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Noche de brujas casa del árbol

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<strong>Noche</strong> <strong>de</strong> <strong>brujas</strong> <strong>casa</strong><br />

<strong>de</strong>l <strong>árbol</strong><br />

COLEGIO CAMPESTRE SAN DIEGO<br />

Andrés Felipe Palacios Zamora 16<br />

Cristhian David Buitrago Cristancho 3


Era <strong>Noche</strong> <strong>de</strong> Brujas y los chicos se contaban historias <strong>de</strong> terror.<br />

Estaban los cuatro en la <strong>casa</strong> <strong>de</strong>l <strong>árbol</strong> que solían utilizar como punto <strong>de</strong> encuentro. Eran las doce y media<br />

<strong>de</strong> la noche y los haces <strong>de</strong> las linternas formaban sombras movedizas en los rincones. Los rostros <strong>de</strong> los chicos,<br />

todos ellos pálidos y tensos, flotaban como globos en la oscuridad. Era el turno <strong>de</strong> Ramiro <strong>de</strong> contar su<br />

historia, y comenzó así:<br />

-No voy a hablar <strong>de</strong> vampiros, tampoco <strong>de</strong> hombres lobos ni cementerios abandonados, sino <strong>de</strong> algo que<br />

ocurrió <strong>de</strong> verdad. Aquí, en esta cuadra. Para ser más precisos, en este mismo <strong>árbol</strong>.<br />

-Somos todos oídos- dijo Fe<strong>de</strong>rico, algo burlón.<br />

-Un vecino se colgó <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las ramas- dijo Ramiro, señalando hacia fuera-. Fue hace mucho. El viejo<br />

Jeremías, que vive a la vuelta <strong>de</strong> mi <strong>casa</strong>, me contó la historia. Dijo que el tipo se llamaba Martínez, y estaba<br />

totalmente loco. Todo el mundo le tenía miedo. Por las noches gritaba y se escuchaban extrañas voces en su<br />

<strong>casa</strong>, aunque el tipo vivía solo. Y los perros. Siempre aparecía un perro muerto en su vereda. Algunos <strong>de</strong>cían<br />

que él los envenenaba. Otros, que los utilizaba como sacrificio para el Demonio. Decían que susurraba cosas<br />

terribles, y que en una ocasión atacó con un cuchillo a un repartidor <strong>de</strong> pizzas que pasaba por el lugar. Lo<br />

metieron en el loquero, pero al año salió. Y un mes <strong>de</strong>spués lo encontraron colgado <strong>de</strong> las ramas <strong>de</strong> este<br />

mismo <strong>árbol</strong>.<br />

-¿Eso es todo?- dijo Agustina, algo <strong>de</strong>cepcionada con la historia.<br />

El otro chico negó con la cabeza, apesadumbrada.<br />

-Hace unos meses, yo andaba en bici por aquí, cuando alcé la mirada y lo vi. Vi a Martínez. Estaba colgado<br />

<strong>de</strong> una rama. Al principio pensé que se trataba <strong>de</strong> un muñeco que alguien había puesto allí como broma. Pero<br />

no era un muñeco, era una aparición. Sus pies aún pataleaban y emitía unos horribles sonidos <strong>de</strong><br />

ahogamiento. Y luego quedó quieto. Era la hora <strong>de</strong> la siesta, recuerdo, y no andaba nadie en la calle. Yo corrí y<br />

me metí en mi habitación, y no volví a salir el resto <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Dos días <strong>de</strong>spués volví a verlo. Era <strong>de</strong> noche, y<br />

estaba a punto <strong>de</strong> dormirme cuando escuché un ruido afuera. Me asomé a la ventana: su cabeza, colgada <strong>de</strong><br />

una soga, se balanceaba mecida por el viento. Y sus ojos… sus ojos estaban fijos en mí. Brillaban en la<br />

oscuridad. Cerré la ventana y recé hasta quedar dormido. Al día siguiente, Coli, mi perro, amaneció muerto.<br />

-Oh, por Dios- dijo Agustina, llevándose una mano a la boca.<br />

-Creo que será mejor que pares, ¿vale?- tartamu<strong>de</strong>ó Fe<strong>de</strong>rico, mirando <strong>de</strong> reojo a su amigos-. Estás<br />

asustando a Agus...<br />

-Mi perro estaba muerto en el jardín- alzó la voz Ramiro, sin po<strong>de</strong>r contenerse-. Duro como una piedra. Lo<br />

enterramos en el patio, y cuando miré hacia el <strong>árbol</strong>, el tipo estaba ahí, colgado y sonriéndome burlón. Esa fue<br />

la última vez que lo vi. Por lo menos hasta hoy. Ahora quiero invocarlo. Quiero tenerlo cara a cara, y vengarme<br />

por la muerte <strong>de</strong> mi perro.<br />

-Estás loco- susurró Fe<strong>de</strong>rico, ya incapaz <strong>de</strong> disimular el miedo-. ¿Qué rayos piensas hacer?


