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Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado - Lengua ...

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<strong>Fontanarrosa</strong>, <strong>Roberto</strong> <strong>–</strong> <strong>El</strong> <strong>mundo</strong> <strong>ha</strong> <strong>vivido</strong> <strong>equivocado</strong> y otros cuentosSobre el final de los tres minutos, en la más pura escuela de Nicolino Locche, Gómezadelantó su mentón desnudo <strong>ha</strong>cia Almada. <strong>El</strong> hook fulmíneo de éste le hizo volar elprotector bucal y el gong salvó al sanjuanino del fuera de combate. De nuevo bajó de surincón y, zigzagueando, llegó <strong>ha</strong>sta mi butaca.—Bajamos en Paseo Colón y Alem —me dijo algo balbuceante— Paseo Colón yAlem. En el próximo round, quizás una buena trompada en la sien me <strong>ha</strong>ga acordar de ladirección exacta.Quise recomendarle que se cuidase pero ya volvía <strong>ha</strong>cia el ring.Recogió unas monedas, que le tiraba el público, para darle al acomodador que<strong>ha</strong>bía vuelto a acompañarlo y se lanzó a la hecatombe del cuarto asalto.Juro que nunca vi algo similar. Varias veces ambos púgiles resbalaron en lasangre que bañaba la lona y los puñetazos restallaban sobrecogiendo al público que nocesaba de alentarlos. Casi sobre el final, Gómez bajó su puño derecho y por allí entró undirecto potentísimo que le hizo crujir la mandíbula. Lo vi sonreír. Muchos pensaron queera una reacción refleja subestimando un impacto que le <strong>ha</strong>bía dolido. Yo sabía que eraporque <strong>ha</strong>bía recordado algo nuevo.Llegó al rincón gateando y bajó del ring. Los aplausos caían como catarata de loscuatro costados del estadio y ya Gómez con su guapeza suicida, <strong>ha</strong>bía recuperado elrespeto y la admiración del público. Pero cuando se acercó a mí, me espanté ante lavisión de su cara maltrec<strong>ha</strong>. Casi no tenía nariz y respiraba por el orificio que el tabiquenasal <strong>ha</strong>bía perforado en la carne. —¡<strong>El</strong>la vive en calle Venezuela! —me dijo gozoso,tocando mi pecho con la punta del guante y rociándome con sangre. Volvió <strong>ha</strong>cia laluc<strong>ha</strong>, pidiendo permiso a los pacientes espectadores que se <strong>ha</strong>llaban sentados a mi ladoy que debían encogerse en sus asientos cada vez que Gómez venía.Por poco también tuvo que pelearse el sanjuanino con el acomodador que lereclamaba monedas que Gómez ya no tenía.Yo sabía que aquél sería el último round. "<strong>El</strong> Terremoto de Caucete" salió <strong>ha</strong>ciaadelante como una tromba y se trenzó con Almada en un intercambio de golpesfragoroso, perverso y espectacular. De repente Gómez se detuvo en el medio delcuadrilátero y abrió ambos brazos, ofertando la mandíbula a su rival. Parecía un torero,de rodillas sobre la arena, poniendo el pecho ante la ciega furia del estadio. Se hizo uninstante de silencio aterrador roto luego por el estampido del puño izquierdo de Almadareventando contra el ojo derecho de Gómez. Cayó como si le hubiesen pegado un tiro enla cabeza.Media hora después pude llegar <strong>ha</strong>sta su camarín. Gómez recién reaccionaba y suvista estaba recuperando firmeza. Apenas me vio llegar vino <strong>ha</strong>cia mí. Me tomó delhombro y acercó esa máscara de horror que era su cara a mi rostro.—Venezuela 1430 —me dijo—. Segundo piso, departamento 8.Yo esbocé una sonrisa, sin saber qué decir.—Vamos —me dijo. Se puso unos pantalones largos sobre los de combate y mearrastró a la calle. No sé cómo podía, tras esa orgía de sangre, trotar como lo hizo.Llegamos a la dirección buscada y Gómez me pidió que yo llamase el portero eléctrico. Élestaba muy nervioso y además los guantes le impedían manipular con comodidad.Alguien nos abrió la puerta de abajo y subimos por el ascensor. Gómez seempeñaba en alisarse la bata y acomodarse el pelo. Nos abrió una mujer joven y bastanteatractiva que, por el brillo en los ojos de Gómez, supe que era María. Miró a Gómez conextrañeza.—Soy Héctor Casiano —dijo éste, turbado.—Perdone —contestó la mujer, molesta—. Pero no lo conozco.—Nos conocimos en el ómnibus —explicó el sanjuanino—. Hace un tiempo. ¿Nome recuerda?La mujer miró el rostro de Gómez con detención. Recorrió la geografía modificadaen busca de unos rasgos que ya no eran los mismos. Había que admitir que la atracciónvaronil de aquella nariz fina y la armoniosa curva de las orejas ya no existían.58

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