13.07.2015 Views

LOS VERSOS SATÁNICOS - Derecho Penal en la Red

LOS VERSOS SATÁNICOS - Derecho Penal en la Red

LOS VERSOS SATÁNICOS - Derecho Penal en la Red

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

SALMANRUSHDIE<strong>LOS</strong> <strong>VERSOS</strong>SATÁNICOS


Cubierta: detalle deRustam mata al Demonio B<strong>la</strong>nco,Victoria and Albert Museum(foto: Bridgeman Art Library)Título original: The Satanic VersesTraducción del inglés: J. L. MirandaPrimera edición: mayo 1989© 1988, Salman RushdieDepósito legal: B. 13.329 - 1989Impreso <strong>en</strong> EspañaA Marianne.


Satanás, relegado a una condición errante,vagabunda, transitoria, carece de morada fija; porque si bi<strong>en</strong>a consecu<strong>en</strong>cia de su naturaleza angélica, ti<strong>en</strong>e un cierto


imperio <strong>en</strong> <strong>la</strong> líquida inm<strong>en</strong>sidad o aire, ello no obstante,forma parte integrante de su castigo el carecer... de lugar oespacio propio <strong>en</strong> el que posar <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nta del pie.DANIEL DEFOE, Historia del diablo.


IEL ÁNGEL GIBREEL1


«Para volver a nacer —cantaba Gibreel Farishta mi<strong>en</strong>tras caía de los cielos, dandotumbos— ti<strong>en</strong>es que haber muerto. ¡Ay, sí! ¡Ay, sí! Para posarte <strong>en</strong> el s<strong>en</strong>o de <strong>la</strong> tierra, ti<strong>en</strong>esque haber vo<strong>la</strong>do. ¡Ta-taa! ¡Takachum! ¿Cómo volver a sonreír si antes no lloraste? ¿Cómoconquistar el amor de <strong>la</strong> adorada, alma cándida, sin un suspiro? Baba, si quieres volver anacer...» Amanecía ap<strong>en</strong>as un día de invierno, por el Año Nuevo poco más o m<strong>en</strong>os, cuandodos hombres vivos, reales y completam<strong>en</strong>te desarrol<strong>la</strong>dos, caían desde gran altura, veintinuevemil dos pies, hacia el canal de <strong>la</strong> Mancha, desprovistos de paracaídas y de a<strong>la</strong>s, bajo un cielolímpido.«Yo te digo que debes morir, te digo, te digo...», y así una vez y otra, bajo una luna dea<strong>la</strong>bastro, hasta que una voz est<strong>en</strong>tórea rasgó <strong>la</strong> noche: «¡Al diablo con tus canciones! —Laspa<strong>la</strong>bras p<strong>en</strong>dían, cristalinas, <strong>en</strong> <strong>la</strong> noche b<strong>la</strong>nca y he<strong>la</strong>da—. En tus pelícu<strong>la</strong>s sólo movías los<strong>la</strong>bios porque te dob<strong>la</strong>ban, así que ahórrame ahora ese ruido infernal.»Gibreel, el solista desafinado, hacía piruetas al c<strong>la</strong>ro de luna, mi<strong>en</strong>tras cantaba suespontáneo gazal, nadando <strong>en</strong> el aire, ora mariposa, ora braza, <strong>en</strong>roscándose, ext<strong>en</strong>di<strong>en</strong>dobrazos y piernas <strong>en</strong> el casi infinito del casi amanecer, adoptando actitudes heráldicas, orarampante, ora yac<strong>en</strong>te, oponi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> ligereza a <strong>la</strong> gravedad. Rodó alegrem<strong>en</strong>te hacia <strong>la</strong>sardónica voz. «Ho<strong>la</strong>, compañero, ¿eres tú? ¡Qué alegría! ¿Qué hay, mi bu<strong>en</strong> Chamchito?» A loque el otro, una sombra impecable que caía cabeza abajo <strong>en</strong> perfecta vertical, con su traje grisbi<strong>en</strong> abrochado y los brazos pegados a los costados, tocado, como lo más natural del mundo,con extemporáneo bombín, hizo <strong>la</strong> mueca propia del <strong>en</strong>emigo de diminutivos. «¡Eh, paisano!—gritó Gibreel, provocando otra mueca invertida—. ¡Es el mismo Londres, chico! ¡Allávamos! Esos cabritos de ahí abajo no sabrán lo que se les vino <strong>en</strong>cima, si un meteoro, un rayo o<strong>la</strong> v<strong>en</strong>ganza de Dios. Llovidos del cielo, muñeca. ¡Puummmmba! Cras, ¿eh? ¡Qué <strong>en</strong>trada,Yyyaaa! Yo te digo... F<strong>la</strong>s.»Llovidos del cielo: un big bang seguido de catarata de estrel<strong>la</strong>s. Un principio deUniverso, un eco <strong>en</strong> miniatura del nacimi<strong>en</strong>to del tiempo... el jumbo Bostan, vuelo AI-420 de <strong>la</strong>Air India, estalló sin previo aviso a gran altura sobre <strong>la</strong> grande, putrefacta, hermosa, nivea yresp<strong>la</strong>ndeci<strong>en</strong>te ciudad de Mahagonny, Babilonia, Alphaville. C<strong>la</strong>ro que Gibreel ya hapronunciado su nombre, de manera que yo no puedo interferir: el mismo Londres, capital deVi<strong>la</strong>yet, parpadeaba, c<strong>en</strong>telleaba y se mecía <strong>en</strong> <strong>la</strong> noche. Mi<strong>en</strong>tras, a una altura de Hima<strong>la</strong>ya, unsol fugaz y prematuro estal<strong>la</strong>ba <strong>en</strong> el aire cristalino de <strong>en</strong>ero, un punto desaparecía de <strong>la</strong>spantal<strong>la</strong>s de radar y el aire transpar<strong>en</strong>te se ll<strong>en</strong>aba de cuerpos que desc<strong>en</strong>dían del Everest de <strong>la</strong>catástrofe a <strong>la</strong> láctea palidez del mar.¿Quién soy yo?¿Quién más está ahí?El avión se partió por <strong>la</strong> mitad, como vaina que suelta <strong>la</strong>s semil<strong>la</strong>s, huevo que descubresu misterio. Dos actores, Gibreel, el de <strong>la</strong>s piruetas, y el abotonado y circunspecto Mr. Sa<strong>la</strong>dinChamcha, caían cual briznas de tabaco de un viejo cigarro roto. Encima, detrás, debajo de ellos,p<strong>la</strong>neaban <strong>en</strong> el vacío butacas reclinables, auricu<strong>la</strong>res estéreo, carritos de bebidas, recipi<strong>en</strong>tesde los efectos del malestar provocado por <strong>la</strong> locomoción, tarjetas de desembarque, juegos devídeo libres de aduana, gorras con galones, vasos de papel, mantas, máscaras de oxíg<strong>en</strong>o... Ytambién —porque a bordo del aparato viajaban no pocos emigrantes, sí, un númeroconsiderable de esposas que habían sido interrogadas, por razonables y conci<strong>en</strong>zudosfuncionarios, acerca de <strong>la</strong> longitud y marcas distintivas de los g<strong>en</strong>itales del marido, y un regu<strong>la</strong>rconting<strong>en</strong>te de niños sobre cuya legitimidad el Gobierno británico había manifestado sussiempre razonables dudas—, también, mezc<strong>la</strong>dos con los restos del avión, no m<strong>en</strong>osfragm<strong>en</strong>tados ni m<strong>en</strong>os absurdos, flotaban los desechos del alma, recuerdos rotos, yoesarrinconados, l<strong>en</strong>guas maternas cerc<strong>en</strong>adas, intimidades vio<strong>la</strong>das, chistes intraducibies, futurosextinguidos, amores perdidos, significado olvidado de pa<strong>la</strong>bras huecas y altisonantes, tierra,<strong>en</strong>torno natural, casa. Un poco aturdidos por el estallido, Gibreel y Sa<strong>la</strong>din bajaban como


fardos soltados por una cigüeña distraída de pico flojo, y Chamcha, que caía cabeza abajo, <strong>en</strong> <strong>la</strong>posición recom<strong>en</strong>dada para el feto que va a <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> el cuello del útero, empezó a s<strong>en</strong>tir unasorda irritación ante <strong>la</strong> resist<strong>en</strong>cia del otro a caer con normalidad. Sa<strong>la</strong>din desc<strong>en</strong>día <strong>en</strong> picadomi<strong>en</strong>tras que Farishta abrazaba el aire, asiéndolo con brazos y piernas, con los ademanes de<strong>la</strong>ctor amanerado que desconoce <strong>la</strong>s técnicas de <strong>la</strong> sobriedad. Abajo, cubiertas de nubes,esperaban su <strong>en</strong>trada <strong>la</strong>s corri<strong>en</strong>tes l<strong>en</strong>tas y g<strong>la</strong>ciales de <strong>la</strong> Manga inglesa, <strong>la</strong> zona seña<strong>la</strong>da parasu re<strong>en</strong>carnación marina.«Oh, mis zapatos son japoneses —cantaba Gibreel, traduci<strong>en</strong>do al inglés <strong>la</strong> letra de <strong>la</strong>vieja canción, <strong>en</strong> semiinconsci<strong>en</strong>te defer<strong>en</strong>cia hacia <strong>la</strong> nación anfitriona que se precipitaba a su<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro—, el pantalón, inglés, pues no faltaba más. En <strong>la</strong> cabeza, un gorro ruso rojo; mas elcorazón sigue si<strong>en</strong>do indio, a pesar de todo.» Las nubes hervían, espumeantes, cada vez máscerca, y quizá fuera por aquel<strong>la</strong> gran fantasmagoría de cúmulos y cumulonimbos, con sustorm<strong>en</strong>tosas cúspides <strong>en</strong>hiestas a <strong>la</strong> luz del amanecer, quizá fuera el dúo (cantando el uno yabucheando el otro) o quizás el delirio provocado por <strong>la</strong> explosión que les evitaba apercibirsede lo inmin<strong>en</strong>te..., lo cierto es que los dos hombres, Gibreelsa<strong>la</strong>din Farischtachamcha,cond<strong>en</strong>ados a esta angelicodemoníaca caída sin fin pero efímera, no se dieron cu<strong>en</strong>ta delmom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que empezaba el proceso de su transmutación. ¿Mutación?Sí, señor; pero no casual. Allá arriba, <strong>en</strong> el aire-espacio, <strong>en</strong> ese campo b<strong>la</strong>ndo eintangible que el siglo ha hecho viable y que se ha convertido <strong>en</strong> uno de sus lugaresdefinitorios, <strong>la</strong> zona de <strong>la</strong> movilidad y de <strong>la</strong> guerra, <strong>la</strong> que empequeñece el p<strong>la</strong>neta, <strong>la</strong> del vacíode poder, <strong>la</strong> más insegura y transitoria, ilusoria, discontinua y metamórfica —porque, cuando loarrojas todo al aire, puede ocurrir cualquier cosa—, allá arriba, decía, se operaron, <strong>en</strong> unosactores delirantes, cambios que habrían alegrado el corazón del viejo Mr. Lamarck: bajoextrema presión ambi<strong>en</strong>tal, se adquirieron determinadas características.¿Qué características respectivam<strong>en</strong>te? Calma, ¿se han creído que <strong>la</strong> Creación se producea marchas forzadas? Bi<strong>en</strong>, pues <strong>la</strong> reve<strong>la</strong>ción tampoco... Ech<strong>en</strong> una mirada a <strong>la</strong> pareja.¿Observan algo extraño? Sólo dos hombres mor<strong>en</strong>os <strong>en</strong> caída libre; <strong>la</strong> cosa no ti<strong>en</strong>e nada departicu<strong>la</strong>r, p<strong>en</strong>sarán, treparon demasiado, se pasaron, vo<strong>la</strong>ron muy cerca del sol, ¿no es eso? Noes eso. Prest<strong>en</strong> at<strong>en</strong>ción.Mr. Sa<strong>la</strong>din Chamcha, consternado por los sonidos que manaban de <strong>la</strong> boca de GibreelFarishta, contraatacó con sus propios versos. Lo que Farishta oyó tremo<strong>la</strong>r <strong>en</strong> el fantasmagóricoaire nocturno era también una vieja canción, letra de Mr. James Thomson, mil seteci<strong>en</strong>tos a milseteci<strong>en</strong>tos cuar<strong>en</strong>ta y ocho. «... por ord<strong>en</strong> del cielo —<strong>en</strong>tonaba Chamcha con unos <strong>la</strong>bios queel frío ponía patrióticam<strong>en</strong>te rojos, b<strong>la</strong>ncos y azules— surgió del aaaazul... —Farishta,consternado, se desgañitaba cantando a los zapatos japoneses, los gorros rusos y los corazonesinvio<strong>la</strong>blem<strong>en</strong>te subcontin<strong>en</strong>tales, pero no conseguía ahogar <strong>la</strong> atronadora voz de Sa<strong>la</strong>din— ...y los ángeles de <strong>la</strong> guaaaarda <strong>en</strong>tonaban el estribillo.»Des<strong>en</strong>gañémonos, era imposible que se oyeran mutuam<strong>en</strong>te, y no digamos queconversaran y compitieran <strong>en</strong> el canto de esta manera. Acelerando hacia el p<strong>la</strong>neta, con <strong>la</strong>atmósfera silbando alrededor, ¿cómo habían de oírse? Pero, des<strong>en</strong>gañémonos nuevam<strong>en</strong>te, seoían.Se precipitaban hacia abajo y el frío invernal que les escarchaba <strong>la</strong>s pestañas yam<strong>en</strong>azaba con he<strong>la</strong>rles el corazón estaba a punto de despertarles de su <strong>en</strong>sueño exaltado, yaiban a percatarse del mi<strong>la</strong>gro del canto, de <strong>la</strong> lluvia de extremidades y de niños de <strong>la</strong> que ellosformaban parte y del horrible destino que subía a su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro cuando, empapándose ycongelándose instantáneam<strong>en</strong>te, se sumergieron <strong>en</strong> <strong>la</strong> ebullición g<strong>la</strong>cial de <strong>la</strong>s nubes.Se hal<strong>la</strong>ban <strong>en</strong> lo que parecía ser un <strong>la</strong>rgo túnel vertical. Chamcha, atildado, <strong>en</strong>varado ytodavía cabeza abajo, vio cómo Gibreel Farishta, con su camisa sport color púrpura, nadabahacia él por aquel embudo con paredes de nube, y quiso gritar: «No te acerques, aléjate de mí»,pero algo se lo impidió, un agudo cosquilleo que se iniciaba <strong>en</strong> sus intestinos, de manera que,


<strong>en</strong> lugar de proferir pa<strong>la</strong>bras hostiles, abrió los brazos y Farishta nadó hacia ellos y quedaronabrazados cabeza con pie, y <strong>la</strong> fuerza de <strong>la</strong> colisión les hizo voltear y caer haci<strong>en</strong>do molinetespor el agujero que conducía al País de <strong>la</strong>s Maravil<strong>la</strong>s. Mi<strong>en</strong>tras se abrían paso, surgieron de <strong>la</strong>b<strong>la</strong>ncura una sucesión de formas nebulosas, <strong>en</strong> metamorfosis incesante de dioses <strong>en</strong> toros,mujeres <strong>en</strong> arañas y hombres <strong>en</strong> lobos. Nubes-criaturas híbridas se precipitaban hacia ellos,flores gigantes con pechos humanos colgadas de tallos carnosos, gatos a<strong>la</strong>dos y c<strong>en</strong>tauros, yChamcha, <strong>en</strong> su aturdimi<strong>en</strong>to, t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> impresión de que también él había adquirido calidadnebulosa y metamórfica, híbrida, como si estuviera convirtiéndose <strong>en</strong> <strong>la</strong> persona cuya cabezaestaba inserta <strong>en</strong>tre sus piernas y cuyas piernas se <strong>en</strong><strong>la</strong>zaban alrededor de su <strong>la</strong>rgo y estiradocuello.Aquel<strong>la</strong> persona, empero, no t<strong>en</strong>ía tiempo para tales fantasías; es más, era incapaz de<strong>en</strong>tregarse al más nimio fantaseo. Y es que acababa de ver emerger del remolino de <strong>la</strong>s nubes <strong>la</strong>figura de una seductora mujer de cierta edad, con sari de brocado verde y oro, bril<strong>la</strong>nte <strong>en</strong> <strong>la</strong>nariz y moño alto bi<strong>en</strong> def<strong>en</strong>dido por <strong>la</strong> <strong>la</strong>ca de los embates del vi<strong>en</strong>to de <strong>la</strong>s alturas, queviajaba cómodam<strong>en</strong>te s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> alfombra vo<strong>la</strong>dora. «Rekha Merchant —saludó Gibreel—,¿acaso no has podido <strong>en</strong>contrar el camino del cielo?» ¡Impertin<strong>en</strong>tes pa<strong>la</strong>bras para ser dichas auna muerta! Pero, <strong>en</strong> descargo del osado, puede aducirse su condición traumatizada yvertiginosa... Chamcha, agarrado a sus piernas, profirió una interrogación de perplejidad:«¿Qué diablos?»«¿Tú no <strong>la</strong> ves? —gritó Gibreel—. ¿No ves su recond<strong>en</strong>ada alfombra de Bokhara?»No, no, Gibbo, susurró <strong>en</strong> sus oídos <strong>la</strong> voz de <strong>la</strong> mujer; no esperes que él confirme. Yosoy única y estrictam<strong>en</strong>te para tus ojos, excrem<strong>en</strong>to de cerdo, mi bi<strong>en</strong>. Con <strong>la</strong> muerte llega <strong>la</strong>sinceridad, amor, y ahora puedo l<strong>la</strong>marte por tu nombre.La nebulosa Rekha murmuraba agrias trivialidades, pero Gibreel gritó otra vez aChamcha: «Compa, ¿<strong>la</strong> ves o no <strong>la</strong> ves?»Sa<strong>la</strong>din Chamcha no veía, ni oía, ni decía nada. Gibreel se <strong>en</strong>caró con el<strong>la</strong> solo. «Nodebiste hacerlo —<strong>la</strong> repr<strong>en</strong>dió—. No, señora. Es un pecado. Una <strong>en</strong>ormidad.»Oh, y ahora me riñes, rió el<strong>la</strong>. Ahora tú eres el que se da aires de moralidad, qué risa. Túme dejaste, le recordó su voz al oído, como si le mordisqueara el lóbulo de <strong>la</strong> oreja. Fuiste tú,luna de mis delicias, el que se escondió <strong>en</strong> una nube. Y yo me quedé a oscuras, ciega, perdidapor amor.Él empezaba a t<strong>en</strong>er miedo. «¿Qué quieres? No; no me lo digas, sólo márchate.»Cuando estuviste <strong>en</strong>fermo, yo no podía ir a verte, por el escándalo; tú sabías que nopodía, que me mant<strong>en</strong>ía apartada por tu bi<strong>en</strong>, pero después me castigaste, lo utilizaste depretexto para marcharte, de nube para esconderte. Eso, y también a el<strong>la</strong>, <strong>la</strong> mujer de los hielos.Canal<strong>la</strong>. Ahora que estoy muerta he olvidado cómo se perdona. Yo te maldigo, mi Gibreel, quetu vida sea un infierno. Un infierno, porque ahí me mandaste, maldito seas, y de ahí viniste,demonio, y ahí vas, imbécil, que te aproveche <strong>la</strong> jodida zambullida. La maldición de Rekha y,después, unos versos <strong>en</strong> una l<strong>en</strong>gua que él no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día, secos y sibi<strong>la</strong>ntes, <strong>en</strong> los querepetidam<strong>en</strong>te creyó distinguir, o tal vez no, el nombre de Al-Lat.Gibreel se apretó contra Chamcha y salieron de <strong>la</strong>s nubes.La velocidad, <strong>la</strong> s<strong>en</strong>sación de velocidad volvió, silbando su nota escalofriante. El techode nubes voló hacia lo alto, el suelo de agua se acercó y ellos abrieron los ojos. Un grito, elmismo grito que aleteaba <strong>en</strong> su vi<strong>en</strong>tre cuando Gibreel nadaba por el cielo, escapó de <strong>la</strong>bios deChamcha; un rayo de sol ta<strong>la</strong>dró su boca abierta liberándolo. Pero Chamcha y Farishta, quehabían caído a través de <strong>la</strong>s transformaciones de <strong>la</strong>s nubes, también t<strong>en</strong>ían contorno vago ydifuso, y cuando <strong>la</strong> luz del sol dio <strong>en</strong> Chamcha, liberó algo más que un grito.«Vue<strong>la</strong> —gritó Chamcha a Gibreel—. Echa a vo<strong>la</strong>r, ya.» Y, sin saber <strong>la</strong> razón, agregó<strong>la</strong>da ord<strong>en</strong>: «Y canta.»¿Cómo llega al mundo lo nuevo? ¿Cómo nace?


¿De qué fusiones, transubstanciaciones y conjunciones se forma?¿Cómo sobrevive, si<strong>en</strong>do como es tan extremo y peligroso? ¿Qué compromisos, quépactos, qué traiciones a su íntima naturaleza ti<strong>en</strong>e que hacer para cont<strong>en</strong>er a <strong>la</strong> panda dedemoledores, al ángel exterminador, a <strong>la</strong> guillotina?¿Es siempre caída el nacimi<strong>en</strong>to?¿Ti<strong>en</strong><strong>en</strong> a<strong>la</strong>s los ángeles? ¿Vue<strong>la</strong>n los hombres?Cuando Mr. Sa<strong>la</strong>din Chamcha caía de <strong>la</strong>s nubes sobre el canal de <strong>la</strong> Mancha, s<strong>en</strong>tía elcorazón at<strong>en</strong>azado por una fuerza tan imp<strong>la</strong>cable que compr<strong>en</strong>dió que no podía morir. Después,cuando tuviera los pies firmem<strong>en</strong>te as<strong>en</strong>tados <strong>en</strong> tierra, empezaría a dudarlo y atribuiría loimp<strong>la</strong>usible de su tránsito al desbarajuste de sus s<strong>en</strong>tidos, provocado por <strong>la</strong> explosión,achacando su superviv<strong>en</strong>cia y <strong>la</strong> de Gibreel a un capricho de <strong>la</strong> fortuna. Pero <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>tono t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> m<strong>en</strong>or duda: lo que le había ayudado a salir del trance era el deseo de vivir, franco,irresistible y puro, y lo primero que hizo aquel deseo fue informarle de que no quería t<strong>en</strong>er nadaque ver con su patética personalidad, con aquel apaño semirreconstruido de mímica y voces,que se proponía des<strong>en</strong>t<strong>en</strong>derse de todo ello, y Sa<strong>la</strong>din descubrió que se r<strong>en</strong>día, sí, ade<strong>la</strong>nte,como si fuera un espectador de sí mismo <strong>en</strong> su propio cuerpo, porque aquello partía del c<strong>en</strong>trode su cuerpo y se ext<strong>en</strong>día hacia fuera, convirti<strong>en</strong>do su sangre <strong>en</strong> hierro y su carne <strong>en</strong> acero,aunque también lo s<strong>en</strong>tía como un puño que lo <strong>en</strong>volviera sost<strong>en</strong>iéndolo de una manera que eraa <strong>la</strong> vez intolerablem<strong>en</strong>te dura e insoportablem<strong>en</strong>te b<strong>la</strong>nda; hasta que se apoderó de él porcompleto y pudo hacerle mover los <strong>la</strong>bios, los dedos, todo lo que quisiera y, una vez estuvoseguro de su conquista, dimanó de su cuerpo y agarró a Gibreel Farishta por los testículos.«Vue<strong>la</strong> —ord<strong>en</strong>aba a Gibreel aquel<strong>la</strong> fuerza—. Canta.» Chamcha permaneció abrazadoa Gibreel mi<strong>en</strong>tras éste, al principio l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, y después con rapidez y fuerza creci<strong>en</strong>tes,batía los brazos. Más y más vigorosam<strong>en</strong>te braceaba y, al bracear, brotó de él un canto que,como el canto del espectro de Rekha Merchant, se cantaba <strong>en</strong> una l<strong>en</strong>gua desconocida para él,con una música nunca oída. Gibreel <strong>en</strong> ningún mom<strong>en</strong>to negó el mi<strong>la</strong>gro; a difer<strong>en</strong>cia deChamcha, que trataba de descartarlo por medio de <strong>la</strong> lógica, él nunca dejó de afirmar que elgazal era celestial y que, sin el canto, de nada le hubiera servido mover los brazos a modo dea<strong>la</strong>s y, sin el aleteo, era seguro que habrían golpeado <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s como pedruscos o cosa así,estal<strong>la</strong>ndo <strong>en</strong> mil pedazos al tomar contacto con el t<strong>en</strong>so tambor del mar. Mi<strong>en</strong>tras que ellos,por el contrario, empezaron a fr<strong>en</strong>ar. Cuanto más briosam<strong>en</strong>te aleteaba y cantaba, cantaba yaleteaba Gibreel, más se ac<strong>en</strong>tuaba <strong>la</strong> desaceleración, hasta que, al fin, p<strong>la</strong>neaban sobre el canalcomo papelillos mecidos por <strong>la</strong> brisa.Fueron los únicos supervivi<strong>en</strong>tes de <strong>la</strong> catástrofe, los únicos pasajeros caídos del Bostanque conservaron <strong>la</strong> vida. Fueron depositados por <strong>la</strong> marea <strong>en</strong> una p<strong>la</strong>ya. Cuando los<strong>en</strong>contraron, el más expansivo de los dos, el de <strong>la</strong> camisa púrpura, deliraba fr<strong>en</strong>éticam<strong>en</strong>te,jurando que habían caminado sobre el agua, que <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s los habían acompañado suavem<strong>en</strong>tehasta <strong>la</strong> oril<strong>la</strong>; mi<strong>en</strong>tras que el otro, que llevaba un empapado bombín pegado a <strong>la</strong> cabeza comopor arte de magia, lo negaba. «Por Dios que tuvimos suerte —decía—. Toda <strong>la</strong> suerte delmundo.»Yo conozco <strong>la</strong> verdad, naturalm<strong>en</strong>te. Lo vi todo. Por lo que respecta a omnipres<strong>en</strong>cia yomnipot<strong>en</strong>cia no t<strong>en</strong>go pret<strong>en</strong>siones, por el mom<strong>en</strong>to, pero una cosa sí puedo afirmar, espero:Chamcha lo deseó y Farishta cumplió el deseo.¿Quién obró el mi<strong>la</strong>gro?¿De qué naturaleza —angélica o satánica— era <strong>la</strong> canción de Farishta?¿Quién soy yo?Digamos: ¿quién sabe los mejores cantos?


Éstas fueron <strong>la</strong>s primeras pa<strong>la</strong>bras que Gibreel Farishta pronunció al despertar <strong>en</strong> <strong>la</strong>nevada p<strong>la</strong>ya inglesa, con una sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te estrel<strong>la</strong> de mar junto a <strong>la</strong> oreja: «Hemos vuelto anacer, compa, tú y yo. Feliz cumpleaños, paisano, feliz cumpleaños.»Y Sa<strong>la</strong>din Chamcha tosió, escupió, abrió los ojos y, como es propio de un recién nacido,se echó a llorar tontam<strong>en</strong>te.2


La re<strong>en</strong>carnación siempre fue tema de gran importancia para Gibreel, durante quinceaños <strong>la</strong> mayor estrel<strong>la</strong> del cine indio, antes ya de que v<strong>en</strong>ciera «mi<strong>la</strong>grosam<strong>en</strong>te» al VirusFantasma que, según empezaba a creer <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te, parecía que iba a cance<strong>la</strong>r todos sus contratos.Por lo tanto, quizás algui<strong>en</strong> hubiera podido prever, pero nadie previó, que, cuando serestableciera, podría, por así decirlo, triunfar <strong>en</strong> lo que habían fracasado los gérm<strong>en</strong>es, yabandonar para siempre su vieja vida, a m<strong>en</strong>os de una semana de cumplir los cuar<strong>en</strong>ta,esfumándose <strong>en</strong> el aire, ¡puf!, como por <strong>en</strong>salmo.Los primeros <strong>en</strong> notar su aus<strong>en</strong>cia fueron los cuatro compon<strong>en</strong>tes del servicio de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>de ruedas de los estudios. Mucho antes de su <strong>en</strong>fermedad, Gibreel había adquirido <strong>la</strong> costumbrede hacerse transportar de p<strong>la</strong>tó <strong>en</strong> p<strong>la</strong>tó de los grandes estudios D. W. Rama por este grupo deatletas veloces y fieles, porque un hombre que rueda hasta once pelícu<strong>la</strong>s a <strong>la</strong> vez necesitaahorrar <strong>en</strong>ergías. Guiándose por un complicado código de rayas, círculos y puntos que Gibree<strong>la</strong>pr<strong>en</strong>diera <strong>en</strong> su niñez de los leg<strong>en</strong>darios repartidores de almuerzos de Bombay (de los queluego hab<strong>la</strong>remos más ext<strong>en</strong>sam<strong>en</strong>te), los mozos de sil<strong>la</strong> lo transportaban raudos de papel <strong>en</strong>papel, depositándolo con <strong>la</strong> misma seguridad y puntualidad con <strong>la</strong>s que otrora su padre<strong>en</strong>tregara los almuerzos. Y, después de cada sesión, Gibreel volvía a <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que, amarchas forzadas, era conducido al p<strong>la</strong>tó sigui<strong>en</strong>te, donde lo vestían y maquil<strong>la</strong>ban y le<strong>en</strong>tregaban los diálogos. En cierta ocasión, él dijo a su equipo de leales: «La carrera de un actorde cine <strong>en</strong> Bombay se parece a una gymkhana <strong>en</strong> sil<strong>la</strong> de ruedas.»Después de <strong>la</strong> <strong>en</strong>fermedad, del Germ<strong>en</strong> Fantasma, del Mal Misterioso, del Virus,Gibreel volvió al trabajo, pero con m<strong>en</strong>os agobio, haci<strong>en</strong>do sólo siete pelícu<strong>la</strong>s a <strong>la</strong> vez... hastaque, ¡zas!, desapareció. La sil<strong>la</strong> de ruedas quedó vacía <strong>en</strong> los mudos p<strong>la</strong>tós; <strong>la</strong> aus<strong>en</strong>cia de<strong>la</strong>ctor dejó al descubierto <strong>la</strong> artificiosidad barata de los decorados. Los mozos de sil<strong>la</strong>, losacuatro a <strong>la</strong> una, no sabían qué excusas dar cuando los directivos, <strong>en</strong>furecidos, cayeron sobreellos: Oh, sí, debe de estar? <strong>en</strong>fermo, siempre tuvo fama de puntual, ¿no?, ¿por qué criticar,maharaj?, a los grandes artistas hay que cons<strong>en</strong>tirles un poco de temperam<strong>en</strong>to de vez <strong>en</strong>cuando, vaya, y, por sus protestas, ellos fueron <strong>la</strong>s primeras víctimas del mutis inexplicado deFarishta, si<strong>en</strong>do <strong>la</strong>nzados, cuatro, tres, dos, uno, ekdumjaldi, por <strong>la</strong>s puertas de los estudios, y <strong>la</strong>sil<strong>la</strong> de ruedas quedó abandonada y polvori<strong>en</strong>ta bajo los cocoteros pintados <strong>en</strong> torno a unap<strong>la</strong>ya de serrín.¿Dónde estaba Gibreel? Los productores, dejados <strong>en</strong> siete estacadas, fueron presa depánico por onerosa desaparición. Vean ahí, <strong>en</strong> el golf del Willingdon Club —sólo nueve hoyosquedan, porque, de los otros nueve, han brotado rascacielos como hierbajos gigantes o,digamos, como lápidas funerarias que marcan los lugares <strong>en</strong> los que yace el cadáverdespedazado de <strong>la</strong> ciudad vieja—, ahí, mismam<strong>en</strong>te ahí, altos directivos fal<strong>la</strong>n los putts másfáciles; y, si levantan <strong>la</strong> mirada, verán evolucionar <strong>en</strong> el aire mechones de cabello arrancado deprincipales cabezas angustiadas y arrojado desde <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tanas de los últimos pisos. La agitaciónde los productores era compr<strong>en</strong>sible, porque, <strong>en</strong> aquellos tiempos de deserción de espectadorescinematográficos, nacimi<strong>en</strong>to de los folletones históricos y reivindicación del televisor por <strong>la</strong>samas de casa, no quedaba más que un hombre que, colocado <strong>en</strong>cima del título de una pelícu<strong>la</strong>,ofreciera garantía total de Superéxito y S<strong>en</strong>sación, y ahora el dueño del nombre había partido,no se sabía si hacia arriba, hacia abajo o hacia un <strong>la</strong>do, pero lo cierto era que se habíaesfumado...Por toda <strong>la</strong> ciudad, después de que los teléfonos, los motoristas, los guardias, loshombres-rana y <strong>la</strong>s dragas del puerto hubieran trabajado infructuosam<strong>en</strong>te, empezaron apronunciarse epitafios por <strong>la</strong> estrel<strong>la</strong> apagada. En uno de los siete impot<strong>en</strong>tes p<strong>la</strong>tós de losestudios Rama, Miss Pimple Billimoria, el último explosivo descubrimi<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> industria —no una tierna y pálida azuc<strong>en</strong>a, sino un despampanante barril de dinamita—, ataviada congasas de danzarina sagrada y colocada bajo sinuosas reproducciones <strong>en</strong> cartón de <strong>la</strong>s figurastántricas del período Chande<strong>la</strong> sorpr<strong>en</strong>didas <strong>en</strong> el acto de <strong>la</strong> cópu<strong>la</strong> —al t<strong>en</strong>er noticia de que su


esc<strong>en</strong>a cumbre no se rodaría y su gran oportunidad estaba malograda—, hizo el número deldesdén ante un público de técnicos de sonido y electricistas que sost<strong>en</strong>ían beedis <strong>en</strong>tre cínicos<strong>la</strong>bios. Pimple, acompañada por un ayah muda de dolor, toda codos, trataba de simu<strong>la</strong>r alivio.«¡Caray, qué suerte! —exc<strong>la</strong>mó—. Hoy t<strong>en</strong>íamos <strong>la</strong> esc<strong>en</strong>a de amor, chhi, chhi, y yo estabadesesperada p<strong>en</strong>sando <strong>en</strong> cómo acercarme a ese bocazas que huele a guano de cucarachaputrefacta. —Dio una patada <strong>en</strong> el suelo, haci<strong>en</strong>do sonar los cascabeles del tobillo—. Suerte hat<strong>en</strong>ido de que <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s no hue<strong>la</strong>n, o no hubiera <strong>en</strong>contrado papel ni de leproso.» Aquí elsoliloquio de Pimple subió de tono, trocándose <strong>en</strong> un torr<strong>en</strong>te de obsc<strong>en</strong>idades de un calibre talque los fumadores de beedis se irguieron <strong>en</strong> sus asi<strong>en</strong>tos por primera vez y empezaron acomparar animadam<strong>en</strong>te el vocabu<strong>la</strong>rio de Pimple con el de Phoo<strong>la</strong>n Davi, <strong>la</strong> famosa reina debandidos, cuyos juram<strong>en</strong>tos fundían los cañones de los fusiles y convertían <strong>en</strong> goma los lápicesde los periodistas.Mutis de Pimple, llorosa, c<strong>en</strong>surada, una tira de celuloide <strong>en</strong> el suelo de una sa<strong>la</strong> demontaje. Mi<strong>en</strong>tras se alejaba, de su ombligo iban cay<strong>en</strong>do ágatas que reflejaban sus lágrimas...,aunque <strong>en</strong> lo de <strong>la</strong> halitosis de Farishta algo de razón t<strong>en</strong>ía; incluso quizá se quedara corta. Lasexha<strong>la</strong>ciones de Gibreel, nubes ocre de sulfuro y azufre, siempre le dieron —conjuntam<strong>en</strong>tecon el pico que <strong>la</strong> línea del nacimi<strong>en</strong>to del pelo le trazaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te y su mel<strong>en</strong>a negra comoa<strong>la</strong> de cuervo—, le dieron, decía, un aire más saturnino que celestial, a pesar de <strong>la</strong>s arcangélicasresonancias de su nombre. A raíz de su desaparición, se dijo que no t<strong>en</strong>ía que ser difícil<strong>en</strong>contrarlo, que lo único que se necesitaba era una nariz medianam<strong>en</strong>te s<strong>en</strong>sible... y, unasemana después de su desaparición, un mutis más trágico que el de Pimple Billimoria acrec<strong>en</strong>tóel tufo diabólico que empezaba a adherirse al nombre que tan dulces fragancias evocara antaño.Digamos que se había salido de <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> y <strong>en</strong>trado <strong>en</strong> el mundo, y <strong>en</strong> <strong>la</strong> vida real, a difer<strong>en</strong>ciadel cine, <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te nota si hueles.Somos criaturas del aire, / con raíces <strong>en</strong> los sueños / y <strong>la</strong>s nubes r<strong>en</strong>acidas / <strong>en</strong> el vuelo.Adiós. La <strong>en</strong>igmática nota descubierta por <strong>la</strong> policía <strong>en</strong> el ático de Gibreel Farishta, situado <strong>en</strong><strong>la</strong> cúspide del rascacielos Everest Vi<strong>la</strong>s de Ma<strong>la</strong>bar Hill, el hogar más alto del edificio más altode <strong>la</strong> parte más alta de <strong>la</strong> ciudad, uno de esos apartam<strong>en</strong>tos con vistas dobles, desde los que, poreste <strong>la</strong>do, dominas el col<strong>la</strong>r nocturno de Marina Drive y, por el otro, el cabo de Scandal Point yel mar, dio mucho juego <strong>en</strong> los titu<strong>la</strong>res, FARISHTA SE ZAMBULLE BAJO TIERRA,pregonaba Blitz, tétrico, mi<strong>en</strong>tras que «Abeja Laboriosa», de The Daily, optaba por GIBREELLEVANTA EL VUELO DESDE su PALOMAR. Se publicaban muchas fotografías de <strong>la</strong>fabulosa resid<strong>en</strong>cia, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que decoradores franceses, provistos de cartas de recom<strong>en</strong>dación deReza Pahlevi por el trabajo realizado <strong>en</strong> Persépolis, gastaron un millón de dó<strong>la</strong>res <strong>en</strong>reproducir, a tan considerable altitud, el interior de una ti<strong>en</strong>da de beduino. Otra ilusióndeshecha por su aus<strong>en</strong>cia: GIBREEL LEVANTA EL CAMPAMENTO, vociferaban lostitu<strong>la</strong>res; pero ¿había ido hacia arriba, hacia abajo o hacia un <strong>la</strong>do? Nadie lo sabía. En aquel<strong>la</strong>metrópoli de l<strong>en</strong>guas y cuchicheos, ni los oídos más finos oían algo fidedigno. Pero Mrs. RekhaMerchant, que leía todos los periódicos, escuchaba todas <strong>la</strong>s noticias de <strong>la</strong> radio y no sedespegaba del televisor, <strong>en</strong>tresacó algo del m<strong>en</strong>saje de Farishta, percibió una nota que habíaescapado a todos y subió con sus dos hijas y su hijo a pasear por <strong>la</strong> azotea del edificio <strong>en</strong> quevivían. Se l<strong>la</strong>maba Everest Vi<strong>la</strong>s.Una vecina; <strong>en</strong> realidad, <strong>la</strong> vecina del piso de abajo. Vecina y amiga. ¿Para qué decirmás? Por supuesto que <strong>la</strong>s maliciosas revistas de escándalo de <strong>la</strong> ciudad ll<strong>en</strong>aron columnas coninsinuaciones y frases de doble s<strong>en</strong>tido, pero ello no nos autoriza a ponernos a su nivel. ¿Porqué manchar su reputación ahora?¿Quién era el<strong>la</strong>? Era una mujer rica, desde luego, porque Everest Vi<strong>la</strong>s no esprecisam<strong>en</strong>te un inmueble de vivi<strong>en</strong>das de tipo social, ¿eh? Casada, sí, señor, trece años, con unhombre importante <strong>en</strong> el sector de los cojinetes de bo<strong>la</strong>s. Indep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te; sus ti<strong>en</strong>das dealfombras y antigüedades iban vi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> popa <strong>en</strong> el mejor punto de <strong>la</strong> zona de Co<strong>la</strong>ba. El<strong>la</strong>


l<strong>la</strong>maba a sus alfombras klims o kliins, y a los objetos antiguos, antijuedades. Sí, y era hermosa,con <strong>la</strong> belleza dura y reluci<strong>en</strong>te de los etéreos habitantes de <strong>la</strong>s casas altas de <strong>la</strong> ciudad, conunos huesos, un cutis y una manera de moverse que atestiguaban su <strong>la</strong>rgo divorcio de <strong>la</strong> tierraempobrecida, pesada y pulu<strong>la</strong>nte. Todos conv<strong>en</strong>ían <strong>en</strong> que poseía una gran personalidad, bebíacomo una esponja <strong>en</strong> copas de cristal de Lalique, colgaba el sombrero desvergonzadam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>una Cho<strong>la</strong> Natraj y sabía lo que quería y cómo conseguirlo pronto. El marido era una rata condinero y bu<strong>en</strong>a muñeca para el squash. Rekha Merchant leyó el adiós de Gibreel Farishta <strong>en</strong> losperiódicos, escribió una carta a su vez, l<strong>la</strong>mó a sus hijos, tomó el asc<strong>en</strong>sor y subió (un piso) al<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro del destino que había elegido.«Hace muchos años —decía <strong>en</strong> su carta—, me casé por cobardía. Ahora, por fin, obrocon val<strong>en</strong>tía.» Dejó <strong>en</strong>cima de <strong>la</strong> cama un periódico <strong>en</strong> el que había <strong>en</strong>marcado y subrayado<strong>en</strong>érgicam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> rojo —con tres fuertes líneas, una de <strong>la</strong>s cuales había roto el papel— elm<strong>en</strong>saje de Gibreel. La pr<strong>en</strong>sa del chismorreo, naturalm<strong>en</strong>te, echó el resto con EL SALTO DELA HERMOSA DESCONSOLADA y BELDAD AFLIGIDA SE LANZA AL VACÍO. Ahorabi<strong>en</strong>:Acaso también el<strong>la</strong> tuviera <strong>la</strong> comezón de <strong>la</strong> re<strong>en</strong>carnación y, por otra parte, Gibreel, sincompr<strong>en</strong>der el poder terrible de <strong>la</strong> metáfora, recom<strong>en</strong>daba el vuelo. Para volver a nacer, antesti<strong>en</strong>es que... y el<strong>la</strong> era criatura del cielo, bebía champán <strong>en</strong> Lalique, vivía <strong>en</strong> Everest, y uno desus compañeros de Olimpo había vo<strong>la</strong>do. Si él pudo vo<strong>la</strong>r, también el<strong>la</strong> podría t<strong>en</strong>er a<strong>la</strong>s yechar raíces <strong>en</strong> los sueños.El<strong>la</strong> no lo consiguió. El <strong>la</strong><strong>la</strong> que estaba empleado de portero del complejo de EverestVi<strong>la</strong>s ofreció al mundo su rudo testimonio. «Yo andaba por aquí, por aquí, sin salir delcomplejo, cuando oigo un golpe, eras. Me vuelvo. Era el cuerpo de <strong>la</strong> hija mayor. T<strong>en</strong>ía elcráneo ap<strong>la</strong>stado. Miro arriba y veo caer al chico y, después, a <strong>la</strong> niña. Cómo les diría..., casime ca<strong>en</strong> <strong>en</strong>cima. Yo me tapé <strong>la</strong> boca con <strong>la</strong> mano y me acerqué. La niña gemía un poco. Luegomiro para arriba por cuarta vez y <strong>en</strong>tonces veo v<strong>en</strong>ir a <strong>la</strong> Begum. El sari flotaba como un globo.T<strong>en</strong>ía el pelo suelto. Yo aparté <strong>la</strong> mirada, porque el<strong>la</strong> bajaba y no es correcto mirar debajo de <strong>la</strong>ropa.»Rekha y sus hijos cayeron del Everest; no hubo supervivi<strong>en</strong>tes. Las hab<strong>la</strong>duríasculparon a Gibreel. Dejémoslo así por el mom<strong>en</strong>to.Oh, que no se olvide, él <strong>la</strong> vio después de muerta. La vio varias veces. Fue mucho antesde que <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te compr<strong>en</strong>diera lo muy <strong>en</strong>fermo que estaba el gran hombre. Gibreel, <strong>la</strong> estrel<strong>la</strong>.Gibreel, el que v<strong>en</strong>ció a <strong>la</strong> Enfermedad sin Nombre. Gibreel, el que temía al sueño.Después de su partida, sus ubicuas efigies empezaron a deteriorarse. En los gigantescosy vistosos carteles desde los que él contemp<strong>la</strong>ba al vulgo, sus lánguidos párpados sedesm<strong>en</strong>uzaban y despr<strong>en</strong>dían, <strong>en</strong>tornándose más y más, hasta hacer que sus iris parecieran unaslunas geme<strong>la</strong>s cortadas por <strong>la</strong>s nubes o por el fino cuchillo de sus <strong>la</strong>rgas pestañas. Por fin, lospárpados desaparecieron del todo y sus ojos pintados adquirieron una mirada atónita yprotuberante. En <strong>la</strong>s fachadas de los cines de Bombay, <strong>la</strong>s colosales figuras de Gibreel <strong>en</strong>cartón piedra se desintegraban y desmoronaban, colgaban fláccidas del armazón, perdíanbrazos, se desteñían y dob<strong>la</strong>ban el cuello. En <strong>la</strong>s portadas de <strong>la</strong>s revistas, su rostro adquirió unapalidez de muerte, una mirada abúlica, una vacuidad, hasta que al fin, s<strong>en</strong>cil<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te, se borró, y<strong>la</strong>s reluci<strong>en</strong>tes portadas de Celebrity, Society e Illustrated Weekly quedaron <strong>en</strong> b<strong>la</strong>nco <strong>en</strong> losquioscos, y los editores echaron a <strong>la</strong> calle a los impresores y culparon a <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> calidad de <strong>la</strong>tinta. En <strong>la</strong> misma pantal<strong>la</strong>, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s sa<strong>la</strong>s oscuras ll<strong>en</strong>as de fieles, su fisonomía, supuestam<strong>en</strong>teinmortal, empezó a pudrirse, a l<strong>la</strong>garse y difuminarse; los proyectores se <strong>en</strong>cal<strong>la</strong>baninexplicablem<strong>en</strong>te cuando pasaba él, <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s se pararon y el calor de <strong>la</strong>s lámparas quemósu memoria de celuloide: una estrel<strong>la</strong> convertida <strong>en</strong> supernova por el fuego de sus <strong>la</strong>bios, como


es de ley.Fue <strong>la</strong> muerte de Dios. O algo parecido; porque ¿acaso aquel rostro gigante, susp<strong>en</strong>didosobre sus devotos <strong>en</strong> <strong>la</strong> noche artificial del cinematógrafo, no bril<strong>la</strong>ba como el de un Entesobr<strong>en</strong>atural que tuviera su morada, por lo m<strong>en</strong>os, a medio camino <strong>en</strong>tre lo mortal y lo divino?A más de medio camino, dirían muchos, porque Gibreel había dedicado <strong>la</strong> mayor parte de suexcepcional carrera a <strong>en</strong>carnar, con toda propiedad y convicción, <strong>la</strong> infinidad de divinidades delsubcontin<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> el popu<strong>la</strong>r género de <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>madas «pelícu<strong>la</strong>s teológicas». Y es que él poseíael mágico don de trasponer <strong>la</strong>s barreras de <strong>la</strong> religión sin irrever<strong>en</strong>cia. Con <strong>la</strong> tez azul deKrishna, bai<strong>la</strong>ba, f<strong>la</strong>uta <strong>en</strong> mano, <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s bel<strong>la</strong>s gopis y sus vacas de pesadas ubres; con <strong>la</strong>spalmas de <strong>la</strong>s manos vueltas hacia arriba, meditaba, ser<strong>en</strong>o (<strong>en</strong> el papel de Gautama Buda),sobre los sufrimi<strong>en</strong>tos de <strong>la</strong> Humanidad, al pie de un <strong>en</strong>deble árbol hodhi fabricado <strong>en</strong> losestudios. En <strong>la</strong>s raras ocasiones <strong>en</strong> que desc<strong>en</strong>día de los cielos, nunca bajaba demasiado,limitándose a interpretar, por ejemplo, los papeles del Gran Mogol y de su astuto ministro <strong>en</strong> elclásico Akbar y Birbal. Durante más de década y media, para ci<strong>en</strong>tos de millones de fieles, <strong>en</strong>un país <strong>en</strong> el que, aún hoy, <strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción humana supera <strong>la</strong> divina <strong>en</strong> m<strong>en</strong>os de tres a uno,Gibreel repres<strong>en</strong>tó <strong>la</strong> más aceptable y reconocible faz del Ser Supremo. Para muchos de susincondicionales, hacía tiempo que se había borrado <strong>la</strong> línea divisoria <strong>en</strong>tre el actor y suspersonajes.Los incondicionales, sí, ¿y...? ¿Y Gibreel?Aquel<strong>la</strong> cara. En <strong>la</strong> vida real, reducida a tamaño natural, colocada <strong>en</strong>tre simplesmortales, no t<strong>en</strong>ía nada de este<strong>la</strong>r. Aquellos pesados párpados le daban, incluso, un aire deagotami<strong>en</strong>to. La nariz t<strong>en</strong>ía cierta rudeza; los <strong>la</strong>bios eran excesivam<strong>en</strong>te carnosos para resultar<strong>en</strong>érgicos, y <strong>la</strong>s orejas, de lóbulos a<strong>la</strong>rgados, recordaban el fruto del arlocarpo. Una cara de lomás profano y s<strong>en</strong>sual. Y una cara <strong>en</strong> <strong>la</strong> que, últimam<strong>en</strong>te, se advertían <strong>la</strong>s líneas marcadas porsu reci<strong>en</strong>te y casi fatal <strong>en</strong>fermedad. Pero, a pesar de su aire terr<strong>en</strong>al y su decad<strong>en</strong>cia, seguíasi<strong>en</strong>do una cara íntimam<strong>en</strong>te asociada a <strong>la</strong> santidad, a <strong>la</strong> perfección, a <strong>la</strong> gracia: materia deDios. Hay gustos para todo, desde luego. De todos modos, conv<strong>en</strong>drán <strong>en</strong> que no es tansorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te, a fin de cu<strong>en</strong>tas, que semejante actor (cualquier actor, tal vez, incluso, Chamcha,pero, sobre todo, él), no es tan sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te, decía, que si<strong>en</strong>ta cierta preocupación por losavatares, como el multimetamórfico Vishnu. La re<strong>en</strong>carnación, otra bu<strong>en</strong>a cosa.Oh, sí, ya salió otra vez... pero no siempre. También hay re<strong>en</strong>carnaciones profanas.Gibreel Farishta recibió al nacer el nombre de Ismail Najmuddin. Era natural de Poona, <strong>la</strong>Poona británica, y vino al mundo <strong>en</strong> los estertores del Imperio, mucho antes de que aquel<strong>la</strong>pob<strong>la</strong>ción se l<strong>la</strong>mara Pune de Rajneesh, etcétera. (Pune, Vadodara, Mumbai: hoy hasta <strong>la</strong>sciudades pued<strong>en</strong> adoptar nombres artísticos.) Se l<strong>la</strong>maba Ismail por el niño involucrado <strong>en</strong> elsacrificio de Ibrahim, y Najmuddin significa estrel<strong>la</strong> de <strong>la</strong> fe, o sea que también era todo unnombre el que dejó para tomar el del ángel.Después, cuando el avión Bostan estaba <strong>en</strong> poder de los secuestradores, y los pasajeros,temerosos por su futuro, regresaban al pasado, Gibreel confió a Sa<strong>la</strong>din Chamcha que, al elegirseudónimo, quiso r<strong>en</strong>dir hom<strong>en</strong>aje a <strong>la</strong> memoria de su madre, «mi mummyji, compa, mi queridamamo, porque quién, sino el<strong>la</strong>, empezó con lo del ángel, su ángel particu<strong>la</strong>r, y me l<strong>la</strong>mabafarishta porque, al parecer, yo era un <strong>en</strong>canto de criatura, más bu<strong>en</strong>o que el recond<strong>en</strong>ado oro».Poona no tuvo el privilegio de albergarlo durante mucho tiempo; si<strong>en</strong>do aún muy niño,lo llevaron a <strong>la</strong> ciudad-perra <strong>en</strong> su primera emigración. Su padre consiguió un empleo <strong>en</strong> <strong>la</strong>flota, modalidad de a pie, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que se inspirarían los futuros cuartetos de mozos de sil<strong>la</strong> deruedas: me refiero a los repartidores de almuerzos o dabbawal<strong>la</strong>s de Bombay. Y, a los treceaños, Ismail, el farishta, siguió los pasos de su padre.Gibreel, rehén a bordo del AI-420, se sumía <strong>en</strong> disculpable éxtasis al explicar a


Chamcha, con ojos bril<strong>la</strong>ntes, los misterios del código de los repartidores: svástica negra,círculo rojo, raya amaril<strong>la</strong>, punto..., repasando con los ojos de <strong>la</strong> m<strong>en</strong>te todo el itinerario, de <strong>la</strong>casa hasta <strong>la</strong> mesa de <strong>la</strong> oficina, un sistema curioso gracias al cual dos mil dabbawal<strong>la</strong>s<strong>en</strong>tregaban más de ci<strong>en</strong> mil almuerzos al día y, <strong>en</strong> el peor de os casos, compa, se extraviabanquince. La mayoría no sabíamos leer, y los signos eran nuestro l<strong>en</strong>guaje secreto.El Bostan vo<strong>la</strong>ba <strong>en</strong> círculo sobre Londres, los terroristas paseaban por los pasillos y <strong>la</strong>sluces de <strong>la</strong> cabina del pasaje estaban apagadas, pero <strong>la</strong> <strong>en</strong>ergía de Gibreel iluminaba <strong>la</strong>oscuridad. Sobre <strong>la</strong> mugri<strong>en</strong>ta pantal<strong>la</strong> de a bordo, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que Walter Matthau, inevitablecompañero de todos los vuelos, había exhibido su andar lúgubre y desgarbado antes de ceder elpaso a Goldie Hawn, otra habitual de <strong>la</strong>s líneas aéreas, se movían ahora <strong>la</strong>s sombrasproyectadas por <strong>la</strong> nostalgia de los reh<strong>en</strong>es, y <strong>la</strong> más nítida de todas era <strong>la</strong> del espigadoadolesc<strong>en</strong>te Ismail Najmuddin, el ángel de su mamá, con su gorra Gandhi, portando almuerzospor <strong>la</strong> ciudad. El jov<strong>en</strong> dabbawal<strong>la</strong> se deslizaba ágilm<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre <strong>la</strong> multitud de sombras porqueestaba acostumbrado a estas situaciones, figúrate, compa, treinta o cuar<strong>en</strong>ta almuerzos <strong>en</strong> <strong>la</strong>cabeza, <strong>en</strong> una bandeja <strong>la</strong>rga, y cuando para el tr<strong>en</strong> de cercanías ti<strong>en</strong>es ap<strong>en</strong>as un minuto parasubir o bajar, y luego, a correr por <strong>la</strong> calle, por el arroyo, ¡ha<strong>la</strong>!, con los camiones, losautobuses, <strong>la</strong>s motos, <strong>la</strong>s bicicletas y demás, uno-dos, uno-dos, el almuerzo, el almuerzo, losdabbas no paran y, <strong>en</strong> el monzón, corri<strong>en</strong>do a lo <strong>la</strong>rgo de <strong>la</strong> vía cuando el tr<strong>en</strong> se averiaba, ocon el agua por <strong>la</strong> cintura <strong>en</strong> una calle inundada, y luego <strong>la</strong>s pandil<strong>la</strong>s, chico, de verdad, bandasorganizadas de <strong>la</strong>drones de dabbas, porque aquél<strong>la</strong> es una ciudad hambri<strong>en</strong>ta, tú, para qué tevoy a contar, pero nosotros nos def<strong>en</strong>díamos, estábamos <strong>en</strong> todas partes, sabíamos mucho,hasta qué <strong>la</strong>drones t<strong>en</strong>ían que escapar de nuestros ojos y oídos; nosotros no íbamos a <strong>la</strong> policía,nos bastábamos para def<strong>en</strong>dernos.Por <strong>la</strong> noche, padre e hijo volvían exhaustos a <strong>la</strong> chabo<strong>la</strong> que t<strong>en</strong>ían <strong>en</strong> Santacruz, al<strong>la</strong>do del aeropuerto, y cuando <strong>la</strong> madre de Ismail lo veía llegar, iluminado por el verde, rojo yamarillo de los reactores que despegaban, solía decir que sólo verle hacía que todos sus sueñosse convirtieran <strong>en</strong> realidad, lo cual era <strong>la</strong> primera indicación de que Gibreel t<strong>en</strong>ía algo especial,ya que, al parecer, desde muy jov<strong>en</strong> podía satisfacer los más íntimos deseos de <strong>la</strong>s personas sinsaber cómo. A su padre, Najmuddin s<strong>en</strong>ior, no parecía importarle que su esposa sólo tuvieraojos para el hijo, ni que los pies del chico recibieran masaje todas <strong>la</strong>s noches mi<strong>en</strong>tras los delpadre se quedaban sin él. Un hijo es una b<strong>en</strong>dición, y una b<strong>en</strong>dición exige <strong>la</strong> gratitud de losb<strong>en</strong>ditos.Naima Najmuddin murió. La atropelló un autobús y se acabó. Gibreel no estaba allí paraescuchar su plegaria pidi<strong>en</strong>do vida. Ni padre ni hijo hab<strong>la</strong>ron de dolor. En sil<strong>en</strong>cio, como sifuera lo normal y obligado, sepultaron su p<strong>en</strong>a <strong>en</strong> el trabajo extra, empeñándose <strong>en</strong> mudacompetición a ver quién conseguía portar más dabbas <strong>en</strong> <strong>la</strong> cabeza, quién adquiría máscontratos al cabo del mes, quién corría más, como si más esfuerzo demostrara más amor.Cuando, por <strong>la</strong> noche, Ismail Najmuddin veía <strong>la</strong>s hinchadas v<strong>en</strong>as del cuello y de <strong>la</strong>s si<strong>en</strong>es desu padre, compr<strong>en</strong>día que el viejo había t<strong>en</strong>ido celos de él y que ahora quería derrotarlo <strong>en</strong> <strong>la</strong>competición para recobrar <strong>la</strong> usurpada primacía <strong>en</strong> el amor de <strong>la</strong> esposa muerta. Alcompr<strong>en</strong>derlo, el jov<strong>en</strong> aminoró el esfuerzo, pero el padre no cejó y, al poco tiempo, asc<strong>en</strong>díade simple repartidor a muqaddam supervisor. Cuando Gibreel cumplió diecinueve años,Najmuddin padre ingresó <strong>en</strong> el gremio de repartidores de almuerzos, <strong>la</strong> Bombay Tiffin CarriersAssociation, y, cuando Gibreel cumplió los veinte, su padre había muerto; lo paró un co<strong>la</strong>psoque casi lo hizo estal<strong>la</strong>r. «Se mató a correr —dijo babasaheb Mhatre <strong>en</strong> persona, secretariog<strong>en</strong>eral del gremio—. Al infeliz se le acabó el ali<strong>en</strong>to.» Pero el huérfano sabía que no era así.Él compr<strong>en</strong>día que, por fin, su padre había corrido con el ímpetu sufici<strong>en</strong>te para cruzar <strong>la</strong>frontera <strong>en</strong>tre los mundos, dejando atrás <strong>la</strong> propia piel, y llegado a los brazos de su esposa, a <strong>la</strong>que había demostrado, de una vez para siempre, <strong>la</strong> superioridad de su amor. Hay emigrantesque se alegran de partir.


