadros, una mujer regordeta con una niña<br />

delgada que mastica caramelos, un rubio<br />

alto con los ojos hundidos, un rastafari con una guitarra y un muchacho con<br />

una boina y un libro en la mano: El cero y el infinito. Ninguno de los pasajeros<br />

me asombra o me impulsa a ponerme en guardia. A dos minutos de<br />

la arrancada, el vagón número cinco está casi vacío. Reviso el boletín que<br />

me entregaron y busco mi asiento. Me han dado el número 238, junto a una<br />

ventanilla, para que, en vez de sumergirme en turbias ideas, me entretenga<br />

en observar el paisaje nocturno, la luna entre los nubarrones y las casas y<br />

los pueblos que pasarán junto al tren como fugaces cadáveres iluminados.<br />

Pongo bajo el asiento mi maleta de cuero y en breve escucho el grito de<br />

arrancada. La locomotora pita agónicamente, como un animal obstinado, y<br />

se dispone a ponerse en movimiento. Los dos hombres levantan la mano y me<br />

dicen adiós. En verdad no es un adiós. Es un gesto de alivio. Adiós y nunca<br />

más retornes, criatura inútil. Adiós para siempre, poetisa perversa. No olvides<br />

que en esta ciudad no te amamos.<br />

El tren es viejo. Todos los trenes de este país lo son. Pero ser viejo lo<br />

pone a tono con el color de mi pesadilla. En un tren moderno las pesadillas<br />

no tendrían sentido, como tampoco las tendrían dentro de un avión. Ni los<br />

fantasmas ni los demonios viajan en trenes modernos ni en aviones. Se sentirían<br />

tan ridículos como un sacerdote en un desfile de modas. Sin embargo,<br />

el hecho de que esta alucinación transcurra en un fiambre de hierro, en una<br />

pieza obsoleta, le ofrece campo ideal a la pesadilla que comenzó a incubarse<br />

desde hace ya muchas horas.


nunca te bajes en niebla<br />

El tren avanza con lentitud. El andén y los dos hombres van quedando<br />

atrás. Misión cumplida, superiores: la poetisa Teresa Miralles, la perra puta<br />

Teresa Miralles va camino a Niebla. El tren gana velocidad, entra en un ritmo<br />

acompasado, y la locomotora pita impunemente, violando el sueño de media<br />

ciudad. Nadie ha venido a sentarse junto a mí. Aprovecho, abro las piernas,<br />

disfruto el espacio y la soledad que tendré hasta la estación siguiente, donde<br />

seguro subirá mi compañero de viaje. Ya dije que desconozco en qué clase<br />

de pesadilla estoy viajando, pero tengo la seguridad de que todo será coherente<br />

hasta la próxima estación, y estoy segura de que cuando suba mi compañero<br />

del 239 no tendrá orejas de marciano ni trompa de elefante. Entre la estación<br />

que voy dejando atrás y la siguiente, este tren no se volverá calabaza o una<br />

nave sideral. Sin embargo, de ahí en adelante vendrá una fatigosa incertidumbre,<br />

porque entonces yo deberé preguntarle a mi compañero, apenas se<br />

siente, qué tiempo falta para llegar a Niebla, y él o ella me responderá que<br />

nadie sabe dónde está Niebla, que si quiero interrogar a todos los pasajeros<br />

puedo hacerlo, pero nadie me responderá dónde rayos queda un caserío, una<br />

ciudad o una estación llamada Niebla.<br />

El tren ruge, embiste la ciudad, la atraviesa. A paso firme se aleja del<br />

centro. Su próxima parada será dentro de quince o veinte minutos. No quiero<br />

pensar en cómo surgió esta historia y, sin embargo, un impulso inexplicable<br />

me obliga a hacerlo.<br />

–La poetisa Teresa Miralles quiere leernos alguna cosa –señala un escritor<br />

en dirección a mí y entonces todas las caras se vuelven hacia la última<br />

fila de sillas–. ¿Qué vas a leer, Teresa?<br />

–Voy leer un poema de mi último libro.<br />

–¿Y cómo se llama ese libro?<br />

–Bestia en la nave que muere.<br />

–¡Vaya título, Teresa! Pero adelante, puedes leer.<br />

No. No quiero recordar. Me niego a revivir esa tragedia. Pero esta pesadilla<br />

no me lo permite. Observo a través del cristal: en pocos minutos la<br />

periferia irá mostrando sus sórdidos recovecos, sus criaturas noctámbulas,<br />

sus casuchas construidas con bandejas de aluminio, retazos de madera y<br />

pedazos de cartón tabla. Dios quiera que uno pueda olvidarse para siempre<br />

de noches y días como estos. Comienzo a cantar “A hard day nigth”. Sí. Han<br />

105


miguel terry valdespino<br />

106<br />

sido un día y una noche difíciles. No paso de cantar la primera estrofa de la<br />

canción de los Beatles y digo en voz alta el último verso de Bestia en la nave<br />

que muere, mi favorito: “No intentes decirme que nunca fuimos náufragos.”<br />

Un empleado con gorra y uniforme se ha detenido cerca de mí, con una<br />

maleta en la mano y un desconcierto más grande que ella. “¿Es suyo este<br />

equipaje, señora?” Niego rotundamente. “Parece que no tiene dueño.” Sonrío.<br />

El empleado no puede comprender por qué lo hago. Pero yo sí: la maleta<br />

abandonada es parte de un doble sueño: del que me tiene como protagonista<br />

y de uno que soñaba con frecuencia Luis Buñuel: el cineasta surrealista llevaba<br />

una maleta y la ponía sobre un tren que estaba por partir. De repente,<br />

sin aviso, el tren salía disparado, llevándose el equipaje. Buñuel terminaba<br />

gritando de impotencia y se despertaba sudoroso en la habitación de un hotel.<br />

Tal vez si grita ahora pueda despertarme. Yo sé que no lo hará.<br />

Las gotas comienzan a resbalar sobre el cristal de la ventanilla. Entre la<br />

velocidad del tren y la fuerza que cobra el aguacero, la ciudad se deshace y<br />

se recompone ante mis ojos cansados. Apagan las luces. Mala señal. Apagan<br />

las luces como hace muchas horas en la librería El Pensamiento.<br />

–El poeta Ramirito Núñez quiere decir algo… Parece que algo sobre el<br />

poema de Teresa. ¿No es así, Ramiro?<br />

–Los lamebotas existen desde hace siglos –dice en un tono demasiado<br />

grave el poeta Ramirito Núñez y se pone de pie de un salto, listo para combatir–.<br />

Y han existido para mal: algunos los llaman quintacolumnistas, como<br />

si fueran descendientes de los gloriosos luchadores de la República española.<br />

Pero no nos engañemos. Son artistas al servicio de las peores causas. Si<br />

escuchamos con detenimiento el poema de Teresa, veremos con claridad ese<br />

tumor maligno del que ahora estoy hablando… Compañeros, vivimos tiempos<br />

difíciles, ¿quién no lo sabe? Sin embargo la nave que Teresa Miralles da<br />

por hundida, está navegando con más fuerza que nunca.<br />

–No quise decir lo que estás diciendo. La poesía no se explica así.<br />

–Sí lo quisiste, Teresa.<br />

–No entiendes un carajo, Ramiro.<br />

–“No olvides que entre los fascistas / los menos fascistas / son también<br />

fascistas…” ¿Te acuerdas de ese poema, Teresa Quintacolumnista?<br />

–Conozco ese poema mejor que tú.


nunca te bajes en niebla<br />

–Pues lo conoces para mal.<br />

–¡No me jodas, pendejo!<br />

–¡No me jodas, reputa!<br />

Las luces se encienden. El empleado que cargaba la maleta de Buñuel<br />

cruza junto a mí. “No se preocupen, señores, la oscuridad regresa pronto<br />

para que duerman felices”, informa sin detenerse, “estamos llegando a<br />

Praga”. ¿Praga! ¿Una estación llamada Praga? La lluvia castiga sin piedad<br />

los cristales cuando el tren se detiene. Las dos puertas del vagón se abren<br />

y varios hombres y mujeres suben de prisa y empapados. No pueden evitar<br />

atropellarse. Buscan sus puestos. Repiten en voz alta el número que les toca.<br />

Alguien pronuncia el número 239. Es un hombre. Me invade un pequeño<br />

nerviosismo. Mi compañero se asoma al hueco que ocupará junto a mí y me<br />

saluda con discreción. No pasa de los 35, pero tiene un porte antiguo, como<br />

el de los actores del cine mudo, y una piel escandalosamente pálida. “Con su<br />

permiso, señorita”, dice el hombre amablemente antes de sentarse y poner<br />

su maletín sobre las piernas. Después saca un pañuelo y se dedica a secarse.<br />

“Esta lluvia es para frío”, asegura y guarda el pañuelo, sin que su afán por<br />

secarse finalmente se cumpla. “En París debe hacer frío… ¿Usted no se baja<br />

en París?” Es tiempo de decirle que sigo hasta Niebla, pero no lo hago. “Mi<br />

destino no es París”, le informo secamente. Hace un gesto afirmativo y se<br />

hunde en el asiento. Cinco minutos más tarde el empleado pasa revisando<br />

los boletines y nos mira como a una pareja de prófugos. “Siempre me ha gustado<br />

Praga, pero ahora es un lugar peligroso, ¡demasiado peligroso!”, dice mi<br />

compañero mientras observa alejarse al empleado. No sé qué está sucediendo<br />

en Praga. O quizás no quiero saberlo.<br />

Afuera ya no queda ciudad. Ahora reina la lluvia sobre un campo infinito<br />

de vegetación salvaje. Debería estar en guardia. Pero he vivido una jornada interminable<br />

y estoy agotada. Nada agota tanto como aprender una larga lección<br />

de miedo. Cuando se apague la luz intentaré dormir, aunque me corra de una<br />

pesadilla a otra. El tren es una flecha de acero que embiste los campos. La lluvia<br />

es interminable. Mi compañero de viaje cierra los ojos. La luz se apaga…<br />

–¡Por favor, señores, que alguien encienda la luz! –gritan desesperadamente<br />

en la penumbra de la librería El Pensamiento–. ¡Enciendan la luz!<br />

¿Nadie está oyendo? ¡Enciendan la luz!<br />

107


miguel terry valdespino<br />

108<br />

Nadie la enciende. Yo permanezco quieta, hecha un ovillo bajo la última<br />

hilera de sillas en la librería El Pensamiento. El tren ruge, se balancea<br />

estruendosamente hacia uno y otro lado. La librería también. Alguien grita<br />

gusanos, basuras, eso son ustedes, ¡duro con estos maricones y estas putas!<br />

Explotan otros gritos de rabia y otros gritos de miedo. Estallan todos los odios.<br />

Caen los libros, caen las sillas, caen los cuerpos ruidosamente. Se escuchan<br />

quejas, ayes, llantos histéricos y hasta un chillido de rata. El tren aúlla con<br />

un dolor humano y la luz se enciende…<br />

–¿Qué pasa ahora? –pregunta con timidez mi compañero de viaje.<br />

El tren comienza a perder velocidad hasta detenerse. Sigue lloviendo.<br />

No hemos llegado a ninguna estación y ahora el paisaje está iluminado de<br />

forma dantesca: una docena de patrullas de soldados alemanes, armados<br />

con perros y ametralladoras, esperan junto a los rieles. El empleado entra<br />

al pasillo con paso ligero. Pide por favor a todos que le prestemos atención.<br />

–Los alemanes están allá afuera. Van a subir. Por favor, señores, saquen<br />

sus documentos. Que nadie se ponga nervioso. En este vagón nadie<br />

es judío.<br />

El empleado desaparece. Los murmullos corren de un lado a otro. Mi<br />

compañero y yo nos miramos. Yo estoy en ascuas. Él tiene miedo. Sacamos<br />

nuestros documentos de identificación. No sé si los míos servirán para algo.<br />

Por el gesto de mi compañero, estoy segura de que piensa lo mismo respecto<br />

a los suyos. Un oficial alemán penetra. Lo escoltan dos soldados. Los murmullos<br />

crecen y cesan de golpe. El oficial se detiene en el centro del vagón<br />

y entonces canta con voz de barítono: “Siberia es hermosa en invierno, un<br />

lugar fabuloso para arrancar de la mente los malos espíritus.” Nadie se ríe.<br />

Nadie reacciona. Parece que el vagón está desierto. El oficial llega hasta nosotros<br />

y saluda marcialmente. Es rígido y más pálido que mi vecino del 239.<br />

Le extiendo mi documento, pero lo rechaza con una amabilidad inexplicable:<br />

–No, señorita, usted no… Las poetisas como usted son sagradas para<br />

nosotros.<br />

–¿Usted sabe quién soy?<br />

–La camarada Teresa Miralles Williams… ¡pobre de quien no la conozca!<br />

Los escritores son los ingenieros del alma humana –el tono del oficial<br />

pasa de amable–. La leo siempre… ¡y la admiro! Mi familia también la ad­


nunca te bajes en niebla<br />

mira. Somos lectores insaciables de la mejor literatura. Bestia en la nave que<br />

muere es una obra maestra… ¿Este señor es su esposo?<br />

Mi compañero vuelve la cabeza hacia mí en busca de clemencia y apoyo.<br />

Se los doy a través de un golpecito en el brazo mientras extiende sus<br />

documentos.<br />

-No es mi esposo, es un amigo.<br />

–Si es su amigo, es nuestro amigo –decide el oficial mientras rechaza<br />

también con delicadeza la mano del pasajero 239–. Siempre que la leemos, señora<br />

Miralles, sentimos que usted escribe sus versos para la patria alemana.<br />

No entiendo la razón del elogio. Jamás he escrito para ninguna patria.<br />

Escribo sólo para los hombres, quizás para que puedan derrotar esas fronteras<br />

que lleva dentro cada uno.<br />

–Señorita Miralles… Señor –da un paso atrás y se cuadra el oficial alemán–,<br />

perdonen la molestia. Tengan un feliz viaje… y no olviden que Siberia<br />

es hermosa en invierno.<br />

El oficial y los soldados continúan revisando documentos, preguntan con<br />

malas intenciones, se aburren de registrar y bajan del vagón. El empleado<br />

estaba en lo cierto: nadie es judío en esta pieza. Tal vez en las restantes no<br />

sea igual. Pero nadie quiere saber qué pasa en las restantes. Yo tampoco.<br />

Mi compañero me codea discretamente, acerca su boca a mi oído y susurra<br />

tembloroso:<br />

–Gracias, señorita, no tengo cómo pagarle.<br />

–¿Podría decirme su nombre?<br />

–Simón Abeliansky.<br />

–¡Usted es judío!<br />

–Dicen que no lo parezco –expresa con voz cautelosa Simón Abeliansky.<br />

–El oficial no se dio cuenta.<br />

–Estos sabuesos siempre se dan cuenta. Sólo quiso congraciarse con usted.<br />

–¿Con una poetisa que protege a un judío?<br />

–A veces la vida es inexplicable.<br />

Simón Abeliansky tiene razón: ¡claro que lo supo! ¿De qué modo tan<br />

feliz me leería el oficial alemán como para impulsarlo a incumplir sus funciones?<br />

Después de media hora, el tren vuelve a ponerse en camino. Afuera,<br />

ante los perros y las ametralladoras, un puñado de judíos se va agrupando,<br />

109


miguel terry valdespino<br />

110<br />

unos a la izquierda, otros a la derecha, para viajar a un destino incierto. Estoy<br />

dispuesta a dormir a la Teresa de las pesadillas, porque la verdadera Teresa<br />

Miralles, la que sueña a la otra Teresa, sabe Dios dónde ahora duerme.<br />

Saco de la maleta una frazada y me cubro de la cintura hacia arriba. Simón<br />

Abeliansky observa mi maniobra sin pronunciar palabra. Ha dicho las suficientes.<br />

Un verdadero judío nunca molesta más allá de lo preciso. Apagan<br />

las luces. Una decisión bendita. El tren se sigue alejando del basquetbolista,<br />

de su colega rechoncho, del oficial alemán, de las patrullas armadas. Caigo<br />

por un agujero negro. No existo. Alguien me toca en el hombro. Demoro en<br />

atenderlo. Entonces escucho la voz del empleado.<br />

–Señorita Miralles… Buenos días… Son las 7 y 43… En pocos minutos<br />

estaremos llegando a la estación de Niebla.<br />

–¿Niebla! ¿Ha dicho usted Niebla! –aparto la frazada y miro hacia afuera:<br />

el sol trepa feliz en el horizonte. Ni rastro de la lluvia nocturna. Vuelvo la<br />

cabeza: mi compañero falta–. ¿No ha visto usted al hombre que estaba sentado…?<br />

–dejo inconclusa la pregunta.<br />

–Supongo que se ha bajado en París, señora Miralles. Casi todos quisieron<br />

quedarse en París. Por eso apenas quedamos usted, el maquinista y yo.<br />

Pero no se preocupe: ya Niebla está cerca.<br />

El empleado conoce mi nombre. No sé si es mala señal que en una pesadilla<br />

conozcan tu nombre. Me duele el bajo vientre. Llevo demasiado tiempo<br />

sin orinar. Tomo mi equipaje y salgo rumbo al baño. El empleado me sugiere<br />

asearme un poco y cepillarme los dientes. Parece mi madre. Niebla ya está<br />

muy cerca. Está por consumarse mi destino. ¿Podré despertar en mi cuarto,<br />

sonreír aliviada y colar un poco de café? ¿No podré despertar nunca? Voy hasta<br />

mi asiento y espero. Debería rezar o escribir algún poema urgente, o pasarle<br />

revista a mi vida. ¿Quién sabe si no voy a despertar? ¿Quién sabe si mi<br />

variante de pesadilla no es la peor? El tren va perdiendo velocidad. Por el<br />

pasillo viene el empleado. Llega hasta mí para entregarme una revista y un<br />

par de periódicos. Los tiro sobre el 239. No me interesa leer. Ahora no. El<br />

empleado se detiene al ver mi gesto.<br />

–La prensa dice maravillas de usted. La felicito por el premio. Ojalá que<br />

gane muchos otros.<br />

Reviso sorprendida uno de los periódicos. En la página seis encuentro


nunca te bajes en niebla<br />

una fotografía y un cintillo que me<br />

sobrecogen: otorgan a la poetisa teresa<br />

miralles williams el premio letras<br />

de oro. No logro reunir el aliento<br />

suficiente para pronunciar una sílaba<br />

siquiera. Debajo del cintillo una mujer<br />

canosa, con casi 70 años, observa<br />

sonriente y desafiante la cámara fotográfica.<br />

Cuenta la nota que, entre<br />

novelas y poemarios, ha escrito catorce<br />

libros y es una extraordinaria<br />

narradora y poetisa, una voz imprescindible<br />

dentro de la lengua castellana,<br />

y su poemario Bestia en la nave que muere es un clásico indispensable,<br />

que cuando cierta gente reaccionaria le pregunta a la poetisa si está censurado<br />

en su país ella responde: “En mi país no existen libros prohibidos.”<br />

Estrujo el periódico y lo dejo caer. Siento el impulso de quemarlo. Pero despierto.<br />

Simplemente despierto. Así de fácil. Y estoy tirada sobre un banco de<br />

mármol, sin ninguna clase de equipaje, y veo piernas que caminan de un lado<br />

a otro, sin jamás detenerse. Piernas que van, piernas que vienen, piernas<br />

que cruzan por mi lado. Alguien pronuncia mi nombre y después lo repite.<br />

Bostezo y me pongo de pie. Un policía pelado al rape se acerca y me ordena<br />

acompañarlo. Lo sigo por un pasillo angosto y entro detrás de él a una oficina<br />

repleta de buroes de bagazo y mal iluminada. Dos sillas están frente a nosotros.<br />

Pero el rapado ni siquiera me invita a sentar. Saca un papel que está<br />

bajo un teléfono y comienza a leerlo con reposada malicia:<br />

Yo, Teresa Miralles Williams, poetisa y narradora, me presento como testigo<br />

ante el oficial de guardia de esta Unidad para declarar que el día 8 de<br />

diciembre de 1988, en la librería El Pensamiento, a partir de las 9 y 35 de la<br />

noche, un grupo de poetas se reunieron allí para llevar a cabo lecturas de tipo<br />

subversivo. Lecturas que culminaron en una fuerte y violenta disputa entre<br />

todos los poetas presentes, casi todos borrachos o drogados en el momento de<br />

estallar la trifulca…<br />

–El resto de la declaración ya la conoce… ¿Está de acuerdo en firmarla?<br />

111


miguel terry valdespino<br />

112<br />

No me haga leerle todo de nuevo. Ésta es la novena vez que lo hago. No sea<br />

testaruda. Una simple firma y sus problemas se acaban.<br />

El policía me extiende un bolígrafo, lo tomo y estampo una firma temblorosa<br />

sobre una raya al final del papel.<br />

–Es usted una mujer muy valiente –dice mientras dobla mi declaración,<br />

la guarda en una gaveta y la cierra con llave–. A partir de este momento,<br />

tendremos que mirarla con mejores ojos.<br />

Siento pasos a mi espalda. Me vuelvo. Desde el umbral de la puerta<br />

me observan el basquetbolista y el tipo rechoncho, que trae en sus manos<br />

mi equipaje. El policía les ordena entrar y les imparte una orden definitiva:<br />

–El tren sale para Niebla dentro de cuarenta y dos minutos. En ese viaje<br />

se irá Teresa. Atiendan a la escritora como se merece. Hagan lo imposible porque<br />

se sienta una reina. Café, cigarros, filete, cerveza, jugo… Lo que pida.<br />

No pido nada. El basquetbolista, el tipo rechoncho y yo nos encaminamos<br />

a un parqueo. La noche está deliciosamente húmeda y respiro a mis<br />

anchas. La gozo a plenitud. Subimos a un auto que conduce el rechoncho sin<br />

pronunciar ni un monosílabo. Mientras viajamos rumbo a la estación, mantengo<br />

los ojos fijos en el parabrisas. Siento que la ciudad viene hacia mí, en<br />

un gesto semejante al del amigo que corre a abrazarnos. Es, seguramente, un<br />

gesto de cordialidad engañoso. Al bajar del automóvil, pregunto la hora. El<br />

basquetbolista responde mientras cruzamos la entrada de la Estación Central:<br />

“11 y 28… siéntese ahí, póngase cómoda, voy a traerle un café.” Ignoro<br />

su orden. Me acerco a un estanquillo de prensa cerrado y veo las doce páginas<br />

de un periódico desplegadas detrás de las paredes de vidrio. Un titular<br />

me detiene en seco. laureada escritora impartirá conferencias en parís. Mi<br />

rostro de 70 años, seguro y retador, mira hacia la cámara. Sigo en el sueño. No<br />

he salido de sus redes. Temo leer lo que está escrito debajo del titular y por<br />

eso continuo leyendo a distancia, evitando que las palabras puedan saltar<br />

hacia mí y penetrar por mis ojos como sables afilados. Soy una gran poetisa.<br />

La prensa de mi país lo jura.<br />

–Su café, señora Miralles –dice a mis espaldas el basquetbolista y me<br />

entrega un vaso desechable mediado de café–. Aquí lo hacen muy bien.<br />

Demoro en beberlo, quizás porque el calor que atraviesa el vaso me<br />

reporta la única sensación agradable que he sentido en largo tiempo.


nunca te bajes en niebla<br />

–No entiendo nada –le digo al basquetbolista después de beber un sorbo–.<br />

Juro que no entiendo nada.<br />

–Vivir la vida es difícil. Entenderla es imposible.<br />

–Hablo de entender esta pesadilla.<br />

–Si no trata de entenderla, será mejor para usted… y para todos nosotros.<br />

Siga mejor mi consejo: bájese en París y disfrute la ciudad. El hotel<br />

Meurice es una maravilla. Pruebe los platos y el champagne más caros… La<br />

cuenta va por nosotros.<br />

–¿Entonces no voy a Niebla?<br />

–Las poetisas grandes van a París… Y usted lo es.<br />

¡París? Es inútil que pretenda entender algo. Un vozarrón insolente se<br />

filtra por una bocina y llama a los pasajeros que deberán subir sin demora al<br />

último tren rumbo a Niebla. Bebo el resto del café, el basquetbolista toma mi<br />

maleta y vamos hacia el andén. Me duelen las rodillas y me pesan las piernas.<br />

El tipo rechoncho nos sigue en silencio. Lo escucho suspirar cansado.<br />

Un suspiro. Nada más. Es triste la palabra del mudo. Frente a los siete vagones<br />

del tren se han ido agrupando los que harán el viaje. El basquetbolista<br />

me entrega la maleta y me detengo a esperar que suban todos los pasajeros.<br />

–Y recuerde, señora Miralles: a esta ciudad regrese cuando guste…<br />

Aquí la queremos como usted se merece.<br />

Yo, Teresa Miralles Williams, escritora de poesía y ficciones, no sé con<br />

cuántos libros ni cuántos premios, levanto la vista en dirección a la puerta del<br />

último de los vagones y veo, donde concluye el segundo escalón, una maleta<br />

que parece abandonada. Nadie la toma. Nadie la mira. A nadie parece interesarle.<br />

Ha sido una jornada difícil. Apenas me siente en el 238, caeré rendida.<br />

Ahora yo, Teresa Miralles, mientras camino a paso de hormiga hacia el vagón<br />

número cinco, espero que de un momento a otro el grito de Buñuel me haga<br />

despertar, y para entonces no quiero acordarme de que al principio hubo una<br />

librería, una bestia, una nave, mil gritos de espanto…, o que cierta encumbrada<br />

poetisa me sueña mientras viaja hacia París, o que una escritora nombrada Teresa<br />

Miralles, con tres libros apenas y algunos premios de cierta importancia,<br />

pudiera estarme soñando, después de haber confesado a un oficial alemán que<br />

el hombre escandalosamente pálido que viaja junto a ella no es su esposo, ni<br />

un amigo… ni siquiera un hombre que profesa una religión decente.<br />

113


De ser numerosos<br />

George Oppen<br />

Versiones y nota de Hugo García Manríquez<br />

Durante su juventud, George Oppen (1908-1984) participó en varios proyectos literarios<br />

con poetas como Louis Zukofsky, William Carlos Williams y Charles Reznikoff;<br />

en 1934 publicó uno de sus primeros libros, Discrete series, prologado y saludado<br />

por Ezra Pound. Con la Depresión económica de fondo, su creciente participación<br />

política como organizador sindical, y su posterior registro en el Partido Comunista,<br />

Oppen deja la escritura, iniciando una prolongada pausa de casi tres décadas.<br />

Oppen participó en la Segunda Guerra Mundial, durante la cual resultó<br />

gravemente herido. En 1945 regresó como veterano de guerra condecorado y se mudó<br />

a California con su joven familia. Pero la cacería de brujas del macartismo alcanzó<br />

a los Oppen, que fueron cuestionados por su pasado activismo político. El<br />

acoso sólo aumentó y, en 1950, George, acompañado de esposa Mary y su pequeña<br />

hija, Linda, se exilió en la Ciudad de México por casi nueve años. Poco se sabe<br />

del periodo mexicano de los Oppen; su esposa Mary continuó con su obra artística<br />

como grabadora en La Esmeralda y George estableció un pequeño negocio<br />

de fabricación de muebles.<br />

Finalmente, a fines de los cincuenta, y en un ambiente político distinto,<br />

los Oppen regresaron a Estados Unidos. En 1962, después de una pausa de casi<br />

treinta años, George Oppen retoma la escritura y publica varios poemarios; en<br />

1968, aparece el célebre libro De ser numerosos (Of being numerous) que recibe<br />

el premio Pulitzer ese año, y del cual compartimos unos pasajes.<br />

Como atinadamente ha señalado Eliot Weinberger, la poesía de Oppen posee,<br />

hoy, un aura póstuma semejante a la que envuelve a la poesía de Paul Celan.<br />

Por sus versos despojados pero extrañamente conmovedores, transitan, en danza<br />

con el intelecto y la historia, las multitudes (¿de la Ciudad de México? ¿San<br />

Francisco?) y el individuo, llevados por el impulso por ser numerosos.<br />

114


1<br />

Hay cosas<br />

Entre ellas vivimos “y verlas<br />

Es conocernos a nosotros mismos”.<br />

Ocurrencia, parte<br />

De una serie infinita,<br />

Las tristes maravillas;<br />

Así contaron<br />

Un cuento sobre nuestra perversidad.<br />

No es nuestra perversidad.<br />

“Te acuerdas de aquel viejo pueblo al que fuimos y, sentados en la<br />

ventana en ruinas, intentamos imaginarnos –pertenecer– parte de aquellos<br />

tiempos –Está muerto y no lo está y no puede imaginarse su vida o su<br />

muerte; la tierra habla y la salamandra habla, llega la primavera y sólo<br />

lo oscurece.”<br />

1 // There are things / We live among ‘and to see them / Is to know ourselves’. // Occurrence,<br />

a part / Of an infinite series, // The sad marvels; // Of this was told / A tale of our wickedness.<br />

/ It is not our wickedness. // ‘You remember that old town we went to, and we sat in<br />

the ruined window, and we tried to imagine that we belonged to those times—It is dead and<br />

it is not dead, and you cannot imagine either its life or its death; the earth speaks and the<br />

salamander speaks, the Spring comes and only obscures it—’<br />

115


2<br />

Así se habló de la existencia de las cosas,<br />

Un panteón indomable<br />

Absoluto, pero dicen<br />

Árido.<br />

Una ciudad de las corporaciones<br />

Vidriada<br />

De sueños<br />

E imágenes–<br />

Y la dicha pura<br />

Del hecho mineral<br />

Aunque impenetrable<br />

Tal como el mundo, de ser materia,<br />

Es impenetrable.<br />

2 // So spoke of the existence of things, / An unmanageable pantheon // Absolute, but<br />

they say / Arid. // A city of the corporations // Glassed / In dreams // And images— // And<br />

the pure joy / Of the mineral fact // Tho it is impenetrable // As the world, if it is matter, / Is<br />

impenetrable.<br />

116


7<br />

Obsesionados, perplejos<br />

Por el naufragio<br />

Del singular<br />

Hemos elegido el significado<br />

De ser numerosos.<br />

9<br />

“Y si, al aumentar la intensidad de la mirada, la distancia entre uno<br />

y Ellos, el pueblo, no aumenta también.”<br />

Lo sé, por supuesto, lo sé, no puedo entrar a otro lugar<br />

Y con todo, soy uno de esos que con nada sino la forma de pensar<br />

propia del hombre y uno de sus dialectos y lo que me ha<br />

sucedido<br />

Ha hecho poesía<br />

Soñar con esa ribera<br />

7 // Obsessed, bewildered // By the shipwreck / Of the singular // We have chosen the<br />

meaning / Of being numerous.<br />

9 // ‘Whether, as the intensity of seeing increases, one’s distance from Them, the people,<br />

does not also increase’ / I know, of course I know, I can enter no other place // Yet I am one of those<br />

who from nothing but man’s way of thought and one of his dialects and what has happened<br />

to me / Have made poetry // To dream of that beach /<br />

117


Con tal de tenerla ante los ojos un instante,<br />

El singular absoluto<br />

Los lazos no terrenales<br />

Del singular<br />

Que es la radiante luz del naufragio<br />

14<br />

No puedo incluso ahora<br />

Desentenderme del todo<br />

De aquellos hombres<br />

Con quienes estuve en emplazamientos, en tiendas de campaña,<br />

En hospitales y pabellones y con quienes me oculté entre barrancos<br />

De caminos reventados en un país en ruinas,<br />

Entre ellos varios hombres<br />

Más capaces que yo–<br />

For the sake of an instant in the eyes, // The absolute singular // The unearthly bonds / Of<br />

the singular // Which is the bright light of shipwreck<br />

14 // I cannot even now / Altogether disengage myself / From those men // With whom I<br />

stood in emplacements, in mess tents, / In hospitals and sheds and hid in the gullies / Of blasted<br />

roads in a ruined country, // Among them many men / More capable than I— //<br />

118


Muykut y un sargento<br />

llamado Healy,<br />

El teniente aquel también–<br />

¿Cómo olvidar eso? Cómo hablar<br />

Vagamente de “El Pueblo”<br />

Que es la fuerza<br />

Detrás de los muros<br />

De las ciudades<br />

Donde sus autos<br />

Hacen eco como la historia<br />

Por avenidas amuralladas<br />

En las que hablar es imposible.<br />

17<br />

Las raíces de las palabras<br />

Oscurecen en los trenes subterráneos<br />

Muykut and a sergeant / Named Healy, /That lieutenant also— // How forget that? How talk<br />

/ Distantly of ‘The People’ // Who are that force / Within the walls / Of cities // Wherein their<br />

cars // Echo like history / Down walled avenues / In which one cannot speak.<br />

17 // The roots of words / Dim in the subways //<br />

119


Hay locura en el número<br />

De vivos<br />

“Un estado de la materia”<br />

No hay nadie aquí, sólo nosotros, gallinas<br />

Anti-ontología–<br />

Él quiere decir<br />

Que su vida es real,<br />

Nadie puede decir por qué<br />

No es fácil hablar<br />

El feroz balbuceo público<br />

De un habla sin raíces<br />

18<br />

Es el aire de lo atroz<br />

Un evento tan ordinario<br />

Como un presidente<br />

There is madness in the number / Of the living / ‘A state of matter’ // There is nobody here<br />

but us chickens // Anti-ontology– // He wants to say / His life is real, / No one can say why<br />

