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Emily Bront%C3%AB - Cumbres Borrascosas

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CUMBRES BORRASCOSAS<br />

como se siente un cuerpo en la oscuridad, aunque no se le<br />

vea, tuve la sensación de que Catalina estaba allí y no en el<br />

ataúd, sino a mi lado. Experimenté un inmediato alivio.<br />

Suspendí mi trabajo y me sentí consolado. Ríete, si quieres,<br />

pero después de que cubrí la fosa otra vez tuve la impresión<br />

de que me acompañaba hasta casa. Estaba seguro de que se<br />

hallaba conmigo y hasta le hablé. Cuando llegué a las <strong>Cumbres</strong><br />

recuerdo que aquel condenado de Earnshaw y mi mujer<br />

me cerraron la puerta. Me contuve para no romperle el<br />

alma a golpes, y después subí precipitadamente a nuestro<br />

cuarto. Miré en torno mío con impaciencia. ¡La sentía a mi<br />

lado, casi la veía, y, sin embargo, no lograba divisarla! Creo<br />

que sudé sangre de tanto como rogué que se me apareciese,<br />

al menos un instante. Pero no lo conseguí. Fue tan diabólica<br />

para mí como lo había sido siempre durante mi vida.<br />

Desde entonces, unas veces más y otras menos, he sido víctima<br />

de esa misma tortura. Ello me ha sometido a una tensión<br />

nerviosa tan grande, que si mis nervios no estuviesen<br />

tan templados como cuerdas de violín, no hubiera resistido<br />

sin hacerme un desgraciado, como Linton.<br />

»Si me hallaba en el salón con Hareton, figurábaseme<br />

que la vería cuando saliese. Cuando paseaba por los pantanos<br />

creía que la encontraría al volver. En cuanto salía de<br />

casa regresaba creyendo que ella debía de andar por allá. Y<br />

si se me ocurría pasar la noche en su alcoba me parecía que<br />

me golpeaban. Dormir allí resultaba imposible. En cuanto<br />

cerraba los ojos, la sentía al otro lado de la ventana, o entrar<br />

en el cuarto, correr las tablas y hasta descansar su adorada<br />

cabeza en la misma almohada donde la ponía cuando<br />

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