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Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado - Lengua ...

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<strong>Fontanarrosa</strong>, <strong>Roberto</strong> <strong>–</strong> <strong>El</strong> <strong>mundo</strong> <strong>ha</strong> <strong>vivido</strong> <strong>equivocado</strong> y otros cuentosUN TENIENTE PRIMEROCada vez los envían más jóvenes al frente de batalla.Delante mío, del otro lado de la pequeña mesa de campaña cubierta por papeles ycarpetas polvorientas, ligeramente apoyada su espalda sobre el respaldo de la silla, fumasin prestar demasiada atención a las sordas explosiones que llegan desde afuera, Klausvon Stauffenberg.Es Teniente Primero de Paracaidistas y recién acaba de cumplir cinco años.Me cuenta del combate que se está desarrollando arriba, del duelo de artillería conlos ingleses estacionados tres kilómetros más al norte cerca de Bergen Belsen. VonStauffenberg me confía que él no suponía a las tropas de Steinfield tan cerca. Piensa queese avance aliado puede ser el comienzo de la fractura de nuestras trincheras.—Debimos golpear luego de Bastogne —dice, y su puño derecho se crispa sobre lamesa. Tiene cierta dificultad para <strong>ha</strong>blar y no puedo determinar con precisión si es poresa cicatriz en la mejilla, o por la ortodoncia.Sus ojos son de un gris acerado y los oscurece aun más la sombra proyectada porla visera de su gorra de oficial. Hay una explosión más cercana que las demás. Labombilla eléctrica se bambolea, amenaza apagarse por un instante, titila. VonStauffenberg mira <strong>ha</strong>cia arriba. Se mantiene callado ahora, abstraído, con ese silenciolejano que he aprendido a captar en los soldados. Su dedo índice, que <strong>ha</strong> recorrido sobreel semienrollado mapa, de abajo <strong>ha</strong>cia arriba y de arriba <strong>ha</strong>cia abajo el caprichoso cursodel río Platz, hurguetea ahora dentro de una de sus fosas nasales. Cada tanto, retira eldedo y adhiere una mucosidad bajo la asentadera de su silla.Sé que <strong>ha</strong> venido a decirme algo. Lo <strong>ha</strong>ce a menudo, cuando los avances de lastropas de Patton no lo retienen junto a sus hombres. Suele compartir su meriendaconmigo: tocino, pan negro, ciruelas, semillas de soja, alimentos que va introduciendolentamente en su café con leche.—Le dieron a Wolf —me dice. Parece <strong>ha</strong>ber vuelto a la realidad. Yo dejo de escribira máquina, me cruzo de brazos, le presto atención. Von Stauffenberg siempre requiereatención. Está con los dedos pulgares enganc<strong>ha</strong>dos en el correaje que le cruza el pecho.Acomodo mis papeles que he alejado de él, procurando que no me los ensucie con susmanos generalmente manc<strong>ha</strong>das de barro, aceite, pólvora, o chocolate.—Un mortero —prosigue— cerca del bosque, donde está la granja.—¿Está mal?Asiente con la cabeza. Sé que sufre. Pero <strong>ha</strong>ce lo imposible porque no se le note.—Tal vez le corten las piernas —me dice.—¿Lo <strong>ha</strong>s visto?—Fui a la enfermería a verlo. Aún estaba bajo los efectos de la morfina.Ahora Von Stauffenberg balancea rítmicamente las piernas, que no alcanzan atocar el suelo. Es el único indicio de lo que le cuesta <strong>ha</strong>blar de todo eso.—Me impresionó mucho lo que me dijo —prácticamente murmura— lo que me dijoluego, cuando salió de la anestesia.—¿Qué te dijo?—Me contó que <strong>ha</strong>bía tenido un sueño. Mientras <strong>ha</strong>bía estado inconsciente <strong>ha</strong>bíatenido un sueño. Algo muy nítido. Muy claro. Es raro...No quise apurar el relato. Klaus parecía recordar, por momentos fruncía la boca,el entrecejo. Sólo se escuc<strong>ha</strong>ba el sofocado remezón de los obuses ingleses y el impactode sus tacos de oficial contra las patas de su silla.—Me dijo algo como... que... —continuó— ...él estaba tendido en la gramilla, aorillas de un arroyo que pasaba junto a su casa, cuando era niño... no recuerdo elnombre del arroyo... —Klaus meneó una de sus manos en el aire, como desalentado—115

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