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858 ESPAÑA EN PARÍSverdaderamente miserables‖; además al comparar la secciñn espaðola con las de otrospaíses ésta no parece mala sino ―deplorable, puesto que Portugal ―me parece que yacon Portugal podremos compararnos― tuvo doce medallas de oro y nosotros cuatro‖ 832 .Por tanto, la mala imagen en esta parte no sólo es debida a la escasa implicaciónque muestran los expositores españoles, sino que también es cuestión de laorganización, que parece incapaz de crear una exhibición bien articulada, con unsistema de presentación adecuado, con cierto aparato, según suele hacerse en estoseventos. Ambos aspectos, la instalación y la colección ejercen un papel ineludiblementecentral para el éxito de la participación española en París, cuyo objetivo principal espublicitar una imagen positiva del país. Ambos aspectos resultan deficitarios desde elpunto de vista de no pocos cronistas.Otro de los desencantados es César Silió. Entra en esta sección del certamen de1900 convencido de que allí iba a encontrar ―grandes satisfacciones‖, puesto que ningúnpaís europeo podía superar a España por la riqueza y variedad de su subsuelo. Ademásde esta afirmación, conocida desde siempre y repetida hasta el hastío en lasexposiciones universales, Silió reconoce que en España ―hay regiones enteras―Asturias y Vizcaya― en que la industria metalúrgica es ya algo más que unfelicísimo ensayo‖. Por ello espera encontrar en París las huellas de estos dos pies parala marcha del progreso nacional en este ámbito: minerales y metales. Sin embargo, esailusión previa a la visita quedó truncada, se desvaneciñ como el humo ―indica―, a lospocos instantes de entrar en el espacio español. La exhibición que allí encuentra másque insuficiente, le parece grotesca. Apenas localiza unas trazas de la pregonada riquezamineral española:―Unas estanterías cuya pobreza, no ya en la Exposiciñn, en el gabinete de HistoriaNatural de un Instituto sorprendería al visitante, y unos cuantos pedruscos con unletrero, forman nuestra secciñn‖ 833 .Considera aquello una caricatura de la fama minera de España, sobre todo enrelación a las instalaciones de otras naciones, supuestamente dotadas de unos recursosmás modestos. Toda esa riqueza que guardan las entrañas españolas ha quedado,precisamente, escondida en las profundidades de la tierra porque en París apenas sidespunta. Opina que ―en este grupo pudimos haber sido de los primeros, y con832 VALERO DE TORNOS, 1900, p. 65.833 SILIÓ CORTÉS, 1900, p. 59.

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