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Emily Bront%C3%AB - Cumbres Borrascosas

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CUMBRES BORRASCOSAS<br />

niente, una leve luz ambarina. Pero una espléndida luna<br />

permitía divisar cada piedra del camino y cada brizna de<br />

hierba. No tuve que llamar a la verja: cedió al empujarla,<br />

Pensé que esto siempre era una mejora. Y aún aprecié otra:<br />

una fragancia de enredaderas que inundaba el aire.<br />

Puertas y ventanas estaban abiertas. Como es frecuente<br />

ver en aquellas regiones, un gran fuego brillaba en la chimenea,<br />

a pesar del calor. El salón de <strong>Cumbres</strong> <strong>Borrascosas</strong><br />

es tan grande, que queda sitio de sobra para poder separarse<br />

del hogar. Las personas que había allí estaban sentadas junto<br />

a las ventanas. Antes de penetrar, las vi y las oí hablar, y<br />

me fijé en ellas con un sentimiento de curiosidad que, a<br />

medida que fui avanzando, se convirtió en envidia.<br />

-Con-tra-rio -dijo una voz que sonaba tan dulcemente<br />

como una campanilla de plata. ¡Van tres veces, torpón! No<br />

te lo volveré a repetir. ¡Acuérdate, o te tiro de los pelos!<br />

-Contrario -pronunció otra voz que procuraba suavizar<br />

su robusto tono. Ahora dame un beso en recompensa de<br />

haberlo dicho bien.<br />

-No, no te lo daré hasta que lo pronuncies correctamente.<br />

El locutor masculino volvió a reanudar su lectura. Era<br />

un hombre joven, correctamente vestido, que estaba sentado<br />

a la mesa y tenía un libro delante. Sus hermosas facciones<br />

brillaban de satisfacción, y sus ojos abandonaban con<br />

frecuencia la página para fijarse en una blanca y pequeña<br />

mano que se apoyaba en su hombro y le asestaba un cariñoso<br />

golpecito cada vez que su poseedora descubría semejantes<br />

faltas de atención. La dueña de la mano estaba en pie<br />

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