14las sociedades humanas son conjuntos imprecisos y órdenes negociados, queno funcionan como relojes y admiten una parte importante de desorden yde incertidumbre, que no es fatal, porque los actores quieren y son capaces,a su vez, de crear cosas nuevas, según transacciones complejas. Por loque es bastante normal que los sistemas educativos estén preocupados dedesarrollar las competencias correspondientes.Sin embargo, esta preocupación no domina constantemente las políticaseducativas y la reflexión sobre los programas. ¿Por qué, hoy en día,se asiste a lo que Romainville (1996) llama un «irresistible ascenso» de lanoción de competencia en la educación escolar? Sin duda, de manera global,porque las amenazas de desorden y de desorganización son más intensasen las épocas de cambio y de crisis.La explicación más evidente consiste en invocar una especie de contagio:como el mundo del trabajo se apropió de la noción de competencia,la escuela seguiría sus pasos, amparándose en la modernidad y en elcambio de valores de la economía de mercado: gestión de recursos humanos,búsqueda de la calidad total, valorización de la excelencia, exigenciade una movilidad mayor de los trabajadores y de la organización del trabajo.En el campo profesional, nadie discute que los practicantes debenser capaces de «hacer cosas difíciles», que pasan por una formación. Lanoción de calificación ha permitido pensar, durante largo tiempo, las exigenciasde los puestos de trabajo y las disposiciones requeridas de aquellosque los ocupan. Las transformaciones del trabajo (hacia una flexibilidadmayor de los procedimientos, de los puestos y de las estructuras) yelanálisis ergonómico más fino de los gestos y de las estrategias de los profesionaleshan conducido a poner énfasis en calificaciones formales iguales,sobre las competencias reales, diferenciadas, evolutivas, ligadas a lahistoria de las personas. Ya no es satisfactorio definir calificaciones tipos yatribuir sobre esta base puestos de trabajo a los individuos. Se quiere manejarlas competencias (Lévy-Leboyer, 1996), establecer balances individualesasí como «arboles» de conocimientos o de competencias que representenel potencial colectivo de una empresa (Authier y Lévy, 1996). Enel mundo laboral, el cambio del vocabulario refleja un verdadero cambiode perspectiva y de paradigma (Stroobants, 1994; Trépos, 1993; Rapé yTanguy, 1994; Rapé, 1996).
15Entonces, se comprende por qué, en las formaciones profesionales,existe cada vez más preocupación con respecto a los «referenciales de competencias»,ahora lengua común de las empresas y de los profesionales. Elque la formación de los profesores esté hoy orientada por dichos referentesmanifiesta, junto con la creación de IUFM, su entrada total, progresiva(e inacabada) en el mundo de las formaciones profesionales.Las transformaciones observables en el mercado laboral y en las formacionesprofesionales probablemente ti en en ciertos efectos en la escolaridadde base y la concepción de la cultura general que prevalece en ella.Sin embargo, esto no basta para dar cuenta de la utilización creciente dela noción de competencia en el marco de la escuela obligatoria. La realidadde los movimientos de ideas no es tan simple. Esta moda simultáneadel mismo vocablo en diversos campos esconde posturas parcialmentediferentes.El sistema educativo siempre ha estado diseñado «de arriba haciaabajo»: las universidades y las escuelas importantes que definen el horizontede los liceos, estos últimos que fijan las finalidades de los colegios,que a su vez fijan las exigencias de la escuela primaria. Ahora bien, auncuando las universidades no menosprecian las competencias, en particularen los campos en que éstas asumen abiertamente una misión de formaciónprofesional, no les otorgan un estatus prestigioso. Al contrario, sepodría decir que, aunque las universidades forman en las competencias,tienen la coquetería de no enunciarlas y ponen énfasis en los saberes eruditos,teóricos y metodológicos. Es poco común ver que los objetivos deuna formación universitaria sean presentados de manera totalmente explícitay, más aún, verlos formulados en el lenguaje de las competencias.Por cierto, no son las universidades las que estimulan a la enseñanza secundariaa reformular sus programas en términos de competencias. Alcontrario, es de los medios universitarios tradicionales de donde provienenlas críticas más categóricas a aquello que podría liberar a la escuelaobligatoria de la transmisión intensa de saberes. Aunque uno se preocupede la «formación del espíritu», prevalece la idea de que basta con teneruna relación intensa y fundamental con los saberes y los textos.Si no es la universidad la que induce a un enfoque por competenciasen la secundaria, ¿esto quiere decir que la escuela obligatoria se encuentra
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