Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado - Lengua ...

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Fontanarrosa, Roberto El mundo ha vivido equivocado y otros cuentospersonaje... Vamos... Vamos... Están en la piecita, usted se ha sentado y le habla alseñor Pendino.En puntas de pie, Marconi se alejó de Bermúdez, hasta situarse junto a Élida ysus padres. Bermúdez, levemente dilatados los ojos, abismado, permanecía en silencio.—Me cubre con su máscara la noche —comenzó, de pronto. Su voz había tomadoun matiz ronco y profundo— de otro modo verías mis mejillas enrojecer por lo que mehas oído. Cuánto hubiera querido contenerme, cuánto me gustaría desmentirme, pero ledigo adiós al disimulo... —giró su torso quedando enfrentado con Pendino, quien, quizásalarmado, se echó levemente hacia atrás—. Dulce Romeo, si me quieres, dímelosinceramente, pero, si tú piensas que me ganaste demasiado pronto —allí se puso de pievelozmente Bermúdez, lo que comprimió aún más el clima ya denso de la escena—frunciré el ceño y te diré que no —se había apoyado en la mesa— y seré cruel para quetú me niegues —giraba por detrás de su propia silla— aunque de otra manera el mundoentero no podría obligarme a rechazarte —y se enfrentaba ahora con Pendino. Este lanzóuna mirada rápida hacia el comisario, azorado, tanteando la posibilidad de una ayuda departe de Marconi. Pero Marconi seguía extasiado los pasos de su subalterno, un puñocrispado junto a su mejilla, el otro cerrado junto a su cintura, una expresión casi degozoso dolor en el rostro.—Bello Montesco, te amo demasiado y —continuó Bermúdez, su carapeligrosamente cerca de la de Pendino— tal vez por ello me hallarás ligera, pero te darépruebas, caballero —el tono de Bermúdez había ido in crescendo, era ahora amenazantefrente al gesto espantado de Pendino— de ser más verdadera que otras muchas que porastucia se demuestran tímidas —las últimas palabras habían sido gritos en la voz deBermúdez—. Más reservada hubiera sido, es cierto, pero yo no sabía que escuchabas mipasión verdadera —se apartó de repente de Pendino—. Ahora perdóname —casi sollozó—y no atribuyas a liviano amor lo que te descubrió la oscura noche —las últimas palabrascasi no se escucharon, porque Bermúdez había caído como fulminado por un rayo yahora lloraba con desconsuelo tremendo, aferrado a una pata de la mesa, sacudido porconvulsiones, estremeciendo definitivamente a los presentes, quienes, con lágrimas enlos ojos se miraban unos a otros, se abrazaban entre sí o gesticulaban aprobatoriamente.El comisario Marconi había depositado un beso en la frente del agente Pérez y luego,secándose los ojos con el dorso de la mano se acercó a reconfortar a los demás. InclusoPérez, hombre por lo general austero en la administración de sus emociones, procurabadisimular sus lágrimas enjugándolas con un pedazo de franela destinado habitualmentea la limpieza del arma de la repartición.—Bravo. Bravo Bermúdez. Bravo —se acercó Marconi hasta su subalterno, quepermanecía aún prendido a la pata de la mesa, contraído, llorando presa de unacrispación manifiesta.—Relaje, Bermúdez, relaje —sugirió Marconi, en tanto procuraba levantarlo.Pero Bermúdez se revolvía ante el contacto de las manos del comisario, como unniño encaprichado por algo. Finalmente el sumariante se fue calmando, se aflojaron susmúsculos y pudo así Marconi ayudarlo a ponerse de pie, levantarlo sostenido por lasaxilas y depositarlo sobre la silla, donde procedió a acomodarle la corbata, alisarle elcabello y reconfortarlo con leves palmaditas en las mejillas en tanto Bermúdezcontinuaba hipando, sofocando cortos y nuevos accesos de llanto, aspirandoprofundamente para recomponer su respiración.Cuando la tensión del momento hubo pasado, Marconi se dirigió a Pendino.—¿Qué hace usted, entonces? —preguntó—. ¿Cómo sigue el sueño?—Bueno... —recuerdo que la señorita— Pendino hizo un gesto tímido señalando aBermúdez— por ahí, se levantaba y se apoyaba en la mesa. Y me miraba... digamos...—A ver, Bermúdez —pidió el comisario—. Acérquese a la mesa.Bermúdez miró a Marconi con ojos mansos. Se recompuso luego, y, dócil, se pusode pie para apoyarse en la mesa. La orden de Marconi, por otra parte, había sidocuidadosa, casi afable.66

