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Emily Bront%C3%AB - Cumbres Borrascosas

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CUMBRES BORRASCOSAS<br />

Apoyó la cabeza contra el árbol y cerró los ojos. No parecía<br />

un hombre que sufre, sino una fiera acosada cuyas<br />

carnes desgarran las armas de los cazadores. En el tronco<br />

del árbol distinguí varias manchas de sangre, y sus manos y<br />

frente estaban manchadas también. Escenas idénticas a<br />

aquella debían de haber sucedido durante la noche. Más que<br />

compasión, sentí miedo; pero me era penoso dejarle en<br />

aquel estado. Él fue quien, al darse cuenta de que yo seguía<br />

allí, me gritó que me fuera, lo que hice enseguida, puesto<br />

que no podía consolarle ni devolverle la tranquilidad. Hasta<br />

el viernes siguiente -día en que había de celebrarse el funeral-<br />

Catalina permaneció en su ataúd, en el salón, que estaba<br />

cubierto de plantas y flores. Todos menos yo ignoraron<br />

que Linton pasó allí todo aquel tiempo sin descansar apenas<br />

un momento. A su vez, Heathcliff también pasaba fuera las<br />

noches, por lo menos, sin reposar tampoco ni un minuto. El<br />

martes, aprovechando un instante en que el amo, rendido<br />

de fatiga, se había retirado para dormir un par de horas, abrí<br />

una de las ventanas, a fin de que Heathcliff pudiera dar a su<br />

adorada un último adiós. Aprovechó la oportunidad y entró<br />

sin hacer el más ligero ruido. Sólo pude darme cuenta de<br />

que había penetrado al apreciar lo desordenadas que estaban<br />

las ropas en torno del rostro del cadáver y hallar en el<br />

suelo un rizo rubio. Examinado con cuidado, comprobé que<br />

había sido arrancado de un dije que Catalina llevaba al cuello,<br />

y sustituido por un negro rizo de los cabellos de Heathcliff.<br />

Yo uní ambos cabellos en el medallón y los guardé<br />

en él.<br />

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