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Dossier

Esclavos-del-franquismo-Trabajos-forzados_VAL

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“(…) una autoridad moral en el conjunto de la población reclusa que garantizase la<br />

existencia y mantenimiento de una economía identitaria (…) un sistema de administración<br />

de bienes y recursos morales que les hacían sentirse seres humanos y daba sentido a la<br />

permanente actitud vindicativa en su diferencia e irredentismo en un cautiverio<br />

homogenerizador y redencionista” (8) .<br />

Esa permanente actitud vindicativa y militante de las presas políticas llegaría a<br />

adquirir en ocasiones tintes heroicos: desde plantes colectivos en protesta por el rancho o las<br />

condiciones de la prisión —en ocasiones en colaboración con presas comunes — hasta fugas<br />

organizadas o episodios de resistencia como los protagonizados por las presas del taller textil<br />

de Ventas a mediados de los cuarenta, según refiere el testimonio de Antonia García, “La<br />

Toñi”:<br />

“Entonces era cuando estaban las guerrillas y nosotras nos organizamos en los talleres de<br />

modo que sacábamos prendas de todas las piezas que hacíamos para el ejército. Sacábamos<br />

para las guerrillas, casi todos los días, bastantes prendas. (...) La primera pieza que hacían<br />

la cosían delante de la funcionaria y se calculaba el tiempo y el hilo que se necesitaba.<br />

Después ya no intervenía la funcionaria en ese aspecto. Las cortadoras colocaban de otro<br />

modo la pieza para que en cada una saliera prenda y media, así que de cada dos piezas<br />

nosotras sacábamos otra pieza, dando el resultado de que si nosotras hacíamos doscientas<br />

piezas para intendencia [militar], y cien eran para nosotras, y las teníamos que sacar” (9) .<br />

Las situaciones personales de cada presa, sin embargo, eran diferentes, y el vía crucis<br />

de las reclusas más arriba descrito se multiplicaba para las madres que tenían a sus hijos a su<br />

lado. Desde una perspectiva depuradora que combatiera la “propensión degenerativa de los<br />

muchachos criados en ambientes republicanos”, el Nuevo Estado creó toda una maraña legal<br />

de carácter ideológico que amparó el secuestro violento de los hijos de las exiliadas, fusiladas<br />

y encarceladas cuando no eran recogidos por familiares directos. Pasaron a ser tutelados, a<br />

partir de la orden de 30 de marzo de 1940, por las Juntas Provinciales de Protección a la<br />

Infancia, que los ingresaron en escuelas regentadas por religiosos, y en no pocos casos<br />

terminaron siendo entregados en adopción -de forma irregular- a familias afectas al régimen<br />

franquista.<br />

El drama tuvo que ser especialmente doloroso para las reclusas que daban a luz en la<br />

cárcel, sabiendo que al cabo de los tres años se verían separadas de sus hijos, y no<br />

precisamente para que los recogieran sus familiares en el exterior. A las duras condiciones de<br />

vida del presidio —-reclusión, hacinamiento, miseria y enfermedad —, más intensas, si cabe,<br />

al verse sin leche o comida adecuada para sus criaturas, se añadía una amarga y forzada<br />

despedida. Según refiere el testimonio de Josefina Amalia Villa,<br />

“(…) la tragedia de los menores de tres años que acompañaban a sus madres aumentaba al<br />

máximo la dureza de la prisión: pasar hambre es duro, ver a los hijos hambrientos es<br />

definitivamente más duro. Aquellas mujeres agotadas, sin leche para criarlos, sin comida<br />

que darles, sin agua, sobre míseros petates, sin ropa, sin nada, sufrían doble cárcel” (10) .

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