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Dossier

Esclavos-del-franquismo-Trabajos-forzados_VAL

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Al igual que ocurre con la represión femenina en general, la experiencia de las mujeres en las<br />

cárceles franquistas presenta un carácter específico, que la distingue de la sufrida por los<br />

hombres. Los rasgos diferenciadores no sólo se limitan al factor tan evidente como<br />

fundamental de la maternidad: los casos de presas que pasaban su embarazo en prisión, daban<br />

a luz en la enfermería de la cárcel o sobrevivían con sus hijos pequeños en el centro<br />

penitenciario. Ni tampoco a problemas sanitarios concretos como la dificultad de higiene<br />

durante la menstruación en las pésimas condiciones de la cárcel de turno, motivo de escarnio<br />

por parte de autoridades y carceleras, o los trastornos biológicos de consecuencias vitales y<br />

sociales tan relevantes como el adelanto de la menopausia, motivo asimismo de humillación<br />

por los mismos sujetos. Factores de índole biológica aparte, las diferencias abarcan hechos<br />

tales como el singular perfil de los centros carcelarios femeninos, en los que las tareas de<br />

administración, vigilancia y castigo recaían generalmente sobre órdenes religiosas femeninas:<br />

Hijas de la Caridad, Hijas del Buen Pastor, Oblatas…, con la plusvalía de control y<br />

adoctrinamiento ideológico y religioso que ello entrañaba, presidido por el ideal de “esposa y<br />

madre ejemplar” del modelo socio-sexual dominante, en el que la Iglesia jugaba un papel<br />

capital.<br />

Otras variables diferenciadoras remiten al distinto régimen laboral de los centros<br />

femeninos y masculinos, del que nos ocuparemos más adelante, o a la negación pública por<br />

parte del Nuevo Estado de la condición de “presas políticas” que sufrieron las mujeres<br />

condenadas por delitos tan políticos como el de “rebelión militar” -con sus diferentes<br />

variantes de “adhesión” o “auxilio”- o, en tiempos posteriores, aquellos delitos que atentaban<br />

“contra la Seguridad del Estado”. Resulta significativo que en las estadísticas penitenciarias<br />

no aparecieran presas políticas como tales, quedando todas las reclusas englobadas bajo el<br />

apartado de delincuentes comunes, y dando a entender que su encarcelamiento obedecía más a<br />

razones de tipo social provocadas por la miseria de posguerra que a impulsos organizativos y<br />

desafecciones políticas.<br />

Para este colectivo concreto de mujeres, la negación de la condición de presa política<br />

representó, de cualquier forma, una estrategia destinada a fracturar su capacidad de resistencia<br />

y por tanto someterlas con mayor eficacia.<br />

Cuando la presa en cuestión evidenciaba su carácter irreductible, la recurrente técnica<br />

del traslado a otra cárcel intentaba cortar por lo sano cualquier vínculo con la comunidad<br />

política y emocional diseñada para sobrevivir. En este sentido, los traslados fueron la prueba<br />

palpable de que la inoculación de la ideología franquista no bastaba para subvertir el sistema<br />

de valores de las presas políticas. No bastaba porque en sus “comunas” o “familias” —grupos<br />

de solidaridad y autoayuda, que se repartían los paquetes recibidos individualmente y<br />

atendían a las compañeras más necesitadas — fue brotando un irredentismo que mantuvo vivo<br />

el sueño de acabar con el franquismo. Afirmaron y reivindicaron con orgullo —<br />

“empoderamiento”, diríamos ahora — la naturaleza política de su privación de libertad.<br />

Crearon una estructura familiar intramuros que protegió a las más débiles.<br />

Diseñaron todo un abanico de actividades culturales y de ocio, desde la lectura por<br />

medio de bibliotecas ambulantes dentro de la prisión hasta las representaciones teatrales<br />

clandestinas, con ocasión de las efemérides que era necesario recordar: proclamación de la<br />

República o Primero de mayo. En suma, como señala Vinyes, constituyeron…

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