Dossier
Esclavos-del-franquismo-Trabajos-forzados_VAL
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que no vivieron para contarlo, las cuales acabaron fusiladas en los muros o perecieron<br />
víctimas de las ínfimas condiciones de los centros carcelarios.<br />
La roja-degenerada<br />
Dejando al margen la violenta imposición de roles que significó la teórica expulsión de las<br />
mujeres de la “fábrica y el taller”, según la conocida frase joseantoniana, y la correspondiente<br />
tentativa de encierro en el ámbito doméstico en el papel subalterno de “esposa y madre<br />
ejemplar”, un amplio colectivo de mujeres más o menos comprometidas con la República y la<br />
lucha contra la dictadura se cobró su cuota de sufrimiento en fusilamientos y años de cárcel.<br />
En este sentido, muchas de ellas pagaron sus propias culpas pero también las de los hombres,<br />
si pensamos en las mujeres-rehenes a las que más arriba hacíamos referencia, así como en<br />
determinados rituales de humillación realizados generalmente en zonas rurales durante la<br />
guerra y la primera posguerra: rapado de cabezas, purgas con aceite de ricino y escarnio<br />
público consiguiente.<br />
No pocas veces estos rituales públicos se representaban no tanto para castigar el<br />
pecado de un sujeto teóricamente autónomo —la mujer en cuestión — sino para vejar,<br />
humillar y combatir al hombre que había detrás de ella y que no se había dejado atrapar: el<br />
marido, el padre o el hijo varón. En resumen, castigar al hombre… pero en el cuerpo de la<br />
mujer. Con lo que dichas prácticas, al margen de su carga represiva per se, evidenciaban el<br />
acendrado carácter patriarcal y sexista del régimen que tuvieron que padecer las mujeres de<br />
ahí la frecuente y acertada afirmación, desde enfoques feministas, de que las mujeres<br />
sufrieron una doble represión durante la etapa franquista: por rojas y por mujeres. Triple<br />
incluso, si pensamos en el estigma que tuvieron que afrontar las supervivientes a su salida de<br />
la cárcel. Porque si grande era el desprestigio social al que se enfrentaba un varón al salir de la<br />
cárcel, ese desprestigio se convertía en imborrable baldón cuando se trataba de una mujer.<br />
Cuando se contempla lo ocurrido con los mencionados rituales de humillación y<br />
escarnio público de las mujeres desafectas, resulta obvio que nada se dejó al azar. Todo<br />
obedecía a un plan premeditado, enmarcado en la cosmovisión franquista que pretendía<br />
señalar a la roja como una mujer degenerada en cuyo seno habitaba el Mal.<br />
Por ese motivo se les rapaba el cabello, para denunciar su atrevimiento al subvertir el<br />
paradigma tradicional de la mujer en una sociedad sexista y patriarcal. Por eso se las purgaba<br />
con ricino, para purgar simbólicamente la “enfermedad” de un feminismo laico y<br />
emancipador, ensayado durante la etapa republicana. Por eso se las torturaba y paseaba, para<br />
expulsar de su alma el demonio del “marxismo”. A los varones no les tocó en suerte este tipo<br />
de prácticas rituales; en su caso, bastaba con que vieran o supieran de la vejación operada en<br />
el cuerpo de sus mujeres. La represión, en sus múltiples fórmulas, desde la humillación<br />
pública hasta el asesinato, pasando por el encarcelamiento, se convertía de este modo en una<br />
medida de profilaxis que pretendía purificar el cuerpo social, extirpando del mismo cualquier<br />
atisbo de “complejo psico-afectivo” que pudiera “descomponer la patria”, en palabras del<br />
militar Vallejo Nájera, jefe de los Servicios Psiquiátricos de los sublevados.<br />
La experiencia penitenciaria femenina