Babasaheb Mhatre t<strong>en</strong>ía un despacho azul detrás de una puerta verde, <strong>en</strong>cima de un<strong>la</strong>beríntico bazar. Era una figura impon<strong>en</strong>te, orondo como un buda, una de <strong>la</strong>s grandes fuerzasmotrices de <strong>la</strong> metrópoli que poseía el don oculto de poder permanecer absolutam<strong>en</strong>te estático,sin salir de su despacho, y, al mismo tiempo, estar <strong>en</strong> todos los lugares importantes yre<strong>la</strong>cionarse con todos los personajes preemin<strong>en</strong>tes de Bombay. Un día después de que el padredel jov<strong>en</strong> Ismail cruzara <strong>la</strong> frontera para reunirse con Naima, el babasaheb l<strong>la</strong>mó al jov<strong>en</strong> a supres<strong>en</strong>cia. «¿Qué? ¿Muy triste?» La respuesta, con <strong>la</strong> mirada baja: Ji, gracias, babaji, estoybi<strong>en</strong>. «Cierra <strong>la</strong> boca —dijo babasaheb Mhatre—. A partir de hoy, vivirás conmigo.» Peropero,babaji... «Nada de peros. Ya he informado a mi bu<strong>en</strong>a esposa. Está decidido.» Perdón, babaji,pero ¿cómo que por qué?» «Está decidido.»A Gibreel Farishta nunca se le explicó por qué el babasaheb había decidido apiadarsede él y sacarlo del mundo sin futuro de <strong>la</strong>s calles, pero al cabo de algún tiempo empezó asospecharlo. Mrs. Mhatre era una mujer muy delgada —si el babasaheb era cuadrado y macizocomo una goma de borrar, el<strong>la</strong> parecía el lápiz—, pero hubiera t<strong>en</strong>ido que estar gorda como unapatata para cont<strong>en</strong>er todo el amor maternal que llevaba d<strong>en</strong>tro. En cuanto el baba llegaba acasa, el<strong>la</strong> le ponía dulces <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca y, por <strong>la</strong>s noches, Ismail oía protestar al impon<strong>en</strong>tesecretario de <strong>la</strong> BTCA: Quita, mujer, que ya sé desnudarme solo. A <strong>la</strong> hora del desayuno, el<strong>la</strong>servía grandes p<strong>la</strong>tos de papil<strong>la</strong> a Mhatre y se <strong>la</strong> daba <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca, a cucharadas, y antes de quese fuera al trabajo, le cepil<strong>la</strong>ba el pelo. El matrimonio no t<strong>en</strong>ía hijos, y el jov<strong>en</strong> Najmuddincompr<strong>en</strong>dió que el babasaheb pret<strong>en</strong>día que él le ayudara a llevar <strong>la</strong> carga. Pero, por extrañoque pueda parecer, <strong>la</strong> begum no trataba al jov<strong>en</strong> como si fuera un niño. «Es que él es muymayor», dijo a su marido cuando el pobre Mhatre le suplicó: «¿Por qué no das al chico esamaldita papil<strong>la</strong> malteada?» Sí; pero él es mayor, «hemos de hacer de él un hombre, esposo, nodebemos mimarlo». «¡Por todos los demonios! —explotó el babasaheb—. ¿Por qué me mimasa mí?» Mrs. Mhatre se echó a llorar. «Tú lo eres todo para mí —sollozó—: mi padre, miamante y mi niño. Tú eres mi señor y mi bebé. Si te desagrado, no t<strong>en</strong>go vida.»Babasaheb Mhatre aceptó <strong>la</strong> derrota y tragó <strong>la</strong> cucharada de papil<strong>la</strong> malteada.Él era un hombre bondadoso, pero disimu<strong>la</strong>ba su condición con imprecaciones ygrandes voces. En el despacho azul trataba de conso<strong>la</strong>r al huérfano hablándole de <strong>la</strong> filosofía de<strong>la</strong> re<strong>en</strong>carnación, y le decía que sus padres ya estaban a punto de volver a <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> el mundopor donde fuera, salvo, naturalm<strong>en</strong>te, que sus vidas hubieran sido tan santas que ya hubieranalcanzado <strong>la</strong> gracia final. Es decir, Mhatre fue qui<strong>en</strong> inició a Farishta <strong>en</strong> lo de <strong>la</strong> re<strong>en</strong>carnación,además de otras cosas. El babasaheb era un espiritista aficionado, golpeador de patas de mesa eintroductor de espíritus <strong>en</strong> vasos. «Pero ya lo dejé —dijo a su ahijado, con el gesto y ademanesmelodramáticos que el caso requería—; lo dejé el día <strong>en</strong> que me llevé el susto de mi vida.»Una vez (re<strong>la</strong>tó Mhatre), el vaso fue visitado por un espíritu auténticam<strong>en</strong>te servicial, untipo supersimpático, sabes, y yo p<strong>en</strong>sé que era <strong>la</strong> ocasión de hacer preguntas fuertes. ¿HayDios? Y aquel vaso, que hasta <strong>en</strong>tonces corría como un ratoncito, se paró <strong>en</strong> medio de <strong>la</strong> mesa,quieto, lo que se dice c<strong>la</strong>vado. Y <strong>en</strong>tonces yo digo está bi<strong>en</strong>, si no contestas a ésta, probemoscon esta otra, y le suelto: ¿Hay diablo? A esto, el vaso, ¡chinchinchin!, empezó a temb<strong>la</strong>r —¡tápate los oídos! — , al principio, despacio y, después, aprisa aprisa, como un f<strong>la</strong>n, hasta quesaltó — ¡aaa hop!— por el aire, cayó de <strong>la</strong>do y — ¡cras!— se hizo mil pedazos, pulverizado.Lo creas o no, dijo babasaheb Mhatre a su pupilo, <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to yo apr<strong>en</strong>dí <strong>la</strong> lección:Mhatre, no te metas <strong>en</strong> lo que no <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>des.Este re<strong>la</strong>to causó honda impresión <strong>en</strong> el jov<strong>en</strong> oy<strong>en</strong>te, porque ya antes de <strong>la</strong> muerte desu madre, él estaba conv<strong>en</strong>cido de <strong>la</strong> exist<strong>en</strong>cia del mundo sobr<strong>en</strong>atural. A veces, al mirar <strong>en</strong>derredor, especialm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>la</strong>s tardes calurosas <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que el aire se aglutinaba, el mundovisible, sus formas y habitantes y todas <strong>la</strong>s cosas parecían asomar a <strong>la</strong> atmósfera como unaprofusión de icebergs cali<strong>en</strong>tes, y le parecía que, bajo <strong>la</strong> superficie del aire d<strong>en</strong>so, todocontinuaba: que <strong>la</strong>s personas, los coches, los perros, los carteles de los cines, los árboles,


hurtaban a sus ojos <strong>la</strong>s nueve décimas partes de su realidad. Él parpadeaba y <strong>la</strong> ilusión sedesvanecía, pero <strong>la</strong> idea no le abandonaba. El pequeño Najmuddin creció crey<strong>en</strong>do <strong>en</strong> Dios,ángeles, demonios, afreets y djinns con <strong>la</strong> misma naturalidad con que creía <strong>en</strong> los carros debueyes o <strong>en</strong> los faroles, y el no haber visto nunca un espíritu lo atribuía él a un defecto de suvisión. A veces, soñaba que descubría a un óptico mago al que compraba unos l<strong>en</strong>tes verdesque corregían su <strong>la</strong>m<strong>en</strong>table miopía, permitiéndole ver el mundo fabuloso que había detrás de<strong>la</strong>ire turbio y cegador.Su madre, Naime Najmuddin, le contaba muchas historias del Profeta, y si sus versionescont<strong>en</strong>ían alguna que otra inexactitud, él prefería no averiguarlo. «¡Qué hombre! —p<strong>en</strong>saba—.¿Qué ángel no querría hab<strong>la</strong>r con él?» A veces, no obstante, se le escapaba algún que otrop<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to b<strong>la</strong>sfemo como, por ejemplo, cuando, sin querer, al cerrar los ojos <strong>en</strong> su catre de<strong>la</strong> casa de Mhatre, su cerebro adormi<strong>la</strong>do empezaba a comparar su propia condición con <strong>la</strong> delProfeta <strong>en</strong> <strong>la</strong> época <strong>en</strong> que aquél, huérfano y pobre, pasó a administrar con éxito los bi<strong>en</strong>es de<strong>la</strong> rica viuda Khadija y al fin se casó con el<strong>la</strong>. Y se quedaba dormido viéndose s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> unestrado sembrado de rosas y haci<strong>en</strong>do mohines de timidez bajo el sari-pallu con el que secubría recatadam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> cara, mi<strong>en</strong>tras su nuevo esposo, babasaheb Mhatre, acercaba <strong>la</strong> manoamorosam<strong>en</strong>te para apartar <strong>la</strong> te<strong>la</strong> y mirarse <strong>en</strong> el espejo que él t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> el regazo. Este sueñode su boda con el babasaheb le hacía despertar abochornado y le producía preocupación por <strong>la</strong>impureza de su espíritu, que tan terribles visiones le sugería.De todos modos, <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral, su religiosidad se mant<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> un tono m<strong>en</strong>or, era una partede su ser que no requería mayor at<strong>en</strong>ción que cualquier otra. El que babasaheb Marte lo llevaraa su casa reafirmó al jov<strong>en</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> cre<strong>en</strong>cia de que o estaba solo <strong>en</strong> el mundo, de que algo ve<strong>la</strong>bapor él, y no le sorpr<strong>en</strong>dió, pues, que, <strong>en</strong> <strong>la</strong> mañana de su vigesimoprimer cumpleaños, elbabasaheb lo l<strong>la</strong>mara a su despacho azul y lo echara a <strong>la</strong> calle sin ape<strong>la</strong>ción.«Estás despedido —si<strong>la</strong>beó Mhatre sonri<strong>en</strong>do ampliam<strong>en</strong>te—. Cesado, des-pa-cha-do.»«Pero, tío...»«Cierra <strong>la</strong> boca.»Y <strong>en</strong>tonces el babasaheb hizo al huérfano el mejor regalo! que éste recibiera <strong>en</strong> su vidaal informarle de que le había conseguido una <strong>en</strong>trevista <strong>en</strong> los estudios del leg<strong>en</strong>dario magnatecinematográfico Mr. D. W. Rama: una prueba. «Es sólo para cubrir <strong>la</strong>s apari<strong>en</strong>cias —dijo elbabasaheb—. Rama es un bu<strong>en</strong> amigo y ya estamos de acuerdo. Para empezar, un papelpequeño; después, dep<strong>en</strong>derá de ti. Ahora desaparece de mi vista y deja de hacerte el humilde.No te va.»«Pero, tío...»«Eres muy guapo para pasarte <strong>la</strong> vida transportando almuerzos <strong>en</strong> <strong>la</strong> cabeza. Ahoramárchate, fuera, hazte actor del cine homosexual. Te eché hace cinco minutos.»«Pero, tío...»«He dicho lo que t<strong>en</strong>ía que decir. Da <strong>la</strong>s gracias a tu bu<strong>en</strong>a estrel<strong>la</strong>.»Najmuddin se convirtió <strong>en</strong> Gibreel Farishta, pero tardó cuatro años <strong>en</strong> llegar a estrel<strong>la</strong>,cuatro años de apr<strong>en</strong>dizaje <strong>en</strong> una serie de papelitos cómicos de payasada. Él se mant<strong>en</strong>íatranquilo y ser<strong>en</strong>o, como si pudiera ver el futuro, y su apar<strong>en</strong>te falta de ambición hizo de él unextraño <strong>en</strong> <strong>la</strong> industria de los egoístas. Le tomaban por estúpido, o por orgulloso, o por <strong>la</strong>s doscosas. Y durante aquellos cuatro años de desierto, no besó <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca ni a una so<strong>la</strong> mujer.En <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> hacía de idiota, el que se <strong>en</strong>amora de <strong>la</strong> hermosa y no ve que el<strong>la</strong> no leharía caso ni <strong>en</strong> mil años, de tío chif<strong>la</strong>do, de pari<strong>en</strong>te pobre, de tonto del pueblo, de criado, degranuja torpe, es decir, papeles <strong>en</strong> los que no cabe una esc<strong>en</strong>a de amor. Las mujeres le dabanpuntapiés, le abofeteaban, se reían de él, pero nunca, <strong>en</strong> el celuloide, le miraban, le cantaban odanzaban alrededor de él con amor cinematográfico <strong>en</strong> los ojos. En <strong>la</strong> vida real, Gibreel vivía


solo <strong>en</strong> dos habitaciones vacías, cerca de los estudios, y trataba de imaginar cómo eran <strong>la</strong>smujeres sin <strong>la</strong> ropa. Para distraer el p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to del tema del amor y el deseo, se dedicaba alestudio y se convirtió <strong>en</strong> omnívoro autodidacta, devorador de los metamórficos mitos de Greciay de Roma, los avatares de Júpiter, el bu<strong>en</strong> mozo que se convirtió <strong>en</strong> flor, <strong>la</strong> mujer-araña, Circey demás; y <strong>la</strong> teosofía de Annie Besant, y <strong>la</strong> teoría del campo unificado, y <strong>la</strong> incid<strong>en</strong>cia de losversos satánicos <strong>en</strong> los comi<strong>en</strong>zos de <strong>la</strong> carrera del Profeta, y <strong>la</strong> política del harén de Mahoma,después de su triunfal regreso a La Meca; y el surrealismo de los periódicos, <strong>en</strong> los que <strong>la</strong>smariposas vo<strong>la</strong>ban a <strong>la</strong> boca de <strong>la</strong>s niñas, ansiosas de ser consumidas, y los niños nacían sincara, y los muchachos soñaban con anteriores <strong>en</strong>carnaciones con imposible detalle, porejemplo, con una fortaleza de oro y piedras preciosas. Él se ll<strong>en</strong>aba <strong>la</strong> cabeza de sabe Dios quécosas, pero no podía negar, <strong>en</strong> <strong>la</strong> madrugada de sus noches insomnes, que estaba ll<strong>en</strong>o de algoque nunca había sido usado, algo que él no sabía cómo usar, es decir, de amor. En sus sueñosera atorm<strong>en</strong>tado por mujeres de una dulzura y una belleza insoportables, y por ello preferíamant<strong>en</strong>erse despierto obligándose a repasar una parte de sus conocimi<strong>en</strong>tos g<strong>en</strong>erales, a fin deahogar <strong>la</strong> trágica s<strong>en</strong>sación de estar dotado de una capacidad amatoria superior a lo normal y not<strong>en</strong>er a quién ofrecer<strong>la</strong>.Su gran oportunidad surgió con <strong>la</strong> llegada de <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s teológicas. Una vez explotada<strong>la</strong> fórmu<strong>la</strong> de <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s a base de puranas, con el habitual aderezo de canciones, danzas, tíoschistosos, etcétera, cada uno de los dioses del panteón tuvo su apotesosis cinematográfica.Cuando D. W. Rama preparaba <strong>la</strong> producción basada <strong>en</strong> <strong>la</strong> vida de Ganesh, ninguno de losactores cotizados del mom<strong>en</strong>to se avino a pasarse toda <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> escondido d<strong>en</strong>tro de unacabeza de elefante. Gibreel accedió <strong>en</strong>cantado. Aquél fue su primer éxito, Ganpati Baba. De <strong>la</strong>noche a <strong>la</strong> mañana se había convertido <strong>en</strong> una gran estrel<strong>la</strong>, pero sólo cuando llevaba puestastrompa y orejas. Después de seis pelícu<strong>la</strong>s repres<strong>en</strong>tando al dios con cabeza de paquidermo,Gibreel pudo quitarse <strong>la</strong> gruesa máscara gris de p<strong>en</strong>du<strong>la</strong>r proboscis y colocarse una <strong>la</strong>rga ypeluda co<strong>la</strong> para <strong>en</strong>carnar a Hanuman, el rey-mono, <strong>en</strong> una serie de pelícu<strong>la</strong>s de av<strong>en</strong>turas quese hicieron utilizando más material de una serie barata hecha <strong>en</strong> Hong Kong para <strong>la</strong> televisión,que de <strong>la</strong> Ramayana. Aquel<strong>la</strong> serie se hizo tan popu<strong>la</strong>r, que <strong>la</strong>s co<strong>la</strong>s de mono se pusieron demoda <strong>en</strong>tre los jóv<strong>en</strong>es elegantes de <strong>la</strong> ciudad <strong>en</strong> <strong>la</strong>s fiestas frecu<strong>en</strong>tadas por <strong>la</strong>s niñas de loscolegios de monjas, l<strong>la</strong>madas «petardos» por su predisposición a dispararse con unadetonación.Después de Hanuman, Gibreel estaba ya imparable, y su f<strong>en</strong>om<strong>en</strong>al éxito robusteció sufe <strong>en</strong> <strong>la</strong> exist<strong>en</strong>cia de un ángel de <strong>la</strong> guarda. Pero tuvo también consecu<strong>en</strong>cias funestas.(Ya veo que, al fin y al cabo, voy a t<strong>en</strong>er que reve<strong>la</strong>r el secreto de Rekha.)Antes ya de que sustituyera <strong>la</strong> falsa cabeza por <strong>la</strong> co<strong>la</strong> Postiza, Gibreel resultabairresistiblem<strong>en</strong>te atractivo para <strong>la</strong>s mujeres. La seducción de su fama era tan poderosa, que másde una dama le pidió que se pusiera <strong>la</strong> máscara de Ganesh para acostarse con el<strong>la</strong>, a lo que él s<strong>en</strong>egaba, por respeto a <strong>la</strong> dignidad del dios. A causa de lo ing<strong>en</strong>uo de su educación, <strong>en</strong> aquel<strong>la</strong>etapa de su vida Gibreel no podía distinguir <strong>en</strong>tre cantidad y calidad y, por consigui<strong>en</strong>te, s<strong>en</strong>tía<strong>la</strong> necesidad de recuperar el tiempo perdido. T<strong>en</strong>ía tantas amantes que muchas veces, antes deque <strong>la</strong> mujer saliera de <strong>la</strong> habitación, ya no se acordaba de cómo se l<strong>la</strong>maba. No sólo seconvirtió <strong>en</strong> un mujeriego de <strong>la</strong> peor especie, sino que, además, apr<strong>en</strong>dió el arte del disimulo,porque el hombre que <strong>en</strong>carna a los dioses ti<strong>en</strong>e que estar por <strong>en</strong>cima de todo reproche. Tanbi<strong>en</strong> supo ocultar su vida de disipación, que babasaheb Mhatre, cuando se hal<strong>la</strong>ba <strong>en</strong> su lechode muerte, una década después de haber <strong>la</strong>nzado al jov<strong>en</strong> dabbawal<strong>la</strong> al mundo de <strong>la</strong> ilusión, eldinero negro y <strong>la</strong> lujuria, le rogó que se casara para demostrar que era hombre. «Mira,muchacho —suplicaba el babasaheb — ; cuando te dije que te hicieras homosexual no creí quelo tomaras al pie de <strong>la</strong> letra, porque <strong>la</strong> obedi<strong>en</strong>cia a los mayores ti<strong>en</strong>e un límite.» Gibreel alzó<strong>la</strong>s manos al cielo y juró que él no era algo tan deshonroso y que, cuando <strong>en</strong>contrara a <strong>la</strong> mujeradecuada, con agrado contraería nupcias. «¿Y a quién esperas? ¿A una diosa del cielo? ¿A


Greta Garbo, Gracekali, a quién?», exc<strong>la</strong>mó el anciano, tosi<strong>en</strong>do y escupi<strong>en</strong>do sangre; peroGibreel se despidió con una sonrisa <strong>en</strong>igmática que no le dejó morir tranquilo.La ava<strong>la</strong>ncha de sexualidad que Gibreel Farishta atrajo sobre sí sepultó tanprofundam<strong>en</strong>te su mayor don, que éste hubiera podido quedar inédito. Me refiero al don paraquerer de verdad, profundam<strong>en</strong>te y sin reservas, una facultad delicada y singu<strong>la</strong>r que él nohabía podido ejercitar. En <strong>la</strong> época de su <strong>en</strong>fermedad casi había olvidado <strong>la</strong> angustia que leproducían sus ansias de amor, que le traspasaban <strong>la</strong>s <strong>en</strong>trañas como el puñal de un brujo.Ahora, después de una noche de gimnasia, dormía plácida y <strong>la</strong>rgam<strong>en</strong>te, como si nunca lehubieran atorm<strong>en</strong>tado <strong>la</strong>s mujeres de <strong>en</strong>sueño, como si nunca hubiese deseado <strong>en</strong>tregar elcorazón.«Tu desgracia es que siempre se te ha perdonado todo —le dijo Rekha Merchant cuandosalió de <strong>la</strong>s nubes—. Sabe Dios por qué, siempre te libraste con bi<strong>en</strong>, no se te acusó del delito.Nadie te hizo responder de tus actos.» Él no pudo negarlo. «Es un don de Dios —le chillóel<strong>la</strong>—. Dios sabe de dónde viniste, miserable adv<strong>en</strong>edizo del arroyo, Dios sabe <strong>la</strong>s<strong>en</strong>fermedades que traías.»Pero <strong>en</strong> aquel <strong>en</strong>tonces él p<strong>en</strong>saba que para eso estaban <strong>la</strong>s mujeres, que eran los vasos<strong>en</strong> los que él podía derramarse y que, cuando él se iba, t<strong>en</strong>ían <strong>la</strong> obligación de perdonarle. Y escierto que nadie le reprochaba su abandono, sus mil y un atolondrami<strong>en</strong>tos, y cuántos abortos,preguntaba Rekha <strong>en</strong> el hueco de <strong>la</strong> nube, cuántos corazones destrozados. Durante todosaquellos años, él fue b<strong>en</strong>eficiario de <strong>la</strong> infinita g<strong>en</strong>erosidad de <strong>la</strong>s mujeres, pero también suvíctima, porque tanto perdón hizo posible <strong>la</strong> más profunda y más dulce de todas <strong>la</strong>scorrupciones, es decir, <strong>la</strong> idea de que no hacía nada malo.Rekha: el<strong>la</strong> <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> su vida cuando Gibreel compró el ático de Everest Vi<strong>la</strong>s y, <strong>en</strong> sucalidad de vecina y comerciante, el<strong>la</strong> ofreció <strong>en</strong>señarle sus alfombras y antigüedades. Sumarido estaba <strong>en</strong> un congreso mundial de fabricantes de cojinetes de bo<strong>la</strong>s que se celebraba <strong>en</strong>Goteborg, Suecia, y, <strong>en</strong> su aus<strong>en</strong>cia, el<strong>la</strong> invitó a Gibreel a su apartam<strong>en</strong>to con celosías depiedra del pa<strong>la</strong>cio de Jaisalmer y barandil<strong>la</strong>s de madera tal<strong>la</strong>da del pa<strong>la</strong>cio de Kera<strong>la</strong>n, y con <strong>la</strong>chhatri o cúpu<strong>la</strong> mogólica convertida <strong>en</strong> baño de hidromasaje; apoyada <strong>en</strong> pared de mármol, leservía champán francés, sinti<strong>en</strong>do <strong>en</strong> <strong>la</strong> piel <strong>la</strong>s frías vetas de <strong>la</strong> piedra. Cuando él empezó abeber el champán, el<strong>la</strong> com<strong>en</strong>tó, burlona, que los dioses no bebían, a lo que él replicó con unafrase leída <strong>en</strong> una revista, de una <strong>en</strong>trevista hecha al Aga Khan: Oh, el champán es sóloapar<strong>en</strong>te, porque, tan pronto como llega a mis <strong>la</strong>bios, se convierte <strong>en</strong> agua. Después de esto,el<strong>la</strong> no tardó <strong>en</strong> llegar a sus <strong>la</strong>bios y licuarse <strong>en</strong> sus brazos. Cuando sus hijos volvieron delcolegio con el ayah, <strong>la</strong> <strong>en</strong>contraron hab<strong>la</strong>ndo con él <strong>en</strong> el salón, impecablem<strong>en</strong>te vestida ypeinada, revelándole los secretos del comercio de <strong>la</strong> alfombra, por ejemplo que seda art quieredecir seda artificial, no artística, y que no se dejara <strong>en</strong>gañar por el catálogo, <strong>en</strong> el que seexplicaba arteram<strong>en</strong>te que determinada alfombra se fabrica con <strong>la</strong> <strong>la</strong>na del cuello de corderoslechales, porque <strong>en</strong> realidad significaba que era <strong>la</strong>na de baja calidad, y es que <strong>la</strong> propaganda es<strong>la</strong> propaganda, ya se sabe y qué se le va a hacer.Él no <strong>la</strong> amaba, no le era fiel, olvidaba sus cumpleaños, hacía caso omiso de susl<strong>la</strong>madas telefónicas, se pres<strong>en</strong>taba <strong>en</strong> su casa <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to m<strong>en</strong>os oportuno, cuando el<strong>la</strong>t<strong>en</strong>ía a c<strong>en</strong>ar a g<strong>en</strong>te del mundo de los cojinetes de bo<strong>la</strong>s, y el<strong>la</strong>, como todas <strong>la</strong>s demás, leperdonaba. Pero su perdón no era cal<strong>la</strong>do y resignado como el que le concedían <strong>la</strong>s otras.Rekha protestaba furiosam<strong>en</strong>te, le mortificaba, le insultaba, le maldecía, le l<strong>la</strong>maba <strong>la</strong>fangainútil y haramzada, y saleh, y llegó a atribuirle <strong>la</strong> imposible hazaña de joder a <strong>la</strong> hermana qu<strong>en</strong>o t<strong>en</strong>ía. No le ahorraba nada, acusándole de ser una criatura superficial, sin más profundidadque una pantal<strong>la</strong> de cine, y luego acababa perdonándole y permiti<strong>en</strong>do que le desabrochara <strong>la</strong>blusa. Gibreel no podía resistirse a los espectacu<strong>la</strong>res perdones de Rekha Merchant, tanto másconmovedores por cuanto que su propia posición era falsa, ya que se apoyaba <strong>en</strong> su infidelidadal rey de los cojinetes de bo<strong>la</strong>s, circunstancia que Gibreel se abst<strong>en</strong>ía de m<strong>en</strong>cionar, aguantando


el chaparrón como un hombre. De manera que, mi<strong>en</strong>tras que los perdones que recibía de susotras mujeres le dejaban frío y los olvidaba tan pronto como le eran disp<strong>en</strong>sados, volvía aRekha una y otra vez, para que le insultara y luego le conso<strong>la</strong>ra como sólo el<strong>la</strong> sabía.Entonces estuvo a punto de morir.Estaba <strong>en</strong> Kanya Kumari, el vértice de Asia, rodando una esc<strong>en</strong>a de pelea <strong>en</strong> el mismocabo Comorin, donde, según se dice, chocan tres océanos. Tres grandes o<strong>la</strong>s, Oeste, Este y Sur,respectivam<strong>en</strong>te, colisionaron <strong>en</strong> colosal palmada de acuíferas manos, con perfectasincronización, <strong>en</strong> el instante <strong>en</strong> que Gibreel recibía un directo <strong>en</strong> <strong>la</strong> mandíbu<strong>la</strong> y caía deespaldas a <strong>la</strong> trioceánica espuma. No se levantó.En el primer mom<strong>en</strong>to, todos echaron <strong>la</strong> culpa a Eustace Brown, el gigantescoespecialista inglés que le había propinado el puñetazo. Él protestó con vehem<strong>en</strong>cia. ¿No habíaactuado él <strong>en</strong> <strong>la</strong>s muchas pelícu<strong>la</strong>s teológicas del Gran Jefe N. T. Rama Rao? ¿No habíaperfeccionado el arte de hacer que el viejo quedara bi<strong>en</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong>s peleas sin causarle el m<strong>en</strong>ordaño? ¿No se había quejado él de que NTR nunca pegaba al aire, con el resultado de que él,Eustace, siempre acababa morado, machacado por un vejestorio <strong>en</strong>cl<strong>en</strong>que al que hubierapodido desayunarse sobre una tostada? ¿Había perdido él los estribos siquiera una vez? ¿Y<strong>en</strong>tonces? ¿Cómo podía haber qui<strong>en</strong> p<strong>en</strong>sara que él era capaz de hacer daño al inmortalGibreel? De todos modos, lo despidieron y <strong>la</strong> policía lo <strong>en</strong>cerró, por si acaso.Pero no fue el golpe lo que derribó a Gibreel. Después de que <strong>la</strong> estrel<strong>la</strong> fuera tras<strong>la</strong>dadaal Breach Candy Hospital de Bombay <strong>en</strong> un reactor prestado por <strong>la</strong>s Fuerzas Aéreas para talfin; después de que los minuciosos análisis y pruebas no detectaran casi nada; mi<strong>en</strong>tras él sehal<strong>la</strong>ba inconsci<strong>en</strong>te, moribundo, con una t<strong>en</strong>sión sanguínea que había desc<strong>en</strong>dido de su normalvalor de quince a un mortífero cuatro coma dos, un portavoz del hospital se dirigía a <strong>la</strong> pr<strong>en</strong>sanacional <strong>en</strong> <strong>la</strong> amplia escalinata b<strong>la</strong>nca del Breach Candy. «Es un misterio —dijo—. Pued<strong>en</strong>l<strong>la</strong>marlo, si quier<strong>en</strong>, un acto divino.»Gibreel Farishta, sin causa apar<strong>en</strong>te, había empezado a t<strong>en</strong>er hemorragias internas, esdecir que, s<strong>en</strong>cil<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te, se desangraba d<strong>en</strong>tro de su piel. En el peor mom<strong>en</strong>to, <strong>la</strong> sangreempezó a salir por el recto y el p<strong>en</strong>e, y parecía que, de un mom<strong>en</strong>to a otro, iba a manar,torr<strong>en</strong>cial, por nariz, ojos y orejas. Siete días estuvo sangrando y recibi<strong>en</strong>do transfusiones ytodos los coagu<strong>la</strong>ntes conocidos por <strong>la</strong> ci<strong>en</strong>cia médica, incluido un raticida conc<strong>en</strong>trado, y,aunque el tratami<strong>en</strong>to determinó una mejoría marginal, los médicos abandonaron todaesperanza.Toda <strong>la</strong> India estaba junto al lecho de Gibreel. Su estado era <strong>la</strong> noticia más importante<strong>en</strong> todos los boletines de <strong>la</strong> radio, tema de avances informativos emitidos cada hora por <strong>la</strong> rednacional de televisión, y <strong>la</strong> muchedumbre congregada <strong>en</strong> Ward<strong>en</strong> Road era tan grande que <strong>la</strong>policía tuvo que dispersar<strong>la</strong> con cargas al <strong>la</strong>thi y gases <strong>la</strong>crimóg<strong>en</strong>os que fueron <strong>la</strong>nzados apesar de que todos y cada uno del medio millón de afligidos circunstantes ya lloraban ygemían. La Primera Ministra ap<strong>la</strong>zó todos sus compromisos y voló a hacerle una visita. Su hijo,el piloto de aviación, estaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> habitación de Farishta, sost<strong>en</strong>iéndole <strong>la</strong> mano. Uns<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de apr<strong>en</strong>sión cundió por toda <strong>la</strong> nación, porque, si Dios castigaba de este modo a sumás célebre <strong>en</strong>carnación, ¿que reservaría al resto del país? Si Gibreel moría, ¿podría tardar <strong>en</strong>seguirle el resto de <strong>la</strong> India? Las mezquitas y los templos de <strong>la</strong> nación se ll<strong>en</strong>aron de fieles querezaban no sólo por el actor moribundo, sino por el futuro, por sí mismos.¿Quién no fue a visitar a Gibreel al hospital? ¿Quién no escribió ni l<strong>la</strong>mó por teléfono,ni mandó flores o exquisitos tiffins caseros? En tanto que muchas amantes, sin el m<strong>en</strong>or recato,le <strong>en</strong>viaban tarjetas y pasandas de cordero, ¿quién, queriéndole más que ninguna, se mant<strong>en</strong>íaimpasible, sin que su marido, el de los cojinetes de bo<strong>la</strong>s, llegara a sospechar? Rekha Merchantrecubrió de hierro su corazón y siguió con su vida diaria, jugando con sus hijos, char<strong>la</strong>ndo consu marido y recibi<strong>en</strong>do a sus invitados cuando era necesario, sin reve<strong>la</strong>r <strong>en</strong> ningún mom<strong>en</strong>to <strong>la</strong>lúgubre deso<strong>la</strong>ción de su alma.


Él sanó.La curación fue tan misteriosa como <strong>la</strong> <strong>en</strong>fermedad, y tan rep<strong>en</strong>tina. También fueconsiderada (por el hospital, los periodistas y <strong>la</strong>s amistades) acto divino. Se dec<strong>la</strong>ró fiestanacional <strong>en</strong> todo el país y se dispararon fuegos artificiales. Pero, cuando Gibreel recobró <strong>la</strong>sfuerzas, se puso de manifiesto que había cambiado, y cambiado de un modo sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te,porque había perdido <strong>la</strong> fe.El día <strong>en</strong> que le dieron de alta <strong>en</strong> el hospital, escoltado por <strong>la</strong> policía, cruzó por <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>inm<strong>en</strong>sa muchedumbre que se había reunido para celebrar su propia salvación al mismo tiempoque <strong>la</strong> de él, subió a su Mercedes y dijo al conductor que despistara a todos los vehículos que leseguían, maniobra que llevó siete horas y cincu<strong>en</strong>ta minutos, al final de <strong>la</strong> cual él ya se habíatrazado un p<strong>la</strong>n de acción. Gibreel se apeó del coche <strong>en</strong> el hotel Taj y, sin mirar a derecha niizquierda, fue directam<strong>en</strong>te al gran comedor, <strong>en</strong> el que había un bufete que crujía bajo el pesode alim<strong>en</strong>tos prohibidos, de los que él se ll<strong>en</strong>ó el p<strong>la</strong>to: salchichas de cerdo de Wiltshire, jamónde York, lonchas de bacon de Sabediosdónde; jamones del descreimi<strong>en</strong>to y manos de cerdo desecu<strong>la</strong>rismo; y <strong>en</strong>tonces, de pie <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro del vestíbulo, de<strong>la</strong>nte de unos fotógrafos aparecidoscomo por arte de magia, Gibreel empezó a comer lo más aprisa posible, metiéndose <strong>en</strong> <strong>la</strong> bocacon tanto afán los cerdos muertos, que <strong>la</strong>s lonchas de tocino le colgaban de <strong>la</strong>s comisuras de los<strong>la</strong>bios.Durante <strong>la</strong> <strong>en</strong>fermedad, había pasado todos sus minutos de lucidez invocando a Dios,hasta el último segundo de cada minuto. Oh Alá, tu siervo está sangrando, no me abandonesahora, después de haber ve<strong>la</strong>do por mí durante tanto tiempo. Oh Alá, hazme una señal, dameuna pequeña muestra de tu favor, para que pueda <strong>en</strong>contrar <strong>en</strong> mí <strong>la</strong> fuerza necesaria para curarmis males. Oh Dios bondadoso y misericordioso, acompáñame <strong>en</strong> ésta mi hora de necesidad, deextrema necesidad. Entonces se le ocurrió que aquello debía de ser un castigo y, durante algúntiempo, este p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to le permitió sobrellevar el sufrimi<strong>en</strong>to; pero al fin se sublevó. Basta,Dios, y su muda indignación exigía respuesta. ¿Por qué he de morir, si yo no he matado? ¿Túeres v<strong>en</strong>ganza o eres amor? El furor le ayudó a pasar otro día, pero luego se disipó y <strong>en</strong> su lugarquedó un terrible vacío, una infinita soledad, al darse cu<strong>en</strong>ta de que hab<strong>la</strong>ba al aire, que allí nohabía absolutam<strong>en</strong>te nadie, y <strong>en</strong>tonces se sintió más ridículo que nunca <strong>en</strong> <strong>la</strong> vida, y empezó asuplicar al vacío, oh Alá, sólo te pido que existas, maldición, sólo que existas. Pero no s<strong>en</strong>tíanada, nada, nada, y un día descubrió que ya no necesitaba s<strong>en</strong>tir algo. Aquel día demetamorfosis, <strong>la</strong> <strong>en</strong>fermedad hizo crisis y <strong>la</strong> curación empezó. Y, para demostrarse a sí mismo<strong>la</strong> no exist<strong>en</strong>cia de Dios, ahora estaba <strong>en</strong> el comedor del más famoso hotel de <strong>la</strong> ciudad,dejando que los cerdos le resba<strong>la</strong>ran por <strong>la</strong> cara.Al levantar <strong>la</strong> mirada del p<strong>la</strong>to, vio a una mujer que le miraba. Su cabello, de tan rubio,era casi b<strong>la</strong>nco y su cutis t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> tonalidad y el resp<strong>la</strong>ndor del hielo de <strong>la</strong> montaña. El<strong>la</strong> se rióde él y le volvió <strong>la</strong> espalda.«¿No me <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>des? —gritó él, <strong>la</strong>nzando fragm<strong>en</strong>tos de salchicha por <strong>la</strong> boca—. No meha caído un rayo del cielo. Ésta es <strong>la</strong> cuestión.»El<strong>la</strong> volvió atrás y se paró de<strong>la</strong>nte de él. «Vives —le dijo—. Vuelves a t<strong>en</strong>er <strong>la</strong> vida anteti. Ésta es <strong>la</strong> cuestión.»Se lo dijo a Rekha: <strong>en</strong> el mismo instante <strong>en</strong> que el<strong>la</strong> dio media vuelta y retrocedió, yome <strong>en</strong>amoré. Alleluia Cone, esca<strong>la</strong>dora de montañas, conquistadora del Everest, yahudan rubia,reina del hielo. No pude resistirme a su desafío: cambia tu vida, ¿o crees que te ha sidodevuelta para nada?«Ya estás otra vez con tus bobadas de <strong>la</strong> re<strong>en</strong>carnación —bromeó Rekha—. Cabeza dechorlito. Vuelves del hospital desde el mismo umbral de <strong>la</strong> muerte, y <strong>la</strong> alegría se te sube a <strong>la</strong>cabeza, loco, <strong>en</strong> seguida ti<strong>en</strong>es que hacer una escapada, y allí está el<strong>la</strong>, a punto, <strong>la</strong> dama rubia.


No creas que no te conozco, Gibbo; ¿qué quieres ahora, que te perdone o qué?»No es necesario, dijo él. Salió del apartam<strong>en</strong>to de Rekha (su dueña lloraba, de bruces <strong>en</strong>el suelo) para no volver.Tres días después de que él, con <strong>la</strong> boca ll<strong>en</strong>a de comida impura, <strong>la</strong> conociera, Alliesubió a un avión y se fue. Tres días fuera del tiempo, detrás de un letrero de «no molest<strong>en</strong>»,pero al fin ambos convinieron <strong>en</strong> que el mundo era real, que lo que es posible es posible y loque no, imposible; <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro fugaz, barcos que se cruzan, amor <strong>en</strong> una sa<strong>la</strong> de espera depasajeros <strong>en</strong> tránsito. Cuando el<strong>la</strong> se fue, Gibreel descansó, trató de cerrar los oídos a su desafíoy decidió volver a su vida normal. La so<strong>la</strong> circunstancia de haber perdido <strong>la</strong> fe no significabaque no hubiera de poder hacer su trabajo y, a pesar del escándalo de <strong>la</strong>s fotos de <strong>la</strong> comida deljamón, el primer escándalo que se asoció a su nombre, firmó contratos de pelícu<strong>la</strong>s y volvió altrabajo.Hasta que, una mañana, una sil<strong>la</strong> de ruedas se quedó vacía y él ya no estaba. Unpasajero con barba, un tal Ismail Najmuddin, embarcó <strong>en</strong> el vuelo AI-420 con destino aLondres. El 747 había sido bautizado con el nombre de uno de los jardines del Paraíso, noGulistan, sino Bostan. «Para volver a nacer —diría mucho después Gibreel Farishta a Sa<strong>la</strong>dinChamcha— antes hay que morir. Yo expiré sólo a medias, pero <strong>en</strong> dos ocasiones, <strong>en</strong> el hospitaly <strong>en</strong> el avión; por lo tanto, suma, cu<strong>en</strong>ta. Y ahora, compa, amigo mío, aquí me ti<strong>en</strong>es <strong>en</strong> elmismo Londres, Vi<strong>la</strong>yet, reg<strong>en</strong>erado, un hombre nuevo con una vida nueva. Cándido, ¿no es deputa fábu<strong>la</strong>?¿Por qué se marchó Gibreel?Por el<strong>la</strong>, por su desafío, por <strong>la</strong> novedad, por <strong>la</strong> fiereza de su conjunción, por elinexorable de un imposible que reivindica su derecho a ser.Y quizá también porque, después de haber comido los cerdos, empezó el castigo, uncastigo nocturno, una p<strong>en</strong>a de sueños.3Una vez el vuelo con destino a Londres hubo despegado, el individuo f<strong>la</strong>co, de unos


cuar<strong>en</strong>ta años, que por su v<strong>en</strong>tanil<strong>la</strong> de no fumadores contemp<strong>la</strong>ba cómo su ciudad natal caía asu espalda como una piel de serpi<strong>en</strong>te, sintió, gracias a su truco mágico de cruzar dos pares dededos de cada mano y hacer girar los pulgares, sintió, decía, un alivio que se reflejó fugazm<strong>en</strong>te<strong>en</strong> su cara. Era una cara bi<strong>en</strong> parecida, de gesto adusto y patricio, <strong>la</strong>bios <strong>la</strong>rgos, gruesos ydob<strong>la</strong>dos hacia abajo como los de un rodaballo malhumorado, y cejas finas y muy arqueadassobre unos ojos que observaban el mundo con una especie de avizorante desdén. Mr. Sa<strong>la</strong>dinChamcha había construido aquel<strong>la</strong> cara con esmero —le costó varios años dejar<strong>la</strong> a su gusto—y durante muchos años más <strong>la</strong> había considerado, s<strong>en</strong>cil<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te, suya, y realm<strong>en</strong>te habíaolvidado cuál era su aspecto anterior. Además, se había hecho una voz a juego con <strong>la</strong> cara, unavoz cuyas lánguidas, casi indol<strong>en</strong>tes vocales, contrastaban de un modo desconcertante con <strong>la</strong>abrupta concisión de <strong>la</strong>s consonantes. La combinación de cara y voz era vigorosa; pero, durantesu reci<strong>en</strong>te visita a su ciudad natal, <strong>la</strong> primera <strong>en</strong> quince años (el mismo período, debo hacerobservar, del estrel<strong>la</strong>to cinematográfico de Gibreel Farishta), se habían producido extraños ypreocupantes f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>os. Lam<strong>en</strong>tablem<strong>en</strong>te, su voz (<strong>la</strong> primera que le falló) y, conposterioridad, su misma cara, habían empezado a defraudarle.Aquello empezó —Chamcha descruzó los dedos, esperando, un poco viol<strong>en</strong>to, que éstasu última superstición hubiera pasado inadvertida para los otros pasajeros, cerró los ojos y lorecordó con un escalofrío—, empezó semanas atrás, <strong>en</strong> el vuelo de ida. Cuando sobrevo<strong>la</strong>banlos desiertos de <strong>la</strong> zona del golfo Pérsico, se había quedado amodorrado y <strong>en</strong> sueños habíarecibido <strong>la</strong> visita de un desconocido de aspecto fantástico, un hombre con piel de cristal quelúgubrem<strong>en</strong>te golpeaba con los nudillos <strong>la</strong> fina y quebradiza membrana que le cubría todo elcuerpo y suplicaba a Sa<strong>la</strong>din que le ayudara a salir de <strong>la</strong> cárcel de su piel. Chamcha cogía unapiedra y empezaba a golpear el cristal. Al mom<strong>en</strong>to, una retícu<strong>la</strong> de sangre exudaba por <strong>la</strong>agrietada superficie del cuerpo del hombre, y cuando Chamcha trataba de retirar <strong>la</strong>s astil<strong>la</strong>s, elotro empezaba a chil<strong>la</strong>r, porque con el cristal le arrancaba trozos de carne. En aquel mom<strong>en</strong>to,una azafata se inclinó sobre el dormido Chamcha para preguntar, con <strong>la</strong> inmisericordehospitalidad de su tribu: ¿Desea saber algo, señor? ¿Una bebida? Y Sa<strong>la</strong>din, al emerger delsueño, advirtió que, inexplicablem<strong>en</strong>te, su voz había recuperado el ac<strong>en</strong>to de Bombay que contanta aplicación (¡y hacía ya tanto tiempo!) él había eliminado. «¿Qué dice, jov<strong>en</strong>? —murmuró—. ¿Bebidas alcohólicas o qué?» Y cuando <strong>la</strong> azafata le aseguró que lo que éldeseara, que <strong>la</strong>s bebidas eran gratis, él, una vez más, oyó su voz traidora: «Okey, bibi, unwhiskysoda nada más.»¡Qué desagradable sorpresa! Se acabó de despertar con un sobresalto y se quedó rígido<strong>en</strong> <strong>la</strong> butaca, olvidando el alcohol y los cacahuetes. ¿Cómo brotaba el pasado, con <strong>la</strong>metamorfosis de vocales y vocablos? ¿Y luego, qué? ¿Le daría ahora por ponerse aceite decoco <strong>en</strong> el pelo? ¿O por cogerse <strong>la</strong> nariz <strong>en</strong>tre el índice y el pulgar y sonarse ruidosam<strong>en</strong>tesoltando un glutinoso arco p<strong>la</strong>teado de inmundicia? ¿Se convertiría <strong>en</strong> apasionado de <strong>la</strong> luchaprofesional? ¿Qué nuevas diabólicas humil<strong>la</strong>ciones se le reservaban? Debió compr<strong>en</strong>der queera un error ir a casa al cabo de tanto tiempo. ¿Cómo podía ser aquel viaje algo más que unaregresión? Era un viaje antinatural; <strong>la</strong> negación del tiempo; una rebelión contra <strong>la</strong> historia; todoaquello t<strong>en</strong>ía que acabar <strong>en</strong> desastre.Yo no soy yo, p<strong>en</strong>só, mi<strong>en</strong>tras <strong>en</strong> <strong>la</strong>s inmediaciones del corazón se iniciaba unas<strong>en</strong>sación de leve aleteo. Pero, al fin y al cabo, ¿qué importancia ti<strong>en</strong>e?, agregó amargam<strong>en</strong>te.Después de todo, (des acteurs ne sont pas des g<strong>en</strong>s», como decía el comicastro de Frederick <strong>en</strong>Les Enfants du Paradis. Una máscara debajo de otra máscara, hasta que, bruscam<strong>en</strong>te, apareceel cráneo desnudo y exangüe.Se <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dió el letrero del cinturón, <strong>la</strong> voz del capitán anunció turbul<strong>en</strong>cias, yempezaron a <strong>en</strong>trar y salir de baches. El desierto se tambaleaba allá abajo, y el obreroemigrante que había embarcado <strong>en</strong> Qatar se abrazó a su radio de transistores gigante y empezóa vomitar. Chamcha observó que el hombre no se había abrochado el cinturón y se ser<strong>en</strong>ó,


imprimi<strong>en</strong>do <strong>en</strong> su voz el más distinguido ac<strong>en</strong>to: «Oiga usted, ¿por qué no...?», señaló, pero elmareado, <strong>en</strong>tre espasmo y espasmo, de cara a <strong>la</strong> bolsa que Sa<strong>la</strong>din le había <strong>en</strong>tregadooportunam<strong>en</strong>te, movió negativam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> cabeza, se <strong>en</strong>cogió de hombros y respondió: «Sahib,¿para qué? Si Alá quiere que muera, moriré. Si no quiere, no moriré. ¿Para qué <strong>la</strong> seguridad?»Maldita seas, India, juró Sa<strong>la</strong>din Chamcha <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio, hundiéndose de nuevo <strong>en</strong> subutaca. Vete al infierno; yo escapé de tus garras hace mucho tiempo, no volverás a c<strong>la</strong>varme losgarfios, no puedes arrastrarme otra vez hacia ti.* * *Había una vez —tal vez, sí, tal vez no, como decían los cu<strong>en</strong>tos antiguam<strong>en</strong>te, tal vez síque ocurrió—, había, pues, o tal vez no había un niño de diez años que vivía <strong>en</strong> Scandal Point,Bombay, y que un día <strong>en</strong>contró un billetero <strong>en</strong> <strong>la</strong> calle, de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> puerta de su casa. Élvolvía de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> y acababa de bajar del autobús <strong>en</strong> el que viajaba pr<strong>en</strong>sado <strong>en</strong>tre el sudorpegajoso de otros niños con pantalón corto, sus gritos <strong>en</strong>sordecedores, y, puesto que ya <strong>en</strong>aquel tiempo era <strong>en</strong>emigo del alboroto, <strong>la</strong>s apreturas y el sudor aj<strong>en</strong>o, se s<strong>en</strong>tía un pocomareado por el tambaleo del <strong>la</strong>rgo viaje. Sin embargo, al ver el billetero de piel negra a suspies, <strong>la</strong> náusea se desvaneció y él se agachó emocionado y agarró —abrió— y descubrió, congran alegría, que estaba ll<strong>en</strong>o de dinero —y no simples rupias, sino dinero de verdad,negociable <strong>en</strong> mercados negros y Bancos internacionales—, ¡libras! Libras esterlinas, delmismo Londres, el fabuloso país de Vi<strong>la</strong>yet, al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong>s negras aguas, lejos. El niño,deslumbrado por el grueso fajo de dinero extranjero, levantó <strong>la</strong> mirada para cerciorarse de qu<strong>en</strong>adie le había visto y, durante un mom<strong>en</strong>to, le pareció que un arco iris se había t<strong>en</strong>dido desde elcielo hasta él, un arco iris como el ali<strong>en</strong>to de un ángel, como una oración escuchada, queterminaba precisam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el lugar <strong>en</strong> el que él se <strong>en</strong>contraba. Le temb<strong>la</strong>ban los dedos con queasía el fabuloso tesoro del billetero.«Trae acá.» Después, le parecía que su padre había estado espiándole durante toda suniñez, y aunque Changez Chamchawa<strong>la</strong> era un hombre corpul<strong>en</strong>to, casi un gigante, para nohab<strong>la</strong>r de su riqueza y de su posición social, t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> agilidad y también <strong>la</strong> costumbre dedeslizarse sigilosam<strong>en</strong>te detrás de su hijo y estropear lo que estuviera haci<strong>en</strong>do, como arrancar<strong>la</strong> sábana del pequeño Sa<strong>la</strong>huddin por <strong>la</strong> noche, para dejar al descubierto el vergonzoso p<strong>en</strong>eagarrado por <strong>la</strong> mano colorada. Y el dinero lo olía a ci<strong>en</strong>to una mil<strong>la</strong>s, a pesar de que siempre le<strong>en</strong>volvía el olor a productos químicos y fertilizantes, dado que era el gran fabricante de polvosy fluidos para tratami<strong>en</strong>tos agríco<strong>la</strong>s y abono artificial. Changez Chamchawa<strong>la</strong>, filántropo,mujeriego, ley<strong>en</strong>da viva, guía e inspiración del movimi<strong>en</strong>to nacionalista, salió de <strong>la</strong> puerta desu casa dando un salto para arrancar un billetero abultado de <strong>la</strong> frustrada mano de su hijo. «Tch,tch —hizo <strong>en</strong> tono de reproche, guardándose <strong>la</strong>s libras esterlinas <strong>en</strong> el bolsillo—, no recojascosas de <strong>la</strong> calle. El suelo está sucio y, de todos modos, el dinero está más sucio todavía.»En un estante del estudio de Changez Chamchawa<strong>la</strong>, de paredes recubiertas de maderade teca, al <strong>la</strong>do de una edición de Las mil y una noches <strong>en</strong> diez tomos, traducida por RichardBurton, que poco a poco era devorada por el moho y <strong>la</strong> polil<strong>la</strong>, a causa del profundo prejuiciocontra los libros que impulsaba a Changez a poseer miles de estos perniciosos objetos, a fin dehumil<strong>la</strong>rlos por el procedimi<strong>en</strong>to de dejar que se pudrieran sin que nadie los leyera, había unalámpara mágica, un reluci<strong>en</strong>te avatar de cobre y <strong>la</strong>tón, del tipo cont<strong>en</strong>edor de g<strong>en</strong>ios deA<strong>la</strong>dino: era una lámpara que estaba pidi<strong>en</strong>do a gritos que <strong>la</strong> frotaran. Pero Changez ni <strong>la</strong>frotaba ni permitía que <strong>la</strong> frotara nadie, por ejemplo, su hijo. «Un día —aseguraba al niño—será tuya. Entonces podrás frotar y frotar cuanto quieras, y ya verás <strong>la</strong>s cosas que conseguirás.Pero ahora <strong>la</strong> lámpara es mía.» La promesa de <strong>la</strong> lámpara mágica imbuía <strong>en</strong> el jov<strong>en</strong>


Sa<strong>la</strong>huddin <strong>la</strong> idea de que un día todas sus p<strong>en</strong>as terminarían y sus más íntimos deseos seríansatisfechos y lo único que t<strong>en</strong>ía que hacer era esperar con paci<strong>en</strong>cia; pero <strong>en</strong>tonces se produjoel incid<strong>en</strong>te del billetero, cuando <strong>la</strong> magia de un arco iris había actuado para él, no para supadre, sino para él, y Changez Chamchawa<strong>la</strong> había robado <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> del oro. Después de aquello,el muchacho t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> convicción de que su padre destruiría todas sus ilusiones, a m<strong>en</strong>os que élse marchara, y desde aquel mom<strong>en</strong>to tuvo el afán de partir, de escapar, de poner océanos <strong>en</strong>treel gran hombre y él.A los trece años, Sa<strong>la</strong>huddin Chamchawa<strong>la</strong> había compr<strong>en</strong>dido ya que él estabadestinado a <strong>la</strong> fría Vi<strong>la</strong>yet, repleta de cruji<strong>en</strong>tes promesas de libras esterlinas que el billeteromágico le había presagiado, y cada vez estaba más harto de aquel Bombay de polvo, ordinariez,policías de pantalón corto, travestís, apasionados del cine, m<strong>en</strong>digos que dormían <strong>en</strong> <strong>la</strong>s acerasy de <strong>la</strong>s prostitutas cantantes de Grant Road que empezaban como devotas del culto yel<strong>la</strong>mma<strong>en</strong> Karnataka y acababan de danzarinas <strong>en</strong> los más prosaicos templos de <strong>la</strong> carne. Estaba hartode fábricas textiles y tr<strong>en</strong>es de cercanías y de toda <strong>la</strong> confusión y abigarrami<strong>en</strong>to del lugar, ysuspiraba por el Vi<strong>la</strong>yet de sus <strong>en</strong>sueños, todo elegancia y sobriedad que había llegado aobsesionarle de noche y de día. Sus canciones infantiles favoritas eran <strong>la</strong>s que aludían aciudades lejanas: kitchy-con, kitchy-ki, kitchy-con, stanti-ay, kitchy-op<strong>la</strong>, kitchy-cop<strong>la</strong>, kitchiCon-stanti-nop<strong>la</strong>. Y su juego favorito era una versión del «un, dos, tres, pajarito inglés» <strong>en</strong> <strong>la</strong>que, cuando le tocaba parar, al volverse hacia sus compañeros que se iban acercando, lesrecitaba atropel<strong>la</strong>dam<strong>en</strong>te, como una mantra, como una fórmu<strong>la</strong> mágica, <strong>la</strong>s siete letras de suciudad soñada, eleo<strong>en</strong>e deerreeese. En el fondo de su corazón, él se aproximaba sigilosam<strong>en</strong>tea Londres, letra a letra, como sus amigos se acercaban a él. Eleo<strong>en</strong>e deerreeese, Londres.La mutación de Sa<strong>la</strong>huddin Chamchawa<strong>la</strong> <strong>en</strong> Sa<strong>la</strong>din Chamcha empezó, como se verá,<strong>en</strong> <strong>la</strong> vieja Bombay, mucho antes de que él se acercara lo sufici<strong>en</strong>te como para oír el rugido delos leones de Trafalgar. Cuando el equipo de criquet de Ing<strong>la</strong>terra jugaba contra <strong>la</strong> India <strong>en</strong> elBrabourne Stadium, él rezaba para que ganara Ing<strong>la</strong>terra, porque quería que los creadores deljuego ganaran a los adv<strong>en</strong>edizos locales, a fin de que se mantuviera el bu<strong>en</strong> ord<strong>en</strong> de <strong>la</strong>s cosas.(Pero el partido siempre terminaba <strong>en</strong> empate, porque el terr<strong>en</strong>o del Brabourne Stadium eramás b<strong>la</strong>ndo que un colchón de plumas; por lo que <strong>la</strong> gran cuestión, creador o imitador,colonizador o colonizado, siempre quedaba <strong>en</strong> el aire.)A los trece años, él era lo bastante mayor para jugar <strong>en</strong> <strong>la</strong>s rocas de Scandal Point sinnecesidad de que Kasturba, su ayah, lo vigi<strong>la</strong>ra. Y un día (tal vez sí, tal vez no) salió de <strong>la</strong> casa,el vasto y desconchado edificio cubierto de salitre, de estilo parsi, todo columnas y postigos ypequeños miradores, atravesó el jardín que era el orgullo y <strong>la</strong> alegría de su padre y que, a unacierta luz de <strong>la</strong> tarde, podía dar <strong>la</strong> impresión de ser infinito (y que también era <strong>en</strong>igmático, unacertijo sin solución, porque nadie, ni su padre ni el jardinero, sabía los nombres de <strong>la</strong> mayoríade <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>ntas y árboles), y traspasó <strong>la</strong> grandiosa puerta, una extravagancia, reproducción de<strong>la</strong>rco del triunfo de Septimio Severo, y cruzó el batiburrillo de <strong>la</strong> calle y <strong>la</strong> mural<strong>la</strong> del mar y porfin llegó a <strong>la</strong> gran ext<strong>en</strong>sión de reluci<strong>en</strong>tes rocas negras, con sus pequeños charcos decamarones. Las niñas cristianas se reían con sus vestiditos europeos; los hombres con paraguas<strong>en</strong>rol<strong>la</strong>dos contemp<strong>la</strong>ban sil<strong>en</strong>ciosos el horizonte azul. En una hondonada de roca negra,Sa<strong>la</strong>huddin vio a un hombre vestido con un dhoti, inclinado sobre un charco. Sus miradas se<strong>en</strong>contraron y el hombre le l<strong>la</strong>mó movi<strong>en</strong>do un dedo que después se llevó a los <strong>la</strong>bios. Sssh, y elmisterio de los charcos <strong>en</strong> <strong>la</strong>s rocas atrajo al niño hacia el desconocido. Era una criatura demucho hueso. Con unas gafas con montura de algo que podía ser marfil. Su dedo se dob<strong>la</strong>ba, sedob<strong>la</strong>ba como un anzuelo. Cuando Sa<strong>la</strong>huddin se acercó, el hombre le agarró, le tapó <strong>la</strong> bocacon una mano y llevó <strong>la</strong> mano jov<strong>en</strong> <strong>en</strong>tre sus viejas y descarnadas piernas, a tocar el hueso decarne. El dhoti, abierto a los vi<strong>en</strong>tos. Sa<strong>la</strong>huddin nunca había sabido pelear e hizo lo que se leobligaba a hacer, y luego el hombre, s<strong>en</strong>cil<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te, dio media vuelta y lo soltó.Después de aquello, Sa<strong>la</strong>huddin dejó de ir a <strong>la</strong>s rocas de Scandal Point; no contó a nadie


lo ocurrido, previ<strong>en</strong>do <strong>la</strong>s crisis de neurast<strong>en</strong>ia que provocaría <strong>en</strong> su madre y temi<strong>en</strong>do que supadre dijera que fue culpa suya. Le parecía que todo lo malo, todo lo que él abominaba de suciudad natal, se había conc<strong>en</strong>trado <strong>en</strong> el huesudo abrazo del desconocido, y ahora que habíaescapado de aquel malvado esqueleto, también t<strong>en</strong>ía que escapar de Bombay o morir. Empezó aconc<strong>en</strong>trarse afanosam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>la</strong> idea, fijando su voluntad <strong>en</strong> el<strong>la</strong> <strong>en</strong> todo mom<strong>en</strong>to, comi<strong>en</strong>docagando durmi<strong>en</strong>do, para conv<strong>en</strong>cerse a sí mismo de que él podía hacer que ocurriera elmi<strong>la</strong>gro, incluso sin <strong>la</strong> ayuda de <strong>la</strong> lámpara de su padre. Soñaba con salir vo<strong>la</strong>ndo por <strong>la</strong>v<strong>en</strong>tana de su habitación para descubrir que allí, debajo de él, estaba no Bombay sino el MismoLondres, Bigb<strong>en</strong> Colurnnanelson Lordstavern Jodidatorre Reina. Pero mi<strong>en</strong>tras p<strong>la</strong>neaba sobre<strong>la</strong> gran metrópoli, s<strong>en</strong>tía que empezaba a perder altura, y por mucho que se esforzaba pateandoy braceando <strong>en</strong> el aire, seguía bajando a tierra, más y más de prisa, hasta que se zambullíagritando <strong>en</strong> <strong>la</strong> ciudad, San-pablo, Pudding<strong>la</strong>ne, Threadneedlestreet, cay<strong>en</strong>do sobre Londrescomo una bomba.* * *Cuando ocurrió lo imposible y su padre, inopinadam<strong>en</strong>te, le ofreció una educación <strong>en</strong>Ing<strong>la</strong>terra, para librarse de mí, p<strong>en</strong>saba él, porque, si no, bi<strong>en</strong> c<strong>la</strong>ro está, pero a caballorega<strong>la</strong>do, etcétera, su madre, Nasre<strong>en</strong> Chamchawa<strong>la</strong>, no quiso llorar y, <strong>en</strong> vez de lágrimas, leofreció bu<strong>en</strong>os consejos. «No andes sucio como esos ingleses —le exhortó—. Ellos se limpianel popó sólo con papel. Además, se bañan todos <strong>en</strong> <strong>la</strong> misma agua.» Estas viles calumniasdemostraron a Sa<strong>la</strong>huddin que su madre hacía cuanto recond<strong>en</strong>adam<strong>en</strong>te podía para que no sefuera, y, a pesar del mutuo amor, él respondió: «Es inconcebible lo que dices, Ammi. Ing<strong>la</strong>terraes una gran civilización; lo que dices son bobadas.»El<strong>la</strong> le miró con su sonrisita leve y nerviosa y no discutió. Y, después, le despidió conlos ojos secos debajo del arco de triunfo de <strong>la</strong> puerta, rehusando ir a despedirle al aeropuerto deSantacruz. Su único hijo. Le colgó col<strong>la</strong>res y más col<strong>la</strong>res de flores hasta que él se mareó de losempa<strong>la</strong>gosos perfumes del amor materno.Nasre<strong>en</strong> Chamchawa<strong>la</strong> era una mujer leve y frágil, con unos huesos como tinkas, comoastillitas de madera. Para comp<strong>en</strong>sar su insignificancia física, desde muy jov<strong>en</strong> se acostumbró avestir con cierta l<strong>la</strong>mativa exageración. Los dibujos de sus saris eran deslumbrantes, inclusochillones: seda limón con <strong>en</strong>ormes diamantes de brocado, remolinos Op Art <strong>en</strong> b<strong>la</strong>nco y negroque producían vértigo, gigantescos besos de lápiz <strong>la</strong>bial sobre fondo b<strong>la</strong>nco bril<strong>la</strong>nte. La g<strong>en</strong>tele perdonaba su gusto horripi<strong>la</strong>nte por <strong>la</strong> inoc<strong>en</strong>cia con que el<strong>la</strong> llevaba aquel<strong>la</strong>s cegadoraspr<strong>en</strong>das; porque <strong>la</strong> voz que brotaba de aquel<strong>la</strong> cacofonía textil era fina, vaci<strong>la</strong>nte y modosa. Ypor sus soirées.Todos los viernes de su vida de casada, Nasre<strong>en</strong> había ll<strong>en</strong>ado los salones de <strong>la</strong> mansiónChamchawa<strong>la</strong>, unas cámaras habitualm<strong>en</strong>te lúgubres como grandes criptas sepulcrales, de lucesbril<strong>la</strong>ntes y amigos superficiales. Cuando Sa<strong>la</strong>huddin era pequeño, se empeñaba <strong>en</strong> hacer deportero y saludaba a los <strong>en</strong>joyados y <strong>en</strong>gominados invitados con toda seriedad, permitiéndolesdarle palmaditas <strong>en</strong> <strong>la</strong> cabeza y l<strong>la</strong>marle monín y ricura. Los viernes <strong>la</strong> casa se ll<strong>en</strong>aba de ruido;había músicos, cantantes, danzarinas, los últimos éxitos de Occid<strong>en</strong>te emitidos por RadioCeilán, vocinglero teatro de marionetas <strong>en</strong> el que unos rajahs de barro pintado que cabalgaban<strong>en</strong> corceles de m<strong>en</strong>tirijil<strong>la</strong>s decapitaban a los títeres <strong>en</strong>emigos con est<strong>en</strong>tóreas imprecaciones yespadas de madera. Durante el resto de <strong>la</strong> semana, empero, Nasre<strong>en</strong> se movía por <strong>la</strong> casatímidam<strong>en</strong>te, una paloma sigilosa, como temerosa de turbar el sombrío sil<strong>en</strong>cio; y su hijo, que<strong>la</strong> seguía por todas partes, apr<strong>en</strong>dió de el<strong>la</strong> a pisar con suavidad, para no despertar al du<strong>en</strong>de oafreet que pudiera estar dormido <strong>en</strong> algún rincón, esperando.


