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2 ESPAÑA EN PARÍStrapería y los colgantes, a los industriales con el cebo de la novedad y a todo el mundocon la voz de lo que más puede engolosinarle, atraerle y seducirle!” 3Igual pensaba su íntima amiga Emilia Pardo Bazán, escritora y cronista de lasexposiciones parisinas de 1889 y 1900, que se refiere a la capital gala como:“la ciudad madre, como una estrella o araña que supo tejer la inmensa tela en la que lasnaciones vienen á enredarse; fuente de continuo atestada de urnas que esperan aguavivificadora donde las generaciones acuden á apagar su sed de Idea” 4 .Según doña Emilia, París era el “cerebro del mundo”, donde acontecía unencuentro ineludible para los europeos por su capacidad de satisfacer la curiosidad deun amplio espectro de visitantes. París encarnaba, entonces, los valores de la culturaoccidental, del cosmopolitismo… y tanto más que la ciudad misma, esta atracción eraejercida desde los recintos de las exposiciones universales porque, como expresaba uncronista, en tiempos de exposición: “París no está en París sino en la Exposición; laciudad aparece como un suburbio de ésta” 5 . Esta capitalidad se vinculó al términomodernité concebido por Baudelaire en El pintor de la vida moderna: “Por modernidadentiendo lo efímero, lo contingente, la mitad del arte cuya otra mitad es eterna einmutable” 6 . Este pintor de la modernidad apresa el momento que pasa peroenfocándose en la novedad del presente, gran parte de las veces, una novedadrecurrente, ya conocida, aunque vestida con nuevos hábitos. En sus pasajes, WalterBenjamin desarrolla, también, la idea del eterno retorno ―tomada de Nietzsche―. Eneste espacio se inicia la cultura del consumo y con ella, las nuevas formas depresentación de las mercancías. Es el escenario de la modernidad, que se caracteriza poruna dinámica de continua renovación, de eterna aparición, pero también de ocaso ymuerte del deseo pasado. Como consecuencia de este apego a lo nuevo, surge una nuevatemporalidad en la que se valora intensamente el presente, tiempo en el que se condensala regeneración de lo moderno y, también, su consumo. Esta dimensión temporalacentúa su ritmo a medida que el sistema capitalista evoluciona, acortándose tanto elritmo que el tiempo de la novedad pasa a ser un instante 7 .Por tanto, lo moderno es fugaz y transitorio como efímeras y pasajeras resultanlas exposiciones universales celebradas en este París decimonónico. Sin embargo, juntoa estas formas cambiantes, las exposiciones universales desarrollan notables contenidos3 SHOEMAKER, 1973, p. 359. Este artículo es publicado el 30 de septiembre de 1889.4 PARDO BAZÁN, 1889, p. 2.5 Z., “La Exposición Universal de París. Impresiones”, La Ilustración Artística, 15-VI-1889, pp. 238-239.6 Cit. en BERMAN, 1991, p. 131.7 MARINAS, 2001, p. 52.

