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Emily Bront%C3%AB - Cumbres Borrascosas

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EMILY BRONTE<br />

tos en el barro. Entramos por un hueco que encontramos en<br />

el seto, subimos a tientas el sendero y nos instalamos en<br />

una maceta bajo la ventana del salón. No habían cerrado las<br />

maderas; las cortinas estaban a sólo medio echar, y una espléndida<br />

luz salía a través de los cristales. Nos empinamos,<br />

y sujetándonos al antepecho de la ventana, vimos una magnífica<br />

habitación con una alfombra carmesí. El techo era<br />

blanco como la nieve, tenía una orla dorada y pendía de él<br />

un torrente de gotas de cristal, suspendidas de una cadena<br />

de plata, y brillando con la luz, de muchas bujías. Los viejos<br />

Linton no estaban allí, y Eduardo y su hermana disponían<br />

de todo aquel cuarto para ellos. ¿Cómo no iban a ser felices?<br />

A nosotros nos hubiera parecido estar en el cielo. Y<br />

ahora vamos a ver si adivinas lo que hacían esos niños buenos<br />

que tú dices. Isabel (que me parece que tiene once<br />

años, uno menos que Catalina) estaba en un rincón, gritando<br />

como si las brujas le pinchasen con agujas ardientes.<br />

Eduardo estaba junto a la chimenea, llorando en silencio, y<br />

encima de la mesa vimos un perrito, al que casi habían partido<br />

en dos al pelearse por él, según comprendimos por los<br />

reproches que se dirigían uno a otro y por los gruñidos del<br />

animal. ¡Vaya unos tontos! ¡Pelearse por un montón de pelos<br />

calientes! Y en aquel momento lloraban porque, después<br />

de pegarle para cogerlo, ya no lo querían ninguno de los<br />

dos.<br />

Nosotros nos moríamos de risa contemplando aquello.<br />

¿Cuándo me has visto alguna vez, cuando estamos solos,<br />

gritar, y llorar, y revolcarnos, cada uno en un extremo del<br />

salón? ¡No cambiaría la vida que hace Eduardo Linton en la<br />

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