Pero todas <strong>la</strong>s precauciones de Nasre<strong>en</strong> Chamchawa<strong>la</strong> no consiguieron salvarle <strong>la</strong> vida.El horror cayó sobre el<strong>la</strong> y <strong>la</strong> asesinó cuando más segura se creía, <strong>en</strong>vuelta <strong>en</strong> un sariestampado de fotos y titu<strong>la</strong>res de periódico barato, bañada por <strong>la</strong> luz de <strong>la</strong>s grandes lámparas yrodeada de amigos.* * *Habían transcurrido cinco años y medio desde que el jov<strong>en</strong> Sa<strong>la</strong>huddin, cargado decol<strong>la</strong>res y consejos, embarcara <strong>en</strong> un Doug<strong>la</strong>s DC-8 rumbo al Oeste. De<strong>la</strong>nte de él, Ing<strong>la</strong>terra; asu <strong>la</strong>do, su padre, Changez Chamchawa<strong>la</strong>; debajo, el hogar y <strong>la</strong> belleza. Al igual que a Nasre<strong>en</strong>,al futuro Sa<strong>la</strong>din nunca le resultó fácil llorar.En aquel primer avión, Sa<strong>la</strong>huddin leyó cu<strong>en</strong>tos de ci<strong>en</strong>cia-ficción, de emigracionesinterp<strong>la</strong>netarias: La fundación de Asimov y Crónicas de Marte de Ray Bradbury. Él imaginabaque el DC-8 era <strong>la</strong> nave nodriza que llevaba a los Elegidos, los Elegidos de Dios y del hombre,a través de distancias inconcebibles, viajando durante g<strong>en</strong>eraciones, reproduciéndoseeugénicam<strong>en</strong>te para que su semil<strong>la</strong> pudiera un día germinar <strong>en</strong> un mundo feliz bajo un so<strong>la</strong>marillo. Se rectificó: no era <strong>la</strong> nave nodriza sino <strong>la</strong> nave padre, porque, al fin y al cabo, allíviajaba él, el gran hombre, Abbu, Papá. Sa<strong>la</strong>huddin, a sus trece años, olvidando reci<strong>en</strong>tes dudasy agravios, volvía a s<strong>en</strong>tir infantil adoración por su padre, porque, sí, él le había adorado, era ungran padre hasta que empezabas a p<strong>en</strong>sar por tu cu<strong>en</strong>ta y hasta que discutir con él eraconsiderado una traición a su amor, pero ahora eso no importa, yo le acuso de convertirse <strong>en</strong> miser supremo, de manera que lo que ocurriera fuera como una pérdida de <strong>la</strong> fe... Sí, <strong>la</strong> navepadre, un avión, no era una bomba vo<strong>la</strong>dora sino un falo metálico, y los pasajeros eranespermatozoides esperando ser descargados.Cinco horas y media de zonas horarias; da <strong>la</strong> vuelta al reloj <strong>en</strong> Bombay y verás qué horaes <strong>en</strong> Londres. A mi padre, p<strong>en</strong>saría Chamcha años después <strong>en</strong> los mom<strong>en</strong>tos de mayoramargura, a mi padre acuso yo de haber dado <strong>la</strong> vuelta al Tiempo.¿Cuánto vo<strong>la</strong>ron? Nueve mil kilómetros a vuelo de pájaro. O, de lo indio a lo inglés,una distancia inconm<strong>en</strong>surable. O no muy lejos, porque despegaron de una gran ciudad yaterrizaron <strong>en</strong> otra gran ciudad. La distancia <strong>en</strong>tre ciudades siempre es pequeña; un aldeano querecorre ci<strong>en</strong> kilómetros para ir a <strong>la</strong> ciudad cruza un espacio más vacío, más oscuro y mássobrecogedor.He aquí lo que hizo Changez Chamchawa<strong>la</strong> cuando despegó el avión: procurando quesu hijo no le viera, cruzó dos pares de dedos de cada mano e hizo girar los pulgares.Y cuando estuvieron insta<strong>la</strong>dos <strong>en</strong> un hotel a pocos metros del antiguo emp<strong>la</strong>zami<strong>en</strong>todel árbol de Tyburn, Changez dijo a su hijo: «Toma. Esto te pert<strong>en</strong>ece. —Y le t<strong>en</strong>día unbilletero negro cuya id<strong>en</strong>tidad era inconfundible—. Ahora eres un hombre. Tómalo.»La devolución del billetero confiscado, con su dinero intacto, resultó ser uno de lospequeños trucos de Changez Chamchawa<strong>la</strong>. Trucos que habían <strong>en</strong>gañado a Sa<strong>la</strong>huddin durantetoda su vida. Cuando su padre quería castigarle, le hacía un regalo, una tableta de choco<strong>la</strong>te deimportación o una tarrina de queso b<strong>la</strong>ndo. Y, cuando él iba a cogerlo, el padre lo agarraba.«Borrico —decía Changez al niño <strong>en</strong> tono burlón—. Siempre, siempre, <strong>la</strong> zanahoria te traehasta mi bastón.»En Londres, Sa<strong>la</strong>huddin tomó el billetero que se le ofrecía, aceptando el regalo de <strong>la</strong>mayoría de edad; pero <strong>en</strong>tonces su padre dijo: «Ahora que eres un hombre, debes mant<strong>en</strong>er a tuanciano padre mi<strong>en</strong>tras estemos <strong>en</strong> <strong>la</strong> ciudad de Londres. Tú pagarás todas <strong>la</strong>s cu<strong>en</strong>tas.»


Enero, 1961. Un año al que puedes darle <strong>la</strong> vuelta y que, a difer<strong>en</strong>cia del reloj, te seña<strong>la</strong>lo mismo. Era invierno; pero cuando Sa<strong>la</strong>huddin Chamchawa<strong>la</strong> empezó a tiritar <strong>en</strong> suhabitación del hotel, era porque estaba asustado; de pronto, su ol<strong>la</strong> de oro se había convertido<strong>en</strong> <strong>la</strong> maldición de un brujo.Aquel<strong>la</strong>s dos semanas que pasó <strong>en</strong> Londres antes de ir al internado se convirtieron <strong>en</strong>una pesadil<strong>la</strong> de cajas registradoras y cálculos, porque Changez hab<strong>la</strong>ba completam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>serio y no llevó <strong>la</strong> mano a su propio bolsillo ni una so<strong>la</strong> vez. Sa<strong>la</strong>huddin tuvo que comprarse <strong>la</strong>ropa, <strong>en</strong>tre otras cosas, un impermeable de sarga azul cruzado y siete camisas a rayas azules yb<strong>la</strong>ncas con cuellos postizos semiduros que Changez le hacía llevar a diario, para que seacostumbrara a los pasadores, y a Sa<strong>la</strong>huddin le parecía que un cuchillo de punta roma se lec<strong>la</strong>vaba debajo de <strong>la</strong> incipi<strong>en</strong>te nuez; y t<strong>en</strong>ía que asegurarse de que le quedaba dinero sufici<strong>en</strong>tepara el hotel y todo lo demás, y no se atrevía a preguntar a su padre ni si podían ir al cine, nisiquiera una so<strong>la</strong> vez, ni siquiera para ver The Pure Hell of St. Trinians, ni a comer alrestaurante, ni siquiera a un chino, y <strong>en</strong> años v<strong>en</strong>ideros no recordaría de sus primeras dossemanas <strong>en</strong> su adorado Eleo<strong>en</strong>e Deerreeese nada más que libras, chelines y p<strong>en</strong>iques, como eldiscípulo del rey filósofo Chanakya que preguntó al gran hombre que significaba estar y noestar <strong>en</strong> el mundo, y el rey le ord<strong>en</strong>ó que llevara un cántaro ll<strong>en</strong>o de agua hasta el borde por<strong>en</strong>tre una muchedumbre <strong>en</strong> día de fiesta, sin derramar ni una gota, so p<strong>en</strong>a de muerte, demanera que cuando regresó, el nombre no podía describir los festejos porque fue como un ciegoque no veía nada más que el cántaro que llevaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> cabeza.Changez Chamchawa<strong>la</strong> estuvo muy tranquilo aquellos días, y parecía que no seacordaba de comer, ni de beber, ni de hacer nada; se s<strong>en</strong>tía feliz s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> <strong>la</strong> habitación delhotel, mirando <strong>la</strong> televisión, sobre todo los Picapiedra, porque, decía a su hijo, Wilma lerecordaba a Nasre<strong>en</strong>. Sa<strong>la</strong>huddin trataba de demostrar que era hombre ayunando con su padre,esforzándose por resistir más que él, pero no lo conseguía, y cuando los ca<strong>la</strong>mbres se hacíanmuy fuertes, iba a una taberna barata cercana al hotel, donde v<strong>en</strong>dían pollos asados que dabanvueltas <strong>en</strong> el escaparate goteando grasa. Cuando <strong>en</strong>traba <strong>en</strong> el vestíbulo del hotel con el pollo,lo escondía d<strong>en</strong>tro de su impermeable cruzado, para que el personal no lo viera, y se metía <strong>en</strong> e<strong>la</strong>sc<strong>en</strong>sor <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> olor a asado, con pecho abultado de pollo y cara colorada. Con el pollo <strong>en</strong><strong>la</strong> pechera, bajo <strong>la</strong> mirada de <strong>la</strong>s señoras y los asc<strong>en</strong>soristas, Sa<strong>la</strong>huddin s<strong>en</strong>tía nacer aquel<strong>la</strong>rabia imp<strong>la</strong>cable que ardería <strong>en</strong> su interior durante más de un cuarto de siglo; que consumiría suinfantil amor por su padre y haría de él un ateo, un hombre que, <strong>en</strong> ade<strong>la</strong>nte, haría todo loposible por vivir sin dios alguno; y que tal vez alim<strong>en</strong>tara su decisión de ser lo que su padre noera ni podría ser, es decir, un inglés de verdad. Sí, un inglés, incluso aunque tuviera razón sumadre, aunque no hubiera más que papel <strong>en</strong> los aseos y un agua tibia y usada, ll<strong>en</strong>a de tierra yjabón, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que meterse después de hacer ejercicio, aunque ello supusiera pasar <strong>la</strong> vida <strong>en</strong>treinvernales árboles desnudos cuyos dedos asían con desesperación <strong>la</strong>s pocas horas de luz pálida,tamizada y acuosa. En <strong>la</strong>s noches de invierno, él, que nunca había dormido más que con unasábana, se acostaba debajo de montañas de <strong>la</strong>na y se s<strong>en</strong>tía como un personaje de un mitoantiguo, cond<strong>en</strong>ado por los dioses a soportar el peso de un pedrusco <strong>en</strong> el pecho; pero noimportaba, él sería inglés aunque sus compañeros de c<strong>la</strong>se se rieran de su ac<strong>en</strong>to y loexcluyeran de sus pequeños secretos, porque estas exclusiones no hacían sino robustecer sudecisión, y <strong>en</strong>tonces fue cuando Sa<strong>la</strong>huddin empezó a hacer teatro, a ponerse máscaras queaquellos individuos pudieran reconocer, máscaras de rostropálido, máscaras de payaso, hastaque los <strong>en</strong>gañó y conv<strong>en</strong>ció de que él era una persona normal, g<strong>en</strong>te como nosotros. Él los<strong>en</strong>gañó de <strong>la</strong> forma <strong>en</strong> que un ser humano s<strong>en</strong>sible puede conv<strong>en</strong>cer a los gori<strong>la</strong>s para que loacept<strong>en</strong> <strong>en</strong> su familia, para que lo acarici<strong>en</strong> y lo mim<strong>en</strong> y le metan plátanos <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca.(Después de pagar <strong>la</strong> última factura y cuando el billetero que había <strong>en</strong>contrado al finaldel arco iris estaba vacío, su padre le dijo: «Ya ves. Pagas tu propio gasto. He hecho de ti unhombre.» Pero ¿qué hombre? Eso es algo que los padres nunca sab<strong>en</strong>. No lo sab<strong>en</strong> de


antemano; no lo sab<strong>en</strong> hasta que ya es tarde.)Un día, al poco tiempo de estar <strong>en</strong> el colegio, a <strong>la</strong> hora del desayuno, <strong>en</strong>contró unar<strong>en</strong>que ahumado <strong>en</strong> el p<strong>la</strong>to. Lo miraba sin saber por dónde empezar. Luego, lo cortó y semetió <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca un bocado de espinas. Cuando <strong>la</strong>s hubo sacado todas, otro bocado, con másespinas. Sus condiscípulos le miraban <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio; ninguno le dijo: Mira, esto se come asi.Sa<strong>la</strong>huddin tardó nov<strong>en</strong>ta minutos <strong>en</strong> comerse el pescado y no le permitieron levantarse de <strong>la</strong>mesa hasta que hubo terminado. Para <strong>en</strong>tonces, estaba temb<strong>la</strong>ndo y, si hubiera sabido, habríallorado. Luego se le ocurrió que le habían <strong>en</strong>señado una lección importante. Ing<strong>la</strong>terra era unpescado ahumado de sabor peculiar, ll<strong>en</strong>o de púas y espinas, y nadie le diría nunca cómo secomía. Descubrió también que él era una persona r<strong>en</strong>corosa. «Ya les <strong>en</strong>señaré yo —juró—. Yaverán.» El ar<strong>en</strong>que ahumado fue su primera victoria, el primer paso de su conquista deIng<strong>la</strong>terra.Dic<strong>en</strong> que Guillermo el Conquistador empezó comiéndose un bocado de ar<strong>en</strong>a inglesa.* * *Cinco años después, terminados los estudios secundarios, mi<strong>en</strong>tras esperaba queempezara el curso <strong>en</strong> <strong>la</strong> universidad inglesa, Sa<strong>la</strong>huddin hizo una visita a su casa cuando sutransmutación <strong>en</strong> vi<strong>la</strong>yeti ya estaba muy ade<strong>la</strong>ntada. «Mira qué bi<strong>en</strong> sabe quejarse —se bur<strong>la</strong>baNasre<strong>en</strong> de<strong>la</strong>nte de su padre—. Todo lo critica como un sabio: los v<strong>en</strong>ti<strong>la</strong>dores están flojos, sedespr<strong>en</strong>derán del techo y nos cortarán <strong>la</strong> cabeza mi<strong>en</strong>tras dormimos, dice. Y <strong>la</strong> comida esdemasiado grasa, por qué t<strong>en</strong>emos que freírlo todo, dice. Los miradores del último piso soninseguros y <strong>la</strong> pintura se ha saltado, por qué no somos más cuidadosos de nuestro <strong>en</strong>torno, y eljardín está hecho una selva, somos g<strong>en</strong>te selvática, eso pi<strong>en</strong>sa, y fíjate lo bastas que sonnuestras pelícu<strong>la</strong>s, ahora no le gusta nuestro cine, y cuánta <strong>en</strong>fermedad, no puedes ni beber e<strong>la</strong>gua del grifo, Dios mío, sí que está instruido, esposo, nuestro pequeño Sallu que ha v<strong>en</strong>ido deIng<strong>la</strong>terra, y qué dicción más distinguida.»Paseaban por el jardín al atardecer, mirando cómo el sol se sumergía <strong>en</strong> el mar, vagandoa <strong>la</strong> sombra de los grandes árboles de copa ancha, unos retorcidos y otros barbudos, queSa<strong>la</strong>huddin (que ahora se l<strong>la</strong>maba Sa<strong>la</strong>din como <strong>en</strong> <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> inglesa, pero conservaría elChamchawa<strong>la</strong> hasta que un ag<strong>en</strong>te teatral le abreviaría el apellido por razones artísticas) yaempezaba a conocer por sus nombres, jackfruit, baniano, jacaranda, l<strong>la</strong>ma del bosque, plátano.Al pie del árbol de su propia vida, el nogal que Changez p<strong>la</strong>ntó con sus propias manos el día <strong>en</strong>que nació su hijo, crecían pequeñas matas de chhooi-mooi o no-me-toques. Padre e hijo, juntoal árbol del nacimi<strong>en</strong>to, se s<strong>en</strong>tían viol<strong>en</strong>tos, incapaces de responder con naturalidad a <strong>la</strong> levebur<strong>la</strong> de Nasre<strong>en</strong>. Sa<strong>la</strong>din t<strong>en</strong>ía una s<strong>en</strong>sación de nostalgia porque le parecía que el jardín eramucho más hermoso antes de que él conociera los nombres de los árboles, que había perdidoalgo que nunca podría recuperar. Y Changez Chamchawa<strong>la</strong> descubrió que ya no podía mirar alos ojos a su hijo porque el r<strong>en</strong>cor que veía <strong>en</strong> ellos le he<strong>la</strong>ba el corazón. Cuando habló,volvi<strong>en</strong>do bruscam<strong>en</strong>te! <strong>la</strong> espalda al nogal de dieciocho años <strong>en</strong> el que durante aquel<strong>la</strong> <strong>la</strong>rgaaus<strong>en</strong>cia él imaginaba que residía el alma de su hijo, <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras salieron torpem<strong>en</strong>te y lehicieron parecer <strong>la</strong> figura rígida y fría <strong>en</strong> <strong>la</strong> que deseaba no convertirse y <strong>en</strong> <strong>la</strong> que temía queinevitablem<strong>en</strong>te se convertiría.«Di a tu hijo —dijo Changez a Nasre<strong>en</strong> con voz áspera— que si se ha ido al extranjeropara apr<strong>en</strong>der a despreciar a los suyos, los suyos no t<strong>en</strong>drán para él más que desdén. ¿Qué se hacreído? ¿Que es un jov<strong>en</strong> lord, un gran panjandrum? ¿Es que mi destino ha de ser perder a unhijo y <strong>en</strong>contrar a un petimetre?»«Todo lo que yo soy, querido padre —dijo Sa<strong>la</strong>din al anciano—, a ti te lo debo.»


Fue su última char<strong>la</strong> familiar. Durante todo el verano, los ánimos estuvieron muyexcitados, pese a los int<strong>en</strong>tos de mediación de Nasre<strong>en</strong>, ti<strong>en</strong>es que pedir perdón a tu padre,vida mía, el pobre sufre como un cond<strong>en</strong>ado pero su orgullo no le permite darte un abrazo.Incluso Kasturba, el ayah y Val<strong>la</strong>bh, su marido, el criado, trataron de mediar, pero ni padre nihijo cedían. «La misma madera —dijo Kasturba a Nasre<strong>en</strong>—. Y esto es lo malo. Padre e hijoson iguales.»Aquel setiembre, cuando estalló <strong>la</strong> guerra contra Pakistán, Nasre<strong>en</strong>, con espíritu dedesafío, decidió que el<strong>la</strong> no susp<strong>en</strong>dería sus fiestas de los viernes «para demostrar que hindúesy musulmanes pued<strong>en</strong> amar además de odiar», explicó. Changez vio una cierta luz <strong>en</strong> sus ojos yno discutió, pero ord<strong>en</strong>ó a los criados que pusieran cortinas de oscurecimi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tanas.Aquel<strong>la</strong> noche, por última vez, Sa<strong>la</strong>din Chamchawa<strong>la</strong> desempeñó su antigua función deportero, ataviado con smoking inglés, y cuando llegaron los invitados, los mismos invitados desiempre, con el polvo gris de los años, pero por lo demás los mismos, le obsequiaron con <strong>la</strong>smismas palmadas, los mismos besos y <strong>la</strong>s nostálgicas b<strong>en</strong>diciones de su juv<strong>en</strong>tud. «Mira quéalto —decían—. Qué guapo, parece m<strong>en</strong>tira.» Todos trataban de disimu<strong>la</strong>r el miedo a <strong>la</strong> guerra,peligro de ataques aéreos, decía <strong>la</strong> radio, y al acariciar el pelo de Sa<strong>la</strong>din sus manos estaban oun poco temblonas o <strong>en</strong> exceso bruscas.A última hora de <strong>la</strong> tarde, sonaron <strong>la</strong>s sir<strong>en</strong>as y los invitados buscaron refugio,escondiéndose debajo de <strong>la</strong>s camas, <strong>en</strong> los armarios, <strong>en</strong> cualquier sitio. Nasre<strong>en</strong> Chamchawa<strong>la</strong>se <strong>en</strong>contró so<strong>la</strong> al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> mesa ll<strong>en</strong>a de comida y trató de tranquilizar a los invitadosquedándose allí con su sari estampado de periódico, comi<strong>en</strong>do pescado como si nada. Porconsigui<strong>en</strong>te, cuando empezó a ahogarse con <strong>la</strong> espina de su muerte, no t<strong>en</strong>ía a su <strong>la</strong>do qui<strong>en</strong> <strong>la</strong>ayudara: todos estaban escondidos por los rincones, con los ojos cerrados; el mismo Sa<strong>la</strong>din,conquistador de ar<strong>en</strong>ques ahumados, Sa<strong>la</strong>din, que había vuelto de Ing<strong>la</strong>terra con su flema,había perdido <strong>la</strong> ser<strong>en</strong>idad. Nasre<strong>en</strong> Chamchawa<strong>la</strong> cayó, se retorció, abrió <strong>la</strong> boca tratando deaspirar y murió, y cuando sonó el fin de <strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma y reaparecieron tímidam<strong>en</strong>te los invitados,<strong>en</strong>contraron a su anfitriona extinta <strong>en</strong> medio del comedor, arrebatada por el ángel exterminador,khali-pili kha<strong>la</strong>as, como dic<strong>en</strong> <strong>en</strong> Bombay, muerta sin motivo, desaparecida para siempre.* * *M<strong>en</strong>os de un año después de <strong>la</strong> muerte de Nasre<strong>en</strong> Chamchawa<strong>la</strong>, que no fue capaz dedominar <strong>la</strong>s espinas como su hijo educado <strong>en</strong> el extranjero, Changez volvió a casarse sin avisara nadie. Sa<strong>la</strong>din, <strong>en</strong> su universidad inglesa, recibió una carta de su padre <strong>en</strong> <strong>la</strong> que éste, con <strong>la</strong>fraseología irritantem<strong>en</strong>te ampulosa y trasnochada que Changez usaba <strong>en</strong> su correspond<strong>en</strong>cia,le ord<strong>en</strong>aba que se alegrara. «Regocíjate —decía <strong>la</strong> carta— porque lo que se había perdido har<strong>en</strong>acido.» La explicación de esta frase un tanto <strong>en</strong>igmática v<strong>en</strong>ía un poco más abajo, y cuandoSa<strong>la</strong>din se <strong>en</strong>teró de que su madrastra también se l<strong>la</strong>maba Nasre<strong>en</strong> algo saltó <strong>en</strong> su cabeza yescribió a su padre una carta ll<strong>en</strong>a de crueldad y de furor, cuya viol<strong>en</strong>cia era del tipo que sólo seda <strong>en</strong>tre padres e hijos y que difiere de <strong>la</strong> que existe <strong>en</strong>tre hijas y madres <strong>en</strong> que <strong>en</strong>cierra <strong>la</strong>posibilidad de una verdadera pelea a puñetazos rompi<strong>en</strong>do caras. Changez contestó a vuelta decorreo; una carta breve, cuatro líneas de insulto arcaico, granuja sinvergü<strong>en</strong>za vagabundocanal<strong>la</strong> infame hijoputa bribón. «Ruego consideres vínculos familiares irreparablem<strong>en</strong>te rotos—concluía—. Consecu<strong>en</strong>cias, tu responsabilidad.»Después de un año de sil<strong>en</strong>cio, Sa<strong>la</strong>din recibió otra misiva, un perdón que era muchomás difícil de digerir que el anterior rayo anatematizador. «Cuando tú seas padre, oh hijo mío—confiaba Changez Chamchawa<strong>la</strong>—, también conocerás esos mom<strong>en</strong>tos —¡ah!, ¡quédulces!— <strong>en</strong> los que amorosam<strong>en</strong>te haces saltar al precioso bebé sobre tus rodil<strong>la</strong>s; y <strong>en</strong>tonces,


sin aviso ni provocación, <strong>la</strong> criaturita —¿puedo serte franco?— se te mea <strong>en</strong>cima. Tal vezdurante un mom<strong>en</strong>to si<strong>en</strong>tes que te ahoga <strong>la</strong> ira y una descarga de furor te hace hervir <strong>la</strong> sangre,pero remite con <strong>la</strong> misma rapidez con que te acometió. Porque ¿acaso como adultos nocompr<strong>en</strong>demos que el pequeño no ti<strong>en</strong>e culpa alguna? Él no sabe lo que hace.»Vivam<strong>en</strong>te of<strong>en</strong>dido por ser comparado con un crío meón, Sa<strong>la</strong>din mantuvo lo que élconsideraba un sil<strong>en</strong>cio digno. Cuando iba a lic<strong>en</strong>ciarse, había adquirido pasaporte británico,habi<strong>en</strong>do llegado al país antes de que <strong>la</strong>s leyes se hicieran más severas, por lo que pudoinformar a Changez <strong>en</strong> una <strong>la</strong>cónica nota que t<strong>en</strong>ía int<strong>en</strong>ción de quedarse <strong>en</strong> Londres y buscartrabajo de actor. La respuesta de Changez Chamchawa<strong>la</strong> llegó por correo urg<strong>en</strong>te. «Lo mismopodrías ser un cond<strong>en</strong>ado gigoló. Creo que un demonio ha p<strong>en</strong>etrado <strong>en</strong> ti y te ha trastornado.Tú, a qui<strong>en</strong> tanto se ha dado, ¿no crees que debes algo a los demás? ¿A tu país? ¿A <strong>la</strong> memoriade tu querida madre? ¿A tu propio espíritu? ¿Vas a pasarte <strong>la</strong> vida contoneándote ypavoneándote ante <strong>la</strong>s luces, besando a mujeres rubias ante <strong>la</strong> mirada de desconocidos que hanpagado para pres<strong>en</strong>ciar tu vergü<strong>en</strong>za? Tú no eres hijo mío, tú eres una aberración, un hoosh, undemonio del infierno. ¡Actor! Contesta a esto: ¿Qué les digo a mis amigos?»Y, debajo de <strong>la</strong> firma, <strong>la</strong> posdata, patética y petu<strong>la</strong>nte. «Ahora que ti<strong>en</strong>es tu propiodjinni malo, no esperes heredar <strong>la</strong> lámpara mágica.»* * *Después de aquello, Changez Chamchawa<strong>la</strong> escribía a su hijo a intervalos irregu<strong>la</strong>res, y<strong>en</strong> cada una de sus cartas volvía sobre el tema de los demonios y <strong>la</strong> posesión: «El hombre qu<strong>en</strong>o es fiel a sí mismo se convierte <strong>en</strong> una m<strong>en</strong>tira con dos patas, y estas bestias son <strong>la</strong> mejorobra de Shaitan», escribía, y también, <strong>en</strong> v<strong>en</strong>a más s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>tal: «Yo t<strong>en</strong>go tu alma bi<strong>en</strong>guardada, hijo, aquí, <strong>en</strong> el nogal. El demonio sólo ti<strong>en</strong>e tu cuerpo. Cuando estés libre de él,vuelve a rec<strong>la</strong>mar tu espíritu inmortal. Ahora florece <strong>en</strong> el jardín.»La letra de aquel<strong>la</strong>s cartas cambió a lo <strong>la</strong>rgo de los años, perdi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> florida confianzaque <strong>la</strong> hiciera instantáneam<strong>en</strong>te id<strong>en</strong>tificable y haciéndose más estrecha, más sobria, más pura.Al fin <strong>la</strong>s cartas dejaron de llegar y Sa<strong>la</strong>din supo por otros conductos que <strong>la</strong> preocupación de supadre por lo sobr<strong>en</strong>atural había ido profundizándose hasta hacer de él un recluso, quizá con elpropósito de escapar de este mundo, <strong>en</strong> el que los demonios podían robarle a uno el cuerpo desu propio hijo, mundo inseguro para un hombre auténticam<strong>en</strong>te religioso.La transformación de su padre desconcertó a Sa<strong>la</strong>din, aun a tan gran distancia. Suspadres eran musulmanes, a <strong>la</strong> manera superficial y perezosa de los bombayitas; ChangezChamchawa<strong>la</strong>, a los ojos de su pequeño hijo, era más divino que cualquier Alá. Que este padre,que esta divinidad profana (aunque desacreditada ahora), a su vejez, se hubiera puesto derodil<strong>la</strong>s e inclinado hacia La Meca, era algo que el ateo de su hijo <strong>en</strong>contraba difícil de aceptar.«La culpa <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>e esa bruja —se dijo, adoptando para sus fines retóricos el mismol<strong>en</strong>guaje de conjuros y du<strong>en</strong>des que su padre utilizaba—, esa Nasre<strong>en</strong> Número Dos. ¿Soy yo elque está <strong>en</strong>demoniado, yo el poseso? No es mi letra <strong>la</strong> que ha cambiado.» Las cartas dejaron dellegar. Pasaron los años; y un día Sa<strong>la</strong>din Chamcha, actor, hombre que todo lo debía a su propioesfuerzo, volvió a Bombay con <strong>la</strong> compañía de los Prospero P<strong>la</strong>yers, para interpretar el papelde médico indio <strong>en</strong> La millonaria de George Bernard Shaw. En esc<strong>en</strong>a, él adoptaba <strong>la</strong> voz y e<strong>la</strong>c<strong>en</strong>to que el papel requerían, pero aquellos giros tanto tiempo reprimidos, aquel<strong>la</strong>s vocales yconsonantes descartadas, empezaron a escapársele de <strong>la</strong> boca fuera del teatro. Su voz empezabaa traicionarle; y luego descubrió que otras partes de su cuerpo también eran capaces de <strong>la</strong>traición.


* * *El hombre que decide cambiarse a sí mismo asume el papel del Creador, según unacierta manera de ver <strong>la</strong>s cosas; es antinatural, es b<strong>la</strong>sfemo, abominación de abominaciones.Desde otro ángulo, también podías ver patetismo <strong>en</strong> él, heroísmo <strong>en</strong> su lucha, <strong>en</strong> su voluntad dearriesgarse: no todos los mutantes sobreviv<strong>en</strong>. O, considerándole desde el punto de vistasociopolítico: <strong>la</strong> mayoría de los emigrantes apr<strong>en</strong>d<strong>en</strong> y pued<strong>en</strong> convertirse <strong>en</strong> disfraces.Nuestras propias falsas descripciones para contrarrestar <strong>la</strong>s falsedades inv<strong>en</strong>tadas sobr<strong>en</strong>osotros escond<strong>en</strong>, por razones de seguridad, nuestra personalidad secreta.El hombre que se inv<strong>en</strong>ta a sí mismo necesita a algui<strong>en</strong> que crea <strong>en</strong> él para demostrarque ha conseguido lo que se proponía. Otra vez haci<strong>en</strong>do de Dios, dirán ustedes. O tambiénpued<strong>en</strong> bajar unos cuantos escalones y p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> el Hada Campanil<strong>la</strong>; <strong>la</strong>s hadas no exist<strong>en</strong> silos niños no dan palmadas. O podrían decir, simplem<strong>en</strong>te: es sólo ser un hombre. No esúnicam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> necesidad de que otros crean <strong>en</strong> uno, sino <strong>la</strong> de creer <strong>en</strong> otro. Ahí lo ti<strong>en</strong><strong>en</strong>: e<strong>la</strong>mor.Sa<strong>la</strong>din Chamcha conoció a Pame<strong>la</strong> Love<strong>la</strong>ce cinco días y medio antes del fin de losaños ses<strong>en</strong>ta, cuando <strong>la</strong>s mujeres todavía llevaban pañuelos <strong>en</strong> <strong>la</strong> cabeza. Estaba <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro deuna sa<strong>la</strong> ll<strong>en</strong>a de actrices trotskistas y le miraba con unos ojos tan bril<strong>la</strong>ntes, tan bril<strong>la</strong>ntes... Él<strong>la</strong> monopolizó toda <strong>la</strong> noche y el<strong>la</strong> nunca dejó de sonreír y se fue con otro. Él volvió a casa y sepuso a soñar con los ojos, <strong>la</strong> sonrisa, <strong>la</strong> esbeltez y <strong>la</strong> piel de Pame<strong>la</strong>. La persiguió durante dosaños. Ing<strong>la</strong>terra es reacia a <strong>en</strong>tregar sus tesoros. Él estaba asombrado de su propiaperseverancia y compr<strong>en</strong>dió que el<strong>la</strong> se había convertido <strong>en</strong> artífice de su destino, que si el<strong>la</strong> nocedía, sus int<strong>en</strong>tos de metamorfosis, fracasarían. «Permíteme —suplicaba él luchandocortésm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>la</strong> moqueta b<strong>la</strong>nca que le dejaba cubierto de de<strong>la</strong>tora pelusa <strong>en</strong> <strong>la</strong> parada de<strong>la</strong>utobús de medianoche—. Créeme. Yo soy el hombre de tu vida.»Una noche, sin más ni más, el<strong>la</strong> consintió, dijo que le creía. Él se casó con el<strong>la</strong> sin darletiempo de arrep<strong>en</strong>tirse, pero nunca llegó a apr<strong>en</strong>der a leerle el p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to. Cuando se s<strong>en</strong>tíadesgraciada, se <strong>en</strong>cerraba <strong>en</strong> el dormitorio hasta que se le pasaba. «No ti<strong>en</strong>e nada que vercontigo —le decía—. No quiero que nadie me vea cuando estoy así.» Él <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maba almeja.«Abre», él golpeó todas <strong>la</strong>s puertas cerradas de su vida <strong>en</strong> común, primero un sótano, despuésuna casita y, por fin, una mansión. «Yo te quiero. Déjame <strong>en</strong>trar.» Él <strong>la</strong> necesitaba tandesesperadam<strong>en</strong>te para cerciorarse de su propia exist<strong>en</strong>cia que no llegó a advertir <strong>la</strong>desesperación de su sonrisa deslumbrante y perman<strong>en</strong>te, el terror que había <strong>en</strong> <strong>la</strong> vivacidad conque el<strong>la</strong> <strong>en</strong>caraba el mundo ni <strong>la</strong>s razones por <strong>la</strong>s que el<strong>la</strong> se escondía cuando no conseguía<strong>en</strong>c<strong>en</strong>der el brillo. Hasta que ya era tarde no le contó que sus padres se habían suicidado juntoscuando el<strong>la</strong> empezaba a m<strong>en</strong>struar, que estaban agobiados por <strong>la</strong>s deudas de juego y <strong>la</strong> habíandejado con un ac<strong>en</strong>to aristocrático que <strong>la</strong> seña<strong>la</strong>ba como una chica de oro, una mujer digna de<strong>en</strong>vidia, cuando <strong>en</strong> realidad era una criatura abandonada, perdida, que no tuvo ni unos padresque quisieran esperar a ver<strong>la</strong> crecer, eso era lo que <strong>la</strong> querían, por 1o que el<strong>la</strong> no t<strong>en</strong>ía ni <strong>la</strong>m<strong>en</strong>or confianza y todos los mom<strong>en</strong>tos que pasaba <strong>en</strong> el mundo eran mom<strong>en</strong>tos de pánico, asíque sonreía y sonreía y quizás una vez a <strong>la</strong> semana se <strong>en</strong>cerraba para temb<strong>la</strong>r y s<strong>en</strong>tirse comouna concha vacía, como una cáscara de cacahuete hueca, como un mono sin cacahuete.No llegaron a t<strong>en</strong>er hijos; el<strong>la</strong> se echaba <strong>la</strong> culpa. Al cabo de diez años, Sa<strong>la</strong>dindescubrió que sus propios cromosomas t<strong>en</strong>ían algo raro, dos palitos más o m<strong>en</strong>os, no lorecordaba. Her<strong>en</strong>cia g<strong>en</strong>ética; por lo visto, si se descuida no nace, o nace monstruo. ¿Era por sumadre o por su padre? Los médicos no lo sabían; es fácil adivinar a quién lo atribuía él; al fin yal cabo, no hay que p<strong>en</strong>sar mal de los muertos.Últimam<strong>en</strong>te, t<strong>en</strong>ían problemas.


Él lo reconoció después, pero no mi<strong>en</strong>tras tanto. Después se dijo: estábamos <strong>en</strong> <strong>la</strong>súltimas, quizá por falta de niños, quizá porque fuimos distanciándonos, quizá por esto, quizápor lo otro.Mi<strong>en</strong>tras tanto, él no se daba por <strong>en</strong>terado de toda <strong>la</strong> t<strong>en</strong>sión, de los roces, de <strong>la</strong>s peleasque no llegaban a empezar; él cerraba los ojos y esperaba hasta que el<strong>la</strong> volvía a sonreír. Él sepermitía a sí mismo creer <strong>en</strong> aquel<strong>la</strong> sonrisa, aquel<strong>la</strong> bril<strong>la</strong>nte falsificación de alegría.Él trataba de inv<strong>en</strong>tar un futuro feliz para los dos, de convertirlo <strong>en</strong> realidadinv<strong>en</strong>tándolo y luego crey<strong>en</strong>do <strong>en</strong> él. Cuando vo<strong>la</strong>ba hacia <strong>la</strong> India, p<strong>en</strong>saba <strong>en</strong> lo afortunadoque era de t<strong>en</strong>er<strong>la</strong>; sí, t<strong>en</strong>go suerte, mucha suerte, sin discusión, soy el tío más afortunado delmundo. Y qué maravil<strong>la</strong> t<strong>en</strong>er ante sí aquel<strong>la</strong> <strong>la</strong>rga y sombreada av<strong>en</strong>ida de los años, <strong>la</strong>perspectiva de <strong>en</strong>vejecer <strong>en</strong> pres<strong>en</strong>cia de tanta ternura.Él se había empeñado con tanto ahínco, se había conv<strong>en</strong>cido casi tan completam<strong>en</strong>te deque estas tristes ficciones eran verdad, que cuando se acostó con Ze<strong>en</strong>y Vakil, ap<strong>en</strong>as cuar<strong>en</strong>tay ocho horas después de llegar a Bombay, lo primero que hizo, antes de que llegaran a copu<strong>la</strong>r,fue desmayarse, quedarse tieso, porque los m<strong>en</strong>sajes que le llegaban al cerebro eran tancontradictorios como si su ojo derecho viera girar al mundo hacia <strong>la</strong> izquierda y su ojoizquierdo, hacia <strong>la</strong> derecha.* * *Ze<strong>en</strong>y era <strong>la</strong> primera mujer india con <strong>la</strong> que se acostaba. El<strong>la</strong> se precipitó <strong>en</strong> sucamerino <strong>la</strong> noche del estr<strong>en</strong>o de La millonaria, con sus ademanes teatrales y su voz fosca,como si no hiciera años. Años. «Yaar, qué desilusión, de verdad; aguante toda <strong>la</strong> obra sólo paraoírte cantar "Goodness Gracious Me" como Peter Sellers o qué sé yo, p<strong>en</strong>sé, a ver si el chico haapr<strong>en</strong>dido a <strong>en</strong>tonar. ¿Te acuerdas cuando hacías <strong>la</strong>s imitaciones de Elvis con <strong>la</strong> raqueta desquash? Mi vida, qué risa, qué desastre. Pero ¿qué es esto? En esta obra no hay canción.Puñeta. Oye, ¿puedes escaparte de todos esos caraspálidas y v<strong>en</strong>ir con nosotros, los wogs?Puede que se te haya olvidado lo que es nuestra compañía.»Él <strong>la</strong> recordaba adolesc<strong>en</strong>te y f<strong>la</strong>ca con peinado asimétrico a lo Quant y sonrisa tambiénasimétrica, pero <strong>en</strong> s<strong>en</strong>tido inverso. Una chica descarada, ma<strong>la</strong>. Una vez, para divertirse, <strong>en</strong>tró<strong>en</strong> un antro de ma<strong>la</strong> fama de Falk<strong>la</strong>nd Road y se quedó allí s<strong>en</strong>tada fumando y bebi<strong>en</strong>do Coca-Co<strong>la</strong> hasta que los chulos que contro<strong>la</strong>ban el local <strong>la</strong> am<strong>en</strong>azaron con rajarle <strong>la</strong> cara, porque allíno se permitía ir por libre. El<strong>la</strong> sostuvo sus miradas, terminó el cigarrillo y salió. Ze<strong>en</strong>at noconocía el miedo. Quizás estaba loca. Ahora, a los treinta y tantos años, era médico, pasabavisita <strong>en</strong> el Breach Candy Hospital, trabajaba con los desamparados de <strong>la</strong> ciudad y había ido aBhopal <strong>en</strong> cuanto saltó <strong>la</strong> noticia de <strong>la</strong> invisible nube americana que se comía los ojos y lospulmones de <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te. También era crítico de arte y había escrito un libro sobre el mitolimitador de <strong>la</strong> aut<strong>en</strong>ticidad, esa camisa de fuerza folklorística que el<strong>la</strong> trataba de sustituir por <strong>la</strong>ética de un eclecticismo refr<strong>en</strong>dado por <strong>la</strong> historia, porque ¿acaso no se basaba toda <strong>la</strong> culturanacional <strong>en</strong> el principio de apropiarse los trajes que mejor parecían s<strong>en</strong>tar, ario, mogol,británico, eligi<strong>en</strong>do lo mejor y dejando el resto? El libro había armado gran revuelo, como erade esperar, especialm<strong>en</strong>te a causa del título. Lo titu<strong>la</strong>ba El único indio bu<strong>en</strong>o. «O sea, el muerto—dijo a Chamcha cuando le dio un ejemp<strong>la</strong>r—. ¿Por qué ti<strong>en</strong>e que existir una forma bu<strong>en</strong>a ycorrecta de ser wog? Esto es fundam<strong>en</strong>talismo hindú. En realidad, todos somos indios malos.Unos peores que otros.»El<strong>la</strong> estaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> pl<strong>en</strong>itud de su belleza, el pelo <strong>la</strong>rgo y suelto y nada f<strong>la</strong>ca. Cinco horasdespués de que el<strong>la</strong> <strong>en</strong>trara <strong>en</strong> el camerino, estaban <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama y él se desmayaba. Cuandodespertó, Ze<strong>en</strong>at le explicó: «Te he contado un cu<strong>en</strong>to.» Él nunca llegó a averiguar si le había


dicho <strong>la</strong> verdad.Ze<strong>en</strong>at Vakil hizo de Sa<strong>la</strong>din su proyecto particu<strong>la</strong>r. «Vamos a conseguir turecuperación —explicó—. Mister, vamos a conseguir que vuelvas.» A veces, él p<strong>en</strong>saba queel<strong>la</strong> quería conseguir su propósito por el procedimi<strong>en</strong>to de comérselo vivo. Hacía el amor comoun caníbal y Sa<strong>la</strong>din era su explorador. Él le preguntó: «¿Conoces <strong>la</strong> re<strong>la</strong>ción, perfectam<strong>en</strong>teestablecida, <strong>en</strong>tre el vegetarianismo y el impulso antropófago?» Ze<strong>en</strong>y, que estabaalmorzándose su muslo, movió negativam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> cabeza. «En ciertos casos extremos —prosiguió él—, un exceso de consumo de verduras puede liberar <strong>en</strong> el sistema unos ag<strong>en</strong>tesbioquímicos que provocan fantasías caníbales.» El<strong>la</strong> le miró con su sonrisa torcida. Ze<strong>en</strong>y, <strong>la</strong>hermosa vampiresa. «Vamos, vamos —dijo—. Nosotros somos una nación de vegetarianos y <strong>la</strong>nuestra es una cultura pacífica y mística, como todo el mundo sabe.»Él, por el contrario, debía proceder con cuidado. La primera vez que le tocó los pechos,el<strong>la</strong> derramó unas asombrosas lágrimas cali<strong>en</strong>tes, que t<strong>en</strong>ían el color y <strong>la</strong> consist<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong>leche de búfa<strong>la</strong>. El<strong>la</strong> había visto morir a su madre como un ave trinchada para <strong>la</strong> c<strong>en</strong>a, primeroel pecho izquierdo y luego el derecho, y, a pesar de todo, el cáncer se había ext<strong>en</strong>dido. Sumiedo a repetir <strong>la</strong> muerte de su madre hacía de su busto zona prohibida. Era el terror secreto de<strong>la</strong> intrépida Ze<strong>en</strong>y. El<strong>la</strong> no había t<strong>en</strong>ido hijos, pero sus ojos lloraban leche.Después de su primera cópu<strong>la</strong>, el<strong>la</strong> empezó a trabajarle, olvidando sus lágrimas.«¿Sabes lo que tú eres? Yo te lo diré. Un desertor, eso eres, más inglés que nada, <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> tudistinguido ac<strong>en</strong>to como <strong>en</strong> una bandera, pero no creas que es perfecto, que a veces se teescurre, baba, como un bigote postizo.»«Me ocurre una cosa extraña —quería decir él—, una cosa extraña <strong>en</strong> <strong>la</strong> voz», pero nosabía cómo explicarlo y optó por cal<strong>la</strong>r.«La g<strong>en</strong>te como tú —resopló el<strong>la</strong> besándole un hombro— volvéis al cabo del tiempocreyéndoos sabediosqué. Pues mira, hijo, nosotros no t<strong>en</strong>emos tan bu<strong>en</strong>a opinión de vosotros.»Su sonrisa era más bril<strong>la</strong>nte que <strong>la</strong> de Pame<strong>la</strong>. «Ya veo que no has perdido tu sonrisa Binaca,Ze<strong>en</strong>y», dijo él.Binaca. ¿De dónde salía ahora ese viejo y olvidado anuncio de d<strong>en</strong>tífrico? Y <strong>la</strong>s vocalesno parecían muy seguras. Cuidado, Chamcha, cuidado con tu sombra. Ese individuo negro quese arrastra detrás de ti.A <strong>la</strong> segunda noche, el<strong>la</strong> se pres<strong>en</strong>tó <strong>en</strong> el teatro con dos amigos, un jov<strong>en</strong> marxistadirector de cine l<strong>la</strong>mado George Miranda, una ball<strong>en</strong>a de hombre, con <strong>la</strong>s mangas de <strong>la</strong> kurtasubidas, un chaleco amplio y abierto, con manchas antiguas y un bigote de sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te airemilitar, con <strong>la</strong>s puntas <strong>en</strong>gomadas; y Bhup<strong>en</strong> Gandhi, poeta y periodista, prematuram<strong>en</strong>te<strong>en</strong>canecido, pero cuyo rostro t<strong>en</strong>ía una inoc<strong>en</strong>cia infantil hasta que él soltaba su risa picara yatip<strong>la</strong>da. «Vamos, Sa<strong>la</strong>d baba —dijo Ze<strong>en</strong>y—. Te <strong>en</strong>señaremos <strong>la</strong> ciudad. —Miró a susacompañantes — . Estos asiáticos del extranjero no ti<strong>en</strong><strong>en</strong> vergü<strong>en</strong>za —dec<strong>la</strong>ró—. Sa<strong>la</strong>dinsu<strong>en</strong>a a recond<strong>en</strong>ada <strong>en</strong>sa<strong>la</strong>da. No te digo...»«Hace unos días vi a una periodista de televisión —dijo Miranda — . T<strong>en</strong>ía el pelocolor de rosa. Dijo que se l<strong>la</strong>maba Kerleeda. Yo no <strong>la</strong> <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dí.»«Es que George es muy inoc<strong>en</strong>te —interrumpió Ze<strong>en</strong>y—. Él no sabe lo raros que osvolvéis. Esa Miss Singh, qué escándalo. Yo le dije, el nombre es Khalida, guapa, rima conDalda, que es un ut<strong>en</strong>silio de cocina. Pero no hubo manera de que lo pronunciara. Y era supropio nombre. Porque vosotros, chicos, no t<strong>en</strong>éis cultura. No sois más que unos wogs. ¿Not<strong>en</strong>go razón?», agregó abri<strong>en</strong>do mucho los ojos con gesto de regocijo, temerosa de haber idodemasiado lejos. «Déjale <strong>en</strong> paz, Ze<strong>en</strong>at», dijo Bhup<strong>en</strong> Gandhi con su voz dulce. Y George,viol<strong>en</strong>to, murmuró: «No te of<strong>en</strong>das, es una broma.»Chamcha decidió sonreír y contraatacar: «Ze<strong>en</strong>y —dijo—, <strong>la</strong> tierra está ll<strong>en</strong>a de indios,tú lo sabes, llegamos a todas partes, somos hoja<strong>la</strong>teros <strong>en</strong> Australia y nuestras cabezas van aparar al frigorífico de Idi Amin. Quizá Colón t<strong>en</strong>ía razón; el mundo está formado por Indias:


Ori<strong>en</strong>tales, Occid<strong>en</strong>tales, Sept<strong>en</strong>trionales. Qué diantre, deberíais estar orgullosos de nosotros,de nuestro espíritu empr<strong>en</strong>dedor, de <strong>la</strong> forma <strong>en</strong> que pasamos fronteras. Lo malo es que nosomos indios como vosotros. Y vale más que os acostumbréis a nosotros. ¿Cómo se l<strong>la</strong>ma eselibro que has escrito?»«Escuch<strong>en</strong> —Ze<strong>en</strong>y se colgó de su brazo—. Escuch<strong>en</strong> a mi Sa<strong>la</strong>d. Ahora, de rep<strong>en</strong>te,quiere ser indio, después de pasarse <strong>la</strong> vida tratando de volverse b<strong>la</strong>nco. No se ha perdido todo.Ahí d<strong>en</strong>tro aún queda algo vivo.» Y Chamcha notó que se sonrojaba, que aum<strong>en</strong>taba suconfusión. La India; todo lo <strong>en</strong>marañaba.«¡Por vida de! —agregó el<strong>la</strong>, c<strong>la</strong>vándole un beso como una cuchil<strong>la</strong>da—. Chamcha.Vaya, joder. Tú te pones <strong>en</strong> ridículo y esperas que no nos riamos.* * *En el maltrecho Hindustan de Ze<strong>en</strong>y, un coche fabricado para una cultura con criados,con el asi<strong>en</strong>to trasero mejor tapizado que el de<strong>la</strong>ntero, Chamcha s<strong>en</strong>tía que <strong>la</strong> noche se leechaba <strong>en</strong>cima como una muchedumbre. La India le hacía s<strong>en</strong>tir su olvidada inm<strong>en</strong>sidad, suviva pres<strong>en</strong>cia, el viejo desord<strong>en</strong> que él despreciaba. Una hijra amazona, ataviada como unaMujer Cañón, con trid<strong>en</strong>te de p<strong>la</strong>ta incluido, detuvo el! tráfico con un brazo imperioso y sep<strong>la</strong>ntó de<strong>la</strong>nte de ellos.Chamcha miró sin pestañear sus ojos l<strong>la</strong>meantes. Gibreel Farishta, el actor de cine queinexplicablem<strong>en</strong>te había desaparecido, se pudría <strong>en</strong> los carteles. Cascotes, desperdicios, ruido.Anuncios de cigarrillos que pasaban fumando: SCISSORS: PARA EL HOMBRE DEACCIÓN, SATISFACCIÓN. Y, más improbable: PANAMÁ PARTE DEL GRANESCENARIO INDIO.«¿Adónde vamos?» La noche se había teñido de una luz verde neón de anuncio. Ze<strong>en</strong>yaparcó el coche. «Estás perdido —le acusó— ¿Qué sabes de Bombay? Tu propia ciudad,aunque nunca lo fue. Para ti es un sueño infantil. Criarse <strong>en</strong> Scandal Point es como vivir <strong>en</strong> <strong>la</strong>luna. Allí nada de bustees ni sirree; sólo <strong>la</strong>s casas de los criados. ¿Llegaban hasta allí losseguidores de Shiv S<strong>en</strong>a a provocar disturbios? ¿Vuestros vecinos pasaban hambre durante <strong>la</strong>huelga textil? ¿Organizaba Datta Samant un mitin de<strong>la</strong>nte de vuestros bungalows? ¿Cuántosaños t<strong>en</strong>ías cuando conociste a tu primer sindicalista? ¿Cuántos años t<strong>en</strong>ías <strong>la</strong> primera vez quesubiste a un tr<strong>en</strong> de cercanías <strong>en</strong> lugar de a un coche con chófer? Eso no era Bombay, cariño,perdona. Eso era el Reino de <strong>la</strong>s Hadas, Peristan, <strong>la</strong> Tierra de Nunca Jamás, Oz.»«¿Y tú? —le recordó Sa<strong>la</strong>din—. ¿Dónde estabas tú <strong>en</strong>tonces?»«En el mismo sitio —dijo el<strong>la</strong> ásperam<strong>en</strong>te—. Con todos los podridos munchkins.»Callejones. Estaban pintando un templo jainí y todos los santos habían sido cubiertoscon bolsas de plástico, para protegerlos de <strong>la</strong>s gotas. Un v<strong>en</strong>dedor callejero exponía periódicosll<strong>en</strong>os de horrores: catástrofe ferroviaria. Bhup<strong>en</strong> Gandhi empezó a hab<strong>la</strong>r con su vozsusurrante. Después del accid<strong>en</strong>te, dijo, los pasajeros supervivi<strong>en</strong>tes nadaron hasta <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> (eltr<strong>en</strong> había caído de un pu<strong>en</strong>te), donde los esperaban los vecinos del pueblo que los agarraban ylos mant<strong>en</strong>ían bajo el agua hasta que se ahogaban, y luego les robaban.«Cal<strong>la</strong> <strong>la</strong> boca —le gritó Ze<strong>en</strong>y—. ¿Por qué le cu<strong>en</strong>tas esas cosas? Él pi<strong>en</strong>sa ya quesomos unos salvajes, una especie inferior.»En una ti<strong>en</strong>da v<strong>en</strong>dían sándalo para quemar <strong>en</strong> un templo de Krishna cercano, y pares deojos de Krishna que todo lo veían, esmaltados <strong>en</strong> rosa y b<strong>la</strong>nco.«Demasiado que ver —dijo Bhup<strong>en</strong>—. Es un hecho.»


* * *En una dhaba muy concurrida que George había empezado a frecu<strong>en</strong>tar cuando quería<strong>en</strong>tab<strong>la</strong>r contacto, para fines cinematográficos, con los dadas o patrones que contro<strong>la</strong>ban elcomercio de carne de <strong>la</strong> ciudad, se consumía ron negro <strong>en</strong> mesas de aluminio, y George yBhup<strong>en</strong>, achispados, empezar, ron a pelear. Ze<strong>en</strong>y tomaba una bebida de co<strong>la</strong> local y criticaba asus amigos. «Los dos ti<strong>en</strong><strong>en</strong> problemas con <strong>la</strong> bebida, están más pe<strong>la</strong>dos que una ol<strong>la</strong>agujereada y los dos maltratan a <strong>la</strong> mujer, van a <strong>la</strong>s tabernas y malgastan sus cochinas vidas.No es de extrañar que yo me haya decidido por ti, cariño; el artículo local está tan degradadoque a <strong>la</strong> fuerza te ti<strong>en</strong>e que gustar el de importación.»George había ido a Bhopal con Ze<strong>en</strong>y y <strong>la</strong> empr<strong>en</strong>dió con el tema de <strong>la</strong> catástrofeinterpretándo<strong>la</strong> ideológicam<strong>en</strong>te. «¿Qué es para nosotros Amrika? —inquiría—. No es un sitioreal. Es el poder <strong>en</strong> su forma más pura, abstracto, invisible. No podemos verlo, pero nos jodebi<strong>en</strong>, sin escapatoria.» Comparó <strong>la</strong> Union Carbide al caballo de Troya. «Nosotros invitamos av<strong>en</strong>ir a esos cabritos.» Era como el cu<strong>en</strong>to de los cuar<strong>en</strong>ta <strong>la</strong>drones, dijo. Escondidos <strong>en</strong> sustinajas, esperando <strong>la</strong> noche. «Nosotros no t<strong>en</strong>íamos a un Alí Babá, desgraciadam<strong>en</strong>te —dijo—.¿Qué t<strong>en</strong>íamos? T<strong>en</strong>íamos a Mr. Rajiv G.»Al llegar a este punto, Bhup<strong>en</strong> Gandhi se levantó bruscam<strong>en</strong>te, tambaleándose, y comosi estuviera poseído, como si un espíritu se hubiera apoderado de él, empezó a atestiguar. «Paramí —dijo—, <strong>la</strong> cuestión no puede c<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> <strong>la</strong> interv<strong>en</strong>ción extranjera. Nosotros siempre nosabsolvemos cond<strong>en</strong>ando a los de fuera, América, Pakistán, cualquier jodido lugar. Perdona,George, pero para mí todo se remonta a Assam, por ahí t<strong>en</strong>emos que empezar.» La matanza delos inoc<strong>en</strong>tes. Fotografías de cadáveres de niños, bi<strong>en</strong> colocados <strong>en</strong> fi<strong>la</strong>, como soldados <strong>en</strong> undesfile. Habían sido matados a golpes, a pedradas, degol<strong>la</strong>dos. Simétrica formación de <strong>la</strong>muerte, recordaba Chamcha. Como si el horror fuera el único acicate que pudiera conducir a <strong>la</strong>India al ord<strong>en</strong>.Bhup<strong>en</strong> habló durante veintinueve minutos sin vaci<strong>la</strong>ciones ni pausas. «Todos somosculpables de Assam —dijo—. Cada uno de nosotros. A m<strong>en</strong>os que, o hasta que, reconozcamosque <strong>la</strong>s muertes de los niños fueron culpa nuestra, no podremos l<strong>la</strong>marnos un pueblocivilizado.» Bebía ron de prisa mi<strong>en</strong>tras hab<strong>la</strong>ba y su voz se hacía más fuerte, y su cuerpo seinclinaba peligrosam<strong>en</strong>te, pero aunque <strong>en</strong> el local se había hecho el sil<strong>en</strong>cio, nadie se ade<strong>la</strong>ntóhacia él, nadie trató de interrumpirle, nadie le l<strong>la</strong>mó borracho. En medio de una frase, todos losdías, cegami<strong>en</strong>tos, o fusi<strong>la</strong>mi<strong>en</strong>tos, o corrupciones, quién nos hemos creído que, se s<strong>en</strong>tópesadam<strong>en</strong>te y se quedó mirando el vaso sin pestañear.Entonces, <strong>en</strong> un ángulo alejado de <strong>la</strong> taberna, un jov<strong>en</strong> se levantó y replicó. Assamdebía ser <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido políticam<strong>en</strong>te, gritó, había razones económicas, y otro individuo se puso <strong>en</strong>pie para contestar: Las cuestiones de dinero no explican por qué un hombre hecho y derechomata a golpes a una niña, y <strong>en</strong>tonces otro individuo dijo: Si pi<strong>en</strong>sas así es que nunca has pasadohambre, sa<strong>la</strong>h, qué recond<strong>en</strong>ado romanticismo suponer que <strong>la</strong> economía no puede convertir alos hombres <strong>en</strong> fieras. Chamcha agarraba el vaso con más fuerza a medida que el ruidoaum<strong>en</strong>taba y el aire se <strong>en</strong>rarecía, di<strong>en</strong>tes de oro le bril<strong>la</strong>ban <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara, hombros le rozaban loshombros, codos se le c<strong>la</strong>vaban, el aire se convertía <strong>en</strong> una especie de sopa y <strong>en</strong> su pechoempezaban a agitarse palpitaciones irregu<strong>la</strong>res. George lo agarró de <strong>la</strong> muñeca y lo sacó a <strong>la</strong>calle. «¿Ya estás mejor, hombre? Empezabas a ponerte verde.» Sa<strong>la</strong>din asintió con gratitud,ll<strong>en</strong>ándose los pulmones del aire de <strong>la</strong> noche, más calmado. «El ron y el cansancio —dijo—.Yo me pongo nervioso después de <strong>la</strong> función. A veces, me da por temb<strong>la</strong>r. Debí imaginarlo.»Ze<strong>en</strong>y le miraba y <strong>en</strong> sus ojos había algo más que conmiseración. Un brillo triunfal, duro. Porfin te has <strong>en</strong>terado, decía su expresión de malsana satisfacción. Ya era hora.Cuando has pasado el tifus, p<strong>en</strong>saba Chamcha, <strong>la</strong> inmunidad te dura unos diez años.