-Hoy es <strong>Noche</strong> <strong>de</strong> Brujas, y la línea que nos separa <strong>de</strong>l mundo <strong>de</strong> los muertos es más <strong>de</strong>lgada que nunca-dijo<br />

Ramiro, sacando una cuchara <strong>de</strong> su bolsillo-. Esto pertenecía al muerto. Estuve leyendo un libro <strong>de</strong> magia<br />

negra, y sé cómo invocarlo.<br />

-Cállate <strong>de</strong> una vez, por favor- dijo Agustina, con voz <strong>de</strong>smayada.<br />

-Te invoco. Yo te invoco, Martínez- dijo Ramiro, colocando la cuchara entre sus manos ahuecadas. De<br />

repente sus ojos se pusieron en blanco y su cuerpo comenzó a mecerse <strong>de</strong> atrás hacia a<strong>de</strong>lante, como sumido<br />

en un trance-. Te invoco en nombre <strong>de</strong> tu Señor, Amo y Morador <strong>de</strong> las Tinieblas. Deberás respon<strong>de</strong>r por la<br />

muerte <strong>de</strong> mi perro, y por todo el daño que has hecho en esta vida.<br />

-¡Cállate <strong>de</strong> una vez, imbécil! ¡Lo envenené yo!<br />

Por un momento, en la casita <strong>de</strong>l <strong>árbol</strong>, nadie habló. Lenta, muy lentamente, Ramiro fue recuperando la<br />

compostura. Y luego observó a Agustina, con una expresión <strong>de</strong> dolida incredulidad.<br />

-¿De qué diablos estás hablando, Agus?<br />

-Lo odiaba- dijo la chica-. Odiaba a Coli. Lo siento. Cada vez que pasaba por ahí, tu perro trataba <strong>de</strong><br />

mor<strong>de</strong>rme. Te dije que le pusieras correa, pero tú siempre te burlabas. Y un día no pu<strong>de</strong> más y le arrojé carne<br />

envenenada. Por eso tu perro murió. No fue ningún maldito espíritu. ¡Fui yo!<br />

-No puedo creerlo…<br />

Quedaron los cuatro en silencio, sin saber qué <strong>de</strong>cir y evitando cruzar las miradas. Y fue ahí que escucharon<br />

el crujido. Un crujido como el <strong>de</strong> una hamaca balanceándose en la oscuridad. Sólo que no había ninguna<br />

hamaca ahí afuera, y los chicos lo sabían. Se miraron entre sí, con los rostros contraídos por el miedo. Y<br />

entonces el <strong>árbol</strong> comenzó a sacudirse con violencia. Las hojas caían <strong>de</strong> a miles y se escuchaba el ruido seco <strong>de</strong><br />

las ramas partidas. Se sujetaron <strong>de</strong> don<strong>de</strong> pudieron y gritaron hasta quedar roncos. La en<strong>de</strong>ble puerta <strong>de</strong> la<br />

casita se abrió y Agustina fue la primera en caer al vacío. Le siguió Ariel y finalmente Ramiro. Quedó Fe<strong>de</strong>rico,<br />

aferrándose con fuerza a una ma<strong>de</strong>ra astillada que sobresalía <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s. Las sacudidas se hicieron más<br />

fuertes y el chico gritó y lloró al mismo tiempo.<br />

-Qué es lo que quieres?- chilló ya sin fuerzas-. ¿Qué es lo que quieres?<br />

Y escuchó una voz, una voz oscura y <strong>de</strong>moníaca <strong>de</strong>s<strong>de</strong> profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l follaje, que <strong>de</strong>cía:<br />

-Más perros. Más animales. Más sacrificios para nuestro Amo.<br />

-¡Lo haré!- sollozó Fe<strong>de</strong>rico-. ¡Juro por lo que más quieras que lo haré! Pero por favor, déjame vivir...<br />

El <strong>árbol</strong> comenzó a inclinarse peligrosamente, y la casita <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra cayó.<br />

Fe<strong>de</strong>rico fue el único y milagroso superviviente <strong>de</strong> la tragedia. Los otros tres murieron aplastados por el<br />

<strong>árbol</strong>. “El terrible acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la casita <strong>de</strong>l <strong>árbol</strong>”, titularon los periódicos sensacionalistas.<br />

Cinco días <strong>de</strong>spués, la señora Perkins, vecina <strong>de</strong>l barrio, como era costumbre se levantó temprano para<br />

barrer el patio. Se <strong>de</strong>tuvo en la verja que daba a la calle y <strong>de</strong>jó caer la escoba, horrorizada. Sobre la acera,


dispuestos en tétrica fila, había docenas <strong>de</strong> perros, todos inmóviles, todos muertos; sus vísceras estaban al<br />

<strong>de</strong>scubierto y brillaban bajo el tibio sol <strong>de</strong> la mañana.

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