Descargar revista número 100 - Colegio oficial de Medicos de Navarra

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anecdotario72La enfermedad del ignorante esignorar su propia ignoranciaAmos Bronson Alcott(Filósofo estadounidense. 1799-1888)IÑAKI SANTIAGOQue la enfermedad es igual para todoslos humanos, entendida desde el punto devista de los grandes tratados de medicina,léase Farreras o Harrison (y no el George,ni el Ford, no), queda más o menos claro.Pero que la forma de sentir la enfermedady de vivenciarla cambia entre las personas,está más claro que el agua. Y es que lasdiferencias sociales, culturales y personales,así como los propios valores de cadagrupo étnico, nos hacen diferentes en elenfermar. Y son estas diferencias las quehacen que la práctica médica sea un poquillomás complicada que el mero hechode aplicar los conocimientos adquiridosdurante los seis años de duros estudios.Así, el médico residente que se sientapor primera vez ante un paciente, atenazadopor los lógicos nervios del debut(el médico), pero ilusionado ante la perspectivade comenzar a dar practicidad ala sapiencia acumulada durante la largacarrera, pregunta:−Buenos días, doña Elvira. ¿Qué le ocurre?−Pues que tengo mal temple –contestadoña Elvira con gesto de hastío.“Mal temple. ¿Ha dicho mal temple?¿Qué es mal temple?”, piensa el novelgaleno, mientras nota que se le caen a lospies el Farreras y el Harrison al unísono,mientras sin disimulo busca con denuedoen su aifón a ver si en las versiones on linede ambos tratados dice algo sobre el maltemple. Y al ver que en las versiones actualizadasno pone nada de dicho síntoma,nota cómo el alma acompaña a nivelde los pies a los señores Farreras y Harrison.Y es que, contraviniendo las enseñanzasde una famosa canción ochenterade Luis Eduardo Aute, no todo está enlos libros. Por lo menos en los de medicina.¡Buscar, buscar en libros de medicinatérminos habituales en el acervo popularcomo: mal temple, mala gana, flojera,agujetas, reuma (en su concepción másgenérica), sentirse raro, estar no sé comoexplicarlo, me han echao mal de ojo, etc.!¡¡No están, almas cándidas!! ¡¡No existen!!¡Tantos años estudiando para noentendernos con el vecino!Insisto, cada cultura tiene unos hábitos,unas creencias y unas costumbres. Desdealgunas comunidades que están convencidasde que su enfermedad es fruto delpecado y que no es sino el enfado de losdioses el motivo de su dolencia, hasta lapura medicina biologicista, donde todoes biofísica y bioquímica, pasando por unamplio y variopinto abanico de posibilidadesen el noble arte de enfermar. Y anteello está el noble arte de curar, ejercidopor un variado sinfín de ilustres, respetadosy pintorescos personajes: chamanes,brujos, hechiceros, nigromantes, sanadores,magos, naturópatas, charlatanes o,finalmente, médicos, entre otros. ¿O esque durante la lúgubre Edad Media noestaban (estábamos) los médicos incluidosen el mismo gremio que los barberos?Algunas culturas hemos ido evolucionando.Lentamente, pero evolucionando¿Pues no creíamos hasta hace poco que lospobres epilépticos estaban poseídos por eldios del Averno? No me extraña, porqueuna buena crisis epiléptica no tiene nadaque envidiar a alguna clásica escena de laniña Regan en la legendaria película de “Elexorcista”. Salvo el vómito de puré de guisantesde la peli, el resto es clavadito.Y las épocas también han marcado ladiferencia en el enfermar. Así, durante elromanticismo decimonónico, era muy guaytener tuberculosis. Sin embargo, ahora, eufemísticamentela gente tiene pleura. Y másde andar por casa, hace unos pocos años,si te caías al suelo y te rompías el pantalón,en casa te daban un soplamocos por tontoy por haber roto el pantalón (¡ojo!, ahoraesto está denunciado… Lo del soplamocos,no lo del pantalón). Ahora entiendo porqué hasta los catorce años no nos poníanpantalón largo. No era por estética (¿?) socialsino para ahorrar en zurcidos. Y es quedebía ser más barata la mercromina que eltergal. Así es que mi generación masculina,que hemos sufrido los rigores invernales ennuestros muslos y, a veces, en nuestras ingles,de tan cortos que eran aquellos pantalonescortos, con pieles