Pero nada es definitivo; al fin los anticuerpos se desvanec<strong>en</strong> de tu sangre. Él t<strong>en</strong>ía que aceptarel hecho de que su sangre ya no cont<strong>en</strong>ía los ag<strong>en</strong>tes inmunizadores que le hubieran permitidosufrir <strong>la</strong> realidad de <strong>la</strong> India. Ron, palpitaciones, mareo del espíritu. Hora de acostarse.Ze<strong>en</strong>y no quiso llevarle a su casa. Siempre y únicam<strong>en</strong>te el hotel, con los jóv<strong>en</strong>es árabescon medallón de oro paseando por los pasillos de <strong>la</strong> medianoche con botel<strong>la</strong>s de whisky decontrabando <strong>en</strong> <strong>la</strong> mano. Él estaba echado <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, con zapatos, el cuello desabrochado, elnudo de <strong>la</strong> corbata flojo y el brazo derecho sobre los ojos; el<strong>la</strong>, con el albornoz b<strong>la</strong>nco del hotel,se inclinó sobre él y le dio un beso <strong>en</strong> <strong>la</strong> barbil<strong>la</strong>. «Voy a decirte lo que te ha pasado esta noche—le dijo—. Podrías decir que nosotros te hemos roto el cascarón.»El se incorporó, furioso. «Bi<strong>en</strong>, pues esto es lo que hay d<strong>en</strong>tro —estalló—. Un indiotraducido al inglés. Ahora, cuando trato de hab<strong>la</strong>r <strong>en</strong> indostaní, <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te me mira con cara decircunstancias.» Atrapado <strong>en</strong> <strong>la</strong> ge<strong>la</strong>tina de su l<strong>en</strong>guaje adoptado, empezaba a oír, <strong>en</strong> <strong>la</strong> Babelde <strong>la</strong> India, una am<strong>en</strong>azadora advert<strong>en</strong>cia: no regreses. Cuando has pasado a través del espejo,es peligroso retroceder. El espejo puede hacerte pedazos.«Esta noche me he s<strong>en</strong>tido muy orgullosa de Bhup<strong>en</strong> —dijo Ze<strong>en</strong>y, metiéndose <strong>en</strong> <strong>la</strong>cama—. ¿En cuántos países podrías <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> un bar cualquiera y empezar semejante debate?Con esa pasión, esa seriedad, ese respeto. Ya te regalo tu civilización, inglés de quiero y nopuedo. Yo me quedo con ésta muy cont<strong>en</strong>ta.»«Abandona —le suplicó—, déjame. No me gusta que <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre a verme sin avisar.He olvidado <strong>la</strong>s reg<strong>la</strong>s de cortesía y kabaddi, no sé decir mis oraciones, no sé lo que se hace <strong>en</strong>una ceremonia nikah, y <strong>en</strong> esta ciudad <strong>en</strong> <strong>la</strong> que crecí me pierdo si voy solo. Ésta no es mi casa.Me da vértigo porque parece mi casa y no lo es. Me estremece el corazón y me da vueltas <strong>la</strong>cabeza.»«Eres estúpido —le gritó el<strong>la</strong>—. Un estúpido. ¡Vuelve atrás! ¡Maldito imbécil! C<strong>la</strong>roque puedes.» El<strong>la</strong> era un vórtice, una sir<strong>en</strong>a que le t<strong>en</strong>taba a regresar a su viejo yo. Pero era unyo muerto, una sombra, un fantasma, y él no quería convertirse <strong>en</strong> fantasma. T<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> <strong>la</strong> carterael pasaje de vuelta a Londres y p<strong>en</strong>saba usarlo.* * *«¿Por qué no te has casado?», dijo él de madrugada, cuando ninguno de los dos podíadormir. Ze<strong>en</strong>y resopló. «Desde luego, has estado fuera demasiado tiempo. ¿Es que no me ves?Yo soy mor<strong>en</strong>a.» Apartó <strong>la</strong> sábana, arqueando <strong>la</strong> espalda para exhibir sus opul<strong>en</strong>cias. CuandoPoo<strong>la</strong>n Devi, <strong>la</strong> reina de los bandidos, salió de <strong>la</strong>s cañadas para r<strong>en</strong>dirse y ser retratada, losperiódicos destruyeron de inmediato el mito inv<strong>en</strong>tado por ellos mismos acerca de su bellezaleg<strong>en</strong>daria. El<strong>la</strong>, <strong>en</strong> lugar de apetitosa, era ahora fea, vulgar, repulsiva. Lo que hace <strong>la</strong> pieloscura <strong>en</strong> el norte de <strong>la</strong> India. «No me conv<strong>en</strong>ce —dijo Sa<strong>la</strong>din—. No esperarás que yo me locrea.»«Bi<strong>en</strong>, aún no eres del todo idiota —rió el<strong>la</strong>—. ¿Quién quiere casarse? Yo t<strong>en</strong>ía cosasque hacer.»Y, después de una pausa, el<strong>la</strong> le devolvió <strong>la</strong> pregunta: Bu<strong>en</strong>o, ¿y tú?No sólo casado sino, además, rico. «Anda, cu<strong>en</strong>ta. ¿Cómo vivís, tú y <strong>la</strong> señora?» En unamansión de cinco p<strong>la</strong>ntas <strong>en</strong> Notting Hill. Últimam<strong>en</strong>te, él empezaba a s<strong>en</strong>tirse inseguro allí,porque <strong>la</strong> última partida de <strong>la</strong>drones se habían llevado no sólo los consabidos vídeo y estéreo,sino también el perro guardián pastor alemán. No era posible, empezaba a creer él, vivir <strong>en</strong> unsitio <strong>en</strong> el que los elem<strong>en</strong>tos criminales raptaban animales. Pame<strong>la</strong> le dijo que era una antiguacostumbre local.En los Viejos Tiempos, dijo (para Pame<strong>la</strong>, <strong>la</strong> Historia se dividía <strong>en</strong>: <strong>la</strong> Antigüedad, <strong>la</strong>


Edad Media, los Viejos Tiempos, el Imperio británico, <strong>la</strong> Edad Moderna y el Pres<strong>en</strong>te), elsecuestro de animales domésticos era un bu<strong>en</strong> negocio. Los pobres robaban los canes de losricos, les <strong>en</strong>señaban a olvidar sus nombres y los v<strong>en</strong>dían a sus afligidos e indef<strong>en</strong>sos amos <strong>en</strong><strong>la</strong>s ti<strong>en</strong>das de Portobello Road. La historia local de Pame<strong>la</strong> era siempre muy detal<strong>la</strong>da y, confrecu<strong>en</strong>cia, inexacta. «¡Santo Dios! —dijo Ze<strong>en</strong>y Vakil—. V<strong>en</strong>de <strong>la</strong> casa y múdate cuantoantes. Yo conozco a esos ingleses, son todos iguales, g<strong>en</strong>tuza y nawabs. No puedes lucharcontra sus jodidas tradiciones.»Mi esposa, Pame<strong>la</strong> Love<strong>la</strong>ce, frágil como <strong>la</strong> porce<strong>la</strong>na, grácil como una gace<strong>la</strong>, recordóél. Yo echo raíces <strong>en</strong> <strong>la</strong>s mujeres a <strong>la</strong>s que amo. Las trivialidades de <strong>la</strong> infidelidad. Él <strong>la</strong>sdesechó y se puso a hab<strong>la</strong>r de su trabajo.Cuando Ze<strong>en</strong>y Vakil descubrió cómo ganaba el dinero Sa<strong>la</strong>din Chamcha, <strong>la</strong>nzó unaserie de gritos que impulsó a uno de los árabes de medallón a l<strong>la</strong>mar a <strong>la</strong> puerta para preguntarsi ocurría algo malo. Vio s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama a una hermosa mujer a <strong>la</strong> que algo que parecíaleche de búfa<strong>la</strong> le resba<strong>la</strong>ba por <strong>la</strong>s mejil<strong>la</strong>s y le goteaba por <strong>la</strong> barbil<strong>la</strong> y, después de pedirdisculpas a Chamcha por <strong>la</strong> intrusión, se retiró apresuradam<strong>en</strong>te, perdón, amigo, eh, es usted unhombre afortunado.«Pobre infeliz —jadeó Ze<strong>en</strong>y <strong>en</strong>tre carcajadas—. Esos cochinos angrez, bi<strong>en</strong> te hanjodido.»Conque ahora resultaba que su trabajo era chistoso. «T<strong>en</strong>go un don para los ac<strong>en</strong>tos —dijo él, ufano—. ¿Por qué no había de aprovechar?»«¿Por qué no habría de aprovechar? —remedó el<strong>la</strong> agitando <strong>la</strong>s piernas <strong>en</strong> el aire—.Mister actor, acaba de volver a resba<strong>la</strong>rle el bigote.Ay, Dios mío.¿Qué me ocurre?¿Qué diablos?Socorro.Porque él t<strong>en</strong>ía realm<strong>en</strong>te aquel don, de verdad que lo t<strong>en</strong>ía, él era el Hombre de <strong>la</strong>s Mily una Voces. Si querías saber cómo debía hab<strong>la</strong>r tu botel<strong>la</strong> de ketchup <strong>en</strong> el anuncio detelevisión, si no estabas segura de <strong>la</strong> voz que correspondía a tu bolsa de fritos con sabor a ajo,él era tu hombre. Él hacía hab<strong>la</strong>r a <strong>la</strong>s alfombras <strong>en</strong> los anuncios de los grandes almac<strong>en</strong>es,imitaba a personajes célebres, judías fritas, guisantes conge<strong>la</strong>dos. Por <strong>la</strong> radio, podía conv<strong>en</strong>ceral auditorio de que era ruso, chino, siciliano o presid<strong>en</strong>te de los Estados Unidos. Una vez, <strong>en</strong>una obra de radioteatro para treinta y siete voces, él <strong>la</strong>s interpretó todas, con una serie deseudónimos, y nadie lo notó. En compañía de Mimi Mamoulian, su equival<strong>en</strong>te fem<strong>en</strong>ina, éldominaba <strong>la</strong>s ondas hertzianas de <strong>la</strong> Gran Bretaña. Dominaban un segm<strong>en</strong>to tan amplio delcírculo de <strong>la</strong> voz que, como decía Mimi: «Vale más que de<strong>la</strong>nte de nosotros nadie m<strong>en</strong>cione <strong>la</strong>Comisión Antimonopolios ni <strong>en</strong> broma.» El<strong>la</strong> t<strong>en</strong>ía una gama asombrosa; podía repres<strong>en</strong>tarcualquier edad de cualquier lugar del mundo <strong>en</strong> cualquier tono del registro vocal, desde <strong>la</strong>angelical Julieta hasta <strong>la</strong> fatal Mae West. «Tú y yo t<strong>en</strong>dríamos que casarnos cuando estés libre—le sugirió Mimi—. Entre los dos, podríamos ser <strong>la</strong>s Naciones Unidas.»«Tú eres judía —repuso él—. A mí me educaron con ciertas opiniones sobre losjudíos.»«Bu<strong>en</strong>o, soy judía —dijo el<strong>la</strong> <strong>en</strong>cogiéndose de hombros—. Pero el circunciso eres tú.No hay nadie perfecto.»Mimi era muy bajita, con unos rizos negros muy prietos y aspecto de anuncio deMichelin. En Bombay, Ze<strong>en</strong>y Vakil se desperezó y bostezó, ahuy<strong>en</strong>tando de su p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to a<strong>la</strong>s otras mujeres. «Demasiado —rió—. Te pagan para que los imites, siempre y cuando not<strong>en</strong>gan que verte <strong>la</strong> cara. Tu voz se hace famosa, pero a ti te escond<strong>en</strong>. ¿Adivinas por qué?¿Verrugas <strong>en</strong> <strong>la</strong> nariz, ojos bizcos, etcétera? ¿Alguna idea, monín? M<strong>en</strong>os seso que una malditalechuga, pa<strong>la</strong>bra.»


Es verdad, p<strong>en</strong>só él. Sa<strong>la</strong>din y Mimi eran una especie de ley<strong>en</strong>das, pero ley<strong>en</strong>das conlunar, estrel<strong>la</strong>s opacas. El campo de gravedad de sus dotes atraía el trabajo hacia ellos, peroellos permanecían invisibles, abandonando el cuerpo para asumir voces. Por <strong>la</strong> radio, Mimipodía convertirse <strong>en</strong> <strong>la</strong> V<strong>en</strong>us de Botticelli, podía ser Olympia, <strong>la</strong> Monroe, cualquier malditamujer que quisiera. A nadie le importaba un pito su aspecto; el<strong>la</strong> se había convertido <strong>en</strong> su voz,valía un potosí, y había tres muchachitas perdidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>amoradas de el<strong>la</strong>. Además, comprabainmuebles. «Conducta neurótica —confesaba sin avergonzarse—. Excesiva necesidad dearraigo, debida a hecatombes <strong>en</strong> historia arm<strong>en</strong>io-judía. Cierta desesperación causada por <strong>la</strong>edad y pequeños pólipos detectados <strong>en</strong> <strong>la</strong> garganta. Las fincas son tan sedantes... Lasrecomi<strong>en</strong>do.» Poseía una rectoría <strong>en</strong> Norfolk, una granja <strong>en</strong> Normandía, un campanario toscanoy una costa marina <strong>en</strong> Bohemia. «Todas, <strong>en</strong>cantadas —explicaba—. Cad<strong>en</strong>as, aullidos, sangre<strong>en</strong> <strong>la</strong>s alfombras, señoras <strong>en</strong> camisón, lo que quieran. Y es que nadie r<strong>en</strong>uncia a <strong>la</strong> tierra sinpelear.»Nadie, excepto yo, p<strong>en</strong>só Chamcha, sinti<strong>en</strong>do cómo le at<strong>en</strong>azaba <strong>la</strong> me<strong>la</strong>ncolía, allít<strong>en</strong>dido, al <strong>la</strong>do de Ze<strong>en</strong>at Vakil. Quizás yo sea ya un fantasma. Pero, por lo m<strong>en</strong>os, unfantasma con un pasaje de avión, éxito, dinero, esposa. Una sombra pero una sombra que vive<strong>en</strong> el mundo tangible, material. Con Activo. Sí, señor.Ze<strong>en</strong>y le acariciaba los rizos de <strong>en</strong>cima de <strong>la</strong>s orejas. «A veces, cuando estás cal<strong>la</strong>do —murmuró—, cuando no haces voces graciosas ni actúas con grandilocu<strong>en</strong>cia, y cuando teolvidas de que <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te te mira, pareces un espacio <strong>en</strong> b<strong>la</strong>nco. ¿Sabes? Una pizarra vacía, nohay nadie <strong>en</strong> casa. Me pone fr<strong>en</strong>ética, me <strong>en</strong>tran ganas de abofetearte, de sacudirte para quedespiertes. Pero también me da p<strong>en</strong>a. Y es que eres tan tonto, tú, <strong>la</strong> gran estrel<strong>la</strong> con <strong>la</strong> cara delcolor no apto para sus teles <strong>en</strong> color, que ti<strong>en</strong>e que viajar al país de los wogs con una compañíade ma<strong>la</strong> muerte, y, además, haci<strong>en</strong>do el papelito de babu, para poder salir <strong>en</strong> una obra. Te dande puntapiés y aun así te quedas, los amas, jodida m<strong>en</strong>talidad de esc<strong>la</strong>vo, pa<strong>la</strong>bra. Chamcha —le agarró por los hombros y lo sacudió, a horcajadas sobre él, con sus pechos prohibidos apocas pulgadas de su cara—. Sa<strong>la</strong>d baba, o como te l<strong>la</strong>mes, por el cielo, vuelve a casa.»La gran oportunidad de Sa<strong>la</strong>din, <strong>la</strong> que pronto podría hacer que el dinero perdiera susignificado, empezó <strong>en</strong> pequeña esca<strong>la</strong>: televisión infantil, una cosa que se l<strong>la</strong>maba La hora delos ali<strong>en</strong>s por Los Monsters de La guerra de <strong>la</strong>s ga<strong>la</strong>xias, inspirada <strong>en</strong> Barrio Sésamo. Era unacomedia sobre un grupo de extraterrestres <strong>en</strong>tre mono y psicópata, animal y vegetal, e inclusomineral, porque interv<strong>en</strong>ía una artística roca espacial que podía explotarse a sí misma paraextraer sus materias primas y reg<strong>en</strong>erarse antes del episodio de <strong>la</strong> semana sigui<strong>en</strong>te y que sel<strong>la</strong>maba Pygmali<strong>en</strong>. También aparecía una criatura brutal y eructadora, como un cactus convómito, producto del basto s<strong>en</strong>tido del humor de los productores del programa, oriunda de unp<strong>la</strong>neta desierto situado <strong>en</strong> el confín del tiempo: ésta era Matilda, <strong>la</strong> austra-ali<strong>en</strong>; y tres sir<strong>en</strong>asespaciales, rollizas y cantarínas, conocidas por Ali<strong>en</strong>-Hadas, acaso por su ta<strong>la</strong>nte risueño ydistante; y una cuadril<strong>la</strong> de hippies v<strong>en</strong>usinos y artistas del spray de los ferrocarrilesmetropolitanos y simi<strong>la</strong>res que se l<strong>la</strong>maban Ali<strong>en</strong>-Nacion; y, debajo de una cama de <strong>la</strong> naveque era el principal decorado del programa, vivía Bugsy, el escarabajo pelotero gigante de <strong>la</strong>Nebulosa de Cáncer, que se había escapado de su padre; y, <strong>en</strong> un tanque de peces, podías<strong>en</strong>contrar a Cerebro, el abalone gigante superintelig<strong>en</strong>te al que chif<strong>la</strong>ba comer chinos; y Ridley,el más aterrador del reparto habitual, que parecía un juego de di<strong>en</strong>tes pintado por Francis Baconal extremo de una bolsa ciega y que t<strong>en</strong>ía obsesión por <strong>la</strong> actriz Sigurney Weaver. Las estrel<strong>la</strong>sdel programa, los equival<strong>en</strong>tes de Kermit y Miss Piggy, eran Maxim y Mamá Ali<strong>en</strong>, parejaelegantísima, de seductor atu<strong>en</strong>do y peinado asombroso, que ansiaban ser — ¿y qué si no?—celebridades de <strong>la</strong> televisión. Eran interpretados por Sa<strong>la</strong>din Chamcha y Mimi Mamoulian que,de una secu<strong>en</strong>cia a otra, cambiaban de voz al mismo tiempo que de traje, y no digamos de pelo,que pasaba del púrpura al bermellón, se erizaba <strong>en</strong> diagonal hasta un metro de distancia odesaparecía del todo; o de facciones y órganos, porque podían intercambiarlo todo: piernas,


azos, nariz, orejas, ojos, y cada cambio conjuraba una voz difer<strong>en</strong>te de sus leg<strong>en</strong>dariasgargantas proteicas. El éxito del programa se debió a <strong>la</strong> utilización de novísimas imág<strong>en</strong>escreadas por ord<strong>en</strong>ador. Los fondos eran simu<strong>la</strong>dos: nave, paisajes extraterrestres y esc<strong>en</strong>ariosintergalácticos; también los actores eran procesados por <strong>la</strong>s máquinas, obligados a pasar cuatrohoras al día soportando <strong>la</strong> aplicación de maquil<strong>la</strong>je protésico que —una vez los vídeoord<strong>en</strong>adoreshabían hecho su trabajo— les hacía parecer no m<strong>en</strong>os simu<strong>la</strong>dos que losesc<strong>en</strong>arios. Maxim Ali<strong>en</strong>, p<strong>la</strong>yboy espacial, y Mamá, invicta campeona galáctica de lucha librey reina universal de <strong>la</strong> pasta, tuvieron un éxito fulminante. Pasaron a los horarios prefer<strong>en</strong>tes yfueron solicitados por América, Eurovisión, el mundo.A medida que La hora de los ali<strong>en</strong>s adquiría preponderancia, empezó a suscitar <strong>la</strong>scríticas políticas. Los conservadores lo <strong>en</strong>contraban espeluznante, obsc<strong>en</strong>o (Ridley se poníamaterialm<strong>en</strong>te erecto al p<strong>en</strong>sar int<strong>en</strong>sam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> Miss Weaver), estrambótico. Los com<strong>en</strong>taristasradicales empezaron a atacar su t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia al estereotipo, su énfasis <strong>en</strong> <strong>la</strong> idea de que lo extrañoes monstruoso, su falta de imág<strong>en</strong>es positivas. Se presionó a Chamcha para que abandonara elprograma; él se negó y se convirtió <strong>en</strong> b<strong>la</strong>nco de ataques. «T<strong>en</strong>dré problemas cuando regrese —dijo a Ze<strong>en</strong>y—. El maldito programa no es una alegoría. Es <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>to. Sólo pret<strong>en</strong>dedistraer.»«¿Distraer a quién? —preguntó el<strong>la</strong>—. Además, incluso ahora sólo te dejan salir al airedespués de cubrirte <strong>la</strong> cara de pasta y ponerte una peluca roja. Gran cosa el Deluxe, pa<strong>la</strong>bra.»«La verdad es —dijo el<strong>la</strong> cuando despertaron a <strong>la</strong> mañana sigui<strong>en</strong>te—, Sa<strong>la</strong>d, cariño,que eres bi<strong>en</strong> parecido, no un palurdo. Una piel como <strong>la</strong> leche, recién vuelto de Ing<strong>la</strong>terra.Ahora que Gibreel ha dado el esquinazo, tú podrías sucederle. Hablo <strong>en</strong> serio, sí. Necesitan unacara nueva. Vuelve a casa y tú podrías ser una gran estrel<strong>la</strong>, mejor que Bachchan, más grandeque Farishta. Tu cara no es tan rara como <strong>la</strong> de ellos.»Cuando era jov<strong>en</strong>, dijo él, cada una de <strong>la</strong>s fases de su vida, cada personalidad queasumía, parecía temporal y eso le tranquilizaba. Sus imperfecciones no importaban, porque élpodía sustituir fácilm<strong>en</strong>te un mom<strong>en</strong>to por el sigui<strong>en</strong>te, un Sa<strong>la</strong>din por otro. Ahora, empero, elcambio empezaba a resultar doloroso; <strong>la</strong>s arterias de lo posible habían empezado a <strong>en</strong>durecerse.«No es fácil decirte esto, pero ahora estoy casado, y no sólo con mi esposa, sino con mi vida. —Otra vez se le escapaba el ac<strong>en</strong>to—. En realidad, vine a Bombay por un motivo, y no era <strong>la</strong>obra. Él ti<strong>en</strong>e más de set<strong>en</strong>ta años y yo ya no t<strong>en</strong>dré muchas oportunidades. Él no ha ido alteatro; Mahoma t<strong>en</strong>drá que ir a <strong>la</strong> montaña.»Mi padre, Changez Chamchawa<strong>la</strong>, dueño de una lámpara maravillosa. «ChangezChamchawa<strong>la</strong>, pero hab<strong>la</strong>s <strong>en</strong> serio, no creas que vas a poder dejarme. —El<strong>la</strong> palmoteo—.Estoy deseando verle <strong>en</strong> persona.» Su padre, el famoso recluso. Bombay era una cultura deimitaciones. Su arquitectura reproducía el rascacielos, su cine reinv<strong>en</strong>taba incansablem<strong>en</strong>te Lossiete magníficos y Love Story obligando a todos sus héroes a salvar por lo m<strong>en</strong>os un pueblo delos bandidos asesinos y a todas sus heroínas a morir de leucemia por lo m<strong>en</strong>os una vez <strong>en</strong> sucarrera, a poder ser al principio. La invisibilidad de Changez era el sueño indio del infelizcrorepati que vivía <strong>en</strong>c<strong>la</strong>ustrado <strong>en</strong> Las Vegas; pero un sueño no es ni siquiera una fotografía,al fin y al cabo, y Ze<strong>en</strong>y quería verlo con sus propios ojos. «Cuando está de mal humor, hacemuecas a <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te —le advirtió Sa<strong>la</strong>din—. Nadie lo cree hasta que lo ve, pero es <strong>la</strong> verdad. ¡Yqué muecas! Gárgo<strong>la</strong>s. Además, es un puritano y te l<strong>la</strong>mará descarada y, de todos modos,probablem<strong>en</strong>te, yo me pelearé con él, está escrito.»Lo que había traído a <strong>la</strong> India a Sa<strong>la</strong>din: el perdón. Éste era el motivo de su viaje a suciudad natal. Pero no habría podido decir si v<strong>en</strong>ía a darlo o a recibirlo.* * *


Aspectos curiosos de <strong>la</strong>s circunstancias actuales de Mr. Changez Chamchawa<strong>la</strong>: <strong>en</strong>compañía de Nasre<strong>en</strong> Segunda, su nueva esposa, durante cinco días a <strong>la</strong> semana habitaba <strong>en</strong> uncomplejo rodeado de un alto muro conocido por el nombre de Fuerte Rojo, <strong>en</strong> el distrito de PaliHill, favorito de <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s del cine; pero el fin de semana volvía, sin su esposa, a <strong>la</strong> vieja casade Scandal Point, para pasar sus días de descanso <strong>en</strong> el mundo perdido del pasado, <strong>en</strong> compañíade <strong>la</strong> primera, y difunta, Nasre<strong>en</strong>. Además, se decía que su segunda esposa se negaba a ponerlos pies <strong>en</strong> <strong>la</strong> casa vieja. «O no se lo permit<strong>en</strong>», conjeturó Ze<strong>en</strong>y <strong>en</strong> el asi<strong>en</strong>to trasero del <strong>la</strong>rgoMercedes de cristales opacos que Changez había <strong>en</strong>viado a recoger a su hijo. Cuando Sa<strong>la</strong>dinacabó de poner<strong>la</strong> <strong>en</strong> anteced<strong>en</strong>tes, Ze<strong>en</strong>at Vakil silbó admirativam<strong>en</strong>te: «Alucinante.»La industria de fertilizantes Chamchawa<strong>la</strong>, el imperio del estiércol de Changez, iba a serinspeccionada por un comité gubernam<strong>en</strong>tal por evasión de impuestos y de aranceles deimportación, pero Ze<strong>en</strong>y no estaba interesada <strong>en</strong> eso. «Ahora —dijo— podré averiguar cómoeres tú realm<strong>en</strong>te.» Scandal Point se abría ante ellos. Sa<strong>la</strong>din sintió que el pasado se le v<strong>en</strong>ía<strong>en</strong>cima como una marea, ahogándolo, ll<strong>en</strong>ándole los pulmones de un aire salobre olvidado. Hoyno soy yo, p<strong>en</strong>só. El corazón palpita. La vida hiere a los vivos. Ninguno somos nosotros.Ninguno somos así.Ahora había puertas de acero, accionadas desde d<strong>en</strong>tro por control remoto, que sel<strong>la</strong>banel deteriorado arco triunfal. Se abrieron con un sordo zumbido, para dar acceso a Sa<strong>la</strong>din aaquel lugar del tiempo perdido. Cuando vio el nogal <strong>en</strong> el que, según su padre, se guardaba sualma, empezaron a temb<strong>la</strong>rle <strong>la</strong>s manos. Se escudó <strong>en</strong> <strong>la</strong> prosa de lo material. «En Cachemira—dijo a Ze<strong>en</strong>y — , el árbol de tu vida es, <strong>en</strong> cierto modo, una inversión financiera. Cuando elhijo llega a <strong>la</strong> mayoría de edad, el nogal es un árbol adulto, como una póliza de segurosv<strong>en</strong>cida; es un árbol valioso, puede v<strong>en</strong>derse, para pagar una boda o financiar una carrera. E<strong>la</strong>dulto ta<strong>la</strong> su niñez para ayudar a su edad madura. Es de un materialismo escalofriante, ¿nocrees?»El coche se había det<strong>en</strong>ido debajo del porche de <strong>la</strong> <strong>en</strong>trada. Ze<strong>en</strong>y no dijo nada mi<strong>en</strong>traslos dos subían los seis escalones hasta <strong>la</strong> puerta principal, donde fueron recibidos por unhierático y anciano criado de librea b<strong>la</strong>nca con botones de <strong>la</strong>tón, <strong>en</strong> cuya mel<strong>en</strong>a b<strong>la</strong>ncareconoció Chamcha, sólo con imaginar<strong>la</strong> negra, <strong>la</strong> cabellera de Val<strong>la</strong>bh, el mayordomo quereg<strong>en</strong>taba <strong>la</strong> casa <strong>en</strong> los Viejos Tiempos. «Dios mío, Val<strong>la</strong>bahbhai», dijo abrazando al anciano.El criado sonrió con dificultad. «Soy ya tan viejo, baba, creí que no me reconocerías.» Loscondujo por los corredores de <strong>la</strong> mansión, con sus pesadas lámparas de cristal, y Sa<strong>la</strong>dinadvirtió que <strong>la</strong> aus<strong>en</strong>cia de cambio era excesiva y evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te deliberada. Era <strong>la</strong> verdad.Val<strong>la</strong>bh le explicó que cuando murió <strong>la</strong> Begum, Changez Sahib juró que <strong>la</strong> casa sería sumonum<strong>en</strong>to. Por lo tanto, nada había cambiado desde el día de su muerte: los cuadros, losmuebles, <strong>la</strong>s jaboneras, los toros de cristal rojo v <strong>la</strong>s bai<strong>la</strong>rinas de porce<strong>la</strong>na de Sajonia, todo,<strong>en</strong> el lugar exacto <strong>la</strong>s mismas revistas <strong>en</strong> <strong>la</strong>s mismas mesas, <strong>la</strong>s mismas bo<strong>la</strong>s de papel <strong>en</strong> <strong>la</strong>spapeleras, como si también <strong>la</strong> casa hubiera muerto y sido embalsamada. «Momificada —dijoZe<strong>en</strong>y expresando lo inefable, como siempre—, Dios, si parece una casa <strong>en</strong>cantada, ¿no?» Fue<strong>en</strong> este mom<strong>en</strong>to, mi<strong>en</strong>tras Val<strong>la</strong>bh, el criado, abría <strong>la</strong>s puertas dobles que conducían al salónazul, cuando Chamcha vio el fantasma de su madre.Dio un fuerte grito y Ze<strong>en</strong>y giró sobre sus talones. «Allí —seña<strong>la</strong>ba el extremo del <strong>la</strong>rgoy oscuro corredor—, no cabe duda, ese maldito sari de <strong>la</strong> letra de impr<strong>en</strong>ta, el de los grandestitu<strong>la</strong>res, el mismo que llevaba el día <strong>en</strong> que, <strong>en</strong> que...», pero Val<strong>la</strong>bh había empezado a moverlos brazos como un pájaro débil incapaz de vo<strong>la</strong>r, verás, baba, es Kasturba, nada más, nohabrás olvidado a mi esposa, es sólo mi esposa. Mi ayah Kasturba, con <strong>la</strong> que yo jugaba <strong>en</strong>trelos charcos de <strong>la</strong>s rocas. Hasta que pude ir sin el<strong>la</strong> y, <strong>en</strong> una hondonada, un hombre con unasgafas con montura de marfil... «Por favor, baba, no es para <strong>en</strong>fadarse, es sólo que cuando <strong>la</strong>Begum murió, Changez Sahib regaló algunos vestidos a mi esposa, ¿no te importa? Tu madre


era una mujer tan g<strong>en</strong>erosa, cuando vivía siempre daba con <strong>la</strong>rgueza.» Chamcha recobró elequilibrio y se sintió ridículo. «Pues c<strong>la</strong>ro que no me <strong>en</strong>fado, por Dios.» Una antigua rigidezvolvió a Val<strong>la</strong>bh; el derecho del viejo criado a <strong>la</strong> libertad de expresión le permitió repr<strong>en</strong>der:«Perdón, baba, pero no debes pronunciar el nombre de Dios <strong>en</strong> vano.»«Mira cómo suda —cuchicheó Ze<strong>en</strong>y—. Parece muy asustado.» Kasturba <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> <strong>la</strong>habitación y, aunque su reunión con Chamcha fue bastante cariñosa, había cierta t<strong>en</strong>sión <strong>en</strong> e<strong>la</strong>ire. Val<strong>la</strong>bh se fue <strong>en</strong> busca de cerveza y «Thums Up», y cuando también Kasturba se excusó,Ze<strong>en</strong>y dijo inmediatam<strong>en</strong>te: «Aquí hay algo raro. Esa mujer anda como si fuera el ama. No haymás que ver el aire que se da. Y el viejo estaba asustado. Apostaría a que esos dos se tra<strong>en</strong> algo<strong>en</strong>tre manos.» Chamcha trató de razonar. «Viv<strong>en</strong> aquí solos casi siempre; probablem<strong>en</strong>teduerm<strong>en</strong> <strong>en</strong> el dormitorio principal y com<strong>en</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> vajil<strong>la</strong> bu<strong>en</strong>a; deb<strong>en</strong> de imaginar que esto lespert<strong>en</strong>ece.» Pero p<strong>en</strong>saba qué asombroso parecido con su madre t<strong>en</strong>ía el ayah Kasturba conaquel viejo sari.«Estuviste aus<strong>en</strong>te tanto tiempo —dijo a su espalda <strong>la</strong> voz de su padre—, que ahora nopuedes distinguir a un ayah viva de tu difunta mamá.»Sa<strong>la</strong>din dio media vuelta para descubrir <strong>la</strong> triste imag<strong>en</strong> de un padre que se habíaarrugado como una manzana vieja pero que se empeñaba <strong>en</strong> usar los caros trajes italianos desus años de opul<strong>en</strong>ta corpul<strong>en</strong>cia. Ahora que había perdido tanto los antebrazos de Popeyecomo el abdom<strong>en</strong> de Brutón, parecía estar vagando d<strong>en</strong>tro de su ropa como el que busca algoque nunca llegó a id<strong>en</strong>tificar. Estaba <strong>en</strong> el umbral de <strong>la</strong> puerta mirando a su hijo con <strong>la</strong> narizdi<strong>la</strong>tada y los <strong>la</strong>bios dob<strong>la</strong>dos <strong>en</strong> una mueca que <strong>la</strong> hechicería abrasadora de los años habíaconvertido <strong>en</strong> débil simu<strong>la</strong>cro de su antigua cara de ogro. Chamcha empezaba a advertir que supadre ya no podía asustar a nadie, que había perdido <strong>la</strong> magia, que no era más que un vejestorioque iba camino de <strong>la</strong> tumba, y Ze<strong>en</strong>y observaba con cierto des<strong>en</strong>canto que ChangezChamchawa<strong>la</strong> llevaba un conservador corte de pelo y, puesto que calzaba reluci<strong>en</strong>tes zapatosmodelo Oxford con cordones, tampoco parecía verosímil <strong>la</strong> historia de <strong>la</strong>s uñas de palmocuando el ayah Kasturba volvió, fumando un cigarrillo y pasando por de<strong>la</strong>nte de los tres, padre,hijo, amiga, se fue hacia un sofá Chesterfield tapizado de terciopelo azul y se instaló <strong>en</strong> él con<strong>la</strong> s<strong>en</strong>sualidad de una starlet, a pesar de ser mujer <strong>en</strong>trada <strong>en</strong> años.No bi<strong>en</strong> hubo hecho Kasturba su escandalosa <strong>en</strong>trada, Ghangez se deslizó por el <strong>la</strong>do desu hijo y se colocó al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> antigua ayah. Ze<strong>en</strong>y Vakil, con chispitas de escándalo <strong>en</strong> losojos, siseó a Chamcha: «Cierra <strong>la</strong> boca, cariño. Es de mal efecto.» Y Val<strong>la</strong>bh, el criado,empujaba por <strong>la</strong> puerta un carrito de bebidas observando impasible cómo su amo de muchosaños <strong>la</strong>rgos ponía un brazo alrededor de su esposa, que lo aceptaba de bu<strong>en</strong> grado.Cuando el prog<strong>en</strong>itor, el creador, se reve<strong>la</strong> satánico, con frecu<strong>en</strong>cia el hijo se ponesevero. Chamcha se oyó preguntar; «¿Y mi madrastra, querido padre? ¿Está bi<strong>en</strong>?»El anciano dijo a Ze<strong>en</strong>y: «Espero que contigo no sea tan santurrón. O debes de aburrirtemucho.» Y a su hijo, <strong>en</strong> tono más áspero: «¿Ahora te interesas por mi esposa? Pues el<strong>la</strong> no seinteresa por ti. No ti<strong>en</strong>e deseos de verte. ¿Por qué había de perdonarte? Tú no eres hijo suyo. Nimío ahora tal vez.»No he v<strong>en</strong>ido a pelearme con él. Mira, el viejo chivo. No debo pelear. Pero esto, esto esintolerable. «En <strong>la</strong> casa de mi madre —exc<strong>la</strong>mó Chamcha melodramáticam<strong>en</strong>te, perdi<strong>en</strong>do <strong>la</strong>batal<strong>la</strong> consigo mismo—. El Gobierno pi<strong>en</strong>sa que hay corrupción <strong>en</strong> tus negocios, y ésta es <strong>la</strong>corrupción de tu alma. Mira lo que les has hecho a ellos. Val<strong>la</strong>bh y Kasturba. Con tu dinero.¿Cuánto necesitaste? Para <strong>en</strong>v<strong>en</strong><strong>en</strong>arles <strong>la</strong> vida.Eres un <strong>en</strong>fermo.» Miraba a su padre con irreprimible furor justiciero.Inesperadam<strong>en</strong>te, intervino Val<strong>la</strong>bh, el criado: «Baba, con todo respeto, perdona, pero¿qué sabes tú? Tú te marchaste y ahora vi<strong>en</strong>es a juzgarnos.» Sa<strong>la</strong>din sintió que el suelo sehundía bajo sus pies; ante sus ojos se abría el infierno. «Es verdad que él nos paga —prosiguióVal<strong>la</strong>bh—. Por nuestro trabajo y también por lo que ves. Por esto.» Changez Chamchawa<strong>la</strong>


oprimió más estrecham<strong>en</strong>te los dóciles hombros del ayah.«¿Cuánto? — gritó. Chamcha—. ¿Cuánto convinisteis <strong>en</strong>tre los dos hombres? ¿Cuántopor prostituir a tu esposa?»«Qué tonto —dijo Kasturba con desdén—. Educado <strong>en</strong> Ing<strong>la</strong>terra y todo lo que quieras,pero todavía con <strong>la</strong> cabeza ll<strong>en</strong>a de paja. Vi<strong>en</strong>es aquí haci<strong>en</strong>do aspavi<strong>en</strong>tos, <strong>en</strong> <strong>la</strong> casa de tumadre, etcétera, pero quizá no <strong>la</strong> querías tanto. Nosotros sí <strong>la</strong> queríamos, todos nosotros. Lostres. Y de esta manera podemos mant<strong>en</strong>er vivo su espíritu.»«Podrías decir que esto es pooja —dijo <strong>la</strong> voz suave de Val<strong>la</strong>bh—. Un acto de culto.»«Y tú —Changez Chamchawa<strong>la</strong> hab<strong>la</strong>ba con <strong>la</strong> misma suavidad que su criado—, túvi<strong>en</strong>es a este templo. Con tu falta de fe. Mister, ti<strong>en</strong>es una desfachatez...»Y, por último, <strong>la</strong> traición de Ze<strong>en</strong>at Vakil. «Anda ya, Sa<strong>la</strong>d —dijo s<strong>en</strong>tándose <strong>en</strong> elbrazo del sofá Chesterfield, al <strong>la</strong>do del anciano—. ¿Por qué ti<strong>en</strong>es que ser un aguafiestas? Túno eres un ángel, tesoro, y estas personas parec<strong>en</strong> haber dispuesto muy bi<strong>en</strong> <strong>la</strong>s cosas.»La boca de Sa<strong>la</strong>din se abrió y se cerró. Changez dio a Ze<strong>en</strong>y unas palmadas <strong>en</strong> <strong>la</strong>rodil<strong>la</strong>. «Ha v<strong>en</strong>ido a acusar, hijita. Ha v<strong>en</strong>ido a v<strong>en</strong>gar su juv<strong>en</strong>tud, pero se han vuelto <strong>la</strong>stornas y ahora está confuso. Hay que darle una oportunidad y tú serás el árbitro. No consi<strong>en</strong>to<strong>en</strong> ser s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ciado por él, pero de ti aceptaré cualquier veredicto.»El muy canal<strong>la</strong>. Viejo canal<strong>la</strong>. Quería hacerme caer y aquí estoy, mordi<strong>en</strong>do el polvo.No pi<strong>en</strong>so hab<strong>la</strong>r, y por qué, así no, esta humil<strong>la</strong>ción. «Había un billetero ll<strong>en</strong>o de librasesterlinas —dijo Sa<strong>la</strong>din Chamcha—, y había un pollo asado.»* * *¿De qué acusaba el hijo al padre? De todo: espionaje de un niño, robo de <strong>la</strong> ol<strong>la</strong> del arcoiris, exilio. De convertirle <strong>en</strong> lo que acaso no habría sido. De «hacer un hombre de». De «quévoy a decir a mis amigos». De irreparables rupturas y of<strong>en</strong>sivos perdones. De sucumbir a <strong>la</strong>adoración de Alá con <strong>la</strong> nueva esposa y también de culto b<strong>la</strong>sfemo de <strong>la</strong> anterior. Sobre todo,de «adepto de lámpara maravillosa» de «abresesamista». Él todo lo consiguió con facilidad,donaire, mujeres, riqueza, poder, posición. Frotar, puf, g<strong>en</strong>io, deseo, <strong>en</strong> seguida, amo, ya está.Era un padre que había prometido, y luego escamoteado, una lámpara maravillosa.* * *Changez, Ze<strong>en</strong>y, Val<strong>la</strong>bh y Kasturba permanecieron inmóviles y mudos hasta queSa<strong>la</strong>din Chamcha dejó de hab<strong>la</strong>r, colorado y viol<strong>en</strong>to. «Tanta viol<strong>en</strong>cia de espíritu al cabo detanto tiempo —dijo Changez después de un sil<strong>en</strong>cio—. Es triste. Al cabo de un cuarto de siglo,todavía reprocha los pecadillos del pasado. Ay, hijo. Ti<strong>en</strong>es que dejar de acarrearme como a unloro <strong>en</strong> el hombro. ¿Qué soy yo? Ya nada. Yo no soy tu maestro. Afróntalo, mister: yo ya nosoy <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ve de tu vida.»Por una v<strong>en</strong>tana, Sa<strong>la</strong>din Chamcha vio un nogal de cuar<strong>en</strong>ta años. «Córtalo —dijo a supadre—. Córtalo, véndelo y mándame el dinero.»Chamchawa<strong>la</strong> se puso de pie y ext<strong>en</strong>dió <strong>la</strong> mano derecha. Ze<strong>en</strong>y se levantó a su vez y <strong>la</strong>tomó como una bai<strong>la</strong>rina tomaría unas flores; <strong>en</strong> el acto, Val<strong>la</strong>bh y Kasturba se redujeron acriados como si un reloj hubiera dado <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio <strong>la</strong> hora de <strong>la</strong>s ca<strong>la</strong>bazas. «Ese libro suyo —dijo a Ze<strong>en</strong>y—. T<strong>en</strong>go algo que le gustará.»Los dos salieron del salón; el indef<strong>en</strong>so Sa<strong>la</strong>din, después de un mom<strong>en</strong>to de titubeo, les


siguió de ma<strong>la</strong> gana. «Aguafiestas —gritó Ze<strong>en</strong>y alegrem<strong>en</strong>te por <strong>en</strong>cima del hombro—.Vamos, olvídalo, déjate de niñerías.»La colección de arte Chamchawa<strong>la</strong>, que se guardaba <strong>en</strong> Scandal Point, compr<strong>en</strong>día unagran serie de <strong>la</strong>s leg<strong>en</strong>darias te<strong>la</strong>s Hamzanama, parte de <strong>la</strong> secu<strong>en</strong>cia del siglo XVI querepres<strong>en</strong>tan esc<strong>en</strong>as de <strong>la</strong> vida de un héroe que tal vez fuera o tal vez no el famoso Hamza, tíode Mahoma, cuyo hígado fue comido por Hind, <strong>la</strong> mujer de La Meca, cuando yacía muerto <strong>en</strong>el campo de batal<strong>la</strong> de Uhud. «Me gustan estas pinturas porque se permite fracasar al héroe —dijo Changez a Ze<strong>en</strong>y — . Mire cuántas veces ti<strong>en</strong><strong>en</strong> que sacarlo de apuros.» Los cuadros erantambién prueba elocu<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> tesis de Ze<strong>en</strong>y Vakil acerca de <strong>la</strong> naturaleza ecléctica e híbridade <strong>la</strong> tradición artística india. Los mogoles habían traído artistas de todas <strong>la</strong>s partes de <strong>la</strong> India atrabajar <strong>en</strong> <strong>la</strong>s pinturas; <strong>la</strong> id<strong>en</strong>tidad individual se sumergía <strong>en</strong> <strong>la</strong> creación de un Superartista demuchas cabezas y muchos pinceles que, literalm<strong>en</strong>te era <strong>la</strong> pintura india. Una mano dibujaríalos suelos de mosaico, otra <strong>la</strong>s figuras, otra los cielos con nubes de aspecto chino. En el reversode <strong>la</strong>s te<strong>la</strong>s estaban <strong>la</strong>s historias que acompañaban <strong>la</strong>s esc<strong>en</strong>as. Los cuadros se mostraban comouna pelícu<strong>la</strong>: sost<strong>en</strong>iéndo<strong>la</strong>s <strong>en</strong> alto mi<strong>en</strong>tras algui<strong>en</strong> leía <strong>la</strong> historia del héroe. En Hamzanamapodías ver <strong>la</strong> miniatura persa fundiéndose con los estilos de pintura kannada y kera<strong>la</strong>n, podíasver <strong>la</strong> filosofía hindú y musulmana formando su síntesis característica de <strong>la</strong>s postrimerías de <strong>la</strong>dominación mogol.Un gigante estaba atrapado <strong>en</strong> un foso y sus verdugos humanos le c<strong>la</strong>vaban <strong>la</strong>nzas <strong>en</strong> <strong>la</strong>fr<strong>en</strong>te. Un hombre h<strong>en</strong>dido verticalm<strong>en</strong>te desde <strong>la</strong> cabeza hasta <strong>la</strong> ingle todavía sost<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> alto<strong>la</strong> espada mi<strong>en</strong>tras caía. En todas partes, espumosa efusión de sangre. Sa<strong>la</strong>din Chamcha sedominó. «El salvajismo —dijo <strong>en</strong> voz alta con su voz inglesa—, el puro bárbaro amor deldolor.»Changez Chamchawa<strong>la</strong> hacía caso omiso de su hijo, sólo t<strong>en</strong>ía ojos para Ze<strong>en</strong>y, qui<strong>en</strong>sost<strong>en</strong>ía su mirada. «El nuestro es un Gobierno de filisteos, señorita, ¿no cree? Les he ofrecidotoda <strong>la</strong> colección totalm<strong>en</strong>te gratis, ¿lo sabía? A condición de que <strong>la</strong> albergu<strong>en</strong> debidam<strong>en</strong>te,que construyan un local. El estado de <strong>la</strong>s te<strong>la</strong>s no es óptimo, como puede ver... Y no quier<strong>en</strong>.No les interesa. Mi<strong>en</strong>tras tanto, todos los meses recibo ofertas de Amrika. ¡Y qué ofertas! No locreería. Yo no v<strong>en</strong>do. Nuestro patrimonio, hijita, día tras día, los Estados Unidos se lo estánllevando. Pinturas de Ravi Varma, bronces de Chande<strong>la</strong>, celosías de Jaisalmer. Nos v<strong>en</strong>demos,¿no? Ellos dejan caer el billetero al suelo y nosotros nos arrodil<strong>la</strong>mos a sus pies. Nuestros torosde Nandi acaban <strong>en</strong> un patio de Texas. Pero todo esto usted ya lo sabe. Usted sabe que hoy <strong>la</strong>India es un país libre.» Guardó sil<strong>en</strong>cio, pero Ze<strong>en</strong>y esperaba; t<strong>en</strong>ía que v<strong>en</strong>ir algo más. Y vino:«Un día, yo también aceptaré los dó<strong>la</strong>res. No por el dinero. Por el p<strong>la</strong>cer de ser una puta. Deconvertirme <strong>en</strong> nada. M<strong>en</strong>os que nada.» Y ahora, por fin, el gran tru<strong>en</strong>o, <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras quesiguieron a <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras m<strong>en</strong>os que nada. «Cuando yo muera —dijo Changez Chamchawa<strong>la</strong> aZe<strong>en</strong>y—, ¿qué seré? Un par de zapatos vacíos. Es mi destino, el destino que él me ha deparado.Este actor. Este simu<strong>la</strong>dor. Se ha convertido a sí mismo <strong>en</strong> imitador de hombres inexist<strong>en</strong>tes.No t<strong>en</strong>go a nadie que me suceda, nadie a qui<strong>en</strong> dar lo que yo he hecho. Ésta es su v<strong>en</strong>ganza: élme roba mi posteridad.» Sonrió, le palmeó una mano y <strong>la</strong> dejó al cuidado de su hijo. «Se lo hecontado —dijo a Sa<strong>la</strong>din—. Todavía llevas el pollo escondido <strong>en</strong> el pecho. Yo le he expuestomis quejas. Ahora el<strong>la</strong> debe juzgar. Era lo conv<strong>en</strong>ido.»Ze<strong>en</strong>at Vakil se acercó al anciano del traje grande, le puso <strong>la</strong>s manos <strong>en</strong> <strong>la</strong>s mejil<strong>la</strong>s y ledio un beso <strong>en</strong> los <strong>la</strong>bios.* * *Después de que Ze<strong>en</strong>at le traicionara <strong>en</strong> <strong>la</strong> casa de <strong>la</strong>s perversiones paternas, Sa<strong>la</strong>din


Chamcha se negó a ver<strong>la</strong> y a contestar los m<strong>en</strong>sajes que el<strong>la</strong> le dejaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> recepción del hotel.La millonaria acabó su temporada y <strong>la</strong> gira tocó a su fin. Hora de regresar a casa. Después de <strong>la</strong>fiesta de <strong>la</strong> noche de despedida, Chamcha se retiró a su habitación. En el asc<strong>en</strong>sor, una parejajov<strong>en</strong>, evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te <strong>en</strong> luna de miel, escuchaba música por auricu<strong>la</strong>res. El jov<strong>en</strong> dijo a suesposa: «Dime, ¿todavía te parezco un extraño a veces?» El<strong>la</strong> movió negativam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> cabezacon una sonrisa cariñosa, no te oigo, se quitó los auricu<strong>la</strong>res. Él repitió muy serio: «¿Te parezcotodavía a veces un extraño?» El<strong>la</strong>, con sonrisa impasible, apoyó <strong>la</strong> mejil<strong>la</strong> un instante <strong>en</strong> elhombro alto y f<strong>la</strong>co de él. «Sí, una o dos veces», dijo, y volvió a ponerse los auricu<strong>la</strong>res. Él,apar<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te satisfecho con <strong>la</strong> respuesta, <strong>la</strong> imitó. Sus cuerpos volvieron a seguir el ritmo de<strong>la</strong> música. Chamcha salió del asc<strong>en</strong>sor. Ze<strong>en</strong>at estaba s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> el suelo, con <strong>la</strong> espaldaapoyada <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta de su habitación.* * *D<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> habitación, el<strong>la</strong> se sirvió un g<strong>en</strong>eroso whisky con soda. «Te portas como unniño —le dijo—. Vergü<strong>en</strong>za t<strong>en</strong>dría que darte.»Aquel<strong>la</strong> tarde, él había recibido un paquete de su padre. D<strong>en</strong>tro había un trozo demadera y muchos billetes, no rupias, sino libras esterlinas: <strong>la</strong>s c<strong>en</strong>izas, por así decir, de unnogal. Él estaba embargado de un confuso furor y, puesto que Ze<strong>en</strong>at estaba allí, <strong>la</strong> hizo b<strong>la</strong>ncode él. «¿Te has creído que te quiero? —preguntó con deliberada crueldad—. ¿Te has creído quevoy a quedarme por ti? Yo estoy casado.»«Yo no quería que te quedaras por mí —dijo el<strong>la</strong>—. No sé por qué, yo lo deseaba por timismo.»Hacía unos días, él había ido a ver <strong>la</strong> versión india de una obra teatral de Sartre quetrataba del tema de <strong>la</strong> vergü<strong>en</strong>za. En el original, un marido sospecha que su mujer le es infiel yle ti<strong>en</strong>de una trampa para sorpr<strong>en</strong>der<strong>la</strong>. Él se arrodil<strong>la</strong> para mirar por el ojo de <strong>la</strong> cerradura de <strong>la</strong>puerta de <strong>la</strong> calle. Entonces si<strong>en</strong>te que hay algui<strong>en</strong> detrás de él, se vuelve sin levantarse y <strong>la</strong> vea el<strong>la</strong>, que le mira con r<strong>en</strong>cor y repugnancia. El cuadro: él de rodil<strong>la</strong>s y el<strong>la</strong>, mirándole desdearriba, es el arquetipo sartreano. Pero <strong>en</strong> <strong>la</strong> versión india el marido arrodil<strong>la</strong>do no s<strong>en</strong>tíaninguna pres<strong>en</strong>cia a su espalda, sino que era sorpr<strong>en</strong>dido por <strong>la</strong> esposa, se levantaba del suelopara <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse a el<strong>la</strong> <strong>en</strong> un p<strong>la</strong>no de igualdad, se def<strong>en</strong>día echando bravatas y vociferandohasta que el<strong>la</strong> se echaba a llorar, <strong>en</strong>tonces <strong>la</strong> abrazaba y se reconciliaban.«Dices que t<strong>en</strong>dría que darme vergü<strong>en</strong>za —dijo Chamcha a Ze<strong>en</strong>at con amargura—. Tú,que desconoces <strong>la</strong> vergü<strong>en</strong>za. En realidad, ésta debe de ser una característica nacional. Empiezoa sospechar que los indios carec<strong>en</strong> del necesario refinami<strong>en</strong>to moral para poseer un verdaderos<strong>en</strong>tido de <strong>la</strong> tragedia y, por consigui<strong>en</strong>te, son incapaces de compr<strong>en</strong>der el concepto de <strong>la</strong>vergü<strong>en</strong>za.»Ze<strong>en</strong>at Vakil terminó su whisky. «Está bi<strong>en</strong>. No es preciso que digas más. —Levantó<strong>la</strong>s manos—. Me rindo. Me marcho. Mr. Sa<strong>la</strong>din Chamcha, yo p<strong>en</strong>sé que todavía estabas vivo,por lo m<strong>en</strong>os un poco, que aún respirabas, pero me equivocaba. Resulta que durante todo estetiempo has estado muerto.»Y una última frase, antes de cruzar <strong>la</strong> puerta con los ojos lácteos. «No dejes que <strong>la</strong>spersonas se acerqu<strong>en</strong> mucho a ti, Mr. Sa<strong>la</strong>din. Les dejas cruzar tus def<strong>en</strong>sas y los muy canal<strong>la</strong>ste c<strong>la</strong>van un puñal <strong>en</strong> el corazón.»Después de aquello, ya nada le ret<strong>en</strong>ía allí. El avión despegó y dio <strong>la</strong> vuelta sobre <strong>la</strong>ciudad. Allá abajo su padre disfrazaba de su difunta esposa a una criada. El nuevo p<strong>la</strong>ncircu<strong>la</strong>torio había convertido el c<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> ciudad <strong>en</strong> un gigantesco atasco. Los políticostrataban de medrar haci<strong>en</strong>do padyatras, peregrinaciones a pie por todo el país. Había pintadas


que decían: Aviso a los políticos. La única salida: padyatra al infierno. O, también: a Assam.Los actores empezaban a meterse <strong>en</strong> política: MGR, N. T. Rama Rao, Bachchan. DurgaKhote d<strong>en</strong>unciaba que una asociación de actores era un «fr<strong>en</strong>te rojo». Sa<strong>la</strong>din Chamcha, <strong>en</strong> elvuelo 420, cerró los ojos; y <strong>en</strong>tonces, con profundo alivio, sintió reve<strong>la</strong>dores <strong>la</strong>tidos y ajustes<strong>en</strong> <strong>la</strong> garganta que indicaban que su voz, espontáneam<strong>en</strong>te, reasumía su carácter británico, serioy seguro.El primer incid<strong>en</strong>te inquietante que Mr. Chamcha experim<strong>en</strong>tó <strong>en</strong> aquel vuelo fuereconocer <strong>en</strong>tre el pasaje a <strong>la</strong> mujer de sus sueños.4La mujer de sus sueños era más baja y m<strong>en</strong>os grácil que <strong>la</strong> de verdad, pero <strong>en</strong> el


mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que Chamcha <strong>la</strong> vio pasear tranqui<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te por los pasillos del Bostan, recordó <strong>la</strong>pesadil<strong>la</strong>. Cuando Ze<strong>en</strong>at Vakil se marchó, él cayó <strong>en</strong> un sueño atorm<strong>en</strong>tado y tuvo unpres<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to: <strong>la</strong> visión de una mujer-bombardero con una voz de ac<strong>en</strong>to canadi<strong>en</strong>se, casiinaudible de tan suave, profunda y melodiosa como un océano lejano. La mujer del sueño ibatan cargada de explosivos que, más que el bombardero, era <strong>la</strong> bomba; <strong>la</strong> mujer que paseaba porel pasillo t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> brazos a un niño de pecho que parecía dormir plácidam<strong>en</strong>te, un niño tan bi<strong>en</strong><strong>en</strong>vuelto y tan estrecham<strong>en</strong>te abrazado que Chamcha no consiguió distinguir ni un solo rizo depelo recién nacido. Influido por el sueño, Chamcha p<strong>en</strong>só que, <strong>en</strong> realidad, el niño era unmanojo de cartuchos de dinamita o alguna especie de artefacto que hacía tictac, y ya iba a gritarcuando reaccionó y se repr<strong>en</strong>dió severam<strong>en</strong>te. Éstas eran precisam<strong>en</strong>te <strong>la</strong>s tontas supersticionesque ahora dejaba atrás. Él era un hombre correcto, con el traje bi<strong>en</strong> abrochado, que iba caminode Londres y de una vida ord<strong>en</strong>ada y feliz. Él formaba parte del mundo real.Sa<strong>la</strong>din viajaba solo, rehuy<strong>en</strong>do a los restantes miembros de <strong>la</strong> compañía ProsperoP<strong>la</strong>yers, esparcidos por <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se turista, con camisetas del Pato Donald, que dob<strong>la</strong>ban el cuelloimitando a los danzarines de natyam, llevaban saris b<strong>en</strong>arsi, bebían demasiado champán baratode avión e importunaban a <strong>la</strong>s desdeñosas azafatas que, por ser indias, sabían que los actoreseran g<strong>en</strong>te de baja estofa; <strong>en</strong> suma, comportándose con <strong>la</strong> falta de discreción propia de loscómicos. La mujer que llevaba el niño <strong>en</strong> brazos t<strong>en</strong>ía para los faranduleros b<strong>la</strong>ncos una miradaque los convertía <strong>en</strong> volutas de humo, <strong>en</strong> espejismos, <strong>en</strong> fantasmas. Para un hombre comoSa<strong>la</strong>din Chamcha no había nada tan p<strong>en</strong>oso como <strong>la</strong> degradación de lo inglés por los propiosingleses. Volvió a su periódico, <strong>en</strong> el que una manifestación del «rail roko» de Bombay eradispersada por cargas de policías armados de <strong>la</strong>this. El reportero del periódico sufrió <strong>la</strong> fracturade un brazo y su cámara fue destrozada. La policía publicó una «nota». Ni el periodista nininguna otra persona fue atacada int<strong>en</strong>cionadam<strong>en</strong>te. Chamcha cayó <strong>en</strong> sopor de avión. Laciudad de <strong>la</strong>s historias perdidas, los árboles ta<strong>la</strong>dos y los ataques no int<strong>en</strong>cionados se borró desu p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to. Cuando volvió a abrir los ojos, tuvo <strong>la</strong> segunda sorpresa de aquel macabroviaje. Un hombre pasó por su <strong>la</strong>do camino del aseo. Llevaba barba y unas gafas baratas concristales de color, pero Chamcha lo reconoció: allí, viajando de incógnito <strong>en</strong> <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se turista delvuelo AI-420, estaba el superstar desaparecido, <strong>la</strong> ley<strong>en</strong>da viva Gibreel Farishta <strong>en</strong> persona.«¿Ha dormido bi<strong>en</strong>?» Sa<strong>la</strong>din compr<strong>en</strong>dió que <strong>la</strong> pregunta iba dirigida a él, y apartó <strong>la</strong>mirada del gran actor de cine para contemp<strong>la</strong>r al personaje no m<strong>en</strong>os extraordinario que ibas<strong>en</strong>tado a su <strong>la</strong>do, un inefable americano con gorra de béisbol, gafas de montura metálica y unacamisa verde neón sobre <strong>la</strong> que se retorcían <strong>la</strong>s figuras <strong>en</strong>tre<strong>la</strong>zadas de dos resp<strong>la</strong>ndeci<strong>en</strong>tesdragones chinos dorados. Chamcha había eliminado al <strong>en</strong>te de su campo visual, <strong>en</strong> un int<strong>en</strong>tode <strong>en</strong>volverse <strong>en</strong> un capullo de intimidad, pero <strong>la</strong> intimidad no era posible.«Eug<strong>en</strong>e Dumsday, a sus órd<strong>en</strong>es. —El hombre dragón le t<strong>en</strong>dió una <strong>en</strong>orme manocolorada—. A <strong>la</strong>s suyas y a <strong>la</strong>s de <strong>la</strong> Guardia Cristiana.»Chamcha, atontado por el sueño, movió <strong>la</strong> cabeza: «¿Es militar?»«¡Ja! ¡Ja! Sí, señor, podría decirse que sí. Un humilde soldado de a pie del ejército de <strong>la</strong>Guardia Todopoderosa.» Oh, todopoderosa guardia, pues c<strong>la</strong>ro, haberlo dicho. «Yo, señor, soyun hombre de ci<strong>en</strong>cia y mi misión, mi misión y, permítame decirlo, mi privilegio, ha sidovisitar su gran nación para combatir <strong>la</strong> aberración más perniciosa que jamás haya agarrado delos huevos a <strong>la</strong> imaginación popu<strong>la</strong>r.»«No sé a qué se refiere.»Dumsday bajó <strong>la</strong> voz. «Me refiero a <strong>la</strong> caca del mono, señor. El darwinismo. La herejíaevolucionista de Mr. Charles Darwin.» Su tono hacía evid<strong>en</strong>te que el nombre del atorm<strong>en</strong>tadoDarwin, obsesionado por Dios, le resultaba tan repulsivo como el de cualquier demonio de co<strong>la</strong>h<strong>en</strong>dida, Belcebú, Asmodeo o el propio Lucifer. «He prev<strong>en</strong>ido a sus compatriotas contra Mr.Darwin y sus obras —le confió Dumsday—. Con mi exposición asistida de cincu<strong>en</strong>ta y sietediapositivas personales. Últimam<strong>en</strong>te, señor mío, hablé <strong>en</strong> el banquete del Día del


