13.07.2015 Views

Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado - Lengua ...

Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado - Lengua ...

Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado - Lengua ...

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>Fontanarrosa</strong>, <strong>Roberto</strong> <strong>–</strong> <strong>El</strong> <strong>mundo</strong> <strong>ha</strong> <strong>vivido</strong> <strong>equivocado</strong> y otros cuentos...No se le escuc<strong>ha</strong>ba muy bien, no parecía tener mucho aliento el pobre Wolf. Bien, élestaba tendido en la gramilla y era un día luminoso, recalcó eso, un día luminoso, juntoal arroyo, cuando alguien lo llama desde la otra orilla: "Helmutt, Helmutt", era una vozclara, cristalina. Helmutt se incorpora y ve una señora, una señora muy pálida, delgada,de hermosos ojos oscuros, vestida totalmente de negro, que le extiende la mano. Lollama.Von Stauffenberg vuelve a quedar callado. Ha encogido su pierna derec<strong>ha</strong> <strong>ha</strong>staque el pie <strong>ha</strong> quedado apoyado en el respaldo de su silla. Sus manos se entretienenahora con los cordones de la bota.—Y Wolf me decía... —continúa— que él, en el sueño, pensaba: "No, no quiero ircon ella. No quiero ir". Pero que la señora lo volvía a llamar desde la otra orilla:"Helmutt", "Helmutt"... Helmutt quería escapar, alejarse de allí, pero algo lo atrapaba, leimpedía moverse, seguía tirado en el pasto mirando <strong>ha</strong>cia esa señora totalmente vestidade negro que lo llamaba. Entonces la señora le decía: "Iré a buscarte". Y comenzaba acruzar el arroyo, casi flotando sobre el agua.Klaus quedó en silencio. Tenía un dedo metido en la boca y se lo mordisqueaba.—¿Fue allí que recobró el conocimiento? —le pregunto. Asiente con la cabeza.Juguetea ahora con mis papeles. Me intranquiliza un poco. Temo que tome eltintero. Pero no. <strong>El</strong> Teniente Primero de Paracaidistas Klaus Von Stauffenberg se pone depie, arregla un poco su arrugado uniforme pardo, ec<strong>ha</strong> algo <strong>ha</strong>cia atrás la pistolera de suLuger y se encamina <strong>ha</strong>cia la escalerilla.—Más tarde iré a verlo de nuevo —me anuncia.—Yo también iré a verlo —le digo. Klaus comienza a trepar los escalones y sedetiene.—Mejor que te apures —recomienda—, se va.Yo retomo mi relato. Debo enviar mi nota al diario. En sólo media hora parte elmotociclista <strong>ha</strong>cia la retaguardia y deberá llevarla. Trato de no prestar demasiadaatención al polvillo blanquecino que se desprende de las vigas a cada explosión de losobuses ingleses. No pienso más en Von Stauffenberg. Ni reparo en el hecho de que puedeser la última vez que lo vea con vida.Cuatro meses después, estando yo en Waldpolentz, veía pasar los restos de laquinta división blindada retirándose <strong>ha</strong>cia las protecciones de Hanfgäslt. Los hombresmarc<strong>ha</strong>ban adustos y cansados. Ya no se veía en sus ojos el brillo victorioso de loscomienzos de la campaña.Entré a un pequeño bar, milagrosamente conservado en aquella calle castigadapor la artillería norteamericana. Estaba repleto de soldados y el humo de los cigarros loinvadía todo. Recuerdo que a duras penas logré acodarme en el mostrador y beber unacerveza. Entablé conversación entonces con un oficial tanquista de la división que <strong>ha</strong>bíaresistido fieramente en Ilse, Strasser y los bosques de Schuschniggerberssenfgen. Era unmuc<strong>ha</strong>cho joven y estaba aguardando órdenes de la superioridad. Me contó que <strong>ha</strong>bíacombatido junto al Teniente Primero Klaus Von Stauffenberg. Y me contó también sufinal.Cuando salí del bar, ya era tarde, pasó por mi memoria la imagen de aquel bizarrooficial de paracaidistas, el más precoz de su promoción. Pasé revista a nuestras c<strong>ha</strong>rlas,a su inclinación por recortar los mapas de campaña, su atildamiento en el vestir aunbajo los rigores de la batalla, su casi exagerada tendencia a usar lápices de colores paraubicar en los planos militares los desplazamientos de las tropas, su gráfica manera denarrarme los combates, ocultándose bajo las mesas, imitando con la boca lasexplosiones, dándole a sus relatos matices de impresionante realismo.Yo debí <strong>ha</strong>ber sabido, de antemano, que para él, Klaus Von Stauffenberg, comopara todos los soldados, estaba implícita la posibilidad de que un día cualquiera, unaseñora muy pálida y delgada, acudiera en su busca.116

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!