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4. LA PARTICIPACIÓN ESPAÑOLA 3551851 las colecciones de las colonias inglesas ya son orquestadas con gran atención,singularmente la exhibición de India 381 .De nuevo en 1855, mientras Francia levanta un Pabellón Imperial ―dondeincluye la mayor parte de la producción de sus colonias―, Inglaterra reserva una zonaprivilegiada del espacio que obtiene en el Palacio de la Industria a la colección de laIndia, donde brinda una reconstrucción en la que sólo faltaban los figurantes ―entoncesse utilizaron maniquíes― para contemplar escenas ―cotidianas‖ de la vida hindú, comola caza del elefante. Completaba esta muestra una variada colección de objetosartesanales en maderas y materiales exóticos.Acontece de alguna manera en el parque de la Exposición Universal de 1867,donde cohabitan arquitecturas occidentales-racionales y construcciones orientalesexóticas,como el Okel o el Palacio del Bardo, en el que se podía observar el hacer delos joyeros del Cairo, visitar una mezquita o entrar a un café… Pero el despegue de lasáreas dedicadas a la exhibición colonial sucede en las últimas exposiciones universalesdecimonónicas, al hilo del incremento de los valores imperialistas y mercantilistas enlas élites de poder.En 1889 Francia plantea una gran exposición colonial que toma la mayor partede la Explanada de los Inválidos, donde erige el gran palacio central de las colonias―en torno a dos mil metros cuadrados― para olvidar las pérdidas territoriales europeas―Alsacia y Lorena―. Esta parte ocupa un espacio central en el recinto expositivo; enella, Túnez y Argelia construyen pabellones independientes con estilos arquitectónicosvernáculos, pudiéndose visitar la reconstrucción de poblados habitados por quinientosnativos traídos desde África, Asia y América. Estas instalaciones coinciden con otroseventos vinculados a la propaganda imperialista, como el Congreso Colonial, la Rue duCaire o la Histoire de l’Habitation Humaine de Garnier 382 .381 GREENHALGH, 1988, pp. 52-81.382 Una descripción reveladora sobre las instalaciones: ―De la calle del Cairo recuerdo la estrechez delpasaje, las típicas casas con sus miradores cubiertos por espesas celosías, el estrépito de cien obrerostrabajando en míseros tenduchos, los afeitados armenios tentando al transeúnte con sus mercancías debrillantes colores, el estridente ruido de los instrumentos músicos que animan los cafés, los monótonosestribillos de los infelices fellahs encargados de los burros y sobre todo estos inteligentes animales que sise dejan conducir dócilmente por sus guías apean por las orejas á más de un valentón que quiso prescindirde los servicios del borriquero. / Del café turco no se me ha olvidado la pareja de almeas ni losextravagantes movimientos que ejecutan y que los orientales tienen á bien llamar danza; del campamentoárabe que ha quedado fijo en mi memoria más que las inmensas tiendas y los pintorescos adornos delmisterioso harem cerrado herméticamente para los varones infelices y que mi imaginación se presentólleno de hermosas huríes cuando es muy probable que sólo contuviera moras adocenadas; de la aldeajavanesa veo aún entre sombras el teatro y el color de azafrán que se dan en la cara y en el cuello lasbailarinas; recuerdo también que me sorprendieron los annamitas con sus pintorescos trajes, que admiré

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