enrojecidas curtidaspor el crudo viento del frío invierno, hemossido capaces de superar con creces la crueleugenesia de los espartanos, por lo que lespodemos gritar sin sonrojo: ¡¡Espartanos,nenazas, que soy unas nenazas!! ¡¡¡Ahú,ahú!!! Ahora, por el contrario, si un niño secae, los papis le llevan a urgencias, “no seaque le entre algo por la herida y tenga algoroto y…” y dudo que no pidan a la SeguridadSocial explicaciones para que se hagacargo de los rotos del pantalón ¡Capaces!Y la forma de vivenciar la enfermedades diferente según quien la padezca. Haygente que con una décima de fiebre pareceque se está muriendo, mientras otros, con39, están tan pichis. Aquel amigo mío, enpleno padecimiento gripal me soltó aquellode: “No me muero de malo que estoy”. Yese otro amigo, afecto el pobre de leucemiaque me suele decir: “Sabes, yo estoyen el corredor de la muerte”. O ese otroque decía un día: “Es que tengo una malanº 100 | Diciembre 2012

anecdotarioUN BUEN HOMBREMadrugada. La llamada al 112 urgía aacudir a aquel domicilio de forma rauda.Así que, en pocos minutos allí se plantóel personal de la ambulancia medicalizada,que se quedaron estupefactos ante laescena que allí encontraron: mujeres deetnia gitana gritando y llorando, mientrasse golpeaban el pecho y se tiraban delos pelos. Varones gitanos urgiendo a lossanitarios a actuar con celeridad. Y en lacama… en la cama un gitanico de edadmedia, más tieso que la mojama. Ante lasituación escénica y la presión ambiental,aderezadas por amenazantes miradas delos gitanicos, el médico, temiendo por supropia integridad y la de sus compañeros,les dirigió a éstos una mirada cómplice ycomenzó un paripé de reanimación indisaludde hierro queno veas”. Maneras devivir, que cantaba elrockero Rosendo.Las diferentes culturasviven diferentela enfermedad. Elmejicano tiene famade duro. El andaluzde exagerado (reminiscencias árabes, supongo).Los varones árabes no consientenser examinados por mujeres, mientras éstasestán deseosas de hacerlo por aquellode confirmar el famoso mito del árabe ysu miembro viril. Los médicos chinos noquitan la ropa, ni preguntan a los enfermos,por lo que ahora me explico aquellavez que me vino una mujer china que teníaescozor al orinar y dolor de tripa.−Quítese la ropa, por favor –le indiquépara proceder a la, entiendo, obligada exploraciónfísica.−¡Yo no quital lopa! ¡Yo escozol! ¡Túculal mí! – contestó la mujer alterada,con los ojos curiosamente redondeados,mientras se agarraba la ropa como sifueran a robársela y mi mandíbula caíasorprendida arrastrada más por la incredulidadque por la fuerza de la gravedad.−Pues si tú no quitar ropa, yo no poderatenderte bien. ¡Adiós! –me encontrécontestando airadamente, en plan indioapache dirigiéndose al mismísimo generalCuster.En fin, me queda la duda de qué hizo lachinita de marras para quitarse el escozolde sus paltes.Hay estudios antropológicos que intentanevidenciar si somos de donde nacemoso de donde pacemos. Así, un japonés quevive en Japón se supone que enfermarácomo en Japón. Pero si ese japonés nace enSoria, enfermará como en Soria. Y eso esaplicable a todas las etnias ¿no? ¡Pues no!El gitano, nazca donde nazca, sea Japón,Soria o Sebastopol, siempre (categorizaciónpocas veces aplicable en medicina,como bien sabemos, pero sí aplicablea los gitanicos), como decía, siempre enfermarácomo un buen calé.INCAPACIDAD LABORALAquel gitanico era nuevo en el barrio yacudió al médico. Tenía 60 años y siemprehabía sido “muuu obedieeente” asíes que, como había recibido una cartapara una revisión, ahí acudió sin pensárselodos veces. La puerta de la consulta seabrió y el médico le invitó a entrar.−Bienvenido al centro de salud, Antonio–saludó el galeno, mientras le invitabaa sentarse.−¡Aaaaay! Bienhallaaaaau, dotol –respondióeducadamente aquel hombremientras tomaba asiento.Tras las preguntas de rigor y una ordenadaanamnesis, el médico le preguntó:−¿Y la tensión? ¿cómo sueles tener latensión, Antonio?−¡Aaaay! Pues entre dooooce y catoooolce,dotol –contestó rápido el gitanico.−Ya. ¿Y la baja?