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Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado - Lengua ...

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<strong>Fontanarrosa</strong>, <strong>Roberto</strong> <strong>–</strong> <strong>El</strong> <strong>mundo</strong> <strong>ha</strong> <strong>vivido</strong> <strong>equivocado</strong> y otros cuentosPATRIA POTESTADIbsen Kaseusku se <strong>ha</strong>bía negado a tomar asiento y ahora esperaba, de pie enmedio de la recepción, muy erguido, las manos entrelazadas, enguantada unaaprisionando la otra y el guante de la otra.Movía rítmicamente una de sus piernas y también los ojos, duros y profundos,enmarcados en arrugas muy acentuadas, transmitían su nerviosismo.La recepcionista, conmovida aún por la presencia del famoso escritor volvió adecir:—Es un minutito nomás. <strong>El</strong> señor Lacarra Grey enseguida lo atiende.Ibsen Kaseusku no respondió nada. Pero bajo la fina barba gris, sus mandíbulasse endurecieron.—¡Mi queridísimo maestro! —Lacarra Grey <strong>ha</strong>bía aparecido por la puerta de sudespacho, exultante, los brazos abiertos y con una sonrisa como para iniciar un showmusical—. Por favor, adelante —extendió la diestra <strong>ha</strong>cia Kaseusku pero al no obtenerreciprocidad, optó por tomarlo del brazo y conducirlo <strong>ha</strong>cia su despacho—. Venga poracá, por favor, maestro. Adelante. No sabe, no sabe... —se dirigió a la recepcionista: —Lisa, no estoy para nadie. No sabe usted maestro, no sabe usted, el honor que es paranosotros que usted nos distinga con su presencia. Tome asiento, por favor, maestro,tome asiento.Ibsen Kaseusku no le hizo caso, se mantuvo de pie junto al sillón que LacarraGrey le <strong>ha</strong>bía indicado, estudiando el lujoso despacho, ensanc<strong>ha</strong>ndo las aletas de sunariz pronunciada, como un toro que mide las vastedades del ruedo, calculando lapróxima acometida.—Perdone si lo hice esperar unos segundos —Lacarra prácticamente corrió <strong>ha</strong>ciasu sillón rodeando el escritorio— pero quería que estuviese presente mi socio, MenéndezJoya, acá —señaló otro de los sillones donde Menéndez Joya adelantó un tanto el torsoinsinuando un saludo con la cabeza, sonriendo arrobado ante la presencia del literato—que no me hubiese perdonado nunca que yo no lo llamase estando usted en nuestracasa.Ibsen Kaseusku casi ni miró a Menéndez Joya, pero se sentó, primero en la puntade su sillón, muy envarado y siempre mirando a los ojos de Lacarra Grey como siquisiera atravesarlo. Luego se fue deslizando <strong>ha</strong>cia atrás <strong>ha</strong>sta encontrar sus espaldas elrespaldo del asiento. Allí quedó, entonces, los brazos afirmados en los apoyabrazos, lospuños cerrados y un leve tic que le sacudía un párpado venoso.—Una hermosa sorpresa, Maestro —sintetizó Lacarra Grey cambiando de lugarceniceros, intercomunicadores y lapiceras sobre su escritorio.—Incluso —terció Menéndez Joya ante el escaso eco que obtenían las palabras desu socio— yo estaba a punto de salir, fíjese usted, cuando justo me avisaron de queusted estaba. Mire si... —y se quedó manteniendo una mano en el aire como si no seatreviese a continuar con una frase que incluía un final horrible.—Mirá si... —lo apoyó Lacarra Grey, mirándolo entre risueño y espantado. Luegose hizo el silencio. Los dos cineastas contemplando con sonrisas apretadas a Kaseusku yéste aspirando hondamente, los ojos fijos en Lacarra Grey.—¿Quiere tomar algo, maestro? —Lacarra Grey trató de aflojar el clima—. ¿Uncafé, un whisky? Ah no —se retractó—. Cierto que a usted no le gusta el whisky. Pero talvez una vodka, entonces —bromeó—. Lisa —llamó por el intercomunicador—. Dígale aOsvaldo que me traiga un whisky —consultó con la mirada a Menéndez Joya, éste asintiócon la cabeza—. Dos whiskies y... —miró a Kaseusku sin obtener respuesta—. Un café...en todo caso...Volvieron a quedar en silencio. Lacarra Grey golpeteó con sus dedos sobre el102

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