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2. PARÍS Y LAS EXPOSICIONES UNIVERSALES 3permanentes, depositan sedimentos imborrables en la cultura de la época ―y aún en laactual― lo que las relaciona con esa otra faceta de la modernidad a la que se referíanBaudelaire y Benjamin: lo eterno, monótono e igual. Rafael Puig y Valls, comisarioespañol de la Exposición Universal de Chicago, comenta en la memoria que redactasobre dicho evento que estas manifestaciones “serían flor de un día” si la humanidad nofijara sus enseñanzas a través de la fotografía o la imprenta 8 . La amplitud y versatilidadde su legado, distribuido en imágenes (grabados, postales, fotografías) y en textos(catálogos, reseñas de prensa, memorias de viaje, informes de comisionados),conforman un catálogo muy completo de esta época. Contribuyen a mostrar lasposibilidades ilimitadas del progreso asentado en la civilización occidental cuyasbondades, para la humanidad toda, se demuestran una y otra vez, en cada edición, condiferentes formas pero con iguales principios.De otra parte, según el filósofo alemán Georg Simmel la experiencia de lamodernidad radica en el presente inmediato, en la inmediatez, donde resplandece latecnología, la ciencia y transita la mercancía. Encuentra el paradigma de la modernidaden una “desazón secreta”, en un deseo apresurado de buscar la satisfacción momentáneaen actividades novedosas. Las personas de los tiempos modernos están sujetas al dramade la insatisfacción ineluctable, porque un deseo es sustituido por la exigencia de otronuevo. Están aquejadas de tensión nerviosa o neurastenia y de una sensibilidad excesivao hiperestesia, en expresión de Ramón Gómez de la Serna 9 . Son tiempos de velocidadque provocan, de otra parte, la necesidad de un distanciamiento entre el individuo y suentorno; lo que Simmel denomina “distancia psicológica”, una barrera protectora que sepresenta en las personas en forma de indiferencia o de hastío 10 .Podría decirse, sin lugar a dudas, que la modernidad habita en las galerías de lasexposiciones universales, donde se aprenden los descubrimientos científicos y brillansus aplicaciones técnicas, donde relucen las mercancías y se aprecia la rapidez de loscambios, mientras las máquinas aceleran su ritmo y los espectadores en masa pasan yvagan por las galerías, observando atónitos el espectáculo. Aquí, como en el bazar quedescribe Benjamin, las mercancías adquieren un aura mágica y sagrada ―aquella quepierden las obras de arte―, que las transforma en fetiches, en objetos de deseo, en tantopresentadas como “mercancías-en-exhibición”. Son alegorías del consumo capitalista y8 PUIG Y VALLS, 1896, p. 107. Rafael Puig y Valls figura también en las exposiciones de París de 1889como jurado y como representante de la producción industrial en 1900.9 MARINAS, 2001, pp. 233-264.10 FRISBY, 1992, p. 138.

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