Dossier
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después de la guerra civil desde los Talleres Penitenciarios, cuya sede central era la cárcel de Alcalá de Henares — y, cada vez en mayor medida, al servicio de gran número de empresas privadas, casi todas ellas adjudicatarias y concesionarias del propio Estado. Además de la construcción tanto de los accesos como del monasterio y la cripta del Valle de los Caídos, fueron también prisioneros políticos del franquismo quienes construyeron desde aeropuertos como los de Sondica o Labacolla hasta estadios municipales como los de Valladolid y Palencia, pasando por cárceles como la de Carabanchel. Entre las empresas privadas españolas que más frecuentemente tuvieron a su servicio como trabajadores forzados a prisioneros políticos del franquismo figuraron en lugar muy destacado y constante Dragados y Construcciones, Banús, A. Marroquín, San Román, Hermanos Nicolás Gómez y Construcciones ABC. Algunas de estas empresas privadas se lucraron con el trabajo forzado y apenas pagado de gran número de prisioneros políticos del franquismo por espacio de más de dos décadas, como lo hizo en concreto la empresa Dragados y Construcciones fundamentalmente en la construcción de gran número de pantanos, mientras que en el caso de Banús lo hicieron todavía hasta el año 1969 en todo tipo de obras y construcciones. La Iglesia católica española, convertida prácticamente desde el mismo inicio de la guerra civil en uno de los más importantes e influyentes apoyos de Franco tras haber declarado formal y oficialmente que la insurrección militar era una “Cruzada”, se benefició asimismo del trabajo esclavo de gran número de prisioneros políticos del franquismo. Entre otras construcciones para la Iglesia católica en las que fueron obligados a trabajar como esclavos numerosos presos políticos de distintas regiones españoles, figuran las de la reconstrucción de la catedral y el seminario de Vic, el colegio de los escolapios de San Antón en Madrid, el seminario orensano de Ervedelos, la vallisoletana iglesia del Carmen y los conventos de las madres adoratrices de Cartagena, Valladolid y Alcalá de Henares. 780 millones de euros de beneficios El ya mencionado libro de Isaías Lafuente no es propiamente el primero en denunciar esta infamia criminal perpetrada por el franquismo, puesto que ya en 1969 José María Aroca Sardagna se refería a ello en su libro Los republicanos que no se exiliaron, y en el año 2000 Rafael Torres Mulas publicó otro importante volumen sobre esta cuestión, Los esclavos de Franco, el primero en documentar ya el trabajo forzado de gran número de prisioneros políticos del franquismo. No obstante, Lafuente ha profundizado mucho más y da en su libro todo tipo de datos y documentación, llegando incluso a la cuantificación económica precisa de los beneficios obtenidos por el franquismo a costa de la práctica esclavitud de sus prisioneros políticos: más de 130.000 millones de pesetas, unos 780 millones de euros. Ello se deduce del estudio de las muy detalladas memorias anuales remitidas a Franco por el Patronato para la Redención de Penas entre 1939 y 1970, conservadas aún en los archivos de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias. Sólo entre los años 1939 y 1945, Franco dispuso mensualmente de una media de unos 10.000 presos políticos republicanos convertidos por él en sus esclavos, siendo en total durante aquellos años unos 110.000 los presos políticos laboralmente explotados en colonias, talleres, destacamentos penales y empresas privadas.
Carrero Blanco recibía el 75% del salario de los “esclavos” El profesor Francisco Moreno Gómez ha cifrado el jornal medio de un preso político esclavizado por el franquismo en 4,75 pesetas, en el caso de ser un hombre con esposa y un hijo a su cargo y que estuviese al servicio de algún organismo público del Estado, y de 14 pesetas si trabajaba al servicio de una empresa privada, de las que sólo 50 céntimos iban a parar al propio preso, 3 pesetas eran destinadas a su familia, 1,40 eran retenidas en teoría para su alimentación y las 9,10 pesetas restantes iban a parar a Hacienda, aunque se ignora bajo qué concepto se les sometía oficialmente a tan cuantiosa exacción fiscal. Este dinero era periódicamente ingresado por el Patronato para la Redención de Penas en una cuenta cifrada del Banco de España, a nombre del entonces subsecretario de Presidencia del Gobierno, Luis Carrero Blanco, conforme ha podido documentar y probar recientemente el ya citado profesor Antonio Miguel Bernal. Catedrático de Historia del Pensamiento de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, Antonio Miguel Bernal ha coordinado recientemente el interesante ciclo de conferencias que se ha celebrado en dicho centro universitario bajo el título Los presos del Canal. 