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Fontanarrosa, Roberto – El mundo ha vivido equivocado - Lengua ...

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<strong>Fontanarrosa</strong>, <strong>Roberto</strong> <strong>–</strong> <strong>El</strong> <strong>mundo</strong> <strong>ha</strong> <strong>vivido</strong> <strong>equivocado</strong> y otros cuentoscomunicación con Petrogrado, adelante don Urbano Javier Ochoa, desde Petrogrado,adelante don Urbano Javier Ochoa!—¿Qué pasa?... Algo pasa... No se oye... ¿Se cortó?—¿Ortiz Acosta?... Sí... ¿Ortiz Acosta?—¡Don Urbano Javier Ochoa, Ortiz Acosta le <strong>ha</strong>bla desde el estadio de River, estánjugando River y San Lorenzo, 15 minutos del segundo período y empatan sin goles, señorOchoa!—Muy bien... yo estoy muy bien, pero...—<strong>El</strong> pueblo argentino quiere saber, señor Ochoa, quiere que nos cuente, cómo <strong>ha</strong>sido <strong>ha</strong>sta el momento ese raid que usted está llevando a cabo a lomo de dos caballosargentinos, dos caballitos argentinos como fueran ya <strong>ha</strong>ce muchos años Gato y Manc<strong>ha</strong>,frescos aún en la memoria y el orgullo de todos nosotros. Y que nos cuente además,señor Ochoa, cómo <strong>ha</strong> sido ese viaje que tras cruzar el Estrecho de Bering lo <strong>ha</strong> llevado ala tundra soviética, señor Ochoa...—Bueno, Ortiz Acosta, yo estoy...—Los argentinos, quiero adelantarle, señor Ochoa, y perdone que lo interrumpa,estamos muy pero muy orgullosos y asombrados de que en esta época de los vuelosinterespaciales y las comunicaciones maravillosas que nos unen con todos los confinesmás remotos del planeta, un hombre, un gaucho nuestro, se lance a la aventura de unirSan Antonio de Areco con Stalingrado...—Bueno, señor Ortiz Acosta, yo...—Un momento, amigo Ochoa, un momento, acá lo dejo con Peñalba, recio peroleal cuevero de San Lorenzo de Almagro, quien en estos momentos se encuentralesionado al costado del campo de juego y a quien ya, ya, nuestro colaborador, MiguelHoracio Cabrini, le coloca los auriculares y lo deja conversando con usted. Explíquele aél las características de esos dos maravillosos caballos argentinos que lo están llevando austed por todos los rincones del <strong>mundo</strong> proclamando a los hombres de buena voluntadel firme e indoblegable temple de los jinetes de nuestra tierra.—Cómo no, señor Ortiz Acosta, pero yo...—¿Cómo le va, señor Ochoa?—Bien, bien, yo querría...—Bueno, acá el partido se <strong>ha</strong> puesto un poco duro, yo recibí un golpe en lacanilla, creo que fue al trabar con el ocho de ellos, no hubo mala intención, son cosasque suceden en el ardor del juego...—Sí, por supuesto, amigo... ehh...—Peñalba, Eber Virgilio Peñalba.—Sí, amigo Peñalba, yo no tengo el gusto de <strong>ha</strong>berlo visto jugar a usted porquecuando yo salí de San Antonio de Areco, <strong>ha</strong>ce ya de esto unos...—¡Ochoa! ¡Don Urbano! Ortiz Acosta le <strong>ha</strong>bla... ¿Está muy frío allá?—¿Acá? Bueno, señor Ortiz Acosta, el problema en estos momentos no es tanto elfrío, usted sabe que...—Porque yo recuerdo que cuando fuimos con la selección argentina, <strong>ha</strong>ce unosaños, <strong>ha</strong>cía realmente mucho pero mucho frío...—Bueno, sí, es cierto, señor Ortiz Acosta, pero...—Lo dejo de nuevo con Peñalba, señor Ochoa, explíquele a él, por favor, el efectoque <strong>ha</strong> causado ese clima tan duro, tan difícil de sobrellevar, en los dos caballitosargentinos que le están posibilitando a usted ingresar por la puerta grande de la historiade la hípica nacional.—¿Cómo le va, señor Ochoa?—Bien, amigo Peñalba, como le decía al amigo...—No. No <strong>ha</strong>bla Peñalba, yo soy Escudero, el masajista de San Lorenzo. Peñalba <strong>ha</strong>vuelto a jugar y me pasó los auriculares...—Mucho gusto, señor Escudero, yo...—¡Don Urbano, don Urbano! Ortiz Acosta lo interrumpe, dígame, usted con esa52

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