// It is not easy to speak // A ferocious mumbling, in public / Of rootless speech<br />

18 // It is the air of atrocity, / An event as ordinary / As a President. //<br />

120


Un jirón de humo, visible a la distancia<br />

donde gente arde.<br />

22<br />

Claridad<br />

En el sentido de transparencia,<br />

No creo que mucho más pueda ser explicado<br />

Claridad en el sentido de silencio.<br />

A plume of smoke, visible at a distance / In which people burn.<br />

22 // Clarity // In the sense of transparence, / I don’t mean that much can be explained //<br />

Clarity in the sense of silence.<br />

121


Piquito<br />

Gustavo Ferreyra<br />

Josefina me ha confesado (aunque “confesar” es un verbo que uso en verdad<br />

sin motivo porque ella habló sin ningún pudor y casi como al pasar) que ayer<br />

circuncidó a Roger Federer. Tremoluctancia arditis. Por unos momentos, llevado<br />

por su tono de voz, pleno de confianza, no me alarmé en lo más mínimo.<br />

Después de un rato, sin embargo, tomé a Maloy, mi muñeco preferido, luego,<br />

claro está, de Cachimbo, y con el dedo índice lo conminé a que me dijese<br />

algo al respecto. Creo que pretendía que me dijese su parecer. Levanté el<br />

dedo, imperioso, imperial incluso, revolviendo un poco el ano de alguno de<br />

los dioses, con lo cual mostraba lo confianzudo que puedo ser con lo alto, y<br />

sin embargo Maloy mantenía su reserva habitual. “Maloycito”, le decía, “Maloyzote”,<br />

insistía algo plañidero. “¡Burundarena!”, y respiraba con dificultad.<br />

El aire no llegaba a entrar en donde debía. El aire parecía perderse<br />

como si estuviese agujereada la tráquea o algún otro de los conductos. Me<br />

ofusqué y prendí los motores para aspirar lo que fuere que hubiera alrededor.<br />

Intentaba tomar algo más denso que el vacío que, finalmente, parecía rodearme.<br />

El otro día, en el cine, me ocurrió algo similar aunque en menor escala.<br />

¡Debo tener por fin el asma que mis papacitos temían! ¡Tantos cuidados!<br />

¡Tantas preocupaciones primorosas! A cada tosecita un zafarrancho de combate.<br />

¡Una tosecita y sacaban los tanques a la calle! Qué lindos estropicios<br />

para asustarla. ¡Había que desterrar el asma aunque nunca se la hubiera<br />

visto en mis territorios! Yo, desde ya, le cobré terror. Imaginaba vívidamente<br />

lo que me estaba destinado. ¡Y tal vez ahora...! Ya sin mis papacitos que la<br />

mantenían a raya, que la expulsaban de mi vecindario... El asma supo que<br />

122


esos dos portentos de generales ya no<br />

estaban y... Finalmente quizás... Por fin<br />

se haya logrado. Un logro más en mis<br />

alforjas parvularias. Porque, mientras<br />

trataba de que Maloy hablara, verdaderamente<br />

el aire se me negaba. Maloy<br />

mismo estaba impresionado. Tanto que<br />

me figuré que iba a traicionarse y me<br />

iba a aconsejar. Estuvo a punto, estoy<br />

seguro. ¡Con todo lo que sabe Maloy!<br />

Pero se reserva. No sé por qué se reserva.<br />

Podría aconsejar y no lo hace.<br />

Me miraba con los ojos desgarrados por<br />

la impresión pero no pudo quebrarse<br />

ese dique de contención que lo mantiene<br />

en la más estricta reserva. Sus<br />

ojos habían perdido su redondez y de<br />

todas maneras se callaba. Alguna vez<br />

va a hablar, estoy seguro. Pero no fue en<br />

esta oportunidad. Ni mi dedo en alto,<br />

en el ano de los dioses, ni mis aspiraciones<br />

truculentas lo arrancaron de su mutismo. ¡¿Cómo calificar la circuncisión<br />

de Federer que había hecho Josefina?! ¿Era terrible o no era nada terrible?<br />

Dos masas de agua tremendas chocaban en mi interior, la de la pasividad<br />

y la de la furia. La de la pasividad, aunque no se lo advierta fácilmente,<br />

también es una tremenda masa de agua, también es un inmenso poder. Tan<br />

enorme su poder que justamente permanece inmóvil, tan escandalosamente<br />

confiado en sí mismo. Es el agua que ha filtrado de antiquísimas furias, de<br />

furias que ni siquiera recuerdan los antepasados más remotos. Es agua que<br />

ha perdido hasta el último vestigio de espuma y sin embargo guarda en sí<br />

aquellas fuerzas. ¡Gran parte de mis furias se han ido a disolver allí casi sin<br />

consecuencias! ¿¡Qué soy yo en comparación con todos mis antepasados!?<br />

Todos esos seres que han vivido sobre la Tierra unos tras otros y que son<br />

parte de una sumatoria que no necesita en verdad de adiciones. ¡De seguro<br />

piquito<br />

123


gustavo ferreyra<br />

124<br />

que yo agiganto mis furias! Necesito creer en cierta paridad de fuerzas. ¡Qué<br />

tanto había manoseado el...! No llegaba a evaluar la gravedad del asunto.<br />

Una circuncisión. Me había llevado un lápiz a la boca y lo chupaba y lo mordía.<br />

Josefina y Roger Federer. Por momentos se me aparecía como una simple<br />

operación médica, sólo que Josefina es filósofa, por momentos me enardecía.<br />

Entonces respiraba aún peor. En un momento lo abracé a Cachimbo y lo<br />

puse contra mi corazón. Él ya sabe que debe estarse quietecito y sólo ser<br />

contra mi corazón. Cálido y blando como únicamente él puede serlo. Mi tiernecito<br />

Cachimbo. A veces me da miedo de ahogarlo. Soy demasiado efusivo.<br />

Pero yo respiraba con dificultad y él respiraba conmigo. El otro día en el cine<br />

también me ayudó. Por suerte lo había llevado a él no a Maloy. Antes llevaba<br />

a los dos y los sentaba en mi regazo para que vieran la película pero Josefina<br />

me pidió y casi me exigió y... Ahora llevo uno y lo tengo bastante escondido.<br />

Apenas si asoma la cabecita por algún lado. De todos modos, siquiera con un<br />

ojo, ven la película. El otro día Cachimbo la pudo ver más cómodamente porque<br />

el cine estaba plagado de viejos, que ya no ven nada con el rabillo del<br />

ojo. Josefina suele llevarme a ver películas que convocan a los vejestorios,<br />

pero el otro día fue el acabose. Y esta vez no se trataba de la manada de viejas<br />

solas sino más bien de parejas. ¿¡Habrán revivido los vejetes!? No sé, pero<br />

ahí estaban las parejas, diría, los matrimonios. En la película, un alemán<br />

viejo lleva las cenizas de su esposa muerta a Japón y se viste con las ropas<br />

de ella y... Hace unas danzas. En fin. Los viejos se enternecían que era un<br />

verdadero asco. Se apretaban las manos y soñaban con esa suerte de eternidad<br />

matrimonial que la película parecía prometer. Habían ido a ver precisamente<br />

eso y la película no los defraudaba. ¡Seguirían en el más allá simulando<br />

como acá! El olor a viejo hediondo me golpeaba en las narices y creo que<br />

también hería la sensibilidad de Cachimbo. Estaba rodeado. Miraba en derredor<br />

y sólo veía los tiernos matrimonios. En verdad que estaba casi asustado.<br />

Parecía una conspiración multitudinaria. Sólo un par de parejas se deshizo<br />

porque los viejos no aguantaron toda la película sin ir al baño y al regreso no<br />

encontraron el lugar junto a su mujer. Hubo una que lo chistaba y lo chistaba<br />

pero el marido no oía. O tal vez simulaba no oír. Cachimbo se reía. Asomaba<br />

la cabeza por mi camisa abierta. Creo que por fin se había acostumbrado al<br />

hedor de los viejos. Yo no. Seguía ofuscado. Y más se emocionaban, más


fuerte se hacía el olor. Cuando el viejo alemán aparece con las ropas de la<br />

muerta el olor se hizo intensísimo. Las glándulas de los vejetes (no las sexuales<br />

sino alguna más tontuela que se activa con la espiritualidad) funcionaron<br />

a pleno, hasta recalentarse. Mis naricitas se embotaron. Creo que expelí una<br />

suerte de bufido. La mancomunión de las almas me horrorizaba. Quería irme.<br />

Quería escapar. ¡Soy un muchachito!, quería gritar, enrostrárselo a todas<br />

esas caras arrugadas y luego salir a raje a buscar el aire de la calle. ¡El olor<br />

a viejo me hizo asmático! ¡Cual maestro, le enseñó a mi organismo a cerrar<br />

los bronquios! ¡Los vejetes vencieron a los espíritus de mis papacitos, que fueron<br />

carneados allí mismo, en el cine! Mis férreos papacitos que seguían mis pasos<br />

codo a codo. ¡Debo ser el primer asmático por hedor de viejo pero nadie<br />

va a reconocer mi pequeño drama! Debía irme pero Josefina me retenía. Ella<br />

miraba la película muy confortablemente y por el tajo de su pollera aparecía<br />

una de sus bellas piernas. Yo la miraba y asumía que era imposible que me<br />

fuera. Era el guardián de esas piernas. Era... quién sabe. No podía irme. Estaba<br />

también urgido por la vejiga pero ni por asomo me daba la posibilidad de<br />

ir al baño y regresar a la sala. Hubiera admitido con eso que formaba parte<br />

del conjunto prostático. Así que resistí hasta el final de la película. Casi jadeando<br />

por el asma y con un dolor en las entrañas que ya me llegaba claramente<br />

a los riñones, resistí hasta que el espíritu de la alemana se contorsiona<br />

ante el monte Fuji. Hasta que el viejo estira también la pata y hasta que...<br />

quién sabe, ya estoy bastante olvidado de los detalles. Apenas aparecieron<br />

los créditos me levanté pero estaba, digamos, barricado por las piernas de los<br />

viejos. Y las piernas de Josefina se descruzaron pero todavía se demoró en<br />

ponerse de pie. ¡No hay que correr, muchachito!, parecían decirme los cuerpos<br />

parsimoniosos, anquilosados, de los vejetes. ¡Todavía estás en nuestro poder!<br />

Y estoy en verdad marcado por ese poder porque me ha quedado el asma.<br />

Escapé por fin del cine pero no de los ahogos.<br />

Ya en la vereda del cine, algo amparados por un kiosco de revistas,<br />

saqué a Cachimbo de entre mis ropas y se lo pasé a Josefina, que lo guardó<br />

en la cartera con una sonrisa. “¿Le gustó?”, me preguntó por cortesía, como hace<br />

siempre que llevo al cine a Cachimbo o a Maloy. Yo nunca me defino por<br />

ellos y tiendo a figurarme que les gusta cualquier película, pero en esta ocasión,<br />

creo, hice un gesto escéptico. “¿Habrá entendido?” No sé por qué pre­<br />

piquito<br />

125


gustavo ferreyra<br />

126<br />

guntó esto sabiendo que se trataba de<br />

Cachimbo, que prácticamente no sabe<br />

nada de nada. Suele simular que los<br />

confunde para no darles importancia.<br />

Pero los reconoce perfectamente. Al<br />

contrario de Maloy, Cachimbo debería<br />

ser enseñado. Yo debería ocuparme de<br />

eso pero me resisto a enseñar. No sabría<br />

qué enseñarle y en su ignorancia<br />

lo veo pleno. Cuando en alguna oportunidad<br />

levanté el dedito para impartir<br />

algún conocimiento, la duda me<br />

ganó antes siquiera de que dijese una<br />

palabra. En definitiva, me callo la boca ante él y no hago más que abrazarlo.<br />

No sé qué devendrá de esto pero así están las cosas. A esta altura, ya los ahogos<br />

me habían pasado y fuimos con Josefina a un bar. La película nos ocupó<br />

poco. Su opinión fue ambigua. Yo, según mi costumbre, casi no dije palabra.<br />

Estaba preocupado por Cachimbo ya que Josefina había corrido demasiado<br />

el cierre de la cartera y probablemente respiraba con dificultad. En un momento<br />

en que me pareció que se distraía, estiré la mano trémula y abrí un poco<br />

más el cierre y entonces me quedé más o menos tranquilo.<br />

De cualquier modo, la tranquilidad no es un lago en el cual uno desemboca<br />

como estadio poco menos que definitivo, más bien es un recodo en<br />

un río, un pequeño estanque azaroso que ni siquiera abarca todo su ancho.<br />

Apenas un poquito más allá, detrás de una piedras, corre el agua más o menos<br />

turbulenta. Y si no, como muestra, está el asunto de Roger Federer para corroerme<br />

las entrañas. Cuando me detengo a pensar en esto, como si mordiera<br />

la cuestión cual un perro que soluciona todo con las mandíbulas, me doy<br />

cuenta de que es inaudito. Tan inaudito que aflojo enseguida la mordida y<br />

dejo que el asunto corra. Tenemos la presunción de que si no pensamos en<br />

un asunto lo dejamos librado a su suerte pero todo está librado a su suerte,<br />

incluido nuestro pensamiento. De cualquier manera, por muchas explicaciones<br />

que me dé me tengo por desidioso cuando abandono un tema. Lo abandono<br />

y después me echo al río para atraparlo de vuelta. Voy y vengo como


un perro tonto y termino cansado. No hice nada en todo el día y a la noche a<br />

veces me duermo con un libro arriba de la cara. En fin. ¡Roger es un temible<br />

rival! ¡Ni hablar de esto! Es más, yo, con mi solo e introvertido piquito, no<br />

cualifico como rival. ¡Incluso, parece que el gran campeón hasta pasa la aspiradora<br />

en su casa! Me lleva a Josefina antes de que pueda levantar un dedito<br />

de protesta. Tal vez me deje a la carona de la mujer como prenda. En fin.<br />

En realidad, no creo que tuviera que molestarse con eso. ¡Esa carona sí que<br />

me pondría en vereda! De seguro, pasaría no sólo la aspiradora sino también<br />

el escobillón y mucho más. Me sacaría bueno en un abrir y cerrar de ojos.<br />

¡Tiene una tremenda autoridad sin necesidad de nada! Basta su presencia<br />

para que uno sepa a qué atenerse. Con ella, hasta jugaría al tenis maravillosamente,<br />

pondría la pelotita en donde debe ponerse. Es el gran secreto de<br />

Roger. Con ella, Nadal... Pero yo... ¡La guía de Josefina es muy blanda! ¡Soy<br />

el primero en reconocerlo! La muy sesentista me deja demasiado librado a<br />

mi propia molicie. Me permite este permanente repliegue sobre mí mismo,<br />

este estar repantigado sobre mi lindo discursito interior. Pobrecita Josefina,<br />

no puede clavarme las espuelas. Sabe que debería hacerlo pero no se lo<br />

permite un sustrato de su conciencia en el que actúa fuertemente la idea<br />

del daño. Esta idea la paraliza. En el fondo, debe tener ideas evolucionistas,<br />

como buena parte de la izquierda. No quiere aceptar que el daño tiene un rol<br />

imprescindible en la vida. No sabe dañar y entonces, en última instancia, no<br />

sabe vivir. Por esto es que intenté buscarme otra conducción. A espaldas de<br />

Josefina, a manera de engaño, pero, podríamos decir, por el bien de todos,<br />

intenté entregarme a la tutela de su hija, de Abril. Estoy seguro de que sería<br />

una conducción mucho más firme que la de Josefina. Y en verdad avancé en esa<br />

dirección, de algún modo le hice saber hace un par de meses que quería su<br />

tutela, su guía, su... Y creo que prometí mansedumbre o ¿cómo decirlo...? En<br />

fin. ¡Pero fui menospreciado! No me aceptó como discípulo, como párvulo,<br />

como conducido. Me rechazó de plano y sin darme ninguna razón, haciéndose<br />

la que no entendía mi propuesta. Es más, en medio de cierta confusión<br />

que ella alentó para negarse sin siquiera admitir que se estaba negando a<br />

algo, dejó traslucir que lo mío era puro orgullo, como si mi pedido de tutela<br />

fuera en definitiva una suerte de imposición. ¡Me quedé sin palabras!<br />

Yo pedía conducción y... Acaso, ¿las orgullosas masas alemanas tomaron al<br />

piquito<br />

127


gustavo ferreyra<br />

128<br />

simplón de Hitler de las axilas y lo metieron en el podio? Me parece que<br />

esta chica... No sé. Posiblemente malinterpretó mi pedido. Posiblemente me<br />

maljuzga porque ocupé su lugar en el nido. En fin. ¡Pero ella ya había volado!<br />

Y no había dejado ni siquiera unos plumones para que pudiera estar<br />

yo más cómodo. ¡Me tuve que venir con todas las plumitas de pichón que se<br />

habían desperdigado un poco en el antiguo nido! Pichonazo cargado hasta<br />

con su última plumita de infancia. Pichonazo con pico asesino pero cuyas<br />

plumas... No terminan de aparecerme las que me permitan volar, siguen saliéndome<br />

unos plumones suaves y lanudos y abrigados pero incapaces de<br />

elevarme. ¡Y mientras crezco y crezco! Dios mío, ¡¿habrá alas que alguna<br />

vez me levanten?! ¡Y yo que debería escapar! Debería escapar de acá. Donde<br />

soy juzgado por asesinato. Debería escapar con mis alas o colgado del cuello<br />

de una gran águila. Como fuera. Antes de que dicten la prisión preventiva.<br />

Escapar ya mismo del asesino que soy acá. A ti, cachafaz. Di. A ti. Sí, a ti.<br />

Di y sácame de acá. ¡Este acá es terrible! Soy asesino. Josefina circuncida a<br />

Roger Federer. ¡Te das cuenta! Debo irme. Es un mundo extraño. Nadie se<br />

asusta de mí. Abril sabe que soy un asesino. Debería estar al menos al borde<br />

del convencimiento. Y sin embargo no me teme en lo más mínimo. Menosprecia<br />

mi pedido de conducción con un desparpajo que podría enfurecerme.<br />

¿No lo piensa acaso? Me trata de todos modos con cierta displicencia. Y<br />

no es la única. Es inexplicable. El abogado que me puso Josefina logró la<br />

excarcelación mientras dura el proceso. Al menos hasta hoy, mañana no se<br />

sabe. Porque está pendiente la apelación del fiscal, de la viuda y quién sabe<br />

si no hay otras más o todas en realidad son una. El derecho es siempre un<br />

simulacro de religión. Pero mi libertad no significa mucho. Sólo dice que<br />

pertenezco a cierto estrato social y que mi abogado es bien caro. Nada más.<br />

De modo que... ¡aceptan que soy el asesino! ¡Aceptan todos que soy el asesino!<br />

Y de todas maneras a veces no creen. No quieren creer y no creen aun<br />

cuando acepten. (Esto debe ser un sueño.) La voluntad de creer es análoga a<br />

la voluntad de hacer. En realidad, quizás, es la misma voluntad. ¡Hay mucha<br />

voluntad en lo que se cree! Y ellas, Josefina y Abril, a veces se imponen<br />

no creer. Cualquier realidad es vencida en algún momento por la voluntad<br />

de creer. Sólo hay que darle tiempo a esta voluntad y, voluntariosamente, hace<br />

su camino. ¡Yo mismo a veces no creo en lo que sé! Es cuestión de dejar que


los que laboran por uno en el fuero interno<br />

tejan la mantita para echar aquí<br />

y allá. Tanto no cree Josefina que me<br />

dice muy tranquilamente que circuncidó<br />

a Roger Federer y que entonces<br />

tuvo el pene de él en sus manos y...<br />

¡Debería temerme! Debería saber que<br />

puedo blandir el pico... No debería<br />

confiarse en mis pobres plumones de<br />

pichonazo. No debería confiarse en<br />

esa esperma que la moja hasta correr<br />

por sus piernas una y otra vez. Pero se<br />

confía y no debe equivocarse. He llegado<br />

a saber que nadie se equivoca en<br />

el mundo excepto yo. De una u otra<br />

manera todos laboran positivamente en<br />

pos de lo que quieren, bueno o malo,<br />

para bien o para mal, excepto yo, que<br />

llevo ladrillos de aquí para allá y no<br />

los amontono en ningún lugar. ¡He dejado<br />

ladrillos en un radio de muchísimos<br />

kilómetros! Jamás nadie podría deducir que todos ellos fueron cargados<br />

por la misma persona ya que no hay obra ninguna. Ni siquiera un atisbo de<br />

obra. Y no hay tampoco misterio. No hay nada oculto, no existe un plan que se<br />

haya perdido o malogrado. Son los ladrillos que cargué por simulacro ante los<br />

ojos de mis padres, ante los ojos de Josefina. De vez en cuando cargaba un<br />

ladrillo y enfilaba para algún lado, para cualquiera, y cuando creía que ya<br />

no me veían o estaba demasiado cansado lo dejaba caer y a otra cosa. Frente<br />

a esto todos los demás me provocan admiración y casi pasmo. No me queda<br />

más remedio que aplaudir, a veces hasta que vivar. “¡Bravo! ¡Bravo!”, grito<br />

de pie ante cualquier construcción.<br />

Josefina me cubre. También me encubre. Acá, adentro del frasquito, no<br />

hay admisión de justicia de nuestra parte. Acá, adentro del frasquito, maté<br />

a un hombre y hay un proceso legal. ¿Y afuera? Afuera de la sueñocracia,<br />

piquito<br />

129


gustavo ferreyra<br />

130<br />

¿qué? Puedo creer que fuera de la sueñocracia no hay asesinato y tratar entonces<br />

de salir de acá. Es lo que quiero. Salir de acá. Y a la vez tengo mucho<br />

miedo porque acá tengo la esperanza de salir. En cambio, si salgo y allá fuera<br />

también existe el asesinato como en realidad estoy en el fondo seguro de que<br />

existe, entonces ¿qué? Y estoy seguro de haberlo asesinado. ¿Existe afuera<br />

el proceso legal? Puede que no. Puede que sí. Tendría que hacer un esfuerzo<br />

supremo por salir de acá y por supuesto no lo hago. Me aferro a la incertidumbre<br />

y por ende a la esperanza. La esperanza de, en la desesperación,<br />

más adelante hacer el esfuerzo de salir del frasquito. Contra la pesadilla hay<br />

que tener una última carta, que es despertarse, pero es eso, la última carta.<br />

Porque afuera de la pesadilla puede que haya otra y ésta ya sin esperanzas.<br />

La sueñocracia tiene sus ejércitos. Ejércitos brumosos que toman territorios<br />

sin alardear, sin proclamar victoria alguna. No hay nada más mudo,<br />

creo, más silencioso, que la victoria de los ejércitos de la sueñocracia. No<br />

echa al aire ninguna proclama. Pero en ocasiones avanzan sobre tanto territorio<br />

que la realidad se echa al mar en barcazas con la ilusión de retornar<br />

algún día. Los ejércitos de la sueñocracia no emiten ninguna ley y de todos<br />

modos imponen un dictum. Inevitablemente, sus soldados son amables con<br />

los nativos de los territorios conquistados y aprenden rápidamente la lengua<br />

del lugar. Son tolerantes con todos los dioses y suelen plegarse a los ritos.<br />

Alaban a cada individuo con el que se cruzan. A veces incluso, cuando no hay<br />

otros escuchando, lo ensalzan hasta el delirio y luego vuelven a las brumas.<br />

Deben alabar allí a sus verdaderos dioses, que nos son por completo desconocidos.<br />

Los ejércitos brumosos de la sueñocracia provienen del pasado<br />

y del futuro. Los que dicen venir del pasado provienen del futuro y los que<br />

dicen venir del futuro provienen del pasado. Pero en definitiva es probable<br />

que conformen una sola fuerza y que conozcan a los verdaderos dioses. La<br />

humanidad, supongo, va a llegar a conocerlos algún día. Entonces Jesús,<br />

Mahoma, Siddharta Gautama van a ser como Moloch y como Ares. La sueñocracia<br />

es enemiga acérrima de la realidad pero no de las verdades. Y entonces<br />

uno cede fácilmente: los halagos de sus tropas y sus verdades nos llevan<br />

a dejarnos caer en el frasquito.<br />

Le he dicho claramente al abogado: ¡no pueden juzgar a un párvulo! Se<br />

lo he dicho con indignación y él se ha reído con toda simpatía y hasta con


admiración. Esto, la primera vez porque la segunda vez que lo argüí me miró<br />

como si no me escuchara, completamente indiferente. Es un ser jirafoide en<br />

todo sentido, moral y físicamente. Es bien alto y con las caderas anchas, luego<br />

se va afinando hacia arriba y casi pareciera no tener hombros. La cabeza<br />

es más bien chata y ancha, con una nariz carnosa y prominente. No pareciera<br />

tener conocimientos profundos sobre nada pero se ha hecho un gran renombre<br />

y come evidentemente de las hojas más altas y nutritivas de los árboles.<br />

Uno, viendo su accionar, diría que es lento y sin embargo, como las jirafas, es<br />

posible que vaya rápido en realidad. Por momentos uno pareciera ser alguien<br />

entrañable para él, en otras ocasiones es tan gélido que desconcierta. Yo quisiera<br />

renegar de él pero me ha conseguido la excarcelación y hasta es posible<br />

que termine engatusando a todos y yo termine siendo absuelto. Es difícil de<br />

explicar quizás el orden de sus habilidades. Su falta de conocimientos posiblemente<br />

lo ayude. Los conocimientos en exceso muchas veces son como las<br />

piezas del ajedrez en ciertas posiciones: nuestras propias fuerzas nos encierran<br />

y nos impiden el movimiento. Uno quisiera, por ejemplo, deshacerse de<br />

un par de peones propios. Él debe mover con enorme soltura las piezas con<br />

las que cuenta. Y tal vez posea el don de agregar casillas al tablero. Lo que<br />

no cuenta en profundidad y en abigarramiento lo tiene en extensión. Agrega<br />

escaques, verdaderos pedazos de tablero, sin que se advierta por ello que las<br />

reglas se han modificado. Josefina me insta a la sinceridad con él pero yo<br />

evidentemente me escamoteo. No pienso decirle jamás, por ejemplo, en donde<br />

escondo el pico. Él tampoco me lo preguntó abiertamente pero ya van dos<br />

ocasiones en las que pareció sondearme al respecto. En realidad, no quería<br />

que le dijera nada concreto, solo quería tener cierta seguridad de que por<br />

ese lado no iba a tener una sorpresa desagradable. Y creo que puede estar<br />

seguro de ello. Porque lo esconde la que es para conmigo la más leal de las<br />

personas: mi madre. Lo esconde con toda fiereza. Ni a mí me ha dicho donde<br />

lo esconde. Hace un ademán terminante con su mano arrugada y pecosa.<br />

Son manos muy feas, como garras surgidas de la determinación y el deterioro.<br />

Son las manos eternas que me han protegido y que se han hecho garras<br />

por la angustia. Las estoy viendo con mis ojos de pichonazo. Muevo las alas<br />

lanudas e inútiles y mis ojos redondos y negros y abismalmente animales se<br />

salen de las órbitas viendo esas manos horribles, de las que dependo. Toda<br />

piquito<br />

131


gustavo ferreyra<br />

132<br />

vida depende en algún momento de<br />

unas manos que se han hecho horribles<br />

por la angustia. Pero esa angustia<br />

de las manos es el amor que ella me<br />

tenía. Es la devoción que sentía por<br />

mi piquito infantil, una devoción que<br />

estaba en los huesos y no en la carne<br />

y por esto continuaba en sus garras.<br />

No sé, en verdad, cómo pudo morir y<br />

dejarme. Con toda esa devoción en los<br />

huesos por su pichón y aun así no sostenerse<br />

con vida. Dios mío. No sostenerse<br />

con vida hasta que... La misma<br />

devoción por el pichonazo la nudo la<br />

debe al fin haber matado, el horror<br />

por no poder ser ella y ser yo al mismo<br />

tiempo debe haberle esclerosado<br />

los órganos, las venas. En fin. Algo de<br />

horror había en su cara cuando murió,<br />

podría jurarlo. Era horror por mí,<br />

por el pichonazo, no podía ser otra<br />

cosa. La propia muerte no le importaba.<br />

No era más que una vieja pelícano. Era una vieja pelícano absolutamente<br />

y en las membranas secas de los huesos llevaba la furia de la especie.<br />

El amor por mí no era más que la furia de la especie.<br />

Y sin embargo tengo el claro recuerdo de haber ido a su casa en los<br />

últimos tiempos para asegurarme de que el pico estaba bien a resguardo.<br />

Creo haber ido a verla exclusivamente para esto. Y veo su garramano siendo<br />

tajante. Y recuerdo su voz –y la recuerdo aun cuando haya perdido el recuerdo–<br />

diciéndome que mejor que no sepa el lugar exacto. Y creo que tal vez<br />

dijo “por las dudas”. Y que ese “por las dudas” se vinculaba a mi posible<br />

incontinencia o, también, a las posibles torturas que podía sufrir. “Por las<br />

dudas”, dijo. Y no obstante está muerta. Es un misterio.<br />

Como sea, le di a entender al abogado que no había que preocuparse


por el pico. Al menos, esto me pareció en su momento, esto es, que había<br />

sido todo lo explícito que se podía ser en esas circunstancias. No tengo, desde<br />

ya, pese a mis 33 años, la garra de un adulto como para hacer un ademán<br />

tajante. Si creen que un mochuelo puede... En fin. En el momento estaba seguro<br />

de que di a entender lo que quería pero después entré en duda. Entré en<br />

duda sobre mi gesto y luego entré en duda sobre mi entrar en duda. Porque<br />

casi siempre, después, entro en dudas. No estoy seguro de haber dicho lo<br />

que quería. Me doy cuenta de que empieza a difumarse lo que dije en lo que<br />

debería haber dicho y que es imposible escindirlo. La memoria se derrumba<br />

tan fácil que apenas si puede decirse que es algo. No sé si cuenta con un material<br />

más sólido que la fantasía y ambas son hijas de la voluntad. De manera<br />

que entré en dudas y las dudas se montan unas en otras. Las dudas son en<br />

mí el polvo del tiempo. Otros, la mayoría probablemente, van aceptando con<br />

displicencia las capas de tierra en sus miradas sin saber que están aceptando<br />

que el pasado se cubra de capas geológicas como ocurre con las antiguas<br />

civilizaciones. En cambio, yo, quizá porque cuento con mucho tiempo, entro<br />

en dudas y, mono curioso, me agacho a observar lo que ocurrió y quedo<br />

bastante perplejo. ¡No se sabe lo que ocurrió! Camino para un lado y otro y<br />

nada mejora. No sé lo que entendió el abogado, ni siquiera sé exactamente<br />

lo que hice o dije. Supongo que él sabe que soy el asesino y sin embargo no<br />

se lo he confirmado y él, de algún modo, tampoco me pide esa confirmación. No<br />

la quiere evidentemente. Esa ínfima pizca que falta para la confirmación es<br />

el espacio que necesita para que su moral ponga allí un pie y se convierta<br />

también en punto de apoyo de mi defensa. Por estrecho que sea ese espacio<br />

sirve para apuntalar algo bastante pesado. ¡Los corpachos de las jirafas se<br />

sostienen en patas finas y en cascos relativamente estrechos! El jirafoide<br />

no pide mucho para llevar el cuello muy alto. Estoy satisfecho con él y a la<br />

vez, ligeramente, lo detesto. Se lo he comentado más de una vez a Maloy y él<br />

está de acuerdo conmigo. Tampoco lo aprecia. Llevé a Maloy a más de una<br />

reunión con el abogado. A Cachimbo no lo llevé nunca porque es demasiado<br />

inocente; en verdad, no es que se engañe con nadie, sólo que no se molesta<br />

en juzgar a los demás. A priori, están exentos de la condena e incluidos en<br />

la genérica bondad del mundo, sean lo que fueren. Nietzscheano avant la<br />

lettre se figura que en la economía del mundo nadie puede ser dañino. Antes<br />

piquito<br />

133


gustavo ferreyra<br />

134<br />

que ocurra algo siquiera ya perdona todo. Por esto es que Cachimbo, que<br />

ama tanto la vida, está como por fuera de ella. No participa de las batallas<br />

de la vida y casi no se molesta en conocerlas ya que, fueran las que fueran,<br />

tienen para él su profunda razón de ser en el marco más universal del sin<br />

sentido. Sabiendo esto Cachimbo no sabe nada más. Debería ser enseñado<br />

de los detalles, por ejemplo, de las razones que me llevan a mí a actuar así<br />

o asá pero es inútil porque no agregaría nada a lo que ya sabe. Claro que de<br />

lo que sabe no podría decir palabra. Maloy en cambio conoce por agregación<br />

y perfectamente podría ser maestro. Por esto lo llevé a varias reuniones con<br />

el abogado. Para que juzgue por su propia cuenta. Lo llevé entre mis ropas,<br />

oculto por una campera, la cabecita –cabezota en realidad si la comparamos<br />

con su propio cuerpecito– asomada apenas para que respire y escuche mejor.<br />

Maloy es hábil para asomar la cabeza y permanecer de todos modos oculto,<br />

mucho más que Cachimbo. Me asombro a veces de cómo se acomoda y logra<br />

sostenerse en circunstancias difíciles. Sabe acomodar su terquedad, cosa<br />

que debería serme enseñada porque mi terquedad se va acercando siempre<br />

al abismo del ridículo. No me queda más remedio entonces que retroceder.<br />

Maloy sabe ser terco. La última vez lo llevé en una pequeña mochila porque<br />

hacía calor y tuve que ir a ver al abogado sin campera. ¡Mi mochilita parvularia<br />

que exaspera a Josefina! “No puedo ser la mujer de un niñito”, me dice.<br />

Yo me aferro malamente a mi mochilita, el gesto gruñón y cachorriento, pero<br />

en general cedo. ¡Cedo porque al fin me encanta ceder! ¡Me encanta ceder<br />

como un niñito! Dejo mi mochilita enganchada en un silla para que quede a<br />

la vista. ¡Mirar la silla es ver la dignidad de mi carácter! Porque alguien tan<br />

firme en la indignidad termina, por ello mismo, siendo digno. Soy un párvulo<br />

digno y cuelgo la mochilita en la silla para que sepan los demás a qué atenerse.<br />