−¡Aaaay, dotol, la baaaaja! ¡Que no lanicisiiiiito! ¡Que llevo jubilaaaau quiiiinceañiiiiicos! –dijo el buen hombre, irguiéndoseen la silla y adoptando un aire dignoy poniendo cara de honrado, mientras elmédico, apretando los labios, casi blancos,y con lágrimas intentando escaparde sus ojos, luchaba denodadamente porevitar la salida de una sonora carcajada.cando que lo mejor para todos era llevarel cadáver a la ambulancia. Y es que elmiedo es muy complejo, además de libre.Así que dicho y hecho. Salieron de aquellaespecie de encerrona y trasladaron alfinado hasta el hospital, donde el médicode la ambulancia se deshizo en explicacioneshacia su colega del hospital, quevio cómo, sin comerlo ni beberlo, se teníaque tragar un marrón del quince. Elgaleno de urgencias habló con la mujerdel difunto y, lógicamente, con la experienciaque dan los años, con el patriarcadel grupo. Les explicó la situación y queante la juventud del fallecido, era obligadorealizar la autopsia. ¡Alabado sea! ¡Loentendieron y aceptaron sin poner pegas!Al día siguiente se realizó la autopsia.Causa de la muerte: “Infarto agudo demiocardio. Miocardiopatía dilatada”. Ahoraquedaba transmitir a la mujer la causa.La forense pensó y repensó la forma y sedirigió decidida hacia la mujer del fenecido:−Mire, su marido ha muerto porque teníaun corazón muy grande –le dijo suavementey con cariño.La gitanica tornó la expresión de lacara y entre llorosa y contenta dijo:−¡Aaaaaay, que si teníííía el curazóngraaaaaande! ¡Aaaaay, ya lo creeeeeo!¡Que mi Paaaco era mu güeeeeeno!La forense asistía atónita a la respuestay, cuando iba a añadir algo para explicarmejor lo del corazón grande, la gitanicase le adelantó y, entre un mar de lágrimas,añadió:−¡Aaaaay dotoooora, mire usteeeed! Ysieeendo tan güeeeeeno y teniendo esecurazón tan graaaaande… aun y tooodoel señoool juez lo mitió dos aaaaaños a lacáááááálcel”.La médico puso la mano sobre el hombrode la mujer y se despidió mientrasse daba pequeños pellizcos intentandosaber si aquello recién vivido era verdado simplemente se trataba de un extrañosueño. Eso sí, con una sonrisa cada vezmás amplia en la cara.¡Angelicos!73COLEGIO DE MÉDICOS DE NAVARRA

anecdotario72La enfermedad <strong>de</strong>l ignorante esignorar su propia ignoranciaAmos Bronson Alcott(Filósofo estadouni<strong>de</strong>nse. 1799-1888)IÑAKI SANTIAGOQue la enfermedad es igual para todoslos humanos, entendida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong>vista <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s tratados <strong>de</strong> medicina,léase Farreras o Harrison (y no el George,ni el Ford, no), queda más o menos claro.Pero que la forma <strong>de</strong> sentir la enfermedady <strong>de</strong> vivenciarla cambia entre las personas,está más claro que el agua. Y es que lasdiferencias sociales, culturales y personales,así como los propios valores <strong>de</strong> cadagrupo étnico, nos hacen diferentes en elenfermar. Y son estas diferencias las quehacen que la práctica médica sea un poquillomás complicada que el mero hecho<strong>de</strong> aplicar los conocimientos adquiridosdurante los seis años <strong>de</strong> duros estudios.Así, el médico resi<strong>de</strong>nte que se sientapor primera vez ante un paciente, atenazadopor los lógicos nervios <strong>de</strong>l <strong>de</strong>but(el médico), pero ilusionado ante la perspectiva<strong>de</strong> comenzar a dar practicidad ala sapiencia acumulada durante la largacarrera, pregunta:−Buenos días, doña Elvira. ¿Qué le ocurre?−Pues que tengo mal temple –contestadoña Elvira con gesto <strong>de</strong> hastío.“Mal temple. ¿Ha dicho mal temple?¿Qué es mal temple?”, piensa el novelgaleno, mientras nota que se le caen a lospies el Farreras y el Harrison al unísono,mientras sin disimulo busca con <strong>de</strong>nuedoen su aifón a ver si en las versiones on line<strong>de</strong> ambos tratados dice algo sobre el maltemple. Y al ver que en las versiones actualizadasno pone nada <strong>de</strong> dicho síntoma,nota cómo el alma acompaña a nivel<strong>de</strong> los pies a los señores Farreras y Harrison.Y es que, contraviniendo las enseñanzas<strong>de</strong> una famosa canción ochentera<strong>de</strong> Luis Eduardo Aute, no todo está enlos libros. Por lo menos en los <strong>de</strong> medicina.