EN PORTADA / EntrevistaViene de la página 4le daba a lo que pillaba y se metía enmucha mierda. Esa década de los sesentaque recuerda como “comprometida conel alcohol, las drogas y con los líos” mientrasa otros les daba por el compromisosocial y político. “Mi foco de atención esmuy limitado de natural, aunque soy muybueno manteniendo la concentración”,agrega. Quizá por ello se le da mejor la monogamiaque la cohabitación, es incapaz deutilizar un ordenador o un teléfono móvil—objetos que no posee—, pero es un hachaescribiendo a mano, como escribe todas susnovelas. La investigación se la hace otro.Por ejemplo, para Sangre vagabunda mandóa una chica a Santo Domingo porqueHaití era muy peligroso.“Yo pensaba que la RepúblicaDominicana estabajunto a Honduras y Guatemalahasta que mi ex esposame regaló un atlas”, insisteen llamar la atencióncon sus burradas. Pero ensu trabajo no hay nada deburro excepto el volumen.Más de 400 páginas de estructuray 150 de notas delas que sale la novela. “Desdeel principio tengo undiagrama claro y una superestructurapara todo el libro.Sé dónde están todossus personajes y cada unade las historias que confluyenen cada momento”,describe. Un trabajo quehace principalmente de<strong>día</strong>, aunque también haynoches en vela y sobre todoen silencio. Ni tan siquierasu adorado Beethoven,ese músico al quetanto admira y a quien sinmodestia alguna se compara,rompe su concentracióncuando escribe. “Nome gusta el exceso de estimulación.Me gusta estarsolo en la oscuridad y ponermea pensar. Me pasomucho tiempo pensando”,agrega mientras la músicasuena atronadora en el ruidosocafé de Hancock Parken el que me ha citado. Lepillaba cerca de casa y, ajuzgar por el trato, es unhabitual.Ellroy también dice aislarse del mundoque le rodea a pesar de lo mucho que recurrea la historia en sus libros. “Sólo cito loque me interesa. Son novelas policiacas queestán emplazadas en un momento de la historia”,se pone a la defensiva. “Hay muchosa los que no les gusta que les diga que me loinvento todo, que vivo en una burbuja. Queeste libro no tiene nada que ver con Bush,con Obama o con la guerra de Irak”, insistecada vez más iracundo. Nos echa la broncaa los europeos, especialmente a los franceses,de atribuirle a su obra una lectura quesegún dice no existe, de querer que sus librostengan un doble sentido contemporáneo.“Ni se lo veo ni me lo planteé”, dicealguien que confiesa su desinterés en la políticaactual. Se acaba el triple expreso que sepidió y su efecto parece calmarle. Una sonrisamaliciosa aparece en sus labios. “Claroque si tú ves esa conexión, genial. Si loslectores la ven, mil gracias. Todo con tal deque lean el libro y lo compren”, se regodea.Volvemos al principio. Ellroy nunca pierdeuna oportunidad de autopromoción yestá claro que nada le pone tanto como llamarla atención. Escribir, escribe bien, muybien, pocos dudan de ello. Pero venderse lohace aún mejor. ¿O si no para qué quiereuna cuenta en Facebook un ermitaño comoél, alguien que dice aislarse del mundo mundial,que no tiene ni teléfono móvil ni ordenadory que desdeña las ya no tan nuevasplataformas como generadoras de una generaciónincapaz de hablar con frases enterasy orgullosa de su estupidez? ¿Acaso el JamesEllroy de Facebook no es el verdadero JamesEllroy? “A mí me gusta vender libros yKnopf, mi editorial en Estados Unidos, medijo que ésa era la mejor forma, aunque éseno es mi estilo a la hora de socializar”, dejabien claro a sabiendas de que es su asistentepersonal, Lisa, quien se encarga de ponersus respuestas en línea. Vender libros estambién la razón detrás de su camisahawaiana. A punto de iniciar su periplo poruna Europa congelada, cualquier otra prendade abrigo está ya guardada. “Yo siempreestoy listo. Nací listo”, comenta inquieto mirandoel reloj sin ningún disimulo. No esque le guste viajar. Lo considera trabajo yencima es incapaz de escribir una línea durantela gira. “Pero la vida no es barata, dosex mujeres, una asistente, pago mis impuestos.Alquilo, no poseo. Tengo que ganar dinero”,dice un autor que hace un momentorecordaba que era un best seller. Su únicoplacer en estas giras promocionales son laslecturas a viva voz con las que suele presentarsu obra, especialmente en Francia. “Meencanta