En fin. La última vez que tuve cita con el abogado llevé a Maloy en la<br />

mochilita y la colgué también en el respaldo de la silla, a mis espaldas. Abrí<br />

el cierre de la mochilita y saqué un poco la cabeza de Maloy. El abogado<br />

estaba sentado y creo que no vio nada; o tal vez no vio a Maloy e imaginó que<br />

maniobraba para poner en funcionamiento un grabador, porque levantó las<br />

cejas con algo de disgusto. O con bastante disgusto en realidad porque me<br />

asusté de su gesto, temí por mí y estuve a punto de decirle: “es solamente<br />

mi muñeco”. Si no lo dije fue porque él empezó a hablar y arrojó sobre el


tapete una terrible posibilidad. El jirafoide<br />

casi siempre empieza así, con las<br />

amenazas tremendas que penden sobre<br />

mí y luego se explaya sobre sus logros.<br />

Estos logros desde ya me benefician y<br />

no obstante me molestan en alguna medida<br />

porque son triunfos del jirafoide. En<br />

general, tengo poca tolerancia frente a<br />

los triunfos de los demás pero los del<br />

jirafoide me son más antipáticos todavía.<br />

Me transmite buenas noticias y yo<br />

me siento casi herido, al menos me disgusto<br />

en ese momento, cuando lo escucho<br />

hablar. Cuando se calla, la buena<br />

noticia empieza a filtrar sus bálsamos<br />

bienhechores. Cuando salgo de la oficina<br />

del abogado la buena noticia verdaderamente<br />

me invade y se escinde casi<br />

por completo del jirafoide; la atribuyo<br />

a mi proverbial buena suerte, a la buena<br />

suerte inherente a un piquito de oro.<br />

Es mi triunfo el que atraviesa al jirafoide como una flecha a la niebla. El predestinado.<br />

No podía ser de otra manera porque mis papacitos empollaron el<br />

huevo empavesados en una fe horrible. Empollaban y mantenían sus cogotes<br />

tan enhiestos que parecían astas de banderas. El pico hacia el cielo como<br />

verdaderos fascistas, de esos que ya no se encuentran. Soldados del huevo,<br />

del futuro de sus genes. Soldados del destino. Y el destino fue creciendo<br />

conmigo con cada división y cada diversificación de la cigota. El destino fue<br />

tomando mis formas hasta que se confundió completamente con mi cuerpo,<br />

hasta que fuimos uno solo. Por esto es que soy desde ese ayer y para siempre<br />

el predestinado. Y cuando el abogado habla de sus logros no puedo sino<br />

enojarme. Son exaltaciones del ánimo completamente piquitenses que no<br />

podrían comprender del todo los que carecen de destino. Al hablar el abogado<br />

aparece su acción y al callarse aparece mi fortuna. Cuando él habla<br />

piquito<br />

135


gustavo ferreyra<br />

emerge la espuma de los días, la espuma de la subjetividad que se forma con<br />

todo ese bla bla que llega constantemente a nuestros oídos. La espuma con la<br />

que se divierte nuestra tontería. Las palabras del abogado no son más el batido<br />

de esa espuma. Cuando cesa el bla bla, la espuma, carente de batido, va<br />

decreciendo, y si apagáramos la radio y la televisión y acalláramos las voces<br />

a nuestro alrededor la espuma casi desaparecería y entonces, amigo, entonces...<br />

No es bonito el esqueleto de la realidad para los que se han hecho ya a<br />

la espuma. No son bonitos los huesos, excepto para los predestinados. En el<br />

aire de los huesos, y no en el aire de la espuma, están mis hados.<br />

No es que no advierta los méritos del abogado. Debe ser un hombre meritorio.<br />

Josefina no me va a poner en manos de un pelele. Josefina... ¡está rendida<br />

a los hados del Piquito! ¡La inteligencia cacarea contra los hados hasta<br />

que desfallece y se rinde! La inteligencia se fatiga y los hados siguen cantando.<br />

Ululan y ululan. Claro que el abogado sabe sacar ventajas de todo, como<br />

cualquier buen abogado. Y como jirafoide cuenta con grandes ventajas. Su<br />

carencia de hombros, por ejemplo, constituye una ventaja muy apreciable.<br />

Probablemente sea su mayor ventaja. Al carecer de hombros disimula por<br />

completo la propia voluntad. En apariencia, lo que habla y escribe no está<br />

dictado por una fuerza volitiva, personal, sino por fuerzas que actúan a través<br />

de él. ¡El juez debe estar engañándose bellamente! De seguro, y sin que<br />

él lo advierta en lo más mínimo, estará viendo en el abogado un médium a<br />

través del cual fluye lo que existe sin su concurso. ¡El juez debe estar creyendo,<br />

