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Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado - Lengua ...

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<strong>Fontanarrosa</strong>, <strong>Roberto</strong> <strong>–</strong> <strong>El</strong> <strong>mundo</strong> <strong>ha</strong> <strong>vivido</strong> <strong>equivocado</strong> y otros cuentosdragoncitos pequeños. Una sensación de inquietud nos invadió. Una dragona con su críaes el bicho más peligroso que pueda caballero alguno enfrentar. Ataca sin mediarprovocación y puede llegar a despedir una lengua de fuego de <strong>ha</strong>sta 130 metros. Nosreunimos con Arturo. <strong>El</strong> maricón del Caballero Negro estaba pálido. Es por eso que seopone a la caza del dragón. Tiene un miedo cerval.Acordamos que esa dragona no debía ser la de las depredaciones que reportaronlos siervos. Una dragona parida no ataca los sembradíos por atacar. Se pasa el díaocupándose de sus cachorros, abrigándolos y buscándoles higos de zarzamora.Convinimos en que el dragón macho no debía andar lejos, o bien, eso fue lo que nos dijoMerlín luego de consultar unos humos amarillos que produjo quemando paja seca juntoa boñiga de cabra. <strong>El</strong> dragón se desentiende de su cría cuando ésta supera los dos díasde vida, y se lanza por las cercanías a retozar y causar perjuicios.Sir Lancelot, el imbécil, propuso que esperásemos a los perros que en número de13.000 venían un kilómetro detrás de nuestra caravana a los efectos de que no nosaturdieran con sus ladridos ni nos orinaran las lanzas. <strong>El</strong> Príncipe Valiente, en cambio,propuso seguir adelante en busca de la bestia. Está comprobada la eficacia de los perrosen la caza del zorro, de la iguana y <strong>ha</strong>sta en la del alce colorado, pero el olor a azufre quedespide el dragón los enloquece, los <strong>ha</strong>ce perder la razón y terminan mordiéndose entreellos. Algunos se revuelcan en el orín que lanza el dragón cuando se ve atacado y elamoníaco los excita sexualmente <strong>ha</strong>sta límites vergonzosos. Las cosas que se <strong>ha</strong>cen entreellos no son de contar. Y lo que le sucedió a sir Atlesthone con un dogo alsaciano másvale no recordarlo.Finalmente privó la postura del joven Val, lo que lo tornó más insoportable aún ylo hizo cantar junto a los trovadores. Parece que Alet<strong>ha</strong> lo tiene convencido de que cantabien y el desdic<strong>ha</strong>do se lo <strong>ha</strong> creído. No sé qué dirá lvanhoe a todo esto. Por cierto que amí no me consultaron nada, porque a mí últimamente ya no me preguntan nada. Sabenque yo no soy de callarme la boca.Al día siguiente de ese suceso, sir Wilfred, que se <strong>ha</strong>bía adelantado con unapartida de batidores, volvió a la carrera dando verdaderos alaridos. Su armadura estabacasi al rojo blanco y despedía un humo irrespirable mientras él corría desesperado entrelas malezas <strong>ha</strong>sta nosotros. Era notorio que <strong>ha</strong>bía recibido su buena rociada de fuego.No <strong>ha</strong>bía forma de sacarlo de aquel infierno de acero hirviente porque la armadura ardía.Val decidió que era mejor tirarlo al río cercano. Lo enlazamos con unos cordeles y loarrojamos al agua. Se caldeó el río al caer el infeliz Wilfred elevándose una humaredaimpresionante. Nunca más volvimos a ver al caballero sajón. Nadie puede nadar contanto peso encima. Pero, seguramente, los trovadores no recordarán que fue idea delbrillante príncipe. De cualquier manera, lo que sir Wilfred <strong>ha</strong>bía intentado comunicarnosestaba bien claro: la fiera se <strong>ha</strong>llaba cerca. Montamos y fuimos en su busca.<strong>El</strong> holocausto de Wilfred nos <strong>ha</strong>bía sulfurado. No tardamos en ver al animal, unahermosa pieza de cerca de 20 metros de alzada, algo así como cien metros de largoincluyendo la cola y un cuello largo y flexible que se irguió tenso, al escuc<strong>ha</strong>rnos. Lavista del dragón es lamentable y pobre. No ve un toruno a dos metros de distancia y sesabe que no distingue las corvas de su propia cola por lo que generalmente ignora enocasiones que <strong>ha</strong> sido cortada por los cazadores. Pero sí tiene terriblemente desarrolladoel oído, como también el olfato, lo que lo convierte en un enemigo difícil de sorprender.También es precario su sentido del gusto, pero eso no sé aún cómo puede comprobarse.—¡Un barcino! —gritó Arturo <strong>ha</strong>ciendo caracolear su cabalgadura. Era en efectoun barcino y juro que nunca me <strong>ha</strong>bía encontrado ante un ejemplar de ese tipo. Su pieles de un color pálido dentro de los verdes, y la cresta que le recorre el espinazo adquiereuna tonalidad prácticamente ámbar lo que lo <strong>ha</strong>ce, si se quiere, hermoso.No podía dejar que se me adelantaran. Bajé el enrejado de mi yelmo paraprotegerme los ojos, calcé el escudo frente a mi peto, coloqué horizontal la lanza yespoleé mi caballo. Cuando éste salió disparado <strong>ha</strong>cia adelante yo ya <strong>ha</strong>bía elegido miblanco: la hendidura entre ambas protuberancias pectorales, bajo la implantación del112

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