2. PARÍS Y LAS EXPOSICIONES UNIVERSALES 3permanentes, depositan sedimentos imborrables en la cultura de la época ―y aún en laactual― lo que las relaciona con esa otra faceta de la modernidad a la que se referíanBaudelaire y Benjamin: lo eterno, monótono e igual. Rafael Puig y Valls, comisarioespañol de la Exposición Universal de Chicago, comenta en la memoria que redactasobre dicho evento que estas manifestaciones “serían flor de un día” si la humanidad nofijara sus enseñanzas a través de la fotografía o la imprenta 8 . La amplitud y versatilidadde su legado, distribuido en imágenes (grabados, postales, fotografías) y en textos(catálogos, reseñas de prensa, memorias de viaje, informes de comisionados),conforman un catálogo muy completo de esta época. Contribuyen a mostrar lasposibilidades ilimitadas del progreso asentado en la civilización occidental cuyasbondades, para la humanidad toda, se demuestran una y otra vez, en cada edición, condiferentes formas pero con iguales principios.De otra parte, según el filósofo alemán Georg Simmel la experiencia de lamodernidad radica en el presente inmediato, en la inmediatez, donde resplandece latecnología, la ciencia y transita la mercancía. Encuentra el paradigma de la modernidaden una “desazón secreta”, en un deseo apresurado de buscar la satisfacción momentáneaen actividades novedosas. Las personas de los tiempos modernos están sujetas al dramade la insatisfacción ineluctable, porque un deseo es sustituido por la exigencia de otronuevo. Están aquejadas de tensión nerviosa o neurastenia y de una sensibilidad excesivao hiperestesia, en expresión de Ramón Gómez de la Serna 9 . Son tiempos de velocidadque provocan, de otra parte, la necesidad de un distanciamiento entre el individuo y suentorno; lo que Simmel denomina “distancia psicológica”, una barrera protectora que sepresenta en las personas en forma de indiferencia o de hastío 10 .Podría decirse, sin lugar a dudas, que la modernidad habita en las galerías de lasexposiciones universales, donde se aprenden los descubrimientos científicos y brillansus aplicaciones técnicas, donde relucen las mercancías y se aprecia la rapidez de loscambios, mientras las máquinas aceleran su ritmo y los espectadores en masa pasan yvagan por las galerías, observando atónitos el espectáculo. Aquí, como en el bazar quedescribe Benjamin, las mercancías adquieren un aura mágica y sagrada ―aquella quepierden las obras de arte―, que las transforma en fetiches, en objetos de deseo, en tantopresentadas como “mercancías-en-exhibición”. Son alegorías del consumo capitalista y8 PUIG Y VALLS, 1896, p. 107. Rafael Puig y Valls figura también en las exposiciones de París de 1889como jurado y como representante de la producción industrial en 1900.9 MARINAS, 2001, pp. 233-264.10 FRISBY, 1992, p. 138.

2 ESPAÑA EN PARÍStrapería y los colgantes, a los industriales con el cebo de la novedad y a todo el mundocon la voz de lo que más puede engolosinarle, atraerle y seducirle!” 3Igual pensaba su íntima amiga Emilia Pardo Bazán, escritora y cronista de lasexposiciones parisinas de 1889 y 1900, que se refiere a la capital gala como:“la ciudad madre, como una estrella o araña que supo tejer la inmensa tela en la que lasnaciones vienen á enredarse; fuente de continuo atestada de urnas que esperan aguavivificadora donde las generaciones acuden á apagar su sed de Idea” 4 .Según doña Emilia, París era el “cerebro del mundo”, donde acontecía unencuentro ineludible para los europeos por su capacidad de satisfacer la curiosidad deun amplio espectro de visitantes. París encarnaba, entonces, los valores de la culturaoccidental, del cosmopolitismo… y tanto más que la ciudad misma, esta atracción eraejercida desde los recintos de las exposiciones universales porque, como expresaba uncronista, en tiempos de exposición: “París no está en París sino en la Exposición; laciudad aparece como un suburbio de ésta” 5 . Esta capitalidad se vinculó al términomodernité concebido por Baudelaire en El pintor de la vida moderna: “Por modernidadentiendo lo efímero, lo contingente, la mitad del arte cuya otra mitad es eterna einmutable” 6 . Este pintor de la modernidad apresa el momento que pasa peroenfocándose en la novedad del presente, gran parte de las veces, una novedadrecurrente, ya conocida, aunque vestida con nuevos hábitos. En sus pasajes, WalterBenjamin desarrolla, también, la idea del eterno retorno ―tomada de Nietzsche―. Eneste espacio se inicia la cultura del consumo y con ella, las nuevas formas depresentación de las mercancías. Es el escenario de la modernidad, que se caracteriza poruna dinámica de continua renovación, de eterna aparición, pero también de ocaso ymuerte del deseo pasado. Como consecuencia de este apego a lo nuevo, surge una nuevatemporalidad en la que se valora intensamente el presente, tiempo en el que se condensala regeneración de lo moderno y, también, su consumo. Esta dimensión temporalacentúa su ritmo a medida que el sistema capitalista evoluciona, acortándose tanto elritmo que el tiempo de la novedad pasa a ser un instante 7 .Por tanto, lo moderno es fugaz y transitorio como efímeras y pasajeras resultanlas exposiciones universales celebradas en este París decimonónico. Sin embargo, juntoa estas formas cambiantes, las exposiciones universales desarrollan notables contenidos3 SHOEMAKER, 1973, p. 359. Este artículo es publicado el 30 de septiembre de 1889.4 PARDO BAZÁN, 1889, p. 2.5 Z., “La Exposición Universal de París. Impresiones”, La Ilustración Artística, 15-VI-1889, pp. 238-239.6 Cit. en BERMAN, 1991, p. 131.7 MARINAS, 2001, p. 52.

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