leer mis libros en voz alta. Soy buenohaciendo lecturas dramáticas. Conozcobien su ritmo”, asegura alguien que nuncadiría lo contrario. De hecho, no es de losque aguanta bien las críticas y antes de publicarsu manuscrito tan sólo le deja leer suobra a Lisa y a su investigadora. Y en el casode Sangre vagabunda también se lo dejó asu segunda esposa. “Sabía que éste le gustaría.Es su favorito. En esto soy muy privado ysabía que ninguna de ellas sería muy crítica”,confiesa.Es irónico este momento de pudor en unautor que no parece tener vergüenza. Alguienque con la publicación prevista parafinales de año de The Hilliker Curse venderápor segunda vez su vida al mejor lector yque acostumbra a dejar retazos de sí mismoen las páginas de todas sus novelas, siemprecon algo del verdadero Ellroy en medio dela de ficción. “Es cierto que yo soy todos loshombres de Sangre vagabunda. Crecí nomuy lejos de aquí, en este barrio por dondeCrutchfield merodea. Y tengo en mí muchasde las tormentas que Dwight lleva en suinterior, un tipo de derechas que se enamorade una mujer de izquierdas. Eso por nohablar de ese sentido del humor más biencrudo que tienen”, sopesa en voz alta aunquecon la mente en su libro. De cabezaencuentra la página que busca. “Creo queVista de Hollywood Boulevard de madrugada, en una imagen captada en 1988. Foto: Jim Goldberg / Magnum“A muchos no les gustaque diga que me lo inventotodo. Que este libro notiene nada que ver conBush, Obama o Irak”“Tengo una moraldemasiado grandey si eso significamenos libros y menosdinero, así sea”es la 325 o así, cuando Joan le pregunta aDwight: ‘¿qué es lo que quieres?’. Y él responde:‘quiero caer y que estés ahí pararecogerme. Es lo que siempre he querido”.El silencio se hace espeso a pesar de la incesantemúsica que baña el café. Tras unapausa dramática Ellroy me explica que nadamás publicar Sangre vagabunda le envióuna copia dedicada a su musa, a esa “diosapelirroja” que fue el motor del libro. No lecontestó. “No quiere volver a verme. Meporté mal y quería rendirle un último homenaje.Quise escribir una historia romántica.Histórica, con sexo, revolución, política y degran alcance y eso es lo que hice. Un trabajoal que le siguen mis memorias, en las queexplico cómo escribí este libro. Y de estaforma quiero dejar atrás este capítulo de mivida”, resume.¿Y ahora, qué? “Algo completamente diferentede lo que ya tengo las bases pero queno te voy a contar”, dice con mirada desádico. Con lo que le gusta hablar es incapazde callarse. Al menos a la hora de enumerarlo que no será su nueva obra. “Tengomuchos lectores y serían todavía más numerosossi escribiera otro tipo de libros que nopienso. Empecé escribiendo novelas policiacasmás modestas a las que con los añosañadí esa latitud histórica que tanto me gusta.Épicos históricos que también fueron policiacos.Me gustan los grandes libros y esoes lo que quiero escribir, obras bien pensadasde las que me sienta orgulloso. No quieroser de los que escriben libros cada vezmás finos y cada vez más rápidos. ¿No tienesla sensación de que Philip Roth saca unlibro cada año? No quiero hacer eso. Tengoque responder ante Dios, ante la gente queamo y ante mis lectores. Tengo una moraldemasiado grande y si eso significa menoslibros y menos dinero, así sea. Y al que nole guste, ¡qué se joda!”, remata. Sangre vagabundano sólo pone fin a la Trilogía Americana.También pondrá fin a su bibliografíasi la ordenas de forma cronológica. Ellroyse sincera sobre sus proyectos y aseguraque en sus próximos libros no piensa pasarde 1972. Al contrario, lo que quiereescribir es un libro “que preceda el LAQuartet”. ¿Tal es su amor por esta ciudadde ángeles que quiere volver a ella? “Es mihogar. Es mi casa. Me gusta. Es la ciudad ala que pertenezco. Por ahora al menos porqueestoy pensando mudarme a la costaeste estadounidense”, dice una vez máslleno de contradicciones.Como si se fuera a mudar en ese mismomomento se pone en pie. Está listo paramarcharse. A Europa a vender su nuevo libro,a la otra costa de Estados Unidos paracomenzar una nueva vida junto a ErikaSchickel y las dos hijas de la escritora. O atrabajar en su próxima novela. Le han dadocuerda y sale espantado deteniéndose unsegundo para hablar de esa otra carrera suyacomo guionista. Se nota que no le gustael tema lo mismo que no le gusta el cine.