en el fondo, que el abogado no inventa ni crea nada! El juez debe<br />

estar dejándose llevar, en última instancia, por los hados de Piquito.<br />

136


La vigilia de la aldea<br />

De identidades e inminencias<br />

Luis Vicente de Aguinaga<br />

Jorge Ortega, Guía de forasteros, Bonobos/Conaculta, Toluca, 2014, 121 p.<br />

Conviene preguntar y preguntarse de vez<br />

en cuando con qué suerte ha corrido el<br />

clasicismo poético en México. En su día,<br />

Jorge Cuesta dijo con buen estilo y mejores<br />

argumentos que la poesía europea<br />

se implantó en México en el más universal<br />

de sus avatares, el petrarquista, de<br />

modo que su desarrollo posterior obedeció<br />

a ese origen como se obedece a un<br />

condicionamiento estructural, no como se<br />

responde a un mero incidente. Universal,<br />

el modo petrarquista lo fue por sus aspiraciones,<br />

desde luego, pero también<br />

por su influencia. Petrarquistas fueron<br />

Ronsard, Garcilaso, Shakespeare y Sor<br />

Juana, cada cual a su modo. No lo han<br />

sido menos Pedro Salinas, Pablo Neruda,<br />

Rubén Bonifaz Nuño, Jaime Sabines<br />

y Javier Sicilia. Cuando se afirma<br />

que determinada poesía moderna tiende<br />

al clasicismo, lo cierto es que tiende<br />

al petrarquismo.<br />

No estoy hablando de tal o cual academicismo<br />

literario. Muchos, generalmente<br />

con malas intenciones, califican<br />

de académicos a los poetas que juzgan<br />

conservadores o incluso timoratos. Pero,<br />

a decir verdad, ¿cómo podrían existir<br />

poetas académicos en México si no se<br />

han mantenido –en caso de haber existido<br />

alguna vez– auténticas academias de<br />

poesía, escuelas que fomenten el aprendizaje<br />

de los estilos, temas y preceptos<br />

que pueden, en rigor, llamarse clásicos?<br />

Al menos en México, la nobleza del clasicismo<br />

es la del autodidactismo. En el<br />

siglo xx y lo que ha transcurrido del xxi,<br />

los petrarquistas lo han sido porque han<br />

decidido aprender a serlo, y lo que<br />

han aprendido lo han aprendido por sus<br />

propios medios. De las generaciones<br />

más recientes de poetas mexicanos, casos<br />

como los de Jorge Fernández Granados,<br />

Marcos Davison, Jorge Ortega y<br />

Hernán Bravo Varela ilustran, con las<br />

diferencias propias de cada caso, este<br />

fenómeno.<br />

No ignoro que Ortega, estilista de mag­<br />

137


nífica prosodia y brillante vocabulario,<br />

debe lidiar desde hace algunos años con<br />

su propia reputación de poeta barroco.<br />

Los lectores perezosos, poco habituados<br />

a escandir un verso, descifrar una figura<br />

o escuchar las resonancias de una sílaba<br />

tónica, etiquetan y caricaturizan<br />

con irresponsable facilidad. No faltan,<br />

así, quienes dan por sentado que todo<br />

cuanto escribe Ortega se ajusta, sin más,<br />

a un patrón de temas arcaizantes, frases<br />

conceptuosas y metros regulares. Lo cual<br />

es, por supuesto, falso, aunque significativo.<br />

Si entender la obra de un poeta<br />

es de por sí difícil, forzarse a leerla con<br />

los anteojos equivocados es condenarse<br />

a la incomprensión y el estereotipo. El<br />

propio autor, en su reciente y muy recomendable<br />

volumen de prosa crítica<br />

titulado El ancla y el arado, despeja<br />

ciertos equívocos a propósito de sus “inclinaciones<br />

de lector” y “lecturas formativas”:<br />

“Se ha dicho que mi poesía<br />

comporta algunos rasgos del llamado<br />

neobarroco, término tan vago como impreciso<br />

para designar las aportaciones<br />

que supuestamente ampara. Considerando<br />

que las poéticas están sujetas al proceso<br />

de mutación constante que implica<br />

la maduración humana del poeta, no me<br />

corresponde a mí aseverar dónde, o en<br />

qué ámbito estético o estilístico debo<br />

asentar mi proyecto de escritura. Es<br />

probable que la fama de mis inclinaciones<br />

de lector o de mis lecturas formativas<br />

haya emitido una falsa señal,<br />

ya que no solamente leo con gusto a<br />

quienes escriben como yo sino igualmente<br />

a quienes escriben desde las antípodas.”<br />

Los poemarios más recientes de Ortega<br />

me interesan particularmente. La<br />

serie formada por Estado del tiempo<br />

(2005), Devoción por la piedra (2011) y<br />

Guía de forasteros (2014) impresiona por<br />

su equilibrio, coherencia y hondura. Ortega,<br />

desde su primera juventud, ha sido<br />

un poeta de ambición clásica. En sus libros<br />

parecen cruzarse los caminos del retrato,<br />

el paisaje y la meditación introspectiva.<br />

Ortega es, en particular, un formidable<br />

retratista de paseantes y desconocidos.<br />

También es un viajero melancólico, ya<br />

que no triste, capaz de resumir un espacio<br />

en tres o cuatro líneas de tinta. Y al<br />

filo de sus poemas va dibujándose la figura<br />

de un solitario: la meditación, en<br />

Ortega, suele tener por tema la situación<br />

específica del sujeto, su lugar concreto<br />

en un mundo que va moviéndose bajo<br />

sus pies. Más que mirar, le importa observar<br />

(aunque se sabe llamado, más que<br />

a observar, a contemplar).<br />

Guía de forasteros es un libro extenso<br />

y sustancioso que supera con amplitud<br />

el centenar de páginas. El poema<br />

inicial es, de cierta forma, un prólogo y una<br />

poética. En él se describen las etapas del<br />

ascenso por un camino de montaña. La<br />

revelación del mar aguarda en lo alto.<br />

Pero, si se me permite decirlo así, el interés<br />

expresado en el poema radica en<br />

escalar, no en haber alcanzado la cima:<br />

“El poema se hace en el ascenso.” Una<br />

sintaxis digna de José Ángel Valente le<br />

hace decir a Ortega, en el último verso,<br />

138


que las pretensiones del poeta se desvanecen<br />

cuando escapa de sus manos “el<br />

resbaloso pez de las alturas”. Al mismo<br />

tiempo, ese “pez de las alturas” es afín<br />

a los “peces del aire altísimo” de José<br />

Gorostiza. Ortega no lo subraya, como<br />

es natural, pero en esa confluencia de<br />

dos maestros también radica una de las claves<br />

para entender sus poemas, concebidos<br />

como un espacio de confrontación<br />

y ajuste de referencias muy variadas.<br />

El poemario se organiza en seis apartados.<br />

El primero y el último contienen<br />

once poemas cada uno; los demás, diez.<br />

En la cantidad total de sesenta y dos<br />

poemas cabe sospechar una razón oculta:<br />

cada poema representa un minuto de<br />

la hora, cuando no un segundo del minuto,<br />

a excepción del primero y el último,<br />

que son el alfa y el omega, el instante<br />

del principio y el instante de la conclusión,<br />

ajenos al tiempo uno y el otro. El<br />

último poema del volumen, elocuentemente,<br />

se titula “Final del trayecto”.<br />

A mi juicio, lo anterior cobra toda su<br />

importancia cuando se advierte que dos<br />

temas predominan en Guía de forasteros:<br />

la inminencia y el cuestionamiento<br />

a propósito de la identidad personal.<br />

Ambas preocupaciones, por añadidura,<br />

se despliegan sobre un fondo de viajes y<br />

mudanzas. “Algo inaudito está por suceder,<br />

/ pero puede que no nos enteremos”,<br />

dice Ortega. En otro poema escribe:<br />

“Algo sucede mientras las apariencias<br />

se confían al curso de la lógica.” Y en<br />

otro, aún: “Algo quiere ser dicho.” Y<br />

en otro:<br />

Detrás del cerco abstracto de la noche,<br />

al margen de su cúpula gaseosa<br />

o más allá de aquellas fragosas latitudes en<br />

que se carbonizan los horarios<br />

brilla el lomo desnudo<br />

de un lugar imposible.<br />

Quiero decir con lo anterior que los<br />

temas principales del poemario se intensifican<br />

por obra del minutero que<br />

avanza figuradamente conforme se recorren<br />

las páginas. Ortega observa la<br />

naturaleza, recorre ciudades o carreteras<br />

distantes en indaga en los gestos de<br />

los desconocidos, y al hacerlo intuye que<br />

algo está pasando sin que lo sepamos<br />

y que algo más está por ocurrir. Oye<br />

silbar “un aire que está casi a punto /<br />

de contar un secreto” y adivina en las<br />

cosas “un sobresalto que ni quién perciba”.<br />

El poeta no siempre identifica el<br />

objetivo de sus búsquedas, pero cuando<br />

las presiente no duda en expresarlas<br />

como una carencia:<br />

Lo que no se ve.<br />

Lo que le falta a la Tierra<br />

para ser redonda.<br />

Eso que falta en el mundo –insinúa<br />

Ortega– es la identidad misma del poeta.<br />

Si no fuera temerario hablar de personajes<br />

en un libro de poemas, diría que<br />

un personaje va tomando forma en Guía<br />

de forasteros a fuerza de vagabundeos.<br />

Es un personaje que tiene, pues, los<br />

rasgos de un flâneur, de un caminante<br />

sin prisa, sin itinerario ni obligaciones<br />

aparentes. Aunque, por una parte, se<br />

juzgue apropiado etiquetarlo como un<br />

139


heredero (cuando no un prófugo) del<br />

Siglo de Oro, lo cierto es que Ortega es<br />

también un paseante meditativo y hedónico,<br />

un melancólico que se pierde<br />

por montes y senderos como Baudelaire<br />

se perdía por barrios, callejones y plazuelas.<br />

En última instancia, las divagaciones<br />

y paseos de Ortega por llanos,<br />

carreteras, playas y ciudades conducen<br />

a diferentes respuestas para una misma<br />

pregunta: ¿quién soy cuando estoy en<br />

otra parte?<br />

Abundan versos y estrofas en Guía<br />

de forasteros que servirían para ilustrar<br />

el clasicismo de su autor. Me limitaré<br />

a dar un solo ejemplo. En el poema<br />

“Escalera del agua”, casi al final, puede<br />

leerse: “Bajemos más despacio / a nuestra<br />

tumba.” Es fácil advertir que ambos<br />

versos constituyen un solo endecasílabo:<br />

“Bajemos más despacio a nuestra<br />

tumba.” No se trata, por lo demás, de<br />

un endecasílabo cualquiera, sino del<br />

verso 175 del Cántico espiritual de san<br />

Juan de la Cruz, aquí recreado con tonos<br />

epicúreos. El poeta se apoya en san<br />

Juan para decir, poco más, poco menos,<br />

que no tiene prisa de morir: bien puede<br />

la tumba esperar un poco más.<br />

Recurro de nuevo a la prosa crítica<br />

de Ortega: “El meollo del poema lírico<br />

acabó de madurar en el Romanticismo,<br />

estadio por el cual la subjetividad termina<br />

de gestionar su carta de nacionalidad<br />

en la conciencia artística de Occidente.”<br />

Si el flâneur al que me referí líneas<br />

arriba es eminentemente romántico, y si la<br />

extrapolación es la estrategia predilecta del<br />

Romanticismo, no habrá nada de malo en<br />

que yo extrapole la idea de Ortega para<br />

sostener que la subjetividad, en el caso<br />

particular de Guía de forasteros, parece<br />

adecuarse a un periplo vital que pasa<br />

por Cataluña, Venecia, Madrid y los desiertos<br />

de Norteamérica, pero que va en<br />

el fondo de fray Luis de León a García<br />

Lorca, de Roberto Juarroz a José Emilio<br />

Pacheco, de los poetas españoles llamados<br />

“culturalistas” (pienso en Gimferrer,<br />

Talens, Núñez, Carnero, Sánchez<br />

Robayna, Siles) a David Huerta. Como<br />

buen romántico, a decir verdad, Ortega<br />

entiende la identidad como una duplicidad.<br />

Cuando habla de subjetividad,<br />

sin duda se la plantea en los términos<br />

de Antonio Machado y Octavio Paz:<br />

Asomado a la calle doy conmigo<br />

pintado en la ventana.<br />

Cuál de los dos se observa, quién examina a<br />

quién,<br />

cuál es el relativo verdadero, cuál el ficticio<br />

a medias,<br />

qué lo ha traído aquí, qué tanto hurga<br />

en el andén de la premura ajena.<br />

Como suele pasar cuando se habla<br />

de poesía, llego al final del recorrido<br />

con la sospecha de haber dicho demasiado.<br />

Es probable que Guía de forasteros<br />

quepa, después de todo, en un solo<br />

verso, en un endecasílabo particularmente<br />

sonoro, con peculiares acentos<br />

en la quinta y séptima sílabas: “Voy por<br />

la intemperie tocando puertas.” En ese<br />

verso hay lugar para la identidad, para<br />

el viaje y para la tradición poética. Y lo<br />

140


hay también para la inminencia, para<br />

esa puerta, la indicada, la que se abrirá<br />

de un momento a otro.<br />

Cauces seguros hacia Paz<br />

Alejandro Silva Solís<br />

Anthony Stanton, El río reflexivo. Poesía y<br />

ensayo en Octavio Paz (1931-1958), fce/El<br />

Colegio de México, México, 2015, 528 p.<br />

En el piso del puente peatonal que une<br />

calzada de Tlalpan con metro Nativitas,<br />

vi a la venta el libro Nazaret. Pasé de<br />

largo y, mientras bajaba las escaleras<br />

para salir, me percaté de que se acercaba<br />

Navidad y de que el muchacho que<br />

atendía el puesto improvisado había decidido<br />

llevar ese libro porque la combinación<br />

de título y época aumentaba sus<br />

probabilidades de venderlo. Nada más<br />

alejado de un libro de temporada que<br />

El río reflexivo. Poesía y ensayo en Octavio<br />

Paz (1931-1958), de Anthony Stanton,<br />

el cual no se publicó durante los<br />

festejos del centenario de Octavio Paz,<br />

sino un año después, a fin de que sus<br />

páginas recibieran el cuidado necesario<br />

y de que vieran la luz lejos del aire<br />

enrarecido que se origina en las conmemoraciones<br />

a los escritores.<br />

El río reflexivo es una revisión y ampliación<br />

de los diversos artículos y libros<br />

que el crítico ha escrito sobre Paz a<br />

lo largo de, al menos, veinticinco años.<br />

Se estructura al concebir la sucesión de<br />

libros de Paz como un río reflexivo; es<br />

decir, como una fuente creativa que fluye<br />

sin interrupción pero que, al mismo<br />

tiempo, se detiene a reflexionar en su<br />

discurrir para orientarlo. Está organizado<br />

en tres partes: Las fuentes del manantial<br />

(1931-1943); Crecida (1943-1951);<br />

y Desembocadura (1952-1958). Cada una<br />

tiene dos secciones, una que se dedica<br />

a los ensayos y otra que se ocupa de la<br />

poesía. Las secciones se vinculan entre<br />

sí –de modo que los ensayos sirven<br />

para comprender la poesía y viceversa–<br />

pero no de manera mecánica sino<br />

mostrando su “intercomunicación, [sus]<br />

influencias recíprocas, desfases, coincidencias<br />

y contradicciones”.<br />

El río reflexivo consta, además, de un<br />

sumario (índice que consigna solamente<br />

las secciones mayores); las explicación<br />

de las siglas empleadas; una introducción;<br />

la bibliografía citada; el índice<br />

onomástico y el índice general (donde<br />

se indican los subtítulos de cada sección).<br />

Este aparato paratextual ayuda al<br />

lector a encontrar con rapidez un tema<br />

o nombre mencionados en el libro y a<br />

conocer la fuente en que se sustentan<br />

sus afirmaciones. Debido a la importancia<br />

de la armazón paratextual en El río<br />

reflexivo, es relevante afirmar que la bibliografía<br />

citada tiene veintidós páginas<br />

de fuentes que satisfacen al lector<br />

interesado en encontrar trabajos serios<br />

sobre la obra del poeta de Mixcoac). El<br />

cuidado editorial con que se elaboró El<br />

río reflexivo se nota: en 526 páginas en­<br />

141


contré menos de cinco erratas. Incluso<br />

la fotografía de portada está bien elegida,<br />

pues refuerza la poética paciana. Es un<br />

óleo de Juan Soriano –con azules, rojos,<br />

verdes, blancos, rosas y anaranjados en<br />

combate–, cuyo título, Batalla de amor,<br />

nos recuerda la pasión que Paz imprimió<br />

a la mayoría de sus <strong>escritos</strong>.<br />

Basta hojear el libro mirando los márgenes<br />

de la falda, donde se localizan las<br />

notas a pie de página, para percatarse<br />

del trabajo de investigación que sustenta<br />

a El río reflexivo. No en balde Stanton<br />

tiene más de cuarenta años leyendo<br />

a Paz. Gracias a este trabajo que lo respalda,<br />

Stanton puede emitir su opinión<br />

sobre los libros que cita, sea para coincidir<br />

o disentir con ellos. Y Stanton resulta<br />

más divertido cuando expresa su<br />

desacuerdo. Citaré un ejemplo en que<br />

Stanton califica negativamente a otro libro:<br />

se da a raíz del ritmo de Piedra de<br />

Sol. En esta crítica, Stanton diverge de<br />

la opinión de José Reyes González Flores,<br />

en “El encantamiento de lo bello en<br />

Piedra de Sol”, para quien el poema es<br />

silencioso. Aquí las palabras de Stanton:<br />

“Un oído atento puede captar sin<br />

dificultad la enorme riqueza rítmica del<br />

poema y los distintos tipos de movimiento<br />

presentes en el mismo. Por eso<br />

resulta desconcertante (por no decir<br />

más) que alguien pueda opinar en 2010<br />

que Piedra de Sol ‘es un poema estático,<br />

inmóvil, lleno de silencio, mudo de<br />

la mudez estilística de Paz’.” No dilucidaré<br />

aquí si José Reyes tiene razón,<br />

pero diré, por un lado, que José Reyes<br />

no es el único que critica la seductora<br />

monotonía sonora del poema (también<br />

el poeta Óscar de Pablo la menciona)<br />

y, por otro, que el cuidado editorial del<br />

libro en que aparece el ensayo de José<br />

Reyes, Versus: otras miradas a Octavio<br />

Paz, es lamentable, entre otros graves<br />

descuidos está el que la información de<br />

los márgenes de cabeza no cambia con<br />

cada artículo, sino que presenta siempre<br />

el nombre del antologador y el título<br />

del libro.<br />

En lo que sigue me referiré a análisis<br />

de poemas o ensayos particulares que<br />

elabora Stanton en El río reflexivo, a fin<br />

de fundamentar mis opiniones. Piedra<br />

de Sol es uno de los poemas pacianos<br />

más cercanos a Stanton. El estudio que<br />

hace de Piedra de Sol es provechoso<br />

porque incluye datos poco conocidos,<br />

como el posible origen del título en un<br />

libro del poeta peruano César Moro:<br />

Pierre des soleils, o en estos versos de<br />

Vicente Aleixandre: “Piedra de sol inmensa:<br />

entero mundo,/y el ruiseñor tan<br />

débil que en su borde lo hechiza.” O<br />

la fecha exacta en que Paz terminó el<br />

poema: el 3 de junio de 1957, la cual<br />

Stanton observó en un manuscrito de<br />

Paz localizado en el Archivo Histórico<br />

del Fondo de Cultura Económica, cuya<br />

imagen aparece en la página 471 de El<br />

río reflexivo.<br />

En su lectura de Piedra de Sol Stanton<br />

se deja llevar por la emoción. Prueba<br />

de ello son las quince frases del poema<br />

que cita como ejemplo de versos que<br />

tienen el poder de permanecer en la<br />

142


memoria del lector. Con todo, Stanton no<br />

abandona su racionalidad y complementa<br />

las citas con esta reflexión acerca de Piedra<br />

de Sol como poema largo: “Lo importante<br />

es señalar que el desarrollo y el ensanchamiento<br />

coexisten con estas imágenes<br />

instantáneas de gran capacidad sintética.<br />

Hay un efecto contrapuntístico de reforzamiento<br />

mutuo entre la extensión narrativa<br />

y la intensidad aforística, entre<br />

el cuento y el canto.”<br />

El estilo de Stanton adolece de una<br />

característica propia del ensayo académico:<br />

señalar la novedad de la propia<br />

investigación afirmando que otros estudiosos<br />

no se han percatado de ese detalle.<br />

En este tenor, Stanton escribe: “Los<br />

críticos que hablan del orientalismo de<br />

Paz suelen referirse exclusivamente<br />

al periodo que comienza en 1962, año en<br />

que el poeta comienza una larga estadía<br />

en India como embajador de México,<br />

periodo que termina abruptamente con<br />

la renuncia por los sucesos del 2 de octubre.”<br />

Y luego dice que el primer periodo<br />

de Paz en India, que va de fines de<br />

1951 a principios de 1952, ha sido re legado<br />

de la atención crítica. Falla que, por su<br />

puesto, Stanton no comete: “La primera<br />

reacción [de Octavio Paz] ante India<br />

es más compleja y más negativa que la<br />

que tendrá el poeta en la década de 1960<br />

y por eso mismo merece estudiarse con<br />

detenimiento.” Estudio cuidadoso que<br />

Stanton lleva a cabo en su análisis de<br />

“Mutra” (poema de La estación violenta,<br />

el cual fue terminado en Delhi, en<br />

1952). Sin embargo, la contundencia de<br />

dicha afirmación se debilita porque Stanton<br />

no especifica los nombres de aquellos<br />

críticos que sólo hablan del orientalismo<br />

más conocido de Paz; así, más que informar<br />

al lector, el objetivo de dicha<br />

afirmación es sustentar su propia investigación.<br />

Pero esta “falla” se nos olvida gracias<br />

a párrafos como éste, en el que Stanton<br />

condensa la forma en que Paz percibe<br />

y transmite su primera experiencia de<br />

Oriente. En ese párrafo Stanton afirma<br />

que, en su primer encuentro con Oriente,<br />

Paz es: “Una conciencia asediada<br />

[que] registra una realidad desconocida,<br />

desbordante e incomprensible, y no<br />

vislumbra más que el mareo creciente<br />

provocado por el calor y también por lo<br />

sagrado, presente como un absoluto ahistórico<br />

que se multiplica infinitamente<br />

en la religiosidad de India, sobre todo en<br />

los avatares de los dioses.” Y Stanton<br />

nos atrapa de nuevo con este párrafo<br />

porque lo acompaña de una nota a pie<br />

en la que muestra el uso recurrente del<br />

versículo, por parte de Paz, para describir<br />

la caótica experiencia de India,<br />

en “Mutra” y en otros momentos de su<br />

producción literaria: “Lo llamativo es<br />

que el versículo irrumpe en la prosa de<br />

Vislumbres de la India como el único<br />

vehículo para rendir esa ‘realidad insólita’.”<br />

Uso del versículo que llega al<br />

paroxismo en algunos fragmentos de El<br />

mono gramático, poema y ensayo casi<br />

novela, que Paz publicó en español, en<br />

1972.<br />

Disiento de quien piense que El río<br />

143


eflexivo es elitista porque estudia las<br />

primeras ediciones de Paz. Por el contrario,<br />

me parece generoso que Stanton<br />

comparta ediciones poco conocidas de<br />

algunas obras pacianas, mismas que se<br />

pueden consultar en bibliotecas bien<br />

nutridas. En cambio, elitista podría ser<br />

otra nota del libro, originada también<br />

en el afán de Stanton por compartir al<br />

lector su experiencia en el estudio de<br />

la obra paciana. Estoy pensando en el<br />

hecho de que Stanton haya ido a la India<br />

y haya tenido en mente el poema<br />

“Mutra” al visitar el santuario de Mathura.<br />

Este viaje a la India es más excluyente<br />

(así como el que Stanton haya<br />

podido consultar cartas de Paz, aún<br />

inéditas) que el centrarse en las primeras<br />

ediciones, ya que es más fácil para<br />

un lector de bajos ingresos conocer las<br />

primeras ediciones de las obras de Paz<br />

que emprender un viaje al continente<br />

asiático o a las universidades del extranjero<br />

que resguardan las cartas de<br />

Paz. No obstante, dichos comentarios<br />

dejan de verse elitistas si cotejamos la<br />

interpretación de Stanton con el poema<br />

o ensayo, en este caso “Mutra”, y nos<br />

damos cuenta de que, en realidad, El<br />

río reflexivo nos aclara el texto paciano,<br />

nos lo acerca.<br />

Stanton también desliza su visión del<br />

análisis textual, al tiempo que avanza en<br />

su estudio de los poemas y ensayos de<br />

Paz. Tengo sus consejos como herramientas<br />

útiles para el oficio crítico, las cuales<br />

pueden usarse al trabajar en las obras.<br />

Entre estas visiones está la siguiente:<br />

“El texto sólo es comprensible cuando<br />

se lee en sus contextos”, que redacta a<br />

propósito de “Himno entre ruinas”, y<br />

de la importancia que Paz daba a sus<br />

libros, no como meras recopilaciones de<br />

poemas sino como obras únicas, estructuras<br />

en las que cada poema se relaciona<br />

con los demás para dotar al libro de<br />

un mensaje específico.<br />

Y en el contexto de los libros de Paz,<br />

el comentario de Stanton es cierto, puesto<br />

que sitúa “Himno entre ruinas” en<br />

los distintos libros en que ha aparecido<br />

(Libertad bajo palabra, en sus distintas<br />

ediciones, y La estación violenta), y<br />

descubre las relaciones que establece<br />

con los diversos poemas de esos libros.<br />

Por ejemplo: “Si en 1949 ‘Himno entre<br />

ruinas’ representaba la culminación de<br />

una obra [en la primera edición de Libertad<br />

bajo palabra], en 1958 [ya en La<br />

estación violenta] sólo puede tener la<br />

función contraria de punto de partida[.<br />

Este poema] se transforma de nuevo dos<br />

años después, cuando se publica la nueva<br />

edición de Libertad bajo palabra [libro<br />

en el que dialoga con otros poemas,<br />

como ‘Himno futuro’ y ‘Semillas para<br />

un himno’].”<br />

Stanton señala algunas debilidades en<br />

El arco y la lira, lo que nos demuestra que<br />

el académico que conoció personalmente<br />

a Paz y que cita sus palabras (“a mí me<br />

dijo en dos ocasiones que las primeras<br />

imágenes del poema [Piedra de Sol]<br />

habían brotado ‘a comienzos de 1957’”)<br />

ve sin prejuicios la obra de Paz, con<br />

la cual dialoga, señalando sus aciertos<br />

144


y contradicciones. Por ejemplo, indica<br />

la incongruencia presente en El arco y<br />

la lira entre una visión fenomenológica<br />

de la poesía, visión antihistórica, y una<br />

perspectiva existencialista, que es histórica:<br />

“Sin embargo, no estamos ante<br />

un análisis fenomenológico en un sentido<br />

riguroso. La fenomenología es una<br />

sola de las doctrinas presentes en El<br />

arco y la lira. De hecho, uno de los problemas<br />

que la crítica no suele enfrentar<br />

[de nuevo el ademán descalificador] es el<br />

de la naturaleza de esta síntesis ecléctica<br />

efectuada entre discursos y doctrinas<br />

acaso inconciliables entre sí, como<br />

lo son, por ejemplo, la fenomenología<br />

esencialista de Husserl (que carece de<br />

una noción de historicidad) y el existencialismo<br />

hermenéutico de Heidegger<br />

(para quien el ser es inseparable de<br />

la temporalidad y la historia).”<br />

Ahora bien, cabe señalar que Stanton<br />

es cauto al criticar la obra de Paz<br />

porque le cuesta trabajo hacerlo. Así,<br />

en otra de las críticas que Stanton formula<br />

a Paz, cuando nos muestra los yerros<br />

de “Poesía de soledad y poesía de comunión”,<br />

uno de los primeros ensayos<br />

del poeta. El estudioso escribe que ni<br />

san Juan de la Cruz estaba tan integrado<br />

a la comunidad ni la poesía de Quevedo<br />

puede reducirse a una de angustia<br />

existencial como el mexicano escribió.<br />

Sin embargo, luego de esta pertinente<br />

aclaración, Stanton matiza su ataque:<br />

“Mis críticas se refieren, por supuesto, a<br />

la objetividad histórica del cuadro presentado,<br />

objetividad nunca pretendida<br />

por el autor.” Discrepo con este retroceso,<br />

primero, porque ¿cómo puede saber<br />

Stanton lo que Paz pretendía?, y,<br />

segundo, porque no creo que Paz haya<br />

querido fundar su poética en una interpretación<br />

equivocada de la historia<br />

literaria. Esto es, si Paz hubiera sabido<br />

que su visión de la poesía de Quevedo<br />

y san Juan de la Cruz era errónea, ¿la habría<br />

utilizado como las zapatas sobre las<br />

cuales construiría su poética? No lo creo.<br />

Pienso, en cambio, que Paz confiaba en<br />

la veracidad de su cuadro histórico y<br />

que por esto lo usó como cimiento de<br />

su poética.<br />

En El río reflexivo Stanton evidencia<br />

que la escritura de El laberinto de<br />

la soledad se inscribe en un contexto<br />

ideológico que concebía el estudio de<br />

las culturas primitivas, incluyendo a las<br />

mesoamericanas, como fuente de renovación<br />

artística y teórica para Europa;<br />

pensamiento del que Paz formó parte,<br />

pues estaba en París en esos años (finales<br />

de los cuarenta) y fue parte, tardía,<br />

del surrealismo: “Estas lecturas transculturales<br />

(América vista por ojos europeos<br />

–incluso los ojos europeos de<br />

latinoamericanos residentes en París–<br />

como fuente de regeneración utópica<br />

para la decadente Europa) agregaron<br />

dimensiones de complejidad en el caso<br />

de El laberinto de la soledad, un libro<br />

sobre México, escrito en París, por un<br />

mexicano que formaba parte del grupo<br />

surrealista.” A esto hay que sumar que<br />

Stanton relaciona El arco y la lira con<br />

El laberinto de la soledad, pues afirma<br />

145


que la poética expresada en ambos es la<br />

anarquista: “Así, su interpretación de<br />

la Revolución mexicana en El laberinto<br />

anticipa su teoría poética en El arco y<br />

la lira. En ambas, la clave de la autenticidad<br />

es la revelación de la otredad<br />

constitutiva de uno. Pero esta revelación<br />

difícilmente puede prolongarse o convertirse<br />

en sistema. (…) En este sentido, la<br />

única teoría política compatible con un<br />

libro como El arco y la lira o con la lectura<br />

de la Revolución mexicana en El laberinto<br />

parecería ser el anarquismo puro.”<br />

Aseveración sujeta a críticas, a causa del<br />

liberalismo que Paz asumió al final de su<br />

vida. Reproche al que Stanton responde<br />

afirmando que nunca se extinguió en Paz<br />

la chispa de la rebeldía: “El liberalismo<br />

que Paz asumió como intelectual en las<br />

últimas décadas de su vida nunca pudo<br />

eliminar –afortunadamente– ese fondo<br />

rebelde, inconforme, disidente y utópico<br />

del poeta que seguía soñando con un<br />

mundo modelado en el deseo.” Afirmación<br />

aún más susceptible de objeciones.<br />

Uno de los aciertos de El río reflexivo<br />

es el que Stanton muestra los nexos<br />

que Paz establece entre sus libros con<br />

el propósito de ir construyendo la imagen<br />

de su evolución poética. Para esto,<br />

Paz retoma poemas de un libro a otro y, a<br />

veces, replica la estructura de uno en el<br />

otro. Cito in extenso una de los varios casos<br />

que Stanton nos presenta: “Vale la<br />

pena comparar las estructuras de estos<br />

libros (A la orilla del mundo de 1942 y<br />

Libertad bajo palabra de 1949). Ambos<br />

abren con una especie de poema-prólogo<br />

que es un arte poética. Cada uno tiene<br />

cinco grandes secciones, la última de<br />

las cuales (en la primera recopilación)<br />

tiene el mismo título que el libro. Este<br />

mismo nombre (‘A la orilla del mundo’)<br />

se retoma como título de la primera sección<br />

del libro de 1949, aunque el contenido<br />

es distinto. Cada uno de los dos libros se<br />

cierra con un poema fuerte, ambicioso,<br />

que es reflejo y desarrollo del poema<br />

inicial, al mismo tiempo que respuesta,<br />

creando de esta manera una estructura<br />

cíclica total. Es decir: la relación entre<br />

‘Palabra’ y ‘La poesía’ (en A la orilla del<br />

mundo) es análoga a la que existe entre<br />

‘La poesía’ e ‘Himno entre ruinas’ (en<br />

Libertada bajo palabra). Es importante<br />

señalar que el poema que cierra la recopilación<br />

de 1942 (‘La poesía’) es el mismo<br />

que abre la de 1949, dando a entender que<br />

ésta es continuación y superación de<br />

aquélla.”<br />

Anoté antes que Stanton demerita<br />

el trabajo de otros críticos para resaltar<br />

el suyo y debo matizar esta opinión,<br />

porque también recomienda estudios valiosos<br />

y poco conocidos. Para ejemplificar,<br />

citaré dos notas a pie, útiles para<br />

el interesado en profundizar en temas<br />

particulares de la obra paciana: “Para un<br />

estudio de los elementos románticos del<br />

temprano pensamiento de Paz” Stanton<br />

remite al lector al libro Octavio Paz,<br />

1931-1943: génesis de una poética romántica,<br />

de Adriana de Teresa Ochoa; y<br />

para conocer “otro análisis del poema<br />

[‘El prisionero’] que ahonda en las diferencias<br />

entre la lectura bretoniana de<br />

146


Sade y la de Paz, se puede” consultar<br />

el ensayo “Paz, Breton, Sade: en torno a<br />

la interpretación del poema ‘El prisionero’”,<br />

de Mónica Quijano, recopilado<br />

en La palabra entre el águila y el sol: el<br />

surrealismo y la obra de Octavio Paz.<br />

Hay que agregar que, aparte de ser ensayos<br />

sustanciales, estas sugerencias<br />

son recientes, lo que nos permite ver<br />

que en El río reflexivo se incorporó la<br />

bibliografía secundaria más actual.<br />

He escrito que Anthony Stanton es<br />

uno de los mejores estudiosos de la obra<br />

de Paz, y que en las notas de El río reflexivo<br />

nos brinda varios cauces de investigación,<br />

que Stanton ha recorrido<br />

en los años que lleva dedicándose al<br />

análisis de la obra paciana. Estas indicaciones<br />

de caminos posibles, como<br />

las que dan los controladores de vuelo<br />

en los aeropuertos internacionales a los<br />

pilotos, permitirán a los investigadores<br />

conocer hacia dónde dirigirse para volar<br />

con la seguridad de aterrizar en los<br />

lugares exactos de acuerdo a sus intereses.<br />

El río reflexivo es ya una obra de<br />

consulta necesaria para el interesado en<br />

la obra del primer Paz, debido al alcance<br />

de su investigación y a la perspicacia<br />

de sus interpretaciones. Digamos,<br />

finalmente, que si bien puede ser pesado<br />

leerlo de continuo, a causa de la<br />

seriedad de su estilo, quien se atreva a<br />

navegar este río no estará exento de placeres<br />

situados no ya en la exuberancia<br />

de la prosa, sino en la nitidez de una<br />

argumentación que nos lleva a buen<br />

puerto sin estorbos.<br />

Obligado a inventar<br />

Fernando Montenegro<br />

Emmanuel Carrère, El Reino, Anagrama,<br />

España, 2015, 520 p.<br />

Los hombres están hechos de tal modo<br />

que quieren el bien de sus amigos y el<br />

mal para sus enemigos. Que prefieren<br />

ser fuertes que débiles, ricos que pobres,<br />

grandes que pequeños, dominantes<br />

que dominados. Es así, es normal,<br />

nadie ha dicho que está mal. La sabiduría<br />

griega no lo dice, la piedad<br />

judía tampoco. Ahora bien, hay unos<br />

hombres que no sólo dicen, sino que<br />

hacen exactamente lo contrario. Al<br />

principio no se los comprende, no se<br />

ve la ventaja de esta extravagante<br />

inversión de los valores. Y después<br />

empiezan a comprenderlos. Se empieza<br />

a ver la ventaja, es decir, la alegría, la<br />

fuerza, la intensidad vital que extraen<br />

de esa conducta en apariencia aberrante.<br />

Y entonces ya sólo queda el<br />

deseo de hacer lo mismo que ellos.<br />

Emmanuel Carrère, El Reino<br />

Hacia el final de la primera temporada<br />

de True detective, una serie que Carrère<br />

debió haber consumido con cierto fervor,<br />

aunque también con el ceño fruncido,<br />

desaprobándola por momentos –por<br />

momentos es, ciertamente, cursi, superficial,<br />

efectista–, los protagonistas tienen<br />

una conversación acerca de la batalla más<br />

importante e inmemorial del universo:<br />

aquella que disputan la luz y la oscuridad.<br />

147


Es la última escena de la temporada,<br />

el último diálogo entre los dos detectives<br />

protagonistas, bajo un cielo tan<br />

estrellado, que pesa sobre sus almas.<br />

Allí uno de ellos sentencia: “me parece<br />

saber quien está ganando”.<br />

Carrère, como se conoce, es también<br />

guionista de televisión y comienza su<br />

última novela, El Reino, precisamente<br />

haciendo referencia a uno de sus trabajos.<br />

Se trata de la serie francesa The<br />

revenants, en la cual participaba como<br />

guionista principal (aunque también nos<br />

cuenta que renunció pronto a ese proyecto).<br />

Como su nombre lo deja entrever, se<br />

trataba de una serie sobre muertos que<br />

regresan. Muertos vivientes, si se quiere,<br />

pero no zombis. Muertos que regresan<br />

físicamente a la vida, reconstituidos a la<br />

perfección. Es decir, regresan no como<br />

fantasmas ni como monstruos, sino como<br />

eran en vida.<br />

Recuerdo una novela de Javier Marías<br />

que trabaja sobre esta cuestión. Sobre la<br />

inconveniencia de ese posible retorno,<br />

incluso cuando fuera deseado por los<br />

dolientes que deja atrás el difunto. En el<br />

caso de The revenants, como lo explica<br />

Carrère, se retorna rápidamente al personaje<br />

reviniente por excelencia: Jesús<br />

de Nazaret.<br />

Esta serie de televisión es el punto<br />