Ent<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>to Mundial del Rotary Club de Cochin, Kera<strong>la</strong>. Hablé de mi país, de su juv<strong>en</strong>tud.Yo <strong>la</strong> veo perdida, señor. La juv<strong>en</strong>tud de América; yo veo que, <strong>en</strong> su desesperación, recurre alos narcóticos e, incluso, porque yo soy un hombre que hab<strong>la</strong> c<strong>la</strong>ro, a <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones sexualesprematrimoniales. Y yo lo dije <strong>en</strong>tonces y se lo digo ahora. Si yo p<strong>en</strong>sara que mi tatarabuelohabía sido un chimpancé yo estaría también bastante deprimido.»Gibreel Farishta estaba s<strong>en</strong>tado al otro <strong>la</strong>do del pasillo, mirando por <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tanil<strong>la</strong>.Empezaba <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> y se bajaban <strong>la</strong>s luces. La mujer del niño seguía de pie, arriba y abajo,quizá para que el chiquitín no llorase. «¿Y cómo le fue?», preguntó Chamcha, compr<strong>en</strong>di<strong>en</strong>doque t<strong>en</strong>ía que decir algo.Su vecino titubeó. «Me parece que el sistema de sonido se averió —dijo al fin—. Es loque yo pi<strong>en</strong>so, o ¿por qué habían de ponerse esas bu<strong>en</strong>as g<strong>en</strong>tes a hab<strong>la</strong>r <strong>en</strong>tre sí, de no creerque yo había terminado?»Chamcha se sintió un poco avergonzado. Él p<strong>en</strong>saba que, <strong>en</strong> un país de fervorososcrey<strong>en</strong>tes, <strong>la</strong> idea de que <strong>la</strong> ci<strong>en</strong>cia era <strong>la</strong> <strong>en</strong>emiga de Dios t<strong>en</strong>ía que ejercer una fácil atracción;pero el aburrimi<strong>en</strong>to de los rotarios de Cochin le demostraba que estaba equivocado. A <strong>la</strong> luzparpadeante de <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong>, Dumsday, con su voz de buey inoc<strong>en</strong>te, siguió poniéndose <strong>en</strong>evid<strong>en</strong>cia, completam<strong>en</strong>te aj<strong>en</strong>o a lo que hacía. Al término de un paseo por el magnífico puertonatural de Cochin, al que Vasco da Gama llegó <strong>en</strong> busca de especias, con lo que puso <strong>en</strong>marcha toda esa ambigua historia del Este y el Oeste, Mr. Dumsday fue abordado por unmocoso con pssts y hey-mister-okays. «¡Eh, usted, yes! ¿Quiere hachís, sahib? Eh,misteramérica, Yes, unclesam, ¿quiere opio, calidad insuperable, del más caro? Okay, ¿quierecocaína?Sa<strong>la</strong>din empezó a reír por lo bajo, sin poder cont<strong>en</strong>erse. Aquello debía de ser <strong>la</strong>v<strong>en</strong>ganza de Darwin: si Dumsday consideraba al pobre Charles, tan pacato y Victoriano él,responsable de <strong>la</strong> cultura americana de <strong>la</strong> droga, qué ironía que él fuera visto <strong>en</strong> todo el globocomo repres<strong>en</strong>tante de <strong>la</strong> misma ética contra <strong>la</strong> que tan d<strong>en</strong>odadam<strong>en</strong>te batal<strong>la</strong>ba. Dumsday lemiró con dolorido reproche. Duro sino el del americano <strong>en</strong> el extranjero que no sospecha porqué suscita tanta hostilidad.Después de que aquel<strong>la</strong> risita involuntaria escapara de <strong>la</strong>bios de Sa<strong>la</strong>din, Dumsday sesumió <strong>en</strong> un sopor, taciturno y of<strong>en</strong>dido, dejando a Chamcha con sus propios p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos.¿Debía considerarse <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> de a bordo como una mutación de <strong>la</strong> forma especialm<strong>en</strong>te vil ycasual, que al fin sería extinguida por <strong>la</strong> selección natural, o repres<strong>en</strong>taba el futuro del cine? Unfuturo de pelícu<strong>la</strong>s de estrambóticas peripecias eternam<strong>en</strong>te protagonizadas por Shelley Long yChevy Chase era insoportable, una visión del infierno... Chamcha empezaba a cerrar los ojosotra vez cuando se <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dieron <strong>la</strong>s luces, <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> se detuvo y <strong>la</strong> ilusión del cine fuesustituida por <strong>la</strong> de estar contemp<strong>la</strong>ndo el telediario cuando cuatro figuras armadas empezarona correr por los pasillos.* * *Los pasajeros fueron ret<strong>en</strong>idos <strong>en</strong> el avión secuestrado durante ci<strong>en</strong>to once días,<strong>en</strong>cal<strong>la</strong>dos <strong>en</strong> una pista inundada de una luz trému<strong>la</strong> y ruti<strong>la</strong>nte, <strong>en</strong> torno a <strong>la</strong> cual se estrel<strong>la</strong>ban<strong>la</strong>s grandes o<strong>la</strong>s de ar<strong>en</strong>a del desierto, porque uno de los cuatro secuestradores, tres hombres yuna mujer, había obligado al piloto a aterrizar y nadie podía decidir qué había que hacer conellos. No habían aterrizado <strong>en</strong> un aeropuerto internacional, sino <strong>en</strong> una pista para jumbos,capricho extravagante del jeque local, construida <strong>en</strong> su oasis favorito, al que ahora conducíatambién una autopista de seis carriles muy popu<strong>la</strong>r <strong>en</strong>tre hombres y mujeres solteros, quepaseaban por su ancha vastedad <strong>en</strong> coches l<strong>en</strong>tos, mirándose por <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tanil<strong>la</strong>s con ojos


hambri<strong>en</strong>tos..., pero una vez hubo aterrizado el 420, <strong>la</strong> autopista se ll<strong>en</strong>ó de vehículosacorazados, camiones y grandes coches negros con banderas. Y mi<strong>en</strong>tras los diplomáticosdiscutían lo que debía hacerse con el avión, si asaltar o no asaltar, mi<strong>en</strong>tras trataban de decidir<strong>en</strong>tre transigir o mant<strong>en</strong>erse firmes a exp<strong>en</strong>sas de vidas aj<strong>en</strong>as, una gran quietud <strong>en</strong>volvió e<strong>la</strong>vión y no tardaron <strong>en</strong> empezar los espejismos. Al principio había acción a un ritmo constante,mi<strong>en</strong>tras el cuarteto secuestrador se mostraba electrizado, fr<strong>en</strong>ético, ansioso de apretar elgatillo. Son los peores mom<strong>en</strong>tos, p<strong>en</strong>só Chamcha, mi<strong>en</strong>tras los niños gritaban y el miedo seext<strong>en</strong>día como una mancha; ahora es cuando todos podríamos saltar por los aires. Luego, <strong>la</strong>situación quedó contro<strong>la</strong>da: eran tres hombres y una mujer, todos altos, ninguno <strong>en</strong>mascarado,todos guapos; ellos también eran actores, ahora eran estrel<strong>la</strong>s, estrel<strong>la</strong>s fugaces, y t<strong>en</strong>íannombres artísticos. Dara Singh Buta Singh Man Singh. La mujer era Tavle<strong>en</strong>. La mujer delsueño era anónima, como si <strong>la</strong> imaginación del sueño de Chamcha no tuviera tiempo paraseudónimos; pero, al igual que el<strong>la</strong>, Tavle<strong>en</strong> hab<strong>la</strong>ba con ac<strong>en</strong>to canadi<strong>en</strong>se, meloso, con esasoes de<strong>la</strong>toras redondas. Cuando el avión hubo aterrizado <strong>en</strong> el oasis de Al-Zamzam lospasajeros, que observaban a sus captores con <strong>la</strong> at<strong>en</strong>ción obsesiva con que una mangostapasmada mira a una cobra, compr<strong>en</strong>dieron que <strong>en</strong> <strong>la</strong> belleza de los tres hombres había un algonarcisista, un romántico amor al peligro y a <strong>la</strong> muerte que les hacía aparecer con frecu<strong>en</strong>cia <strong>en</strong><strong>la</strong>s puertas del avión, mostrando el cuerpo a los francotiradores profesionales que debían deestar apostados <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s palmeras del oasis. La mujer se abst<strong>en</strong>ía de esta frivolidad y parecíahacer un esfuerzo para no repr<strong>en</strong>der a sus colegas. El<strong>la</strong> parecía aj<strong>en</strong>a a su propia belleza, lo que<strong>la</strong> hacía <strong>la</strong> más peligrosa de los cuatro. Sa<strong>la</strong>din t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> impresión de que los chicos eran muydelicados, muy pagados de sí mismos, para estar dispuestos a mancharse <strong>la</strong>s manos de sangre.Les costaría trabajo matar; ellos hacían esto para salir por televisión. Pero Tavle<strong>en</strong> estaba allítrabajando. Él no apartaba <strong>la</strong> mirada de el<strong>la</strong>. Los chicos no sab<strong>en</strong>, p<strong>en</strong>só. Ellos quier<strong>en</strong>comportarse como los secuestradores del cine y de <strong>la</strong> televisión; <strong>en</strong> realidad, están imitando unaimag<strong>en</strong> tosca de sí mismos, son gusanos que devoran su propia co<strong>la</strong>. Pero el<strong>la</strong>, <strong>la</strong> mujer, sabe...Mi<strong>en</strong>tras Dara, Buta y Man Singh se pavoneaban y hacían cabrio<strong>la</strong>s, el<strong>la</strong> se quedó quieta,volvió <strong>la</strong> mirada hacia el interior, e hizo que los pasajeros se quedaran tiesos de miedo.¿Qué querían? Nada nuevo. Una patria indep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te, libertad religiosa, libertad depresos políticos, justicia, rescate y salvoconducto al país que ellos eligieran. Muchos de lospasajeros llegaron a simpatizar con ellos, a pesar de que se <strong>en</strong>contraban bajo constante am<strong>en</strong>azade ejecución. Si vives <strong>en</strong> el siglo veinte, no te cuesta trabajo verte retratado <strong>en</strong> qui<strong>en</strong>es, másdesesperados que tú, tratan de mode<strong>la</strong>rlo a su voluntad.Después de aterrizar, los secuestradores liberaron a todos los pasajeros m<strong>en</strong>os acincu<strong>en</strong>ta, que consideraban era el número máximo que podían vigi<strong>la</strong>r cómodam<strong>en</strong>te. Lasmujeres, los niños y los sikhs pudieron marchar. Resultó que Sa<strong>la</strong>din era el único miembro de<strong>la</strong> compañía Prospero P<strong>la</strong>yers que no recuperó <strong>la</strong> libertad; pero sucumbió a <strong>la</strong> lógica perversade <strong>la</strong> situación y, <strong>en</strong> lugar de s<strong>en</strong>tirse afligido por verse prisionero, se alegraba de perder devista a sus mal educados colegas; a paseo <strong>la</strong> chusma, p<strong>en</strong>só.Eug<strong>en</strong>e Dumsday, el ci<strong>en</strong>tífico creacionista, se sintió incapaz de aceptar <strong>la</strong> idea de quelos secuestradores no fueran a liberarlo a él. Se puso <strong>en</strong> pie, osci<strong>la</strong>ndo a su gran altura como unrascacielos <strong>en</strong> un huracán, y empezó a gritar incoher<strong>en</strong>cias histéricam<strong>en</strong>te. Un hilo de saliva lecaía por <strong>la</strong>s comisuras de los <strong>la</strong>bios y él <strong>la</strong> <strong>la</strong>mía con l<strong>en</strong>gua febril. Bu<strong>en</strong>o, un mom<strong>en</strong>to,canal<strong>la</strong>s, ya está bi<strong>en</strong>, YA ESTÁ BIEN, peroqué, peroaquién se le ocurre, etcétera; preso <strong>en</strong> supesadil<strong>la</strong> de vigilia, siguió babeando y babeando hasta que uno de los cuatro, evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te <strong>la</strong>mujer, se le acercó y le partió <strong>la</strong> mandíbu<strong>la</strong> con <strong>la</strong> cu<strong>la</strong>ta del rifle. Y, lo que es peor, el babosoDumsday <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to se <strong>la</strong>mía los <strong>la</strong>bios cuando se le cerraron viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te losmaxi<strong>la</strong>res, cerc<strong>en</strong>ándole <strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua, que fue a parar al pantalón de Sa<strong>la</strong>din Chamcha, seguidarápidam<strong>en</strong>te de su antiguo propietario. Eug<strong>en</strong>e Dumsday cayó desl<strong>en</strong>guado e inconsci<strong>en</strong>te <strong>en</strong>brazos del actor.


Eug<strong>en</strong>e Dumsday consiguió <strong>la</strong> libertad a trueque de perder <strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua; el persuasorconsiguió persuadir a sus captores <strong>en</strong>tregando su instrum<strong>en</strong>to de persuasión. Ellos no estabanpara cuidar a un herido, con riesgo de gangr<strong>en</strong>a, etcétera, por lo que él siguió al éxodo de<strong>la</strong>vión. En aquel<strong>la</strong>s primeras horas de revuelo, Sa<strong>la</strong>din Chamcha no hacía más que p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong>cuestiones de detalle, si son rifles automáticos o metralletas, cómo subieron todo ese material abordo, <strong>en</strong> qué partes del cuerpo se puede recibir una ba<strong>la</strong> sin morirse, qué asustados deb<strong>en</strong> deestar esos cuatro, qué consci<strong>en</strong>tes de su propia muerte... Una vez se marchó Dumsday, esperabaquedarse solo, pero <strong>en</strong> <strong>la</strong> butaca que había dejado el creacionista se s<strong>en</strong>tó un hombre dici<strong>en</strong>do:con permiso, yaar, pero <strong>en</strong> estas circunstancias uno necesita compañía. Era <strong>la</strong> estrel<strong>la</strong> de cine,Gibreel.* * *Después de los primeros días de nervios <strong>en</strong> tierra, durante los cuales los tres<strong>en</strong>turbantados secuestradores se acercaban peligrosam<strong>en</strong>te a los límites de <strong>la</strong> locura, gritando a<strong>la</strong> noche del desierto canal<strong>la</strong>s, v<strong>en</strong>id a cogernos o, también, ay, dios, ay, dios, ahora nosmandan a los jodidos comandos, esos cabrones americanos, yaar, esos ingleses gilipol<strong>la</strong>s —mom<strong>en</strong>tos durante los cuales los restantes reh<strong>en</strong>es cerraban los ojos y rezaban, porque cuandomás miedo t<strong>en</strong>ían era cuando los secuestradores daban señales de debilidad—, se instaló unacierta rutina que empezaba a parecer lo normal. Dos veces al día, un solitario vehículo llevabacomida y bebida al Bostan y <strong>la</strong> depositaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> pista. Los mismos reh<strong>en</strong>es t<strong>en</strong>ían que subir <strong>la</strong>scajas, mi<strong>en</strong>tras los secuestradores los observaban desde el avión. Aparte de esta visita diaria, nohabía contacto con el mundo exterior. La radio había <strong>en</strong>mudecido. Era como si el incid<strong>en</strong>tehubiera sido olvidado, como si fuera tan vergonzoso que lo hubieran borrado. «¡Esos canal<strong>la</strong>snos dejan que nos pudramos!», exc<strong>la</strong>mó Man Singh, y los reh<strong>en</strong>es le hicieron coro con brío:«¡Hijras! ¡Chootias! ¡Mierdas!» Estaban <strong>en</strong>vueltos <strong>en</strong> calor y sil<strong>en</strong>cio y ahora, <strong>en</strong> los rincones,empezaban a bril<strong>la</strong>r con luz trému<strong>la</strong> los espectros. El más nervioso de los reh<strong>en</strong>es, un jov<strong>en</strong> conperil<strong>la</strong> y el pelo rizado y muy corto, se despertó un amanecer chil<strong>la</strong>ndo de miedo porque habíavisto un esqueleto cabalgando <strong>en</strong> un camello por <strong>la</strong>s dunas. Otros veían globos de coloressusp<strong>en</strong>didos del aire u oían batir a<strong>la</strong>s gigantescas. Los tres secuestradores varones cayeron <strong>en</strong>una sombría me<strong>la</strong>ncolía fatalista. Un día Tavle<strong>en</strong> los l<strong>la</strong>mó a una confer<strong>en</strong>cia al extremo de<strong>la</strong>vión. Los reh<strong>en</strong>es oyeron voces airadas. «El<strong>la</strong> les dice que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> que pres<strong>en</strong>tar un ultimátum—dijo Gibreel Farishta a Chamcha—. Que uno de nosotros ti<strong>en</strong>e que morir o algo así.» Perocuando los tres hombres volvieron, Tavle<strong>en</strong> no iba con ellos, y ahora <strong>en</strong> su mirada, además dedesánimo había bochorno. «Han perdido <strong>la</strong>s agal<strong>la</strong>s. Ya no pued<strong>en</strong> seguir ade<strong>la</strong>nte —susurróGibreel—. ¿Y ahora qué puede hacer nuestra Tavle<strong>en</strong> bibi?. Nada. Se acabó <strong>la</strong> historia.» Loque el<strong>la</strong> hizo:A fin de demostrar a sus cautivos, y también a sus compañeros secuestradores, que <strong>la</strong>idea del fracaso, de <strong>la</strong> r<strong>en</strong>dición, nunca debilitaría su decisión, salió de su mom<strong>en</strong>táneo retiro <strong>en</strong>el salón de primera c<strong>la</strong>se y se quedó de pie de<strong>la</strong>nte de ellos, como una azafata que fuera a haceruna demostración de medidas de seguridad. Pero <strong>en</strong> lugar de ponerse un chaleco salvavidas ylevantar <strong>la</strong> boquil<strong>la</strong> del sop<strong>la</strong>dor, etcétera, se levantó rápidam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> chi<strong>la</strong>ba negra, que era suúnica pr<strong>en</strong>da de vestir, y les mostró su cuerpo desnudo convertido <strong>en</strong> verdadero ars<strong>en</strong>al paraque todos pudieran ver <strong>la</strong>s granadas que le colgaban como pechos extra, y <strong>la</strong> gelignita sujetacon adhesivo a sus muslos, como lo estaba <strong>en</strong> el sueño de Chamcha. Luego volvió a ponerse <strong>la</strong>túnica y dijo <strong>en</strong> su voz suave y oceánica: «Cuando una gran idea nace al mundo, una grancausa, se le formu<strong>la</strong>n ciertas preguntas cruciales —murmuró—. La Historia nos pregunta: ¿quéc<strong>la</strong>se de causa somos? ¿Somos inflexibles, absolutos, fuertes o nos mostraremos esc<strong>la</strong>vos del


tiempo, g<strong>en</strong>tes que hac<strong>en</strong> concesiones y c<strong>la</strong>udican?» Su cuerpo había dado <strong>la</strong> respuesta.Pasaban los días. Las circunstancias de su cautiverio, <strong>en</strong> aquel espacio reducido ytórrido, a un tiempo íntimo y distante, hacían que Sa<strong>la</strong>din Chamcha deseara discutir con <strong>la</strong>mujer; <strong>la</strong> inflexibilidad también puede ser monomanía, quería decirle, puede ser tiranía ytambién puede ser debilidad, mi<strong>en</strong>tras que lo flexible también puede ser humano y lo bastantefuerte para perdurar. Pero, desde luego, no dijo nada y se sumió <strong>en</strong> el torpor de los días. GibreelFarishta descubrió <strong>en</strong> <strong>la</strong> bolsa del asi<strong>en</strong>to de de<strong>la</strong>nte un folleto escrito por el aus<strong>en</strong>te Dumsday.Para <strong>en</strong>tonces, Chamcha había advertido el empeño con el que el astro de cine se resistía alsueño, por lo que no fue sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te verle recitar y apr<strong>en</strong>der de memoria el folleto delcreacionista, mi<strong>en</strong>tras sus pesados párpados se iban cerrando y cerrando hasta que él losobligaba a abrirse. El folleto argüía que incluso los ci<strong>en</strong>tíficos se afanaban <strong>en</strong> reinv<strong>en</strong>tar a Dios,que una vez hubieran demostrado <strong>la</strong> exist<strong>en</strong>cia de una fuerza única unificada de <strong>la</strong> que elelectromagnetismo, <strong>la</strong> gravedad y <strong>la</strong>s fuerzas grandes y pequeñas de <strong>la</strong> nueva física no eransino aspectos, avatares, como si dijéramos, o ángeles, <strong>en</strong>tonces qué t<strong>en</strong>dríamos sino <strong>la</strong> cosa másantigua de todas, un <strong>en</strong>te supremo que contro<strong>la</strong>ba toda <strong>la</strong> creación... «Mira, lo que nuestroamigo dice es que, puestos a elegir <strong>en</strong>tre un tipo de campo de fuerza abstracto y el Dios vivo yreal, ¿con cuál te quedarías? Interesante, ¿no? A una corri<strong>en</strong>te eléctrica no puedes rezarle. Noti<strong>en</strong>e objeto pedir a una onda <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve del paraíso. —Cerró los ojos y luego volvió a abrirlos convehem<strong>en</strong>cia—. Todo son malditas bobadas — dijo secam<strong>en</strong>te—. Me pone <strong>en</strong>fermo.»Después de los primeros días, Chamcha ya no notaba el mal ali<strong>en</strong>to de Gibreel, porque<strong>en</strong> aquel mundo de sudor y miedo nadie olía mucho mejor. Pero era imposible no fijarse <strong>en</strong> sucara, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que los grandes círculos púrpura de su vigilia rodeaban sus ojos como grandestiznaduras de aceite. Hasta que, agotadas sus fuerzas, se derrumbó <strong>en</strong> el hombro de Sa<strong>la</strong>din ydurmió cuatro días de un tirón.Cuando despertó, vio que Chamcha, con ayuda del rehén de <strong>la</strong> peril<strong>la</strong> y aspecto ratonil,un tal Ja<strong>la</strong>ndri, le había colocado <strong>en</strong> una fi<strong>la</strong> de asi<strong>en</strong>tos del bloque c<strong>en</strong>tral. Fue al aseo y estuvoorinando doce minutos. Al volver t<strong>en</strong>ía mirada de terror. Se s<strong>en</strong>tó otra vez al <strong>la</strong>do de Chamcha,pero no decía pa<strong>la</strong>bra. Dos noches después, Chamcha le oyó resistirse nuevam<strong>en</strong>te al sueño. O,mejor dicho, a los sueños.«El décimo pico más alto del mundo —le oyó murmurar Chamcha— es el XixabangmaG<strong>en</strong>g, ocho mil trece metros. El nov<strong>en</strong>o, el Annapurna, ocho mil set<strong>en</strong>ta y ocho. —O empezabapor el otro extremo—: Primero, el Chomolungma, ocho mil ochoci<strong>en</strong>tos cuar<strong>en</strong>ta y ocho. Dos,el K2, ocho mil seisci<strong>en</strong>tos once. Kanch<strong>en</strong>junga, ocho mil quini<strong>en</strong>tos nov<strong>en</strong>ta y ocho. Makalu,Dhau<strong>la</strong>giri, Manaslu, Nanga Parbat, metros ocho mil ci<strong>en</strong>to veintiséis.»«¿Cu<strong>en</strong>tas los picos de más de ocho mil metros para dormir? —preguntó Chamcha—.Son más grandes que <strong>la</strong>s ovejas, pero m<strong>en</strong>os numerosos.» Gibreel Farishta lo miró, furioso;luego, inclinó <strong>la</strong> cabeza; tomó una decisión. «No para dormir, amigo. Para estar despierto.»Fue <strong>en</strong>tonces cuando Sa<strong>la</strong>din Chamcha descubrió por qué Gibreel Farishta empezaba at<strong>en</strong>er miedo de quedarse dormido. Todo el mundo necesita a algui<strong>en</strong> con qui<strong>en</strong> hab<strong>la</strong>r, yGibreel no había hab<strong>la</strong>do con nadie de lo que ocurrió después de que comiera cerdos impuros.Los sueños empezaron aquel<strong>la</strong> misma noche. En aquel<strong>la</strong>s visiones, él estaba siempre pres<strong>en</strong>te,no como él mismo, sino como su homónimo, y no interpretando el papel, compa, sino que yosoy él y él es yo, yo soy el recond<strong>en</strong>ado arcángel, Gibreel <strong>en</strong> persona, tamaño jodidam<strong>en</strong>t<strong>en</strong>atural.Compa. Al igual que a Ze<strong>en</strong>at Vakil, a Gibreelle le hacía gracia que Chamcha sehubiera acortado el nombre. «Bhai, tú, qué risa. De verdad que ti<strong>en</strong>e gracia. O sea que <strong>en</strong> ingléseres Chamcha. Pues muy bi<strong>en</strong>. En lugar de mi compañero de viaje, serás mi compa. Seránuestro chistecito particu<strong>la</strong>r.» Gibreel Farishta poseía el don de no ver cuándo <strong>en</strong>furecía a <strong>la</strong>s


personas. Sa<strong>la</strong>din odiaba los motes. Pero no podía hacer nada. Odiar, lo único.Tal vez fuera por el mote o tal vez no, lo cierto es que a Sa<strong>la</strong>din <strong>la</strong>s reve<strong>la</strong>ciones deGibreel le parecieron patéticas e incongru<strong>en</strong>tes. ¿Qué t<strong>en</strong>ía de particu<strong>la</strong>r que <strong>en</strong> sueños se vieracomo un arcángel? Los sueños pued<strong>en</strong> hacer cualquier cosa. ¿Reve<strong>la</strong>ba algo más que una trivialespecie de egomanía? Pero Gibreel sudaba de miedo. «La cuestión es que cada vez que meduermo el sueño continúa donde quedó. El mismo sueño <strong>en</strong> el mismo sitio. Como si algui<strong>en</strong>parase el vídeo mi<strong>en</strong>tras yo estoy fuera de <strong>la</strong> habitación. O, o... O como si el que estuvieradespierto fuera el otro, y ésta es <strong>la</strong> verdadera pesadil<strong>la</strong>. Como si nosotros fuéramos surecond<strong>en</strong>ado sueño. Aquí. Todo esto.» Chamcha le miraba fijam<strong>en</strong>te. «Sí, es una locura, ti<strong>en</strong>esrazón», dijo. «Quién sabe si duerm<strong>en</strong> los ángeles, y no digamos si sueñan. Esto parece unalocura. ¿T<strong>en</strong>go razón o no?»«Sí; parece que estás loco.»«Entonces, ¿qué diantre está pasando d<strong>en</strong>tro de mi cabeza?* * *Cuanto más tiempo pasaba sin dormir, más locuaz se volvía. Empezó a obsequiar a losreh<strong>en</strong>es, los secuestradores y también a <strong>la</strong> maltrecha tripu<strong>la</strong>ción del vuelo 420 —aquel<strong>la</strong>sazafatas antes tan desdeñosas y el f<strong>la</strong>mante personal de <strong>la</strong> cabina de vuelo, que ahora estabanlúgubres y machucados <strong>en</strong> un rincón del avión y que incluso habían perdido su anterior<strong>en</strong>tusiasmo por unas interminables partidas de rummy—, obsequiarles, decía, con sus teorías de<strong>la</strong> re<strong>en</strong>carnación a cual más excéntrica, comparando su estancia <strong>en</strong> <strong>la</strong> pista próxima al oasis deAl-Zamzam con un segundo período de gestación, dici<strong>en</strong>do a todo el mundo que estaban todosmuertos para el mundo y <strong>en</strong> fase de ser reg<strong>en</strong>erados, creados de nuevo. Esta idea parecíaanimarle bastante, pero hizo que muchos de los reh<strong>en</strong>es desearan darle una paliza, y se subió depie a una butaca para explicar que el día de su liberación sería el día de su r<strong>en</strong>acimi<strong>en</strong>to,optimismo que tuvo <strong>la</strong> virtud de calmar a su auditorio. «Extraño pero cierto —exc<strong>la</strong>mó—. Éseserá el día cero y puesto que todos naceremos a <strong>la</strong> vez, a partir de <strong>en</strong>tonces todos t<strong>en</strong>dremos <strong>la</strong>misma edad para el resto de nuestra vida. ¿Cómo se l<strong>la</strong>ma a los cincu<strong>en</strong>ta hijos que nac<strong>en</strong> de unsolo parto? Sabe Dios. Cincu<strong>en</strong>tillizos. ¡Maldición!»Para el <strong>en</strong>loquecido Gibreel, <strong>la</strong> re<strong>en</strong>carnación era un término bajo el que seamalgamaban muchas ideas: el Ave Fénix que surge de <strong>la</strong>s c<strong>en</strong>izas, <strong>la</strong> Resurrección deJesucristo, <strong>la</strong> transmigración, <strong>en</strong> el instante de <strong>la</strong> muerte, del alma del Da<strong>la</strong>i Lama <strong>en</strong> el cuerpode un recién nacido..., cosas que se confundían con los avatares de Vishnu, <strong>la</strong>s metamorfosis deJúpiter, que imitó a Vishnu y adoptó <strong>la</strong> forma de un toro, etcétera, incluy<strong>en</strong>do, naturalm<strong>en</strong>te, <strong>la</strong>progresión de los seres humanos por sucesivos ciclos de vida, ora como cucarachas, ora comoreyes, hasta <strong>la</strong> dicha del no volver. Para volver a nacer, ti<strong>en</strong>es que morir. Chamcha no semolestó <strong>en</strong> protestar que, <strong>en</strong> <strong>la</strong> mayoría de los ejemplos que ponía Gibreel <strong>en</strong> sus soliloquios, <strong>la</strong>metamorfosis no exigía <strong>la</strong> muerte; se había <strong>en</strong>trado <strong>en</strong> <strong>la</strong> nueva carne por otras vías. Gibreel, <strong>en</strong>su alto vuelo, movi<strong>en</strong>do los brazos como imperiosas a<strong>la</strong>s, no soportaba interrupciones. «Loviejo debe morir, at<strong>en</strong>ded al m<strong>en</strong>saje, o lo nuevo no podrá ser lo que sea.»A veces, <strong>la</strong> perorata acababa con l<strong>la</strong>nto. Farishta, ext<strong>en</strong>uado, perdía <strong>la</strong> ser<strong>en</strong>idad yapoyaba <strong>la</strong> cara, sollozando, <strong>en</strong> el hombro de Chamcha y éste —el cautiverio prolongadoerosiona cierta reserva <strong>en</strong> el cautivo— le acariciaba <strong>la</strong> mejil<strong>la</strong> y le daba un beso <strong>en</strong> el pelo.Vamos, vamos, vamos. Otras veces, podía más <strong>la</strong> irritación. La séptima vez que Farishta citó alcastaño de Gramsci, Sa<strong>la</strong>din gritó indignado: Quizás eso mismo esté ocurriéndote a ti, bocazas;tu viejo yo se está muri<strong>en</strong>do y ese ángel de tus sueños trata de <strong>en</strong>carnarse <strong>en</strong> ti.


* * *«¿Quieres saber algo realm<strong>en</strong>te raro? —Gibreel, al cabo de ci<strong>en</strong>to un días, ofrecía másconfid<strong>en</strong>cias a Chamcha—. ¿Quieres saber por qué estoy aquí? —De todos modos, se lo dijo—: Por una mujer. Sí, señor. Por el jodido gran amor de mi jodida vida. Con <strong>la</strong> que he pasado <strong>en</strong>total tres días y medio. ¿No demuestra eso que estoy realm<strong>en</strong>te majareta? ¿Qué dices, compa,viejo Chamcha?»Y: «¿Cómo explicártelo? Tres días y medio de eso, ¿cuánto tiempo necesitas para saberque ha ocurrido lo mejor de todo, <strong>la</strong> cosa más profunda, el mom<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> verdad? Te lo juro,cuando <strong>la</strong> besé, saltaron cond<strong>en</strong>adas chispas, yaar, créelo o no, el<strong>la</strong> dijo que era electricidadestática de <strong>la</strong> moqueta, pero yo he besado a muñecas <strong>en</strong> habitaciones de hotel antes y aquellofue lo auténtico, lo grande. Jodidas descargas eléctricas, tú, tuve que dar un salto atrás, con unca<strong>la</strong>mbre.»No t<strong>en</strong>ía pa<strong>la</strong>bras para describir<strong>la</strong>, aquel<strong>la</strong> mujer de hielo de <strong>la</strong> montaña, para expresarlo que había sido aquel mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que su vida quedó hecha pedazos a sus pies y el<strong>la</strong> seconvirtió <strong>en</strong> el significado de su vida. «Tú no lo <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>des —r<strong>en</strong>unció—. Será que tú nunca<strong>en</strong>contraste a una persona por <strong>la</strong> que cruzarías el mundo, por <strong>la</strong> que lo dejarías todo p<strong>la</strong>ntado ytomarías un avión. El<strong>la</strong> subió al Everest, tú. Veintinueve mil dos pies, o quizá veintinueve milci<strong>en</strong>to cuar<strong>en</strong>ta y uno. Hasta <strong>la</strong> misma cima. ¿Imaginas que no había de subirme a un jumbopor una mujer como el<strong>la</strong>?»Cuanto más se empeñaba Gibreel Farishta <strong>en</strong> explicar su obsesión por Alleluia Cone, <strong>la</strong>esca<strong>la</strong>dora, con más empeño trataba Sa<strong>la</strong>din de evocar el recuerdo de Pame<strong>la</strong>, pero el<strong>la</strong> se leresistía. Al principio qui<strong>en</strong> le visitaba era Ze<strong>en</strong>y, su sombra, y, al cabo de un tiempo, nadie. Lapasión de Gibreel empezó a poner a Chamcha fr<strong>en</strong>ético de indignación y frustración, peroFarishta no lo notaba, le daba palmadas <strong>en</strong> <strong>la</strong> espalda, anímate, compa, ya queda poco.* * *Al ci<strong>en</strong>to décimo día, Tavle<strong>en</strong> se acercó a Ja<strong>la</strong>ndri, el pequeño rehén de barba de chivo,y le hizo una seña con el dedo. Nuestra paci<strong>en</strong>cia se ha agotado, anunció; hemos <strong>en</strong>viado vanosultimátums sin recibir respuesta, ha llegado <strong>la</strong> hora del primer sacrificio. El<strong>la</strong> utilizó estapa<strong>la</strong>bra: sacrificio. Miró a Ja<strong>la</strong>ndri a los ojos y pronunció su s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia de muerte: «Tú serás elprimero. Apóstata, traidor, infame.» Ord<strong>en</strong>ó a <strong>la</strong> tripu<strong>la</strong>ción que se preparas<strong>en</strong> para despegar;no iba a exponerse a que asaltaran el avión después de <strong>la</strong> ejecución y, con <strong>la</strong> punta del rifle,empujó a Ja<strong>la</strong>ndri hacia <strong>la</strong> puerta abierta de de<strong>la</strong>nte, mi<strong>en</strong>tras él chil<strong>la</strong>ba y pedía clem<strong>en</strong>cia.«Esa mujer ti<strong>en</strong>e bu<strong>en</strong>a vista —dijo Gibreel a Chamcha—. Es un cut-sird.» Ja<strong>la</strong>ndri era suprimer objetivo por su decisión de descartar el turbante y cortarse el pelo, con lo cual se habíaconvertido <strong>en</strong> traidor a su fe, un sirdarji tonsurado. Cut-Sird. Una s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia de siete letras.Inape<strong>la</strong>ble.Ja<strong>la</strong>ndri se había puesto de rodil<strong>la</strong>s, unas manchas se le ext<strong>en</strong>dían por el fondillo de lospantalones. El<strong>la</strong> lo arrastraba hacia <strong>la</strong> puerta agarrándolo del pelo. Nadie se movió. Dura ButaMan Singh volvieron <strong>la</strong> espalda al cuadro. Él estaba arrodil<strong>la</strong>do de espaldas a <strong>la</strong> puerta;Tavle<strong>en</strong> le dio <strong>la</strong> vuelta, le disparó <strong>en</strong> <strong>la</strong> nuca y él cayó al asfalto. La mujer cerró <strong>la</strong> puerta.Man Singh, el más jov<strong>en</strong> y nervioso del cuarteto, le gritó: «¿Y ahora adónde vamos?Allí donde vayamos seguro que nos mandan a los comandos. Estamos perdidos.»«El martirio es un privilegio —dijo el<strong>la</strong> con suavidad—. Seremos como <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s;


como el sol.»* * *La ar<strong>en</strong>a cedió paso a <strong>la</strong> nieve. Europa <strong>en</strong> invierno, bajo su alfombra b<strong>la</strong>nca que <strong>la</strong>transformaba, su b<strong>la</strong>ncura fantasmagórica relucía <strong>en</strong> <strong>la</strong> noche. Los Alpes, Francia, <strong>la</strong> costa deIng<strong>la</strong>terra, rocas b<strong>la</strong>ncas que se erguían hasta unos prados b<strong>la</strong>nqueados. Mr. Sa<strong>la</strong>din Chamcha,anticipando ansiosam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> llegada, se caló el bombín. El mundo había redescubierto el vueloAI-420, el Boeing 747 Bostan. El radar lo seguía; crepitaba <strong>la</strong> radio. ¿Desean permiso paraaterrizar? Pero no se solicitaba permiso. El Bostan vo<strong>la</strong>ba <strong>en</strong> círculo sobre <strong>la</strong>s costas deIng<strong>la</strong>terra como una gigantesca ave marina. Gaviota. Albatros. Los indicadores de combustibledesc<strong>en</strong>dían hacia el cero.Cuando estalló <strong>la</strong> pelea, pilló desprev<strong>en</strong>idos a todos los pasajeros, porque ahora los tressecuestradores masculinos no discutían con Tavle<strong>en</strong>, no hubo furiosos cuchicheos acerca delcombustible ni qué coño te propones, sino un hosco sil<strong>en</strong>cio, ni siquiera hab<strong>la</strong>ban <strong>en</strong>tre sí,como si hubieran abandonado toda esperanza, y <strong>en</strong>tonces fue cuando Man Singh perdió <strong>la</strong>cabeza y fue a por el<strong>la</strong>. Los reh<strong>en</strong>es miraban <strong>la</strong> lucha a muerte, incapaces de s<strong>en</strong>tirseinvolucrados, porque un extraño distanciami<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> realidad se había apoderado de todo e<strong>la</strong>vión, una especie de indifer<strong>en</strong>cia, un fatalismo podríamos decir. Los dos cayeron al suelo yel<strong>la</strong> le c<strong>la</strong>vó el cuchillo <strong>en</strong> el estómago. Eso fue todo; <strong>la</strong> rapidez acrec<strong>en</strong>tó <strong>la</strong> apar<strong>en</strong>teintrasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia del hecho. Luego, <strong>en</strong> el instante <strong>en</strong> que el<strong>la</strong> se levantó fue como si todo elmundo despertara; todos vieron con c<strong>la</strong>ridad que aquel<strong>la</strong> mujer iba <strong>en</strong> serio, que p<strong>en</strong>saba llegarhasta el fin: <strong>en</strong> <strong>la</strong> mano t<strong>en</strong>ía el cable que conectaba todas <strong>la</strong>s espoletas de todas <strong>la</strong>s granadasque llevaba debajo de <strong>la</strong> túnica, todos aquellos pechos fatídicos, y aunque <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>toButa y Dura se le echaron <strong>en</strong>cima, el<strong>la</strong> tiró del cable y <strong>la</strong>s paredes saltaron.No; muerte, no: nacimi<strong>en</strong>to.


IIMAHOUNDGibreel, cuando se somete a lo inevitable, cuando, con párpados pesados, se deslizahacia visiones de su peripecia angélica, se cruza con su amante madre que ti<strong>en</strong>e para él unnombre difer<strong>en</strong>te, Shaitan, le l<strong>la</strong>ma, Shaitan, ni más ni m<strong>en</strong>os, porque él ha estado <strong>en</strong>redandocon los tiffins que hay que llevar a <strong>la</strong> ciudad, para almuerzo de los oficinistas, chico travieso,


el<strong>la</strong> corta el aire con <strong>la</strong> mano, el muy granuja ha puesto recipi<strong>en</strong>tes de carne destinados a losmusulmanes <strong>en</strong> <strong>la</strong>s bolsas de los hindúes no vegetarianos y los cli<strong>en</strong>tes se han indignado.Diablillo, le repr<strong>en</strong>de, pero luego lo toma <strong>en</strong> brazos, mi pequeño farishta, los niños ya se sabe,y él <strong>la</strong> deja atrás mi<strong>en</strong>tras sigue hundiéndose <strong>en</strong> el sueño y creci<strong>en</strong>do a medida que va cay<strong>en</strong>do,y aquel<strong>la</strong> caída empieza a parecer una huida, y <strong>la</strong> voz de su madre flota hasta él desde lo hondo,baba, mira cómo has crecido, qué <strong>en</strong>orme, ah, ah, palmadas. Él, gigantesco, sin a<strong>la</strong>s, ti<strong>en</strong>e lospies <strong>en</strong> el horizonte y los brazos alrededor del sol. En los primeros sueños, él ve comi<strong>en</strong>zos:Shaitan, expulsado del cielo, exti<strong>en</strong>de el brazo hacia una rama de <strong>la</strong> Cosa Suprema, el loto delúltimo confín que está debajo del Trono, pero Shaitan no lo alcanza, cae, p<strong>la</strong>f. Pero siguióvivi<strong>en</strong>do, no estaba, no podía estar muerto, cantaba desde <strong>la</strong>s profundidades del infierno susversos suaves y seductores. Oh, <strong>la</strong>s dulces canciones que él cantaba y <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que sus hijashacían coro diabólico, sí, <strong>la</strong>s tres, Lat Manat Uzza, niñas sin madre que rí<strong>en</strong> con su abba, queescond<strong>en</strong> <strong>la</strong> risa con <strong>la</strong> mano mirando a Gibreel, ya verás <strong>la</strong> broma que te reservamos, a ti y alcomerciante de <strong>la</strong> montaña. Pero antes del comerciante hay otras historias, aquí t<strong>en</strong>emos a<strong>la</strong>rcángel Gibreel mostrando <strong>la</strong> fu<strong>en</strong>te de Zamzam a Hagar, <strong>la</strong> egipcia, para que, cuando elprofeta Ibrahim <strong>la</strong> abandone <strong>en</strong> el desierto con el hijo de ambos, el<strong>la</strong> pueda beber el agua frescadel manantial y salvar <strong>la</strong> vida. Y, después, cuando el jurhum ciegue <strong>la</strong> fu<strong>en</strong>te de Zamzam conbarro y gace<strong>la</strong>s doradas, por lo que estará perdida durante algún tiempo, él volverá a mostrar<strong>la</strong>,a Muttalib, el de <strong>la</strong>s ti<strong>en</strong>das escar<strong>la</strong>ta, padre del niño de pelo de p<strong>la</strong>ta que, a su vez, <strong>en</strong>g<strong>en</strong>draráal comerciante. El comerciante: aquí vi<strong>en</strong>e ya.A veces, mi<strong>en</strong>tras duerme, Gibreel se si<strong>en</strong>te dormir, fuera del sueño, se si<strong>en</strong>te soñar quesueña, y <strong>en</strong>tonces llega el pánico. Oh, Dios, exc<strong>la</strong>ma, Oh, tododiós, a<strong>la</strong>diós, estoy perdido,pobre de mí. T<strong>en</strong>go cascada <strong>la</strong> sesera, estoy completam<strong>en</strong>te loco, un babuino chif<strong>la</strong>do, unacabra. Lo mismo que sintió él, el comerciante, <strong>la</strong> primera vez que vio al arcángel: p<strong>en</strong>só queestaba pirado, quiso tirarse desde una peña, desde una peña muy alta, una peña <strong>en</strong> <strong>la</strong> que crecíaun loto desmedrado, una peña tan alta como el techo del mundo.Ya vi<strong>en</strong>e, ya sube por el monte Cone, camino de <strong>la</strong> cueva. Feliz cumpleaños: hoycumple cuar<strong>en</strong>ta y cuatro. Pero, aunque allá abajo, a su espalda, <strong>la</strong> ciudad bulle <strong>en</strong> fiestas, élsube solo. No hubo para él traje nuevo de cumpleaños, bi<strong>en</strong> p<strong>la</strong>nchado y dob<strong>la</strong>do al pie de <strong>la</strong>cama. Hombre de gustos ascéticos. (¿Qué extraño tipo de comerciante es éste?)Pregunta: ¿Qué es lo contrario de fe?No es descreimi<strong>en</strong>to. Excesivam<strong>en</strong>te definitivo, cierto, terminante. En sí es una especiede cre<strong>en</strong>cia.La duda.En <strong>la</strong> condición humana; pero ¿y <strong>en</strong> <strong>la</strong> angélica? A medio camino <strong>en</strong>tre A<strong>la</strong>diós y elhomosap, ¿dudaron alguna vez? Sí; un día, desafiando <strong>la</strong> voluntad de Dios, se escondierondebajo del Trono para murmurar, osaron preguntar cosas prohibidas: antipreguntas. Es lícitoque. No podría cuestionarse. Libertad, <strong>la</strong> vieja anti. Él los calmó, naturalm<strong>en</strong>te, utilizando artesempresariales a lo divino. Los ha<strong>la</strong>gó: vosotros seréis los instrum<strong>en</strong>tos de mi voluntad <strong>en</strong> <strong>la</strong>tierra, de <strong>la</strong> salvacond<strong>en</strong>ación del hombre y demás etcétera. Y, <strong>en</strong> un abrir y cerrar de ojos, finde <strong>la</strong> protesta, ade<strong>la</strong>nte con <strong>la</strong>s aureo<strong>la</strong>s y vuelta al trabajo. A los ángeles se les apacigua confacilidad; conviértelos <strong>en</strong> instrum<strong>en</strong>tos y tocarán <strong>la</strong> música que quieras. Los humanos son másduros de pe<strong>la</strong>r, todo lo dudan, incluso lo que está de<strong>la</strong>nte de sus propios ojos. Y detrás de susojos. Aquello que, cuando les pesan los párpados, desfi<strong>la</strong> por d<strong>en</strong>tro... los ángeles lo que se dicemucha voluntad no ti<strong>en</strong><strong>en</strong>. Voluntad es discrepancia; no sumisión; dis<strong>en</strong>sión.Ya lo sé; discurso de diablo, Shaitan que interrumpe a Gibreel.¿Yo?El comerciante: ti<strong>en</strong>e el aspecto que debe t<strong>en</strong>er, fr<strong>en</strong>te alta, nariz aguileña, hombros


anchos, caderas estrechas. Estatura mediana, taciturno, vestido con dos trozos de li<strong>en</strong>zo, cadauno de cuatro varas, uno alrededor del cuerpo y el otro sobre el hombro. Ojos grandes, pestañas<strong>la</strong>rgas, como de muchacha. Sus pasos pued<strong>en</strong> parecer muy <strong>la</strong>rgos para sus piernas, pero eshombre de pie ligero. Los huérfanos apr<strong>en</strong>d<strong>en</strong> a ser b<strong>la</strong>ncos móviles, andan de prisa, ti<strong>en</strong><strong>en</strong>reacciones rápidas, caute<strong>la</strong>. Sube por <strong>en</strong>tre los espinos y los opabálsamos, saltando pedruscos,es hombre ágil y fuerte, no un usurero fofo. Y, sí, insisto: no abundan los comerciantes que sevayan al desierto, que suban al monte Cone, a veces un mes seguido, únicam<strong>en</strong>te para estarsolo.Su nombre: nombre de sueño, cambiado por <strong>la</strong> visión. Correctam<strong>en</strong>te pronunciadosignifica: «aquel para el que gracias deb<strong>en</strong> ser dadas», pero él no at<strong>en</strong>dería; tampoco, aunque élsabe cómo le l<strong>la</strong>man, cuál es el apodo que le dan <strong>en</strong> Jahilia, allá abajo —aquel que sube y bajael viejo Coney—. Aquí no es Muhammad ni es MoeHammered, sino que ha adoptado el moteque le colgaron los farangis. Insultos convertidos <strong>en</strong> b<strong>la</strong>són: whigs, tories, b<strong>la</strong>cks, todosoptaron con orgullo por el nombre que se les daba con desdén. Así también nuestro solitarioesca<strong>la</strong>dor de montañas con vocación de profeta será el coco medieval que asusta a los niños,sinónimo del diablo: Mahound.Éste es él. Mahound, el comerciante, que sube su tórrida montaña del Hijaz. A sus pies,bril<strong>la</strong> al sol el espejismo de una ciudad.* * *La ciudad de Jahilia está construida toda de ar<strong>en</strong>a, sus muros están formados por eldesierto <strong>en</strong> el que se levanta. Es una visión extraña: amural<strong>la</strong>da, con cuatro puertas, toda el<strong>la</strong> unmi<strong>la</strong>gro realizado por sus ciudadanos que dominan el arte de transformar <strong>la</strong> fina ar<strong>en</strong>a b<strong>la</strong>ncade estas remotas dunas —el mismo símbolo de <strong>la</strong> inconsist<strong>en</strong>cia, <strong>la</strong> quintaes<strong>en</strong>cia de loinconstante, fluido, <strong>en</strong>gañoso, efímero— y, por medio de <strong>la</strong> alquimia, han hecho de el<strong>la</strong> elmaterial de su recién inv<strong>en</strong>tada perman<strong>en</strong>cia. Este pueblo se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra sólo a tres o cuatrog<strong>en</strong>eraciones de su pasado nómada, de <strong>la</strong> época <strong>en</strong> <strong>la</strong> que t<strong>en</strong>ía tan poco arraigo como <strong>la</strong>s dunaso creía que el camino era el hogar.— El emigrante, por el contrario, puede prescindir totalm<strong>en</strong>te del viaje; no es más queun mal necesario; lo que importa es llegar—.Bi<strong>en</strong>, muy reci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te y como bu<strong>en</strong>os comerciantes que son, los jahilianos seestablecieron <strong>en</strong> <strong>la</strong> intersección de <strong>la</strong>s rutas de <strong>la</strong>s grandes caravanas y domeñaron <strong>la</strong>s dunas.Ahora <strong>la</strong> ar<strong>en</strong>a sirve a los poderosos mercaderes urbanos. Pr<strong>en</strong>sada <strong>en</strong> adoquines, pavim<strong>en</strong>ta <strong>la</strong>stortuosas calles de Jahilia; por <strong>la</strong> noche, l<strong>la</strong>mas doradas ard<strong>en</strong> <strong>en</strong> braseros de ar<strong>en</strong>a bruñida.Hay cristales <strong>en</strong> <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tanas, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s <strong>la</strong>rgas y estrechas v<strong>en</strong>tanas abiertas <strong>en</strong> <strong>la</strong>s altísimas paredesde ar<strong>en</strong>a de los pa<strong>la</strong>cios de los comerciantes; <strong>en</strong> los callejones de Jahilia los carros tirados porasnos avanzan sobre suaves ruedas de silicio. Yo, <strong>en</strong> mi maldad, a veces imagino que llega porel desierto una o<strong>la</strong> gigante, un alto muro de agua espumeante y rugi<strong>en</strong>te, una catástrofe líquidall<strong>en</strong>a de barcos cruji<strong>en</strong>tes y brazos náufragos, un maremoto que arrasaría estos orgullososcastillos de ar<strong>en</strong>a, reduciéndolos a los granos de los que salieron. Pero aquí no hay o<strong>la</strong>s. El aguaes <strong>la</strong> <strong>en</strong>emiga de Jahilia. Es transportada <strong>en</strong> cántaros de barro y no puede ser derramada (elcódigo p<strong>en</strong>al seña<strong>la</strong> duros castigos para los infractores) porque dondequiera que cae una gota <strong>la</strong>ciudad se erosiona a<strong>la</strong>rmantem<strong>en</strong>te. Las casas se inclinan y vaci<strong>la</strong>n. Los aguadores de Jahiliason una necesidad odiosa, parias imprescindibles y, por lo tanto, inexcusables. En Jahilia nuncallueve; <strong>en</strong> los jardines de silicio no hay fu<strong>en</strong>tes. Unas cuantas palmeras crec<strong>en</strong> <strong>en</strong> patioscerrados y sus raíces han de recorrer gran trecho <strong>en</strong> busca de humedad. El agua de <strong>la</strong> ciudadprocede de arroyos y fu<strong>en</strong>tes subterráneas, una de el<strong>la</strong>s, <strong>la</strong> fabulosa Zamzam, situada <strong>en</strong> el


corazón de <strong>la</strong> concéntrica ciudad de ar<strong>en</strong>a, junto a <strong>la</strong> Casa de <strong>la</strong> Piedra Negra. Aquí, <strong>en</strong>Zamzam, un behesti, un despreciado aguador, extrae el fluido vital y peligroso. El aguadorti<strong>en</strong>e nombre: se l<strong>la</strong>ma Khalid.Jahilia, ciudad de comerciantes. El nombre de <strong>la</strong> tribu es Shark.En esta ciudad, Mahound, el comerciante-profeta, está fundando una de <strong>la</strong>s grandesreligiones del mundo; y <strong>en</strong> este día, el día de su cumpleaños, ha llegado a <strong>la</strong> <strong>en</strong>crucijada de suvida. Una voz le susurra al oído: ¿Qué c<strong>la</strong>se de idea eres tú? ¿Hombre o ratón?Nosotros conocemos <strong>la</strong> voz. Ya <strong>la</strong> oímos una vez.* * *Mi<strong>en</strong>tras Mahound trepa al Coney, Jahilia celebra otro aniversario. En los tiemposantiguos, el patriarca Ibrahim llegó a este valle con Hagar e Ismail, el hijo de ambos. Aquí, <strong>en</strong>este desierto, <strong>la</strong> abandonó. El<strong>la</strong> le preguntó ¿puede ser esto voluntad de Dios? Y él respondió loes. Y se marchó, el muy canal<strong>la</strong>. Desde el principio, los hombres han utilizado a Dios parajustificar lo injustificable. Sus designios son insondables, dic<strong>en</strong> los hombres. No es de extrañar,<strong>en</strong>tonces, que <strong>la</strong>s mujeres se hayan vuelto hacia mí... Pero no nos desviemos; Hagar no era unapécora. El<strong>la</strong> t<strong>en</strong>ía confianza: pues <strong>en</strong>tonces él no permitirá que yo muera. Cuando Ibrahim <strong>la</strong>dejó el<strong>la</strong> dio de mamar al niño hasta que se quedó sin leche. Luego subió dos montañas, Safa yMarwah, corri<strong>en</strong>do de una a otra <strong>en</strong> su desesperación, tratando de descubrir una ti<strong>en</strong>da, uncamello, un ser humano. No vio nada. Entonces fue cuando acudió a el<strong>la</strong> Gibreel y le mostró<strong>la</strong>s aguas de Zamzam. Y Hagar sobrevivió; pero ¿por qué se congregan ahora los peregrinos?¿Para celebrar que el<strong>la</strong> se salvara? No, no. Celebran el honor que fue otorgado al valle con <strong>la</strong>visita de, sí, lo han adivinado, Ibrahim. En el nombre de aquel amante esposo se reún<strong>en</strong>, rezany, sobre todo, gastan.Hoy Jahilia es toda perfume. Los aromas de Arabia, de Arabia Odorífera, impregnan e<strong>la</strong>ire: bálsamo, cassis, cane<strong>la</strong>, inci<strong>en</strong>so, mirra. Los peregrinos beb<strong>en</strong> el vino de <strong>la</strong> datilera ypasean por <strong>la</strong> gran feria de <strong>la</strong> fiesta de Ibrahim. Y, <strong>en</strong>tre ellos, deambu<strong>la</strong> uno cuyo sombríoceño se destaca <strong>en</strong>tre <strong>la</strong> alegre muchedumbre: un hombre alto, con ropas anchas y b<strong>la</strong>ncas, casitoda una cabeza más alto que Mahound. Lleva <strong>la</strong> barba recortada, sigui<strong>en</strong>do el contorno de sucara de mejil<strong>la</strong>s hundidas y pómulos pronunciados. Camina con el contoneo, con <strong>la</strong> eleganciaterrible del poder. ¿Cómo se l<strong>la</strong>ma? Por fin, <strong>la</strong> visión da su nombre; también lo ha cambiado elsueño. Éste es Karim Abu Simbel, grande de Jahilia, esposo de <strong>la</strong> feroz Hind. Jefe del consejode <strong>la</strong> ciudad, dueño de incalcu<strong>la</strong>bles riquezas, de los lucrativos templos de <strong>la</strong>s puertas de <strong>la</strong>ciudad y de muchos camellos, contro<strong>la</strong>dor de caravanas y esposo de <strong>la</strong> mujer más hermosa de<strong>la</strong> región. ¿Qué había de conmover <strong>la</strong>s ideas de semejante hombre? No obstante, también AbuSimbel se acerca a una <strong>en</strong>crucijada. Un nombre le roe por d<strong>en</strong>tro, y ya pued<strong>en</strong> ustedes imaginarcuál es, Mahound, Mahound, Mahound.¡Qué espl<strong>en</strong>dor el de <strong>la</strong> feria de Jahilia! Aquí, <strong>en</strong> amplias ti<strong>en</strong>das perfumadas, seexhib<strong>en</strong> especias, hojas de s<strong>en</strong>a, maderas fragantes; aquí están los v<strong>en</strong>dedores de perfume quecompit<strong>en</strong> por <strong>la</strong>s narices, y por <strong>la</strong>s bolsas, de los peregrinos. Abu Simbel se abre paso <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>multitud. Los comerciantes, judíos, monofisitas y nabateos, compran y v<strong>en</strong>d<strong>en</strong> objetos de p<strong>la</strong>tay oro, pesando y mordi<strong>en</strong>do monedas con di<strong>en</strong>te experto. Aquí hay lino de Egipto y seda de <strong>la</strong>China; de Basra, armas y grano. Hay juego, y bebida, y baile. Hay esc<strong>la</strong>vos <strong>en</strong> v<strong>en</strong>ta: nubios,anatolios, etíopes. Las cuatro ramas de <strong>la</strong> tribu de Shark contro<strong>la</strong>n distintos sectores de <strong>la</strong> feria.Los perfumes y especias, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s Ti<strong>en</strong>das Escar<strong>la</strong>ta, y los tejidos y cueros, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s Ti<strong>en</strong>dasNegras. El grupo de Pelo de P<strong>la</strong>ta se <strong>en</strong>carga de los metales preciosos y <strong>la</strong>s espadas. Ladiversión —dados, danzarinas, vino de palma, hachís y afeem— compete a <strong>la</strong> cuarta rama, los


