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Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado - Lengua ...

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<strong>Fontanarrosa</strong>, <strong>Roberto</strong> <strong>–</strong> <strong>El</strong> <strong>mundo</strong> <strong>ha</strong> <strong>vivido</strong> <strong>equivocado</strong> y otros cuentos—¡Sí! ¡Ya vemos las cosas que <strong>ha</strong>ce! —brincó el señor Bustamante— ¡Ya vemos!Con un gesto perentorio, el comisario indicó a Bustamante su asiento. Luegovolvió a ocuparse de Pendino.—Déjelo ahí —repitió— Déjelo ahí.Por un minuto sólo se escuchó el desparejo golpeteo de la máquina de escribir enprecario equilibrio sobre las rodillas del sumariante. Marconi caminó <strong>ha</strong>sta un ángulo deldespacho.—Bueno —dijo, poniéndose de frente a la pared— <strong>ha</strong>gamos de cuenta que acá,está la heladera— se mantuvo un momento con los brazos bien abiertos, también laspiernas, en un patético intento por estructurar frente a la imaginación de los presentes lasólida mole del artefacto— Acá. No nos vamos a detener por eso. Siga Pendino. Acá estála heladera.—¿Dónde las pongo? —la voz del agente Pérez, apareciendo con una media docenade botellas vacías, interrumpió la explicación de Marconi. <strong>El</strong> comisario miró a Pendino.—¿Dónde estaban? —le dijo— Trate de recordar.—Al lado de la heladera.—Déjelas al lado de la heladera —ordenó Marconi a Pérez, desentendiéndose deinmediato del asunto para volver al acusado— Muy bien. ¿Qué pasa, entonces?Pendino se oprimió las fosas nasales, como abortando un estornudo, sin prestaratención a Pérez, quien, con ojos de alarma, seguía las indicaciones que, con gestos omiradas, le brindaban los demás.Cuando Pérez depositó las botellas vacías en el piso, casi en el rincón, Pendinocontinuó el relato.—Me acuerdo que la señorita —dijo— se sentaba en una silla...—Una silla —reflexionó el comisario, paseando su vista por el salón <strong>ha</strong>stadetenerla sobre el sumariante. Este apresuró la redacción del informe, procurandoignorar la mirada de su superior.—Sumariante —reclamó Marconi—. Dele la silla al acusado. —<strong>El</strong> sumariante lomiró con expresión de ruego—. La silla, Bermúdez, sí. Su silla —ratificó Marconi—.Désela.<strong>El</strong> agente Pérez ayudó al sumariante, preocupado éste en sostener la máquina deescribir, como a un niño, entre los brazos. La silla quedó ubicada junto a Pendino.—Muy bien —aprobó Marconi—. La señorita se sentaba en la silla.—Sí —dijo Pendino.—Señorita Bustamante —llamó el comisario mirando a <strong>El</strong>ida—. ¿Usted no... —elgesto de la mano la invitaba a ocupar la silla. Pero los padres de la muc<strong>ha</strong>c<strong>ha</strong> fueron unsolo grito.—¡No! —la madre cubrió a Élida con su cuerpo—. ¡Ni loca voy a permitir que mihija vuelva a caer en...—¡No le va a tocar un pelo a la nena! —se impuso la voz del señor Bustamante.Marconi pidió calma con ambas manos. Reconocía su error de apreciación.—De acuerdo —aceptó— de acuerdo. Es razonable... es razonable... Este...Observó con detención al sumariante. Parecía que estaba pensando. Pero enrealidad estaba eligiendo—. Bermúdez, deje la máquina. Haga la parte de la señorita.Un fugaz hálito de espanto atravesó los ojos del sumariante.—¿Yo, comisario? —balbuceó.—Sí. Rápido. Siéntese en la silla. Vamos. Es una formalidad, Bustamante. Nointerfiera la investigación.<strong>El</strong> sumariante abandonó la máquina de escribir en el suelo y tomó asiento.—Muy bien, Pendino —prosiguió Marconi—. ¿Qué pasa después?—Bueno... ehhh... —rememoró Pendino—. Yo me acuerdo que la señorita me<strong>ha</strong>blaba. Me <strong>ha</strong>blaba, me conversaba...—Pero... ¿Qué le decía?—No recuerdo —frunció la cara Pendino—. De eso no me acuerdo. Pero era una64

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