de partida de la novela. Y no es accidental.<br />

Hay algo en esta novela que se<br />

parece a una serie producida por Netflix<br />

o hbo. En realidad, se parece más<br />

a su trastienda, al making off, pues el<br />

autor nos da acceso a su archivo, incluso<br />

al estudio donde, en parte, escribe<br />

este expediente.<br />

La pregunta sobre cómo es posible<br />

que un acontecimiento como la resurrección<br />

(cierta o falsa) de un judío rebelde<br />

puede tener tal grado de influencia en las<br />

personas, dos mil años después de haberse<br />

suscitado, ocupa el centro de la obra.<br />

Para intentar contestarla, Carrère va a<br />

recurrir a una infinidad de elementos<br />

entre los que se encuentran los Evangelios,<br />

decenas de referencias eruditas<br />

–me refiero a estudios especializados<br />

sobre la época– y a su propia experiencia<br />

como cristiano, de la que mantiene<br />

unos diarios.<br />

La primera parte de la novela, que se<br />

instala en París entre 1990 y 1993, se ocupa<br />

del periodo cristiano del narrador (Carrère<br />

mismo). Allí se nos hace saber de<br />

su fuerte formación dentro del catolicismo<br />

y de un personaje curioso, Jacqueline,<br />

su madrina, una culta y devota<br />

cristiana que lo incita a explorar con<br />

profundidad los Evangelios. El narrador,<br />

resuelto a cultivar su espiritualidad,<br />

lee obsesivamente (debería decir<br />

con fe) aquellos textos, aunque en especial<br />

el Evangelio de Juan. Su lectura<br />

es tan minuciosa que consigue llenar<br />

decenas de cuadernos con apuntes diversos,<br />

reflexiones y, sobre todo, citas<br />

del Evangelio.<br />

Nos propone, entonces, una lección<br />

de lectura: “Ejercicio de atención, de paciencia<br />

y de humildad. Sobre todo de humildad.<br />

Porque si se admite, como yo<br />

admití aquel otoño, que el Evangelio no<br />

148


sólo es un texto fascinante desde el punto<br />

de vista histórico, literario y filosófico,<br />

sino la palabra de Dios, entonces<br />

hay que admitir que nada en él es accesorio<br />

o fortuito. Que el fragmento de<br />

versículo de apariencia más trivial esconde<br />

más riquezas que Homero, Shakespeare<br />

y Proust juntos. Si Juan nos<br />

dice, pongamos, que Jesús se trasladó<br />

de Nazaret a Cafarnaúm, es mucho más<br />

que una simple información anecdótica:<br />

es un viático precioso en el combate que<br />

es la vida del alma. Aunque sólo quedase<br />

del Evangelio este modesto versículo,<br />

la vida entera de un cristiano no<br />

bastaría para agotarlo.”<br />

Lo que está en juego en esta lectura<br />

es la fe. Pero la fe no como sinónimo<br />

de creencia ciega, sino, si me permiten,<br />

como ejercicio hermenéutico ¿En<br />

qué sentido?<br />

La hermenéutica filosófica, aquella<br />

postulada por Heidegger y Gadamer,<br />

buscaba que la tradición –la literatura<br />

clásica, nuestro pasado–, nos interpele.<br />

Gadamer piensa que la verdadera sabiduría<br />

radica en dejarse hablar por el<br />

pasado. Sin embargo, las tradiciones que le<br />

siguieron, como la estética de la recepción,<br />

intercambiaron el orden de importancia<br />

de ese diálogo, dándole un lugar<br />

dominante al lector, que va por el texto,<br />

imponiéndole los sentidos propios de su<br />

tiempo (sus prejuicios, diría Gadamer).<br />

Esto es en cierta medida inevitable,<br />

es cierto, pero también supone un riesgo:<br />

que durante la experiencia de lectura no<br />

podamos ver más allá de nuestras propias<br />

narices. Lo que parece proponer Carrère,<br />

en contraste, es que el acercamiento a un<br />

fenómeno tan complejo como la cristiandad<br />

–un acercamiento que, por otra<br />

parte, se realiza casi exclusivamente en<br />

la lectura de los Evangelios– tome siempre<br />

en consideración la fe como uno de<br />

sus elementos centrales.<br />

La fe cristiana, básicamente, consiste<br />

en la aceptación de que existe algo<br />

más grande que nosotros. Difícilmente<br />

un lector contemporáneo lee de ese<br />

modo, convencido de que el método lo<br />

guiará en la búsqueda de la verdad sobre<br />

el texto. Y es cierto: el crítico literario muchas<br />

veces, en su búsqueda por conquistar<br />

el sentido, cree saber más que el autor<br />

y más que el texto juntos. Nada puede estar<br />

más equivocado. El lector cristiano<br />

que se acerca a la Biblia, por su parte,<br />

no necesita buscar nada, pues el texto<br />

es ya su verdad.<br />

De allí que la pregunta de que parte<br />

El Reino (¿cómo es que se puede creer<br />

realmente en la resurrección de un hombre?)<br />

no lo lleva por el camino que usualmente<br />

han tomado diversas indagaciones<br />

históricas de los orígenes del cristianismo,<br />

como El código da Vinci, por<br />

dar el ejemplo más conocido. A decir<br />

verdad, casi toda la información histórica<br />

que se provee en la novela parece<br />

haber sido extraída de un documental<br />

de National Geographic. * No hay en esta<br />

*<br />

El propio autor confiesa sus fuentes. Una<br />

de ellas, un célebre documental francés llamado<br />

Corpus Christi.<br />

149


novela, y eso se agradece enormemente,<br />

teorías de la conspiración.<br />

Los tres siguientes capítulos de la<br />

novela exploran esta pregunta, aunque<br />

basándose fundamentalmente en los Evangelios.<br />

(No necesita textos apócrifos. Su<br />

pregunta es más importante.)<br />

Lo que mueve gran parte de esta parte<br />

de la narración es el enfoque sobre<br />

dos personajes históricos: san Pablo y<br />

su discípulo Lucas. En concreto, Carrère<br />

está interesado fundamentalmente<br />

en un pasaje contado en Hechos de los<br />

apóstoles (probablemente escrito por el<br />

propio Lucas), durante su viaje hacia<br />

Damasco. Éste es el momento en que<br />

se le presenta Jesús resucitado.<br />

Hasta ese momento Pablo se llamaba<br />

Saúl. Era de orígenes judíos, pero tenía<br />

fuertes influencias culturales helenísticas<br />

(sabía griego y escribió en esa<br />

lengua), como buena parte del este del<br />

Mediterráneo. La aparición de Cristo<br />

transforma su vida, al punto que se dedica<br />

a recorrer Asia tratando de llevar<br />

su mensaje a lo largo y ancho del Imperio.<br />

Pablo fue un personaje polémico<br />

para los judíos más conservadores,<br />

entre ellos Pedro, Santiago y Juan, los<br />

tres apóstoles más importantes del séquito<br />

de Jesucristo. La polémica consistía<br />

en que Pablo buscaba convertir al<br />

cristianismo a legiones de gentiles, los<br />

no judíos, a pesar de que el propio Jesús,<br />

y su iglesia, eran de esos orígenes.<br />

Esto incomodaba a Pedro que, a pesar<br />

de todo, era un judío que, en el fondo de<br />

su corazón, ansiaba la liberación del yugo<br />

romano que dominaba Judea por entonces.<br />

Jesús había sido fundamentalmente<br />

un líder anti-romano.<br />

El hecho de que Pablo de Tarso hubiera<br />

cristianizado a gentiles, sin obligarlos<br />

a convertirse a su vez al judaísmo,<br />

lo convirtió en enemigo para Jerusalén<br />

(donde fue encarcelado), pero también,<br />

posteriormente, para Roma, donde finalmente<br />

fue ejecutado por sedición. Esto<br />

es harto conocido. Lo que le interesa a<br />

Carrère es esa escisión en la vida de<br />

Saúl, llamado Pablo. Ese momento en<br />

donde deja de ser un individuo, para<br />

convertirse en otro, y llevar a tal extremo<br />

ese segundo papel que terminaría<br />

por fundar la Iglesia Católica.<br />

Ya en otras novelas Carrère había explorado<br />

esta cuestión. El bigote, por dar<br />

un ejemplo, trata sobre un hombre que<br />

atraviesa una crisis de fe (se ha rasurado<br />

el bigote y nadie repara en ello, incluso<br />

le dicen que nunca lo llevó), como<br />

si de repente le hubiesen revelado que<br />

la tierra no es redonda. O, si fuera cristiano,<br />

que Dios no existe.<br />

La novela más importante con la que<br />

el propio Carrère trabaja en El Reino es<br />

El adversario. Llama la atención, incluso,<br />

cómo su época cristiana (aquella<br />

explorada en el primer capítulo de la<br />

obra) tuvo como consecuencia la escritura<br />

sobre ella. Tuvo tanta influencia que,<br />

explica, los cuadernos de notas sobre Romand<br />

(el protagonista de esa novela),<br />

comparte una caja con sus apuntes sobre<br />

los Evangelios. Lo que más llama la<br />

atención de Romand no era que hubiera<br />

150


asesinado a su familia a sangre fría, incendiado<br />

su propia casa o mentido sobre<br />

su profesión durante veinte años (le<br />

había mentido incluso a su mujer), sino<br />

su capacidad para mentirse a sí mismo<br />

al respecto, su capacidad para escindirse,<br />

a tal punto de que se volvía irreconocible<br />

para sí. Se convertía en otro,<br />

en el adversario. Esto, parece implicar<br />

Carrère, es lo que le sucede a Pablo de<br />

Tarso: “En el camino a Damasco, Saúl<br />

había sufrido una mutación: se había<br />

transformado en Pablo, su contrario. El<br />

Pablo de antaño se había convertido<br />

en un monstruo para él, y Pablo se había<br />

convertido en un monstruo para el<br />

hombre que había sido antaño. Si el de<br />

ahora hubiera podido acercarse al de<br />

otro tiempo, éste le habría maldecido.<br />

Habría rogado a Dios que le matase, como<br />

los héroes de las películas de vampiros<br />

obligan a jurar a sus compañeros<br />

que les traspasarán el corazón con una<br />

estaca si llegan a morderles. Pero eso<br />

es lo que se dice antes. Una vez contaminado,<br />

sólo piensas en morder a tu<br />

vez, y en especial al que se acerca con<br />

la estaca para cumplir el deseo de alguien<br />

que ya no existo. Pienso que una<br />

pesadilla parecida hostigaba las noches<br />

de Pablo. ¿Si volviera a ser Saúl? ¿Si, de<br />

un modo tan inesperado y portentoso<br />

como se había transformado en Pablo,<br />

se convertía en alguien distinto a Pablo?<br />

¿Si este otro Pablo, que tendría la<br />

cara, la voz, la persuasión de Pablo, se<br />

presentaba un día ante los discípulos de<br />

Pablo para arrebatarles a Cristo?”<br />

Resulta interesante pensar que a Pablo<br />

le ocurrió algo parecido a lo que les<br />

ocurre a quienes se convierten en vampiros.<br />

O a quienes se infectan de un virus<br />

extraterrestre, de otro mundo, como<br />

si fuera un cuento de Phillip K. Dick,<br />

de quien Carrère escribió una fabulosa<br />

biografía (Yo estoy vivo, vosotros están<br />

muertos), y a quien se refiere constantemente<br />

en El Reino. En efecto, algo<br />

como extraído de una novela de ciencia<br />

ficción ocurre no sólo en la vida de<br />

Pablo de Tarso, sino en la de todo un<br />

imperio. De repente, un hombre (un imperio)<br />

cree que ha existido otro que ha<br />

resucitado de entre los muertos.<br />

Todas las civilizaciones han tenido<br />

su religión. Y todas han tenido una figura,<br />

como Jesús, que marca sus cimientos.<br />

Carrère mismo se encarga de comparar<br />

una y otra vez al cristianismo con el budismo,<br />

una y otra vez, y el camino al Nirvana<br />

de Buda con el de Jesucristo. Sin<br />

embargo no consigue explicarse la lógica<br />

con la que opera el Jesús bíblico, que es<br />

como una suerte de dispositivo que deconstruye<br />

el sistema de pensamiento judaico.<br />

Lo verdaderamente inquietante en<br />

los testimonios que nos llegan de Jesús<br />

tiene que ver, otra vez, con esa escisión<br />

que propone en su doctrina. Allí<br />

se les propone a los fieles mantenerse<br />

en la pobreza, dar asistencia a los maleantes,<br />

abstenerse del conocimiento o<br />

la sabiduría, escuchar a los niños, etc.<br />

Parece todo menos un camino a la iluminación,<br />

como lo propone el budismo.<br />

A decir verdad, el Reino de los Cielos<br />

151


está abierto para los ladrones y las prostitutas.<br />

Para “los últimos”. No se exige virtud en<br />

el verdadero cristiano, ni siquiera benevolencia<br />

para habitar el lecho del padre.<br />

Una de las objeciones que le tenían a<br />

Pablo, desde el bando de los judaizantes,<br />

era que no les exigía a los gentiles<br />

abandonar sus tradiciones, vinieran de<br />

donde vinieran. Para los judíos, por dar<br />

un ejemplo, la circuncisión es un ritual<br />

absolutamente necesario para formar parte<br />

del rebaño. Para Pedro y el resto de<br />

los apóstoles, resultaba inconcebible<br />

violarla. En este sentido, Pablo parecía<br />

acercarse más a Jesús. No sólo Carrère<br />

encuentra que el carácter de Pablo era<br />

quizá más parecido al de Jesús, que el<br />

de sus propios discípulos, sino que de<br />

una manera extraña pudo entender mejor<br />

que ellos el mensaje del Mesías.<br />

La doctrina que Pablo buscaba difundir,<br />

por otra parte, parecía ser más<br />

adecuada para los gentiles que para los<br />

propios judíos. Los judíos, al fin y al<br />

cabo, tenían una vasta tradición religiosa<br />

que incluía el Gran Templo de Jerusalén,<br />

una especie de materialización<br />

arquitectónica de su doctrina. Recordemos<br />

que buena parte de la tradición<br />

judía, hasta la fecha, tiene como elemento<br />

central la ocupación de Jerusalén.<br />

Jesús, por su parte, habla de un Reino<br />

interior, uno que no tiene sitio en la tierra<br />

sino en el cielo.<br />

Por supuesto que no se podría decir<br />

lo mismo de la Iglesia Católica que<br />

posteriormente tuvo ambiciones imperiales<br />

mucho más dramáticas que las del<br />

mundo judío. Así y todo, para los primeros<br />

cristianos esta propuesta tuvo graves<br />

implicaciones no sólo socialmente sino<br />

como sujetos. Quizá de allí surge la necesidad<br />

del propio Carrère de entender<br />

aquellos primeros años de la cristiandad<br />

desde el punto de vista de una novela.<br />

A decir verdad, Carrère le atribuye<br />

este movimiento a Lucas, discípulo de<br />

Pablo, a quien siguió y de quien escribió<br />

buena parte de su vida en los Hechos.<br />

Lucas, a los ojos del francés, se<br />

convierte en un novelista.<br />

Para empezar, habría que decir que<br />

Lucas no es judío, sino macedonio. Se<br />

había encontrado con Pablo de Tarso en<br />

Filipo, donde lo escuchó hablar sobre<br />

uno que había regresado de entre los<br />

muertos. Desde allí emprendió el viaje<br />

con él. Visitó Antioquía, Jerusalén,<br />

Roma. Algunos historiadores especulan<br />

con el hecho de que vio con sus propios<br />

ojos el incendio de Roma, a manos de<br />

Nerón (supuestamente). En otras palabras,<br />

había sido testigo en primera fila de<br />

la historia de los orígenes de la cristiandad<br />

y, sin embargo, re-escribir aquellos<br />

hechos, como ya lo habían hecho Marcos<br />

–a quien había leído y sobre quien<br />

practicó un palimpsesto–, no era suficiente:<br />

“El programa que se fija Lucas es<br />

un verdadero programa de historiador.<br />

Promete a Teófilo una investigación sobre<br />

el terreno, un informe fiable: algo serio.<br />

Ahora bien, apenas formulada esta exigencia,<br />

¿qué hace a partir de la línea<br />

siguiente? Una novela. Una auténtica<br />

novela.”<br />

152


¿Es posible esto? Desde un punto de<br />

vista histórico, por supuesto que no. La<br />

novela no existía como forma, y de la<br />

misma manera en que Jesús, Pablo y todos<br />

sus contemporáneos no sabían que<br />

vivían en el primer siglo de nuestra era,<br />

Lucas no podía estar escribiendo una. ¿De<br />

qué habla entonces Carrère? Se refiere,<br />

mayormente, al procedimiento de escritura.<br />

Uno puede enterarse de lo acaecido,<br />

del orden de los acontecimientos,<br />

de su lógica. Incluso de las motivaciones<br />

que habrían motivado, por ejemplo,<br />

a Nerón a quemar su propia ciudad.<br />

Pero sólo a través de la escritura, de<br />

lo que un novelista espera escribir, es<br />

decir, su punto de vista de las cosas. Y<br />

ese punto de vista no es solamente una<br />

opinión, una perspectiva, palabras que<br />

se usan con tanta gratuidad en nuestros<br />

tiempos. Aquel procedimiento es siempre<br />

un gesto profundamente político a<br />

través del cual procuramos entender el<br />

mundo y, si se media, transformarlo en<br />

función de ciertas convicciones.<br />

Para Lucas, especula Carrère, no era<br />

suficiente la versión de Jesús que había<br />

leído en Marcos (un testigo de primera<br />

mano) y ni siquiera lo que había escuchado<br />

de Pablo. Este evangelista necesitaba<br />

su propia variante del Mesías para<br />

entender qué había sucedido con él, con<br />

su interior, y con ese mundo del primer<br />

siglo que había girado de forma inesperada<br />

y dramática durante el curso de su<br />

existencia. Quizá también quería entender<br />

por qué un hombre como su maestro Saúl,<br />

o Pablo, dedicó su vida a difundir el mensaje<br />

de la resurrección de un hombre, asunto<br />

que le costó una muerta sangrienta.<br />

Éste es el mismo procedimiento que<br />

inspira a Carrère a indagar sobre la vida<br />

de aquellos a quienes había leído con<br />

tanto fervor entre 1990 y 1993, antes de<br />

escribir El adversario.<br />

Carrère sostiene que se puede observar<br />

a ese Lucas novelista en diferentes<br />

procedimientos y mecanismos que<br />

utiliza en su Evangelio (por ejemplo,<br />

el melodrama), pero fundamentalmente<br />

en el gesto central del novelista: la<br />

invención, cuando Lucas decide contar<br />

la escena de la anunciación, con la que<br />

prácticamente empieza su Evangelio.<br />

Allí introduce a un personaje inédito,<br />

Isabel, supuestamente prima de María,<br />

que también ha sido notificada sobre su<br />

embarazo por el ángel Gabriel. Esto hace<br />

pensar que Jesús y Juan son primos, lo<br />

cual, para Carrère, es un gesto de novelista<br />

o de guionista de cine. “Estaba en<br />

la cama, o en las termas, o se paseaba<br />

por el campo de Marte cuando la idea se<br />

le pasó por la cabeza: ¿y si Jesús y Juan<br />

fuesen primos? ¡Le vendría de perlas a<br />

su tarea de narrador!”<br />

Lo interesante de este fragmento no es<br />

solamente el hecho de que ofrece una respuesta<br />

satisfactoria para la difícil relación<br />

que tiene Lucas con Juan (enemigo<br />

este último de Pablo, su maestro), sino<br />

que pone en crisis todo lo que habíamos<br />

leído hasta allí. Salvo que, en nuestra<br />

lectura, nos sabemos protegidos por el<br />

manto de la ficción. De manera aún más<br />

grave, Carrère llama la atención sobre<br />

153


un fenómeno que ya había trastornado<br />

los sueños de Cervantes y de Borges:<br />

¿y si la ficción se volviese verdad?<br />

En el caso de Lucas, sin duda esto<br />

ocurrió (si aceptamos la versión de Carrère).<br />

La historia de occidente se construyó,<br />

en parte, sobre la base de aquellos<br />

textos. Y sin embargo en ellos no hay<br />

afán de desdibujar los hechos, sino al<br />

contrario, de traerlos a la existencia. Muy<br />

probablemente la historia de la cristiandad<br />

fue construida de ese modo. Así<br />

especulan los gurús de la teoría de la<br />

conspiración cuando afirman que la cristiandad<br />

no es más que una alegoría literario-astronómica<br />

de la pelea eterna<br />

entre luz y oscuridad. Posiblemente.<br />

Sin embargo, para figurárnosla, para<br />

en efecto poder enunciarla, nos vemos en<br />

la obligación de inventar un Reino que,<br />

como se lee en algún lugar del evangelio,<br />

es como una semilla de mostaza en<br />

medio de las tinieblas.<br />

Cruzvillegas:<br />

la autoconstrucción del yo<br />

Alberto López Cuenca<br />

Abraham Cruzvillegas, La voluntad de los<br />

objetos, Sexto Piso, México, 2014, 432 p.<br />

Afirmaba contundentemente Abraham<br />

Cruzvillegas en 2002 que no hablaba inglés:<br />

“Por desgracia o por fortuna, no<br />

hablo inglés, al menos no como quisiera.<br />

Esta circunstancia ha determinado<br />

mi relación con el arte, con el mundo<br />

del arte y con la historia del arte de un<br />

modo bastante particular...” Una simple<br />

búsqueda en Internet revela que Abraham<br />

ha mejorado su inglés desde que<br />

escribiera aquello y que su relación con<br />

el mundo del arte ha cambiado notablemente.<br />

Basta visitar la sala de turbinas<br />

de la londinense Tate Modern, ocupada<br />

hasta abril de 2016 por una instalación<br />

suya, un espacio envidiado por todo miembro<br />

que se precie del star system del arte<br />

global y por el que han desfilado contadas<br />

grandes marcas como Ai Weiwei,<br />

Louise Bourgeois o Bruce Nauman. La<br />

prestigiosa revista October, publicada<br />

por mit y en cuyo consejo editorial están<br />

las que han sido las estrellas más<br />

refulgentes de la teoría del arte anglosajona<br />

reciente, Rosalind Krauss, Hal<br />

Foster o Benjamin Buchloh, publicaba<br />

apenas el año pasado un extenso y celebratorio<br />

ensayo sobre el trabajo último<br />

de Cruzvillegas. Si esto es muestra insuficiente<br />

de su nueva relación con el<br />

mundo del arte, habría que añadir que<br />

nada menos que Harvard University Press<br />

pondrá en unos meses en las librerías The<br />

logic of disorder. The art and writing of<br />

Abraham Cruzvillegas, una recopilación<br />

de estudios sobre su trabajo y una traducción<br />

de algunos de sus textos. Para<br />

los niveles a los que nos acostumbra el<br />

establishment artístico contemporáneo,<br />

Cruzvillegas ha escrito bastante, publicado<br />

aún más y, lo más inusual de todo,<br />

merece la pena leerlo.<br />

La voluntad de los objetos es la última<br />

154


ecopilación de ensayos, crítica periodística,<br />

charlas y reflexiones inéditas del<br />

artista mexicano de moda. Cruzvillegas<br />

comenzó a ver impresos sus textos muy<br />

pronto. De los que se incluyen en esta<br />

recopilación el más añejo apareció en la<br />

revista Curare, en 1991, mientras que los<br />

más recientes están fechados en 2013.<br />

Ha publicado, eso sí, mucho más de lo<br />

que ha escrito, pues casi todo el material<br />

ya circuló antes en revistas como<br />

Velocidadcrítica, Casper, la citada Curare,<br />

el diario Reforma o en catálogos de<br />

exposiciones y la gran mayoría de ellos<br />

lo volvieron a hacer en una recopilación<br />

previa a ésta, Round de sombra<br />

(conaculta, 2006). Para un artista cuyo<br />

trabajo orbita de modo crucial en torno<br />

al reciclaje, la reutilización y el collage<br />

de materiales encontrados, bien puede<br />

entenderse que conciba su propia escritura<br />

como tal: “He tenido por mucho<br />

tiempo la manía de acumular y recoger<br />

basura, tal vez porque en ocasiones ha<br />

sido la materia prima de mi obra, otras<br />

veces simplemente porque me gusta el<br />

ánimo y la selectividad preciosista –utilitaria<br />

del pepenador y coleccionar desordenadamente,<br />

por pura acumulación.”<br />

Del mismo modo que en su obra rescata<br />

y reúne objetos encontrados, restos<br />

y “basura sin título”, la escritura de<br />

Cruzvillegas toma y combina retazos<br />

de historias familiares y cotidianas, de<br />

su infancia y adolescencia. Con esos<br />

fragmentos hace nuevas combinaciones<br />

con las que reflexiona sobre los<br />

asuntos más diversos, ya se trate de la<br />

dependencia petrolera del Estado mexicano,<br />

los asentamientos irregulares en el<br />

Ajus co, el estatuto actual de la artesanía,<br />

la expriencia de visitar un museo o el parasitismo<br />

de los curadores de arte contemporáneo.<br />

Su padre Rogelio, su abuela<br />

doña Helenita, su cuate El Balo o el vecino<br />

de la colonia La Pendiente, sostienen<br />

el andamiaje de su narración junto a muchos<br />

otros personajes. Ahí su escritura<br />

sobresale por sugerente y alegórica, una<br />

escritura que juzga sin posicionarse explícitamente.<br />

Un hábito de Cruzvillegas<br />

es indicar los nombres propios de sus<br />

vecinos, familiares y colegas del mundillo<br />

artístico del df, de ser posible también<br />

con seudónimo. No es algo casual,<br />

pues en sus textos planea recurrentemente<br />

la preocupación por la identidad,<br />

personal y social, y podría decirse que<br />

en gran medida no se presenta en ellos<br />

otra cosa que un ejercicio de creación<br />

mítica de los momentos que manifestarían<br />

la suya: “Contraria a la enunciación<br />

histórica, que asume la posesión o<br />

búsqueda de verdades, la procuración<br />

de genealogías genera más dudas, más<br />

incertidumbres. Evidentemente, rastrear<br />

las raíces –biológicas o ideológicas– que<br />

consolidan nuestras identidades individuales,<br />

conduce a verdades; quiero<br />

decir que esos discursos generan conocimiento,<br />

devienen lenguaje, ideas,<br />

formas.” Parece aquí darle la razón a<br />

aquello que escribiera Ortega y Gasset<br />

y que parece animar a este conjunto de<br />

textos: “Yo soy yo y mi circunstancia<br />

y si no la salvo a ella no me salvo yo.”<br />

155


Si bien Cruzvillegas recurre constantemente<br />

a la estrategia de repasar y recortar<br />

momentos del álbum biográfico a<br />

lo largo de sus textos, ésta se despliega<br />

muy hábilmente en “Autoconstrucción”,<br />

publicado en 2008, y en el que narra la<br />

historia de la construcción de la vivienda<br />

familiar desde mediados de los años<br />

sesenta en un asentamiento irregular<br />

en el sur del Distrito Federal. Ahí da<br />

entrada a la idea de “autoconstrucción”<br />

como el concepto que definirá su trabajo<br />

desde entonces: la obra desregulada<br />

y colaborativa, el paracaidismo habitacional,<br />

la apropiación y uso ingenioso<br />

de materiales abandonados. “Las premisas<br />

que me interesan –escribe– tienen<br />

que ver con la posibilidad de entender<br />

(o inventar) la realidad a partir de dimensionar<br />

cada sitio donde uno se encuentre<br />

como una posible plataforma de creación<br />

a partir de la recuperación de los<br />

materiales a mano; en este proyecto me<br />

refiero específicamente al sitio donde<br />

me desa rrollé y donde yo llegué a ser<br />

yo, o donde empecé a ser.” Reivindica<br />

aquí Cruzvillegas la autoconstrucción<br />

como metodología artística y desde ella<br />

cabe entender también su escritura: un<br />

ejercicio de (auto)construcción del yo.<br />

Sin embargo, no todos los textos incluidos<br />

en La voluntad de los objetos son<br />

tan legibles ni sugerentes. No es el caso<br />

de aquellos que tienden meramente a<br />

desglosar el santoral de artistas contemporáneos<br />

que han influido en la concepción<br />

del arte y la práctica de Cruzvillegas.<br />

Contribuciones como “My generation”,<br />

“Notas para documentos espaciales” ,<br />

“Sonrisas en el ½ tiempo” o “Un calcetín<br />

rojo en una caja amarilla” son un<br />

tanto tediosas. Letanías de nombres y<br />

descripciones de obras que no apuntan<br />

en una dirección precisa. De hecho, el<br />

ensayo que da título a la colección, “La<br />

voluntad de los objetos”, donde Cruzvillegas<br />

suelta su pluma más literaria,<br />

es un tanto forzado (¿quizás agravado<br />

esto porque el texto se tradujo originalmente<br />

al inglés y el que aparece aquí<br />

es una adaptación de aquél?). En él<br />

vuelve sobre una idea que ya quedaba<br />

bien asentada en el anecdotario de su<br />

vida cotidiana. Aquí se hace reiterativa:<br />

“Eficiencia. Producción. Consumo. Delirio.<br />

Un chicle se masca hasta que pierde<br />

el sabor, hasta que se pone duro, hasta<br />

que las mandíbulas se acalambran, hasta<br />

que ya no hace bombas, hasta que se<br />

acaba. Pero sucede que no se acaba. El<br />

chicle vive y se convierte en una mancha<br />

en el suelo, en una molestia bajo<br />

mi suela desgastada, en materia bajo la<br />

mesa, pegado sobre la corteza de un árbol,<br />

junto a una infinidad de colegas suyos.<br />

Luego tal vez se transforme en polvo, luego<br />

lo respiramos, junto con el plomo y las<br />

otras materias –gases y cochinadas– que<br />

flotan en nuestro entorno. Y ahí no se<br />

acaba: nuestro organismo lo transforma<br />

en sangre, en sudor, en lágrima, en pelo o<br />

simplemente en caca. Y su proceso continúa<br />

infinitamente como se descubrió hace<br />

mucho, desde los hilozoístas, que pensaban<br />

que todo está vivo. Todo está vivo.”<br />

Aunque la mayoría de los textos re­<br />

156


unidos en La voluntad de los objetos se<br />

publicó después del 2000, son especialmente<br />

relevantes aquellos que narran<br />

retrospectivamente, con una evidente<br />

pretensión historiográfica, la configuración<br />

de una nueva escena del arte<br />

contemporáneo ligada a la experimentación<br />

y las estrategias del arte conceptual<br />

en el Distrito Federal en la década<br />

de 1990 (a este respecto, destacan “Tratado<br />

de libre comer”, “Indisciplinariedad”<br />

y “Temístocles 44: ¡¿Qué parió?!”).<br />

Por supuesto, el relato que se presenta de<br />

ese periodo aparece en primera persona y<br />

funciona en gran medida como una celebración<br />

del escenario en el que el propio<br />

Cruzvillegas configura su singular biografía<br />

artística: desde los ahora míticos<br />

seminarios de los viernes en los que entre<br />

1987 y 1991 se reúne con Gabriel Orozco,<br />

Damián Ortega, Gabriel Kuri y Jerónimo<br />

López para discutir textos y sus propios<br />

proyectos (tan mítico ya el hecho que<br />

la Galería Kurimanzutto, que los representa,<br />

lo ha capitalizado dedicándole<br />

una exposición curada por Guillermo<br />

Santamarina este 2016: xylañynu. Taller<br />

de los viernes) hasta su participación en<br />

exposiciones alternativas a la escena<br />

pictoricista neomexicanista de finales<br />

de los años ochenta y principios de los<br />

noventa, su fugaz paso por el espacio<br />

Temístocles 44 o su labor como profesor<br />

en la escuela nacional de pintura, escultura<br />

y grabado, “La Esmeralda”, desde<br />

1999. En esos ensayos se presentan los<br />

términos y los eventos mediante los que<br />

Cruzvillegas despliega su propia genealogía<br />

como artista. De ahí que cuando<br />

enumera reuniones, fiestas o los participantes<br />

de una exposición el “y yo”<br />

sea una expresion habitual. Desde su<br />

publicación en 1999, “Tratado de Libre<br />

Comer” me pareció un texto útil dada<br />

la escasa bibliografía que revisaba con<br />

un mínimo de detalle el periodo. Más de<br />

quince años después, su narrativa autoexplicatoria<br />

ha de ser confrontada con<br />

otras posturas, especialmente mediante<br />

la lectura de los trabajos de Olivier<br />

Debroise, “Puertos de entrada: el arte<br />

mexicano se globaliza, 1987-1992”, en La<br />

era de la discrepancia (2006), Mónica<br />

Mayer, Escandalario. Los artistas y la<br />

distribución del arte (2006), o algunos aspectos<br />

de las investigaciones de Issa<br />

María Benítez, Rubén Gallo o Daniel<br />

Montero. La actual lectura de esos textos<br />

de Cruzvillegas tienen más interés<br />

por su carácter testimonial que por la<br />

condición historiográfico que se les pudo<br />

pretender.<br />

Ése no es necesariamente un demérito.<br />

De hecho, a su modo, esos textos apuntan<br />

a uno de los grandes temas en el<br />

trasfondo de la (auto)construcción del<br />

yo artístico de Cruzvillegas y, por extensión,<br />

de la escena de las artes plásticas<br />

en la Ciudad de México desde la<br />

década de 1990. ¿Cómo se configura ésta,<br />

desplazando a la pintura del protagonismo<br />

artístico defeño? De nuevo, en<br />

“Autoconstrucción”, el que quizá sea<br />

el texto mejor armado del compendio,<br />

donde claramente se advierte un proceso<br />

de investigación intenso, Cruzville­<br />

157


gas señala cómo a partir de los asentamientos<br />

de migrantes que se apropiaron<br />

de las tierras del Pedregal, entre ellos<br />

sus padres, se gestó poco a poco –como<br />

en todo el país– un movimiento que reclamaba<br />

la tenencia de la tierra y que<br />

se articulaba mediante plantones y la<br />

organización vecinal. Numerosos grupos<br />

de vecinos en la misma situación<br />

se aglutinarían en la Coordinadora Nacional<br />

del Movimiento Urbano Popular<br />

(conamup). “Para mí –rememora Cruzvillegas–,<br />

uno de los momentos más impactantes<br />

y conmovedores de aquellos<br />

tiempos fue la gigantesca marcha de la<br />

conamup hacia el df, a principios de los<br />

años ochenta: era una interminable columna<br />

de familias –campesinas y urbanas–<br />

exigiendo el reconocimiento de un derecho<br />

del que ya se había tomado posesión.” De<br />

ahí se desprende una poderosa alegoría,<br />

la de la propia trayectoria de Cruzvillegas<br />

como artista. ¿Cómo llegan él<br />

y tantos otros, nacidos en familias de “bajos<br />

recursos” o de burócratas de clase media,<br />

a copar la escena del arte contemporáneo<br />

mexicano y, aún más, a figurar en<br />

el ranking de artistas contemporáneos<br />

de presencia global? En el imaginario<br />

popular mediático, el arte sigue estando<br />

ligado a una actividad de señoritos<br />

acomodados, los Paz, Cuevas, Fuentes...<br />

una élite cultural ociosa que lo es sobre<br />

todo por ser, antes, económica. ¿Cómo<br />

se llega entonces de chalán en la construcción<br />

familiar en un asentamiento<br />

irregular en el Ajusco a exponer en la<br />

sala de turbinas de la Tate Modern? En<br />

el periodo que describe Cruzvillegas se<br />

entreteje una serie de fenómenos que<br />

aún deben ser investigados y conectados<br />

más elaboradamente para no caer en el<br />

inútil argumento del triunfo del artista<br />

genial: el de la paulatina democratización<br />

de la educación artística, el del auge<br />

de la autogestión en el contexto del neoliberalismo<br />

abrazado por México en los<br />

años noventa, el del papel del capital<br />

privado en la conformación de la escena<br />

del arte contemporáneo, el de la<br />

internacionalización en la formación y<br />

la movilidad de los artistas. Se trata de<br />

un periodo donde soprendentemente<br />

las prácticas artísticas, precariamente<br />

sostenidas y aún amparadas preponderantemente<br />

por el Estado, que ni por<br />

asomo dan para vivir, pueden llevar a<br />

algunos de la periferia al mainstream.<br />

Si se aprende inglés, claro.<br />

Sobre cosas acordadas<br />

hace veinte años<br />

María José González Camarena<br />

Hugo García Manríquez, Anti-Humboldt.<br />

Una lectura del Tratado de Libre Comercio de<br />

América del Norte, Aldus/Limitus, México,<br />

2014, 170 p.<br />

La lectura de Anti-Humboldt requiere<br />

ser accionada. Aunque se entienda que<br />

cualquier lectura debe accionarse para<br />

suceder, Anti-Humboldt es una estruc­<br />

158


tura trastocada y descontextualizada. La<br />

distorsión de un documento jurídico que,<br />

al pasar por la mano del poeta-procesador<br />

de textos, exige circular en él de forma<br />

distinta. En “Preámbulo” se advierte<br />

un discurso cercado por agua, charcos<br />

de agua; sólo saldrán a flote algunas<br />

palabras, como islas. Un dispositivo reversible,<br />

perfectamente usable en ambas<br />

direcciones: un lado en inglés y<br />

otro en español. La lectura deviene el<br />

acontecer de un paisaje rayano y sus<br />

migraciones.<br />

¿Qué pasa cuando lo nombrado y estipulado,<br />

que define una realidad, deja<br />

de tener relación con ella? ¿Cómo afecta<br />

la imposibilidad de nombrar algo la<br />

construcción misma de ese algo? Cualquier<br />

enunciado está fracturado: el simple<br />

hecho de su existencia crea vacíos.<br />

Grietas que se forman a partir del espacio<br />

entre el objeto y el concepto, esa<br />

porción de lo enunciado a la que no es<br />

posible acceder. Al nombrar las cosas,<br />

invariablemente se corre el riesgo de la<br />

indeterminación: México se encuentra<br />

ahí, en medio de la invisibilidad.<br />

El hueco que existe entre el lenguaje<br />

y la realidad que define siempre ha<br />

interesado a la poesía, vista como un<br />

medio hacia la renovación del lenguaje;<br />

la manera en que lo utiliza le permite<br />

jugar con sus cualidades plásticas y representativas.<br />

Análogamente, la intención<br />

de Hugo García Manríquez consiste<br />

en poner de manifiesto, en una realidad<br />

concreta, la dislocación que se abre entre<br />

