Emily Bront%C3%AB - Cumbres Borrascosas

CUMBRES BORRASCOSAS
El tal cuarto era una buhardila donde olía a cebada y a trigo,
y contra las paredes se apilaban los sacos.
-¡Vaya!-dije molesta. No voy a dormir aquí. Muéstreme una
alcoba.
-¡Una alcoba! Ahora le enseñaré todas las que hay. A quela es
la mía.
Y me señaló otro cam aranchón sólo distinto del primero porque
había en él una cam a baja y grande, sin cortinas y con una colcha de
color.
-Su alcoba no m e interesa -dije. Enséñeme la alcoba del señor
Heathclif.
-H aberlo dicho antes -replicó, com o si le hubiese hablado de algo
extraordinario. Ya le hubiera contestado que no perdiera el tiempo,
puesto que es seguro que a lí no le dejará entrar. Este hombre no
permite el paso a nadie.
-¡Linda casa y m agníficos habitantes! -repuse. Ya veo que la
quintaesencia de la locura hum ana invadió mi alma el día que me
casé con ese hombre. En fin: no importa; otras habitaciones habrá.
¡Dese prisa y enséñeme algún sitio donde poder instalarme!
Bajó sin contestar y me levó a una habitación que, por las trazas,
debía de ser la mejor. H abía una buena alfom bra, aunque cubierta
de polvo, una chimenea con una orla de papel pintado que se
caía a pedazos, una excelente cam a de roble con cortinas carmesí
modernas y costosas . Pero todo tenía un aspecto descuidadísimo.
Las cortinas colgaban de cualquier manera, medio arrancadas de sus
anilas, y la varila m etálica que las sustentaba estaba torcida, de
modo que los cortinajes arrastraban por el suelo. Las silas estaban
estropeadas y grandes desperfectos afeaban el em papelado de las paredes.
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