1940-1962. Estas jornadas han sido organizadas por la universidad hispalense en colaboración con la fundación El Monte y el sindicato CGT, y se han dedicado al estudio de la utilización sistemática de prisioneros políticos andaluces como trabajadores forzados en las obras de construcción del canal Bajo del Guadalquivir, entre Sevilla y Sanlúcar de Barrameda, de 150 kilómetros de longitud, 90 de los cuales fueron íntegramente realizados por unos 10.000 prisioneros políticos del franquismo, desde muy poco después del final de la guerra civil, y hasta más de dos décadas después, hasta el año 1962. Tras el fuerte impacto causado por la reciente publicación del libro de Isaías Lafuente, estas jornadas sevillanas han contribuido a dar a conocer muchos otros aspectos sobre la feroz e implacable represión que el franquismo ejerció contra sus opositores, especialmente en la más inmediata posguerra, pero en realidad hasta más allá incluso de la muerte del propio dictador. Los campos de exterminio Aunque se tenían algunas referencias merced a la publicación de las memorias de algunos antiguos presos políticos del franquismo, ha sido ahora cuando se ha documentado ya con rigor histórico la existencia en la España de la guerra y la posguerra civil de auténticos campos de exterminio. A diferencia de los campos de concentración, en los que los prisioneros políticos eran utilizados sistemáticamente como “esclavos” y donde en no pocos casos los internados fallecían también a causa de las pésimas condiciones de vida y trabajo a las que se encontraban sometidos, los campos de exterminio franquistas eran, al igual que sus homólogos nazis de tan triste recuerdo, centros destinados fundamental y casi exclusivamente a la pura y simple ejecución de sus internados. El ya citado Antonio Miguel Bernal señalaba en las mentadas jornadas sevillanas que está perfectamente documentada la existencia en la población extremeña de Castuera de un campo de exterminio creado a principios de la guerra civil, inmediatamente después de la
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después de la guerra civil desde los Talleres Penitenciarios, cuya sede central era la cárcel de<br />
Alcalá de Henares — y, cada vez en mayor medida, al servicio de gran número de empresas<br />
privadas, casi todas ellas adjudicatarias y concesionarias del propio Estado.<br />
Además de la construcción tanto de los accesos como del monasterio y la cripta del<br />
Valle de los Caídos, fueron también prisioneros políticos del franquismo quienes<br />
construyeron desde aeropuertos como los de Sondica o Labacolla hasta estadios municipales<br />
como los de Valladolid y Palencia, pasando por cárceles como la de Carabanchel.<br />
Entre las empresas privadas españolas que más frecuentemente tuvieron a su servicio<br />
como trabajadores forzados a prisioneros políticos del franquismo figuraron en lugar muy<br />
destacado y constante Dragados y Construcciones, Banús, A. Marroquín, San Román,<br />
Hermanos Nicolás Gómez y Construcciones ABC.<br />
Algunas de estas empresas privadas se lucraron con el trabajo forzado y apenas<br />
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décadas, como lo hizo en concreto la empresa Dragados y Construcciones fundamentalmente<br />
en la construcción de gran número de pantanos, mientras que en el caso de Banús lo hicieron<br />
todavía hasta el año 1969 en todo tipo de obras y construcciones.<br />
La Iglesia católica española, convertida prácticamente desde el mismo inicio de la<br />
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declarado formal y oficialmente que la insurrección militar era una “Cruzada”, se benefició<br />
asimismo del trabajo esclavo de gran número de prisioneros políticos del franquismo. Entre<br />
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esclavos numerosos presos políticos de distintas regiones españoles, figuran las de la<br />
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en Madrid, el seminario orensano de Ervedelos, la vallisoletana iglesia del Carmen y los<br />
conventos de las madres adoratrices de Cartagena, Valladolid y Alcalá de Henares.<br />
780 millones de euros de beneficios<br />
El ya mencionado libro de Isaías Lafuente no es propiamente el primero en denunciar esta<br />
infamia criminal perpetrada por el franquismo, puesto que ya en 1969 José María Aroca<br />
Sardagna se refería a ello en su libro Los republicanos que no se exiliaron, y en el año 2000<br />
Rafael Torres Mulas publicó otro importante volumen sobre esta cuestión, Los esclavos de<br />
Franco, el primero en documentar ya el trabajo forzado de gran número de prisioneros<br />
políticos del franquismo.<br />
No obstante, Lafuente ha profundizado mucho más y da en su libro todo tipo de datos<br />
y documentación, llegando incluso a la cuantificación económica precisa de los beneficios<br />
obtenidos por el franquismo a costa de la práctica esclavitud de sus prisioneros políticos: más<br />
de 130.000 millones de pesetas, unos 780 millones de euros. Ello se deduce del estudio de las<br />
muy detalladas memorias anuales remitidas a Franco por el Patronato para la Redención de<br />
Penas entre 1939 y 1970, conservadas aún en los archivos de la Dirección General de<br />
Instituciones Penitenciarias. Sólo entre los años 1939 y 1945, Franco dispuso mensualmente<br />
de una media de unos 10.000 presos políticos republicanos convertidos por él en sus esclavos,<br />
siendo en total durante aquellos años unos 110.000 los presos políticos laboralmente<br />
explotados en colonias, talleres, destacamentos penales y empresas privadas.