¡Buscar, buscar en libros <strong>de</strong> medicinatérminos habituales en el acervo popularcomo: mal temple, mala gana, flojera,agujetas, reuma (en su concepción másgenérica), sentirse raro, estar no sé comoexplicarlo, me han echao mal <strong>de</strong> ojo, etc.!¡¡No están, almas cándidas!! ¡¡No existen!!¡Tantos años estudiando para noenten<strong>de</strong>rnos con el vecino!Insisto, cada cultura tiene unos hábitos,unas creencias y unas costumbres. Des<strong>de</strong>algunas comunida<strong>de</strong>s que están convencidas<strong>de</strong> que su enfermedad es fruto <strong>de</strong>lpecado y que no es sino el enfado <strong>de</strong> losdioses el motivo <strong>de</strong> su dolencia, hasta lapura medicina biologicista, don<strong>de</strong> todoes biofísica y bioquímica, pasando por unamplio y variopinto abanico <strong>de</strong> posibilida<strong>de</strong>sen el noble arte <strong>de</strong> enfermar. Y anteello está el noble arte <strong>de</strong> curar, ejercidopor un variado sinfín <strong>de</strong> ilustres, respetadosy pintorescos personajes: chamanes,brujos, hechiceros, nigromantes, sanadores,magos, naturópatas, charlatanes o,finalmente, médicos, entre otros. ¿O esque durante la lúgubre Edad Media noestaban (estábamos) los médicos incluidosen el mismo gremio que los barberos?Algunas culturas hemos ido evolucionando.Lentamente, pero evolucionando¿Pues no creíamos hasta hace poco que lospobres epilépticos estaban poseídos por eldios <strong>de</strong>l Averno? No me extraña, porqueuna buena crisis epiléptica no tiene nadaque envidiar a alguna clásica escena <strong>de</strong> laniña Regan en la legendaria película <strong>de</strong> “Elexorcista”. Salvo el vómito <strong>de</strong> puré <strong>de</strong> guisantes<strong>de</strong> la peli, el resto es clavadito.Y las épocas también han marcado ladiferencia en el enfermar. Así, durante elromanticismo <strong>de</strong>cimonónico, era muy guaytener tuberculosis. Sin embargo, ahora, eufemísticamentela gente tiene pleura. Y más<strong>de</strong> andar por casa, hace unos pocos años,si te caías al suelo y te rompías el pantalón,en casa te daban un soplamocos por tontoy por haber roto el pantalón (¡ojo!, ahoraesto está <strong>de</strong>nunciado… Lo <strong>de</strong>l soplamocos,no lo <strong>de</strong>l pantalón). Ahora entiendo porqué hasta los catorce años no nos poníanpantalón largo. No era por estética (¿?) socialsino para ahorrar en zurcidos. Y es que<strong>de</strong>bía ser más barata la mercromina que eltergal. Así es que mi generación masculina,que hemos sufrido los rigores invernales ennuestros muslos y, a veces, en nuestras ingles,<strong>de</strong> tan cortos que eran aquellos pantalonescortos, con pieles enrojecidas curtidaspor el crudo viento <strong>de</strong>l frío invierno, hemossido capaces <strong>de</strong> superar con creces la crueleugenesia <strong>de</strong> los espartanos, por lo que lespo<strong>de</strong>mos gritar sin sonrojo: ¡¡Espartanos,nenazas, que soy unas nenazas!! ¡¡¡Ahú,ahú!!! Ahora, por el contrario, si un niño secae, los papis le llevan a urgencias, “no seaque le entre algo por la herida y tenga algoroto y…” y dudo que no pidan a la SeguridadSocial explicaciones para que se hagacargo <strong>de</strong> los rotos <strong>de</strong>l pantalón ¡Capaces!Y la forma <strong>de</strong> vivenciar la enfermeda<strong>de</strong>s diferente según quien la pa<strong>de</strong>zca. Haygente que con una décima <strong>de</strong> fiebre pareceque se está muriendo, mientras otros, con39, están tan pichis. Aquel amigo mío, enpleno pa<strong>de</strong>cimiento gripal me soltó aquello<strong>de</strong>: “No me muero <strong>de</strong> malo que estoy”. Yese otro amigo, afecto el pobre <strong>de</strong> leucemiaque me suele <strong>de</strong>cir: “Sabes, yo estoyen el corredor <strong>de</strong> la muerte”. O ese otroque <strong>de</strong>cía un día: “Es que tengo una malanº <strong>100</strong> | Diciembre 2012

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