“Lo hago porque me pagan. Y bueno, medivierte el trabajo”, dice sin disimular unasonrisa al hablar de esos guiones que preparapara Hollywood cuando se tome un respirode sus novelas. ¿Y las adaptaciones de sutrabajo? ¿Está satisfecho? Al fin y al cabo, laadaptación a la pantalla de L. A. confidentialle dio un nuevo número de lectores de esosque ansía tanto. “Fue una película maravillosa,pero me proporcionó una décima partedel número de nuevos lectores que me conocieroncon La dalia negra. En cualquiercaso, ambas películas fueron maravillosasporque me dieron dinero por nada”, rematacon una última sonrisa de gato de Chesire.Sale disparado hacia la camarera. ¿Piensaseguir el último consejo de su padre? No,sólo quiere estar seguro de que me pase lacuenta. Sangre vagabunda. James Ellroy. Traducción deMontserrat Gurguí y Hernán Sabaté. Ediciones B.Barcelona, 2010. 944 páginas. 25 euros. www.facebook.com/pages/James-Ellroy/.+ .com Lea las primeras páginas de lanovela Sangre vagabunda(Ediciones B), de James Ellroy.6 EL PAÍS BABELIA 06.02.10
IDA Y VUELTAPekín, 12 de septiembre de 1976: ciudadanos chinos pasan ante el cadáver de Mao (1893-1976), fallecido tres <strong>día</strong>s antes. Foto: France Presse (Xinhua)Larga vida al presidente MaoPor Antonio Muñoz MolinaCUANDO YO llegué a estudiar a Madrid,en el enero sombrío de1974, Engels, Lenin y Mao Zedongocupaban los escaparatesde todas las librerías. Franco estaba vivo ydecrépito con algunas penas de muertetodavía por firmar, y a los sindicalistas y alos estudiantes rebeldes la Brigada PolíticoSocial les hacían orinar sangre en las comisarías,pero el panorama editorial, poresas singularidades de una época que sóloquedan en el recuerdo de quienes las hanvivido, estaba dominado por un aluviónde libros revolucionarios, con los retratosbarbudos de Marx y Engels en las portadas,con obreros soviéticos y guardias rojoschinos, con el rictus asiático de la carade Lenin y la carota pepona de Mao queparecía el más cool de todos, igual que lomás moderno parecía ser apuntarse a algúnpartido comunista prochino. El PartidoComunista de toda la vida, el Partido,sin necesidad de añadiduras, ya tenía algode anticuado para las antenas sutiles delesnobismo universitario. Mao Tse Tung,como decíamos entonces, era tan modernoque un libro suyo titulado Cuatro tesisfilosóficas lo publicó en español el que yaentonces era el más moderno de los editores,Jorge Herralde, que se las arregló parahacer con ellos su acumulación primitivade capital, por decirlo con el lenguaje de laépoca. Nosotros teníamos un dictador demano temblona y vocecilla aflautada querezaba el rosario todas las tardes junto asu señora en una mesa camilla del palaciodel Pardo. Mucho más admirable nos parecíaa muchos jóvenes antifranquistas eldistinguido Mao, que vivía en la CiudadProhibida de Pekín —otro nombre de época—y escribía tratados filosóficos y brevespoemas de exotismo entre oriental y revolucionario,y era autor además de aquelpequeño Libro Rojo de máximas antiimperialistasque algunos llevaban como unbreviario en los bolsillos de las trencas sacándoloa veces con reverencia para recitaruna muestra destilada de sabiduría:Los imperialistas son tigres de papel.Nos hacíamos clientes precoces de Anagramacomprando las Cuatro tesis filosóficas,pero en cuanto empezábamos a leerlose nos ponía una nube en el cerebro, comocon tantas lecturas obligatorias de entonces.¿Quién tenía la constancia necesariapara abrirse paso en las espesuras defilosofismo germánico del Anti-Dühring,de Engels, o de aquel tomazo de grosor ytítulo pavorosos, Materialismo y empiriocriticismo,de V. I. Lenin? ¿Y, ya puestos,qué significaba esa palabra, empiriocriticismo,que yo no he vuelto a ver escrita desdeentonces?Unos meses después una bandera rojaondeó sobre los tejados de Madrid por primeravez desde 1939. La España de Francohabía reconocido a la República PopularChina, y la primera embajada se había instaladoen unos salones muy burgueses delhotel Palace, que un amigo mío maoístame llevó a visitar una tarde de mayo. Unosdiplomáticos chinos en mangas de camisanos recibieron con copiosas inclinacionesy nos llenaron las