Dueños de los Camellos Moteados, que también dirig<strong>en</strong> el mercado de esc<strong>la</strong>vos. Abu Simbelmira al interior de una ti<strong>en</strong>da de danza. Los peregrinos están s<strong>en</strong>tados sost<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do <strong>la</strong> bolsa deldinero con <strong>la</strong> mano izquierda; de vez <strong>en</strong> cuando una moneda pasa de <strong>la</strong> bolsa a <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong>mano derecha. Las danzarinas muev<strong>en</strong> el vi<strong>en</strong>tre y sudan sin apartar <strong>la</strong> mirada de los dedos delos peregrinos; cuando dejan de correr <strong>la</strong>s monedas, termina <strong>la</strong> danza. El gran hombre hace unamueca y deja caer el alerón de <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da.Jahilia está construida <strong>en</strong> una serie de desiguales círculos. Sus casas se esparc<strong>en</strong> hacia elexterior parti<strong>en</strong>do de <strong>la</strong> Casa de <strong>la</strong> Piedra Negra, aproximadam<strong>en</strong>te por ord<strong>en</strong> de riqueza yrango. El pa<strong>la</strong>cio de Abu Simbel está <strong>en</strong> el primer círculo, el más interno; él avanza por una de<strong>la</strong>s sinuosas calles radiales barridas por el vi<strong>en</strong>to, por de<strong>la</strong>nte de los numerosos vid<strong>en</strong>tes de <strong>la</strong>ciudad que, a cambio del dinero de los peregrinos, trinan, rug<strong>en</strong> o silban, poseídos por djinnisde pájaros, fieras o serpi<strong>en</strong>tes. Le sale al paso, <strong>en</strong> cuclil<strong>la</strong>s, una hechicera que no ha visto aquién aborda: «¿Quieres cautivar el corazón de una muchacha, mi bi<strong>en</strong>? ¿Quieres t<strong>en</strong>er a tumerced a un <strong>en</strong>emigo? ¡Prueba mis artes; prueba mis nuditos!» Y levanta una cuerda de nudos,haciéndo<strong>la</strong> osci<strong>la</strong>r, captador de vidas humanas; pero, al ver a qui<strong>en</strong> ti<strong>en</strong>e de<strong>la</strong>nte, deja caer elbrazo con des<strong>en</strong>canto y se aleja refunfuñando <strong>en</strong>tre <strong>la</strong> ar<strong>en</strong>a.Por todas partes, ruidos y codos. Los poetas dec<strong>la</strong>man, subidos a cajas, y los peregrinosarrojan monedas a sus pies. Hay bardos que recitan versos rajaz cuyo metro tetrasí<strong>la</strong>bo seinspira, según <strong>la</strong> ley<strong>en</strong>da, <strong>en</strong> el paso del camello; otros recitan qasidah, poemas de amantesingratas, av<strong>en</strong>turas del desierto, <strong>la</strong> caza del onagro. D<strong>en</strong>tro de un día aproximadam<strong>en</strong>te secelebrará el concurso anual de poesía, después del cual los siete mejores versos serán c<strong>la</strong>vados<strong>en</strong> <strong>la</strong>s paredes de <strong>la</strong> Casa de <strong>la</strong> Piedra Negra. Los poetas se preparan para el gran día; AbuSimbel ríe de los cantores que cantan sátiras malévo<strong>la</strong>s y odas vitriólicas <strong>en</strong>cargadas por un jefecontra otro, por una tribu contra su vecina. Y saluda inclinando <strong>la</strong> cabeza cuando uno de lospoetas se sitúa a su <strong>la</strong>do acomodando el paso, un jov<strong>en</strong> delgado y vivaz de dedos nerviosos.Este hombre, a pesar de su juv<strong>en</strong>tud, posee <strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua más temida de toda Jahilia, pero haciaAbu Simbel se muestra casi defer<strong>en</strong>te. «¿Por qué tan preocupado, grande? Si no estuvierasperdi<strong>en</strong>do el pelo, yo te diría que te lo soltaras.» Abu Simbel esboza su sonrisa oblicua. «Quéreputación <strong>la</strong> tuya — murmura—. Cuánta fama, incluso antes de que se te caigan los di<strong>en</strong>tes deleche. Cuidado no t<strong>en</strong>gamos que arrancártelos.» Bromea, hab<strong>la</strong> con ligereza, pero incluso <strong>la</strong>ligereza está aderezada de am<strong>en</strong>aza, por <strong>la</strong> magnitud de su poder. El muchacho no se inmuta.Acompasando perfectam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> marcha, responde: «Por cada uno que me arranquéis naceráotro más fuerte que morderá mejor y hará brotar chorros de sangre más cali<strong>en</strong>te.» El Grandeasi<strong>en</strong>te levem<strong>en</strong>te. «Te gusta el sabor de <strong>la</strong> sangre», dice. El muchacho se <strong>en</strong>coge de hombros.«La misión del poeta es nombrar lo innombrable, d<strong>en</strong>unciar el <strong>en</strong>gaño, tomar partido, iniciardiscusiones, dar forma al mundo e impedir que se duerma.» Y si de los cortes que inflig<strong>en</strong> susversos brotan ríos de sangre, de ellos se alim<strong>en</strong>tará. Éste es Baal, el satírico.Pasa una litera con cortinil<strong>la</strong>s; una gran dama de <strong>la</strong> ciudad que va a ver <strong>la</strong> feria,transportada a hombros de ocho esc<strong>la</strong>vos anatolios. Abu Simbel toma del brazo al jov<strong>en</strong> Baalcon el pretexto de apartarlo del paso y murmura: «Quería verte; permíteme una pa<strong>la</strong>bra.» Baalse admira de <strong>la</strong> habilidad del Grande. Cuando busca a un hombre puede hacer que su presapi<strong>en</strong>se que ha cazado al cazador. Abu Simbel aum<strong>en</strong>ta <strong>la</strong> presión de su mano; llevándolo delcodo, lo conduce hasta el santo de los santos, situado <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> ciudad.«T<strong>en</strong>go que darte un <strong>en</strong>cargo —dice el Grande—. Asunto literario. Yo conozco mislimitaciones; <strong>la</strong>s dotes para <strong>la</strong> malicia rimada, el arte del insulto métrico están fuera de mialcance. Tú ya me <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>des.»Pero Baal, orgulloso y arrogante, se yergue para def<strong>en</strong>der su dignidad. «No está bi<strong>en</strong>que el artista se convierta <strong>en</strong> servidor del Estado.» La voz de Simbel se suaviza y adquiere una<strong>en</strong>tonación más dulce. «Ah, sí. Pero ponerte a <strong>la</strong> disposición de asesinos es cosa perfectam<strong>en</strong>tehonorable.» En Jahilia hace furor el culto de los muertos. Cuando un hombre muere, <strong>la</strong>s


p<strong>la</strong>ñideras alqui<strong>la</strong>das se golpean, se arañan el pecho y se mesan los cabellos. Sobre <strong>la</strong> tumba sedeja morir a un camello desjarretado. Y si el hombre ha sido asesinado, su pari<strong>en</strong>te máspróximo hace votos de ascetismo y persigue al asesino hasta que <strong>la</strong> sangre es v<strong>en</strong>gada consangre; <strong>en</strong>tonces es costumbre componer una poesía celebrándolo, pero pocos son losv<strong>en</strong>gadores que pose<strong>en</strong> el don de <strong>la</strong> versificación. Muchos poetas se ganan <strong>la</strong> vida escribi<strong>en</strong>docantos de asesinato, y existe <strong>la</strong> cre<strong>en</strong>cia g<strong>en</strong>eral de que el mejor de estos cantores de <strong>la</strong> sangrees el precoz polemista Baal. Cuyo orgullo profesional le impide ahora s<strong>en</strong>tirse herido por <strong>la</strong>ironía del Grande. «Es cuestión cultural», responde. Abu Simbel se hace más meloso todavía.«Quizá sí —musita a <strong>la</strong>s puertas de <strong>la</strong> Casa de <strong>la</strong> Piedra Negra—. Pero, Baal, reconócelo, ¿nome debes cierta consideración? Los dos servimos, o así lo creía yo, a <strong>la</strong> misma señora.»Ahora <strong>la</strong> sangre huye de <strong>la</strong>s mejil<strong>la</strong>s de Baal; su confianza se resquebraja, se despr<strong>en</strong>dede él como una concha. El Grande, apar<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te aj<strong>en</strong>o a su confusión, lleva al satirista alinterior de <strong>la</strong> Casa.En Jahilia se dice que este valle es el ombligo de <strong>la</strong> tierra; que el p<strong>la</strong>neta, cuando fuecreado, empezó a girar <strong>en</strong> torno a este punto. Adán llegó y vio un mi<strong>la</strong>gro: cuatro columnas deesmeralda que sost<strong>en</strong>ían un rubí gigantesco y, debajo de este dosel, una gran piedra b<strong>la</strong>nca, queresp<strong>la</strong>ndecía también, como una visión de su propia alma. Adán construyó fuertes murosalrededor de <strong>la</strong> visión a fin de atar<strong>la</strong> para siempre a <strong>la</strong> tierra. Aquel<strong>la</strong> fue <strong>la</strong> primera Casa. Fuereconstruida muchas veces —una vez, por Ibrahim, después de que Hagar e Ismail se salvarangracias a <strong>la</strong> interv<strong>en</strong>ción del ángel— y poco a poco, <strong>la</strong> infinidad de manos de los peregrinos delos siglos oscurecieron <strong>la</strong> piedra b<strong>la</strong>nca hasta hacer<strong>la</strong> negra. Luego llegó el tiempo de losídolos; <strong>en</strong> los tiempos de Mahound, tresci<strong>en</strong>tos ses<strong>en</strong>ta dioses de piedra se apiñaban alrededorde <strong>la</strong> auténtica piedra de Dios.¿Qué habría p<strong>en</strong>sado el viejo Adán? Sus propios hijos están aquí ahora: el coloso deHubal, <strong>en</strong>viado por los amalecitas de Hit, se yergue sobre el pozo del tesoro, Hubal, el pastor,el pálido creci<strong>en</strong>te de luna, y el torvo y peligroso Kain, que es el m<strong>en</strong>guante, herrero y músico;también él ti<strong>en</strong>e sus devotos.Hubal y Kain contemp<strong>la</strong>n desde su altura al Grande y al poeta que pasean. Y elprotoDionisos nabateo, El-de-Shara; y Astarté, lucero del alba, y el saturnino Nakruh. Aquí estáManaf, el dios sol. ¡Mira, ahí aletea el gigantesco Nastr, el dios águi<strong>la</strong>! Mira a Quzah, quesosti<strong>en</strong>e el arco iris... No es esto una inundación de dioses, una riada de piedra, para alim<strong>en</strong>tar<strong>la</strong> gu<strong>la</strong> de los peregrinos, para saciar su sed profana. Estas deidades, para atraer a los viajeros,vi<strong>en</strong><strong>en</strong> —al igual que los peregrinos— de muy lejos. También los ídolos son delegados <strong>en</strong> unaespecie de feria internacional.Aquí hay un dios l<strong>la</strong>mado Alá (que significa, simplem<strong>en</strong>te el dios). Pregunta a losjahilianos y ellos reconocerán que este sujeto ti<strong>en</strong>e una especie de autoridad g<strong>en</strong>eral, pero no esmuy popu<strong>la</strong>r: un universalista <strong>en</strong> una época de imág<strong>en</strong>es especialistas.Abu Simbel y Baal, que ha empezado a sudar, han llegado a los altares, colocados unoal <strong>la</strong>do del otro, de <strong>la</strong>s tres diosas más amadas de Jahilia. Se inclinan de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong>s tres: Uzza,<strong>la</strong> de rostro resp<strong>la</strong>ndeci<strong>en</strong>te, diosa de <strong>la</strong> belleza y del amor; <strong>la</strong> oscura y sombría Manat, <strong>la</strong> quevuelve <strong>la</strong> cara, de misteriosos designios, que deja correr ar<strong>en</strong>a <strong>en</strong>tre los dedos; <strong>la</strong> que rige eldestino; y, por último, <strong>la</strong> más importante de <strong>la</strong>s tres, <strong>la</strong> diosa-madre a <strong>la</strong> que los griegosl<strong>la</strong>maban Lato. I<strong>la</strong>t <strong>la</strong> l<strong>la</strong>man aquí o, con frecu<strong>en</strong>cia, Al-Lat. La diosa. Su mismo nombre <strong>la</strong>hace opon<strong>en</strong>te e igual de Alá. Lat, <strong>la</strong> omnipot<strong>en</strong>te. Con súbito alivio <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara, Baal se arroja alsuelo y se prosterna ante el<strong>la</strong>. Abu Simbel permanece de pie.La familia de Abu Simbel, Grande de Jahilia —o, para ser exactos, de Hind, suesposa—, contro<strong>la</strong> el célebre templo de Lat, situado <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta sur de <strong>la</strong> ciudad. (Tambiénpercib<strong>en</strong> <strong>la</strong>s r<strong>en</strong>tas del templo de Manat, <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta este, y del templo de Uzza, <strong>en</strong> <strong>la</strong> puertanorte.) Estas concesiones son <strong>la</strong> base de <strong>la</strong>s riquezas del Grande, por lo que, naturalm<strong>en</strong>te, yBaal así lo compr<strong>en</strong>de, él es siervo de Lat. Y <strong>la</strong> devoción del poeta por esta diosa es conocida


<strong>en</strong> toda Jahilia. ¡Así que sólo a esto se refería! Temb<strong>la</strong>ndo de alivio, Baal permanece postrado,dando gracias a su divina patrona. La cual le mira con b<strong>en</strong>evol<strong>en</strong>cia; pero no hay que fiarse de<strong>la</strong> expresión de una diosa. Baal acaba de equivocarse.Insospechadam<strong>en</strong>te, el Grande da al poeta un puntapié <strong>en</strong> los ríñones. Baal, atacado <strong>en</strong>el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que se creía a salvo, chil<strong>la</strong> y rueda, y Abu Simbel va tras él, sin dejar de darpuntapiés. Se oye el crujido de una costil<strong>la</strong> al partirse. «Canal<strong>la</strong> —com<strong>en</strong>ta el Grande con vozsuave y afable—. Truhán de voz chillona y testículos pequeños. ¿P<strong>en</strong>sabas que el sacerdote deltemplo de Lat se consideraría camarada tuyo por tu pasión de adolesc<strong>en</strong>te por <strong>la</strong> diosa?» Máspuntapiés, acompasados, metódicos. Baal llora a los pies de Abu Simbel. La Casa de <strong>la</strong> PiedraNegra está muy concurrida, pero ¿quién se atrevería a interponerse <strong>en</strong>tre el Grande y su ira? Depronto, el verdugo de Baal se inclina, agarra del pelo al poeta, le levanta <strong>la</strong> cabeza y le susurraal oído: «Baal, no era el<strong>la</strong> <strong>la</strong> señora a <strong>la</strong> que yo me refería», y <strong>en</strong>tonces Baal profiere un aullidode horrísona autocompasión, porque sabe que su vida va a terminar, va a terminar cuando ti<strong>en</strong>etodavía tanto por conseguir, el infeliz. Los <strong>la</strong>bios del Grande le rozan <strong>la</strong> oreja. «Excrem<strong>en</strong>to decamello asustado —susurra Abu Simbel—, yo sé que tú te acuestas con mi esposa.» Observacon interés que Baal ha adquirido una perceptible erección, irónico monum<strong>en</strong>to a su miedo.Abu Simbel, el Grande bur<strong>la</strong>do, se levanta, ord<strong>en</strong>a: «De pie» y Baal, perplejo, le sigueal exterior.Las tumbas de Ismail y de su madre Hagar, <strong>la</strong> egipcia, están <strong>en</strong> <strong>la</strong> fachada noroeste de <strong>la</strong>Casa de <strong>la</strong> Piedra Negra, <strong>en</strong> un recinto rodeado de un muro bajo. Abu Simbel se acerca a estazona y se para a cierta distancia. En el recinto hay un pequeño grupo de hombres. Están Khalid,el aguador, un vagabundo persa que responde al curioso nombre de Salman y, completando estatrinidad de <strong>la</strong> escoria, Bi<strong>la</strong>l, el liberado por Mahound, un <strong>en</strong>orme monstruo negro con una vozacorde con su tamaño. Los tres haraganes están s<strong>en</strong>tados <strong>en</strong> el muro. «Ese hatajo de inútiles —dice Abu Simbel—, ésos son tus objetivos. Escribe sobre ellos, y también sobre su jefe.» Baal,a pesar del miedo, no puede disimu<strong>la</strong>r <strong>la</strong> incredulidad. «Grande, ¿esos idiotas, esos inmundospayasos? No debes preocuparte por ellos. ¿Pi<strong>en</strong>sas acaso que el solitario Dios de Mahoundarruinará tus templos? ¿Tresci<strong>en</strong>tos ses<strong>en</strong>ta contra uno y va a ganar el uno? Imposible.» Ríe,casi histérico. Abu Simbel permanece ser<strong>en</strong>o: «Guarda tus insultos para tus versos.» Baal nopuede cont<strong>en</strong>er <strong>la</strong> risa. «Una revolución de aguadores, inmigrantes y esc<strong>la</strong>vos..., buáa, Grande.Qué miedo.» Abu Simbel mira fijam<strong>en</strong>te al poeta, que no cesa de reír. «Sí — responde—, hacesbi<strong>en</strong> <strong>en</strong> t<strong>en</strong>er miedo. Empieza a escribir, haz el favor, y espero que esos versos sean tu obramaestra.» Baal se derrumba y gime: «Pero será desperdiciar mi, mi pequeño tal<strong>en</strong>to...»Entonces ve que ha hab<strong>la</strong>do demasiado.«Obedece; no ti<strong>en</strong>es elección», son <strong>la</strong>s últimas pa<strong>la</strong>bras que le dice Abu Simbel.* * *El Grande de Jahilia está repantigado <strong>en</strong> su dormitorio mi<strong>en</strong>tras <strong>la</strong>s concubinas lesirv<strong>en</strong>. Aceite de coco para su pelo pobre, vino para su pa<strong>la</strong>dar, l<strong>en</strong>guas para su deleite. Ti<strong>en</strong>erazón el chico. ¿Por qué temo yo a Mahound? Distraídam<strong>en</strong>te, empieza a contar <strong>la</strong>s concubinasy al llegar a quince abandona, agitando una mano. El chico. Hind seguirá viéndolo, desdeluego; ¿qué posibilidades ti<strong>en</strong>e él de resistírsele? Es una debilidad, lo sabe; ve demasiado ytolera demasiado. Él ti<strong>en</strong>e sus apetitos; ¿por qué no va a t<strong>en</strong>er el<strong>la</strong> los suyos? Mi<strong>en</strong>tras seadiscreta, y mi<strong>en</strong>tras él lo sepa. Él debe saberlo; el conocimi<strong>en</strong>to es su narcótico, su adicción. Élno puede tolerar lo que no conoce, y por esta razón, si no por otra, Mahound es su <strong>en</strong>emigo,Mahound, con su hatajo de desharrapados. El chico t<strong>en</strong>ía razón al reírse. Él, el Grande deJahilia, ríe más difícilm<strong>en</strong>te. Al igual que su opon<strong>en</strong>te, es hombre cauto, él camina


sigilosam<strong>en</strong>te. Recuerda al grandullón, el esc<strong>la</strong>vo Bi<strong>la</strong>l, al que su amo, a <strong>la</strong> puerta del templo deLat, pidió que <strong>en</strong>umerara los dioses. «Uno», respondió él con su vozarrón musical. B<strong>la</strong>sfemiaque puede castigarse con <strong>la</strong> muerte. Lo estiraron <strong>en</strong> <strong>la</strong> feria, con un pedrusco <strong>en</strong> el pecho.¿Cuántos has dicho? Uno, repetía él, uno. Agregaron otro pedrusco al primero. Uno uno uno.Mahound pagó una gran suma al amo y liberó a Bi<strong>la</strong>l.No, pi<strong>en</strong>sa Abu Simbel, el jov<strong>en</strong> Baal se equivoca: ocuparse de estos hombres no esperder el tiempo. ¿Por qué temo yo a Mahound? Por eso: uno uno uno, su aterradorasingu<strong>la</strong>ridad. Mi<strong>en</strong>tras que yo estoy siempre dividido, siempre dos o tres o quince. Inclusopuedo apreciar su punto de vista; él es tan rico y próspero como cualquiera de nosotros, comocualquiera de los consejeros, pero, puesto que carece de <strong>la</strong>s adecuadas re<strong>la</strong>ciones familiares, nole hemos ofrecido un lugar <strong>en</strong> nuestro grupo. Excluido por su orfandad de <strong>la</strong> bu<strong>en</strong>a sociedadmercantil, se si<strong>en</strong>te marginado, cree que no ha recibido lo que merece. Siempre fue un tipoambicioso. Ambicioso, pero también solitario. No se llega a lo más alto trepando a unamontaña <strong>en</strong> soledad. A no ser, quizá, que allí <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tres un ángel..., sí, eso es. Ahora sé lo quese propone. Pero él a mí no me <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dería. ¿Qué c<strong>la</strong>se de idea soy yo? Yo me doblego. Yo meinclino. Yo calculo <strong>la</strong>s probabilidades, arrío ve<strong>la</strong>s, manipulo, sobrevivo. Por ello no quieroacusar de adulterio a Hind. Formamos una bu<strong>en</strong>a pareja, hielo y fuego. El escudo de su familia,el fabuloso león rojo, <strong>la</strong> mantícora de muchos di<strong>en</strong>tes. Que juegue con su poeta; <strong>en</strong>tre nosotrosnunca hubo re<strong>la</strong>ción sexual. Acabaré con él cuando el<strong>la</strong> haya acabado. Qué m<strong>en</strong>tira tan grande,pi<strong>en</strong>sa el Grande de Jahilia mi<strong>en</strong>tras se duerme, aquello de que <strong>la</strong> pluma es más fuerte que <strong>la</strong>espada.* * *Las fortunas de <strong>la</strong> ciudad de Jahilia se hicieron gracias a <strong>la</strong> supremacía de <strong>la</strong> ar<strong>en</strong>a sobreel agua. En los viejos tiempos, se creía más seguro transportar <strong>la</strong>s mercancías por el desiertoque por los mares, <strong>en</strong> los que <strong>en</strong> cualquier mom<strong>en</strong>to podían atacar los monzones. En aquellostiempos anteriores a <strong>la</strong> meteorología estas cosas eran imposibles de predecir. Por esta razón, loscaravanserrallos prosperaban. Los productos del mundo iban de Zafar a Saba y de allí a Jahiliay al oasis de Ahrib y hasta Midian, donde vivía Moisés, y de allí a Aqabah y Egipto. De Jahiliapartían otras rutas; al Este y Noreste, hacia Mesopotamia y el gran Imperio persa. A Petra y aPalmira, donde Salomón amó a <strong>la</strong> reina de Saba. Aquéllos eran días prósperos. Pero ahora <strong>la</strong>sflotas que surcan <strong>la</strong>s aguas que rodean <strong>la</strong> p<strong>en</strong>ínsu<strong>la</strong> son más osadas; sus tripu<strong>la</strong>ciones, másdiestras; sus instrum<strong>en</strong>tos de navegación, más exactos. Las caravanas de camellos pierd<strong>en</strong>cli<strong>en</strong>te<strong>la</strong> ante los barcos. La nave del desierto y <strong>la</strong> nave marina, <strong>la</strong> vieja rivalidad; ahora, <strong>la</strong>ba<strong>la</strong>nza del poder se decanta. Los gobernantes de Jahilia se irritan, pero poco pued<strong>en</strong> hacer. Aveces, Abu Simbel pi<strong>en</strong>sa que sólo <strong>la</strong>s peregrinaciones salvan a <strong>la</strong> ciudad de <strong>la</strong> ruina. Elconsejo busca por todo el mundo imág<strong>en</strong>es de dioses aj<strong>en</strong>os para atraer a nuevos peregrinos a <strong>la</strong>ciudad de ar<strong>en</strong>a; pero también <strong>en</strong> esto hay compet<strong>en</strong>cia. En Saba se ha construido un grantemplo, un santuario que rivalizará con <strong>la</strong> Casa de <strong>la</strong> Piedra Negra. Muchos peregrinos sonatraídos hacia el Sur, y <strong>en</strong> <strong>la</strong> feria de Jahilia disminuy<strong>en</strong> los visitantes.Por recom<strong>en</strong>dación de Abu Simbel, los gobernantes de Jahilia han añadido a <strong>la</strong>sprácticas religiosas el t<strong>en</strong>tador y picante alici<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> disipación. La ciudad se ha hechofamosa por su depravación: antro de juego, burdel, un lugar <strong>en</strong> el que su<strong>en</strong>an cancionesobsc<strong>en</strong>as y música alocada y estrepitosa. Una vez, varios miembros de <strong>la</strong> tribu de los sharksfueron muy lejos impulsados por su codicia del dinero de los peregrinos. Los guardianes de <strong>la</strong>puerta de <strong>la</strong> Casa empezaron a exigir sobornos a los cansados viajeros; cuatro de ellos, furiosospor lo exiguo de <strong>la</strong> propina, arrojaron a dos peregrinos por <strong>la</strong>s grandes y empinadas escaleras


causándoles <strong>la</strong> muerte. Esta costumbre fue contraproduc<strong>en</strong>te, ya que desanimó a muchos arepetir el viaje... Hoy <strong>la</strong>s peregrinas son raptadas para conseguir rescate o v<strong>en</strong>didas comoconcubinas. Pandil<strong>la</strong>s de jóv<strong>en</strong>es sharks patrul<strong>la</strong>n por <strong>la</strong> ciudad imponi<strong>en</strong>do su propia ley. Sedice que Abu Simbel se reúne <strong>en</strong> secreto con los jefes de <strong>la</strong>s bandas para organizar susactividades. Éste es el mundo al que Mahound ha traído su m<strong>en</strong>saje: uno uno uno. En medio detanta multiplicidad, su<strong>en</strong>a como una pa<strong>la</strong>bra peligrosa.El Grande de Jahilia se incorpora y, de inmediato, <strong>la</strong>s concubinas se acercan parareanudar los untes y masajes. Él <strong>la</strong>s despide agitando <strong>la</strong> mano y da una palmada. Entra eleunuco. «Lleva un m<strong>en</strong>saje a casa del kahin Mahound», ord<strong>en</strong>a Abu Simbel. Le pondremos unapequeña prueba. Una conti<strong>en</strong>da justa: tres contra uno.* * *Aguador inmigrante esc<strong>la</strong>vo: los tres discípulos de Mahound se <strong>la</strong>van <strong>en</strong> <strong>la</strong> fu<strong>en</strong>te deZamzam. En <strong>la</strong> ciudad de ar<strong>en</strong>a, su obsesión por el agua hace de ellos unos excéntricos.Abluciones y más abluciones: <strong>la</strong>s piernas, hasta <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>; los brazos, hasta el codo; <strong>la</strong> cabeza,hasta el cuello. El tronco seco, <strong>la</strong>s extremidades mojadas y el pelo húmedo, ¡qué tipos tanraros! Splish, splosh, <strong>la</strong>var y rezar. De rodil<strong>la</strong>s, hundi<strong>en</strong>do brazos, piernas y cabeza <strong>en</strong> <strong>la</strong> ubicuaar<strong>en</strong>a y, luego, vuelta a empezar el ciclo de agua y oración. Son b<strong>la</strong>ncos fáciles para <strong>la</strong> plumade Baal. Su amor al agua es una especie de traición; el pueblo de Jahilia reconoce <strong>la</strong>omnipot<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong> ar<strong>en</strong>a. Se mete <strong>en</strong>tre los dedos de <strong>la</strong>s manos y de los pies, se deposita <strong>en</strong> <strong>la</strong>spestañas y se hace costra <strong>en</strong> los poros. Ellos se abr<strong>en</strong> al desierto: v<strong>en</strong>, ar<strong>en</strong>a, inúndanos dearidez. Así son los jahilitas, desde el primero hasta el último. Son g<strong>en</strong>te de silicio, y ahora <strong>en</strong>treellos hay partidarios del agua.Baal, a distancia —con Bi<strong>la</strong>l no se puede jugar—, los provoca. «Si <strong>la</strong>s ideas deMahound tuvieran algún valor, ¿creéis que serían aceptadas únicam<strong>en</strong>te por g<strong>en</strong>tuza comovosotros?» Salman apacigua a Bi<strong>la</strong>l: «Debemos s<strong>en</strong>tirnos honrados de que el poderoso Baal sedigne atacarnos», sonríe, y Bi<strong>la</strong>l se re<strong>la</strong>ja y desiste. Khalid, el aguador, está inquieto, y cuandove acercarse <strong>la</strong> figura corpul<strong>en</strong>ta de Hamza, tío de Mahound, corre ansiosam<strong>en</strong>te hacia él.Hamza, a los ses<strong>en</strong>ta años, todavía es el luchador y el cazador de leones más famoso de <strong>la</strong>ciudad. No obstante, <strong>la</strong> verdad es m<strong>en</strong>os gloriosa que los elogios: muchas veces, Hamza ha sidov<strong>en</strong>cido <strong>en</strong> el combate y salvado por los amigos o por <strong>la</strong> suerte; rescatado de <strong>la</strong>s fauces de losleones. Él ti<strong>en</strong>e dinero sufici<strong>en</strong>te para hacer que estos detalles no trasci<strong>en</strong>dan. Y <strong>la</strong> edad, y <strong>la</strong>superviv<strong>en</strong>cia, imprim<strong>en</strong> una especie de refr<strong>en</strong>do <strong>en</strong> una ley<strong>en</strong>da marcial. Bi<strong>la</strong>l y Salman seolvidan de Khalid y sigu<strong>en</strong> a Baal. Los tres están nerviosos, son jóv<strong>en</strong>es.Todavía no ha vuelto a casa, dice Hamza. Y Khalid, preocupado: Pero si hace horas.¿Qué estará haciéndole ese canal<strong>la</strong>, torturándole, empulgueras, látigo? Salman, una vez más, esel más tranquilo: No es el estilo de Simbel, dice; debe de ser algo más taimado, podéis estarseguros. Y Bi<strong>la</strong>l vocifera lealm<strong>en</strong>te: Taimado o no, yo t<strong>en</strong>go fe <strong>en</strong> él, <strong>en</strong> el Profeta. Él nosucumbirá. Hamza se limita a reprochar ligeram<strong>en</strong>te: Oh, Bi<strong>la</strong>l, ¿cuántas veces habré dedecírtelo? Conserva tu fe para Dios. El M<strong>en</strong>sajero sólo es un hombre. La t<strong>en</strong>sión estal<strong>la</strong> <strong>en</strong>Khalid: se p<strong>la</strong>nta ante el viejo Hamza y pregunta: ¿Quieres decir que el M<strong>en</strong>sajero es débil? Pormás tío que seas... Hamza golpea al aguador sobre una oreja. No le demuestres tu miedo, dice,ni aunque estés medio muerto.Los cuatro están otra vez <strong>la</strong>vándose cuando llega Mahound; se arremolinan alrededor deél quiénquéporqué. Hamza se manti<strong>en</strong>e apartado. «Sobrino, esto no me gusta —dice con suáspera voz de soldado — . Cuando bajas de Coney, hay <strong>en</strong> ti un resp<strong>la</strong>ndor; hoy todo sonsombras.»


Mahound se si<strong>en</strong>ta <strong>en</strong> el brocal del pozo y sonríe. «Me han ofrecido un trato.» ¿AbuSimbel?, grita Khalid. Inconcebible. Recházalo. El leal Bi<strong>la</strong>l le repr<strong>en</strong>de: No sermonees alM<strong>en</strong>sajero. Naturalm<strong>en</strong>te, él lo ha rechazado. Salman, el persa, pregunta: Qué trato. Mahoundsonríe otra vez. «Por lo m<strong>en</strong>os, uno de vosotros quiere <strong>en</strong>terarse.»«Es una cosa pequeña —vuelve a empezar—. Un grano de ar<strong>en</strong>a. Abu Simbel pide aAlá que le conceda una pequeña gracia.» Hamza ve que está exhausto. Como si hubiera estadopeleando con un demonio. El aguador grita: «¡Nada! ¡Ni un adarme!» Hamza le hace cal<strong>la</strong>r.«Si nuestro gran Dios quisiera conceder... él usó esta pa<strong>la</strong>bra: conceder... que tres, sólotres de los tresci<strong>en</strong>tos ses<strong>en</strong>ta ídolos de <strong>la</strong> casa son dignos de adoración...»«¡No hay más dios que Dios!», grita Bi<strong>la</strong>l. Y sus compañeros hac<strong>en</strong> coro: «¡Ya, Alá!»Mahound parece <strong>en</strong>ojado. «¿Quier<strong>en</strong> los fieles oír al M<strong>en</strong>sajero?» Ellos <strong>en</strong>mudec<strong>en</strong>,restregando los pies <strong>en</strong> el polvo.«Él pide que Alá reconozca a Lat, Uzza y Manat. A cambio, él garantiza que nosotrosseremos tolerados, incluso oficialm<strong>en</strong>te reconocidos; <strong>en</strong> señal de lo cual yo voy a ser elegidomiembro del consejo de Jahilia. Ésta es <strong>la</strong> oferta.»Salman, el persa, dice: «Es una trampa. Si tú subes al Coney y luego bajas consemejante M<strong>en</strong>saje, él te preguntará cómo conseguiste que Gibreel te hiciera <strong>la</strong> reve<strong>la</strong>ciónprecisa. Entonces podrá l<strong>la</strong>marte char<strong>la</strong>tán y farsante.» Mahound mueve <strong>la</strong> cabeza. «Tú sabes,Salman, que yo he apr<strong>en</strong>dido a escuchar. Esta manera de escuchar es especial; es también unamanera de preguntar. Muchas veces, cuando Gibreel vi<strong>en</strong>e, es como si él supiera lo que hay <strong>en</strong>mi corazón. Casi siempre me da <strong>la</strong> impresión de que él vi<strong>en</strong>e de d<strong>en</strong>tro de mi corazón; de lomás profundo, de mi alma.»«Puede ser una trampa difer<strong>en</strong>te —insiste Salman—. •Cuánto tiempo hace querecitamos el credo que tú nos diste? No hay otro dios más que Dios. ¿Qué somos nosotros siahora lo abandonamos? Esto nos debilita, nos hace absurdos. Dejamos de ser peligrosos. Nadievolverá a tomarnos <strong>en</strong> serio.»Mahound se ríe, divertido de verdad. «Quizá tú no lleves aquí el tiempo sufici<strong>en</strong>te —dice con amabilidad—. ¿No te has dado cu<strong>en</strong>ta? La g<strong>en</strong>te no nos toma <strong>en</strong> serio. Cuando yohablo, nunca hay más de cincu<strong>en</strong>ta personas y <strong>la</strong> mitad son forasteros. ¿No has leído lospasquines que Baal cuelga por toda <strong>la</strong> ciudad?» Recita:M<strong>en</strong>sajero, escucha at<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>teTu monofilia,tu uno uno uno, no es para Jahilia.Devolver al remit<strong>en</strong>te.«En todas partes se bur<strong>la</strong>n de nosotros, y tú dices que somos peligrosos», exc<strong>la</strong>ma.Ahora Hamza parece inquieto: «Tú nunca te habías preocupado por sus opiniones. ¿Porqué ahora sí? ¿Por qué, después de hab<strong>la</strong>r con Simbel?»Mahound mueve <strong>la</strong> cabeza. «A veces pi<strong>en</strong>so que debo dar facilidades a <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te paraque crea.»Un sil<strong>en</strong>cio viol<strong>en</strong>to se hace <strong>en</strong>tre los discípulos; intercambian miradas, se revuelv<strong>en</strong>inquietos. Mahound vuelve a gritar: «Todos sabéis lo que ha pasado. Nuestra incapacidad paraconseguir conversiones. La g<strong>en</strong>te no quiere r<strong>en</strong>unciar a sus dioses. No quiere, no quiere, no.»Se pone de pie, se aleja de ellos a grandes zancadas, se <strong>la</strong>va solo, al otro <strong>la</strong>do del Zam-zam, yse arrodil<strong>la</strong> para rezar.«La g<strong>en</strong>te está sumida <strong>en</strong> <strong>la</strong> oscuridad —dice Bi<strong>la</strong>l tristem<strong>en</strong>te—. Pero un día verá. Yoirá. Dios es uno.» La p<strong>en</strong>a los embarga a los tres; hasta Hamza está desanimado. Mahound hasido conmovido y sus seguidores tiemb<strong>la</strong>n.El se levanta, se inclina, suspira y se acerca a ellos. «Escuchadme todos —dice


poni<strong>en</strong>do un brazo alrededor de los hombros de Bi<strong>la</strong>l, y el otro alrededor de los de su tío—.Escuchad, es una oferta interesante.»Khalid, que ha quedado fuera del abrazo, interrumpe con res<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to: «Es una ofertat<strong>en</strong>tadora.» Los otros se horrorizan. Hamza hab<strong>la</strong> dulcem<strong>en</strong>te al aguador: «¿No eras tú, Khalid,el que quería pelearse conmigo hace poco porque suponías erróneam<strong>en</strong>te que cuando yo l<strong>la</strong>méhombre al M<strong>en</strong>sajero <strong>en</strong> realidad le l<strong>la</strong>maba débil? ¿Y bi<strong>en</strong>? ¿Ahora me toca a mí retarte apelear?»Mahound suplica <strong>la</strong> paz. «Si peleamos no hay esperanza. —Trata de elevar <strong>la</strong> discusiónal p<strong>la</strong>no teológico—. No se trata de que Alá acepte a <strong>la</strong>s tres diosas como iguales. Ni siquiera aLat. Sólo que se les reconozca una categoría intermedia, m<strong>en</strong>or.»«De demonios», estal<strong>la</strong> Bi<strong>la</strong>l.«No. —Salman, el persa, ha compr<strong>en</strong>dido—. De arcángeles. Simbel es hombreintelig<strong>en</strong>te.»«Ángeles y demonios —dice Mahound—, Shaitan y Gibreel. Todos nosotros, ya,aceptamos su exist<strong>en</strong>cia. Abu Simbel pide que reconozcamos a tres más de esta gran cohorte.Sólo tres, y dice él que todas <strong>la</strong>s almas de Jahilia serán nuestras.»«¿Y <strong>la</strong> Casa quedará limpia de imág<strong>en</strong>es?», pregunta Salman. Mahound responde queesto no fue especificado. Salman mueve <strong>la</strong> cabeza. «Hace esto para destruirte.» Y Bi<strong>la</strong>l agrega:«Dios no puede ser cuadro.» Y Khalid, casi llorando: «M<strong>en</strong>sajero, ¿qué dices? Lat, Manat,Uzza... ¡todas son hembras! ¡Por piedad! ¿Es que ahora vamos a t<strong>en</strong>er diosas? Viejas grul<strong>la</strong>s,garzas, brujas?»P<strong>en</strong>a t<strong>en</strong>sión fatiga, marcadas profundam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara del Profeta. La cual Hamza,como el soldado que consue<strong>la</strong> a un compañero herido <strong>en</strong> el campo de batal<strong>la</strong>, toma <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>smanos. «Nosotros no podemos ac<strong>la</strong>rar esto por ti, sobrino —dice—. Sube a <strong>la</strong> montaña. Ve apreguntar a Gibreel.»* * *Gibreel es el durmi<strong>en</strong>te cuyo punto de vista es unas veces el de <strong>la</strong> cámara y otras el delespectador. Cuando es cámara, el objetivo está siempre <strong>en</strong> movimi<strong>en</strong>to, él detesta <strong>la</strong>s tomasestáticas, de manera que evoluciona sobre una alta grúa, mirando <strong>la</strong>s figuras de los actores, <strong>en</strong>escorzo, o desci<strong>en</strong>de bruscam<strong>en</strong>te y se mezc<strong>la</strong>, invisible, con ellos, girando l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te sobrelos talones, para conseguir una panorámica de tresci<strong>en</strong>tos ses<strong>en</strong>ta grados, o quizás int<strong>en</strong>ta unatoma móvil sigui<strong>en</strong>do a Baal y Abu Simbel mi<strong>en</strong>tras caminan, o, con <strong>la</strong> manual, con ayuda deun estabilizador, indaga <strong>en</strong> los secretos del dormitorio del Grande de Jahilia. Pero casi siemprepermanece s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> el monte Cone, como un espectador de anfiteatro, mirando a Jahilia, supantal<strong>la</strong>. Él observa y juzga <strong>la</strong> acción como cualquier aficionado, goza con <strong>la</strong>s luchasinfidelidades crisis morales, pero no hay sufici<strong>en</strong>tes chicas para un auténtico éxito, tú, ¿y dóndeestán <strong>la</strong>s malditas canciones? Hubieran t<strong>en</strong>ido que a<strong>la</strong>rgar <strong>la</strong> esc<strong>en</strong>a de <strong>la</strong> feria, quizá con unaactuación especial de Pimple Billimoria <strong>en</strong> una de <strong>la</strong>s ti<strong>en</strong>das, movi<strong>en</strong>do sus famosasdomingas.Y <strong>en</strong>tonces, de rep<strong>en</strong>te, Hamza dice a Mahound: «Ve a preguntar a Gibreel», y él, eldurmi<strong>en</strong>te, si<strong>en</strong>te que el corazón le da un vuelco del susto, quién, ¿yo? ¿Yo t<strong>en</strong>go que saber <strong>la</strong>respuesta? Yo estaba aquí s<strong>en</strong>tado, mirando <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong>, y ahora ese actor me seña<strong>la</strong>, habrásevisto, ¿quién pide al jodido público de una pelícu<strong>la</strong> teológica que les resuelva el cond<strong>en</strong>adoargum<strong>en</strong>to? Pero el sueño cambia constantem<strong>en</strong>te y él, Gibreel, ya no es un simple espectador,sino el protagonista, <strong>la</strong> estrel<strong>la</strong>. Por su antigua debilidad de aceptar demasiados papeles: sí, sí,no sólo interpreta al arcángel, sino también al otro, el comerciante, el M<strong>en</strong>sajero, Mahound,


que, a <strong>la</strong> que te descuidas, ya está subi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> montaña. Hay que hacer un montaje primoroso<strong>en</strong> <strong>la</strong>s esc<strong>en</strong>as <strong>en</strong> que él hace papel doble. No pued<strong>en</strong> salir los dos <strong>en</strong> <strong>la</strong> misma toma, cada unoti<strong>en</strong>e que hab<strong>la</strong>r al vacío, a <strong>la</strong> <strong>en</strong>carnación imaginaria del otro, y confiar <strong>en</strong> que <strong>la</strong> técnica, contijeras y cinta adhesiva, hará aparecer al aus<strong>en</strong>te o recurrir a una p<strong>la</strong>taforma móvil, lo cual esmás exótico, aunque no hay que confundirlo con una alfombra mágica, jaja.Él ha compr<strong>en</strong>dido: que ti<strong>en</strong>e miedo del otro, del comerciante, ¿no es una tontería? E<strong>la</strong>rcángel, temb<strong>la</strong>ndo ante el simple mortal. Es verdad: pero es <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se de miedo queexperim<strong>en</strong>tas cuando estás <strong>en</strong> un p<strong>la</strong>tó por primera vez y ahí, a punto de <strong>en</strong>trar, está una de <strong>la</strong>sley<strong>en</strong>das vivas del cine; y pi<strong>en</strong>sas: voy a hacer el ridículo, me quedaré c<strong>la</strong>vado, muerto, ydeseas como un loco estar a <strong>la</strong> altura. Serás arrastrado por el v<strong>en</strong>daval de su g<strong>en</strong>io, él puedehacerte quedar bi<strong>en</strong>, como un actor de altos vuelos; pero, si no respondes, lo notarás y, lo quees peor, él también... El miedo de Gibreel, el miedo del personaje creado por su sueño, le haceresistirse a <strong>la</strong> llegada de Mahound, tratar de demorar<strong>la</strong>, pero ya vi<strong>en</strong>e, no hay duda, y e<strong>la</strong>rcángel conti<strong>en</strong>e <strong>la</strong> respiración.Esos sueños <strong>en</strong> los que te empujan al esc<strong>en</strong>ario cuando no ti<strong>en</strong>es que estar <strong>en</strong> él, noconoces el argum<strong>en</strong>to, no has estudiado un papel, pero hay un teatro ll<strong>en</strong>o que te mira, te mira:eso es lo que él s<strong>en</strong>tía. O el caso verídico de <strong>la</strong> actriz b<strong>la</strong>nca que interpretaba a una negra <strong>en</strong>una obra de Shakespeare y al salir a esc<strong>en</strong>a se dio cu<strong>en</strong>ta de que llevaba puestos los l<strong>en</strong>tes,ayyy, pero también se había olvidado de teñirse <strong>la</strong>s manos y no podía alzar<strong>la</strong>s para quitárselos,ayyayyy: eso, también. Mahound vi<strong>en</strong>e a mí <strong>en</strong> busca de una reve<strong>la</strong>ción, a pedirme que elija<strong>en</strong>tre alternativas monoteísta y h<strong>en</strong>oteísta, y yo no soy más que un pobre actor idiota que ti<strong>en</strong>euna pesadil<strong>la</strong> bhaemchud, qué carajo sé yo, yaar, qué puedo decirte, socorro. Socorro.* * *Para llegar al monte Cone desde Jahilia ti<strong>en</strong>es que caminar por oscuros desfi<strong>la</strong>deros <strong>en</strong>los que <strong>la</strong> ar<strong>en</strong>a no es b<strong>la</strong>nca, no es <strong>la</strong> ar<strong>en</strong>a pura, filtrada hace tiempo por los cuerpos de <strong>la</strong>sholoturias marinas, sino negra y áspera y absorbe <strong>la</strong> luz del sol. Coney se cierne sobre ti comouna fiera imaginaria. Tú subes por su lomo. Dejando atrás los últimos árboles, de flores b<strong>la</strong>ncasy hojas gruesas y lechosas, trepas por <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s peñas que se hac<strong>en</strong> más y más grandes a medidaque vas subi<strong>en</strong>do, hasta que parec<strong>en</strong> <strong>en</strong>ormes mural<strong>la</strong>s y empiezan a tapar el sol. Los <strong>la</strong>gartosson azules como sombras. Llegas a <strong>la</strong> cumbre, Jahilia está detrás de ti y, de<strong>la</strong>nte, <strong>la</strong> inm<strong>en</strong>sidaddel desierto. Bajas por el <strong>la</strong>do del desierto y, unos ci<strong>en</strong>to cincu<strong>en</strong>ta metros más abajo,<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tras <strong>la</strong> cueva que es lo bastante alta como para que puedas estar de pie y que ti<strong>en</strong>e suelode mi<strong>la</strong>grosa ar<strong>en</strong>a albina. Mi<strong>en</strong>tras subes, oyes a <strong>la</strong>s palomas del desierto l<strong>la</strong>marte por tunombre, y a <strong>la</strong>s peñas saludarte <strong>en</strong> tu propia l<strong>en</strong>gua, gritando Mahound, Mahound. Cuandollegas a <strong>la</strong> cueva, estás cansado, te ti<strong>en</strong>des y te duermes.* * *Pero, una vez ha descansado, él p<strong>en</strong>etra <strong>en</strong> otra c<strong>la</strong>se de sueño, un duermeve<strong>la</strong>, eseestado que él l<strong>la</strong>ma de escucha, y si<strong>en</strong>te un dolor <strong>en</strong> el vi<strong>en</strong>tre, como un tirón, como de algo quequisiera nacer, y ahora Gibreel, que estaba p<strong>la</strong>neando y mirando desde <strong>la</strong>s alturas, se si<strong>en</strong>teconfuso, yo quién soy, y <strong>en</strong> este mom<strong>en</strong>to empieza a parecer que el arcángel está realm<strong>en</strong>ted<strong>en</strong>tro del Profeta; yo soy el dolor sordo que le retuerce el vi<strong>en</strong>tre, yo soy el ángel que esextrusionado del ombligo del durmi<strong>en</strong>te, yo, Gibreel Faríshta, emerjo mi<strong>en</strong>tras Mahound, mi


otro yo, yace escuchando, <strong>en</strong> trance; estoy unido a él, ombligo con ombligo, por un reluci<strong>en</strong>tecordón luminoso; no es posible decir cuál de nosotros sueña al otro. Los dos fluimos <strong>en</strong> ambasdirecciones por el cordón umbilical.Hoy Gibreel, además de <strong>la</strong> arrol<strong>la</strong>dora vehem<strong>en</strong>cia de Mahound, si<strong>en</strong>te su propiadesesperación: sus dudas. También, que sufre una gran necesidad, pero Gibreel todavía no sesabe el papel... él ti<strong>en</strong>de el oído a <strong>la</strong> escucha-que-también-es-pregunta. Mahound pregunta: Seles mostraron mi<strong>la</strong>gros, pero ellos no creyeron. Ellos vieron que tú v<strong>en</strong>ías a mí, a <strong>la</strong> vista detoda <strong>la</strong> ciudad, y que me abrías el pecho; vieron cómo <strong>la</strong>vabas mi corazón <strong>en</strong> <strong>la</strong>s aguas deZamzam y volvías a ponerlo d<strong>en</strong>tro de mi cuerpo. Muchos de ellos lo vieron, pero sigu<strong>en</strong>adorando piedras. Y cuando tú viniste de noche y me llevaste vo<strong>la</strong>ndo a Jerusalén y yo p<strong>la</strong>neésobre <strong>la</strong> ciudad santa, ¿no volví y se <strong>la</strong> describí tal como es con toda precisión, hasta el últimodetalle, para que no pudiera dudarse del mi<strong>la</strong>gro, y aun así, ellos seguían acudi<strong>en</strong>do a Lat? ¿Nohice cuanto estaba <strong>en</strong> mi mano para facilitarles <strong>la</strong>s cosas? Cuando tú me subiste hasta el mismoTrono, Alá impuso a los fieles <strong>la</strong> dura obligación de rezar cuar<strong>en</strong>ta oraciones al día. En el viajede regreso, me <strong>en</strong>contré con Moisés y él dijo <strong>la</strong> carga es muy pesada, vuelve y pide que te seareducida. Cuatro veces volví y cuatro veces Moisés dijo demasiadas todavía, vuelve. Pero <strong>la</strong>cuarta vez Alá había rebajado <strong>la</strong> obligación a cinco oraciones y yo me negué a volver. Me dabavergü<strong>en</strong>za suplicar más. En su bondad, Él pide cinco <strong>en</strong> lugar de cuar<strong>en</strong>ta y aun así ellos amana Manat, ellos quier<strong>en</strong> a Uzza. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo decir?Gibreel permanece <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio, vacío de respuestas, canastos, bhai, a mí no mepreguntes. La angustia de Mahound es espantosa. Él pregunta: ¿es posible que el<strong>la</strong>s seanángeles? Mat, Manat, Uzza... ¿puedo l<strong>la</strong>mar<strong>la</strong>s angélicas? Gibreel, ¿tú ti<strong>en</strong>es hermanas? ¿Sonel<strong>la</strong>s hijas de Dios? Y él se castiga: Oh, qué vanidad <strong>la</strong> mía, yo soy un hombre arrogante, ¿esesto debilidad, es un simple sueño de poder? ¿Debo yo traicionarme a mí mismo por un sillón<strong>en</strong> el consejo? ¿Es esto lo s<strong>en</strong>sato y prud<strong>en</strong>te o es trivial y egoísta? Ni siquiera sé si el Grandees sincero. ¿Lo sabe él? Quizá ni él mismo. Yo soy débil y él es fuerte, <strong>la</strong> oferta le proporcionamuchas formas de arruinarme. Pero también yo t<strong>en</strong>go mucho que ganar. Las almas de <strong>la</strong>ciudad, del mundo, ¿no han de valer tres ángeles? ¿Es Alá tan inflexible que no puede acoger aotras tres para salvar a <strong>la</strong> especie humana? —Yo no sé nada—. ¿Debe ser Dios orgulloso ohumilde, regio o s<strong>en</strong>cillo, transig<strong>en</strong>te o in...? ¿Qué c<strong>la</strong>se de idea es Él? ¿Qué c<strong>la</strong>se soy yo?* * *A medio camino del sueño o a medio camino del despertar, Gibreel Farishta confrecu<strong>en</strong>cia se si<strong>en</strong>te ll<strong>en</strong>o de res<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to por <strong>la</strong> no aparición, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s visiones que le persigu<strong>en</strong>,de Aquel que se supone sabe todas <strong>la</strong>s respuestas; Él nunca acude, el que se mantuvo alejadocuando yo me moría, cuando yo lo necesitaba necesitaba. Aquel del que siempre se trata, AláIshvar Dios. Aus<strong>en</strong>te como siempre mi<strong>en</strong>tras nosotros nos retorcemos y sufrimos <strong>en</strong> su nombre.El Ser Supremo se manti<strong>en</strong>e alejado; lo que vuelve constantem<strong>en</strong>te es esta esc<strong>en</strong>a: elProfeta <strong>en</strong> trance, el extrusionado, el cordón luminoso, y luego Gibreel, <strong>en</strong> su doble papel, estátanto arriba-mirando-abajo como abajo-mirando-arriba. Y, los dos, locos de miedo por <strong>la</strong>trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia de todo ello. Gibreel se si<strong>en</strong>te paralizado por <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>cia del Profeta, por sugrandeza, pi<strong>en</strong>sa no puedo emitir ni un sonido parecería un cond<strong>en</strong>ado imbécil. El consejo deHamza: nunca muestres tu miedo; los arcángeles necesitan estos consejos tanto como losaguadores. Un arcángel ti<strong>en</strong>e que apar<strong>en</strong>tar ser<strong>en</strong>idad, ¿qué p<strong>en</strong>saría el Profeta si los<strong>en</strong>cumbrados por Dios empezaran a tartamudear de miedo escénico?Se produce: <strong>la</strong> reve<strong>la</strong>ción. De esta manera: Mahound, todavía <strong>en</strong> su duermeve<strong>la</strong>, se ponerígido, se le abultan <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>as del cuello, se agarra el vi<strong>en</strong>tre. No, no es un ataque de epilepsia,


no puede explicarse tan fácilm<strong>en</strong>te; ¿qué ataque de epilepsia ha conseguido nunca hacer que eldía se convierta <strong>en</strong> noche, que <strong>la</strong>s nubes se amonton<strong>en</strong> <strong>en</strong> el cielo, que el aire se hagairrespirable mi<strong>en</strong>tras un ángel, muerto de miedo, p<strong>la</strong>nea sobre el doli<strong>en</strong>te, sost<strong>en</strong>ido como unacometa por un cordón de oro? Otra vez el tirón, el tirón y ahora el mi<strong>la</strong>gro empieza <strong>en</strong> sus misnuestras <strong>en</strong>trañas, él tira de algo con todas sus fuerzas, obligando a algo, y Gibreel empieza as<strong>en</strong>tir ese poder, esa fuerza, aquí están, <strong>en</strong> mi propia mandíbu<strong>la</strong>, moviéndo<strong>la</strong>, abri<strong>en</strong>docerrando; y el poder que sale de d<strong>en</strong>tro de Mahound se eleva hasta mis cuerdas vocales y mevi<strong>en</strong>e <strong>la</strong> voz.No es mi voz yo no conozco estas pa<strong>la</strong>bras no soy gran orador nunca lo fui ni lo serépero no es mi voz es una Voz.Los ojos de Mahound se abr<strong>en</strong> desmesuradam<strong>en</strong>te, ahora ve una visión, <strong>la</strong> mira sinpestañear, oh, sí, Gibreel recuerda, me ve a mí. Me ve a mí. Mis <strong>la</strong>bios que se muev<strong>en</strong>, que sonmovidos por. ¿Qué, quién? No sé, no sabría decir. No obstante, aquí están ya, ya me sal<strong>en</strong> por<strong>la</strong> boca, me sub<strong>en</strong> por <strong>la</strong> garganta, cruzan por <strong>en</strong>tre mis di<strong>en</strong>tes; <strong>la</strong>s Pa<strong>la</strong>bras.Ser el cartero de Dios no es divertido, yaar.Peroperopero: Dios no está <strong>en</strong> esta foto.Sabe Dios de quién habré sido cartero.* * *En Jahilia esperan a Mahound junto al pozo. Khalid, el aguador, como siempre el másimpaci<strong>en</strong>te, corre a <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> ciudad para verle v<strong>en</strong>ir. Hamza, como todos los viejossoldados, acostumbrado a <strong>la</strong> soledad, está <strong>en</strong> cuclil<strong>la</strong>s, jugando con guijarros. No hay s<strong>en</strong>saciónde urg<strong>en</strong>cia; a veces, está fuera varios días o, incluso, semanas. Y hoy <strong>la</strong> ciudad está casidesierta; todo el mundo ha ido a <strong>la</strong>s grandes ti<strong>en</strong>das de <strong>la</strong> feria a oír a los poetas que han deconcursar. En el sil<strong>en</strong>cio, sólo se oye el ruido de los guijarros de Hamza y el arrullo de unapareja de palomas torcaces, visitantes llegadas del monte Cone. Entonces oy<strong>en</strong> los pasos quecorr<strong>en</strong>.Llega Khalid, sin ali<strong>en</strong>to, deso<strong>la</strong>do. El M<strong>en</strong>sajero ha regresado, pero no vi<strong>en</strong>e aZamzam. Ahora todos están de pie, perplejos por este desvío de <strong>la</strong> costumbre. Los queesperaban con palmas y este<strong>la</strong>s preguntan a Hamza: ¿Entonces, no habrá M<strong>en</strong>saje? PeroKhalid, que todavía no ha recobrado el ali<strong>en</strong>to, mueve <strong>la</strong> cabeza. «Creo que lo habrá. Él ti<strong>en</strong>e e<strong>la</strong>specto de cuando recibe <strong>la</strong> Pa<strong>la</strong>bra. Pero no me ha hab<strong>la</strong>do, sino que ha ido hacia <strong>la</strong> feria.»Hamza toma el mando, anticipándose a <strong>la</strong> discusión, y abre <strong>la</strong> marcha. Los discípulos —se han reunido unos veinte— le sigu<strong>en</strong> hacia los burdeles de <strong>la</strong> ciudad con expresiones devirtuosa repugnancia. Hamza es el único que parece cont<strong>en</strong>to de ir a <strong>la</strong> feria.Encu<strong>en</strong>tran a Mahound p<strong>la</strong>ntado de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong>s ti<strong>en</strong>das de los Dueños de los CamellosMoteados, con los ojos cerrados, aprestándose a <strong>la</strong> tarea. Ellos preguntan con ansiedad; él nocontesta. Al cabo de unos mom<strong>en</strong>tos, <strong>en</strong>tra <strong>en</strong> <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da de <strong>la</strong> poesía.* * *D<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da, el auditorio saluda con bur<strong>la</strong>s <strong>la</strong> llegada del impopu<strong>la</strong>r profeta y desus tristes seguidores. Pero a medida que Mahound, con los ojos firmem<strong>en</strong>te cerrados, avanza<strong>en</strong>tre <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te, se apagan los abucheos y silbidos y se hace el sil<strong>en</strong>cio. Mahound no abre losojos ni un mom<strong>en</strong>to, pero su paso es firme y llega al estrado sin tropezar ni chocar. Sube los


pocos peldaños hacia <strong>la</strong> luz; todavía ti<strong>en</strong>e los ojos cerrados. Los poetas líricos, autores deelegías de asesinatos, versificadores de re<strong>la</strong>tos y com<strong>en</strong>taristas satíricos allí reunidos —Baalestá pres<strong>en</strong>te, desde luego—, miran con sorna pero también con cierta inquietud al sonámbuloMahound. Sus discípulos tratan de abrirse paso <strong>en</strong>tre <strong>la</strong> muchedumbre. Los escribas pugnan<strong>en</strong>tre sí por situarse cerca de él y escribir todo lo que diga.El Grande Abu Simbel descansa sobre almohadones <strong>en</strong> una alfombra de seda colocadajunto al estrado. A su <strong>la</strong>do, resp<strong>la</strong>ndeci<strong>en</strong>te de áureos col<strong>la</strong>res egipcios, está Hind, su esposa, <strong>la</strong>de famoso perfil griego y cabellera negra tan <strong>la</strong>rga como su cuerpo. Abu Simbel se levanta ygrita a Mahound: «Bi<strong>en</strong> v<strong>en</strong>ido. —Es todo urbanidad—. Bi<strong>en</strong> v<strong>en</strong>ido, Mahound, el vid<strong>en</strong>te, elkahin.» Es una pública muestra de respeto e impresiona a <strong>la</strong> multitud. Los discípulos delProfeta ya no recib<strong>en</strong> empujones, sino que se les permite pasar. Desconcertados, comp<strong>la</strong>cidossólo a medias, llegan a <strong>la</strong> primera fi<strong>la</strong>. Mahound hab<strong>la</strong> sin abrir los ojos.«Ésta es una reunión de muchos poetas —dice con voz c<strong>la</strong>ra—, y yo no puedo pret<strong>en</strong>derser uno de ellos. Pero yo soy el M<strong>en</strong>sajero, y os traigo versos de Uno que es más grande quetodos los que están aquí reunidos.»El público se impaci<strong>en</strong>ta. La religión, para el templo; aquí tanto los jahilitas como losperegrinos han v<strong>en</strong>ido a divertirse. ¡Que se calle! ¡Fuera! Pero Abu Simbel vuelve a hab<strong>la</strong>r: «Situ Dios te ha hab<strong>la</strong>do realm<strong>en</strong>te, <strong>en</strong>tonces todo el mundo debe escuchar.» Y al instante <strong>en</strong> <strong>la</strong>gran ti<strong>en</strong>da se hace sil<strong>en</strong>cio absoluto.«La Estrel<strong>la</strong> —grita Mahound, y los escribas empiezan a escribir.»¡En el nombre de Alá, el Misericordioso, el Compasivo!»Por <strong>la</strong> Pléyade <strong>en</strong> su ocaso: Tu compañero no está <strong>en</strong> el error; tampoco se ha desviado.«Tampoco hab<strong>la</strong>n por él sus deseos. Es una reve<strong>la</strong>ción que ha sido hecha: un poderosole ha hab<strong>la</strong>do.»Él estaba <strong>en</strong> el alto horizonte: el señor de <strong>la</strong> fuerza. Entonces se acercó, se acercó hastauna distancia m<strong>en</strong>or que <strong>la</strong> longitud de dos arcos y reveló a su siervo lo que ha sido reve<strong>la</strong>do.»El corazón del siervo era sincero cuando vio lo que vio. ¿Os atreveréis vosotros adudar de lo que fue visto?»Yo lo vi también <strong>en</strong> el loto del último confín, cerca del cual se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra el Jardín delReposo. Cuando el árbol fue cubierto por su manto, mi ojo no se apartó, ni mi mirada sedesvió; y yo vi algunas de <strong>la</strong>s grandes señales del Señor.»Al llegar a este punto, sin asomo de vaci<strong>la</strong>ción ni duda, recita otros dos versos.«¿Habéis p<strong>en</strong>sado <strong>en</strong> Lat y Uzza, y <strong>en</strong> Manat, <strong>la</strong> tercera, <strong>la</strong> otra? —Después del primerverso, Hind se pone <strong>en</strong> pie; el Grande de Jahilia ya está muy erguido. Y Mahound, con ojosamordazados, recita—: El<strong>la</strong>s son aves preemin<strong>en</strong>tes, y su intercesión es verdaderam<strong>en</strong>tedeseable.»Mi<strong>en</strong>tras <strong>la</strong> algarabía —exc<strong>la</strong>maciones, vivas, gritos de devoción a <strong>la</strong> diosa Al-Lat—crece y estal<strong>la</strong> d<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da, <strong>la</strong> congregación, atónita, contemp<strong>la</strong> el doblem<strong>en</strong>tes<strong>en</strong>sacional espectáculo del Grande Abu Simbel que pone los pulgares sobre los lóbulos de <strong>la</strong>sorejas, abre <strong>la</strong>s manos y profiere <strong>en</strong> voz alta <strong>la</strong> fórmu<strong>la</strong>: «Al<strong>la</strong>hu Akbar.» Después de lo cualcae de rodil<strong>la</strong>s y, deliberadam<strong>en</strong>te, toca el suelo con <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te. Hind, su esposa, le imitainmediatam<strong>en</strong>te.Khalid, el aguador, lo ha visto todo desde <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da. Ahora mira con horrorcómo todos los reunidos, tanto <strong>la</strong> multitud de <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da como los que <strong>la</strong> rebosan, empiezan aarrodil<strong>la</strong>rse, una fi<strong>la</strong> tras otra, con una ondu<strong>la</strong>ción de agua que parte de Hind y el Grande, comosi ellos fueran <strong>la</strong>s piedras arrojadas a un <strong>la</strong>go; hasta que toda <strong>la</strong> congregación, los de fuera y losde d<strong>en</strong>tro, están de rodil<strong>la</strong>s, trasero al aire, ante el Profeta de los ojos cerrados que hareconocido a <strong>la</strong>s divinidades patronas de <strong>la</strong> ciudad. El mismo M<strong>en</strong>sajero permanece de pie,reacio a unirse al coro de devociones. El aguador rompe a llorar y huye hacia el desiertocorazón de <strong>la</strong> ciudad de <strong>la</strong>s ar<strong>en</strong>as. Al correr, funde el suelo con sus lágrimas como si