las legislaciones que rigen un país<br />

y el modo en que se vive en él. La deficiencia<br />

de las jurisdicción mexicana<br />

opera como una máquina de guerra empecinada<br />

en horadar el territorio entero.<br />

Una bacteria que va consumiendo<br />

el cuerpo que habita.<br />

No estaría de acuerdo en que meramente<br />

se le llame libro al objeto que<br />

resulta del proceso García Manríquez/<br />

tlc. Fuera de que se use como pronta<br />

abreviación para referirnos a él o –erróneamente–<br />

por costumbre, el producto<br />

final es sólo una parte del resultado que<br />

significó todo el proyecto. Por lo mismo,<br />

más allá de ser un libro, es un conjunto<br />

de acciones que van desde la transcripción<br />

del documento hasta la realización<br />

del ejercicio poético, utilizando un instrumento<br />

que involucra personas, lugares,<br />

tiempo, traslados, animales y objetos:<br />

también se acciona sobre una realidad<br />

social.<br />

Es inevitable leer Anti-Humboldt y<br />

no asociarlo con esa dimensión de la<br />

“otra-literatura”. Una práctica que inicia<br />

con desplazamientos e implicaciones visuales<br />

sobre la palabra, hasta desprenderla<br />

de su soporte-página y pasearla<br />

por un sinfín de medios. La experimentación<br />

ha complejizado los mecanismos<br />

y formas en que es posible trabajar el<br />

lenguaje: estamos en un momento donde<br />

el aceleramiento tecnológico revoluciona<br />

constantemente la manera en que lo<br />

empleamos y consumimos. No es que<br />

abogue por la desaparición del libro, pero<br />

es importante tener claro que el libro,<br />

en tanto tecnología, ha dejado de ser<br />

159


desde hace tiempo el único contenedor<br />

posible para un texto. En este aspecto,<br />

aunque Anti-Humboldt utilice una forma<br />

tradicional, García Manríquez está consciente<br />

de las implicaciones físicas de su<br />

obra: invisibiliza palabras y construye<br />

una frontera que, al ser transgredida,<br />

obliga a invertir el libro, a usar otro idioma<br />

y a situarnos en otro contexto.<br />

La apropiación es uno de los recursos<br />

aprovechados por esta otra-literatura. Al<br />

acercarnos a la idea de apropiación –o<br />

a su primo lejano, el plagio– con frecuencia<br />

se termina discutiendo sobre<br />

conceptos como autoría y originalidad.<br />

Hay que notar que el enriquecimiento<br />

de la apropiación radica en qué y cómo<br />

se use aquello de lo que se esté uno apropiando.<br />

Al recurrir a un texto de carácter<br />

legislativo, se entiende que el lenguaje<br />

contenido en él ya supone implicaciones<br />

sobre una realidad tangible. García Manríquez<br />

usa esta brecha, entre lo legislado<br />

y su objeto, para exhibir la condición<br />

negativa del lenguaje: la imposibilidad<br />

de desprenderlo completamente de su<br />

subjetividad y, por consiguiente, la imposibilidad<br />

de otorgarle un significado<br />

único, plural o común. La opacidad de<br />

las palabras no es carencia de significado<br />

sino su complemento; la estructura construida,<br />

al desvanecerlas y ponerlas en<br />

movimiento, permite que transmitan cualquier<br />

mensaje, incluso ninguno: las hace<br />

portadoras de su misma negación.<br />

Por sí solas las palabras no pueden<br />

decir nada nuevo. Su singularidad radica<br />

en la forma en que las disponemos sobre<br />

el soporte. A-H es un ingenioso artefacto<br />

que, al usar palabras previamente tratadas,<br />

revierte la máquina de guerra contra<br />

sí misma obteniendo una resignificación<br />

del lenguaje: G. M. lo usa como materia<br />

prima, lo procesa y, lo que nos entrega,<br />

estrictamente, es un cuerpo textual inédito<br />

donde la figura del autor no deja<br />

de desaparecer. En este ejercicio, no<br />

creo que tenga mucho sentido polemizar<br />

en torno a la autoría. Lo que se utiliza del<br />

tlc es sólo una selección y, dentro de esta<br />

selección, el autor manipula deliberadamente<br />

las palabras. Sería más problemático<br />

usar el documento completo, ya<br />

que está escrito por miles de manos y<br />

todo se reduce a que el Estado sustenta<br />

sus derechos. También es interesante en<br />

caso de que pretenda tener la misma validez<br />

para tres países y en tres idiomas<br />

distintos, cosa que genera un foramen<br />

profundo: ¿qué se gana y qué se pierde<br />

en cada desplazamiento?, ¿qué efectos<br />

produce la migración del lenguaje?<br />

G. M. entrega una estructura que nos<br />

fuerza a colaborar, a tomar decisiones: a<br />

decir o no, a leer o no. Propone realizar<br />

un ejercicio sencillo: jugar a la migra.<br />

Nos da un mapa que debe ser recorrido<br />

mientras la maquinaria pesada interfiere<br />

y obstruye su circulación. Al incitar<br />

consigue la reacción: quizá reconozcamos<br />

que todo enunciado es político. O<br />

quizá no, y es siempre una buena alternativa.<br />

Igual que siempre, habrá gente a<br />

la que le guste transitar en un texto de<br />

manera ortodoxa, que prefiera escribir<br />

a mano o que opte por seguir leyendo so­<br />

160


e papel. Y esto también es necesario.<br />

Se puede estar en contra o a favor del<br />

plagio, considerar o no poesía lo escrito<br />

por un bot. Propuestas como Anti-Humboldt<br />

ponen en circulación asuntos concernientes<br />

al azar de la literatura.<br />

Finalmente, ¿qué es lo que dice A-H?,<br />

¿consigue decir algo? G. M. propone un<br />

afterimage, pone a disposición de cualquier<br />

usuario el tratamiento que hace<br />

del lenguaje. Las letras aproximándose<br />

alejan a las que permanecen camufladas<br />

en la página. Como si la palabra que<br />

se nos otorga borrara todas las demás.<br />

Algo en ese sobrevenir siempre se queda<br />

en el camino.<br />

Quiroga de nuevo visitado<br />

Judith Castañeda Suarí<br />

Horacio Quiroga, Cuentos para leer sin<br />

compasión, conaculta, México, 2015, 378 p.<br />

I<br />

Propongo, para una obra clásica, un entorno<br />

más semejante a algo probable que<br />

a la generalización, un escenario donde,<br />

como para escribir, no existe una receta<br />

que deban seguir quienes se acercan<br />

a la lectura. En él, las novedades que<br />

llenan las librerías semana a semana,<br />

mes con mes, ocupan el primer plano,<br />

espacio donde es importante llamar la<br />

atención de posibles compradores. Envueltos<br />

en tal dinámica, los aparadores<br />

cambian su apariencia muy pronto<br />

mientras, afuera, las personas asomadas<br />

a estos anaqueles se vuelven testigos<br />

del viaje de un título, el cual inicia<br />

tras los cristales frontales y, después de<br />

hacer un alto en alguna de las mesas<br />

interiores, concluye en el área que el<br />

comercio le asigna según su temática.<br />

En esta ráfaga, muchas veces no hay<br />

sitio para los clásicos. Se les conoce porque<br />

su autor, o título, se repite dentro<br />

del salón de clases y forma parte de tareas<br />

o exámenes, hecho que por lo general provoca<br />

un sentimiento de aversión entre los<br />

alumnos que, de manera obligatoria, deben<br />

enfrentarse a textos que consideran<br />

difíciles, aburridos, y son testimonio de<br />

tiempos antiguos, de formas de escribir<br />

ahora lejanas. Tal situación se suma al<br />

movimiento de títulos nuevos en las estanterías<br />

para hacer que los clásicos, si<br />

se puede, pasen todavía más inadvertidos.<br />

Por eso creo que es bueno colocar este<br />

tipo de obras en el escaparate de las novedades,<br />

reeditándolas o conformando<br />

una nueva antología con lo más representativo<br />

de su autor, lo que acaba de<br />

hacer conaculta con Cuentos para leer<br />

sin compasión, de Horacio Quiroga.<br />

II<br />

Leo a Horacio Quiroga como si fuera<br />

nuevo; para mí lo es. A veces me detengo<br />

y regreso a párrafos anteriores, si es<br />

necesario, por el ritmo, por la estructuración<br />

del relato, por una palabra ex­<br />

161


traña. De forma paralela, acudo tanto<br />

al diccionario como a los datos biográficos<br />

del escritor uruguayo y me entero<br />

de las muertes que rodearon su vida desde<br />

temprano, de las actividades que fueron<br />

moldeándola, actividades ajenas a<br />

la literatura que, sin embargo, la nutrieron:<br />

el cultivo de algodón, su gusto por<br />

el cine, la destilación de naranjas, un<br />

puesto consular en la provincia de Misiones,<br />

Argentina. También conozco el<br />

ninguneo de otros autores, quienes tienen<br />

una visión distinta de la literatura,<br />

una más intelectual, por así llamarla:<br />

Kipling y Poe escribieron ya, y mejor,<br />

los cuentos que escribe Quiroga, dicen.<br />

Por mi parte, descubro en Cuentos<br />

para leer sin compasión textos ordenados<br />

en secuencia cronológica, dos de ellos<br />

dirigidos a un lector infantil (“El loro<br />

pelado”, “La abeja haragana”), y cotejo<br />

esas fechas con el año de publicación<br />

del libro que los contiene. En esta búsqueda<br />

tropiezo con cuentos que tienen<br />

años de distancia entre sí y, con respecto<br />

a su inclusión en dicho libro, diferentes<br />

en cuanto a su temática y extensión.<br />

Sin embargo, por poco que tengan en<br />

común, a la mayoría de ellos los recorre<br />

un hilo de sabor amargo, un veneno.<br />

Es la tragedia; eso inamovible y pétreo<br />

que asfixia la vida de Horacio Quiroga<br />

se ha hecho líquido para filtrarse en su<br />

escritura desde el cuento inaugural de<br />

esta antología, “Mi cuarta septicemia.<br />

Memorias de un estreptococo”, cuento<br />

no recopilado en libro donde, adoptando<br />

el punto de vista de una infección, el<br />

autor nos entrega la historia de una muerte<br />

accidental y pronta, irremediable.<br />

Habiendo notado este caudal subterráneo,<br />

la pregunta es: ¿a quién se dirige<br />

el título de la antología perteneciente a<br />

la colección Clásicos para Hoy? ¿A sus<br />

personajes, al lector? Quizás a los dos,<br />

ya que no hay compasión casi para nadie:<br />

los lectores, en un momento dado,<br />

sólo podemos asistir a un hecho atroz,<br />

observar con los ojos abiertos por el<br />

asombro algo que el personaje deberá<br />

sufrir sin importar con cuánta fuerza se<br />

oponga a ello.<br />

III<br />

En principio, los cuentos que integran<br />

este libro pueden separarse en dos grupos:<br />

el de los que guardan relación con<br />

un entorno silvestre y el de los ajenos a<br />

dicho ambiente. Entre los primeros se<br />

encuentran “El almohadón de pluma”,<br />

“Cuento para novios”, “El solitario” y<br />

“La meningitis y su sombra”, por mencionar<br />

algunos.<br />

Muchos de esos textos exudan el tufo<br />

de lo trágico, incluso del horror. Una muestra<br />

de ello es la conocida historia donde<br />

una joven esposa, Alicia, va perdiendo<br />

cada vez más rápido su vitalidad, vitalidad<br />

que le es succionada desde el almohadón<br />

por un animal monstruoso y enorme, lo<br />

que desemboca en un deceso más semejante<br />

a un golpe final, ocasionado por una<br />

enfermedad al comienzo inexplicable. La<br />

muerte, de igual forma, también puede<br />

presentarse como el punto culminante<br />

162


de un hartazgo velado por reclamos en<br />

apariencia tranquilos, hartazgo en aumento<br />

sin embargo, si hemos de atender<br />

al final de “El solitario”, cuento cuya<br />

primera aparición data de 1913 y luego,<br />

en 1917, forma parte de los Cuentos de<br />

amor de locura y de muerte.<br />

Como en “El almohadón de pluma”,<br />

sus páginas delinean para nosotros la<br />

historia de un matrimonio; sólo que en<br />

este caso los sentimientos son diferentes.<br />

Kassim es un joyero hábil, “artista<br />

aun”, escribe Quiroga. Este joyero, con<br />

“más arranque y habilidad comercial hubiera<br />

sido rico. Pero a los treinta y cinco<br />

años proseguía en su pieza, aderezada<br />

en taller bajo la ventana”. Frente a él<br />

está María; ambiciosa, llega a los 20 años<br />

soltera y debe conformarse con Kassim,<br />

alguien “de cuerpo mezquino, rostro<br />

exangüe sombreado por rala barba negra”,<br />

inferior a lo que su belleza debió<br />

otorgarle; alguien que, en definitiva, no<br />

la hubiera atraído de no ser por su propia<br />

edad, si bien temprana en nuestra<br />

época para una unión matrimonial, tardía<br />

en aquella sociedad de principios del<br />

siglo xx. El trabajo de Kassim como joyero<br />

será el catalizador que ha de precipitar<br />

el cuento hacia el final; sólo que,<br />

a diferencia de “El almohadón de pluma”,<br />

éste no terminará con una muerte<br />

a consecuencia de una enfermedad<br />

inexplicable.<br />

“Entregaron luego a Kassim, para<br />

montar, un solitario, el brillante más admirable<br />

que hubiera pasado por sus manos”,<br />

dice el autor, y esa piedra que va a<br />

montarse no en un anillo, como supone<br />

María, sino en un alfiler, multiplica la<br />

ambición de la joven, quien ya se probó<br />

un prendedor y fue con él al teatro,<br />

pese a las negativas de Kassim –“Haces<br />

mal… Podrían verte. Perderían toda<br />

confianza en mí”–, y ahora llega al punto<br />

de exigirle a su esposo que le dé el<br />

brillante, “un agua admirable”. Bueno,<br />

veremos si es posible, son las palabras<br />

del joyero, aunque al final no significarán<br />

un obsequio o mejor dicho, un robo:<br />

ese alfiler acabará hundido, “firme y<br />

perpendicular como un clavo”, en el<br />

pecho de María.<br />

Un horror inesperado como el de “El<br />

solitario”, presentido apenas hacia el final,<br />

lo encontramos también en “La gallina<br />

degollada”. En este cuento de 1909<br />

se nos muestran los alcances de lo que<br />

llamamos destino o, más bien, fatalidad,<br />

pues pareciera que la descendencia del<br />

matrimonio Mazzini-Ferraz está condenada<br />

a la putrefacción o a la muerte.<br />

Horacio Quiroga pone en brazos de<br />

sus personajes a cuatro hijos que van<br />

de los doce a los ocho años de edad, nombrándolos,<br />

de manera directa y sin compasión,<br />

idiotas. Tenían la lengua entre<br />

los labios, los ojos estúpidos y volvían la<br />

cabeza con la boca abierta, los describe<br />

el autor en el primer párrafo, y nosotros<br />

vemos una especie de sombra, de masa<br />

sin forma que pasa los días, la existencia,<br />

mirando sin ver en realidad, con<br />

los ojos en la pared o en el techo, donde<br />

sea, no importa, sólo a la espera de<br />

algo. Esta masa casi vegetal se anima a la<br />

163


hora de comer y en presencia de colores<br />

brillantes, como el rojo, siendo también<br />

capaz de “cierta facultad imitativa”, características<br />

que hacia final del cuento<br />

darán paso a la fatalidad, a eso imposible<br />

de evadir que caerá sobre Bertita, la hija<br />

menor del matrimonio, la sana, la única<br />

que se libró de las convulsiones que a los<br />

casi dos años dejaran a sus hermanos en<br />

estado de “la más honda animalidad”.<br />

A pesar del horror entretejido en el<br />

desenlace de estos cuentos, el escritor<br />

uruguayo vela esas escenas a su lector<br />

al dirigir su atención hacia otro punto:<br />

en “El almohadón de pluma” es la explicación<br />

acerca de los parásitos de las<br />

aves que “diminutos en el medio habitual,<br />

llegan a adquirir en ciertas condiciones<br />

proporciones enormes”; en “El<br />

solitario” tenemos no el cuerpo herido<br />

de la mujer del joyero, sino el alfiler:<br />

“La joya, sacudida por la convulsión<br />

del ganglio herido, tembló un instante<br />

desequilibrada. Kassim esperó un<br />

momento, y cuando el solitario quedó<br />

por fin perfectamente inmóvil, se retiró<br />

cerrando tras de sí la puerta sin hacer<br />

ruido”; en el caso de “La gallina degollada”<br />

es Mazzini, esposo de Berta, quien la<br />

aleja diciéndole ¡No entres! ¡No entres!,<br />

además del piso inundado de sangre y<br />

el paralelo que tiende Quiroga entre la<br />

sirvienta degollando a una gallina y los<br />

cuatro hijos mayores apretándole el cuello<br />

a la menor, apartando sus bucles como<br />

si de plumas se tratara y llevándola a<br />

la cocina, “donde esa mañana se había<br />

desangrado a la gallina”.<br />

Aunque no todos los cuentos ajenos<br />

a la atmósfera del monte desembocan en<br />

la muerte, hay alguno, seguro, inspirado<br />

en su empleo como funcionario público<br />

(“Polea loca”, escrito en 1917 e incluido<br />

en el libro Anaconda, de 1921, donde un<br />

gobernador deja pasar dos años y medio<br />

sin responder su correspondencia,<br />

sin siquiera abrirla). Hay un fantaseo<br />

romántico con una actriz de cine (“Miss<br />

Dorothy Phillips, mi esposa”), un amor<br />

consumado y real después de una enfermedad<br />

(“La meningitis y su sombra”),<br />

incluso hay humor. Dentro de los textos<br />

con esta última característica se encuentran<br />

“Cuento para novios” y “Dieta<br />

de amor”. Pero aquí lo humorístico no<br />

arranca carcajadas a los lectores, más<br />

bien sonrisas chuecas, condimentadas<br />

con cierta resignación pues existe el<br />

presentimiento, junto al del propio personaje,<br />

de lo que depara el tiempo venidero:<br />

despertar a cada instante, pelear<br />

con el cónyuge y amanecer en el sillón<br />

de un corredor debido al llanto de un<br />

hijo de muy corta edad para el soltero<br />

de “Cuento para novios”; morir de inanición<br />

al comer sólo “sopas ligeras y<br />

una liviana taza de té”, como si se tratara<br />

de una prueba a fin de merecer a<br />

una joven para el narrador en primera<br />

persona de “Dieta de amor”, contenido<br />

en Anaconda, al igual que “Polea<br />

loca”. Este narrador tiene la seguridad<br />

de que un día van a encontrarlo muerto<br />

y va un poco más allá al advertir: “Que<br />

los que lleguen a leerme huyan, pues,<br />

de toda muchacha mona cuya intención<br />

164


manifiesta es entrar en una casa que ostenta<br />

una gran chapa de bronce. Puede<br />

hallarse allí un gran amor, pero puede<br />

haber también muchas tazas de té. Y yo<br />

sé lo que es esto” –en esa chapa puede<br />

leerse Doctor Swindenborg, físico dietético.<br />

Si bien en varios de los relatos anteriores<br />

existen el horror y la tragedia,<br />

creo que estas características están mucho<br />

más latentes en el segundo grupo<br />

de cuentos, el de los enmarcados por<br />

un entorno silvestre. Y no es porque el<br />

autor haya descorrido el velo que apartó<br />

nuestra mirada del asesinato de “La<br />

gallina degollada”, por mencionar uno,<br />

al hacer más explícitas sus descripciones,<br />

sino porque las muertes en este conjunto<br />

se vuelven pequeñas, insignificantes<br />

si se las compara con la extensión<br />

del paisaje.<br />

Así, tenemos un entorno hilvanado a<br />

fuerza de marañas verdinegras que, además,<br />

se convierte en testigo silencioso de<br />

la vida de sus habitantes, rodeándolos<br />

con indiferencia mientras un hombre, a<br />

causa de un accidente, agoniza con lentitud,<br />

el machete clavado en el vientre.<br />

Este mismo paisaje amortajará a un segundo<br />

hombre, el de “A la deriva”, quien<br />

recibe una mordedura de víbora y antes<br />

de cesar de respirar, como nos dice Quiroga<br />

con sencillez, se liga el tobillo, va<br />

con su mujer, Dorotea, le pide caña, bebida<br />

que le sabe a agua, observa la hinchazón<br />

de su pierna, siente cómo los<br />

relámpagos de dolor se alargan hasta<br />

la ingle, para luego abordar su canoa<br />

e ir en busca de su compadre, Alves.<br />

Más tarde, solo de nuevo sobre el Paraná,<br />

“que corre allí en el fondo de una<br />

inmensa hoya, cuyas paredes, altas de<br />

cien metros, encajonan fúnebremente<br />

el río”, lo invadirán un bienestar y una<br />

“somnolencia llena de recuerdos”; es<br />

decir, la esperanza de recuperarse, vana<br />

sin embargo, tanto como alucinada es la<br />

alegría del padre que abraza al espejismo<br />

de su hijo –muerto desde las diez de<br />

la mañana– al caminar de vuelta a casa<br />

en el cuento de 1928.<br />

Ninguno de estos personajes posee<br />

un nombre. Se llaman el hijo, el padre,<br />

el hombre. Son diminutos y representan<br />

a cualquiera, pues a cualquiera puede<br />

tragárselo la selva sin dejar ni migajas,<br />

como si nunca hubiera nacido. Aunque<br />

no todo se desvanece; en ocasiones puede<br />

quedar el bagazo.<br />

Como tal podemos considerar a algunos<br />

de los personajes de “Los destiladores<br />

de naranja” y “Los desterrados”,<br />

cuento éste que da título al volumen que<br />

los reúne, publicado por primera vez en<br />

1926. Horacio Quiroga los llama ex hombres,<br />

ex sabios; pero antes fueron el<br />

químico Rivet, el doctor Else. Ambos<br />

aparecen en más de un texto, dándole<br />

a “Los desterrados” una unidad mayor a<br />

la de otros libros, y la selva los devora<br />

a través del alcohol, dejándolos, luego<br />

de haber dotado de una organización a<br />

laboratorios y hospitales “que en veinte<br />

años no hubieran conseguido otros tantos<br />

profesionales”, reducidos a un guiñapo que<br />

viste bombachas de soldado paraguayo y<br />

165


una boina mugrienta, que no hace nada<br />

sino alabar la dureza de su bastón, beber,<br />

y en el delirium tremens, confunde<br />

con una enorme rata a su hija, maestra<br />

de escuela en Santo Pipó, y la mata. Tal<br />

es el caso del doctor Else. La caña los<br />

perdió, pero saben mucho, dice el manco<br />

de los ex sabios, qué hiciste papá, no<br />

tomes más, papá, le suplica al doctor<br />

Else su hija antes de morir, palabras<br />

lejanas de una moraleja pues ante el cadáver<br />

de la joven, el ex hombre, si queremos<br />

usar los términos de Quiroga, se<br />

ve otra vez acosado por los monstruos<br />

de la fauna alcohólica.<br />

No hay esperanza en la selva; no la<br />

hay ahora y no la habrá después. En<br />

cambio, persistirán los peligros; ese es<br />

el temor del viudo Subercasaux en “El<br />

desierto”, cuento de 1923. El propio Quiroga,<br />

seguro, comparte dicho temor cuando<br />

queda viudo, en 1915, tras el suicidio de<br />

su primera esposa, Ana María Cirés. Entonces,<br />

como su personaje, el autor queda<br />

al cuidado de sus dos hijos, Eglé, de escasos<br />

cuatro años, y Darío, un año menor.<br />

Si bien no es autobiográfico, “El desierto”<br />

contiene, además del paralelo<br />

de la viudez del hombre con una hija<br />

y un hijo pequeños y una personalidad<br />

a un tiempo áspera y tierna, si atendemos<br />

a quienes han dedicado investigaciones<br />

a Quiroga (aunque no es difícil<br />

imaginárselo mientras enseña a Darío y<br />

a Eglé las dificultades de la selva, o diciéndoles<br />

“mis chiquitos” y recibiendo<br />

como respuesta el “piapiá” que aparece<br />

en más de uno de sus cuentos, palabra<br />

que a mi parecer irradia una gran ternura,<br />

como si de pequeñas aves piando<br />

se tratara), el miedo a la desesperada<br />

situación en la cual se verán los niños si<br />

él llegara a faltar. ¡Pero no tendrán qué<br />

comer!, se lamenta Subercasaux, grave<br />

debido a una infección en el dedo meñique<br />

del pie derecho, causada por un<br />

pique, especie de pulga, más inofensivo<br />

que las víboras “y los mismos barigüís”.<br />

Dicha infección se le complicará<br />

al hundir los pies descalzos en un río<br />

de agua turbia, habitualmente de fondo<br />

claro a los ojos hasta dos metros, y terminará<br />

matándolo.<br />

La sinceridad de “El desierto” es<br />

sólo una muestra del pensamiento de su<br />

autor, para quien aquella es la primera<br />

condición en una obra de arte, según<br />

escribe en el cuento “Miss Dorothy Phillips,<br />

mi esposa”. Esta sinceridad lo hace<br />

trasplantar el enmarañado ambiente de<br />

la selva a sus <strong>escritos</strong>. Y no importa si<br />

éstos agradan o disgustan, lo primero es<br />

la fidelidad al entorno que está plasmando,<br />

a sus personajes. Por eso me parece<br />

injusto el ninguneo que recibe, pues si<br />

bien pertenece a otra visión de la literatura,<br />

no por ello es menos valioso su<br />

trabajo.<br />

166


Alberto Blanco y la poesía<br />

visual de la imaginación<br />

Rodolfo Mata<br />

Alberto Blanco, Poesía visual, Ediciones<br />

del Lirio/conaculta, México, 2015, 117 p.<br />

Alberto Blanco es un poeta de rupturas<br />

sutiles. Su alejamiento del ruido de<br />

la gestión social de la poesía y de las<br />

componendas entre los poetas es ejemplar<br />

y se refleja primordialmente en la<br />

concentración en su trabajo. Su obra es<br />

hoy vasta y variada, con más de treinta<br />

libros, sin contar las traducciones y las<br />

exposiciones, pues también se ha desarrollado<br />

como artista plástico y ha<br />

realizado trabajos en colaboración con<br />

fotógrafos, pintores y escultores. Asimismo,<br />

sus ensayos sobre poesía, artes<br />

plásticas y música son parte de su perfil<br />

artístico como poeta crítico.<br />

Poesía visual resuena como un eco<br />

singular de Visual poetry / Poesía visual<br />

(2011), catálogo editado por The Athenaeum,<br />

Music & Arts Library, que da<br />

cuenta de una exposición retrospectiva<br />

del trabajo de Alberto Blanco en el<br />

terreno de los libros de artista. Según<br />

sus palabras en la “Presentación”, las<br />

veintiocho piezas que se exhibieron visitan<br />

las tradiciones de los libros iluminados,<br />

los libros surrealistas, los collages,<br />

el arte abstracto, el pop, el arte povera y<br />

el arte conceptual, e incluyen escultura,<br />

textiles, impresiones digitales, reciclados<br />

y typewriting poetry. Todas las obras<br />

tienen en común una relación fuerte con<br />

sus libros de poesía o con poemas específicos,<br />

y con la presencia del papel. No<br />

me detengo en ellos, pues no acabaría.<br />

Lo que me interesa es la identidad que<br />

guardan algunos de sus títulos en tensión<br />

con el contraste de sus contenidos,<br />

contraste que se irá develando conforme<br />

avance en mi exposición.<br />

Mi primera impresión es que, en Poesía<br />

visual, Alberto enfatiza una visualidad<br />

diferente de la del catálogo homólogo,<br />

es decir, una visualidad no tan visual<br />

como la que acostumbramos hoy como<br />

miembros de la especie homo-videns, sino<br />

una visualidad que se proyecta ante<br />

el ojo de la mente. Pongo un ejemplo que<br />

me produjo una delectación maravillosa<br />

en el paladar de la imaginación. El poema<br />

“Banderolas” nos presenta un paisaje<br />

que comienza: “Desde un balcón<br />

soñado que cintila / sobre los vapores de<br />

Venecia / la niña de mi pupila / busca<br />

Grecia // Bajo las aguas / que guardan<br />

los vitrales / y doran las imágenes sagradas<br />

// en la lenta procesión por los canales<br />

// peinando el oro viejo de san Marcos /<br />

palomas de mármol decadente / miran<br />

pasar los barcos / entre la gente.” Vemos<br />

Venecia, con el autor junto a su niña-pupila,<br />

pero lo hacemos desde un “balcón<br />

soñado”. Esta dimensión imaginaria del<br />

sueño, que es gemela de la realidad del ensueño,<br />

se ve confirmada en la estrofa final:<br />

“Que Venecia será / una perla en la<br />

frente / y su oriente la única ciudad / en<br />

el Mar Adriático de la mente.” Vemos<br />

entonces –con otra visión que parece<br />

167


provenir de las luces de la razón– que<br />

Alberto sitúa su fantasía poética en el<br />

“Mar Adriático de la mente”. Es decir,<br />

el panorama desde el “balcón soñado”<br />

está contenido en el “Mar Adriático de<br />

la mente” y esto confirma que la calidad<br />

visual del poema está justo ahí, en<br />

la retina de la imaginación.<br />

Sin embargo, parece haber un detalle<br />

más tras este poema, pues en El corazón<br />

del instante –reunión de doce libros de<br />

Alberto, publicada por el fce en 1998–<br />

hay una referencia escrita al margen que<br />

ahora ha sido omitida: “Antonio Canal,<br />

Canaletto.” Si leemos el poema en Poesía<br />

visual, el paisaje surge totalmente de<br />

la imaginación; pero si nos remitimos<br />

a El corazón del instante, vinculamos<br />

nuestra imaginación con las pinturas de<br />

este famoso artista del siglo xviii, que<br />

dedicó varios de sus lienzos a la ciudad<br />

de Venecia. Un paso más en la persecución<br />

de este diálogo entre el universo<br />

verbal y el pictórico se encuentra en el<br />

detalle de que “Banderolas” está incluido<br />

en la sección titulada “La parábola<br />

de Cromos” de El corazón del instante.<br />

Esta sección pareciera corresponder a<br />

una reproducción parcial de Cromos (1987),<br />

pues este libro tiene la peculiaridad de<br />

confrontar poemas con reproducciones<br />

de cuadros de diferentes pintores. Sin<br />

embargo, al revisarlo veo que no incluye<br />

el poema “Banderolas” ni, en su índice<br />

de pintores, el nombre de Canaletto. Entonces,<br />

la conexión entre el título de<br />

la sección y el del libro se limita a la<br />

alusión. Quizás ése sea el motivo para<br />

que el primero sea una parábola del<br />

segundo.<br />

No sé qué cuadro específico de Canaletto<br />

habrá elegido Alberto para escribir<br />

el poema. ¿Habrá en él banderolas<br />

que se agiten con el viento? No lo sé y<br />

quizás la referencia a la obra del pintor<br />

sólo se dé a nivel general. De cualquier<br />

manera, este detalle no parece ser tan<br />

importante pues, como el mismo autor<br />

explica en la “Nota preliminar” a El<br />

corazón del instante, los poemas no son<br />

recreaciones de las obras sino “creaciones<br />

paralelas”. Intento entonces buscar<br />

las banderolas en otro lugar y creo poder<br />

verlas en las sombras de los bloques<br />

textuales en la página. Las ocho estrofas<br />

que componen el poema son cuartetos<br />

que, si se agrupan en parejas, cada<br />

pareja representa una banderola compuesta<br />

por dos trapecios unidos por sus<br />

bases menores, como si el trapecio de<br />

arriba encontrara su imagen especular<br />

en el de abajo. Este reflejarse también<br />

aparece en un verso del poema como<br />

un fenómeno propiciado por las aguas en<br />

los canales venecianos: “Inversas cúpulas<br />

de otras edades / temblando de frío<br />

en esa hora / de ardientes oscuridades /<br />

que el cielo añora.”<br />

Con “Un día en la tierra” –que pertenece<br />

a la misma sección “El corazón del<br />

instante” de Poesía visual, la primera<br />

del libro– me sucede algo peculiar. Comienzo<br />

al revés, no fijando mi atención<br />

en las imágenes mentales sino en la<br />

materialidad visual del impreso, y leo<br />

el poema linealmente, en cascada. Veo<br />

168


loques de tres líneas en dos columnas<br />

que se mueven hacia abajo alternando<br />

como en cuadrícula ajedrecística. Veo<br />

en ello un elemento visual claro, proveniente<br />

de la sombra de los bloques<br />

textuales en la página y comienzo: “Allí<br />

donde se tocan / el tiempo exterior / y el<br />

mar interior // Hay un puente de madera /<br />

a cuya sombra los amantes / se multiplican<br />

en el acto.” Creo por un momento<br />

en una narración pero me rebelo, trato<br />

de hacer una prueba por la vía de la<br />

lectura no-lineal de la poesía visual y<br />

salto: “Una algarabía de tigres / en el<br />

cielo ardiente / del último verano.” Y<br />

vuelvo a saltar: “Un deseo que se reconoce<br />

/ en las formas palpitantes / de otro<br />

espejismo humano.” Finalmente llego a la<br />

estrofa final que sirve de basamento de<br />

unión de las dos columnas: “Planetas /<br />

frutos que reposan / como los senos de<br />

una mujer dormida / en la plenitud de la<br />

belleza sin nombre / un mundo a salvo<br />

del hombre / la tierra en paz.” Todo hace<br />

sentido. No he podido escapar de cierto<br />

tipo de narración. Regreso y releo el<br />

poema completo que es una celebración<br />

de la intimidad del hombre con la naturaleza,<br />

hombre como ser individual<br />

integrado en ella y no como humanidad<br />

intrusiva que la destruye. Quizás Alberto<br />

nos quiso decir: “Un día en la tierra<br />

el hombre fue así.” Pero mi curiosidad<br />

me hace regresar a preguntarme por qué<br />

mi lectura rebelde funcionó. Lo que sucede<br />

es que cada estrofa está concebida<br />

como una oración completa, no encadenada<br />

gramaticalmente con la siguiente,<br />

que puede funcionar como un manojo<br />

de impresiones plausibles de ser yuxtapuestas,<br />

impresiones que se viven o se<br />

pueden vivir simultáneamente y cuyo<br />

cierre se encuentra en la estrofa final<br />

que es su límite. Si hago una búsqueda<br />

similar a la que hice con “Banderolas”,<br />

me encuentro con el nombre del pintor expresionista<br />

alemán August Macke como<br />

referencia difusa. Es decir, no puedo saber<br />

qué pintura específica de Macke fue<br />

considerada en el proceso creativo (en<br />

Cromos no figura ningún poema ni pintura<br />

que se relacionen), pero estoy seguro<br />

de que hay un diálogo con el temperamento<br />

artístico del pintor.<br />

Dos aspectos me han ido quedando<br />

claros en la lectura de Poesía visual.<br />

Primero, Alberto otorga un lugar fundamental<br />

a la visualidad de la imagen literaria,<br />

a la fanopea, como le decía Ezra<br />

Pound. Segundo, su dicción poética tiene<br />

algo narrativo, algo de parábola, algo<br />

de sintaxis compleja controlada por el<br />

poeta y no únicamente juegos verbales<br />

que son delegados primordialmente a<br />

la interpretación constructiva del lector.<br />

Tal vez el poema que más se acerca<br />

a la experiencia de la dispersión de<br />

la palabra en la página es “Palomas”,<br />

cuya referencia es Pablo Picasso, y que<br />

consiste en versos distribuidos sobre el<br />

papel, simulando el vuelo de las palomas,<br />

versos que raramente están compuestos<br />

por una sola palabra.<br />

Me he detenido mucho sobre estos<br />

tres poemas pero en casi todos los de<br />

la sección “El corazón del instante” se<br />

169


pueden hallar referencias similares a<br />

pintores como Arcimboldo, Kupka, Alberto<br />

Gironella, El Greco y otros. Sólo<br />

“Chimeneas de Asnières”, que semeja<br />

justamente el fálico símbolo de la modernidad<br />

con su corona de humo, me<br />

deja en la duda, pues no lo encuentro en<br />

el libro El corazón del instante, aunque<br />

intuyo que tras él están Seurat y Van<br />

Gogh. Algunos textos más pertenecen<br />

a otros libros reunidos en El corazón<br />

del instante, como es el caso de “El alfarero”,<br />

cuya silueta parece la sombra<br />

de un tibor. Leyéndolo, inmediatamente<br />

pensamos que alude a un artesano pero,<br />

al descubrir que pertenece a El libro de<br />

los pájaros, nos damos cuenta de que se<br />

trata de un ave. A estas alturas de mi<br />

experiencia lectora puedo mencionar<br />

una tercera característica de la poesía<br />

visual de Alberto: la utilización de las<br />

sombras del texto o, para hablar como<br />

quizás lo haría un editor, “la manchas<br />

textuales”, como recurso unas veces figurativo,<br />

otras veces rítmico.<br />

“La hora y la neblina”, segunda sección<br />

de Poesía visual, contiene poemas<br />

tomados en su mayoría de la segunda<br />

reunión de doce libros que lleva un título<br />

homónimo. Lo primero que me salta a<br />

la vista es la presencia de referentes fílmicos<br />

en varios títulos: “Vagas estrellas<br />

de la Osa Mayor” (Visconti), “Trono de<br />

sangre” (Kurosawa), “Rosebud” (Orson<br />

Welles), “La ciudad blanca” (Alain Tanner),<br />

“Kaspar Hauser” (Herzog), etc. ¿Es<br />

esta otra manera de ser visual culturalmente,<br />

mentalmente? ¿Las películas<br />

comienzan a correr en nuestro imaginario?<br />

Tal vez sí, al menos me sucedió<br />

con “Kaspar Hauser”, que comenzó a<br />

proyectarse en mi mente mientras leía<br />

“Las hojas de las hayas murmuran suavemente<br />

con el primer viento del otoño<br />

como si de verdad supiesen lo que les<br />

espera”. En este caso, la mancha del<br />

poema semeja una hoja cuyo peciolo<br />

está compuesto por tres signos de admiración.<br />

Otros poemas recurren a la figuración:<br />

“La obsidiana” es un cuchillo<br />

pétreo; “El mármol” es un pecho de la<br />

estatua cuya sangre se congeló en sus<br />

vetas en la madrugada; y “Arborescencia”<br />