<strong>Fontanarrosa</strong>, <strong>Roberto</strong> <strong>–</strong> <strong>El</strong> <strong>mundo</strong> <strong>ha</strong> <strong>vivido</strong> <strong>equivocado</strong> y otros cuentospersonaje... Vamos... Vamos... Están en la piecita, usted se <strong>ha</strong> sentado y le <strong>ha</strong>bla alseñor Pendino.En puntas de pie, Marconi se alejó de Bermúdez, <strong>ha</strong>sta situarse junto a Élida ysus padres. Bermúdez, levemente dilatados los ojos, abismado, permanecía en silencio.—Me cubre con su máscara la noche —comenzó, de pronto. Su voz <strong>ha</strong>bía tomadoun matiz ronco y profundo— de otro modo verías mis mejillas enrojecer por lo que me<strong>ha</strong>s oído. Cuánto hubiera querido contenerme, cuánto me gustaría desmentirme, pero ledigo adiós al disimulo... —giró su torso quedando enfrentado con Pendino, quien, quizásalarmado, se echó levemente <strong>ha</strong>cia atrás—. Dulce Romeo, si me quieres, dímelosinceramente, pero, si tú piensas que me ganaste demasiado pronto —allí se puso de pievelozmente Bermúdez, lo que comprimió aún más el clima ya denso de la escena—frunciré el ceño y te diré que no —se <strong>ha</strong>bía apoyado en la mesa— y seré cruel para quetú me niegues —giraba por detrás de su propia silla— aunque de otra manera el <strong>mundo</strong>entero no podría obligarme a rec<strong>ha</strong>zarte —y se enfrentaba ahora con Pendino. Este lanzóuna mirada rápida <strong>ha</strong>cia el comisario, azorado, tanteando la posibilidad de una ayuda departe de Marconi. Pero Marconi seguía extasiado los pasos de su subalterno, un puñocrispado junto a su mejilla, el otro cerrado junto a su cintura, una expresión casi degozoso dolor en el rostro.—Bello Montesco, te amo demasiado y —continuó Bermúdez, su carapeligrosamente cerca de la de Pendino— tal vez por ello me <strong>ha</strong>llarás ligera, pero te darépruebas, caballero —el tono de Bermúdez <strong>ha</strong>bía ido in crescendo, era ahora amenazantefrente al gesto espantado de Pendino— de ser más verdadera que otras muc<strong>ha</strong>s que porastucia se demuestran tímidas —las últimas palabras <strong>ha</strong>bían sido gritos en la voz deBermúdez—. Más reservada hubiera sido, es cierto, pero yo no sabía que escuc<strong>ha</strong>bas mipasión verdadera —se apartó de repente de Pendino—. Ahora perdóname —casi sollozó—y no atribuyas a liviano amor lo que te descubrió la oscura noche —las últimas palabrascasi no se escuc<strong>ha</strong>ron, porque Bermúdez <strong>ha</strong>bía caído como fulminado por un rayo yahora lloraba con desconsuelo tremendo, aferrado a una pata de la mesa, sacudido porconvulsiones, estremeciendo definitivamente a los presentes, quienes, con lágrimas enlos ojos se miraban unos a otros, se abrazaban entre sí o gesticulaban aprobatoriamente.<strong>El</strong> comisario Marconi <strong>ha</strong>bía depositado un beso en la frente del agente Pérez y luego,secándose los ojos con el dorso de la mano se acercó a reconfortar a los demás. InclusoPérez, hombre por lo general austero en la administración de sus emociones, procurabadisimular sus lágrimas enjugándolas con un pedazo de franela destinado <strong>ha</strong>bitualmentea la limpieza del arma de la repartición.—Bravo. Bravo Bermúdez. Bravo —se acercó Marconi <strong>ha</strong>sta su subalterno, quepermanecía aún prendido a la pata de la mesa, contraído, llorando presa de unacrispación manifiesta.—Relaje, Bermúdez, relaje —sugirió Marconi, en tanto procuraba levantarlo.Pero Bermúdez se revolvía ante el contacto de las manos del comisario, como unniño encapric<strong>ha</strong>do por algo. Finalmente el sumariante se fue calmando, se aflojaron susmúsculos y pudo así Marconi ayudarlo a ponerse de pie, levantarlo sostenido por lasaxilas y depositarlo sobre la silla, donde procedió a acomodarle la corbata, alisarle elcabello y reconfortarlo con leves palmaditas en las mejillas en tanto Bermúdezcontinuaba hipando, sofocando cortos y nuevos accesos de llanto, aspirandoprofundamente para recomponer su respiración.Cuando la tensión del momento hubo pasado, Marconi se dirigió a Pendino.—¿Qué <strong>ha</strong>ce usted, entonces? —preguntó—. ¿Cómo sigue el sueño?—Bueno... —recuerdo que la señorita— Pendino hizo un gesto tímido señalando aBermúdez— por ahí, se levantaba y se apoyaba en la mesa. Y me miraba... digamos...—A ver, Bermúdez —pidió el comisario—. Acérquese a la mesa.Bermúdez miró a Marconi con ojos mansos. Se recompuso luego, y, dócil, se pusode pie para apoyarse en la mesa. La orden de Marconi, por otra parte, <strong>ha</strong>bía sidocuidadosa, casi afable.66

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