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Emily Bront%C3%AB - Cumbres Borrascosas

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CUMBRES BORRASCOSAS<br />

Catalina, que era muy traviesa), y creía cuanto él le decía,<br />

aunque, desde luego, en lo referente a las persecuciones de<br />

que era objeto, no llegaba a contar todas las que en realidad<br />

padecía.<br />

De manera que, desde el principio, Heathcliff sembró<br />

en la casa la semilla de la discordia. Cuando, dos años más<br />

tarde, falleció la señora, Hindley consideraba a su padre<br />

como un tirano y a Heathcliff como a un intruso que le había<br />

robado el cariño paterno y sus privilegios de hijo. Yo<br />

compartía sus opiniones; pero cuando los niños enfermaron<br />

del sarampión cambié de criterio. Tuve que cuidarlos, y<br />

Heathcliff, mientras estuvo grave, quería tenerme siempre a<br />

su lado. Debía de parecerle que yo era muy buena para él,<br />

sin comprender que no hacía sino cumplir con mi obligación.<br />

Hay que reconocer que era el niño más pacífico que<br />

haya atendido jamás una enfermera. Mientras Catalina y su<br />

hermano me importunaban de un modo horrible, él era<br />

manso como un cordero, si bien ello se debía a la costumbre<br />

de sufrir más que a una natural bondad.<br />

Cuando se restableció y el médico aseguró que en parte<br />

su alivio era consecuencia de mis cuidados, me sentí agradecida<br />

hacia quien me había hecho merecer tales alabanzas.<br />

Así perdió Hindley la aliada que tenía en mí. De todos modos,<br />

mi afecto por Heathcliff no era ciego, y frecuentemente<br />

me preguntaba para mis adentros qué era lo que el amo<br />

podría ver en aquel niño, el cual, si mal no recuerdo, jamás<br />

recompensó a su protector con expresión alguna de gratitud.<br />

No es que obrase con insolencia hacia el amo, sino que<br />

demostraba indiferencia, aunque le constase que bastaba<br />

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