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Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado - Lengua ...

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<strong>Fontanarrosa</strong>, <strong>Roberto</strong> <strong>–</strong> <strong>El</strong> <strong>mundo</strong> <strong>ha</strong> <strong>vivido</strong> <strong>equivocado</strong> y otros cuentos—Aléjeme ese micrófono.—¿Por qué?—Porque cuando veo un micrófono me dan ganas de cantar —su cara es unamáscara de aflicción—. ¡Y no me acuerdo la letra! Yo soy cantor ¿sabe? Una vez mellamaron para...—Sabemos que es cantor. ¿Qué sabe usted de Bruno Gentile?Ochoa gira y contempla el paso incesante de las aguas. Entrecierra los ojos yrecuerda:—Yo fui el primero que supe de la presencia de Bruno Gentile en esta isla. Estabapescando en el C<strong>ha</strong>rigué y saqué un armado c<strong>ha</strong>ncho de este porte —grafica con susmanos un tamaño desmesurado—. Eso no es nada raro en mí, que tengo una relaciónespecial con los armados c<strong>ha</strong>ncho. Lo raro es que el pescado estaba pintado. Pintado conpintura.—¿Pintado? —nos asombramos.—Pintado de todos colores. A franjas. Era hermoso. Pero no servía para comer.Recuerdo que me quedé pasmado. ¡Y mire que yo he visto pescados! Una vez saqué unabruja del agua que tenía lentes, usted no me lo va a creer. Pero nunca <strong>ha</strong>bía sacado unpescado pintado así. Y cuando entro a mirar a mi alrededor, estaba todo pintado, losárboles, las piedras, las hojas de las plantas, los animalitos pequeños. Todo. Comprendíque <strong>ha</strong>bía llegado un pintor a la isla.Se queda callado un instante. Luego se toca el pecho con sus dedos cortajeados.—Yo, el Nutria Ochoa, fui el primero que supe que un hombre de la ciudad <strong>ha</strong>bíavenido a vivir a la isla solamente para pintar.—¿Y dónde podemos encontrar a Bruno Gentile? —lo urjo, rompiendo elencantamiento en que se <strong>ha</strong>lla.—A Bruno Gentile lo pueden encontrar... —señala vagamente. Oímos ladridos,lejanos—. ¡Perros! —se inquieta Ochoa— ¡Perros de policía!—¿Cómo sabe que son de policía? —pregunta Funes.—Porque me vienen siguiendo.—¿Por qué? —le pregunto a Ochoa—. ¿Está fuera de la ley? ¿Es un cazadorfurtivo?—No —me dice, recogiendo su nutria embalsamada—. Es por lo del Casino deParaná.—¿Cómo?—Apenas vendo unas cuantas vizcac<strong>ha</strong>s me voy al casino de Paraná. Ahí <strong>ha</strong>gotrampas con las cartas. Trampas en el juego. Por eso dicen que soy trampero —los perrosse escuc<strong>ha</strong>n más cercanos—. Tengo que dejarlos...Ochoa comienza a correr <strong>ha</strong>cia la espesura. Se da vuelta, de pronto.—A su revista le convendría una nota sobre un cantor... —me grita. Funes loalcanza y le extiende algo.—Le dejo mi tarjeta —le aclara—. No perdamos el contacto. Si necesito animaralguna fiesta, lo llamo.—¿Dónde vive Bruno Gentile? —la misión periodística me enerva.—¡Vayan al quincho del sauce! —nos grita—. ¡Ahí el mozo les va a decir! Ydesaparece entre las malezas.Estamos frente al quincho. Es indudable que se trata de una parrilla. Hay variasmesitas en un patio de tierra. No vemos a nadie. Pero las ventanas y la puerta de laprecaria casa que está junto a la enramada se <strong>ha</strong>llan abiertas. Laborde pone suscámaras y filtros sobre una mesa. Nos sentamos. Algunas gallinas huyen y un perro seacerca, curioso. Funes, que viene retrasado por el cansancio, se apoya en la mesa y ésta,desnivelada, se inclina. Caen algunas cosas al suelo. <strong>El</strong> perro se come un filtro deLaborde, el amarillo. Llega un mozo con una panera. Viene apurado.—Buenos días —nos dice, cordial. Saca uno de los panes de la panera y lo coloca87

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