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Emily Bront%C3%AB - Cumbres Borrascosas

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EMILY BRONTE<br />

La señorita Catalina y yo nos trasladamos a la Granja<br />

de los Tordos, y ella comenzó portándose mejor de lo que<br />

yo esperaba, lo que me sorprendió bastante. Parecía estar<br />

enamoradísima del señor Linton y también demostraba mucho<br />

afecto a su hermana. Verdad es que ellos eran muy<br />

buenos para con Catalina. Aquí no se trataba del espino<br />

inclinándose hacia la madreselva, sino de la madreselva<br />

abrazando al espino. No es que los unos se hiciesen concesiones<br />

a los otros, sino que ella se mantenía de pie y los<br />

otros se inclinaban. ¿Quién va a demostrar mal genio cuando<br />

no encuentra oposición en nadie? Yo notaba que el señor<br />

Linton tenía un miedo terrible a irritarla. Procuraba<br />

disimularlo ante ella; pero si me oía contestarle destempladamente,<br />

o veía molestarse a algún criado cuando recibía<br />

alguna orden imperiosa de su mujer, expresaba su descontento<br />

con un fruncimiento de cejas que no era corriente en<br />

él cuando se trataba de cosas que le afectasen personalmente.<br />

A veces me reprendía mi acritud, diciéndome que el ver<br />

disgustada a su esposa le producía peor efecto que recibir<br />

una puñalada. Procuré dominarme, a fin de no contrariar a<br />

un amo tan bondadoso. Durante medio año, la pólvora, al<br />

no acercarse a ella ninguna chispa, permaneció tan inofensiva<br />

como si fuese arena. Eduardo respetaba los accesos de<br />

melancolía y taciturnidad que invadían de cuando en cuando<br />

a su esposa, y los atribuía a un cambio producido en ella<br />

por la enfermedad, ya que antes no los había padecido nunca.<br />

Y cuando ella se restablecía, ambos eran perfectamente<br />

felices, y para su marido parecía que hubiera salido el sol.<br />

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