Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado - Lengua ...
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Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado y otros cuentostocarlo con un golpe de esos.Groggly lo miraba con atención, luego se rascó la cabezota, ladeando el sucio gorrode lana. Sullivan aprovechó para volver a sentarse a mi lado.—Debo tratarlo con cierto rigor —me dijo, prácticamente al oído—. Es un buenchico, pero algo duro de entendederas —comenzó a desdoblar el papel que había extraídodel bolsón—. No parece darse cuenta de la importancia de la próxima pelea. Pero asícomo lo ve, torpe, como somnoliento, cuando sube al ring se transforma, es unaverdadera fiera. Y su hook de derecha es mortífero. Pregúnteselo a Frankie "Melaza"Bellwood, si no lo cree. Le digo más, el 2 de agosto, si tiene usted dólares guardados enalgún lugar, no vacile en ponerlos todos a mano de mi pupilo. Me lo agradecerá.El énfasis y la convicción que había en la voz de aquel hombrecito enjuto hicieronque mis ojos se mantuvieran clavados en los suyos, aún después de que él hubieseterminado de hablar. Tuvo que agitar un par de veces el papel en el aire para que yocomprendiese que lo mantenía desplegado frente a mí, para que yo lo viese. Miré aquelajado rectángulo de papel, que no era otra cosa que un afiche donde se leía: "Groggly, eloso boxeador. Aguante tres rounds con él, y ganará el derecho a asistir gratis a todas suspresentaciones".Recién entonces contemplé con extrañeza a Groggly, sentado en la otra punta deltronco. No había dudas. A pesar de la confusión que pudiesen generar sus ropascivilizadas, sus inmensos zapatones gastados, su gorra de lana, o su rojo pañuelo alcuello, no podía negarse que se trataba, rotundamente, de un oso. Su cara totalmentecubierta de pelo pardo, sus redondas y desmesuradas orejas, su trompa culminada porun hocico negro y húmedo, sus manazas peludas y provistas de oscuras zarpas malcuidadas, hablaban por sí solas.—Yo lo trato con cierto rigor, es cierto —interrumpió mi observación Sullivan,confidencial— porque todo atleta necesita entrenamiento, concentración y esfuerzo, perodebo reconocer que nunca he conocido un oso como Groggly, tan inteligente, tansensitivo, tan dúctil.Yo continuaba mirando al oso, absorto.—Y le digo más —me confió Sullivan, echando el cuerpo un poco hacia atrásrebuscando en un bolsillo delantero del pantalón con sus manitas nervudas quesemejaban patas de gallina —si he metido a Groggly en esto del boxeo es porque,lamentablemente, necesitamos dinero para que prosiga sus estudios. Pero Groggly puededesempeñarse de otra cosa, le digo que es muy sensible —una colilla de cigarro algodoblada apareció en la mano derecha de Sullivan. La enderezó con cuidado. —Mi idea...—prosiguió— es que Groggly haga dos o tres peleas más, nada más, y luego, con eldinero ganado, perfeccionarlo en otras disciplinas.Se detuvo un momento buscando algún lugar cercano donde prender una cerillaque había aparecido mágicamente en su mano. Se agachó hacia atrás del tronco parafrotarla contra una piedra. Reapareció con la cerilla encendida.—Yo tampoco quiero... —me dijo— que los golpes lo atonten. Yo sé lo que tengo—.Parecía que iba a encender el pedazo de cigarro ya en su boca, pero detenía elmovimiento para hablarme, como ofuscado—. Y sé lo que es el boxeo. Es un buennegocio para hacer dinero grande en poco tiempo, pero luego, basta, a otra cosa. —Dio laimpresión de que daría lumbre a su pitillo de una vez por todas, pero volvió a la carga—:Si uno se entusiasma con las bolsas, o con el éxito, o con las dos cosas, cuando quiereacordarse se ha convertido en el manager de un idiota. De un imbécil. Y eso yo no loquiero para Groggly... —ahora sí, encendió el pitillo, sacudió en el aire la cerillafuriosamente antes de que le quemase los dedos, aspiró una bocanada como si le fueseen ello la vida, cruzó las piernas y echó el cuerpo hacia adelante cruzando los brazossobre las rodillas. Hizo un gesto con la cabeza hacia el oso.—¿Usted no sabe cómo baila? —dijo, con una sonrisa sobradora en los labios.No esperó mi respuesta. Tomó el bolso y tras buscar unos minutos allí dentro,sacó una armónica. Los ojos de Groggly, que habían seguido los movimientos de su75