es el follaje de un árbol cuyo tronco<br />

es el vano entre dos pilas de versos<br />

de diferentes longitudes, que serían las<br />

ramas a ambos lados.<br />

A esta misma sección pertenece “La<br />

poesía”, composición reproducida en la<br />

portada del libro, que tiene una gracia<br />

sin igual por su sencillez y su sorpresa.<br />

El verso inicial nos dice “La poesía” y<br />

va seguido de otro, dislocado levemente<br />

hacia abajo y hacia la derecha, que<br />

completa la frase: “nos sigue”. Este verso<br />

va a ser repetido diez veces más, desperdigadas<br />

en la página. Sentimos entonces<br />

que la poesía nos acecha. Sin embargo,<br />

esta paranoia imaginaria desaparece<br />

cuando leemos los dos últimos versos<br />

al final de la página: “ayudando / a vivir”.<br />

La persecución se convierte en<br />

apoyo constante, maravilla del existir.<br />

“Textil” ya nos muestra una técnica<br />

diferente de las anteriores pues juega<br />

con la descomposición de las palabras.<br />

170


Las sombras tipográficas ahora están hechas<br />

con letras, resultado de fragmentar<br />

cadenas de palabras (palabras sin espacios<br />

entre ellas) en partes que no corresponden<br />

a divisiones silábicas sino a la<br />

conformación de veintidós sombras de<br />

texto triangulares. Un fondo rectangular<br />

de puntos une estas sombras, que se distribuyen<br />

en cinco renglones. El primer<br />

renglón tiene tres sombras, el segundo,<br />

dos, el tercero, tres, y así sucesivamente.<br />

Haciendo un pequeño esfuerzo se leen<br />

las palabras o frases: “fibra de henequén”,<br />

“plástico”, “estropajo”, “lino”,<br />

“cola de caballo”, “seda”, “ramia”, “hilo<br />

de papel”, “palma de jipijapa”, “oro”,<br />

“lengua de vaca”, etc. Todas están relacionadas<br />

de alguna manera con las<br />

artes plásticas. La impresión producida<br />

metafóricamente es que están trenzadas:<br />

el poema es un textil, un tejido,<br />

un texto.<br />

La tercera sección, que se titula “A<br />

la luz de siempre”, tiene más poemas<br />

que las dos anteriores, veinticinco de<br />

los cuales son inéditos. Por su técnica<br />

diferente, llama la atención “Sextina”,<br />

nombre de un tipo de composición de<br />

treinta y nueve versos de arte mayor, organizados<br />

en seis estrofas de seis versos<br />

cada una, más una estrofa final de tres<br />

versos. La palabra “sextina” justamente<br />

contiene siete letras que Alberto repite<br />

para formar las siete estrofas de la<br />

sextina. Es decir, la primera estrofa es<br />

un bloque de seis líneas compuestas de<br />

puras “eses”; la segunda es un bloque<br />

de seis líneas de puras “es”; la tercera<br />

es de puras “equis” y así sucesivamente,<br />

hasta que la estrofa final son tres líneas<br />

de “as”. “Lluvia” también es singular,<br />

porque los veinte versos del poema están<br />

insertados en un cuadrado lleno de<br />

pequeñas diagonales tipográficas. Así,<br />

todos los espacios que separan las palabras<br />

tienen diagonales, dando la impresión<br />

de que el poema está en medio<br />

de un chubasco. Inmediatamente, por<br />

mi mente cruza el caligrama “Il pleut”,<br />

de Apollinaire, otra forma de presentar<br />

la lluvia gráficamente. Sin embargo, en<br />

algunos versos Alberto subraya lo que<br />

pienso que es la poética principal del<br />

libro: “no para la vista / sino para la imaginación<br />

(…) no para el paladar / sino<br />

para el entendimiento”. <strong>Posteriormente</strong>,<br />

Alberto me confesó que tras el poema<br />

está la pieza de rock “Rainmaker”,<br />

del grupo Traffic, uno de sus favoritos.<br />

Todas las referencias contribuyen a la riqueza<br />

del poema, unas evidentes, otras<br />

develadas –como esta última–, otras ocultas<br />

y en espera de quien las descubra.<br />

Por último, quiero mencionar “Número”,<br />

poema basado en el desafío que se<br />

hace al lector para que encuentre la lógica<br />

de su armado: una línea de letras<br />

que se ensancha hacia sus extremos y<br />

se angosta hacia su centro esconde palabras<br />

que hay que descifrar por medio<br />

de saltos de lectura.<br />

Muchos otros poemas merecerían ser<br />

mencionados pero debo concluir esta<br />

breve reseña. Me resta sólo subrayar que<br />

Poesía visual, de Alberto Blanco, nos<br />

hace conscientes de una dimensión de<br />

171


la visualidad en poesía que había sido<br />

relegada por el propio ímpetu de ruptura<br />

del género y que es la visualidad<br />

mental producida por el propio lenguaje,<br />

pues no en balde hablamos de “imágenes<br />

poéticas”. Si muchos de sus recursos técnicos<br />

no son “sorprendentes”, ya que han<br />

sido utilizados antes por muchos poetas,<br />

el ocultamiento de las referencias previamente<br />

incluidas en sus libros El corazón<br />

del instante y Cromos surge como<br />

algo que no había visto antes. ¿Por qué<br />

en una época como la nuestra en que es<br />

tan sencillo poner en diálogo palabras<br />

e imágenes Alberto opta por obliterar<br />

las imágenes que ya había usado? Porque<br />

en el juego de la poesía visual hace<br />

falta subrayar la visualidad mental producida<br />

por el lenguaje y no sólo la visualidad<br />

material de las grafías que le dan<br />

cuerpo en el papel. El lenguaje es algo<br />

complejo, pero feliz, es la fuente de la<br />

poesía. Esta reseña carece de imágenes<br />

por esa misma razón.<br />

Geografía en disolución<br />

Alejandro Badillo<br />

Eduardo Antonio Parra (comp.), Norte. Una<br />

antología, Era / Fondo Editorial de Nuevo<br />

León / Universidad Autónoma de Sinaloa,<br />

México, 2015, 329 p.<br />

¿Cómo delimitar una geografía literaria?<br />

¿Cómo encontrar puntos en común en<br />

los cuentos de cuarenta y nueve narradores<br />

sólo partiendo de su lugar de nacimiento<br />

o identificación con un territorio?<br />

Me parece que, con cada nueva antología<br />

que se sustenta en el lugar de origen de<br />

los autores, queda en evidencia la inutilidad<br />

de tomar al pie de la letra este<br />

atributo como motivo principal de una<br />

reunión de textos. En el prólogo del libro,<br />

Eduardo Antonio Parra –a la sazón<br />

nacido en León, Guanajuato– habla de<br />

pulsiones y escenarios que sólo pueden<br />

capturar los escritores norteños: “Otra<br />

intención es la de dejar en claro que la<br />

narrativa norteña forma parte de una<br />

tradición sustentada en una genealogía<br />

de autores que, por lo menos desde los<br />

albores del siglo xx, reflejan en sus relatos<br />

no sólo las obsesiones literarias<br />

personales que han dado forma y contenido<br />

a sus obras, sino también a las<br />

características de su ser norteño, adquiridas<br />

desde la infancia y la adolescencia,<br />

que pueden advertirse en ciertos<br />

giros del lenguaje, en las alusiones al<br />

entorno o en el carácter de los personajes.”<br />

Después de la lectura de Norte,<br />

es evidente que esta intención queda<br />

a la mitad ya que la narrativa del país,<br />

en especial el cuento, es desde hace<br />

mucho un territorio que evade lo gregario<br />

para instalarse en una búsqueda<br />

individual que, acaso, es influida por problemáticas<br />

recientes como el narcotráfico<br />

y la violencia. Ese “ser norteño” del que<br />

habla Parra y que quizá se puede vincular<br />

con lo coloquial, lo atrabancado<br />

y directo, la referencia a los paisajes<br />

172


desérticos y a un realismo que roza lo<br />

documental, lo podemos encontrar en<br />

algunos de los primeros autores recopilados<br />

en el volumen; sin embargo esta<br />

cohesión se disuelve conforme avanzamos<br />

en el tiempo y desaparece casi por<br />

completo en los autores que empezaron<br />

a publicar en el nuevo siglo. Incluso se<br />

podría discutir en qué medida conservaron<br />

sus orígenes autores norteños que<br />

pronto migraron a la ciudad de México<br />

ya que, durante gran parte del siglo xx,<br />

la capital del país concentraba la actividad<br />

cultural, periodística y literaria.<br />

Norte. Una antología se justifica, como<br />

lo apunté, con coordenadas geográficas<br />

y temporales. En la primera se tomó<br />

en cuenta a escritores nacidos en estados<br />

fronterizos como Nuevo León, Sonora,<br />

Tamaulipas y Baja California. Además,<br />

incluye a los nacidos en lugares lejanos<br />

como Guerrero y Jalisco (Julián Herbert<br />

y Luis Felipe Lomelí), pero que migraron<br />

hacia el norte. Sinaloa y Durango,<br />

aunque no son estados fronterizos, también<br />

fueron considerados. ¿Por qué no<br />

Zacatecas o San Luis Potosí? El compilador<br />

no lo explica. En el aspecto cronológico,<br />

se abarca desde Martín Luis<br />

Guzmán (1887-1976) hasta Luis Panini<br />

(1978). Esta gran línea del tiempo permite<br />

atisbar la gran cantidad de intereses<br />

narrativos cuya fragmentación es más<br />

perceptible conforme nos acercamos al<br />

final del siglo xx.<br />

Para criticar Norte. Una antología hay<br />

que entender, primero, que es una selección<br />

personal de un escritor que utiliza<br />

criterios no académicos. También hay<br />

que destacar que sólo se revela un parte<br />

de la narrativa y no su totalidad. ¿Se<br />

podría hacer una antología con fragmentos<br />

de novelas para incluir a aquellos autores<br />

que, por azares del destino, no practicaron<br />

la narrativa corta? También hay que<br />

separar el concepto de literatura con el<br />

de narrativa, gazapo en el que incurren<br />

algunos críticos y lectores. Formuladas<br />

estas apreciaciones, queda por hacer un<br />

repaso de la selección de Eduardo Antonio<br />

Parra. El compilador tiene toda la<br />

libertad de elaborar su convocatoria y<br />

las ausencias (algunos han mencionado<br />

a autores como Eve Gil, Carlos Velázquez,<br />

Eduardo Ruiz Sosa, entre otros)<br />

no tiene sentido discutirlas, ya que una<br />

antología no es un censo o un ejercicio<br />

democrático. Lo que sí se puede hacer<br />

es señalar y ponderar los cuentos publicados<br />

para –desde la trinchera del crítico–<br />

ofrecer al lector una imagen del libro<br />

y entablar un diálogo con la obra.<br />

El primer autor incluido, Martín Luis<br />

Guzmán, representa lo mejor de la novela<br />

de la Revolución Mexicana. “La fiesta<br />

de las balas” es una excepción en la<br />

antología, pues estamos hablando de un<br />

fragmento de novela, en este caso El<br />

águila y la serpiente. Es criticable incluir<br />

esta pieza no por su calidad sino<br />

porque, a diferencia del cuento, no se<br />

puede juzgar la obra completa. Esto, a<br />

mi parecer, genera cierta gratuidad en<br />

el criterio de selección. Sin embargo, la<br />

alta calidad literaria del autor solventa,<br />

a mi parecer, los escollos del género.<br />

173


“La fiesta de las balas” cuenta los pormenores<br />

de un fusilamiento masivo ordenado<br />

por un general revolucionario. Los<br />

preparativos que demoran la acción final<br />

crean una tensión que convierte a este<br />

fragmento en una pieza redonda que no<br />

deja muchos cabos sueltos. Este elemento,<br />

sin olvidar la gran factura prosística<br />

de Guzmán, vuelve pertinente su presencia<br />

en el libro. El segundo autor, Alfonso<br />

Reyes, un clásico de la literatura<br />

mexicana muy poco leído, muestra en<br />

“El hombrecito del plato” una aproximación<br />

lúdica y humorística al tema extraterrestre.<br />

El cuento, muy breve, es además<br />

una rareza por la época en la que fue escrito.<br />

Este texto resalta también en el<br />

grupo de escritores que convoca Parra,<br />

cuya escritura estuvo determinada por<br />

el realismo impuesto gracias a los cánones<br />

de comienzo de siglo y por la importancia<br />

de la Revolución Mexicana<br />

como telón de fondo. De entre los autores<br />

cercanos a este evento destacan<br />

Nellie Campobello y José Revueltas.<br />

La primera, olvidada por muchos años,<br />

participa con “El muerto”, cuento que<br />

pertenece a Cartucho. Relatos de la lucha<br />

en el norte de México. En este texto,<br />

como en toda su obra, la autora parte<br />

del testimonio para fabricar pequeñas<br />

viñetas, estampas de la vida durante la<br />

Revolución que mezclan, con mucha<br />

fortuna, la crudeza de la muerte con el<br />

asombro de la poesía. Revueltas, otro<br />

explorador del lenguaje y de la condición<br />

humana, participa con “Barra<br />

de Navidad”. Creo que, analizando la<br />

cuentística del autor, tendrían méritos<br />

cuentos más redondos, en donde se explota<br />

más un universo mítico y demoledor,<br />

como “Dios en la tierra”. Sin embargo el<br />

compilador, quizá por capturar la atención<br />

de jóvenes lectores –asunto que<br />

también menciona en el prólogo–, opta<br />

por este cuento más accesible para quien<br />

se acerca por primera vez a la narrativa<br />

de Revueltas.<br />

El grupo que sigue a esta, por así llamarla,<br />

primera generación, es desigual y<br />

se advierten algunas apuestas, para mi<br />

gusto fallidas. Los autores nacidos entre<br />

1920 y 1960 son nombres fundamentales,<br />

con una gran apuesta estilística como<br />

Jesús Gardea y Daniel Sada. Ambos autores,<br />

además, recrearon en clave simbólica,<br />

poética, los escenarios del norte del país.<br />

Gardea, quien practicó en igual medida<br />

la novela corta y el cuento, es uno<br />

de los narradores que llevaron al límite<br />

la exploración del lenguaje. Desde Los<br />

viernes de Lautaro (1979) hasta Tropa de<br />

sombras (2003) –sin olvidar los libros<br />

póstumos que, por desgracia, no se han<br />

publicado– dibujó, en trazos cada vez<br />

más complicados, el aislamiento, el calor<br />

y la desolación del norte. “Como en el<br />

mundo”, cuento de su primer libro, nos<br />

muestra a un Gardea que aún no explota<br />

todas las dimensiones de su lenguaje<br />

pero que ya anuncia, con este texto, su<br />

personaje arquetípico: un hombre consumido<br />

por el tiempo, que levita entre la<br />

tierra y los fantasmas que evoca el desierto.<br />

Daniel Sada, más visible para el<br />

mundo editorial, comparte la experimen­<br />

174


tación de Gardea a través del ritmo de<br />

la prosa antes que la creación de imágenes<br />

deslumbrantes. En “Cualquier<br />

altibajo” se utiliza de trasfondo un juego<br />

de beisbol para llevarlo al territorio<br />

del corrido, la leyenda y, por supuesto,<br />

la artesanía verbal valorada por muchos<br />

críticos y pocos lectores. Federico Campbell,<br />

Ignacio Solares, Élmer Mendoza y<br />

Víctor Hugo Rascón Banda son incluidos<br />

con cuentos de bajo perfil. Me parece que<br />

el compilador los integra, simplemente,<br />

por la importancia de sus nombres dentro<br />

de la geografía literaria sin atender necesariamente<br />

a la calidad de los cuentos<br />

publicados. Algunos textos transcurren,<br />

casi con desgana, hasta un final que se<br />

antoja previsible. No hay mayor complejidad<br />

narrativa y el único enfoque es contar<br />

una historia sin distracciones y con<br />

una técnica solvente pero muy simple.<br />

Creo que es en este aspecto en el que<br />

naufragan muchas antologías narrativas:<br />

con el afán de incluir nombres que pertenecen,<br />

por así decirlo, a un canon, se<br />

utiliza una mirada condescendiente, pues<br />

los compiladores saben que esos convocados<br />

son mejores con obras de largo aliento<br />

pero que tienen que estar en una reunión<br />

de cuentos por un compromiso implícito.<br />

Dentro de este grupo generacional debe<br />

resaltarse la narrativa de César López<br />

Cuadras –autor, para muchos, desconocido–<br />

que muestra en “El león que fue a<br />

misa de siete” un espléndido relato que<br />

mezcla la fábula, la parodia y un humor<br />

sutil que desemboca en un final que evade<br />

el lugar común. Esos autores, medio<br />

olvidados por las grandes editoriales y<br />

a veces rescatados por alguna institución<br />

de gobierno, no son comparsas de<br />

sus compañeros más renombrados; merecen<br />

un amplio estudio y una difusión<br />

mucho mayor que la que han tenido.<br />

El tercer grupo, compuesto por muchos<br />

nombres, de los nacidos entre 1960<br />

y finales de la década de los setenta, es<br />

también irregular, aunque varios de ellos,<br />

sobre todo los más jóvenes, aún están madurando<br />

su escritura y falta ver sus frutos.<br />

Este bloque generacional es el que<br />

pone en jaque la construcción del “ser<br />

norteño” del que habla Parra en el prólogo.<br />

Hay varios factores que inciden<br />

en que, más allá de la calidad, haya una<br />

fragmentación constante en los intereses<br />

y estilos. Como teorías plausibles se<br />

puede mencionar la migración de los autores,<br />

influencias literarias cada vez más<br />

diversas, algunas incluso encontradas.<br />

A pesar de que un autor nacido en el norte,<br />

que comenzó a publicar a finales del<br />

siglo xx y ya no tuvo la imperiosa necesidad<br />

de migrar a la ciudad de México para<br />

entrar en contacto con el mundo cultural,<br />

hay que recordar que la migración no es<br />

necesariamente física sino intelectual,<br />

de interacción con libros, información,<br />

influencias. Alguien puede escribir desde<br />

Sonora o Chihuahua y pertenecer a<br />

una cartografía muy lejana. Estos elementos,<br />

para mi gusto, han contribuido a<br />

este fenómeno. Con algunas excepciones,<br />

el tema de estos nuevos autores es la<br />

violencia con distintos matices: urbana,<br />

familiar y, como es previsible, la gene­<br />

175


ada por la delincuencia organizada. Sin<br />

embargo esto no los hace distintos a los escritores<br />

del resto del país, ya que la violencia<br />

ha permeado grandes zonas de México.<br />

En esta generación son visibles la escritura<br />

de Julián Herbert, Luis Felipe Lomelí y<br />

César Silva Márquez. Los tres, con distintas<br />

apuestas, buscan aproximarse a<br />

lo violento, a la amarga realidad social,<br />

desde construcciones artificiales que lindan,<br />

sobre todo en Herbert, con lo poético.<br />

Un cuento sorprendente de un autor<br />

coetáneo es “Señor de señores”, de Miguel<br />

Tapia, poco citado en antologías y<br />

encuentros. Este relato es una muestra<br />

de la revitalización que puede tener el<br />

tema del narcotráfico, muchas veces<br />

tratado de forma simplona, cuando hay<br />

una voluntad de crear un estilo y no limitarse<br />

a contar una historia. En “Señor<br />

de señores” hay un diálogo entre<br />

el mito bíblico y el poder que subyuga<br />

a los desheredados. Usando el formato<br />

de los versículos de la Biblia, con<br />

una trasposición de nombres y títulos,<br />

Miguel Tapia construye una autoridad<br />

inplacable que aplasta a sus enemigos<br />

y recompensa a quienes obedecen sus<br />

órdenes. Semejante aproximación, que<br />

recuerda a la propuesta de escritores<br />

como Yuri Herrera, no trivializa el problema<br />

del narcotráfico sino que lo lleva<br />

a aguas más profundas, interrogándonos<br />

de qué manera los nuevos poderes<br />

inciden y moldean el imaginario social.<br />

El último norteño de la lista, Luis Panini,<br />

se acerca más al texto conceptual,<br />

que abreva de lo posmoderno. En<br />

“Gran pantalla” la violencia se justifica<br />

a sí misma y el contexto es la jungla<br />

urbana. El absurdo es la única regla y<br />

se nutre de la cultura pop, el individualismo<br />

que no conoce límites.<br />

Una antología es una lista, una geografía<br />

que revela apuestas que se cumplen<br />

o fracasan en un futuro que aún<br />

no podemos bosquejar. Quedará para la<br />

discusión si la llamada “narrativa del norte”<br />

o “narrativa del desierto” tiene futuro<br />

como grupo compacto, con búsquedas<br />

similares o una memoria compartida,<br />

como aún la quieren ver algunos nostálgicos<br />

o sucumbirá, como tantas otras<br />

narrativas regionales, ante el embate de<br />

un mercado editorial cada vez más homogenizado.<br />

Quizá sólo quede en mera<br />

etiqueta de un momento preciso. Mi<br />

profecía, a contracorriente de Eduardo<br />

Antonio Parra, es que las fronteras literarias<br />

serán cada vez más difusas hasta<br />

desaparecer. Los autores del norte, así<br />

como los del resto del país –gracias a<br />

internet y a las tecnologías de comunicación<br />

como las redes sociales–, ya<br />

for man parte de un mundo global en el<br />

que los territorios físicos pierden paulatinamente<br />

su importancia.<br />

176


La simpatía como<br />

forma de la crítica<br />

Fernando Fernández<br />

Ignacio Ortiz Monasterio, Compás de cuatro<br />

tiempos, Ediciones La Rana / Casa de Muñecas<br />

Editorial, México, 2015, 70 p.<br />

Es indudable que puede practicarse una<br />

crítica sin que medie la simpatía; en<br />

realidad, con frecuencia presenciamos<br />

ese fenómeno: artículos y aun ensayos<br />

elogiosos, no pocas veces colmados de<br />

inteligentes argumentos, que no provocan<br />

en nosotros sino la más perfecta<br />

indiferencia. Lo que no creo que sea<br />

posible es hacer una crítica profunda y<br />

duradera sin que vaya acompañada de<br />

ese sentimiento que el diccionario define<br />

como “inclinación afectiva entre personas,<br />

generalmente espontánea y mutua”.<br />

Es ese género de crítica el que me entusiasma<br />

y me sirve como lector. Lejos<br />

estoy de decir que soy capaz de practicarla<br />

con éxito yo mismo, pero bien<br />

que puedo intentarlo, como haré en los<br />

párrafos que siguen.<br />

Conste que bien me doy cuenta de<br />

que la definición del diccionario utiliza<br />

la palabra “personas” –porque le resulta<br />

esencial para describir el término<br />

y le parece connatural a su significado–.<br />

¿Cómo aplicar entonces ese sentimiento<br />

a la relación que se establece<br />

entre cualquiera de nosotros, es decir<br />

una persona, digamos un lector, y un<br />

objeto, por ejemplo un libro de cuentos?<br />

La respuesta es fácil, aunque ahora no<br />

se me ocurra ofrecerla si no es con otra<br />

pregunta: y es que, bien mirado, ¿no<br />

tiene un libro, de los que nos agradan,<br />

una personalidad y un carácter propios<br />

que nos hacen pensar que son algo<br />

más que tinta y papel?<br />

Habrá quien, siquiera momentáneamente,<br />

se manifieste de acuerdo conmigo<br />

–aunque sólo sea por amabilidad,<br />

o por permitirme seguir adelante para<br />

ver si acabo de una vez por todas– pero<br />

que no dejará pasar, sin señalármela, la<br />

palabra “mutua” que aparece también<br />

en la definición del diccionario, la cual<br />

dice, muy a las claras, que la simpatía es<br />

la “inclinación afectiva entre personas,<br />

generalmente espontánea y mutua”. ¿Puede<br />

ser mutua la simpatía entre un libro y<br />

la persona que lo lee? Acaso por el hábito<br />

socrático, latente siempre en nosotros,<br />

no puedo responder tampoco en<br />

esta ocasión si no es con otra pregunta:<br />

y es que ¿cuántas veces no hemos sentido<br />

que cierto relato tiene algo que nos<br />

sirve precisamente a nosotros, que es<br />

a nosotros a quienes habla? Quizás no<br />

sea imposible extender algo las cosas y<br />

decir que ciertas obras sienten algo por<br />

nosotros, por ejemplo una cierta “inclinación<br />

afectiva espontánea”.<br />

Digo todo esto porque, más allá de la<br />

simpatía que me une a la persona de<br />

Ignacio Ortiz Monasterio, que ha sido,<br />

como exige la definición, por un lado “inclinación”<br />

y por el otro “afectiva”, y sin<br />

ninguna duda (exactamente como se dio<br />

en el sentido más estricto e histórico en­<br />

177


tre nosotros) “espontánea y mutua”, su<br />

primer libro llegó a mis manos cuando<br />

lo necesitaba, precisamente cuando podía<br />

hablarme, en el momento en que me<br />

ofreció su simpatía y se abrió para mí,<br />

como un amigo o algo más.<br />

Ese relato no fue el primero que leí,<br />

de los cuatro que conforman su bello Compás<br />

de cuatro tiempos, sino el segundo o el<br />

tercero, porque primero me abrí paso por<br />

el cuento que inaugura la pequeña serie,<br />

el que se llama “¡Colisión!” Ya en<br />

él percibí las característica básicas de<br />

la literatura de Ortiz Monasterio: una<br />

sencillez no poco elaborada, que trabaja<br />

a partir de singulares experiencias<br />

en un lenguaje ya personal, que a pesar<br />

de su frescura y su sentido del humor<br />

posee una elegante dosis de desengaño<br />

y melancolía.<br />

Fue en el momento en que llegué al<br />

cuento llamado “Retrato de mujer con<br />

mascota” cuando, empapado de simpatía<br />

–es decir de inclinación afectiva espontánea<br />

y mutua–, me embarqué en el<br />

delicado y compasivo relato de los últimos<br />

días de la perrita callejera Anastasia,<br />

y sentí a fondo las calidades del<br />

lenguaje y el pensamiento de Ortiz Monasterio.<br />

Como hablamos de personas,<br />

de la persona que lee y de la persona<br />

que transmite lo que ha vivido, sea el<br />

autor o su obra por interpósita persona,<br />

me veo obligado a referir un pequeño suceso<br />

íntimo para dejar establecido hasta<br />

dónde fue un asunto personal el que me<br />

hizo leer con tanta simpatía ese cuento:<br />

a finales de agosto pasado, murió un<br />

animalito con el que viví los últimos<br />

cuatro años de mi vida, y su pérdida, ya<br />

que teníamos una coexistencia rica en<br />

comunicación, perfectamente adaptada<br />

a una rutina fructífera para ambos,<br />

fue dolorosa para mí.<br />

Dicho esto, puedo contar que al leer<br />

“Retrato de mascota con mujer” sentí<br />

que el relato mismo mostraba su inclinación<br />

por mi persona, de manera natural<br />

y no pedida, y fue gracias a él que<br />

pude ver la profundidad de mis propios<br />

sentimientos; la compasión que produjo<br />

en mí el personaje del cuento de Ortiz<br />

Monasterio me ayudó a definir la muy<br />

honda que sentía yo mismo por mi propia<br />

compañera recientemente perdida.<br />

¿Y cómo no, a través de la conmovedora<br />

historia de la perra Anastasia, recogida<br />

en la calle a punto de morir, empapada<br />

de lluvia, enclenque y coja, con las<br />

ubres largas y secas, como de quien<br />

acaba de parir en las peores condiciones,<br />

sin huella de ninguna de sus crías,<br />

abandonada en un pedazo de césped<br />

asilvestrado y cualquiera, a un lado de<br />

los autos que corren? ¿Y cómo no, a través<br />

de la intensa relación que se establece<br />

entre Anastasia y la Antonia del<br />

relato, quien fue, como pide el epígrafe<br />

de Unamuno que encabeza el texto,<br />

como una diosa para ella?<br />

He tenido la idea de escribir un relato<br />

sobre mi propia convivencia con<br />

aquel animalito, algo más que aquellos<br />

deliciosos apuntes de Miguel Delibes<br />

sobre sus perros de caza y compañía, y<br />

acaso más bien como ese bellísimo libro<br />

178


llamado Mi perra Tulip, del memorioso<br />

editor Ackerley, por referirme a los dos<br />

primeros ejemplos de literatura sobre<br />

animales que acuden a mi cabeza. No<br />

sé si lo haré; por ahora, he dado con el<br />

cuento de Ortiz Monasterio y me ha parecido<br />

que en su contenida y hermosa<br />

reflexión sobre el amor incondicional<br />

con que corresponden los animales al<br />

amor que les damos por nuestra parte,<br />

por cierto sin ningún miedo, está el<br />

sentido todo de la tentativa.<br />

Alguien podría reprochar que uno de<br />

los cuentos, el que se llama “Sima y sol”,<br />

tiene diferencias notorias que lo acaban<br />

apartando de los otros tres. Acaso tenga<br />

razón: por la fibra narrativa que está<br />

en los otros y que está ausente en este<br />

relato, que es más reflexivo y estático.<br />

Nada hay en los otros cuentos del encierro<br />

de que se habla en sus páginas, encierro<br />

que es el del personaje que narra,<br />

metido en una habitación de estudiante,<br />

lejos de su país y de su idioma, en<br />

un viaje hacia la introspección, y una<br />

suerte de oscuridad que contrasta con<br />

el contenido luminoso y abierto de los<br />

otros tres relatos. Pero, si lo pensamos<br />

mejor, no creo que haya tanta distancia<br />

entre ellos: bien veo que ese cuento es<br />

como una colmena ardua y concentrada<br />

en donde se ha fabricado, como en un<br />

encierro genésico, el hilo fino con que<br />

Ortiz Monasterio ha trazado las otras<br />

tres, delicadas, historias.<br />

Sin abusar del que voy a llamar, quizás<br />

de manera imprecisa, el método<br />

biográfico, diré que algunas de las virtudes<br />

que reconozco en la persona de<br />

Ignacio Ortiz Monasterio las veo trasladadas<br />

a sus cuentos. Me gustaría detenerme<br />

en algunas de ellas, pero me<br />

conformaré con una sola: el sentido del<br />

humor. Es el que aparece ya en las primeras<br />

páginas del libro, en el relato “¡Colisión!”<br />

que mencioné antes, cuando su<br />

autor describe el Datsun modelo 1982,<br />

hatchback, en el que viaja el narrador con<br />

dos compañeras de universidad cuando<br />

se produce el siniestro a que alude su<br />

título; es el mismo humor que matiza<br />

suavemente las últimas, en el cuento<br />

“Un colibrí en casa”, que me lleva a<br />

la imaginería austera, finamente irónica,<br />

de los cartones humorísticos de mi<br />

amigo Ros.<br />

Pero veamos un caso en concreto de<br />

ese humor. En por lo menos dos de los<br />

cuatro textos de Compás de cuatro tiempos<br />

ocurre una suerte de desplazamiento<br />

nominal, si puedo llamarlo así, de los<br />

personajes, que en el cuento de Anastasia<br />

está dado con claridad: uno sobreentiende,<br />

leyéndolo, quiénes son la<br />

Antonia y el Eduardo del relato, de apellidos<br />

Ortiz y Monasterio, y un Ignacio,<br />

que nos damos cuenta de que debe de<br />

ser el narrador, casi con toda seguridad<br />

el hijo de esa pareja, y que puede reconocerse<br />

desplazado a una discreta<br />

tercera persona…<br />

Me parece que esa virtud alcanza un<br />

desarrollo delicioso precisamente en el<br />

cuento que cierra el conjunto, “Un colibrí<br />

en casa”, donde Ortiz Monasterio,<br />

citando el recurso de la narrativa del siglo<br />

179


xix, si es que no me equivoco, típico por<br />

cierto en las novelas rusas, donde aparece<br />

de pronto un conde (y aquí una letra<br />

mayúscula, en el lugar de su nombre,<br />

y luego un asterisco [*]), llega a vivir a<br />

la ciudad de (y aquí otra letra mayúscula,<br />

en el lugar de su nombre, y luego<br />

un asterisco)… Es un recurso que tiene<br />

diversas intenciones, por supuesto,<br />

entre otras la de mantener en secreto, o<br />

en un plano de discreción suficiente, los<br />

datos exactos de los personajes de quienes,<br />

desde la omnisciencia de los autores,<br />

vamos acaso a saberlo casi todo.<br />

Citando, quiero decir, ese recurso, Ortiz<br />

Monasterio bautiza a los personajes<br />

de su relato de esa manera –quiero decir<br />

el matrimonio que recibe en casa<br />

a un colibrí rescatado, al igual que la<br />

perra Anastasia, de una muerte segura<br />

en la calle–. Por eso, quienes acogen al<br />

indefenso pajarito se llaman, ella “B”,<br />

y luego tres puntos suspensivos flotados,<br />

como si fueran asteriscos, y él “I”<br />

(“I” de “Ignacio”, nos gusta pensar a<br />

nosotros) y luego tres puntos suspensivos<br />

flotados…<br />

Una prueba del delicioso sentido del<br />

humor de este escritor es que cuando la<br />

pareja bautiza al colibrí, que se ha quedado<br />

a vivir con ellos, al menos en tanto<br />

se recupera, Ortiz Monasterio cuenta<br />

que lo bautizan como Ch (es decir con<br />

las letras ce y hache) y a continuación,<br />

mostrándose irónico, y fiel al recurso (en<br />

esa fidelidad están su ironía y el humor<br />

delicados y magníficos), añade los tres<br />

puntos suspensivos flotados… Confieso<br />

que en ese preciso instante solté<br />

la carcajada más sincera, afectuosa y<br />

colmada de simpatía de todas las que<br />

acompañaron mi lectura de su libro.<br />

Quisiera decir mucho, pero me limito<br />

a estos apuntes por cuestiones de espacio<br />

y tiempo. Sólo añadiría algo más: que<br />

me supo a poco, que las apenas cincuenta<br />

o sesenta páginas de Compás de cuatro<br />

tiempos me parecieron poco y que ahora<br />

me gustaría leer más de esta pluma<br />

inteligente, honda y compasiva. También,<br />

que auguro que un espléndido narrador<br />

está preparándose para darnos una sorpresa.<br />

Extraños placeres: la obsesión<br />

lingüística de Wolfson<br />

Víctor Roberto Carrancá<br />

Gabriel Wolfson, Profesores, conaculta,<br />

México, 2015, 94 p.<br />

La línea entre la prosa y la poesía: frontera<br />

inevitable (sea solamente ficción de<br />

críticos, sirena cantada por marinos igual<br />

de esquivos que sus musas), es desvelo de<br />

muchos escritores que, como Gabriel<br />

Wolfson, se obsesionan con desmenuzar<br />

el lenguaje, hacerlo propio, transformar<br />

la narrativa en cavilación sintáctica, batalla<br />

entre el significado y el significante.<br />

Profesores, libro de cuentos (o metacuentos,<br />

o cuentos imposibles, o re­<br />

180


flexiones sobre la imposibilidad de los<br />

cuentos) del escritor Gabriel Wolfson,<br />

disputa con esa capacidad analítica,<br />

llevada a lo inclasificable, de la actividad<br />

literaria. La obra corresponde a un<br />

autor fascinado con las palabras. Wolfson<br />

se ciñe como un diletante, igual un musicólogo,<br />

del verdadero sentido de una<br />

frase. La cuentística se vuelve hostilidad<br />

semántica, agujero negro, enfermedad y<br />

cura.<br />

“Durmiendo con el enemigo”, me remonto<br />

al título de alguna película trivial<br />

porque es justo lo que hace este escritor:<br />

yacer con las palabras, presumirlas<br />

aliadas, subestimarlas a pesar de que nos<br />

mantienen en vela, ojos abiertos, expectantes,<br />

sedientos. Wolfson no es un escritor<br />

sencillo, tampoco cuentista de prosa<br />

inhibida. Se trata, más bien, de un cazador<br />

de epifanías lingüísticas, de revelaciones<br />

que se postergan hasta lo inevitable. La<br />

trama de un relato, la argucia cuentística,<br />

avanza a la par de las digresiones<br />

gramaticales, de la trampa del lenguaje.<br />

Caemos, pues, fuerte y directo, en este<br />

pozo que refleja nuestras obsesiones<br />

(de naturaleza distinta, claro está, pero<br />

obsesiones al fin), y que contrapone esa<br />

conceptualización de que el cuento es<br />

unidad-efecto, vuelta de tuerca, exposición<br />

prosaica. Wolfson es, por el contrario,<br />

rompimiento de reglas, aniquilación<br />

de estructuras.<br />

Lo anterior se aprecia desde “Rima”,<br />

el primero de los tres cuentos (o metacuentos,<br />

o cuentos imposibles, o reflexiones<br />

sobre la imposibilidad de los<br />

cuentos) que conforman Profesores. Aquí,<br />

la enfermedad lingüística, la obsesión<br />

gramatical, son el personaje de la historia<br />

y Jota Ce, profesor que acaba de<br />

perder su empleo, el recipiente de una<br />

trama que no logra desenvolverse por<br />

la búsqueda de ese sentido. Las frases,<br />

los hexasílabos, el rimo y la rima, son el<br />

obstáculo de la anécdota, un llamado a<br />

no pasar por alto los pequeños detalles,<br />

a buscar en las esquinas, “en el rincón<br />

más apartado de la casa”, al insecto<br />

narrativo, el parásito literario, la enfermedad<br />

de quien va más allá de lo que<br />

nuestras ideas acomodan en torno al<br />

desarrollo de una historia.<br />

“Rima” nos comprueba que el ejercicio<br />

literario no parte de una idea precisa,<br />

que no deviene en un punto definido en<br />

el espacio temático, sino que se desarrolla<br />

conforme avanza. Crece al rodar,<br />

como bola de nieve. Las dudas, entonces,<br />

se apilan como cartas, las preguntas<br />

forman torres que se balancean por<br />

el viento: ¿qué sucede con Jota Ce?, o,<br />

en todo caso, ¿qué se supone que debería<br />

suceder con Jota Ce? Su reflexión,<br />

por tanto, es minuciosa. El entorno en<br />

el que se desenvuelve es una metáfora de<br />

su existencia trunca: “Atrás de la puerta,<br />

y no atrás del clóset o del baño, es<br />

el rincón más apartado de la casa: frase<br />