contuvieran poderoso ácido corrosivo.Mahound permanece inmóvil. En <strong>la</strong>s pestañas de sus ojos cerrados no se detecta nirastro de humedad.* * *En aquel<strong>la</strong> noche del deso<strong>la</strong>dor triunfo del comerciante <strong>en</strong> <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da de los descreídos, seproduc<strong>en</strong> ciertos asesinatos para cuya terrible v<strong>en</strong>ganza <strong>la</strong> primera dama de Jahilia esperaráaños.Hamza, el tío del Profeta, regresa a casa, solo, con <strong>la</strong> cabeza gris inclinada al crepúsculode aquel<strong>la</strong> triste victoria cuando oye un rugido y, al levantar <strong>la</strong> mirada, ve un gigantesco leónescar<strong>la</strong>ta que se dispone a saltar sobre él desde <strong>la</strong>s altas alm<strong>en</strong>as de <strong>la</strong> ciudad. Él conoce estafiera, esta fábu<strong>la</strong>. La iridisc<strong>en</strong>cia de su anca escar<strong>la</strong>ta se confunde con el resp<strong>la</strong>ndor trémulode <strong>la</strong>s ar<strong>en</strong>as del desierto. Por sus fauces exha<strong>la</strong> el horror de los lugares solitarios de <strong>la</strong> tierra.Escupe pestil<strong>en</strong>cia y cuando los ejércitos se av<strong>en</strong>turan por el desierto él los consume porcompleto. A <strong>la</strong> última luz azul de <strong>la</strong> tarde, él grita a <strong>la</strong> fiera, disponiéndose, inerme como está, a<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse con <strong>la</strong> muerte: «Salta, bastardo, Mantícora. En mis tiempos, yo estrangulé gatosgrandes con mis manos.» Cuando era más jov<strong>en</strong>. Cuando era jov<strong>en</strong>.Su<strong>en</strong>an risas a su espalda, y risas lejanas resu<strong>en</strong>an, o así le parece, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s alm<strong>en</strong>as. Mira<strong>en</strong> derredor; el Mantícora ha desaparecido de <strong>la</strong> mural<strong>la</strong>. Está rodeado por un grupo de jahilitasvestidos de fiesta que vuelv<strong>en</strong> de <strong>la</strong> feria ri<strong>en</strong>do. «Ahora que esos místicos han abrazado anuestra Lat, <strong>en</strong> cada esquina descubr<strong>en</strong> dioses nuevos, ¿no?» Hamza, al compr<strong>en</strong>der que <strong>la</strong>noche estará ll<strong>en</strong>a de terrores, vuelve a casa y pide su espada de guerra. «Más que nada <strong>en</strong> elmundo —gruñe al apergaminado criado que le ha servido <strong>en</strong> <strong>la</strong> guerra y <strong>en</strong> <strong>la</strong> paz durantecuar<strong>en</strong>ta y cuatro años— aborrezco reconocer que mis <strong>en</strong>emigos ti<strong>en</strong><strong>en</strong> razón. Es mucho mejormatar a los canal<strong>la</strong>s, es lo que he p<strong>en</strong>sado siempre. Es <strong>la</strong> mejor recond<strong>en</strong>ada solución.» Laespada ha permanecido <strong>en</strong> su vaina de piel desde el día <strong>en</strong> que su sobrino lo convirtió, pero estanoche dice <strong>en</strong> confianza al criado: «El león anda suelto. La paz t<strong>en</strong>drá que esperar.» Es <strong>la</strong>última noche de <strong>la</strong>s fiestas de Ibrahim. Jahilia es carnaval y des<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>o. Los cuerpos gruesos yaceitados de los luchadores han dejado de retorcerse y <strong>la</strong>s siete poesías han sido c<strong>la</strong>vadas <strong>en</strong> <strong>la</strong>sparedes de <strong>la</strong> Casa de <strong>la</strong> Piedra Negra. Ahora <strong>la</strong>s prostitutas cantantes han sustituido a lospoetas y <strong>la</strong>s prostitutas danzantes, con el cuerpo reluci<strong>en</strong>te de aceites, han empezado su trabajo;<strong>la</strong> lucha nocturna ha sustituido a <strong>la</strong> diurna. Las cortesanas bai<strong>la</strong>n y cantan cubiertas conmáscaras de oro <strong>en</strong> forma de cabeza de pájaro, y el oro se refleja <strong>en</strong> los ojos reluci<strong>en</strong>tes de suscli<strong>en</strong>tes. Oro, oro <strong>en</strong> todas partes, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s manos de los avispados jahilitas y de sus libidinososvisitantes, <strong>en</strong> los l<strong>la</strong>meantes braseros de ar<strong>en</strong>a, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s fosforesc<strong>en</strong>tes paredes de <strong>la</strong> ciudadnocturna. Hamza camina dolorido por <strong>la</strong>s calles de oro, pasando por de<strong>la</strong>nte de peregrinos queyac<strong>en</strong> inconsci<strong>en</strong>tes mi<strong>en</strong>tras los <strong>la</strong>drones se ganan <strong>la</strong> vida. Oye los cantos distorsionados por elvino <strong>en</strong> todas <strong>la</strong>s puertas doradas y le parece que el canto y <strong>la</strong>s carcajadas y el tintineo de <strong>la</strong>smonedas le duel<strong>en</strong> como insultos mortales. Pero no <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra lo que busca, aquí no, y se alejade <strong>la</strong> algazara iluminada del oro y empieza a merodear por <strong>la</strong>s sombras, acechando <strong>la</strong> aparicióndel león.Y, al cabo de varias horas de búsqueda, <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra lo que él sabía que estaría esperando,<strong>en</strong> un rincón oscuro de <strong>la</strong>s mural<strong>la</strong>s exteriores de <strong>la</strong> ciudad: su visión, el Mantícora rojo detriple d<strong>en</strong>tadura. El Mantícora ti<strong>en</strong>e ojos azules y cara humana y su voz es mitad trompeta ymitad f<strong>la</strong>uta. Es veloz como el vi<strong>en</strong>to, sus garras son retorcidas como sacacorchos y de su co<strong>la</strong>se erizan púas <strong>en</strong>v<strong>en</strong><strong>en</strong>adas. Le gusta alim<strong>en</strong>tarse de carne humana... Hay pelea. Silbancuchillos <strong>en</strong> el sil<strong>en</strong>cio y, de vez <strong>en</strong> cuando, se oye el choque de metal con metal. Hamza


econoce a los atacados: Khalid, Salman, Bi<strong>la</strong>l. Hamza, convertido él <strong>en</strong> león, saca <strong>la</strong> espada yhace trizas el sil<strong>en</strong>cio.Da un grito y acude corri<strong>en</strong>do con toda <strong>la</strong> rapidez que le permit<strong>en</strong> sus piernas de ses<strong>en</strong>taaños. Los atacantes de sus amigos son irreconocibles detrás de <strong>la</strong>s máscaras.Ha sido noche de máscaras. Mi<strong>en</strong>tras recorría <strong>la</strong>s calles lic<strong>en</strong>ciosas de Jahilia, con elcorazón ll<strong>en</strong>o de amargura, Hamza ha visto a hombres y mujeres disfrazados de águi<strong>la</strong>s,chacales, caballos, grifos, sa<strong>la</strong>mandras, cerdos verrugueros, rocs; de <strong>la</strong> inmundicia de loscallejones han salido amphisba<strong>en</strong>ae bicéfalos y los toros a<strong>la</strong>dos conocidos como esfingesasirías. Djinns, houris y demonios pueb<strong>la</strong>n <strong>la</strong> ciudad esta noche de fantasmagoría y lujuria.Pero hasta ahora, <strong>en</strong> este lugar oscuro, no descubre <strong>la</strong>s máscaras rojas que buscaba. Lasmáscaras de hombre-león: y corre hacia su destino.* * *Bajo los efectos de una infelicidad autodestructiva, los tres discípulos habían empezadoa beber, y a causa de <strong>la</strong> falta de familiaridad con el alcohol, pronto estuvieron no yaintoxicados, sino embrutecidos. Estaban <strong>en</strong> una p<strong>la</strong>zue<strong>la</strong> y empezaron a insultar a lostranseúntes y, al cabo de un rato, Khalid, el aguador, empezó a b<strong>la</strong>ndir el pellejo de agua,jactancioso. Él podía destruir <strong>la</strong> ciudad, él llevaba el arma definitiva. El agua: el agua limpiaría<strong>la</strong> inmunda Jahilia, <strong>la</strong> disolvería para que pudiera empezarse de nuevo con <strong>la</strong> b<strong>la</strong>nca ar<strong>en</strong>apurificada. Fue <strong>en</strong>tonces cuando los hombres-león empezaron a perseguirlos y, después de<strong>la</strong>rga carrera, los acorra<strong>la</strong>ron, haci<strong>en</strong>do que, del miedo, se les pasara <strong>la</strong> borrachera, y losperseguidos estaban mirando <strong>la</strong>s máscaras rojas de <strong>la</strong> muerte cuando, al punto, llegó Hamza.... Gibreel p<strong>la</strong>nea sobre <strong>la</strong> ciudad contemp<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> pelea. Ésta, una vez <strong>en</strong>tra <strong>en</strong> esc<strong>en</strong>aHamza, acaba pronto. Dos atacantes <strong>en</strong>mascarados huy<strong>en</strong>, otros dos yac<strong>en</strong> muertos. Bi<strong>la</strong>l,Khalid y Salman han sido heridos, pero no de gravedad. Más grave que sus heridas es <strong>la</strong> visiónque se esconde detrás de <strong>la</strong>s máscaras de león de los muertos. «Los hermanos de Hind —diceHamza—. Ahora sí que todo acabará para nosotros.»Matadores de Mantícoras y terroristas del agua: los seguidores de Mahound se si<strong>en</strong>tan allorar a <strong>la</strong> sombra de <strong>la</strong> mural<strong>la</strong> de <strong>la</strong> ciudad.* * *Y, <strong>en</strong> cuanto a él, Profeta M<strong>en</strong>sajero Comerciante: ahora ti<strong>en</strong>e los ojos abiertos. Paseapor el patio interior de su casa, de <strong>la</strong> casa de su esposa, pero a el<strong>la</strong> no quiere <strong>en</strong>trar a ver<strong>la</strong>. El<strong>la</strong>ti<strong>en</strong>e casi set<strong>en</strong>ta años y ahora se si<strong>en</strong>te más madre que. El<strong>la</strong> era rica y hace mucho tiempo locontrató para que se <strong>en</strong>cargara de sus caravanas. Sus dotes de administrador <strong>en</strong> seguida legustaron y, después de un tiempo, los dos se <strong>en</strong>amoraron. No es fácil ser una mujer bril<strong>la</strong>nte ypróspera <strong>en</strong> una ciudad <strong>en</strong> <strong>la</strong> que los dioses son fem<strong>en</strong>inos pero <strong>la</strong>s mujeres son simplemercancía. Los hombres, o <strong>la</strong> temían o <strong>la</strong> creían tan fuerte que no necesitaba su consideración.Él no <strong>la</strong> temía y parecía poseer <strong>la</strong> firmeza que el<strong>la</strong> necesitaba. A su vez, él, el huérfano, halló <strong>en</strong>el<strong>la</strong> muchas mujeres <strong>en</strong> una so<strong>la</strong>: madre hermana amante sibi<strong>la</strong> amiga. Cuando él mismo temíaestar loco, el<strong>la</strong> creyó <strong>en</strong> sus visiones: «Es el arcángel —le dijo—; no es una ilusión de tucabeza. Él es Gibreel y tú eres el M<strong>en</strong>sajero de Dios.»Él no puede ni quiere ver<strong>la</strong> ahora. El<strong>la</strong> le observa desde una v<strong>en</strong>tana con celosía depiedra. Él no puede dejar de pasear, camina por el patio <strong>en</strong> una secu<strong>en</strong>cia casual de geometría


inconsci<strong>en</strong>te. Sus pasos dibujan una serie de elipses, trapecios, rombos, óvalos ycircunfer<strong>en</strong>cias. Y, mi<strong>en</strong>tras, el<strong>la</strong> lo recuerda al volver de <strong>la</strong>s caravanas, ll<strong>en</strong>o de historias oídas<strong>en</strong> los oasis de <strong>la</strong> ruta. Como <strong>la</strong> de Isa, profeta, hijo de una mujer l<strong>la</strong>mada Maryam, no<strong>en</strong>g<strong>en</strong>drada por varón y nacido bajo una palmera del desierto. Historias que hacían que sus ojosbril<strong>la</strong>ran y luego se perdieran <strong>en</strong> <strong>la</strong> lejanía. El<strong>la</strong> recuerda su excitabilidad: el apasionami<strong>en</strong>tocon que él discutía, toda <strong>la</strong> noche si era necesario, afirmando que los viejos tiempos nómadaseran mejores que esta ciudad de oro, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te abandonaba a sus hijas <strong>en</strong> el desierto.En <strong>la</strong>s tribus de antaño, hasta <strong>la</strong>s huérfanas más pobres eran amparadas. Dios está <strong>en</strong> eldesierto, decía, no aquí, <strong>en</strong> este aborto de ciudad. Y el<strong>la</strong> respondía: Nadie te lo discute, amor, estarde y mañana hay que hacer <strong>la</strong>s cu<strong>en</strong>tas.El<strong>la</strong> ti<strong>en</strong>e el oído fino, ya está <strong>en</strong>terada de lo que él ha dicho de Lat, Uzza y Manat. ¿Yqué? En los viejos tiempos, él quería proteger a <strong>la</strong>s niñas de Jahilia; ¿por qué no había de tomarbajo su tute<strong>la</strong> también a <strong>la</strong>s hijas de Alá? Pero, después de hacerse esta pregunta, el<strong>la</strong> sacude <strong>la</strong>cabeza y se apoya pesadam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>la</strong> fría pared, al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana con celosía de piedra.Mi<strong>en</strong>tras, abajo, su marido pasea <strong>en</strong> p<strong>en</strong>tágonos, paralelogramos, estrel<strong>la</strong>s de seis puntas y,después, <strong>en</strong> formas abstractas y cada vez más <strong>la</strong>berínticas, para <strong>la</strong>s que no hay nombre, como sifuera incapaz de <strong>en</strong>contrar una línea simple.Pero cuando, a los pocos mom<strong>en</strong>tos, mira al patio, él ya se ha ido.* * *El Profeta despierta <strong>en</strong>tre sábanas de seda, con un dolor como si le estal<strong>la</strong>ra <strong>la</strong> cabeza,<strong>en</strong> una habitación que nunca ha visto. Fuera de <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana, el sol está cerca de su furibundoc<strong>en</strong>it y, perfilándose sobre <strong>la</strong> b<strong>la</strong>ncura, hay una figura alta, con una capa negra, con capucha,que canta suavem<strong>en</strong>te con voz fuerte y grave. La canción es <strong>la</strong> que <strong>en</strong>tonan a coro <strong>la</strong>s mujeresde Jahilia acompañándose de tambores, cuando despid<strong>en</strong> a los hombres que van a <strong>la</strong> guerra.Avanzad y nosotras os abrazaremos,abrazaremos, abrazaremos.Avanzad y os abrazaremosy ext<strong>en</strong>deremos suaves alfombras.Retroceded y nosotras os dejaremos,dejaremos, dejaremos.Retroceded y no os querremos<strong>en</strong> el lecho del amor.Él reconoce <strong>la</strong> voz de Hind, se incorpora y se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra desnudo bajo <strong>la</strong> sábanacremosa. Él le grita: «¿Fui atacado?» Hind se vuelve a mirarle con su sonrisa de Hind:«¿Atacado?» le imita y da unas palmadas para pedir el desayuno. Entran criados que tra<strong>en</strong>,sirv<strong>en</strong>, retiran y desaparec<strong>en</strong>. Han puesto a Mahound una bata de seda negra y oro; Hind desvía<strong>la</strong> mirada con exagerada modestia. «Mi cabeza —dice él—. ¿Fui golpeado?» El<strong>la</strong> está <strong>en</strong> <strong>la</strong>v<strong>en</strong>tana, con <strong>la</strong> cabeza inclinada, fingi<strong>en</strong>do recato. «Oh, M<strong>en</strong>sajero, M<strong>en</strong>sajero —dice,burlona—. No eres ga<strong>la</strong>nte, M<strong>en</strong>sajero. ¿No podrías haber v<strong>en</strong>ido a mis habitacionesconsci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, por tu propia voluntad? No; c<strong>la</strong>ro que no, yo te inspiro aversión, seguro.» Élno le sigue el juego. «¿Estoy prisionero?», pregunta. Y, nuevam<strong>en</strong>te, el<strong>la</strong> se ríe. «No seas necio—<strong>en</strong>tonces, <strong>en</strong>cogiéndose de hombros, se ab<strong>la</strong>nda—. Esta noche, yo paseaba por <strong>la</strong>s calles de<strong>la</strong> ciudad, <strong>en</strong>mascarada, para ver los festejos, y ¿con qué crees que tropecé sino con tu cuerpo


inconsci<strong>en</strong>te? ¡Como un borracho <strong>en</strong> el arroyo, Mahound! Yo <strong>en</strong>vié a mis criados <strong>en</strong> busca deuna litera y te traje a casa. Di gracias.»«Gracias.»«No creo que te reconocieran —dice el<strong>la</strong>—. O quizás estarías muerto. Ya sabes cómoestaba anoche <strong>la</strong> ciudad. La g<strong>en</strong>te pierde <strong>la</strong> mesura. Mis propios hermanos todavía no hanvuelto a casa.Él recuerda ahora su angustiado y fr<strong>en</strong>ético paseo por <strong>la</strong> ciudad corrompida,contemp<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong>s almas que supuestam<strong>en</strong>te había salvado, mirando <strong>la</strong>s efigies de simurgh, <strong>la</strong>smáscaras de diablo, los behemoths y los hipogrifos. La fatiga de aquel día <strong>la</strong>rguísimo, <strong>en</strong> el quebajó del monte Cone, se <strong>en</strong>caminó a <strong>la</strong> ciudad, sufrió <strong>la</strong> angustia de los acontecimi<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> <strong>la</strong>ti<strong>en</strong>da de <strong>la</strong> poesía —y, después, <strong>la</strong> cólera de los discípulos, <strong>la</strong> duda—, todo ello le habíaabrumado. «Me desmayé», recuerda.El<strong>la</strong> se aproxima y se si<strong>en</strong>ta <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, cerca de él, exti<strong>en</strong>de un dedo, <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra <strong>la</strong>abertura de <strong>la</strong> bata y le acaricia el pecho. «Te desmayaste —murmura—. Eso es debilidad,Mahound. ¿Es que te vuelves débil?»Antes de que él pueda responder, Hind le pone sobre los <strong>la</strong>bios el dedo con el que leacariciara. «No digas nada, Mahound. Yo soy <strong>la</strong> esposa del Grande y ninguno de nosotros esamigo tuyo. Pero mi marido es débil. En Jahilia cre<strong>en</strong> que es astuto, pero yo sé que no. Él sabeque yo t<strong>en</strong>go amantes y no hace nada, porque los templos están bajo el cuidado de mi familia.El de Lat, el de Uzza y el de Manat. Las... ¿puedo l<strong>la</strong>mar<strong>la</strong>s mezquitas?, de tus nuevosángeles.» El<strong>la</strong> toma cubitos de melón de una fu<strong>en</strong>te y trata de dárselos <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca. Él noconsi<strong>en</strong>te y los coge con <strong>la</strong> mano y come. El<strong>la</strong> prosigue: «El último de mis amantes fue el jov<strong>en</strong>Baal. —Ve <strong>la</strong> cólera <strong>en</strong> su cara—. Sí —dice, satisfecha—. Ya sabía que te gustaba. Pero él noimporta. Ni él ni Abu Simbel son iguales a ti. Yo lo soy.»«Debo marcharme», dice él. «Es pronto», responde el<strong>la</strong>, volvi<strong>en</strong>do a <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana. En <strong>la</strong>safueras de <strong>la</strong> ciudad están desmontando <strong>la</strong>s ti<strong>en</strong>das, <strong>la</strong>s <strong>la</strong>rgas caravanas de camellos sedispon<strong>en</strong> a partir, por el desierto ya se alejan fi<strong>la</strong>s de carretas; el carnaval ha terminado. El<strong>la</strong> sevuelve de nuevo hacia él. «Yo soy tu igual —repite—, y también tu opon<strong>en</strong>te. No quiero que tevuelvas débil. No debiste hacer lo que hiciste.» «Pero tú te b<strong>en</strong>eficiarás —responde Mahoundcon amargura—. Ahora ya no peligran tus ingresos del templo.»«Se te escapa lo es<strong>en</strong>cial —dice el<strong>la</strong> suavem<strong>en</strong>te, acercándose, arrimándole <strong>la</strong> cara—. Sitú estás a favor de Alá yo estoy a favor de Al-Lat. Y el<strong>la</strong> no cree <strong>en</strong> tu Dios cuando Él <strong>la</strong>reconoce a el<strong>la</strong>. Su antagonismo es imp<strong>la</strong>cable, irrevocable, avasal<strong>la</strong>dor. La guerra <strong>en</strong>tr<strong>en</strong>osotros no puede t<strong>en</strong>er tregua. ¡Y qué tregua! El tuyo es un amo paternalista ycondesc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te. Al-Lat no ti<strong>en</strong>e el m<strong>en</strong>or deseo de ser hija suya. El<strong>la</strong> es su igual como yo losoy de ti. Pregunta a Baal: él <strong>la</strong> conoce. Como me conoce a mí.»«Entonces, ¿el Grande no cumplirá su compromiso?», dice Mahound.«¡Quién sabe! —responde Hind con desdén—. Ni él mismo se conoce. Ti<strong>en</strong>e quecalcu<strong>la</strong>r los pros y los contras. Es débil, como te digo. Pero tú sabes que digo <strong>la</strong> verdad. EntreAlá y <strong>la</strong>s Tres no puede haber paz. Yo no <strong>la</strong> quiero. Yo quiero pelear. A muerte; ésta es <strong>la</strong> c<strong>la</strong>sede idea que soy yo. ¿Qué c<strong>la</strong>se eres tú?»«Tú eres ar<strong>en</strong>a y yo soy agua —dice Mahound—. El agua arrastra <strong>la</strong> ar<strong>en</strong>a.»«Y el desierto absorbe el agua —responde Hind—. Mira a tu alrededor.»Poco después de <strong>la</strong> marcha de Mahound, los heridos llegan al pa<strong>la</strong>cio del Grande,después de hacer acopio de valor para informar a Hind de que el viejo Hamza ha matado a sushermanos. Pero <strong>en</strong>tonces ya no se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra al M<strong>en</strong>sajero <strong>en</strong> ningún sitio; una vez más,l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, se <strong>en</strong>camina hacia el monte Cone.* * *


Gibreel, cuando está cansado, de bu<strong>en</strong>a gana asesinaría a su madre por haberle puestoun mote tan cond<strong>en</strong>adam<strong>en</strong>te ridículo, ángel, qué pa<strong>la</strong>bra, él ruega ¿a qué? ¿a quién? serlibrado de <strong>la</strong> ciudad soñada de castillos de ar<strong>en</strong>a que se desmoronan y leones de tresd<strong>en</strong>taduras, basta de limpieza de corazones de profetas, de instrucciones que recitar y promesasde paraíso, basta de reve<strong>la</strong>ciones, finito, khattamshud. Lo que él ansia: dormir y no soñar. Losjodidos sueños, causa de todos los males de <strong>la</strong> Humanidad, y <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s también; si yo fueraDios, le quitaría <strong>la</strong> imaginación a <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te y <strong>en</strong>tonces quizá los pobres infelices como yopodrían dormir por <strong>la</strong> noche. Luchando contra el sueño, él obliga a sus ojos a permanecerabiertos, sin parpadear, hasta que <strong>la</strong> púrpura visual se borra de <strong>la</strong>s retinas y le ciega, pero al finy al cabo no es más que humano y acaba por caer <strong>en</strong> <strong>la</strong> madriguera y ya está otra vez <strong>en</strong> el Paísde <strong>la</strong>s Maravil<strong>la</strong>s, subi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> montaña, y el comerciante despierta y, una vez más su necesidad,su afán, se hace s<strong>en</strong>tir, no <strong>en</strong> mi boca y <strong>en</strong> mi voz esta vez, sino <strong>en</strong> todo mi cuerpo; él mereduce a su propio tamaño y me atrae hacia sí, su campo de gravedad es increible, tan poderosocomo una cond<strong>en</strong>ada megaestrel<strong>la</strong> ... y <strong>en</strong>tonces Gibreel y el Profeta luchan, desnudos los dos,rodando y rodando, <strong>en</strong> <strong>la</strong> cueva de <strong>la</strong> fina ar<strong>en</strong>a b<strong>la</strong>nca que se eleva alrededor de ellos como unvelo. Como si él estuviera estudiándome, registrándome, como si yo estuviera sometido alexam<strong>en</strong>. En una cueva situada a ci<strong>en</strong>to cincu<strong>en</strong>ta metros de <strong>la</strong> cima del monte Cone, Mahoundlucha con el arcángel arrojándolo de un <strong>la</strong>do al otro y permitan que les diga que está llegando atodas partes, su l<strong>en</strong>gua a mi oído, su puño a mis huevos, nunca hubo persona con tanta rabiad<strong>en</strong>tro, él quiere saber, quiere SABER y yo no t<strong>en</strong>go nada que decirle, físicam<strong>en</strong>te es dos vecesmás fuerte que yo y, por lo m<strong>en</strong>os, cuatro veces más sabio, quizá los dos hayamos apr<strong>en</strong>didomucho escuchando, pero es evid<strong>en</strong>te que él escucha mejor que yo; y así rodamos pateamosarañamos, él empieza a t<strong>en</strong>er cortes, pero, naturalm<strong>en</strong>te, mi piel sigue tan suave como <strong>la</strong> de unrecién nacido, no puedes arañar a un ángel con un cond<strong>en</strong>ado espino, no puedes magul<strong>la</strong>rlo conuna piedra. Y ti<strong>en</strong><strong>en</strong> público, hay djinns y afreets y toda c<strong>la</strong>se de du<strong>en</strong>des s<strong>en</strong>tados <strong>en</strong> <strong>la</strong>s peñasmirando <strong>la</strong> pelea y, <strong>en</strong> el cielo, <strong>la</strong>s tres criaturas con a<strong>la</strong>s que parec<strong>en</strong> grul<strong>la</strong>s, o cisnes o,simplem<strong>en</strong>te, mujeres, según el efecto de <strong>la</strong> luz... Mahound le pone fin... Él se da por v<strong>en</strong>cido.Después de haber luchado durante horas o, incluso, semanas, Mahound quedó aprisionadodebajo del ángel, tal como él deseaba; era su voluntad <strong>la</strong> que me invadió y me dio <strong>la</strong> fuerza parasujetarlo, porque los arcángeles no pued<strong>en</strong> perder estas peleas, no estaría bi<strong>en</strong>. Sólo losdemonios pued<strong>en</strong> ser derrotados <strong>en</strong> estas circunstancias, así que <strong>en</strong> el mismo mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> queyo me quedé <strong>en</strong>cima, él empezó a llorar de alegría y <strong>en</strong>tonces hizo su viejo truco, hizo que miboca se abriera y que <strong>la</strong> voz, <strong>la</strong> Voz, saliera de mí otra vez y se derramara sobre él, como unvómito.* * *Al término de su combate de lucha libre con el arcángel Gibreel, el profeta Mahoundcae exhausto <strong>en</strong> su sueño habitual, reve<strong>la</strong>dor, pero <strong>en</strong> esta ocasión despierta antes de lo normal.Cuando recobra el conocimi<strong>en</strong>to, <strong>en</strong> aquel<strong>la</strong> deso<strong>la</strong>ción de <strong>la</strong>s alturas, no hay nadie a <strong>la</strong> vista,no hay criaturas a<strong>la</strong>das posadas <strong>en</strong> <strong>la</strong>s rocas. Se pone <strong>en</strong> pie de un salto, embargado por <strong>la</strong>angustia de su descubrimi<strong>en</strong>to. «Era el demonio —dice <strong>en</strong> voz alta al aire, haciéndolo verdad aldarle voz—. La última vez era Shaitan.» Esto es lo que él ha oído <strong>en</strong> su escucha, que ha sido<strong>en</strong>gañado, que le ha visitado el diablo bajo <strong>la</strong> forma de un arcángel, de manera que los versosque apr<strong>en</strong>dió de memoria, los que recitó <strong>en</strong> <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da de <strong>la</strong> poesía no eran lo verdadero, sino sudiabólica antítesis, no divinos sino satánicos. Él vuelve a <strong>la</strong> ciudad lo más de prisa que puede,


para tachar los versos inmundos que huel<strong>en</strong> a azufre y sulfuro, a borrarlos para siempre por lossiglos de los siglos, de manera que sólo subsistan <strong>en</strong> una o dos colecciones dudosas de viejastradiciones que los intérpretes ortodoxos tratarán de eliminar, pero Gibreel, que p<strong>la</strong>nea y vigi<strong>la</strong>desde el ángulo de <strong>la</strong> cámara más alto, conoce un pequeño detalle, sólo una cosita que resultaque es todo un problema: que <strong>la</strong>s dos veces era yo, baba, el primero yo y el segundo, tambiényo. De mi boca, <strong>la</strong> afirmación y <strong>la</strong> negación, versos y conversos, universos y reversos, toda <strong>la</strong>historia, y todos sabemos cómo me movían <strong>la</strong> boca.«Primero fue el diablo —murmura Mahound mi<strong>en</strong>tras corre hacia Jahilia—. Pero estavez ha sido el ángel, indiscutiblem<strong>en</strong>te. Él me hará morder el polvo.* * *Los discípulos lo paran <strong>en</strong> los desfi<strong>la</strong>deros próximos al pie del monte Cone, paraprev<strong>en</strong>irle de <strong>la</strong> cólera de Hind, que lleva b<strong>la</strong>ncas ropas de luto y se ha soltado el negro cabello,dejando que <strong>la</strong> <strong>en</strong>vuelva como una torm<strong>en</strong>ta o arrastre por el polvo, borrando <strong>la</strong>s huel<strong>la</strong>s de suspies, de manera que parece <strong>la</strong> <strong>en</strong>carnación del espíritu de <strong>la</strong> v<strong>en</strong>ganza. Todos han huido de <strong>la</strong>ciudad y el mismo Hamza se esconde; pero se dice que Abu Simbel todavía no ha accedido a <strong>la</strong>demanda de su esposa, que pide sangre para <strong>la</strong>var <strong>la</strong> sangre. Todavía está calcu<strong>la</strong>ndo los pros ylos contras <strong>en</strong> el asunto de Mahound y <strong>la</strong>s diosas... Mahound, desoy<strong>en</strong>do los consejos de susseguidores, regresa a Jahilia, y va directam<strong>en</strong>te a <strong>la</strong> Casa de <strong>la</strong> Piedra Negra. Los discípulos lesigu<strong>en</strong>, a pesar de su temor. Se congrega una muchedumbre ante <strong>la</strong> perspectiva de un nuevoescándalo, descuartizami<strong>en</strong>to o diversión por el estilo. Mahound no les defrauda.Él está de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong>s imág<strong>en</strong>es de <strong>la</strong>s Tres y anuncia <strong>la</strong> abrogación de los versos queShaitan le susurró al oído. Estos versos fueron suprimidos del verdadero texto, al-qur'án. En sulugar se rug<strong>en</strong> nuevos versos.«¿Él ha de t<strong>en</strong>er hijas y tú, hijos? —recita Mahound—. ¡Bonito reparto sería!»Éstos no son sino nombres que habéis soñado vosotros, tú y tus antepasados. Alá noles concede autoridad.»Mahound abandona <strong>la</strong> atónita Casa antes de que a algui<strong>en</strong> se le ocurra recoger, o arrojar,<strong>la</strong> primera piedra.* * *Después del repudio de los versos satánicos, el profeta Mahound vuelve a su casa donde<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra esperándole una especie de castigo. Una especie de v<strong>en</strong>ganza —¿de quién? ¿Luz otinieb<strong>la</strong>s? ¿Bu<strong>en</strong>o o malo?— infligida, como suele ocurrir, a un inoc<strong>en</strong>te. La esposa del Profeta,set<strong>en</strong>ta años, está s<strong>en</strong>tada al pie de una v<strong>en</strong>tana con celosía de piedra, erguida, con <strong>la</strong> espaldaapoyada <strong>en</strong> <strong>la</strong> pared, muerta.Mahound, abrumado por <strong>la</strong> p<strong>en</strong>a, se retrae, ap<strong>en</strong>as dice pa<strong>la</strong>bra durante semanas. ElGrande de Jahilia instaura una política de persecución que, para Hind, avanza demasiadodespacio. El nombre de <strong>la</strong> nueva religión es Sumisión; ahora Abu Simbel decreta que susadeptos deb<strong>en</strong> someterse a ser confinados <strong>en</strong> el barrio más mísero de <strong>la</strong> ciudad, todo tugurios; aun toque de queda; a una prohibición de trabajar. Y hay muchos ataques físicos, se escupe a <strong>la</strong>smujeres <strong>en</strong> <strong>la</strong>s ti<strong>en</strong>das, los fieles son golpeados por bandas de jóv<strong>en</strong>es bárbaros contro<strong>la</strong>das <strong>en</strong>secreto por el Grande; por <strong>la</strong>s noches se arroja fuego por una v<strong>en</strong>tana sobre los que duerm<strong>en</strong>confiados, y, por una de <strong>la</strong>s habituales paradojas de <strong>la</strong> Historia, el número de los fieles se


multiplica como una cosecha que, mi<strong>la</strong>grosam<strong>en</strong>te, prosperara a medida que empeora el clima.Se recibe una oferta de los moradores del pob<strong>la</strong>do del oasis de Yathrib, al Norte:Yathrib acogerá a «los que se sometan», si desean abandonar Jahilia. Hamza opina que deb<strong>en</strong>marchar. «Aquí nunca terminarás tu M<strong>en</strong>saje, sobrino, créeme. Hind no descansará hasta que tehaya arrancado <strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua y a mí los huevos, con perdón.» Mahound, solo y ll<strong>en</strong>o de ecos <strong>en</strong> <strong>la</strong>casa de su dolor, da su cons<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to y los fieles part<strong>en</strong> para hacer sus p<strong>la</strong>nes. Khalid, e<strong>la</strong>guador, se queda atrás y el Profeta de ojos hundidos espera que hable. Con turbación, dice:«M<strong>en</strong>sajero, yo dudé de ti, pero tú eras más sabio de lo que nosotros p<strong>en</strong>sábamos. Al principio,dijimos: Mahound nunca transigirá y tú transigiste. Entonces dijimos: Mahound nos hatraicionado, pero tú nos traías una verdad más profunda. Tú nos trajiste al mismo diablo paraque nosotros pudiéramos ser testigos de <strong>la</strong>s artes del Maligno y su derrota por <strong>la</strong> Bondad. Túhas <strong>en</strong>riquecido nuestra fe. Yo te pido perdón por lo que p<strong>en</strong>sé.»Mahound se aparta del sol que <strong>en</strong>tra por <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana. «Sí. —Amargura, cinismo—. Fuealgo maravilloso lo que hice. Una verdad más profunda. Traeros al diablo. Sí, su<strong>en</strong>a propio demí.»* * *Desde lo alto del monte Cone, Gibreel mira cómo los fieles escapan de Jahilia, dejando<strong>la</strong> ciudad de <strong>la</strong> aridez por el lugar de <strong>la</strong>s palmeras frescas y el agua, agua, agua. Pequeñosgrupos, casi con <strong>la</strong>s manos vacías, se muev<strong>en</strong> por el imperio del sol, <strong>en</strong> este primer día delprimer año del nuevo comi<strong>en</strong>zo del Tiempo que también ha vuelto a nacer, mi<strong>en</strong>tras lo viejomuere a su espalda y lo nuevo espera de<strong>la</strong>nte. Y un día el propio Mahound se marcha. Cuandose descubre su huida, Baal compone una oda de despedida:¿Qué c<strong>la</strong>se de ideaparece hoy «Sumisión»?Una idea ll<strong>en</strong>a de miedo.Una idea que escapa.Mahound ha llegado a su oasis; Gibreel no es tan afortunado. Ahora con frecu<strong>en</strong>cia se<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra solo <strong>en</strong> lo alto del monte Cone, <strong>la</strong>vado por <strong>la</strong>s frías estrel<strong>la</strong>s fugaces, y <strong>en</strong>tonces delcielo de <strong>la</strong> noche ca<strong>en</strong> sobre él <strong>la</strong>s tres criaturas a<strong>la</strong>das, Lat Uzza Manat, que bat<strong>en</strong> a<strong>la</strong>s junto asu cabeza, le c<strong>la</strong>van <strong>la</strong>s garras <strong>en</strong> los ojos, le muerd<strong>en</strong> y le azotan con su cabello y con sus a<strong>la</strong>s.Él levanta <strong>la</strong>s manos para protegerse, pero su v<strong>en</strong>ganza es incansable y prosigue siempre que éldescansa, cuando él baja <strong>la</strong> guardia. Él lucha pero el<strong>la</strong>s son más rápidas, más ágiles, ti<strong>en</strong><strong>en</strong> a<strong>la</strong>s.Él no ti<strong>en</strong>e diablo que repudiar. Está soñando y no puede ahuy<strong>en</strong>tar<strong>la</strong>s.


IIIELEOENE DEERREEESE1


Yo sé lo que es un fantasma, afirmó sil<strong>en</strong>ciosam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> anciana. Se l<strong>la</strong>maba RosaDiamond, t<strong>en</strong>ía och<strong>en</strong>ta y ocho años y bizqueaba, aguileña, a través de <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tanas de sudormitorio cubiertas de fina capa de sal, contemp<strong>la</strong>ndo el mar de luna ll<strong>en</strong>a. Y yo sé, también,lo que no lo es, agregó. No es el gemido horripi<strong>la</strong>nte ni es <strong>la</strong> sábana que se agita, eso sonbobadas. ¿Qué es un fantasma? Un asunto no concluido, eso... Y <strong>la</strong> anciana, de metro och<strong>en</strong>ta,espalda recta y pelo corto como un hombre, dobló hacia abajo <strong>la</strong>s comisuras de los <strong>la</strong>bios <strong>en</strong>satisfecha mueca de máscara de tragedia, se ciñó a los f<strong>la</strong>cos hombros una toquil<strong>la</strong> de puntoazul, y cerró un mom<strong>en</strong>to sus ojos sin sueño, para rezar por <strong>la</strong> vuelta del pasado. V<strong>en</strong>id, navesnormandas, rogaba, v<strong>en</strong> acá, Guille-el-Conquis.Noveci<strong>en</strong>tos años atrás, todo esto estaba debajo del agua, esta costa parce<strong>la</strong>da, estap<strong>la</strong>ya de guijarros privada, que se empina hacia <strong>la</strong> hilera de chalets despintados, con suscobertizos desconchados, ll<strong>en</strong>os de tumbonas, marcos vacíos, viejos baúles repletos de paquetesde cartas atados con cintas, l<strong>en</strong>cería de seda y <strong>en</strong>caje con bo<strong>la</strong>s de naftalina, <strong>la</strong>crimóg<strong>en</strong>aslecturas de jov<strong>en</strong>citas de antaño, palos de <strong>la</strong>crosse, álbumes de sellos y demás cofres del tesoro<strong>en</strong>terrados, ll<strong>en</strong>os de recuerdos y tiempo perdido. El perfil de <strong>la</strong> costa había cambiado, habíaavanzado más de un kilómetro hacia el mar, dejando el primer castillo normando varado lejosdel agua, <strong>la</strong>mido ahora por unas tierras pantanosas que castigaban con toda c<strong>la</strong>se de afeccionesreumáticas a los pobres que vivían allí <strong>en</strong> sus cómosedice propiedades. El<strong>la</strong>, <strong>la</strong> anciana, veía <strong>en</strong>el castillo <strong>la</strong> ruina de un pez traicionado por una antigua bajamar, un monstruo marinopetrificado por el tiempo. ¡Noveci<strong>en</strong>tos años! Nueve siglos atrás, <strong>la</strong> flota normanda habíanavegado a través de <strong>la</strong> casa de esta señora inglesa. Y ahora, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s noches c<strong>la</strong>ras de luna ll<strong>en</strong>a,el<strong>la</strong> aguardaba <strong>la</strong> vuelta de su reluci<strong>en</strong>te fantasma.Es el sitio mejor para verles v<strong>en</strong>ir, se tranquilizaba, vista de tribuna. Las repeticiones sehabían convertido <strong>en</strong> el consuelo de su vejez: <strong>la</strong>s frases gastadas, asunto no concluido, vista detribuna, <strong>la</strong> hacían s<strong>en</strong>tirse sólida, inmutable, perdurable, <strong>en</strong> lugar de <strong>la</strong> criatura de achaques yaus<strong>en</strong>cias que el<strong>la</strong> se sabía... Cuando <strong>la</strong> luna se pone, <strong>en</strong> <strong>la</strong> oscuridad que precede al amanecer,ése es el mom<strong>en</strong>to. Ondear de ve<strong>la</strong>s, relucir de remos y el Conquistador <strong>en</strong> persona, <strong>en</strong> <strong>la</strong> proade <strong>la</strong> nave insignia, navegaría por <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya <strong>en</strong>tre los rompeo<strong>la</strong>s de madera cubiertos deescaramujo y los botes volcados... Oh, yo he visto muchas cosas <strong>en</strong> mi vida, siempre tuve eldon, <strong>la</strong> visión fantasmal... El Conquistador, con su casco puntiagudo de nariz metálica, pasa porsu puerta principal, deslizándose por <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s mesitas y los sofás con antimacasar, como un ecoque resonara levem<strong>en</strong>te por <strong>la</strong> casa de recuerdos y añoranzas; y luego <strong>en</strong>mudece; como unatumba....Una vez, <strong>en</strong> Battle Hill, si<strong>en</strong>do niña —le gustaba narrar, siempre con <strong>la</strong>s mismaspa<strong>la</strong>bras pulidas por el tiempo—, una vez, si<strong>en</strong>do una niña solitaria, me <strong>en</strong>contré de pronto ysin s<strong>en</strong>sación de extrañeza <strong>en</strong> medio de una guerra. Arcos, mazas, picas. Mozos sajones de peloalbino, segados <strong>en</strong> <strong>la</strong> flor de <strong>la</strong> edad. Harold Arroweye y Guillermo, con <strong>la</strong> boca ll<strong>en</strong>a de ar<strong>en</strong>a.Sí, siempre el don, siempre <strong>la</strong> visión fantasmal... La historia del día <strong>en</strong> que <strong>la</strong> pequeña Rosatuvo una visión de <strong>la</strong> batal<strong>la</strong> de Hastings se convirtió, para <strong>la</strong> anciana, <strong>en</strong> uno de los hitos quedefinían su ser, aunque había sido contada tantas veces que nadie, ni siquiera <strong>la</strong> narradora,hubiera podido jurar que fuera cierta. A veces, los añoro, decían los p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos habituadosde Rosa. Les beaux jours: los días queridos, muertos. Volvió a cerrar sus ojos reminisc<strong>en</strong>tes.Cuando los abrió, vio, <strong>en</strong> <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> del agua, innegablem<strong>en</strong>te, algo que empezaba a moverse.Esto dijo el<strong>la</strong>, <strong>en</strong> voz alta, emocionada: «¡No puedo creerlo!» «¡No es verdad!» «¡Él nopuede haber v<strong>en</strong>ido!» Con pie inseguro y pecho alborotado, Rosa fue <strong>en</strong> busca del sombrero, <strong>la</strong>capa y el bastón. Mi<strong>en</strong>tras, <strong>en</strong> <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya invernal, Gibreel Farishta despertaba con <strong>la</strong> boca ll<strong>en</strong>ade, no, no de ar<strong>en</strong>a.Nieve.


* * *¡Pfui!Gibreel escupió; se levantó de un salto, como propulsado por <strong>la</strong> nieve expectorada,deseó a Chamcha —como ya se ha dicho— un feliz cumpleaños, y empezó a sacudir <strong>la</strong> nievede <strong>la</strong>s mangas púrpura, «Dios, yaar —gritaba, saltando sobre uno y otro pie—, no es deextrañar que esta g<strong>en</strong>te t<strong>en</strong>ga el corazón de jodido hielo».Después, empero, <strong>la</strong> pura delicia de estar rodeado de tanta nieve v<strong>en</strong>ció su primercinismo —porque él era hombre tropical— y empezó a hacer cabrio<strong>la</strong>s, mor<strong>en</strong>o y empapado, ybo<strong>la</strong>s de nieve que arrojaba a su yac<strong>en</strong>te compañero, y ya p<strong>en</strong>saba <strong>en</strong> un muñeco de nieve ycantaba una alocada y arrol<strong>la</strong>dora versión del vil<strong>la</strong>ncico «Jingle Bells». En el cielo se insinuaba<strong>la</strong> primera luz del día, y <strong>en</strong> esta abrigada p<strong>la</strong>ya bai<strong>la</strong>ba Lucifer, <strong>la</strong> estrel<strong>la</strong> de <strong>la</strong> mañana.Su ali<strong>en</strong>to, así hay que consignarlo, por lo que fuere, había dejado de oler...«Vamos, chico —gritó el inv<strong>en</strong>cible Gibreel, <strong>en</strong> cuya conducta el lector advertirá, no sinrazón, el delirio y trastorno de su reci<strong>en</strong>te caída—. ¡Levántate y luce! Tomaremos este lugarpor asalto. —Volvi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> espalda al mar, borrando el mal recuerdo para dejar sitio a lo quev<strong>en</strong>dría a continuación, apasionado como siempre por <strong>la</strong> novedad, habría p<strong>la</strong>ntado (de haber<strong>la</strong>t<strong>en</strong>ido) una bandera, para rec<strong>la</strong>mar <strong>en</strong> nombre de qui<strong>en</strong>sabequién esta tierra b<strong>la</strong>nca, su tierranueva—. Compa —suplicó—, muévete, baba, ¿o estás jodidam<strong>en</strong>te muerto? — Pa<strong>la</strong>bras que,una vez proferidas, tuvieron <strong>la</strong> virtud de hacer reaccionar al que <strong>la</strong>s dijo. Se inclinó sobre <strong>la</strong>figura postrada, sin atreverse a tocar<strong>la</strong>—. Ahora no, viejo Chumch —rogaba—. No, después dellegar tan lejos.»Sa<strong>la</strong>din: no estaba muerto, sino llorando. Las lágrimas del trauma se le he<strong>la</strong>ban <strong>en</strong> <strong>la</strong>cara. Y todo su cuerpo estaba estuchado <strong>en</strong> fina capa de hielo, liso como el cristal, una pesadil<strong>la</strong>hecha realidad. En el marasmo de semiinconsci<strong>en</strong>cia inducida por <strong>la</strong> baja temperatura de sucuerpo, s<strong>en</strong>tía el temor de resquebrajarse como <strong>en</strong> <strong>la</strong> pesadil<strong>la</strong>, de ver cómo <strong>la</strong> sangre le salíaburbujeando por <strong>la</strong>s grietas del hielo, de que su carne siguiera a <strong>la</strong>s astil<strong>la</strong>s. Estaba ll<strong>en</strong>o depreguntas, realm<strong>en</strong>te nosotros, me refiero a que tú movías <strong>la</strong>s manos aleteando, y luego <strong>la</strong>saguas, no me dirás que realm<strong>en</strong>te, nosotros, como <strong>en</strong> <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s cuando Charlton Hestonlevantaba <strong>la</strong> vara para que nosotros pudiéramos cruzar, por el fondo marino, eso no pudoocurrir, imposible, pero si no <strong>en</strong>tonces cómo, o acaso nosotros, de alguna manera, por debajodel agua, escoltados por <strong>la</strong>s sir<strong>en</strong>as y el mar pasaba a través de nosotros como si fuéramospeces o fantasmas, eso era <strong>la</strong> verdad, sí o no, yo necesito saber... pero cuando abrió los ojos <strong>la</strong>spreguntas adquirieron <strong>la</strong> vaguedad de los sueños, de manera que ya no pudo asir<strong>la</strong>s, sus co<strong>la</strong>s seondu<strong>la</strong>ban ante él y desaparecían como aletas submarinas. Estaba de cara al cielo y observó quet<strong>en</strong>ía el color completam<strong>en</strong>te equivocado, naranja sanguina, con manchas verdes, y <strong>la</strong> nieve,azul como <strong>la</strong> tinta. Parpadeó con fuerza, pero los colores no querían cambiar, e hicieron nacer<strong>en</strong> él <strong>la</strong> idea de que del cielo había caído <strong>en</strong> mal lugar, <strong>en</strong> otro sitio, no <strong>en</strong> Ing<strong>la</strong>terra, o quizás<strong>en</strong> antiIng<strong>la</strong>terra, una zona maltrecha, un barrio deg<strong>en</strong>erado, un estado alterado. ¿Quizá, p<strong>en</strong>sófugazm<strong>en</strong>te, el infierno? No, no, se tranquilizó mi<strong>en</strong>tras le am<strong>en</strong>azaba <strong>la</strong> inconsci<strong>en</strong>cia, nopuede ser, todavía no, aún no estás muerto; sólo muriéndote. Bu<strong>en</strong>o, pues, si no: una sa<strong>la</strong> deespera para viajeros <strong>en</strong> tránsito.Empezó a tiritar; <strong>la</strong> vibración se hizo tan int<strong>en</strong>sa que se le ocurrió que, con <strong>la</strong> t<strong>en</strong>sión,podía estal<strong>la</strong>r como un, como un, avión.Y <strong>en</strong>tonces todo había dejado de existir. Él estaba <strong>en</strong> un vacío y, si quería sobrevivir,t<strong>en</strong>dría que construirlo todo empezando desde cero, t<strong>en</strong>dría que inv<strong>en</strong>tar <strong>la</strong> tierra bajo sus piesantes de poder dar un paso, sólo que ahora no había necesidad de preocuparse por esas cosas,porque aquí, de<strong>la</strong>nte de él, estaba lo inevitable: <strong>la</strong> figura alta y huesuda de <strong>la</strong> Muerte, consombrero de paja de a<strong>la</strong> ancha y una capa oscura ondeando a <strong>la</strong> brisa. La Muerte, que se


apoyaba <strong>en</strong> un bastón de puño de p<strong>la</strong>ta y calzaba botas altas verde aceituna.«¿Se puede saber qué hac<strong>en</strong> ustedes aquí? —inquiría <strong>la</strong> Muerte—. Esto es propiedadprivada. Ahí está el letrero», dijo con voz de mujer un poco trému<strong>la</strong> y más que un pocoemocionada.Mom<strong>en</strong>tos después, <strong>la</strong> Muerte se inclinó sobre él —para darme el beso, se dijo conpánico. Para extraer el ali<strong>en</strong>to de mi cuerpo. Hizo pequeños e inútiles movimi<strong>en</strong>tos deprotesta.«Vive —dijo <strong>la</strong> Muerte a, quién era el otro, Gibreel—. Pero, hijo, m<strong>en</strong>udo ali<strong>en</strong>to; quépeste. ¿Cuánto hace que no se <strong>la</strong>va los di<strong>en</strong>tes?»* * *El ali<strong>en</strong>to del uno se purificó mi<strong>en</strong>tras el del otro, por un misterio análogo y contrario,se corrompió. ¿Qué esperaban? Caer así del cielo: ¿imaginaban que no habría efectossecundarios? Los Poderes Superiores se interesaban por ellos, eso t<strong>en</strong>ían que haberlo notado, yesos Poderes (naturalm<strong>en</strong>te, hablo de mí mismo) ti<strong>en</strong><strong>en</strong> una actitud traviesa, casi caprichosa,hacia <strong>la</strong>s moscas llovidas del cielo. Y, otra cosa, que quede c<strong>la</strong>ro: <strong>la</strong>s grandes caídas cambian a<strong>la</strong> g<strong>en</strong>te. ¿Y a ustedes les parece que ellos cayeron de muy alto? En cuestión de caídas, yo nome inclino ante nadie, ni mortal ni inmortal. De nubes a c<strong>en</strong>izas, por <strong>la</strong> chim<strong>en</strong>ea, como qui<strong>en</strong>dice, de <strong>la</strong> luz celestial al fuego del infierno... con el esfuerzo de una caída <strong>la</strong>rga, como lesdecía, son de esperar mutaciones, no todas casuales. Selecciones antinaturales. Tampoco es tanalto precio a cambio de <strong>la</strong> superviv<strong>en</strong>cia, del r<strong>en</strong>acimi<strong>en</strong>to, de <strong>la</strong> r<strong>en</strong>ovación, y, por si fuerapoco, a su edad.¿Qué? ¿T<strong>en</strong>go que <strong>en</strong>umerar los cambios?Bu<strong>en</strong> ali<strong>en</strong>to/mal ali<strong>en</strong>to.Y alrededor de <strong>la</strong> cabeza de Gibreel Farishta, que estaba de espaldas al amanecer, RosaDiamond creyó divisar un resp<strong>la</strong>ndor t<strong>en</strong>ue pero francam<strong>en</strong>te dorado.¿Y no eran unos bultitos lo que Chamcha t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> <strong>la</strong>s si<strong>en</strong>es, debajo del bombínempapado y todavía <strong>en</strong>casquetado?Y, y, y.* * *Cuando vislumbró <strong>la</strong> estrafa<strong>la</strong>ria y satírica figura de Gibreel Farishta, exuberante ydionisíaca <strong>en</strong> <strong>la</strong> nieve, Rosa Diamond no p<strong>en</strong>só <strong>en</strong>, digámoslo, ángeles. Al divisarlo desde suv<strong>en</strong>tana, a través de un cristal empañado por <strong>la</strong> sal, con unos ojos empañados por <strong>la</strong> edad, sintióque el corazón le daba dos patadas tan dolorosas que temió que pudiera parársele; porque, <strong>en</strong>aquel<strong>la</strong> figura borrosa, el<strong>la</strong> creyó reconocer <strong>la</strong> <strong>en</strong>carnación del más íntimo deseo de su alma. Seolvidó de los conquistadores normandos como si nunca hubieran existido y bajó trabajosam<strong>en</strong>tepor una p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te de traidores guijarros, con excesiva rapidez para <strong>la</strong> integridad de sus piernaspoco m<strong>en</strong>os que nonag<strong>en</strong>arias, a fin de poder hacer como que repr<strong>en</strong>día al increíbledesconocido por al<strong>la</strong>nami<strong>en</strong>to de propiedad.G<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te, el<strong>la</strong> era imp<strong>la</strong>cable <strong>en</strong> <strong>la</strong> def<strong>en</strong>sa de su adorado fragm<strong>en</strong>to de costa, ycuando los excursionistas veraniegos pasaban de <strong>la</strong> línea de <strong>la</strong> marea alta, el<strong>la</strong> se abatía sobreellos como lobo <strong>en</strong> el aprisco, según su propia expresión, para explicar y exigir: «Esto es mijardín, sab<strong>en</strong> ustedes.» Y, si ellos se ponían impertin<strong>en</strong>tes —quésehacreído<strong>la</strong>vieja