manos de folletos enespañol, consagrados a celebrar la RevoluciónCultural y a denostar agotadoramentea los socialimperialistas y socialfascistassoviéticos. Si al salir del Palace la policíanos hubiera registrado habrían podido llevarnosdetenidos por posesión de propagandasubversiva: hoces y martillos, estrellasrojas, jóvenes guardias rojos con susuniformes verdes, sus bayonetas caladas ysus espléndidas sonrisas, masas aclamandoal presidente Mao, millares de cabezasgritando al unísono y de manos agitandoel pequeño Libro Rojo. En su fervor proselitista,y viéndome flaquear en mi propensióncomodona al revisionismo, mi amigome prestó un libro que según él tenía elmérito de la objetividad, al haber sidoescrito por un periodista burgués. Se trataba,no se me olvida, de China, una revoluciónen pie, publicado por Destino y escritopor Baltasar Porcel, que manifestabapor Mao una devoción como la que tuvoaños más tarde por otro Gran Timonel catalánde proporciones más modestas. Porcelhabía viajado extensamente por Chinaen aquellos años de la Revolución Culturalcon la misma fascinación, y aproximadamentecon la misma perspicacia, con queviajaban Bernard Shaw y H. G. Wells por laUcrania de las grandes hambres y mortandadescampesinas de los primeros añostreinta. China era un paraíso inmenso deausteridad y justicia. Mao era un líder ilustradoy benévolo que distraía el poco tiempoque le dejaba el Gobierno componiendopoemas caligráficos.Mientras lo más pijo del mundo universitariode Occidente se afiliaba a la modaprochina, en el mundo real millones devidas eran arruinadas, se demolían tesorosdel pasado y se quemaban bibliotecas, seescarnecía y se torturaba y se asesinaba aquienes no eran del agrado de los guardiasrojos, todo ello en virtud de un mandamientonihilista del viejo dictador, al quehabían enloquecido demasiados años depoder absoluto hasta un extremo que pocoa poco se ha ido filtrando a los relatosde los historiadores. Mao era uno de esosviejos terribles que alientan un fanatismode destrucción que para ellos es una revanchacontra su mortalidad. Si ellos van aacabarse es inaceptable que el mundo nose hunda con ellos: lanzan a la barbarie y ala muerte a sus seguidores más jóvenespara vengarse de su juventud intoxicándolade sacrificio. Para justificar la aboliciónde los rastros del pasado alegaba poéticamenteque una hoja recién impresa depapel en blanco no tiene imperfeccionesy por eso las más hermosas palabras puedenescribirse sobre ella. Por las noches lellevaban a la cama a mujeres cada vezmás jóvenes para las que era un honorrecibir de él una enfermedad venérea. Susasistentes anotaban con reverencia en losregistros de palacio sus horas diarias desueño y la frecuencia y calidad de sus movimientosde vientre. Larga vida al presidenteMao.El Archivo Municipal de Beijing, cuentaThe New York Times, acaba de hacer públicos16 volúmenes de documentos sobrelos años de la Revolución Cultural, y aunqueestán muy censurados dan una ideade lo que suce<strong>día</strong> en China al mismo tiempoque nosotros fantaseábamos sobreaquel presunto paraíso terrenal. A los niñoslos adiestraban para denunciar a lospadres como contrarrevolucionarios. El“pensamiento de Mao” era la guía infaliblepara resolverlo todo, “la delincuenciajuvenil, los atascos de tráfico, la químicaen la agricultura, la venta ilegal de pichones”.En una clase de matemáticas los estudiantestenían que cantar dos cancionesrevolucionarias y estudiar y discutir al menosseis citas de Mao antes de pasar a losnúmeros. Comités especiales se creaban afin de garantizar cada año la producciónde las 13.000 toneladas de plástico necesariaspara las tapas de todos los millones deejemplares del Libro Rojo que se publicaban.En una reunión del Partido se fuerzaa un militante a hacer autocrítica por habermanifestado inclinaciones pequeñoburguesasal cuidar en una pecera unadocena de peces de colores. El camaradacriticado actúa en consecuencia y entierravivos a sus doce peces. A un maestro deorigen burgués, para reeducarlo, sus alumnoslo fuerzan a ponerse a cuatro patas yarrancar las malas hierbas de un campode cultivo. Y nosotros, mientras tanto, enEuropa, leyendo con beata reverencia lasmáximas del presidente Mao. EL PAÍS BABELIA 06.02.10 7