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<strong>Fontanarrosa</strong>, <strong>Roberto</strong> <strong>–</strong> <strong>El</strong> <strong>mundo</strong> <strong>ha</strong> <strong>vivido</strong> <strong>equivocado</strong> y otros cuentostocarlo con un golpe de esos.Groggly lo miraba con atención, luego se rascó la cabezota, ladeando el sucio gorrode lana. Sullivan aprovechó para volver a sentarse a mi lado.—Debo tratarlo con cierto rigor —me dijo, prácticamente al oído—. Es un buenchico, pero algo duro de entendederas —comenzó a desdoblar el papel que <strong>ha</strong>bía extraídodel bolsón—. No parece darse cuenta de la importancia de la próxima pelea. Pero asícomo lo ve, torpe, como somnoliento, cuando sube al ring se transforma, es unaverdadera fiera. Y su hook de derec<strong>ha</strong> es mortífero. Pregúnteselo a Frankie "Melaza"Bellwood, si no lo cree. Le digo más, el 2 de agosto, si tiene usted dólares guardados enalgún lugar, no vacile en ponerlos todos a mano de mi pupilo. Me lo agradecerá.<strong>El</strong> énfasis y la convicción que <strong>ha</strong>bía en la voz de aquel hombrecito enjuto hicieronque mis ojos se mantuvieran clavados en los suyos, aún después de que él hubieseterminado de <strong>ha</strong>blar. Tuvo que agitar un par de veces el papel en el aire para que yocomprendiese que lo mantenía desplegado frente a mí, para que yo lo viese. Miré aquelajado rectángulo de papel, que no era otra cosa que un afiche donde se leía: "Groggly, eloso boxeador. Aguante tres rounds con él, y ganará el derecho a asistir gratis a todas suspresentaciones".Recién entonces contemplé con extrañeza a Groggly, sentado en la otra punta deltronco. No <strong>ha</strong>bía dudas. A pesar de la confusión que pudiesen generar sus ropascivilizadas, sus inmensos zapatones gastados, su gorra de lana, o su rojo pañuelo alcuello, no podía negarse que se trataba, rotundamente, de un oso. Su cara totalmentecubierta de pelo pardo, sus redondas y desmesuradas orejas, su trompa culminada porun hocico negro y húmedo, sus manazas peludas y provistas de oscuras zarpas malcuidadas, <strong>ha</strong>blaban por sí solas.—Yo lo trato con cierto rigor, es cierto —interrumpió mi observación Sullivan,confidencial— porque todo atleta necesita entrenamiento, concentración y esfuerzo, perodebo reconocer que nunca he conocido un oso como Groggly, tan inteligente, tansensitivo, tan dúctil.Yo continuaba mirando al oso, absorto.—Y le digo más —me confió Sullivan, ec<strong>ha</strong>ndo el cuerpo un poco <strong>ha</strong>cia atrásrebuscando en un bolsillo delantero del pantalón con sus manitas nervudas quesemejaban patas de gallina —si he metido a Groggly en esto del boxeo es porque,lamentablemente, necesitamos dinero para que prosiga sus estudios. Pero Groggly puededesempeñarse de otra cosa, le digo que es muy sensible —una colilla de cigarro algodoblada apareció en la mano derec<strong>ha</strong> de Sullivan. La enderezó con cuidado. —Mi idea...—prosiguió— es que Groggly <strong>ha</strong>ga dos o tres peleas más, nada más, y luego, con eldinero ganado, perfeccionarlo en otras disciplinas.Se detuvo un momento buscando algún lugar cercano donde prender una cerillaque <strong>ha</strong>bía aparecido mágicamente en su mano. Se agachó <strong>ha</strong>cia atrás del tronco parafrotarla contra una piedra. Reapareció con la cerilla encendida.—Yo tampoco quiero... —me dijo— que los golpes lo atonten. Yo sé lo que tengo—.Parecía que iba a encender el pedazo de cigarro ya en su boca, pero detenía elmovimiento para <strong>ha</strong>blarme, como ofuscado—. Y sé lo que es el boxeo. Es un buennegocio para <strong>ha</strong>cer dinero grande en poco tiempo, pero luego, basta, a otra cosa. —Dio laimpresión de que daría lumbre a su pitillo de una vez por todas, pero volvió a la carga—:Si uno se entusiasma con las bolsas, o con el éxito, o con las dos cosas, cuando quiereacordarse se <strong>ha</strong> convertido en el manager de un idiota. De un imbécil. Y eso yo no loquiero para Groggly... —ahora sí, encendió el pitillo, sacudió en el aire la cerillafuriosamente antes de que le quemase los dedos, aspiró una bocanada como si le fueseen ello la vida, cruzó las piernas y echó el cuerpo <strong>ha</strong>cia adelante cruzando los brazossobre las rodillas. Hizo un gesto con la cabeza <strong>ha</strong>cia el oso.—¿Usted no sabe cómo baila? —dijo, con una sonrisa sobradora en los labios.No esperó mi respuesta. Tomó el bolso y tras buscar unos minutos allí dentro,sacó una armónica. Los ojos de Groggly, que <strong>ha</strong>bían seguido los movimientos de su75