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Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado - Lengua ...

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<strong>Fontanarrosa</strong>, <strong>Roberto</strong> <strong>–</strong> <strong>El</strong> <strong>mundo</strong> <strong>ha</strong> <strong>vivido</strong> <strong>equivocado</strong> y otros cuentosel trabajo de un desequilibrado.<strong>El</strong> coronel Barrimore se inclinó algo sobre su mesa de operaciones, observó si elguardia se <strong>ha</strong>llaba lo bastante alejado de la entrada de la tienda y bajando la voz,preguntó:—¿No encontraron señales de abuso sexual? Drouilliet negó con la cabeza. Nosquedamos un momento en silencio.Barrimore frunció los labios.—Estos bosques son peligrosos —dijo. Y él los conocía con largueza. Hacía casidos meses que la novena compañía combatía en ellos.—Ya lo creo —aprobó Drouilliet volviendo a sentarse—. Sobre todo de noche.—¿Está usted seguro de que no son japoneses? —pregunté. Drouilliet me miró enforma prolongada y no me contestó.—No me <strong>ha</strong> dicho aún —recordó el coronel— qué lo trae por acá, Comisario.—¿Tienen ustedes prisioneros alemanes? —preguntó el comisario.—Así es. Hicimos cerca de cincuenta prisioneros en la toma de la villa, detrás delrío.—Necesito uno de ellos.—¿Para qué?—Me inclino a pensar —explicó Drouilliet— que la víctima es un regimientoalemán.—¿Qué le <strong>ha</strong>ce pensar eso? —ahora fui yo el que me interesé.Drouilliet se pegó un par de golpecitos en la punta de la nariz.—Olfato —sintetizó—. Necesito alguno de sus prisioneros para que reconozca loscuerpos.Barrimore llamó al guardia e impartió las órdenes necesarias. Pronto trajeron a latienda a un joven oficial alemán que partió en compañía del comisario.Barrimore y yo quedamos en la tienda, <strong>ha</strong>blando del tema y bebiendo. Tres horasdespués llegó nuevamente Drouilliet. Devolvió el prisionero a una de nuestras patrullas ypenetró en la tienda. Tenía un rictus tenso en la cara.—Son alemanes —dijo—. <strong>El</strong> séptimo regimiento de caballería de Passau.—¿<strong>El</strong> prisionero los reconoció? —preguntó Barrimore. Drouilliet aprobó con lacabeza. De pronto extrajo algo de uno de los bolsillos de su piloto y nos los mostró: eraun proyectil de mortero.—¿Qué es esto? —preguntó, desafiante.—Un obús del 6, de mortero —reconoció Barrimore.—¿Qué más? —urgió Drouilliet.—De fabricación americana —balbuceó Barrimore. Vi que transpiraba.—¿Quién lo usa?—Bien... —vaciló el coronel— no sabría decirle...—¡Es un obús del 6, de mortero liviano Marc-2! —gritó Drouilliet—¡Y lo usa lasegunda división de artillería norteamericana acampada a pocos kilómetros de acá, enAngouleme!Barrimore no atinó a decir nada, sus manos jugueteaban con un mapa de laregión.Yo permanecí en silencio.Drouilliet, un tanto teatralmente, depositó con cuidado el obús en la mesaplegable.—Uno de mis detectives lo encontró semienterrado, sin estallar, entre loscadáveres —dijo. Se quedó un instante mirando a Barrimore a los ojos <strong>ha</strong>sta que éstebajó la vista—. Y la segunda división de artillería asentada en Arles, está bajo su mando,coronel Barrimore.Barrimore aspiró hondo y pareció que iba a responder. Pero enseguida se desinflóy comenzó a abatirse <strong>ha</strong>sta sentarse en su silla.—Sí, sí... —sollozó, tomándose el rostro con ambas manos—. Fui yo. Yo y el119

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