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Revista del Cobre Nº 23

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Gustav y Rudi le siguieron. Detrás de cada ventana se veía una cálida<br />

luz. Solo Karl Gustav y Rudi vagaban por las calles vacías. En el cielo<br />

las estrellas resplandecían. Una brisa heladora soplaba por la calle.<br />

De pronto Karl se paró. “Esto no puede seguir así” dijo sacudiendo la<br />

cabeza. “Es Navidad y estamos dando vueltas sin saber dónde ir. En<br />

los lugares cerrados hace mucho calor y fuera mucho frío.Todo esto<br />

es absurdo” se quejó Rudi. “Creo que me quedaré aquí hasta morir<br />

congelado”. “Los muñecos de nieve no pueden morir de frío” dijo<br />

Gustav. Karl, Gustav y Rudi se quedaron de pie como tres pasmarotes.<br />

De repente una luz iluminó la calle y aparecieron dos niños riendo y<br />

chillando. “¡Ahí están!” gritó uno de los niños. “¡Mira, el grande lleva<br />

una cacerola en la cabeza! Y ese otro tiene un carámbano en la nariz”<br />

exclamó la niña. “Venga vamos a hacer mas muñecos de nieve<br />

para cubrir toda la calle”. Unos minutos más tarde, varios niños salieron<br />

de sus casas y comenzaron a moldear bolas de nieve por toda<br />

la calle. Traían zanahorias, sombreros de paja, botones y escobas.<br />

Cuando terminaron, se frotaron las manos congeladas y volvieron a<br />

casa riendo. Alrededor de veinte muñecos de nieve estaban de pie<br />

en la calle, todos sonriendo. Se juntaron un poquito y se frotaron la<br />

barriguita para entrar en calor. “¿Qué tal todo?” preguntó Karl a los<br />

demás. “No sabíamos que éramos tantos” dijo Rudi asombrado.

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