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Mujer del Siglo XXI - IDU

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Estas cosas, piensa Mario, pudieron influir en su personalidad agresiva. Eso y la droga,que empezó a usar a los 16 años. En los momentos de consumo su impulsividad suelecrecer. Se siente invencible."Cuando pego me enceguezco. No pienso sino en ver sangre. La sangre es lo único queme calma y me hace decir: bueno ya. Ni siquiera los ruegos me detienen", confiesa. Sialgo lo enfurece, Mario tiembla, se pone rojo y reacciona con golpes, sin medirse y sinpensar en las consecuencias.Los celos son detonante de su ira. En momentos en que su esposa mira a otro hombre,en la calle, por ejemplo, apenas unos segundos, él le dice:-¿Le pongo su correctivo? ¿Quiere una rodillita?Empezó a pegarle rodillazos en las piernas cuando descubrió que eran menos evidentepara los demás: de los golpes en el rostro quedan más huellas. "Dejé de pegarle en lacara. Un morado en la pierna no es un <strong>del</strong>ito", dice.Días después de la peor golpiza, los familiares de la esposa de Mario le exigieron quese alejara de ella. Pero, dice él, su esposa lo apoyó y le pidió a su familia que no semetiera en su vida.-¿Ella sigue con usted?- Sí. Me quiere, supongo, o es masoquista -responde.Mario tiene la intención de cambiar. La última paliza que le dio a su esposa lo hizopensar: "¿Qué tal un golpe mal dado? Hubiera podido dejarla inválida, o inclusomatarla".Golpes premeditadosA su lado, en la misma fundación, está Rodrigo. Lleva cuatro meses allí, en buscatambién de rehabilitación. Es un universitario con dos especializaciones que alcanzó atener buenos empleos en empresas importantes y buenos sueldos. Hoy: nada. "Nosupe manejar el éxito. Empecé a llevar un tren de vida desaforado".Hasta hace poco estuvo casado con una mujer que debió afrontar su cambio de vida:de un profesional respetado y serio a un hombre violento, improductivo y drogadicto.-Si me sigue jodiendo la vida, le digo a su familia y a sus compañeros de oficina conquién es que está casada.Eso le decía Rodrigo a su esposa, cuando ella lo recriminaba por sus actitudes, segurode que le iba a apenar mostrar ante todos en lo que se había convertido sumatrimonio. Con ese tipo de presión psicológica empezó, pero no se detuvo ahí.Siguieron las agresiones verbales y físicas.Rodrigo tiene 46 años y el tiempo que lleva en la fundación lo ha hecho mirar haciaatrás. "Tengo una personalidad narcisista. Me siento el centro de todo. Soy yo el quedebe dar la última palabra. A mi esposa no la dejaba opinar. Le decía: le doy platapara lo que quiera, no me moleste".En su casa, de niño, recuerda a un papá alcohólico que golpeaba a su mujer. "Lo hizohasta que mis hermanos y yo crecimos y tuvimos el cuerpo para detenerlo. Tambiénnos pegaba a nosotros. Nos partía escobas en las costillas".

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