Sexualidades migrantes. Género y transgénero - Feminaria

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13.07.2015 Views

diferimos con relación a las otras cuentas que lleva ese collar. Lacuenta género tiene un lugar privilegiado: todas las mujeres somosoprimidas por el sexismo y algunas lo somos además por la raza,la edad, etc. Este modelo, que Spelman llama aditivo, no considera,por ejemplo, las importantes diferencias entre las mujeres blancasy negras en sus experiencias con el sexismo. Un modelo quesupuestamente podía explicar las diferencias entre las mujeres,termina ocultándolas o subalternándolas. 3Ahora, si nos desplazamos por un momento de este aspectocrítico y pensamos ya no en las diferencias entre mujeres sino entreéstas e identidades como la travesti, los problemas ante los que nosencontramos son similares. En El imperio transexual (1979), JaniceRaymond, por ejemplo, sugerirá que lo que hay de común entre lasrelaciones generadas por la posesión de genitales femeninos y, a suvez, de diferente con las otras relaciones, es suficiente para garantizarque ninguna persona nacida con genitales masculinos puede reivindicaralguna semejanza con aquellas nacidas con genitales femeninos.Raymond encuentra en el construccionismo social un argumentopara la exclusión de travestis/transexuales, éstas no han compartidolas experiencias supuestamente comunes de crecer como mujeren el patriarcado y no son, por tanto, mujeres auténticas. 4Para una mirada así, es claro que una travesti que dice abogarpor el feminismo o dice participar de los lineamientos políticospropios del feminismo, en la medida en que carece de un cuerpoapropiado a tal fin, está en un error. La identidad feminista esdefinida explícitamente con referencia a un tipo particular decuerpo. Una travesti es diferente, su cuerpo sexuado no se correspondecon los cuerpos femeninos y, debido a esto, sus experienciascorporales y corporizadas serán de algún modo diferentes deaquéllas de las mujeres.La adhesión a este tipo de mirada merece algunas preguntas.Una que Nicholson hace a Raymond y su idea respecto a que nadieque no haya nacido con genitales femeninos puede tener experienciascomparables a aquéllas que nacimos con ellos, es: ¿cómo sabeRaymond que esto es así? Bien puede suceder que algunas familiaseduquen a sus hijos con una visión del vínculo entre biología ycultura más escindido de lo que él está en las sociedades industria-144 Fernández

lizadas contemporáneas, permitiendo ello transmitir a los niños congenitales masculinos experiencias comparables a las de aquellasnacidas con genitales femeninos.Desde una perspectiva diferente, puede también cuestionarseel mismo concepto de experiencia, muchas veces usado por elfeminismo como criterio de pertenencia y membresía. Se atribuyea la experiencia un estatuto de autoridad tal que termina ellareproduciendo los sistemas ideológicos en vez de impugnarlos odiscutirlos. La experiencia del género en un cuerpo femenino reúnede manera confusa lo atribuido, lo vivido y lo impuesto y luego sele otorga a ella una autoridad sobre la cual todo está dicho y no haypreguntas para hacer. Como lo ha indicado Joan Scott (1992)otorgar a la experiencia un carácter unificador e integrador excluyedominios enteros de la actividad humana dando como resultado laesencialización de las identidades. La experiencia del género en uncuerpo femenino corre el riesgo entonces de ser el fundamentoontológico de la identidad femenina. Estos planteos olvidan que laexperiencia misma tiene un carácter discursivo. Lo que cuenta comoexperiencia, insiste Scott, no es ni autoevidente ni es sencillo; essiempre debatible, siempre político.Una mirada moderna, sea en su versión más esencialista o enla perspectiva construccionista, fundamenta sus argumentos en losopuestos binarios: la primera, celebrando la fijeza de la diferenciafemenina y evaluando sus significados sociales, la segunda, negandoel carácter innato de la diferencia sexual y señalando que ladiferencia es un efecto de relaciones de poder históricas y sociales.Sin embargo, el dualismo está presente en las dos posiciones. Comoindica Diana Fuss (1989), incluso el uso que las construccionistassociales hacen de la categoría “género” constituye una apelación auna comunidad de mujeres como un grupo con una única identidadque, inevitablemente, asume una esencia amplia compartida.Una mirada moderna, entonces, considera al cuerpo fijo, pornaturaleza, en su sexuación. La experiencia, historia, subjetividady el cuerpo mismo, se corporizan de manera diferente según seannuestras características sexo-biológicas. Si esto es así, cabe sumara las preguntas de Nicholson y a las advertencias de Scott otras másque la mirada moderna del feminismo aún no ha respondido. PorLos cuerpos del feminismo 145

lizadas contemporáneas, permitiendo ello transmitir a los niños congenitales masculinos experiencias comparables a las de aquellasnacidas con genitales femeninos.Desde una perspectiva diferente, puede también cuestionarseel mismo concepto de experiencia, muchas veces usado por elfeminismo como criterio de pertenencia y membresía. Se atribuyea la experiencia un estatuto de autoridad tal que termina ellareproduciendo los sistemas ideológicos en vez de impugnarlos odiscutirlos. La experiencia del género en un cuerpo femenino reúnede manera confusa lo atribuido, lo vivido y lo impuesto y luego sele otorga a ella una autoridad sobre la cual todo está dicho y no haypreguntas para hacer. Como lo ha indicado Joan Scott (1992)otorgar a la experiencia un carácter unificador e integrador excluyedominios enteros de la actividad humana dando como resultado laesencialización de las identidades. La experiencia del género en uncuerpo femenino corre el riesgo entonces de ser el fundamentoontológico de la identidad femenina. Estos planteos olvidan que laexperiencia misma tiene un carácter discursivo. Lo que cuenta comoexperiencia, insiste Scott, no es ni autoevidente ni es sencillo; essiempre debatible, siempre político.Una mirada moderna, sea en su versión más esencialista o enla perspectiva construccionista, fundamenta sus argumentos en losopuestos binarios: la primera, celebrando la fijeza de la diferenciafemenina y evaluando sus significados sociales, la segunda, negandoel carácter innato de la diferencia sexual y señalando que ladiferencia es un efecto de relaciones de poder históricas y sociales.Sin embargo, el dualismo está presente en las dos posiciones. Comoindica Diana Fuss (1989), incluso el uso que las construccionistassociales hacen de la categoría “género” constituye una apelación auna comunidad de mujeres como un grupo con una única identidadque, inevitablemente, asume una esencia amplia compartida.Una mirada moderna, entonces, considera al cuerpo fijo, pornaturaleza, en su sexuación. La experiencia, historia, subjetividady el cuerpo mismo, se corporizan de manera diferente según seannuestras características sexo-biológicas. Si esto es así, cabe sumara las preguntas de Nicholson y a las advertencias de Scott otras másque la mirada moderna del feminismo aún no ha respondido. PorLos cuerpos del feminismo 145

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