ideal para un examen, piensa Jota: arguméntese<br />

a favor de la aseveración anterior.<br />

Eso tendría que decir el examen,<br />

desarrolle un argumento que sostenga<br />

la aseveración anterior. El problema es<br />

que Jota ya no tiene alumnos y ha de<br />

181


esolverlo él: atrás de la puerta es el<br />

rincón más apartado de la casa porque<br />

la puerta es un límite de la casa, una<br />

función de la casa y no un conjunto que,<br />

aun si al interior de la casa, constituyera<br />

un ente distinto a la casa.”<br />

A pesar del discurso metalingüístico,<br />

Profesores expone, como una unidad<br />

temática, el asunto magisterial desde<br />

distintas perspectivas. Los personajes<br />

de los tres cuentos se vinculan con el<br />

medio educativo; sin embargo, éstos fungen,<br />

únicamente, como modelo crítico:<br />

las reflexiones que giran en torno a ellos<br />

(y a partir de ellos) convierten un tópico<br />

controvertible en algo trivial, accesorio.<br />

Lo sustancial está en lo narrativo,<br />

en la imposibilidad de la anécdota. De<br />

ahí que el episodio concerniente a Jota<br />

Ce se detenga en las reflexiones de este<br />

personaje, en el devaneo gramatical que<br />

le ayuda a deconstruir su escenario: el<br />

edificio en donde vive, las personas que<br />

cohabitan en éste, las actividades que los<br />

ocupan: “Pero en este lugar, dice Jota<br />

a un hipotético auditorio, me permite<br />

odiar a la vecina al mismo tiempo que<br />

me impide saber quién es.”<br />

Jota Ce no es un conocedor sensorial,<br />

no elucubra a través de los sentidos;<br />

lo hace, en realidad, por medio de<br />

significantes: el sonido de unos pasos<br />

determina si un inquilino está ausente,<br />

si parte al trabajo o si ya ha regresado;<br />

lo anterior, a pesar de que este personaje<br />

nunca ha visto a sus vecinos, que<br />

jamás ha cruzado palabra con alguno de<br />

ellos. Lo suyo es especulación, simulacro,<br />

quimera: “Si escucha ruidos y hay<br />

luz, las nueve de la mañana.”<br />

En “Ve”, las disertaciones sintácticas<br />

son todavía más contundentes. Desde el<br />

inicio del relato, sabemos que el narrador<br />

recibe una carta. Por lo mismo, la<br />

trama se desarrolla desde ese “otro” e,<br />

incluso, sobre lo que se conjetura sobre<br />

aquél. Las hipótesis versan, entonces,<br />

sobre qué debería suceder, nunca<br />

sobre lo cierto. Una punta del iceberg a<br />

partir de la cual se conserva la potencialidad<br />

del personaje: en este caso de<br />

“A” (de anónimo, de anodino, anacrónico),<br />

cuya perspectiva crece por medio<br />

de esa metanarrativa epistolar: “Digo<br />

A por comodidad. Es más fácil decir A<br />

que decir antiguo, arnoldo, abeja, aritmética.<br />

A se llama Arnoldo, nombre que<br />

no lo convence mucho, así que si yo escribo<br />

una carta pongo Querido A. Por<br />

comodidad y por respeto a las manías<br />

ajenas; A. (Y esta será la única vez que<br />

la palabra arnoldo aparezca en lo que<br />

yo diga.)”<br />

Es difícil no encontrar asideros externos.<br />

Autores que presenten un punto<br />

de comparación con la obra de Gabriel<br />

Wolfson. En el caso de Profesores, me<br />

viene a la cabeza el ejercicio inacabado<br />

de Pablo Palacios. Su obra reiterativa,<br />

cazadora de inventiva lingüística.<br />

Su libro de cuentos, Un hombre muerto a<br />

puntapiés, presenta relatos que se empatan<br />

con este discurso espiral, que repercute<br />

en el ejercicio mismo de lo escrito,<br />

así como en aquello que debería escribirse.<br />

En Wolfson hay un eco de “Las<br />

182


mujeres miran las estrellas” o “Relato<br />

de la muy sensible desgracia acaecida<br />

en la persona del joven Z”. Su disertación<br />

alcanza, incluso, la pulcritud estilística<br />

(dotada de esa irascibilidad del<br />

lenguaje) que Palacios experimentó en<br />

dos novelas: Débora y La vida del ahorcado.<br />

Ambas son obras de lo imposible,<br />

ditirambos que dan vuelta sobre sí mismos<br />

al tratar de desentrañar el sentido<br />

literal de lo que se escribe. Se trata, al<br />

igual que en Profesores, de colocar la<br />

prosa en una plancha para cadáveres,<br />

a fin de realizar una necropsia: visualizamos<br />

lo absurdo, lo extremo e inconmensurable<br />

del lenguaje.<br />

A todo esto, la lógica siempre reclama<br />

asideros. De ahí que el libro no se<br />

resuma a una reflexión inconexa, sino<br />

que también busque elucubrar un sentido<br />

crítico del aspecto magisterial. Profesores<br />

es, en parte, la trama medular<br />

de los relatos que abordan el aspecto<br />

académico, visto también desde las obsesiones<br />

de los académicos, portavoces<br />

de esa entelequia lingüística, ofuscados<br />

tejedores del sentido de una frase, un<br />

axioma, un pensamiento: Jota Ce, A, el<br />

Contador, personajes homogéneos en<br />

ese sentido de que se cuentan “desde el<br />

otro”, igual de irreales que las misivas<br />

que envían, que las presencias inasibles<br />

que los rodean, se trate de personas<br />

o mascotas como en el caso de Rufino:<br />

“Podría decirte, escribiría el viejo, escribe<br />

A, que Dora tiene unas manos muy<br />

grandes y carnosas, lo cual noté inicialmente<br />

porque Dora me ayuda en muchas<br />

de mis actividades cotidianas. Aquí seguiría<br />

varias líneas que describieran<br />

algunos rasgos físicos de Dora, pero quien<br />

escribiera esto, escribe A, tendría que seleccionar<br />

términos imprecisos, palabras<br />

que pudieran caer en uno u otro lado,<br />

como creo que es quizá, escribe A, la<br />

palabra ‘carnosas’. A piensa en otras posibles<br />

opciones de as que podría echar<br />

mano quien finalmente escribiera la historia.”<br />

“Parte” es, en la misma línea, un discurso<br />

sosegado que vincula a un hombre<br />

con una joven, la segunda como plataforma<br />

de lo narrable, como aspiración de<br />

lo que debe (y puede) contarse, situación<br />

que se elucubra como cualquier<br />

otro misterio: partiendo de hechos supuestos,<br />

de conjeturas, de otros misterios,<br />

de partes y nunca totalidades. Sara<br />

acude a casa del Contador, donde debe<br />

alimentar a una mascota, Rufino, un animal<br />

del que nada se nos describe. Esta<br />

presencia puede ser cualquier cosa,<br />

igual un gato que un ente desconocido<br />

como en “El mico” de Francisco Tario.<br />

La obligación de alimentarlo es pasaje<br />

a divagaciones, igual de inasibles que<br />

en el resto de las historias: la superposición<br />

de posibilidades, de historias<br />

narrables, de vínculos entre lo que es y<br />

debió ser. “La cosa es simple: tomar las<br />

llaves, ir al departamento, abrir y entrar,<br />

prender las luces, abrir la alacena<br />

encima del fregadero y sacar la bolsa<br />

de alimento. Sara ya no conocerá el interior<br />

de la alacena, entre otras cosas<br />

porque el Contador, antes de irse, deci­<br />

183


184<br />

de dejar una enorme bolsa de alimento<br />

junto al traste de Rufino Romero.”<br />

Sara es, como el resto de los personajes<br />

indirectos de los cuentos, reflejo<br />

de emociones truncas, de pensamientos<br />

suicidas. Es el “qué será” que no fue. La<br />

presencia de Rufino, por igual, enarbola<br />

el misterio que engrandece el departamento<br />

del Contador: el espacio literario<br />

en donde ocurre lo que, en realidad,<br />

no ocurrió.<br />

La literatura de Gabriel Wolfson es<br />

osada. No concede ni otorga. Las situaciones<br />

son, aun así, tan (aparentemente)<br />

triviales, que nos sentimos inmersos<br />

en un entorno kafkiano. Algo similar<br />

sucede con la “Trilogía involuntaria”,<br />

de Mario Levrero, compuesta por La<br />

ciudad, París y El lugar. Tres novelas<br />

que nos adentran en laberintos discursivos<br />

como lo hacen los tres cuentos de<br />

Wolfson. De igual manera, a pesar de que<br />

las historias se desarrollan en México,<br />

el escritor posee ese hálito de universalidad<br />

(después de todo, otro de sus<br />

temas es la falta de pertenencia), característico,<br />

también, en Levrero. Tal<br />

vez por eso, como apresurado resumen,<br />

pueda pensarse que la intención del<br />

escritor se resume en las palabras que<br />

el profesor Ancona profiere en “Rima”,<br />

una frase que domina la vida de este<br />

individuo, a pesar de que desconoce<br />

cómo debe utilizarse: “No se quién soy<br />

pero sé de lo que huyo” (así, sin coma).<br />

No sé quién es Gabriel Wolfson. Tampoco<br />

sé de qué huye. Pero estoy seguro<br />

de que, al menos, ha logrado encontrar<br />

una voz única dentro de la literatura latinoamericana<br />

contemporánea.<br />

Obsesión por las naderías<br />

Gerardo Lino<br />

Luigi Amara, Nu)n(ca, Sexto Piso/conaculta/<br />

Gobierno de Coahuila, México, 2015, 103 p.<br />

Cuando no se tiene nada que decir, aparece<br />

por azar un objeto inopinado, cuya<br />

existencia hubiera pasado inadvertida<br />

en otra ocasión, y por motivos inconscientes<br />

se torna incitante.<br />

Luigi Amara refiere en este libro tal<br />

hallazgo: la fotografía de una mujer de<br />

espaldas –viene reproducida en la página<br />

inicial y aparte en una estampa–.<br />

Una joven adulta está vestida con cierto<br />

lujo, propio de la pequeña burguesía<br />

del siglo xix; ostenta un peinado que recoge<br />

su cabellera, una peineta corta, un<br />

collar de cuentas oscuras. Es una toma<br />

inusual: oculta su cara: vemos parte de<br />

su espalda, del hombro derecho hasta<br />

el omóplato y su nuca: así quiso tomarla<br />

el fotógrafo, Onésipe Aguado, hacia<br />

1862.<br />

Entremos en el poema. Primero se<br />

nota una cualidad: es un libro en el mejor<br />

sentido, por su estructura unitaria. A<br />

diferencia de tantos, que son compilaciones<br />

de textos dispersos, yuxtapuestos<br />

más por una voluntad de publicarse,<br />

un ansia de salir a lo público a como dé


lugar, cuyo feo nombre lo dice, “poemario”<br />

–empleado mal por muchos y<br />

entendido cual debe por los menos–,<br />

este es un libro de poemas, una serie<br />

dedicada a un tema y sus variaciones,<br />

que en este caso, sí, es un solo poema.<br />

Con un estilo diáfano, versos irregulares<br />

pero medidos según la condición<br />

de cada uno, con sus debidas cesuras y<br />

espaciamientos pertinentes, la voz que<br />

refiere va presentándonos el asunto de<br />

esta foto: la mujer tomada de espaldas,<br />

sea por algún capricho de la modelo o<br />

por el juego elaborado del artista. Desde<br />

el comienzo, luego de decir que dar<br />

la espalda manifiesta un estilo, un gesto,<br />

una actitud ante las miradas, Amara<br />

cede a la tentación de hablar de enigmas,<br />

cosas no reveladas, misterios. Por ahí<br />

empieza una sensación de desasosiego:<br />

no el que la voz trata de transmitir, sino<br />

el de que el uso de tales términos nos<br />

decepcione progresivamente.<br />

Mentar el misterio casi siempre implica<br />

no comunicarlo.<br />

A pesar de ello, uno va intrigándose,<br />

esperando ver qué ha visto el poeta<br />

ante esta imagen. Y el lector acude a ella<br />

a cada rato para constatar lo que está dicho,<br />

para acercarse a ella –la imagen–,<br />

aunque muy pronto se nota que Amara<br />

está pensando en ella como si fuera<br />

una mujer verdadera, alguien que está<br />

ahí todavía y no ya muerta hace más de<br />

un siglo. Ocurre que ha trasladado sus<br />

suposiciones sobre la modelo fotografiada<br />

a otras presencias conocidas por<br />

él o de plano ausencias, mujeres que no<br />

pudieron ser, elusivas, alejándose del<br />

deseoso.<br />

Entonces uno lo acepta. Como suele<br />

decirse entre bromas, él la vio primero,<br />

la ha hecho suya a su modo, hasta donde<br />

esa imagen se lo permite, incluida la<br />

fantasía de la aproximación, del anhelo<br />

de ver su rostro o de poder comprender<br />

quién es. Así nos va enunciando los momentos,<br />

las dudas, las suposiciones que<br />

su deseo de saber le va otorgando a la<br />

figura. Hasta que se ha convertido para<br />

él, para esa voz, para el poeta, en una<br />

obsesión ineludible.<br />

Pongamos algunas líneas:<br />

Esa suerte de desnudamiento<br />

–más que accidente, una cuidada<br />

rasgadura–<br />

por donde asoma la almendra<br />

del hombro, el bosque blanco<br />

de vértebras,<br />

el engañoso y tenue laberinto<br />

Ahí la voz es asertiva, dice de modo<br />

explícito lo que le parece que el ademán<br />

insinúa, nos da una visión más allá<br />

de la evidencia y así podemos compartirla.<br />

Ojalá así fuese el libro por entero:<br />

esta imagen para mí es esto y lo de<br />

más allá. Pero el poeta titubea, no en<br />

su estilo, sino en aquello que pudiera<br />

afirmar de sus figuraciones, en eso que<br />

supone que la mujer pensaba o quería<br />

o era. Viene una serie salpicada aquí y<br />

allá de expresiones dubitativas –aparte<br />

del “como” comparativo que se le escurre<br />

con facilidad–, plagadas de “quizás”<br />

y sobre todo de la frase “tal vez”.<br />

185


Tal vez, como un papel arrugado<br />

o como una flor muerta que apretamos<br />

descontroladamente con el puño,<br />

sus labios descreían de la sonrisa<br />

De suyo, el solapista lo señala con un<br />

complaciente: “Rendido ante la infinitud<br />

del tal vez”… Estos debilitamientos de la<br />

visión del poeta son resarcidos, no obstante,<br />

por metáforas o imágenes que indican<br />

y validan su propia incertidumbre. De<br />

hecho, ya la foto ha dejado de importarle<br />

y mucho menos piensa ya en esa<br />

mujer: son sus obsesiones previas, involuntarias,<br />

activas, las que lo hacen<br />

dirimir su escritura hacia otros derroteros,<br />

otros abordajes.<br />

A través de sus asuntos personales,<br />

usando la enigmática fotografía de pretexto,<br />

Amara nos lleva por los vericuetos<br />

de sus propias preguntas acerca de<br />

las pulsiones, de la razón de la existencia,<br />

el sentido de la muerte. Entonces,<br />

pasando ya la mitad del libro, comienza<br />

ahora sí a escucharse la voz con aserciones<br />

o todavía con cuestionamientos<br />

de otra especie –sin dejar las repeticiones<br />

de ese tal vez, si bien menos frecuentes–:<br />

la “misteriosa”, la deseable,<br />

la controvertible, se ha transformado<br />

en un símbolo de lo horrible, del miedo<br />

y del acabamiento de lo vivo –lo había<br />

anunciado en las páginas iniciales: “esta<br />

mujer no puede ser / un monstruo”.<br />

Es como esos relatos que empiezan<br />

por en medio.<br />

Así, puede leerse: “un sí formándose<br />

en el humus / hirviente del rechazo”.<br />

O:<br />

la que después de revolcarse<br />

en la amargura,<br />

mira con ojos de crimen,<br />

con la sonrisa insoportable<br />

de una idiota.<br />

Tal asertividad rescata el valor de la<br />

serie. Sus cuestionamientos parecen inanes<br />

ante sus afirmaciones, así sea que<br />

destruya la verdad de aquella mujer y<br />

sobre todo de esa foto: vale esto que el<br />

veedor percibe en cuanto real para sí<br />

mismo después de tantas confusiones,<br />

dudas metafísicas, fantasmagorías de<br />

lo incierto, regodeos en el temor de no<br />

saber a ciencia cierta, especulaciones:<br />

pues el poema debería ser, más allá de<br />

sus contingentes circunloquios, un objeto<br />

redondo, una epifanía de aquello que<br />

nos falta: lo necesario –lo inevitable y<br />

fatal.<br />

Volvamos sobre ciertos defectos. Hay<br />

enunciados que por ser reflexivos, entendiendo<br />

que a la voz le hace falta discernir<br />

sus inquietudes, a veces se pasan<br />

al lado de lo ensayístico, sin que esto<br />

ahora sea un error –ya sabemos que los<br />

géneros se licuaron hace décadas–. Lo<br />

malo es que de pronto parecen dejar<br />

de cantar –así haya sido lento y en voz<br />

baja, casi murmurante su emisión– y se<br />

quedan del lado de lo meramente discursivo.<br />

Tal es la cualidad del enigma:<br />

no la belleza de lo dado,<br />

sino la que ha de inferirse;<br />

¿Se confundió Luigi Amara al poner<br />

estos renglones con un tratado? ¿Creyó<br />

186


el profe que estaba dando clase?, ¿una<br />

ponencia? Eso sí: bien escrita, o bien<br />

pronunciada. Y el poema, el canto, el<br />

estremecimiento… Y sin embargo los<br />

hay. Ya he dicho que, avanzando de la<br />

mitad hacia el final del libro, los cantos<br />

adquieren la condición de cantos; incluso<br />

con sus dejos de timidez, van aventurándose<br />

a lo que de una vez y para<br />

siempre su intuición captó a primera vista,<br />

cuando lo enfangó en subterfugios escriturales<br />

esa fotografía, esa mujer, otras<br />

mujeres y Magritte –al que usa con la<br />

obviedad del caso.<br />

Para llegar, entonces, a dilucidar esa<br />

intuición primigenia, el poeta tuvo que<br />

fletarse, sí, arriesgarse a dejarnos ver<br />

ciertos versos poco afortunados, con tal<br />

de llegar a las lindes de su asunto: o esta<br />

foto sólo es un divertimento o encierra de<br />

verdad un enigma. Al cabo, nunca sabremos<br />

quién fue esa mujer y poco nos<br />

debe importar el artista, cuyo nombre<br />

completo fue Onésipe Aguado de las<br />

Marismas (en serio: así se consigna en<br />

la página legal). Importa pues, a pesar<br />

de titubeos, discursividades, alocuciones<br />

librescas y otros ripios –inclusive el<br />

título impronunciable–, que Luigi Amara<br />

haya llegado a escribir y dejarnos leer,<br />

por ejemplo, esto:<br />

Cejas de hollín y polvo<br />

debajo de la peluca majestuosa,<br />

sombras que apenas disimulan<br />

sus párpados ausentes,<br />

y esa plasta de maquillaje<br />

por cuyas grietas se vislumbra<br />

la estofa de la nada que la anima,<br />

Entre las relecturas que hice de este<br />

libro para acercármele –¿de qué se trata<br />

esto?, ¿cuál es el caso?, ¿por qué no<br />

me golpea?–, hubo una ocasión que me<br />

hizo recordar estos versos de Borges,<br />

que acaso justifican la busca y la extenuación,<br />

el pequeño verso que vale una<br />

vida y lo mucho que un poeta deberá<br />

explorar por si algo se le da –a Luigi<br />

Amara, sin dudarlo, le queda tanto por<br />

escribir:<br />

Mis padres me engendraron para el juego<br />

arriesgado y hermoso de la vida,<br />

para la tierra, el agua, el aire, el fuego.<br />

Los defraudé. No fui feliz. Cumplida<br />

no fue su joven voluntad. Mi mente,<br />

se aplicó a las simétricas porfías<br />

del arte, que entreteje naderías.<br />

El tigre medirá un metro<br />

Juan Carlos Reyes<br />

Antonio Ramos Revillas, Los últimos hijos,<br />

conaculta/Almadía, México, 2015, 259 p.<br />

el hijo que valga más que yo<br />

Es bien sabido que los epígrafes en la<br />

literatura pueden ir de lo presuntuoso a<br />

lo hermético. En este caso, el que Ramos<br />

Revillas emplea con mucho tino<br />

para su novela, es un fiel reflejo del tema<br />

central de la novela: el último verso del<br />

187


poema “Obra maestra”, de Ramón López<br />

Velarde. Paternidad, dolor, gozo, esperanza<br />

en el hijo que tovadía no existe,<br />

angustia por la pérdida aún por ocurrir.<br />

Al mismo tiempo, creo que sería una<br />

simpleza decir que el único tema de la<br />

última novela de Antonio Ramos Revillas<br />

(1977), Los últimos hijos, es la paternidad.<br />

Puede ser la columna vertebral<br />

de la obra, pero ubicarla como único<br />

centro dejaría de lado otros temas como<br />

la venganza, la muerte, la presión social<br />

u otros temas sugestivos. Por ejemplo,<br />

la burbuja desde la que sus personajes<br />

hablan con distancia y apatía de la<br />

suciedad y el fango que se cuelan en<br />

su –sólo en aparencia– impoluta vida.<br />

La trama de la novela puede resumirse<br />

como si de una película se tratara.<br />

Una pareja, Alberto e Irene, pierde<br />

a su hijo nonato: el dolor los envuelve<br />

pero recula poco a poco y se vuelca en<br />

el amor a un gato. Antes de lograr olvidar<br />

un poco la tragedia, la pareja pasa<br />

por una etapa en la que no importa si<br />

su hijo es de carne y hueso: compran<br />

un pequeño robot que emula las primeras<br />

acciones de un infante recién nacido:<br />

un reborn. La habitación de ese<br />

pequeño robot-juguete-hijo es la única<br />

que los ladrones que entran una noche<br />

a su casa respetan. La pareja se siente<br />

ultrajada más aún cuando los ladrones<br />

vuelven para intimidarlos con un video<br />

del robo en el que muestran cómo maltrataron<br />

al gato-hijo, su respeto por el<br />

cuarto del reborn, y cómo se cagaron<br />

–literalmente– por la casa entera. Entran<br />

a escena policías, detectives privados,<br />

“policías y ladrones”. Alberto<br />

encuentra, por medio del detective, la<br />

casa de los ladrones y se escabulle por<br />

una colonia maloliente para secuestrar<br />

a su hija, una pequeña niña casi recién<br />

nacida. La pareja escapa con la niña al<br />

pueblo de la nana de Irene, El Sartejonal.<br />

La vida se detiene hasta que la niña enferma<br />

y muere. Alberto regresa el cadáver<br />

a la cama de sus verdaderos padres, no<br />

sabe si a manera de disculpa o venganza.<br />

Me parece que es la historia, la trama,<br />

lo que sostiene la novela de Ramos<br />

Revillas, ya que se puede afirmar<br />

que no tiene gran pericia en el lenguaje,<br />

y lo digo no como un reclamo, ya que<br />

no creo que esa sea la intención, ni del<br />

autor ni de su novela. El autor sabe su<br />

oficio y lo cumple: contar una historia<br />

de manera fluida y a ratos con buenos<br />

destellos de intriga, dolor y desesperación.<br />

El autor desarrolla una prosa consistente<br />

que, en varias páginas, logra<br />

un sólido pulso narrativo. La gran duda<br />

que me asalta es si Ramos Revillas está<br />

consciente de lo que no dice, de lo que<br />

queda suspendido en su propio lenguaje,<br />

pues es allí donde se encuentra lo<br />

mejor de la novela. Por las entrevistas<br />

que le han hecho al autor –o por lo menos<br />

las que he tenido oportunidad de<br />

leer–, no muestra éste conciencia del<br />

entramado de ideas que podrían estar<br />

detrás de la historia. No me queda claro<br />

si su narrador personaje no se detiene<br />

a pensar en varios asuntos simplemente<br />

por prisa o porque no los ve pasar.<br />

188


Si en algunos casos se puede escribir<br />

sobre un libro sin referirse directamente<br />

a su trama, es porque ahí no es<br />

donde se encuentra la médula de la escritura<br />

sino en sus temas, sus preguntas,<br />

en aquellos complejos recovecos<br />

que las palabras resguardan. En este<br />

caso, sería imposible no hablar de la<br />

trama de la novela, ya que es ahí el lugar<br />

en el que de verdad ocurren las cosas.<br />

De este asunto obtengo uno de los rasgos<br />

formales más característicos de la<br />

prosa de Antonio, un constante ocurrir<br />

que se pausa para pequeñas reflexiones<br />

sobre lo ocurrido en el vuelo. El autor<br />

mismo define su texto como “una novela<br />

sobre la paternidad, la pérdida<br />

de los hijos, pero también un thriller,<br />

una road novel”. Sí, sin duda, Los últimos<br />

hijos es una novela centrada en las<br />

acciones. Tal vez sea por ello que por<br />

momentos parece que estás leyendo el<br />

argumento de una serie de televisión<br />

contemporánea, una de ésas en la que<br />

hay ladrones, narcos, detectives privados,<br />

abultadas cuentas bancarias frente<br />

a tópicos sobre la pobreza: viejas nanas,<br />

pueblos polvorientos, niños con los mocos<br />

escurridos. Tal vez por ello también<br />

varios de los capítulos de la novela terminan<br />

a la manera de un episodio televisivo.<br />

Por ejemplo: “Me acerqué al cidí,<br />

lo recogí; en una hoja de libreta pegada<br />

con cinta, leí una frase que conocía:<br />

‘Ja, ja, ja’. Y una ame naza. Los ladrones<br />

habían vuelto a visitarnos.” O “A<br />

la cuarta semana, el asesor de riesgos<br />

nos informó que los había encontrado.”<br />

En este mismo tenor, noto que cuando<br />

requiere hacer algún movimiento temporal,<br />

no lo hace sin dejarle claro al<br />

lector de dónde es que proviene dicho<br />

desplazamiento. Regularmente utiliza<br />

objetos que disparan estos recuerdos<br />

(“…los focos encendidos mal aluzaban<br />

las paredes en donde las fotografías de<br />

nuestra boda seguían indemnes”) y,<br />

por supuesto, habla de su boda y una<br />

época en la que antes fueron felices.<br />

O también, “Irene señaló una charola<br />

de alpaca que habíamos comprado durante<br />

nuestra luna de miel en Taxco”,<br />

volviendo a aquellos días en los que un<br />

minúsculo feto muerto no había demolido<br />

su existencia.<br />

Los personajes de Los últimos hijos<br />

son comunes y corrientes, y eso los vuelve<br />

interesantes. El parecido que tienen<br />

con una clase media arribista increíblemente<br />

extendida por todo el país los hace<br />

atractivos por identificables: el que esté<br />

libre de deuda que tire la primera piedra.<br />

Alberto e Irene desean la vida soñada:<br />

un auto del año, una casa en un<br />

fraccionamiento –cerrado y con caseta,<br />

por supuesto-, una cuenta medianamente<br />

abultada, un hijito para llevarlo a<br />

la mejor escuela que puedan pagar, y<br />

ahorros para que, cuando tenga edad,<br />

poder ir a Disney. Amparo, la nana, y<br />

el resto de los personajes que viven en<br />

El Sartejonal, son entes desdibujados,<br />

cuya importancia en la trama se reduce<br />

a extras parados bajo las luces calientes:<br />

escenario o desierto, da igual.<br />

Los ladrones son, paradójicamente, un<br />

189


conjunto uniforme y al mismo tiempo una<br />

masa sin forma. Esto a pesar de que están<br />

identificados cada uno por su nombre ya<br />

que son, como el propio detective privado<br />

–Carlos Becerril–, lugares comunes<br />

encarnados. El jefe de la “familia<br />

ladrona” se llama Horacio Palomares,<br />

su hijo José Luis, su hija Carolina y su<br />

yerno Martín. Por supuesto que, como<br />

“todos” los ladrones, todos los “sujetos<br />

de barrio” tienen apodos tan ridículos<br />

como previsibles: El Tieso, El Choche,<br />

y La Tura.<br />

El bebé es una entidad flotante y compleja,<br />

ya que lo construyen una diversidad<br />

de componentes (el bebé que han<br />

perdido antes de nacer, el reborn que<br />

intentan eventualmente criar) y Betsabé,<br />

la hija que le han robado a Carolina,<br />

integrante de la banda de ladrones<br />

que entraron a su casa. Evidentemente,<br />

sobre este personaje tan poco dramático,<br />

en términos de acción, recaen,<br />

desde mi lectura, diversos significados.<br />

Por un lado, es la clara materialización<br />

de un estilo de vida que han perdido<br />

al ser sujetos de un robo; por el otro,<br />

es un objeto de deseo jamás asequible;<br />

y, por último, un individuo en el que se<br />

conjugan dolor y venganza, temas en los<br />

que el novelista profundiza a lo largo<br />

del texto.<br />

para avanzar, necesita ser padre<br />

La novela nos deja claro que existe una<br />

clara arquitectura social y cultural respecto<br />

a tener hijos, porque habría que<br />

decir que existen diferentes visiones<br />

dignas de tomarse en cuenta cuando de<br />

paternidad y maternidad se habla. Bastaría,<br />

como ejemplo, con pedir en el<br />

trabajo un permiso por “paternidad”.<br />

Es innegable que tanto hombres como<br />

mujeres recibimos una “educación estructural”<br />

sobre lo que significa ser padres,<br />

así como ser hombres y mujeres.<br />

Como bien lo dice Alberto: “Quería poseer<br />

un hijo, sangre de mi sangre, porque<br />

me habían dicho que aquél era el verdadero<br />

amor y necesitaba experimentarlo.”<br />

Yo no tengo hijos, así que no quiero<br />

recurrir a la fácil descalificación ni a<br />

la compleja discusión sobre la realidad<br />

del incondicional amor a los hijos.<br />

Ramos Revillas habla desde diversos<br />

lugares de los hijos como la máxima<br />

fuente y reserva de amor en el mundo,<br />

como el siguiente paso lógico en un “buen<br />

matrimonio”, como la marca sobre la<br />

tierra que se volverá nuestro legado.<br />

Toda obra y toda acción que el individuo<br />

realice antes de tener un hijo posee<br />

significado por sí misma, después se<br />

convierte en un esfuerzo por tu hijo, en<br />

un fresco que se va pintando conforme<br />

pasan los años, en un supuesto legado<br />

con el que se tiene que lidiar constantemente<br />

para que cumpla con su “papel”,<br />

para que sea aquello que se espera de<br />

él. Pero no pensamos que, como lo dice<br />

el autor, ni el hijo será mejor por tener<br />

padre, ni el padre será mejor por tener<br />

hijo: “Porque seguirás siendo un hijo<br />

de la chingada. Porque ni siquiera los<br />

hijos nos vuelven mejores personas.”<br />

190


A lo largo de la novela el lector se ve<br />

en la necesidad de preguntarse constantemente<br />

–por lo menos uno sin hijos–<br />

si la felicidad, si el por muchos<br />

anhelado sentimiento de tener al fin una<br />

vida “completa”, sólo viene de la mano<br />

de un hijo. Alberto lucha con ese sentimiento<br />

decenas de veces y, cuando<br />

pierde a su hijo, también pierde la esperanza<br />

de plenitud: “adiós a sentirte padre,<br />

adiós a sentirte completo”, aunque poco<br />

tiempo después, una vez que ya tiene<br />

un hijo, no importa cómo –robado, tomado<br />

prestado o raptado–, el peso de<br />

la responsabilidad lo abruma: “Veníamos<br />

huyendo y, de pronto, Betsabé nos<br />

chupaba la existencia: en realidad nos<br />

hacía sus víctimas. Estábamos ahí sólo<br />

para ella, para mirarla abrir los ojos, oír<br />

sus lloriqueos. Sin Amparo, aquello habría<br />

sido mucho más dificil.” Se dice que<br />

perder un hijo es terrible, que tenerlo<br />

es grandioso, y que hay que desearlo<br />

porque otros esperan que así sea, desearlo<br />

porque inconscientemente sabes<br />

que ésa será la única huella imprescindible<br />

que dejes sobre la tierra. ¿Duda,<br />

desconcierto, incredulidad?<br />

El autor plantea en su novela otra<br />

idea que me parece sumamente interesante:<br />

la falta de hijos. No como castigo<br />

o pérdida, sino como elección. Pareciera<br />

que no tener hijos es una moda, dice<br />

el narrador. Aunque no se profundiza<br />

mucho en la idea, es evidente que la<br />

reflexión puede ser extensa y tal vez indescifrable.<br />

El autor lo dice así: “¿Por<br />

qué quería tener un hijo? ¿Para qué?<br />

Me reí de mí: qué poco contemporáneo<br />

eres, tener hijos es del pasado: ahora es<br />

adoptar mascotas, celulares, viajar por el<br />

mundo, vivir para uno, no para alimentar<br />

a otros: ahorrar para la jubilación,<br />

morir solo, aceptar la inmensa soledad<br />

sin nombre que hay en el mundo.” Yo<br />

podría aventurar que quizá somos parte<br />

de una generación víctima de un individualismo<br />

exacerbado, la cual se muestra<br />

tan infantilizada –comics, videojuegos,<br />

superhéroes, figuras de acción–, que<br />

no puede lidiar, en tanto dejarlo todo<br />

de lado, al enfrentar la vida como adultos,<br />

para arriesgarse a tener algo tan<br />

preciado y vivir todos los días con el<br />

miedo a perderlo. Tal vez no queremos<br />

otro niño al que tener que prestarle los<br />

juguetes.<br />

su cola, a fuerza de golpear contra los<br />

barrotes, sangra de un sólo sitio<br />

Ahora dos asuntos que no pasan desapercibidos<br />

en el texto de Antonio Ramos<br />

Revillas. En primer lugar aparecen<br />

a lo largo de la trama varios lugares<br />

comunes que hacen trastabillar algunos<br />

de los capítulos, ya que detienen<br />

o interrumpen una lectura fluida del<br />

texto. Aunado esto a que dichos lugares<br />

comunes provienen de un imaginario<br />

enraizado en la percepción que de<br />

las clases sociales se tiene. Entiendo<br />

que Alberto, el personaje principal, es<br />

un hombre de clase media acomodada<br />

que bien puede pensar eso, pero seguramente<br />

habría manera de salvarse de<br />

191


esas empantanadas repeticiones socioculturales.<br />

Por ejemplo, la relación entre<br />

Amparo, la nana, e Irene parece salida<br />

de una telenovela. Es la mujer del<br />

campo que vino a trabajar a la ciudad<br />

y se encuentra con unos padres que<br />

no hacen caso a su hija; así que ella,<br />

con todo el amor que le ha sobrado por<br />

nunca haber sido madre, la cría como<br />

a su hija, y la propia niña le tiene un<br />

cariño casi, o tal vez mayor, como el<br />

que le tiene a su madre siempre ausente.<br />

En otro momento, en un video que<br />

los ladrones le hacen llegar a Alberto,<br />

uno de ellos dice: “Este huevudo lee<br />

mucho”, y otro contesta “Por pendejo”.<br />

Así, el narrador no sólo separa a los “ladrones”<br />

de los hombres que se ganan<br />

la vida de manera honesta –entre todas<br />

las comillas que gusten–, sino que también<br />

pretende hacer evidente, por medio<br />

de ese recurso fácil, la idea de que<br />

para la gente “pobre” cualquier gesto<br />

de gusto por cierta cultura, la lectura<br />

en este caso, es catalogado como inservible<br />

y “para pendejos”. Y así otros<br />

más: el papá de Carolina no quiere que<br />

estudie, a pesar de que ella, una buena<br />

chica atrapada en las garras de una<br />

familia de ladrones, quiere aprender<br />

radiología. O, para anotar un último<br />

ejemplo que no hace falta glosar: “En<br />

El Sartejonal no había internet, aunque<br />

sí televisión vía satélite... No tenían<br />

agua potable, pero sí televisión.”<br />

En segundo lugar, si algo no me<br />

queda claro de Los últimos hijos, es la<br />

construcción de sus personajes, especialmente<br />

Alberto e Irene: una pareja<br />

con una vida “clasemediera”, a decir<br />

de la contraportada. Creo que los personajes<br />

me llegan a parecer antipáticos<br />

por la postura que adoptan ante<br />

“la pobreza”, ante “los ladrones”, ante<br />

“los pobres”. Justifico el uso de las comillas<br />

por mi propia duda, porque no<br />

estoy convencido de que sea intención<br />

del autor que sus personajes se muestren<br />

al mismo tiempo atemorizados,<br />

profundamente lastimados, al borde de<br />

un precipicio emocional, mientras que<br />

no dejan de ser –por más que lo intenten–<br />

individuos que muestran constantemente<br />

una superioridad intrínseca<br />

hacia casi todos los demás personajes<br />

de la novela. Dice Alberto: “Apreté los<br />

dientes del enojo, porque sentía que la<br />

vida era demasiado injusta conmigo.<br />

Ahí estaba esa niña que crecería para<br />

ser ladrona. Usaría ropa sucia. Gatearía<br />

en aquel piso podrido. Pasaría fríos.<br />

Hambre.” Se presentan así personajes<br />

ensimismados que hablan de otros con<br />

displicencia y condescendencia: “Hasta<br />

los ladrones desean terminar su día<br />

con comida caliente frente a ellos.”<br />

Otro ejemplo sería la postura que Alberto<br />

tiene ante sus “trabajos” durante<br />

la época que pasan escondidos en el<br />

pueblo de la nana Amparo. “Iba y venía<br />

con mi bicicleta. No me importaba<br />

esforzarme, sudar. Incluso esa actividad<br />

física resulta curiosa, interesante:<br />

pedalear por la sierra” –dice Alberto,<br />

tomando su trabajo en la gasolinera o<br />

en el matadero de animales como un<br />

192


pasatiempo para matar el ocio mientras<br />

se esconde.<br />

Los últimos hijos es una novela que<br />

nos hace preguntarnos qué tan preparados<br />

estamos para sortear decisiones<br />

que desencajarán nuestra existencia. Preguntas<br />

que pondrán en duda nuestra<br />

capacidad de empatía por el dolor ajeno,<br />

nuestro deseo de venganza hacia la<br />

propia vida que no cumple expectativas<br />

que ni siquiera eran, desde un principio,<br />

propias. Antonio Ramos Revillas<br />

escribió una novela capaz de satisfacer<br />

narrativamente, siempre y cuando se<br />

busque una historia que entretenga y<br />

evolucione conforme avanza, pero que<br />

en otros momentos se opaque ante lugares<br />

comunes y personajes unidimensionales<br />

y repetitivos. Finalmente, la paternidad<br />

sometida por el dolor y la venganza, el<br />

desconcierto ingente ante lo que somos<br />

capaces de hacer con tal de alcanzar<br />

aquello que nos hemos impuesto como<br />

deseo.<br />

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