VE-17 OCTUBRE 2015
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Las guerras de mi abuela<br />
Mi abuela vivió varias guerras. De la primera apenas se acordaba, ni<br />
tan siquiera me sabía decir los años que tenía.<br />
—Yo creo que cuando llegué a Valencia debía de tener once o doce<br />
años —me contaba mientras cerraba los ojos para ayudar a su memoria.<br />
Lo que sí recordaba con mucha claridad eran los gélidos inviernos<br />
de su pueblo natal perdido entre las montañas de la serranía del<br />
Maestrazgo, su casa de piedra y adobe y la miseria del puchero.<br />
—Primero comía mi padre, y después todos nosotros —decía<br />
acordándose de sus trece hermanos—. A mi madre no la conocí, que<br />
murió en el parto del pequeño. Si no te dabas prisa en meter la cuchara no<br />
probabas bocado, la olla no tenía nada más que caldo.<br />
— ¿Por caldo quieres decir agua caliente? —la interrumpía yo,<br />
sabedora de cuál era su respuesta.<br />
—En la primera casa que entré a trabajar en Valencia probé el<br />
verdadero cocido, y la naranja. ¡Esa sí que era una casa señorial! Después<br />
de comer los señores, comía el servicio, eso sí, en la cocina. La mesa<br />
llena de comida, ¡no me extraña que los amos no pudieran comérsela<br />
toda! ¡Qué pena que empezara la guerra!<br />
La segunda guerra que vivió mi abuela no fue su guerra. Pero aun<br />
así, en los anales de la historia que elaboraron los vencedores, se<br />
sospecha que formó parte de la resistencia republicana que intentaba<br />
impedir el avance hacia el Levante.<br />
—Como no teníamos que comer, porque no paraban de bombardear<br />
el puerto, regresé a mi pueblo, ¡en qué hora! Cuando acabó la guerra me<br />
acusaron de haber trabajado para el enemigo. Yo creo que fue un<br />
chivatazo de Basilio, que quería tener una relación conmigo y yo no se lo<br />
permití. Estaba casado. Pero claro, yo sola a defenderme, porque nadie de<br />
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