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Emily Bront%C3%AB - Cumbres Borrascosas

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EMILY BRONTE<br />

-Anda, Hareton, dime que me perdonas. Me harás muy<br />

dichosa si lo dices.<br />

Él murmuró algo que yo no pude oír.<br />

-¿Entonces seremos amigos? -agregó Cati.<br />

-No -dijo él-, porque cuanto más me conozcas más te<br />

avergonzarás de mí.<br />

-¿Así que te niegas a ser amigo mío? -continuó ella sonriendo<br />

dulcemente y aproximándose más al muchacho.<br />

Ya no oí lo demás que se decían, pero al mirarles distinguí<br />

dos rostros tan alegres inclinados sobre el mismo libro,<br />

que comprendí que, a partir de aquel momento, se<br />

había hecho la paz entre los dos enemigos. El libro que miraban<br />

tuvo la virtud de hacerles permanecer embelesados<br />

hasta que llegó José. El pobre hombre se escandalizó al ver<br />

a Cati y a Hareton sentados juntos, y a ella apoyando su<br />

mano en el hombro de su primo. Tan asombrado quedó,<br />

que ni siquiera supo exteriorizar su sorpresa, sino con profundos<br />

suspiros que lanzaba mientras abría su Biblia sobre<br />

la mesa y apilaba sobre ella los sucios billetes de Banco,<br />

que eran el producto de sus transacciones en la feria. Finalmente,<br />

llamó a Hareton.<br />

-Toma ese dinero, muchacho, y llévaselo al amo -dijo.<br />

Ya no podremos seguir aquí. Tenemos que buscarnos otro<br />

sitio donde estar.<br />

-Vámonos, Catalina -dije yo a mi vez-, ya he acabado<br />

de planchar.<br />

-Todavía no son las ocho -respondió la joven, levantándose<br />

a su pesar. Voy a dejar ese libro en la chimenea,<br />

Hareton, y mañana traeré más.<br />

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