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Emily Bront%C3%AB - Cumbres Borrascosas

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CUMBRES BORRASCOSAS<br />

tubo de la chimenea, lo que hizo que se desplomara sobre el<br />

fogón una avalancha de piedras y hollín. Creímos que había<br />

caído un rayo entre nosotros, y José se hincó de rodillas para<br />

pedir a Dios que se acordara de Noé y Lot y, al enviar su<br />

castigo sobre el malo, perdonara al justo. Yo intuí que entonces<br />

también nosotros íbamos a ser alcanzados por la ira<br />

divina. En mi mente, el señor Earnshaw se me aparecía<br />

como Jonás, y, temiendo que no viniera ya, llamé a su puerta.<br />

Respondió de tal modo y con tales frases, que José hubo<br />

de impetrar a Dios, con redoblada vehemencia, que en la<br />

hora de su ira hiciera la oportuna distinción entre justos<br />

como él y pecadores como su amo.<br />

En fin: la tempestad cesó a los pocos minutos, sin habernos<br />

causado ni a José ni a mí mal alguno, aunque sí a<br />

Catalina, que, por haberse obstinado en continuar bajo la<br />

lluvia sin siquiera ponerse el abrigo, ni nada a la cabeza,<br />

volvió empapada. Se sentó, apoyó la cabeza en el respaldo<br />

del banco y acercó las manos al fuego.<br />

-Vaya, señorita -le dije, tocándole en un hombro-; usted<br />

se ha empeñado en matarse... ¿Sabe qué hora es? Las doce<br />

y media. Vamos a acostarnos. No es cosa de seguir esperando<br />

a ese imbécil. Se habrá ido a Gimmerton y pernoctará<br />

allí. Ya comprenderá que no esperaremos que vuelva a estas<br />

horas. Además, temerá que el señor esté despierto y que sea<br />

él quien le abra la puerta.<br />

-No debe de estar en Gimmerton -repuso José- y no me<br />

maravillaría que yaciese en el fondo de una ciénaga. Esto<br />

ha sido un aviso divino, y tenga en cuenta, señorita, que la<br />

próxima vez le tocaría a usted. Demos gracias al Cielo por<br />

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