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Emily Bront%C3%AB - Cumbres Borrascosas

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CUMBRES BORRASCOSAS<br />

-Sal, Heathcliff -gritó Hindley, congratulándose por anticipado<br />

del mal efecto que el muchacho, con su traza de<br />

pilluelo, iba a producir a Catalina. Ven a saludar a la señorita<br />

como lo han hecho los demás criados.<br />

Catalina al ver a su amigo corrió hacia él, lo besó seis o<br />

siete veces en cada mejilla, y después, separándose un poco,<br />

le dijo, riendo:<br />

-¡Huy, qué negro estás y qué cara de enfadado tienes!<br />

Claro, es que me he acostumbrado a ver a Eduardo y a Isabel.<br />

¿Me has olvidado, Heathcliff?<br />

-Dale la mano, Heathcliff -dijo Hindley, con aire de<br />

condescendencia. Por una vez la cosa no tiene importancia.<br />

-No lo haré -repuso el muchacho. No estoy dispuesto a<br />

que se rían de mí.<br />

Y trató de alejarse, pero Catalina le sujetó.<br />

-No quise burlarme de ti. No pude contenerme al ver tu<br />

aspecto. Anda, dame la mano siquiera. Si te lavas la cara y<br />

te peinas parecerás otro. Pero ¡ahora estás tan sucio!<br />

Examinó los negros dedos que tenía entre los suyos y<br />

luego se miró el vestido, temiendo que con aquel contacto<br />

hubiese sufrido algo que no fuera precisamente embellecerse.<br />

-Nadie te mandaba tocarme -dijo él, separando de un tirón<br />

su mano. Soy tan sucio como me da la gana, y me agrada<br />

estar sucio, y seguiré estándolo.<br />

Y se lanzó fuera de la habitación, con gran contento de<br />

los amos y enorme turbación de Catalina, que no acababa<br />

de comprender por qué sus comentarios le habían producido<br />

tal exasperación.<br />

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