Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado - Lengua ...

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Fontanarrosa, Roberto El mundo ha vivido equivocado y otros cuentosCon los periodistas, el penal se reservó un derecho que fue muy discutido por laprensa: se cobraban las entrevistas. Federik, el alcaide, aducía que ese dinero estabadestinado a mejoras en los servicios para los reclusos lo que originó un motín entre losguardiacárceles. Tomaron a varios presos como rehenes y amenazaron con soltarlos siesas ganancias no iban también para la construcción de un frontón de pelota. Federiksolucionó la cosa duplicando el precio de las entrevistas lo que provocó el boicot dealgunos medios de prensa. Desde ese momento fue que Budd comenzó a ser mal visto enla prisión por los otros convictos. Me confesó que temía no llegar con vida al día de suejecución. Pero lo que ocurrió fue mucho más salvaje: una noche entraron a saco en sucelda doce reclusos y lo vejaron sin piedad alguna. Estaban en eso cuando acertó a pasarpor allí un piquete de custodia integrado por cinco guardias: los vejadores sumaron,entonces, diecisiete.Aquel suceso tornó a Budd más reservado y taciturno. Quedó con un cierto recelopor las aglomeraciones y ya no repartía globos entre sus visitantes. Sin embargo, nodisminuyeron en tiempo ni en calidad sus charlas conmigo. Yo llegaba a pasarme hastacinco horas por día en su celda grabando y tomando apuntes.Un día, vino a visitarnos Paul Newman y nos dijo que estaba encabezando junto aJane Fonda un movimiento para sacar a Budd de la cárcel. Habían reunido pruebas deque las acusaciones de asesinato que sobre él pesaban eran fraguadas y que todo no eramás que una gran farsa para tapar el oprobioso caso de la venta de cereales a la UniónSoviética. Juro que en ese momento no creí nada de lo que Paul nos dijo. Yo lo conocíabien, fui su copiloto en Saytona, y lo sé un hombre serio, pero para ese entonces habíaaprendido yo lo empecinado que es nuestro sistema judicial cuando huele la sangre deuna presa.Un abogado joven de Ohio ya había intentado apelar por Budd y terminósuicidándose de un balazo en la boca. Otros cuatro jóvenes negros que habían iniciadouna recolección de firmas protestando por la condena de Anderson terminaron en formamás atroz: bailando ritmo "salsa" en un conjunto que recorría las Antillas.Sin embargo, el milagro se produjo, un dos de octubre de 1980, le dieron lalibertad. Hace de eso, ya dos meses, y parece empeñado en recomenzar una nueva vida,rodeado de gente con ideas puras y pujantes: se ha unido a un cuerpo de jóvenesneonazis que lo han alejado totalmente del alcohol.El libro de Percy Erdmann está a punto de lanzarse al mercado norteamericano. Su autor,no obstante, no ha podido aún abandonar el presidio de Memphis ya que una intrincadaburocracia lo retiene ahí pese a los esfuerzos de sus abogados. Budd Anderson suelevisitarlo, de tanto en tanto. (N. del E.)82

<strong>Fontanarrosa</strong>, <strong>Roberto</strong> <strong>–</strong> <strong>El</strong> <strong>mundo</strong> <strong>ha</strong> <strong>vivido</strong> <strong>equivocado</strong> y otros cuentosCon los periodistas, el penal se reservó un derecho que fue muy discutido por laprensa: se cobraban las entrevistas. Federik, el alcaide, aducía que ese dinero estabadestinado a mejoras en los servicios para los reclusos lo que originó un motín entre losguardiacárceles. Tomaron a varios presos como rehenes y amenazaron con soltarlos siesas ganancias no iban también para la construcción de un frontón de pelota. Federiksolucionó la cosa duplicando el precio de las entrevistas lo que provocó el boicot dealgunos medios de prensa. Desde ese momento fue que Budd comenzó a ser mal visto enla prisión por los otros convictos. Me confesó que temía no llegar con vida al día de suejecución. Pero lo que ocurrió fue mucho más salvaje: una noche entraron a saco en sucelda doce reclusos y lo vejaron sin piedad alguna. Estaban en eso cuando acertó a pasarpor allí un piquete de custodia integrado por cinco guardias: los vejadores sumaron,entonces, diecisiete.Aquel suceso tornó a Budd más reservado y taciturno. Quedó con un cierto recelopor las aglomeraciones y ya no repartía globos entre sus visitantes. Sin embargo, nodisminuyeron en tiempo ni en calidad sus c<strong>ha</strong>rlas conmigo. Yo llegaba a pasarme <strong>ha</strong>stacinco horas por día en su celda grabando y tomando apuntes.Un día, vino a visitarnos Paul Newman y nos dijo que estaba encabezando junto aJane Fonda un movimiento para sacar a Budd de la cárcel. Habían reunido pruebas deque las acusaciones de asesinato que sobre él pesaban eran fraguadas y que todo no eramás que una gran farsa para tapar el oprobioso caso de la venta de cereales a la UniónSoviética. Juro que en ese momento no creí nada de lo que Paul nos dijo. Yo lo conocíabien, fui su copiloto en Saytona, y lo sé un hombre serio, pero para ese entonces <strong>ha</strong>bíaaprendido yo lo empecinado que es nuestro sistema judicial cuando huele la sangre deuna presa.Un abogado joven de Ohio ya <strong>ha</strong>bía intentado apelar por Budd y terminósuicidándose de un balazo en la boca. Otros cuatro jóvenes negros que <strong>ha</strong>bían iniciadouna recolección de firmas protestando por la condena de Anderson terminaron en formamás atroz: bailando ritmo "salsa" en un conjunto que recorría las Antillas.Sin embargo, el milagro se produjo, un dos de octubre de 1980, le dieron lalibertad. Hace de eso, ya dos meses, y parece empeñado en recomenzar una nueva vida,rodeado de gente con ideas puras y pujantes: se <strong>ha</strong> unido a un cuerpo de jóvenesneonazis que lo <strong>ha</strong>n alejado totalmente del alcohol.<strong>El</strong> libro de Percy Erdmann está a punto de lanzarse al mercado norteamericano. Su autor,no obstante, no <strong>ha</strong> podido aún abandonar el presidio de Memphis ya que una intrincadaburocracia lo retiene ahí pese a los esfuerzos de sus abogados. Budd Anderson suelevisitarlo, de tanto en tanto. (N. del E.)82

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