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Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado - Lengua ...

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<strong>Fontanarrosa</strong>, <strong>Roberto</strong> <strong>–</strong> <strong>El</strong> <strong>mundo</strong> <strong>ha</strong> <strong>vivido</strong> <strong>equivocado</strong> y otros cuentosespecie de pieza más grande, con unas mesas y unos pizarrones. Pero era el club porqueafuera se veía la canc<strong>ha</strong> de básquet.—¿O sea que no <strong>ha</strong>bía nadie viéndolos, ningún testigo?—No... —pensó Pendino— No... Tenía que <strong>ha</strong>ber gente en el club, porque en elsueño era de tarde, pero en ese momento ahí en ese salón que le digo no <strong>ha</strong>bía nadie.<strong>El</strong> comisario hizo un gesto con la mano, para que siguiera.—Entonces... —continuó Pendino— ella... me decía que fuéramos <strong>ha</strong>sta la piecitadel utilero, que la acompañara... Ahí sí, salíamos al patio y <strong>ha</strong>bía gente pero no séquiénes eran. Pero eran mujeres, como si fueran de la comisión de damas. Y me acuerdoque para ir a la piecita teníamos que cruzar una especie de biblioteca, que eso es raroporque el club no tiene biblioteca pero yo después estaba pensando que debe ser porqueyo el día antes <strong>ha</strong>bía estado en lo de mi hermano, el Luis, y lo estuve ayudando aarreglar unos libros en la casa. Debe ser por eso, porque el club no tiene biblioteca, tieneun saloncito que al principio <strong>ha</strong>bían dicho que sería como un salón de lectura pero quedespués ya lo usaban para cualquier cosa y ahora se usa más que nada para jugar a lascartas... ¿vio?... No por dinero. Por pasar el rato.—Siga, siga —urgió el comisario. Pendino frunció el ceño, pensando.—Pasábamos por esa especie de biblioteca y ella... la señorita Celina me acuerdoque por ahí se daba vuelta y me decía "¿Qué <strong>ha</strong>ces?, apurate". Me decía "apurate". Y ellacaminaba adelante mío... tenía una pollera ajustada...Los sollozos hipantes de Celina volvieron a escuc<strong>ha</strong>rse. La madre apretó aun másel abrazo. <strong>El</strong> comisario Marconi autorizó a seguir a Pendino.—Después, después... entrábamos a ese lugar, a la piecita del utilero... y...bueno... ahí... bueno, lo que más o menos le conté.—Explíqueme Pendino —reclamó el comisario.— Cuéntelo de nuevo. Su situaciónes muy delicada, Pendino.—Bueno, ahí, en la piecita... —bajó un tono la voz—... tuvimos el... contactocarnal.<strong>El</strong> sollozo de Celina se hizo llanto desgarrado.—¡Miente, miente desgraciado, degenerado! —lo tuvieron que contener al señorBustamante. —¡Que cuente de verdad cómo fue!—Señor Pendino, señor Pendino... —procuró retomar el relato el comisario— Por loque usted cuenta, debemos deducir que no hubo resistencia de la señorita, que no huboviolencia, que...— Pendino meneaba lenta pero firmemente la cabeza curvando lascomisuras de sus labios <strong>ha</strong>cia abajo.—Ninguna, señor comisario, ninguna. Al contrario, le diría...—¡Hijo de puta! —dos agentes tuvieron que contener ahora a Bustamante.— ¡Hijode puta! ¡Decir eso de mi hija, de mi hija! ¡Él la forzó a ir a la piecita del utilero y allí lavioló como vaya a saber a cuántas otras! ¡Degenerado! ¡Sátiro!<strong>El</strong> comisario pareció no <strong>ha</strong>cer caso de la efervescencia de Bustamante, quien,contenido ahora por dos agentes, era obligado a sentarse.—Entonces... —pareció querer resumir el comisario Marconi— según usted nohubo violencia. Al contrario, hubo cierta provocación de parte de la señorita... —señalócon la palma de su mano derec<strong>ha</strong> <strong>ha</strong>cia arriba a Celina, la cabeza de ésta casi totalmenteoculta en el regazo de su madre, se apreciaba el sacudirse de los hombros.—¡Usted no puede decir eso, comisario! —tronó Bustamante. Ahora la palma de lamano derec<strong>ha</strong> sonó como un disparo al dar contra el escritorio.—¡Yo no lo digo, señor Bustamante! ¡Yo no lo digo! ¡Estoy tratando de dejar... —fue reduciendo el nivel de su voz, consciente de <strong>ha</strong>berse, quizás, excedido— ...en clarolas opiniones de ambas partes, eso es lo que estoy tratando. Y ésta es la opinión delacusado. No la mía. Es la opinión del acusado. Nada más.—¡Es que no <strong>ha</strong>bría ni siquiera que oírlo —terció, inopinadamente dura, la madrede Celina.— ¡Es un asco... yo no sé si no tienen madre o no sé qué!—Perdón, comisario —la voz medida pero clara del sumariante reclamó la atención61

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