<strong>la</strong>jodidap<strong>la</strong>yaesdetodos—, el<strong>la</strong> volvía a su casa, sacaba una <strong>la</strong>rga manguera verde de jardín y <strong>la</strong>dirigía imp<strong>la</strong>cablem<strong>en</strong>te sobre sus mantas escocesas, palos de criquet de plástico, frascos deaceite so<strong>la</strong>r, destruía los castillos de ar<strong>en</strong>a de los niños y empapaba sus bocadillos de salchichasin dejar de sonreír dulcem<strong>en</strong>te: ¿No les molestaría que riegue mi jardín...? Oh, bu<strong>en</strong>a era el<strong>la</strong>,todo el pueblo <strong>la</strong> conocía, no pudieron <strong>en</strong>cerrar<strong>la</strong> <strong>en</strong> una resid<strong>en</strong>cia de ancianos, echó a cajasdestemp<strong>la</strong>das a toda su familia cuando se atrevieron a proponérselo, no volváis a aparecer poraquí si no queréis que os deje sin un p<strong>en</strong>ique ni un ahí te pudras. Ahora estaba so<strong>la</strong>, sin recibirni una visita, semana tras b<strong>en</strong>dita semana, ni siquiera <strong>la</strong> de Dora Shufflebotham, que durantetantos años le hizo <strong>la</strong> limpieza. Dora había muerto <strong>en</strong> setiembre, que <strong>en</strong> paz descanse, de todosmodos, es fantástico cómo se apaña el viejo loro a sus años, con tantas escaleras, desde luegoquizás esté un poco pirada, pero hay que reconocer que estando tan solos más de cuatroperderían <strong>la</strong> chaveta.Para Gibreel no hubo ni manguera ni amonestación. Rosa profirió unos reprochessimbólicos, se tapó <strong>la</strong> nariz mi<strong>en</strong>tras examinaba al caído y sulfuroso Sa<strong>la</strong>din (que todavía no sehabía quitado el sombrero hongo) y luego, con un acceso de timidez que recibió con nostálgicoasombro, tartamudeó una invitación, vvale mmás que traiga a su ammmigo a <strong>la</strong> cccasa, quehace ffrío, y echó a andar sobre los guijarros, para poner agua a cal<strong>en</strong>tar, agradeci<strong>en</strong>do alcortante aire invernal que le <strong>en</strong>rojecía <strong>la</strong>s mejil<strong>la</strong>s, que le disimu<strong>la</strong>ra el sonrojo.* * *De jov<strong>en</strong>, Sa<strong>la</strong>din Chamcha t<strong>en</strong>ía una cara de excepcional inoc<strong>en</strong>cia, una cara que noparecía haber <strong>en</strong>contrado el des<strong>en</strong>gaño ni <strong>la</strong> maldad, con una piel tan suave y delicada como <strong>la</strong>palma de <strong>la</strong> mano de una princesa. Le había sido útil <strong>en</strong> sus tratos con <strong>la</strong>s mujeres y, <strong>en</strong>realidad, fue una de <strong>la</strong>s primeras razones que Pame<strong>la</strong> Love<strong>la</strong>ce, su futura esposa, adujo porhaberse <strong>en</strong>amorado de él. «Tan redonda y angelical —se admiraba tomándo<strong>la</strong> <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>smanos—. Como una pelota de goma.»Él se of<strong>en</strong>dió. «T<strong>en</strong>go huesos —protestó—. Estructura ósea.»«Sí, por ahí d<strong>en</strong>tro estará —concedió el<strong>la</strong>—. Todos <strong>la</strong> t<strong>en</strong>emos.»Después de aquello, durante un tiempo, él no podía librarse de <strong>la</strong> idea de que t<strong>en</strong>íaaspecto de medusa amorfa, y fue <strong>en</strong> bu<strong>en</strong>a medida para contrarrestar esta s<strong>en</strong>sación por lo quedecidió desarrol<strong>la</strong>r aquel<strong>la</strong> actitud estirada y altiva que ahora era como una segunda naturaleza.Por lo tanto, fue cuestión de cierta importancia cuando, al levantarse de un <strong>la</strong>rgo letargo,agitado por una serie de sueños intolerables <strong>en</strong>tre los que destacaba <strong>la</strong> figura de Ze<strong>en</strong>y Vakiltransformada <strong>en</strong> sir<strong>en</strong>a que le cantaba desde un iceberg <strong>en</strong> tono de angustiosa dulzura,<strong>la</strong>m<strong>en</strong>tando no poder reunirse con él <strong>en</strong> tierra firme, l<strong>la</strong>mándole, l<strong>la</strong>mándole; pero cuando él seacercó, el<strong>la</strong> lo <strong>en</strong>cerró rápidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>la</strong>s <strong>en</strong>trañas de su montaña de hielo y su dulce canto setrocó <strong>en</strong> himno de triunfo y v<strong>en</strong>ganza... fue, como digo, algo serio cuando Sa<strong>la</strong>din Chamcha, aldespertar y mirarse a un espejo con marco de <strong>la</strong>ca «Japonaiserie» azul y oro, vio reflejada <strong>en</strong> él<strong>la</strong> antigua cara angelical con un par de bultos <strong>en</strong> <strong>la</strong>s si<strong>en</strong>es, a<strong>la</strong>rmantes y descoloridos, señal deque, durante sus reci<strong>en</strong>tes av<strong>en</strong>turas, debía de haber recibido dos fuertes golpes. Mi<strong>en</strong>trasmiraba <strong>en</strong> el espejo su cara alterada, Chamcha trataba de recordarse de sí mismo. Yo soy unhombre de verdad, dijo al espejo, con una historia de verdad y un futuro bi<strong>en</strong> trazado. Soy unhombre para el que ciertas cosas ti<strong>en</strong><strong>en</strong> importancia: el rigor, <strong>la</strong> autodisciplina, <strong>la</strong> razón, <strong>la</strong>búsqueda de lo noble sin recurso a <strong>la</strong> vieja muleta de Dios. El ideal de <strong>la</strong> belleza, <strong>la</strong> posibilidadde <strong>la</strong> exaltación del p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to. Yo soy: un hombre casado. Pero, a pesar de su letanía,perversos p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos le visitaban con insist<strong>en</strong>cia. Por ejemplo, el de que el mundo no existíamás allá de aquel<strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya de allá fuera y, ahora, de esta casa. De que, si no t<strong>en</strong>ía cuidado, si se


precipitaba, caería por el borde, a <strong>la</strong>s nubes. Todas <strong>la</strong>s cosas t<strong>en</strong>ían que hacerse. O que: sil<strong>la</strong>maba a su casa, ahora mismo, como era su obligación, si informaba a su amante esposa deque no estaba muerto, de que no había sido desm<strong>en</strong>uzado <strong>en</strong> el aire sino que estaba aquí, <strong>en</strong>tierra firme, si hacía este acto emin<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te s<strong>en</strong>sato, <strong>la</strong> persona que contestara al teléfono noreconocería su nombre. O, <strong>en</strong> tercer lugar: que el ruido de pasos que sonaba <strong>en</strong> sus oídos, unospasos lejanos pero que se acercaban, no era una resonancia temporal causada por <strong>la</strong> caída sinoel sonido de una catástrofe inmin<strong>en</strong>te que se acercaba letra a letra, eleo<strong>en</strong>e deerreeese, Londres.Aquí estoy, <strong>en</strong> <strong>la</strong> casa de <strong>la</strong> abue<strong>la</strong>. La de ojos, manos, di<strong>en</strong>tes grandes.Había un teléfono supletorio <strong>en</strong> su mesita de noche. V<strong>en</strong>ga ya, se exhortó él. Descuelga,marca y tu equilibrio será restablecido. Estas letanías de pusilánime no son propias ni dignas deti. Pi<strong>en</strong>sa <strong>en</strong> su dolor; lláma<strong>la</strong> ya.Era de noche. Él no sabía <strong>la</strong> hora. En <strong>la</strong> habitación no había reloj y el suyo de pulserahabía desaparecido durante los últimos acontecimi<strong>en</strong>tos. ¿Debía, no debía? Marcó <strong>la</strong>s nuevecifras. A <strong>la</strong> cuarta l<strong>la</strong>mada, le contestó una voz de hombre. «¿Qué puñeta?» Soñoli<strong>en</strong>ta,inid<strong>en</strong>tificable, familiar. «Perdón —dijo Sa<strong>la</strong>din Chamcha—. Disculpe, me equivoqué d<strong>en</strong>úmero.»Se quedó mirando fijam<strong>en</strong>te el teléfono mi<strong>en</strong>tras recordaba una comedia que había visto<strong>en</strong> Bombay, basada <strong>en</strong> un original inglés, una obra de, de, no daba con el nombre. ¿T<strong>en</strong>nyson?No, no. ¿Somerset Maugham? «A hacer puñetas.» En el original, ahora de autor anónimo, unhombre al que se creía muerto, regresa, al cabo de muchos años de aus<strong>en</strong>cia, como un fantasmavivi<strong>en</strong>te, a su mundo anterior. Visita <strong>la</strong> que fuera su casa, por <strong>la</strong> noche, subrepticiam<strong>en</strong>te, ymira por una v<strong>en</strong>tana abierta. Descubre que su esposa, que se creía viuda, ha vuelto a casarse.En el alféizar ve el juguete de un niño. Se queda un rato allí de pie, <strong>en</strong> <strong>la</strong> oscuridad, luchandocon sus s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos; luego coge el juguete del alféizar; y se marcha para siempre, sin hacernotar su pres<strong>en</strong>cia. En <strong>la</strong> versión india, el argum<strong>en</strong>to había sido modificado un poco. La esposase había casado con el mejor amigo de su marido. El marido regresa y <strong>en</strong>tra <strong>en</strong> <strong>la</strong> casa, sinesperar nada. Al <strong>en</strong>contrar a su esposa y a su viejo amigo s<strong>en</strong>tados juntos, no sospecha que sehayan casado. Da <strong>la</strong>s gracias a su amigo por conso<strong>la</strong>r a su esposa; pero él ya ha vuelto a casa ytodo está bi<strong>en</strong>. El matrimonio no sabe cómo decirle <strong>la</strong> verdad; al fin, es una criada <strong>la</strong> que lodescubre. El marido, cuya <strong>la</strong>rga aus<strong>en</strong>cia se debió a un ataque de amnesia, al oír <strong>la</strong> noticia, lesanuncia que, seguram<strong>en</strong>te, él también debe de haber vuelto a casarse durante su <strong>la</strong>rga aus<strong>en</strong>ciadel hogar; desgraciadam<strong>en</strong>te, sin embargo, ahora que ha recobrado el recuerdo de su vidaanterior, ha olvidado lo ocurrido durante los años de su desaparición. Va a <strong>la</strong> policía, a pedirque busque a su nueva esposa, a pesar de que no puede recordar nada de el<strong>la</strong>, ni sus ojos ni elmero hecho de su exist<strong>en</strong>cia. Caía el telón.Sa<strong>la</strong>din Chamcha, solo, <strong>en</strong> un dormitorio desconocido, con un pijama extraño a rayasrojas y b<strong>la</strong>ncas, lloraba boca abajo <strong>en</strong> una cama estrecha. «Malditos sean todos los indios»,gritaba ahogando <strong>la</strong> voz con <strong>la</strong> ropa de <strong>la</strong> cama golpeando con los puños unas fundas dealmohada de puntil<strong>la</strong>s compradas <strong>en</strong> Harrods de Bu<strong>en</strong>os Aires, con tanto furor que <strong>la</strong> te<strong>la</strong> decincu<strong>en</strong>ta años quedó hecha trizas. «Qué puñeta. Pero qué ordinariez, qué puta, puta falta dedelicadeza. Qué puñeta. Ese cochino, esos cochinos, qué falta de cochino gusto.»Fue <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to cuando llegó <strong>la</strong> policía que v<strong>en</strong>ía a arrestarle.* * *La noche después de recogerlos a los dos <strong>en</strong> <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya, Rosa Diamond estaba otra vez <strong>en</strong><strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana nocturna de su insomnio de anciana, contemp<strong>la</strong>ndo el mar de noveci<strong>en</strong>tos años. Elque olía había estado durmi<strong>en</strong>do desde que lo acostaron rodeado de botel<strong>la</strong>s de agua cali<strong>en</strong>te, lo


mejor que se podía hacer por él, a ver si recobraba <strong>la</strong> fuerza. Los había puesto a los dos <strong>en</strong> elpiso de arriba, a Chamcha, <strong>en</strong> <strong>la</strong> habitación de los invitados, y a Gibreel, <strong>en</strong> el estudio de sudifunto marido, y mi<strong>en</strong>tras contemp<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> inm<strong>en</strong>sa y reluci<strong>en</strong>te l<strong>la</strong>nura del mar, podía oírlemoverse allá arriba, <strong>en</strong>tre los grabados ornitológicos y los silbatos de rec<strong>la</strong>mo del difuntoH<strong>en</strong>ry Diamond, <strong>la</strong>s bo<strong>la</strong>s y el látigo y <strong>la</strong>s fotografías aéreas de <strong>la</strong> estancia de Los Á<strong>la</strong>mos, allálejos, hacía ya tanto tiempo, pisadas de hombre <strong>en</strong> aquel<strong>la</strong> habitación, qué tranquilidad.Farishta paseaba arriba y abajo, rehuy<strong>en</strong>do el sueño por sus propios motivos. Y, debajo de suspisadas, Rosa miraba al techo y le l<strong>la</strong>maba <strong>en</strong> susurros con un nombre no pronunciado <strong>en</strong>mucho tiempo. Martín, decía. Y, de apellido, el nombre de <strong>la</strong> serpi<strong>en</strong>te más v<strong>en</strong><strong>en</strong>osa de supaís. La víbora de <strong>la</strong> Cruz.De pronto, el<strong>la</strong> vio los bultos que se movían por <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya, como si el nombre prohibidohubiera conjurado a los muertos. Otra vez no, p<strong>en</strong>só, y fue <strong>en</strong> busca de sus gemelos. Cuandovolvió <strong>en</strong>contró <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya ll<strong>en</strong>a de sombras y esta vez se asustó, porque, mi<strong>en</strong>tras que <strong>la</strong> flotanormanda, cuando v<strong>en</strong>ía, v<strong>en</strong>ía navegando ufana y abiertam<strong>en</strong>te, sin recurso a subterfugios,estas sombras eran so<strong>la</strong>padas, emitían imprecaciones ahogadas y a<strong>la</strong>rmantes, gañidos y <strong>la</strong>dridossordos, parecían decapitadas, agazapadas, con brazos y piernas bamboleantes, como cangrejosgigantes sin caparazón. Se escurrían de costado y los guijarros rechinaban bajo pesadas botas.Había cantidad de el<strong>la</strong>s. Las vio llegar al cobertizo <strong>en</strong> cuya pared <strong>la</strong> figura descolorida de unpirata tuerto sonreía b<strong>la</strong>ndi<strong>en</strong>do un sable, y eso ya fue demasiado, eso sí que no lo aguanto,decidió el<strong>la</strong>, y bajó <strong>la</strong> escalera dando traspiés <strong>en</strong> busca de ropa de abrigo y cogió el armapreferida de su desquite: un gran rollo de manguera verde. Desde <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> casa, gritó convoz c<strong>la</strong>ra: «Os veo c<strong>la</strong>ram<strong>en</strong>te. Salid, salid, qui<strong>en</strong>quiera que seáis.»Ellos <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dieron siete soles cegándo<strong>la</strong> y <strong>en</strong>tonces el<strong>la</strong> sintió pánico, iluminada por lossiete focos azu<strong>la</strong>dos alrededor de los cuales, como luciérnagas o satélites, se movían legión deluces más pequeñas: faroles linternas cigarrillos. Empezó a darle vueltas <strong>la</strong> cabeza y, por unmom<strong>en</strong>to, perdió <strong>la</strong> facultad de distinguir <strong>en</strong>tre <strong>en</strong>tonces y ahora y, <strong>en</strong> su consternación,empezó a decir Apagu<strong>en</strong> esa luz, es que no sab<strong>en</strong> que hay a<strong>la</strong>rma aérea, como sigan así vamosa t<strong>en</strong>er <strong>en</strong>cima a los alemanes. «Estoy desvariando», descubrió el<strong>la</strong> con irritación, y golpeó elfelpudo con el bastón. Y <strong>en</strong>tonces, como por arte de magia, unos policías aparecieron <strong>en</strong> eldeslumbrante círculo de luz.Algui<strong>en</strong> había d<strong>en</strong>unciado <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>cia de una persona sospechosa <strong>en</strong> <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya, usted seacordará de cuando llegaban <strong>en</strong> barcos de pesca, los inmigrantes ilegales, y, gracias a aquel<strong>la</strong>única l<strong>la</strong>mada telefónica anónima, cincu<strong>en</strong>ta y siete policías de uniforme peinaban ahora <strong>la</strong>p<strong>la</strong>ya, con linternas que osci<strong>la</strong>ban alocadam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>la</strong> oscuridad, ag<strong>en</strong>tes llegados de HastingsEastbourne Bexhill-upon-Sea e, incluso, una delegación de Brighton, porque nadie queríaperderse <strong>la</strong> diversión, <strong>la</strong> emoción de <strong>la</strong> caza. Cincu<strong>en</strong>ta y siete ag<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> una expediciónp<strong>la</strong>yera, acompañados de trece perros que olfateaban el aire marino y levantaban <strong>la</strong> pata conalegría. Arriba, <strong>en</strong> <strong>la</strong> casa, lejos del pelotón de hombres y perros, Rosa Diamond miraba a loscinco ag<strong>en</strong>tes que guardaban <strong>la</strong>s salidas, puerta principal, v<strong>en</strong>tanas de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nta baja, <strong>la</strong> puertadel fregadero, por si el presunto maleante int<strong>en</strong>taba una presunta huida; y a los tres hombres depaisano, con americanas de paisano, sombreros de paisano y caras a juego; y, de<strong>la</strong>nte de todos,sin atreverse a mirar<strong>la</strong> a los ojos, el jov<strong>en</strong> inspector Lime, que frotaba el suelo con <strong>la</strong>s sue<strong>la</strong>s delos zapatos, se tocaba <strong>la</strong> nariz y parecía más viejo y más colorado que lo que justificaban suscuar<strong>en</strong>ta años. El<strong>la</strong> le apoyó <strong>la</strong> punta del bastón <strong>en</strong> el pecho, a estas horas de <strong>la</strong> noche, Frank,qué es esto, pero él no iba a cons<strong>en</strong>tir que el<strong>la</strong> le gritara, no esta noche, no con los deinmigración observando todos sus movimi<strong>en</strong>tos, de manera que se irguió y metió el doblem<strong>en</strong>tón.«Usted nos perdonará, Mrs. D... ciertas d<strong>en</strong>uncias..., informaciones que nos han sidofacilitadas..., exist<strong>en</strong> fundados motivos para creer..., justifican <strong>la</strong> investigación..., obligados aregistrar su..., obt<strong>en</strong>ido el mandami<strong>en</strong>to.»


«No sea ridículo, Frank, amigo mío», empezó Rosa, pero <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to los treshombres con cara de paisano se irguieron como si se pusieran rígidos, con una pierna un pocolevantada, como perros poínter; el primero empezó a <strong>la</strong>nzar un extraño siseo que parecía dep<strong>la</strong>cer, mi<strong>en</strong>tras que de los <strong>la</strong>bios del segundo se escapaba un leve gemido y el terceroempezaba a poner los ojos <strong>en</strong> b<strong>la</strong>nco con una curiosa expresión de cont<strong>en</strong>to. Luego, los tresseña<strong>la</strong>ron al recibidor situado a <strong>la</strong> espalda de Rosa Diamond, iluminado por los focos, donde sehal<strong>la</strong>ba Mr. Sa<strong>la</strong>din Chamcha, sujetándose el pijama con <strong>la</strong> mano izquierda porque cuando searrojó sobre <strong>la</strong> cama se le saltó un botón. Con <strong>la</strong> derecha, se frotaba un ojo. «Bingo», dijo el delsiseo, mi<strong>en</strong>tras que el del gemido juntó <strong>la</strong>s manos debajo de <strong>la</strong> barbil<strong>la</strong> para indicar que susoraciones habían sido escuchadas y el de los ojos <strong>en</strong> b<strong>la</strong>nco pasó junto a Rosa Diamond sin máscumplidos que un: «Con su permiso, señora.»Luego vino <strong>la</strong> inundación, y Rosa fue acorra<strong>la</strong>da <strong>en</strong> un rincón de su propia sa<strong>la</strong> de estarpor aquel mar <strong>en</strong>crespado de cascos, de manera que no podía distinguir a Sa<strong>la</strong>din Chamcha nioír lo que decía. No le oyó explicar lo de <strong>la</strong> explosión del Bostan; es un error, gritaba él, yo nosoy un inmigrante ilegal de los barcos de pesca, yo no soy uno de sus ugando-k<strong>en</strong>yatas. Lospolicías empezaban a sonreír, compr<strong>en</strong>do, señor, desde diez mil metros y luego nadó hasta <strong>la</strong>costa. Ti<strong>en</strong>e derecho a guardar sil<strong>en</strong>cio, dijeron con voz temblona de regocijo, y <strong>en</strong> seguidaestal<strong>la</strong>ron <strong>en</strong> estru<strong>en</strong>dosas carcajadas, vaya pájaro, desde luego. Pero Rosa no oía <strong>la</strong>s protestasde Sa<strong>la</strong>din, los policías que reían se lo impedían, ti<strong>en</strong><strong>en</strong> que creerme, soy ciudadano británico,con permiso de resid<strong>en</strong>cia, pero al no poder pres<strong>en</strong>tar pasaporte ni otro docum<strong>en</strong>toid<strong>en</strong>tificativo, ellos empezaron a llorar de risa, <strong>la</strong>s lágrimas resba<strong>la</strong>ban por <strong>la</strong>s caras pálidas delos hombres de paisano de inmigración. Desde luego, ni que decir ti<strong>en</strong>e, reían, los papeles se lecayeron del bolsillo durante el desc<strong>en</strong>so, ¿o a lo mejor <strong>la</strong>s sir<strong>en</strong>as le bir<strong>la</strong>ron <strong>la</strong> cartera <strong>en</strong> elfondo del mar? Rosa no podía ver, <strong>en</strong> aquel tumulto de hombres agitados por <strong>la</strong> risa y perros, loque unos brazos de uniforme podían hacer a los brazos de Chamcha, ni unos puños a suestómago, ni unas botas a sus espinil<strong>la</strong>s; ni podía estar segura de si eran gritos de él o <strong>la</strong>dridosde los perros. Por fin sí oyó su voz que se alzaba <strong>en</strong> un último grito desesperado. «¿Es qu<strong>en</strong>inguno de ustedes mira <strong>la</strong> televisión? ¿No me conoc<strong>en</strong>? Yo soy Maxim. Maxim Ali<strong>en</strong>.»«Desde luego —dijo el funcionario de los ojos <strong>en</strong> b<strong>la</strong>nco—. Y yo, <strong>la</strong> Rana Kermit.»Lo que Sa<strong>la</strong>din Chamcha no dijo, ni siquiera cuando compr<strong>en</strong>dió que había un graveerror es: «Aquí ti<strong>en</strong><strong>en</strong> un número de Londres —omitió informar a los policías que learrestaban—. Al otro extremo del hilo <strong>en</strong>contrarán a una persona que responderá por mí, queles confirmará que lo que les digo es cierto: mi <strong>en</strong>cantadora esposa b<strong>la</strong>nca e inglesa.» No,señor. Qué puñeta.Rosa Diamond reunió <strong>en</strong>ergías. «Un mom<strong>en</strong>to, Frank Lime —dijo con voz sonora—.Un mom<strong>en</strong>to.» Pero los tres de paisano habían empezado otra vez su extraño número de siseogemido ojos <strong>en</strong> b<strong>la</strong>nco, y <strong>en</strong> el súbito sil<strong>en</strong>cio de <strong>la</strong> habitación, el de los ojos <strong>en</strong> b<strong>la</strong>nco seña<strong>la</strong>baa Chamcha con un dedo tembloroso dici<strong>en</strong>do: «Señora, si lo que quiere es una prueba, no<strong>en</strong>contrará otra mejor que eso.»Sa<strong>la</strong>din Chamcha, sigui<strong>en</strong>do <strong>la</strong> dirección del dedo de Ojos <strong>en</strong> B<strong>la</strong>nco, levantó <strong>la</strong>s manosa <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te y <strong>en</strong>tonces compr<strong>en</strong>dió que había despertado a <strong>la</strong> más espantosa de <strong>la</strong>s pesadil<strong>la</strong>s,una pesadil<strong>la</strong> que no había hecho más que empezar, porque allí, <strong>en</strong> sus si<strong>en</strong>es, desarrollándosepor mom<strong>en</strong>tos y lo bastante agudos como para hacer sangrar, había dos cuernos nuevos,caprinos, incuestionables.* * *Antes de que el ejército de policías se llevaran a Sa<strong>la</strong>din Chamcha a su nueva vida,


hubo otro hecho inesperado. Gibreel Farishta, al ver el fuerte resp<strong>la</strong>ndor de <strong>la</strong>s luces y oír <strong>la</strong>risa delirante de los funcionarios de <strong>la</strong> ley, bajó vestido con una chaqueta de smoking colorburdeos y pantalón de montar, elegidos del guardarropa de H<strong>en</strong>ry Diamond. Envuelto <strong>en</strong> unleve olor a bo<strong>la</strong>s de naftalina, desde el rel<strong>la</strong>no del primer piso, observaba los hechos sin hacercom<strong>en</strong>tarios. Permaneció allí sin que se advirtiera su pres<strong>en</strong>cia hasta que Chamcha, cuando ibaa salir, esposado, hacia el furgón, descalzo y todavía sujetándose el pijama, lo vio y gritó:«Gibreel, por amor de Dios, diles lo que ha pasado.»Siseo Gemido Ojos <strong>en</strong> B<strong>la</strong>nco se volvieron rápidam<strong>en</strong>te hacia Gibreel. «¿Y éste quiénes? —preguntó el inspector Lime—. ¿Otro llovido del cielo?»Pero <strong>la</strong> voz se le murió <strong>en</strong> <strong>la</strong> garganta, porque <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to se apagaron los focos,ya que se había dado <strong>la</strong> ord<strong>en</strong> para ello cuando Chamcha fue esposado y reducido, y, alextinguirse los siete soles, todos pudieron ver que una pálida luz dorada emanaba del hombredel smoking, concretam<strong>en</strong>te, de un punto situado inmediatam<strong>en</strong>te detrás de su cabeza. Elinspector Lime nunca m<strong>en</strong>cionó aquel resp<strong>la</strong>ndor y, si le hubieran preguntado, habría negadohaber visto <strong>en</strong> su vida semejante cosa, una aureo<strong>la</strong>, a finales del siglo veinte, pues no faltabamás.Pero cuando Gibreel preguntó: «¿Qué quier<strong>en</strong> esos hombres?», todos los pres<strong>en</strong>tessintieron el deseo de contestar su pregunta sin omitir detalle, de reve<strong>la</strong>rle sus secretos, como siél fuera, como si, pero no, es ridículo, ellos moverían <strong>la</strong> cabeza durante semanas, hasta que seconv<strong>en</strong>cieran de que hicieron lo que hicieron por motivos puram<strong>en</strong>te lógicos, él era un viejoamigo de Mrs. Diamond, los dos habían <strong>en</strong>contrado al granuja de Chamcha medio ahogado <strong>en</strong><strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya y le habían acogido por razones humanitarias, no había por qué seguir molestando aRosa ni a Mr. Farishta, imposible <strong>en</strong>contrar caballero de mejor aspecto, con su smoking y sus,<strong>en</strong> fin, <strong>la</strong> exc<strong>en</strong>tricidad nunca fue un crim<strong>en</strong>.«Gibreel —dijo Sa<strong>la</strong>din Chamcha—, socorro.» Pero los ojos de Gibreel estaban fijos <strong>en</strong>Rosa Diamond. Él <strong>la</strong> contemp<strong>la</strong>ba sin poder apartar <strong>la</strong> mirada. Entonces movióafirmativam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> cabeza y volvió al piso de arriba. Nadie trató de impedírselo.Cuando Chamcha llegó al furgón vio al traidor, Gibreel Farishta, mirándole desde elbalconcito del dormitorio de Rosa, y no había ninguna luz <strong>en</strong> <strong>la</strong> cabeza del sinvergü<strong>en</strong>za.2Kan ma kan/Fi qadim azzaman... Tal vez sí o tal vez no, vivían <strong>en</strong> tiempos remotos <strong>en</strong><strong>la</strong> tierra de p<strong>la</strong>ta de <strong>la</strong> Arg<strong>en</strong>tina un tal don Enrique Diamond que sabía mucho de pájaros y


poco de mujeres y Rosa, su esposa, que sabía poco de hombres y mucho del amor. Y sucedióque cierto día <strong>en</strong> que <strong>la</strong> señora había salido a montar, cabalgando a <strong>la</strong> amazona y tocada con unsombrero adornado con una pluma, llegó a <strong>la</strong>s grandes puertas de piedra de <strong>la</strong> estanciaDiamond que se alzaban, incongru<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> medio de <strong>la</strong> vacía pampa, <strong>en</strong>contró unavestruz que corría hacia el<strong>la</strong> tan aprisa como podía, corría por su vida, usando todas <strong>la</strong>s mañasy fintas que podía imaginar, porque el avestruz es un ave astuta, difícil de cazar. Detrás de<strong>la</strong>vestruz había una nube de polvo ll<strong>en</strong>a de los ruidos de hombres que cazan, y cuando e<strong>la</strong>vestruz estuvo a dos metros de Rosa, <strong>la</strong> nube <strong>la</strong>nzó unas bo<strong>la</strong>s que se <strong>en</strong>redaron <strong>en</strong> <strong>la</strong>s patasdel animal y lo hicieron caer al suelo, a los pies de <strong>la</strong> yegua torda. El hombre que echó pie atierra para matar el ave no apartaba los ojos de <strong>la</strong> cara de Rosa. Sacó un cuchillo con puño dep<strong>la</strong>ta de una funda que llevaba <strong>en</strong> el cinturón y lo hundió hasta <strong>la</strong> empuñadura <strong>en</strong> el cuello de<strong>la</strong>ve, sin mirar al avestruz agonizante ni una so<strong>la</strong> vez, mirando sin pestañear los ojos de RosaDiamond, mi<strong>en</strong>tras se arrodil<strong>la</strong>ba <strong>en</strong> <strong>la</strong> vasta tierra amaril<strong>la</strong>. Aquel hombre se l<strong>la</strong>maba Martínde <strong>la</strong> Cruz.Después de que se llevaran a Chamcha, Gibreel Farishta se asombraba de su propiocomportami<strong>en</strong>to. En aquel mom<strong>en</strong>to irreal <strong>en</strong> el que se sintió pr<strong>en</strong>dido <strong>en</strong> los ojos de <strong>la</strong> ancianainglesa, le pareció que ya no mandaba <strong>en</strong> su voluntad, que otra persona había asumido el podersobre el<strong>la</strong>. Debido a <strong>la</strong> índole desconcertante de reci<strong>en</strong>tes acontecimi<strong>en</strong>tos así como a sudecisión de permanecer despierto el mayor tiempo posible, tardó varios días <strong>en</strong> re<strong>la</strong>cionaraquellos hechos con el mundo de detrás de sus párpados, y sólo <strong>en</strong>tonces compr<strong>en</strong>dió que t<strong>en</strong>íaque marcharse, porque el universo de sus pesadil<strong>la</strong>s empezaba a p<strong>en</strong>etrar <strong>en</strong> su vigilia y, si not<strong>en</strong>ía cuidado, nunca conseguiría empezar otra vez, r<strong>en</strong>acer con el<strong>la</strong>, a través de el<strong>la</strong>, deAlleluia, <strong>la</strong> mujer que había visto el techo del mundo.Gibreel se sorpr<strong>en</strong>dió al darse cu<strong>en</strong>ta de que no había int<strong>en</strong>tado ponerse <strong>en</strong> contacto conAllie; ni ayudar a Chamcha <strong>en</strong> su mom<strong>en</strong>to de necesidad. Ni se había a<strong>la</strong>rmado ante <strong>la</strong>aparición de un par de hermosos cuernos nuevecitos <strong>en</strong> <strong>la</strong> cabeza de Sa<strong>la</strong>din, circunstancia que,indudablem<strong>en</strong>te, debiera ocasionarle cierta preocupación. Debía de estar <strong>en</strong> una especie detrance, y cuando preguntó a <strong>la</strong> vieja lo que p<strong>en</strong>saba de todo aquello, el<strong>la</strong> sonrió de un modoextraño y le dijo que no había nada nuevo bajo el sol, que el<strong>la</strong> había visto cosas, apariciones dehombres con cascos cornudos, que <strong>en</strong> una tierra vieja como Ing<strong>la</strong>terra no cabían historiasnuevas, que hasta <strong>la</strong> última brizna de hierba había sido pisada ci<strong>en</strong> mil veces. Durante <strong>la</strong>rgosperíodos del día su char<strong>la</strong> se hacía divagatoria y difusa, pero <strong>en</strong> otros mom<strong>en</strong>tos se empeñaba<strong>en</strong> prepararle grandes comilonas, pastel de carne, ruibarbo picado con espesa crema, sucul<strong>en</strong>tosestofados y potajes. Y <strong>en</strong> todo mom<strong>en</strong>to mostraba una expresión de inexplicable cont<strong>en</strong>to,como si <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>cia de Gibreel le produjera una profunda e insospechada alegría. Él iba conel<strong>la</strong> al pueblo, de compras; <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te miraba; el<strong>la</strong>, indifer<strong>en</strong>te, andaba agitando imperiosam<strong>en</strong>teel bastón. Pasaban los días. Gibreel no se iba.«¡Maldita abue<strong>la</strong> inglesa! —se decía—. Reliquia de una especie extinta. ¿Qué puñetahago yo aquí?» Pero se quedaba, sujeto por cad<strong>en</strong>as no vistas. Y el<strong>la</strong>, a <strong>la</strong> m<strong>en</strong>or oportunidad,cantaba una vieja canción <strong>en</strong> español de <strong>la</strong> que él no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día ni pa<strong>la</strong>bra. ¿Sería algo debrujería? ¿Era el<strong>la</strong> una anciana Morgan Le Fay que cantaba para atraer a su cueva de cristal aun jov<strong>en</strong> Merlin? Gibreel iba hacia <strong>la</strong> puerta; Rosa se ponía a cantar; él se paraba. «¿Por quéno, al fin y al cabo? —se decía él <strong>en</strong>cogiéndose de hombros—. La vieja necesita compañía.Grandeza v<strong>en</strong>ida a m<strong>en</strong>os, ¡por vida de! Hay que ver a lo que ha v<strong>en</strong>ido a parar. De todosmodos, el descanso no me v<strong>en</strong>drá mal. Repondré fuerzas. Sólo un par de días.» Al anochecer,se s<strong>en</strong>taban <strong>en</strong> aquel salón repleto de adornos de p<strong>la</strong>ta, <strong>en</strong>tre los que figuraba un cuchillo conpuño de este metal, colocado debajo del busto de escayo<strong>la</strong> de H<strong>en</strong>ry Diamond que mirabadesde lo alto de <strong>la</strong> vitrina del rincón, y cuando el reloj de pie daba <strong>la</strong>s seis, él servía dos copas


de jerez y el<strong>la</strong> se ponía a hab<strong>la</strong>r, pero no sin antes decir indefectiblem<strong>en</strong>te, con <strong>la</strong> regu<strong>la</strong>ridadde un reloj: El abuelo siempre llega cuatro minutos tarde, por cortesía, no le gusta serexcesivam<strong>en</strong>te puntual. Y <strong>en</strong>tonces el<strong>la</strong> empezaba, sin preocuparse del éraseunavez, y, tanto siera verdad como m<strong>en</strong>tira, él podía advertir <strong>la</strong> fiera <strong>en</strong>ergía que el<strong>la</strong> ponía <strong>en</strong> el re<strong>la</strong>to, <strong>la</strong>súltimas desesperadas reservas de su voluntad que el<strong>la</strong> vertía <strong>en</strong> su historia, el único tiempo felizque yo recuerde le dijo, de manera que él compr<strong>en</strong>día que aquel talego de retazos revuelto por<strong>la</strong> memoria era <strong>en</strong> realidad el corazón de <strong>la</strong> mujer, su autorretrato, <strong>la</strong> forma <strong>en</strong> que el<strong>la</strong> semiraba al espejo cuando estaba so<strong>la</strong>, y que aquel<strong>la</strong> tierra p<strong>la</strong>teada del pasado era su moradapredilecta, no esta casa ruinosa <strong>en</strong> <strong>la</strong> que siempre estaba tropezando con <strong>la</strong>s cosas —tirandomesitas o golpeándose con los picaportes — , llorando y exc<strong>la</strong>mando: Todo se <strong>en</strong>coge.Cuando, <strong>en</strong> 1935, Rosa zarpó para <strong>la</strong> Arg<strong>en</strong>tina, recién casada con el anglo-arg<strong>en</strong>tinodon Enrique, de Los Á<strong>la</strong>mos, él dijo eso es <strong>la</strong> pampa, seña<strong>la</strong>ndo el océano. Sólo con mirar<strong>la</strong> nopuedes darte cu<strong>en</strong>ta de lo grande que es. Ti<strong>en</strong>es que recorrer<strong>la</strong>, ti<strong>en</strong>es que s<strong>en</strong>tir suinmutabilidad día tras día. Hay lugares <strong>en</strong> los que el vi<strong>en</strong>to es tan fuerte como un puño, perocompletam<strong>en</strong>te sil<strong>en</strong>cioso, te tumba pero tú no oyes nada. Y es que no hay árboles: ni un ombú,ni un á<strong>la</strong>mo, nada. Y, por cierto, mucho cuidado con <strong>la</strong>s hojas del ombú. V<strong>en</strong><strong>en</strong>o mortal. Elvi<strong>en</strong>to no te mata, pero el jugo de <strong>la</strong>s hojas, sí. El<strong>la</strong> palmoteó como una niña. Vamos, vamos,H<strong>en</strong>ry, vi<strong>en</strong>tos sil<strong>en</strong>ciosos, hojas v<strong>en</strong><strong>en</strong>osas. Haces que parezca un cu<strong>en</strong>to de hadas. H<strong>en</strong>ry, decabello rubio, cuerpo b<strong>la</strong>ndo, ojos grandes y m<strong>en</strong>te l<strong>en</strong>ta, <strong>la</strong> miró consternado. Oh, no, dijo.Tampoco es tan malo.El<strong>la</strong> se tras<strong>la</strong>dó a aquel<strong>la</strong> inm<strong>en</strong>sidad cubierta por una infinita bóveda azul, porqueH<strong>en</strong>ry le hizo <strong>la</strong> pregunta trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tal y el<strong>la</strong> le dio <strong>la</strong> única respuesta que puede dar unasoltera de cuar<strong>en</strong>ta años. Pero, cuando llegó, se hizo a sí misma una pregunta más trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>taltodavía: ¿de qué sería el<strong>la</strong> capaz <strong>en</strong> todo aquel espacio? ¿Hasta dónde le alcanzaría el valor,cómo podría el<strong>la</strong> ext<strong>en</strong>derse? Sería bu<strong>en</strong>a o ma<strong>la</strong>, se decía, lo importante era ser nueva. Nuestrovecino, el doctor Jorge Babington, dijo a Gibreel, me t<strong>en</strong>ía atragantada, compr<strong>en</strong>de, me contabacu<strong>en</strong>tos de los ingleses <strong>en</strong> América del Sur, todos, unas bu<strong>en</strong>as piezas, decía con desdén,espías, bandidos y saqueadores. ¿Tan exóticos son <strong>en</strong> su fría Ing<strong>la</strong>terra? le preguntaba y luegocontestaba su propia pregunta: No lo creo, señora. Apretujados <strong>en</strong> ese ataúd de is<strong>la</strong>, ti<strong>en</strong><strong>en</strong> quebuscar más anchos horizontes para expresar su personalidad secreta.El secreto de Rosa Diamond era un ansia de amor tan grande que nunca podría sersatisfecha por su pobre y prosaico H<strong>en</strong>ry, eso era evid<strong>en</strong>te, porque todo el romanticismo quecabía <strong>en</strong> aquel cuerpo fofo estaba reservado para los pájaros, halcones de pantano, v<strong>en</strong>cejos,agachadizas. Él pasaba sus días más felices <strong>en</strong> un pequeño bote de remos, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s <strong>la</strong>gunas, <strong>en</strong>trelos juncos, con los prismáticos <strong>en</strong> los ojos. Una vez, <strong>en</strong> el tr<strong>en</strong> de Bu<strong>en</strong>os Aires, avergonzó aRosa al hacerle una demostración de sus cantos favoritos <strong>en</strong> el vagón restaurante, haci<strong>en</strong>dobocina con <strong>la</strong> mano: dormilón, ibis vanduria, trupial. ¿Por qué no puedes quererme a mí de esamanera?, deseaba preguntar el<strong>la</strong>, pero nunca se lo preguntó, porque para H<strong>en</strong>ry el<strong>la</strong> era unabu<strong>en</strong>a muchacha, y <strong>la</strong> pasión era una exc<strong>en</strong>tricidad propia de otras razas. El<strong>la</strong> se convirtió <strong>en</strong> elg<strong>en</strong>eralísimo de <strong>la</strong> estancia, y hacía lo posible para sofocar los malos p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos y deseos.Se acostumbró a salir de noche a pasear por <strong>la</strong> pampa, y se t<strong>en</strong>día <strong>en</strong> el suelo para mirar <strong>la</strong>ga<strong>la</strong>xia de lo alto y, a veces, bajo <strong>la</strong> influ<strong>en</strong>cia de aquel<strong>la</strong> bril<strong>la</strong>nte cascada de belleza,empezaba a temb<strong>la</strong>r, a estremecerse de un profundo deleite y a tararear una músicadesconocida, y esta música este<strong>la</strong>r fue lo único que el<strong>la</strong> llegó a conocer del goce.Gibreel Farishta: él s<strong>en</strong>tía que los re<strong>la</strong>tos de <strong>la</strong> mujer le <strong>en</strong>volvían como una te<strong>la</strong>rañaret<strong>en</strong>iéndolo <strong>en</strong> aquel mundo perdido <strong>en</strong> el que todas <strong>la</strong>s noches se s<strong>en</strong>taban a <strong>la</strong> mesacincu<strong>en</strong>ta hombres, y qué hombres, nuestros gauchos, nada serviles, muy bravos y orgullosos,mucho. Puros carnívoros; puede verlo <strong>en</strong> <strong>la</strong>s fotos. Durante <strong>la</strong>s <strong>la</strong>rgas noches de sus insomnios,el<strong>la</strong> le hab<strong>la</strong>ba de <strong>la</strong> bruma de calor que se ext<strong>en</strong>día por <strong>la</strong> pampa y los pocos árbolesdestacaban como is<strong>la</strong>s y un jinete parecía un ser mitológico que galopara por <strong>la</strong> superficie del


océano. Era como el fantasma del mar. El<strong>la</strong> le contaba cu<strong>en</strong>tos de fogata de campam<strong>en</strong>to,como el del gaucho ateo que, cuando murió su madre, demostró que no existía el paraísol<strong>la</strong>mando a su espíritu todas <strong>la</strong>s noches, siete noches seguidas. A <strong>la</strong> octava noche, anunció que,evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, el<strong>la</strong> no le había oído, o habría vuelto para conso<strong>la</strong>r a su amado hijo; por lotanto, <strong>la</strong> muerte t<strong>en</strong>ía que ser el fin de todo. Rosa le cautivaba con descripciones de los días <strong>en</strong>que llegaron los peronistas, con sus trajes b<strong>la</strong>ncos y su pelo p<strong>la</strong>nchado, y los peones losecharon, le contaba cómo los anglos construyeron los ferrocarriles para comunicar susestancias, y los diques, también, <strong>la</strong> historia, por ejemplo, de su amiga C<strong>la</strong>udette, «una auténticamujer fatal, amigo mío, que se casó con un ing<strong>en</strong>iero l<strong>la</strong>mado Granger, desilusionando a <strong>la</strong>mitad del Hurlingham. Y se fueron a una presa que él construía y <strong>en</strong>tonces se <strong>en</strong>teraron de quelos rebeldes iban a vo<strong>la</strong>r<strong>la</strong>. Granger se fue a proteger <strong>la</strong> presa, llevándose a todos los hombres,y dejó a C<strong>la</strong>udette so<strong>la</strong> con <strong>la</strong> criada, y a que no lo adivina, a <strong>la</strong>s pocas horas, <strong>la</strong> criada vinocorri<strong>en</strong>do, señora, <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta hay un hombre tan grande como una casa. ¿Y quién si no? Uncapitán rebelde. "¿Y su esposo, madame?" "Esperándole <strong>en</strong> <strong>la</strong> presa, como es su obligación.""Entonces, puesto que él no ha creído oportuno proteger<strong>la</strong>, <strong>la</strong> revolución <strong>la</strong> protegerá." Y pusoguardias <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta, amigo mío, ¿qué le parece? Pero <strong>en</strong> <strong>la</strong> lucha murieron los dos, marido ycapitán, y C<strong>la</strong>udette se empeñó <strong>en</strong> que les hicieran un funeral conjunto, vio bajar a <strong>la</strong> fosa losdos féretros, uno al <strong>la</strong>do del otro, y los lloró a los dos. Después de aquello, todos supimos queera peligrosa, trop fatale, ¿eh? ¡Y cómo! Trop recond<strong>en</strong>adam<strong>en</strong>te fatale». En <strong>la</strong> extravagantehistoria de <strong>la</strong> bel<strong>la</strong> C<strong>la</strong>udette, Gibreel oía <strong>la</strong> música de los propios anhelos de Rosa. En aquellosmom<strong>en</strong>tos, él <strong>la</strong> sorpr<strong>en</strong>día mirándole por el rabillo del ojo y s<strong>en</strong>tía un tirón <strong>en</strong> <strong>la</strong> región delombligo, como si algo tratara de salir. Entonces el<strong>la</strong> desviaba <strong>la</strong> mirada, y <strong>la</strong> s<strong>en</strong>sación sedesvanecía. Quizá fuera sólo efecto secundario de <strong>la</strong> t<strong>en</strong>sión.Una noche él le preguntó si había visto los cuernos que habían salido a Chamcha <strong>en</strong> <strong>la</strong>cabeza, pero el<strong>la</strong> se quedó sorda y, <strong>en</strong> lugar de contestar, le explicó que solía s<strong>en</strong>tarse <strong>en</strong> untaburete de lona, junto al galpón, o corral de los toros <strong>en</strong> Los Á<strong>la</strong>mos, y los toros bravos se leacercaban y apoyaban <strong>la</strong> testuz <strong>en</strong> su regazo. Una tarde, una muchacha l<strong>la</strong>mada Aurora del Sol,<strong>la</strong> novia de Martín de <strong>la</strong> Cruz, hizo un com<strong>en</strong>tario descarado: creí que sólo les hacían eso a <strong>la</strong>svírg<strong>en</strong>es, dijo con audible susurro a sus amigas que cont<strong>en</strong>ían <strong>la</strong> risa, y Rosa se volvió haciael<strong>la</strong> con una dulce sonrisa y respondió: Entonces, guapa, ¿te gustaría probar? Desde aquel día,Aurora del Sol, <strong>la</strong> mejor bai<strong>la</strong>rina de <strong>la</strong> estancia y <strong>la</strong> más bonita de todas <strong>la</strong>s criadas, seconvirtió <strong>en</strong> <strong>en</strong>emiga mortal de <strong>la</strong> mujer del otro <strong>la</strong>do del mar, demasiado alta y demasiadodelgada.«Usted es idéntico a él —dijo Rosa Diamond, mi<strong>en</strong>tras los dos estaban <strong>en</strong> su v<strong>en</strong>tananocturna, uno al <strong>la</strong>do del otro, mirando al mar—. Su doble. Martín de <strong>la</strong> Cruz.» Al oír elnombre del gaucho, Gibreel sintió un dolor tan fuerte <strong>en</strong> el ombligo, un tirón, como si algui<strong>en</strong>le c<strong>la</strong>vara un garfio <strong>en</strong> el vi<strong>en</strong>tre, que de su garganta se escapó un grito. Rosa Diamond nopareció oírlo. «Mire —gritó muy cont<strong>en</strong>ta—. Mire allí.»Corri<strong>en</strong>do por <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya a medianoche, <strong>en</strong> dirección a <strong>la</strong> ata<strong>la</strong>ya y <strong>la</strong> zona de acampada,por <strong>la</strong> misma oril<strong>la</strong>, de manera que <strong>la</strong> marea que estaba subi<strong>en</strong>do borraba sus huel<strong>la</strong>s,zigzagueando y fintando, corri<strong>en</strong>do por su vida, v<strong>en</strong>ía un avestruz adulto de tamaño natural.Huyó por <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya, y los ojos de Gibreel le siguieron, admirados, hasta que se perdió <strong>en</strong> <strong>la</strong>oscuridad.* * *Lo que vino después ocurrió <strong>en</strong> el pueblo. Habían ido a recoger un pastel y una botel<strong>la</strong>de champán porque Rosa había recordado que aquel día cumplía och<strong>en</strong>ta y nueve años. Su


familia había sido expulsada de su vida, por lo que no hubo tarjetas de felicitación ni l<strong>la</strong>madastelefónicas. Gibreel insistió <strong>en</strong> que había que celebrarlo, y le mostró el secreto que guardabad<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> camisa: un ancho cinturón ll<strong>en</strong>o de libras esterlinas adquiridas <strong>en</strong> el mercado negroantes de salir de Bombay. «También, tarjetas de crédito <strong>en</strong> profusión —dijo—. Yo no soy unindig<strong>en</strong>te. Vamos, yo invito.» Ahora estaba tan hechizado por el embrujo narrativo de Rosa quede día <strong>en</strong> día olvidaba que t<strong>en</strong>ía una vida a <strong>la</strong> que volver, una mujer a <strong>la</strong> que sorpr<strong>en</strong>der con elsimple hecho de estar vivo, y demás p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos por el estilo. Caminaba sumiso detrás deMrs. Diamond, cargado con <strong>la</strong>s bolsas de <strong>la</strong> compra.Gibreel estaba esperando <strong>en</strong> una esquina mi<strong>en</strong>tras Rosa char<strong>la</strong>ba con el panaderocuando volvió a s<strong>en</strong>tir el garfio <strong>en</strong> el vi<strong>en</strong>tre y se apoyó <strong>en</strong> un farol, jadeando. Oyó ruido decascos y, por <strong>la</strong> esquina, vio llegar una carreta ll<strong>en</strong>a de g<strong>en</strong>te jov<strong>en</strong> vestida como para un bailede máscaras: los hombres, con pantalón negro ceñido a <strong>la</strong> pantorril<strong>la</strong> por botones de p<strong>la</strong>ta ycamisa b<strong>la</strong>nca abierta hasta casi <strong>la</strong> cintura, y <strong>la</strong>s mujeres, con anchas faldas de vo<strong>la</strong>ntes decolores chillones, escar<strong>la</strong>ta, esmeralda, oro. Cantaban <strong>en</strong> l<strong>en</strong>gua extranjera, y su alegría hacíaque <strong>la</strong> calle pareciera oscura y triste, pero Gibreel compr<strong>en</strong>dió que allí ocurría algo extraño,porque <strong>en</strong> <strong>la</strong> calle nadie más parecía fijarse <strong>en</strong> el carro. Entonces Rosa salió de <strong>la</strong> pastelería conel paquete susp<strong>en</strong>dido del dedo índice de <strong>la</strong> mano izquierda y exc<strong>la</strong>mó: «Oh, ahí vi<strong>en</strong><strong>en</strong> ya parael baile. A m<strong>en</strong>udo había bailes, ¿sabe? A ellos les gusta, lo llevan <strong>en</strong> <strong>la</strong> sangre.» Y, después deuna pausa, agregó: «Fue el baile <strong>en</strong> el que él mató al buitre.»Fue el baile <strong>en</strong> el que un tal Juan Julia, apodado El Buitre por su cadavérico semb<strong>la</strong>nte,bebió demasiado e insultó el honor de Aurora del Sol, y no paró hasta que Martín no tuvo másremedio que pelear, eh, Martín, por qué te gusta tanto fol<strong>la</strong>r con ésa. Yo creía que era muysosa. «Vámonos del baile», dijo Martín y, <strong>en</strong> <strong>la</strong> oscuridad, recortando sus siluetas sobre elresp<strong>la</strong>ndor de los farolillos colgados de los árboles alrededor de <strong>la</strong> pista de baile, los doshombres se <strong>en</strong>volvieron el antebrazo con el poncho, sacaron el cuchillo, dieron vueltas ylucharon. Juan murió. Martín de <strong>la</strong> Cruz tomó el sombrero del muerto y lo arrojó a los pies deAurora del Sol. El<strong>la</strong> recogió el sombrero y siguió con <strong>la</strong> mirada al hombre que se alejaba.Rosa Diamond, a los och<strong>en</strong>ta y nueve años, con un vestido p<strong>la</strong>teado ceñido al cuerpo,boquil<strong>la</strong> <strong>en</strong> una <strong>en</strong>guantada mano y un turbante de p<strong>la</strong>ta <strong>en</strong> <strong>la</strong> cabeza, bebía gin-and-sin <strong>en</strong> unacopa cónica verde y hab<strong>la</strong>ba de los viejos bu<strong>en</strong>os tiempos. «Quiero bai<strong>la</strong>r —dijo de pronto—.Es mi cumpleaños y no he bai<strong>la</strong>do ni una so<strong>la</strong> vez.»* * *El esfuerzo de aquel<strong>la</strong> noche <strong>en</strong> <strong>la</strong> que Rosa y Gibreel bai<strong>la</strong>ron hasta el amanecerresultó excesivo para <strong>la</strong> anciana, que al día sigui<strong>en</strong>te tuvo que quedarse <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama con unasdécimas de fiebre que provocaron nuevas apariciones delirantes: Gibreel vio a Martín de <strong>la</strong>Cruz y Aurora del Sol bai<strong>la</strong>r f<strong>la</strong>m<strong>en</strong>co <strong>en</strong> el tejado de dos aguas de <strong>la</strong> casa Diamond, y aperonistas vestidos de b<strong>la</strong>nco que hab<strong>la</strong>ban del futuro a una conc<strong>en</strong>tración de peones <strong>en</strong> elcobertizo: «Con Perón, estas tierras serán expropiadas y repartidas <strong>en</strong>tre el pueblo. Losferrocarriles ingleses también pasarán a ser propiedad del Estado. Vamos a echar a esosbandidos, a esos piratas...» El busto de escayo<strong>la</strong> de H<strong>en</strong>ry Diamond flotaba <strong>en</strong> el aire,observando <strong>la</strong> esc<strong>en</strong>a, y un agitador vestido de b<strong>la</strong>nco gritó, señalándolo con el dedo: Ahí estávuestro opresor; ahí está el <strong>en</strong>emigo. A Gibreel le dolía tanto el vi<strong>en</strong>tre que temía por su vida,pero <strong>en</strong> el mismo instante <strong>en</strong> que su razón le sugería <strong>la</strong> posibilidad de una úlcera o unaap<strong>en</strong>dicitis, el resto de su cerebro le susurraba <strong>la</strong> verdad: que <strong>la</strong> voluntad de Rosa lo t<strong>en</strong>íaprisionero y lo manipu<strong>la</strong>ba, del mismo modo que el ángel Gibreel había sido obligado a hab<strong>la</strong>rpor <strong>la</strong> irresistible necesidad de Mahound, el Profeta.


«Se muere —p<strong>en</strong>só—. No durará mucho.» Rosa Diamond, revolviéndose <strong>en</strong> <strong>la</strong>s garrasde <strong>la</strong> fiebre, hab<strong>la</strong>ba del v<strong>en</strong><strong>en</strong>o del ombú y de <strong>la</strong> antipatía de su vecino, el doctor Babington,que preguntó a H<strong>en</strong>ry ¿su esposa es quizá lo bastante pacífica para <strong>la</strong> vida pastoral? y (cuandoel<strong>la</strong> se recuperó del tifus) le regaló un ejemp<strong>la</strong>r de los re<strong>la</strong>tos de los viajes de AmericoVespucci. «Este hombre era un gran imaginativo, desde luego —sonrió Babington—. Pero <strong>la</strong>imaginación puede ser más fuerte que los hechos; después de todo, le pusieron su nombre acontin<strong>en</strong>tes.» Cuanto más se debilitaba más <strong>en</strong>ergías vertía el<strong>la</strong> <strong>en</strong> sus sueños de <strong>la</strong> Arg<strong>en</strong>tina, yGibreel s<strong>en</strong>tía como si el ombligo le ardiera. Estaba derrumbado <strong>en</strong> una butaca, al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong>cama, y, según transcurrían <strong>la</strong>s horas, se multiplicaban <strong>la</strong>s apariciones. Ll<strong>en</strong>aba el aire unamúsica de instrum<strong>en</strong>tos de vi<strong>en</strong>to de madera y, lo más maravilloso, muy cerca de <strong>la</strong> oril<strong>la</strong>,apareció una pequeña is<strong>la</strong> b<strong>la</strong>nca que se mecía <strong>en</strong> <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s como una balsa; era tan b<strong>la</strong>nca como<strong>la</strong> nieve, con una p<strong>la</strong>ya de ar<strong>en</strong>a b<strong>la</strong>nca que se elevaba hasta un grupo de árboles albinos,b<strong>la</strong>ncos como el hueso, b<strong>la</strong>ncos como el papel hasta <strong>la</strong>s puntas de <strong>la</strong>s hojas.Después de <strong>la</strong> aparición de <strong>la</strong> is<strong>la</strong> b<strong>la</strong>nca, Gibreel cayó <strong>en</strong> un profundo letargo.Repantigado <strong>en</strong> <strong>la</strong> butaca del dormitorio de <strong>la</strong> moribunda, se le cerraban los párpados, s<strong>en</strong>tíacómo el peso de su cuerpo aum<strong>en</strong>taba hasta que todo movimi<strong>en</strong>to resultó imposible. Entoncesse vio <strong>en</strong> otra habitación, con pantalón negro con botones de p<strong>la</strong>ta <strong>en</strong> <strong>la</strong>s pantorril<strong>la</strong>s y una granhebil<strong>la</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> cintura. ¿Me mandó usted l<strong>la</strong>mar, don Enrique?, decía al hombre corpul<strong>en</strong>to yb<strong>la</strong>ndo que t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> cara b<strong>la</strong>nca como un busto de escayo<strong>la</strong>, pero él sabía quién le habíamandado l<strong>la</strong>mar, y no apartaba los ojos de <strong>la</strong> cara de <strong>la</strong> mujer, ni siquiera cuando <strong>la</strong> viosonrojarse sobre el cuello de <strong>en</strong>caje fruncido.H<strong>en</strong>ry Diamond se negó a permitir a <strong>la</strong>s autoridades que intervinieran <strong>en</strong> el asunto deMartín de <strong>la</strong> Cruz, esta g<strong>en</strong>te son responsabilidad mía, dijo a Rosa, es cuestión de honor. Nocont<strong>en</strong>to con ello, se esforzaba por demostrar su confianza <strong>en</strong> el homicida De <strong>la</strong> Cruz, porejemplo, nombrándole capitán del equipo de polo de <strong>la</strong> estancia. Pero don Enrique nunca volvióa ser el mismo después de que Martín matara al Buitre. Cada vez se cansaba más fácilm<strong>en</strong>te yse le veía inquieto y distraído y hasta perdió el interés por los pájaros. Las cosas empezaron adecaer <strong>en</strong> Los Á<strong>la</strong>mos, imperceptiblem<strong>en</strong>te al principio y luego con más c<strong>la</strong>ridad. Volvieronlos hombres del traje b<strong>la</strong>nco y esta vez no fueron expulsados. Cuando Rosa Diamond contrajoel tifus, había muchos <strong>en</strong> <strong>la</strong> estancia que lo consideraron señal de <strong>la</strong> decad<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong> haci<strong>en</strong>da.Qué hago yo aquí, p<strong>en</strong>só Gibreel con viva a<strong>la</strong>rma, al verse de pie de<strong>la</strong>nte de donEnrique, <strong>en</strong> el despacho del estanciero, mi<strong>en</strong>tras doña Rosa se sonrojaba <strong>en</strong> su rincón, éste es ellugar de otra persona. Gran confianza <strong>en</strong> ti —decía H<strong>en</strong>ry, no <strong>en</strong> inglés, pero, no obstante,Gibreel le <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día—. Mi esposa ti<strong>en</strong>e que hacer una excursión <strong>en</strong> coche, aún estáconvaleci<strong>en</strong>te, y tú <strong>la</strong> acompañarás... En Los Á<strong>la</strong>mos hay responsabilidades que me impid<strong>en</strong> ira mí. Ahora t<strong>en</strong>go que hab<strong>la</strong>r yo, pero qué digo, y cuando abrió <strong>la</strong> boca salieron pa<strong>la</strong>brasextrañas, será un honor para mí, don Enrique, taconazo, inedia vuelta, mutis.Rosa Diamond, con su debilidad de och<strong>en</strong>ta y nueve años, había empezado a soñar <strong>la</strong>más importante de sus historias que había reservado durante más de medio siglo, y Gibreel ibaa caballo detrás de su Hispano-Suiza, de estancia <strong>en</strong> estancia, por un bosque de arrayanes, a lospíes de <strong>la</strong> alta cordillera, llegando a estancias pintorescas, construidas al estilo de castillosescoceses o pa<strong>la</strong>cios indios, visitando <strong>la</strong>s tierras de Mr. Cadwal<strong>la</strong>der Evans, el de <strong>la</strong>s sieteesposas que estaban <strong>en</strong>cantadas por t<strong>en</strong>er sólo una noche de servicio a <strong>la</strong> semana, y losterritorios del tristem<strong>en</strong>te célebre MacSwe<strong>en</strong>, que se había <strong>en</strong>amorado de <strong>la</strong>s ideas que llegabana <strong>la</strong> Arg<strong>en</strong>tina desde Alemania y empezaba a hacer ondear del asta de su estancia una banderaroja <strong>en</strong> cuyo c<strong>en</strong>tro, d<strong>en</strong>tro de un círculo b<strong>la</strong>nco, bai<strong>la</strong>ba una cruz negra y retorcida. Fue <strong>en</strong> <strong>la</strong>estancia de MacSwe<strong>en</strong> donde cruzaron <strong>la</strong> <strong>la</strong>guna y Rosa vio por primera vez <strong>la</strong> is<strong>la</strong> b<strong>la</strong>nca de sudestino, y se empeñó <strong>en</strong> almorzar allí, pero sin que <strong>la</strong> acompañaran ni <strong>la</strong> doncel<strong>la</strong> ni el chófer,llevándose sólo a Martín de <strong>la</strong> Cruz para que remara y ext<strong>en</strong>diera una manta escar<strong>la</strong>ta <strong>en</strong> <strong>la</strong>ar<strong>en</strong>a b<strong>la</strong>nca y le sirviera <strong>la</strong> carne y el vino.


B<strong>la</strong>nco como <strong>la</strong> nieve, rojo como <strong>la</strong> sangre y negro como el ébano. Cuando el<strong>la</strong>, con sufalda negra y su blusa b<strong>la</strong>nca, se hal<strong>la</strong>ba s<strong>en</strong>tada sobre el escar<strong>la</strong>ta que, a su vez, estabaext<strong>en</strong>dido sobre el b<strong>la</strong>nco, y él (también de b<strong>la</strong>nco y negro) echaba vino rojo <strong>en</strong> una copa queel<strong>la</strong> sost<strong>en</strong>ía con su mano <strong>en</strong>guantada <strong>en</strong> b<strong>la</strong>nco, <strong>en</strong>tonces, para asombro de sí mismo, él,maldición y cond<strong>en</strong>ación, él le tomó <strong>la</strong> mano y empezó a besar<strong>la</strong>, algo ocurrió, <strong>la</strong> esc<strong>en</strong>a sedifuminó y al minuto estaban t<strong>en</strong>didos <strong>en</strong> <strong>la</strong> manta escar<strong>la</strong>ta, rodando sobre los quesos, losfiambres y <strong>la</strong>s <strong>en</strong>sa<strong>la</strong>das y patés, que quedaron ap<strong>la</strong>stados bajo el peso de su deseo, y cuandovolvieron al Hispano-Suiza fue imposible ocultar nada al chófer y a <strong>la</strong> doncel<strong>la</strong>, por <strong>la</strong>smanchas de comida de sus ropas; pero al minuto sigui<strong>en</strong>te el<strong>la</strong> se apartaba de él no concrueldad sino con tristeza, retirando <strong>la</strong> mano y movi<strong>en</strong>do ligeram<strong>en</strong>te <strong>la</strong> cabeza, no, y él, de pie,se inclinó y retrocedió, dejándo<strong>la</strong> con <strong>la</strong> virtud y el almuerzo intactos, <strong>la</strong>s dos posibilidades sealternaban mi<strong>en</strong>tras Rosa se moría dando vueltas <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, ¿lo hizo, no lo hizo?, e<strong>la</strong>borando<strong>la</strong> última versión de <strong>la</strong> historia de su vida, incapaz de decidir cuál de <strong>la</strong>s dos quería que fueracierta.* * *«Me vuelvo loco —p<strong>en</strong>saba Gibreel—. El<strong>la</strong> se muere, pero yo pierdo el juicio.» Habíasalido <strong>la</strong> luna y <strong>la</strong> respiración de Rosa era el único sonido de <strong>la</strong> habitación: roncaba, al inha<strong>la</strong>r yal exha<strong>la</strong>r el aire p<strong>en</strong>osam<strong>en</strong>te, con un leve gruñido. Gibreel trató de levantarse de <strong>la</strong> butaca ydescubrió que no podía. Incluso <strong>en</strong> aquellos intervalos <strong>en</strong>tre visiones, su cuerpo seguía estandoincreíblem<strong>en</strong>te pesado. Como si tuviera un pedrusco <strong>en</strong> el pecho. Y <strong>la</strong>s imág<strong>en</strong>es, cuandollegaban, seguían si<strong>en</strong>do confusas, de manera que <strong>en</strong> un mom<strong>en</strong>to estaba <strong>en</strong> un granero de LosÁ<strong>la</strong>mos con el<strong>la</strong> <strong>en</strong> brazos, que susurraba su nombre una y otra vez, Martín de <strong>la</strong> Cruz, y almom<strong>en</strong>to sigui<strong>en</strong>te el<strong>la</strong> le trataba con indifer<strong>en</strong>cia ante los ojos at<strong>en</strong>tos de una cierta Aurora delSol, de manera que no era posible distinguir el recuerdo del deseo, ni <strong>la</strong>s rememoranzasculpables de <strong>la</strong>s verdades confesables, porque ni <strong>en</strong> su lecho de muerte Rosa Diamond sabíacómo contemp<strong>la</strong>r su pasado.La luna <strong>en</strong>traba <strong>en</strong> <strong>la</strong> habitación. Cuando dio a Rosa <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara, parecía que <strong>la</strong>atravesaba, y Gibreel incluso empezaba a distinguir <strong>la</strong> muestra del <strong>en</strong>caje de <strong>la</strong> almohada.Entonces vio a don Enrique y a su amigo, el puritano y severo doctor Babington, de pie <strong>en</strong> elbalcón, tan sólidos como puedas desear. Gibreel creyó advertir que, a medida que <strong>la</strong>sapariciones ganaban consist<strong>en</strong>cia, Rosa quedaba más y más desdibujada, diluyéndose como sise intercambiara por los fantasmas. Y, puesto que él también había compr<strong>en</strong>dido que <strong>la</strong>smanifestaciones dep<strong>en</strong>dían de él, de aquel dolor de su vi<strong>en</strong>tre, del peso de <strong>la</strong> piedra <strong>en</strong> supecho, empezó a temer por su propia vida.«Querías que falsificara el certificado de defunción de Juan Julia —decía el doctorBabington—. Lo hice por nuestra amistad. Pero estuvo mal y ahora veo el resultado. Hasamparado a un homicida y quizás es tu propia conci<strong>en</strong>cia <strong>la</strong> que te consume. Vuelve a casa,Enrique, vuelve a casa, y llévate a esa mujer tuya, antes de que ocurra algo peor.»«Ésta es mi casa —dijo H<strong>en</strong>ry Diamond—. Y no me gusta que hables de mi esposa <strong>en</strong>ese tono.»«Dondequiera que los ingleses se instal<strong>en</strong>, nunca sal<strong>en</strong> de Ing<strong>la</strong>terra —dijo el doctorBabington, mi<strong>en</strong>tras se deshacía <strong>en</strong> el c<strong>la</strong>ro de luna—. A no ser que, como doña Rosa, se<strong>en</strong>amor<strong>en</strong>.»Una nube pasó sobre <strong>la</strong> luna y, ahora que el balcón estaba vacío, Gibreel Farishtaconsiguió por fin dejar <strong>la</strong> butaca y ponerse de pie. Caminar era como arrastrar por el suelo unabo<strong>la</strong> y una cad<strong>en</strong>a, pero llegó a <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana. En todas <strong>la</strong>s direcciones y hasta donde alcanzaba <strong>la</strong>


vista, había unos cardos gigantes que se mecían <strong>en</strong> <strong>la</strong> brisa. Donde antes estuviera el mar habíaahora un océano de cardos que llegaba hasta el horizonte, tan altos como un hombre. EntoncesGibreel oyó <strong>la</strong> voz incorpórea del doctor Babington que murmuraba a su oído: «La primerap<strong>la</strong>ga de cardos <strong>en</strong> cincu<strong>en</strong>ta años. Al parecer, el pasado vuelve.» Vio a una mujer correr <strong>en</strong>tre<strong>la</strong> espesa maleza, descalza, con el negro pelo suelto. «Lo hizo el<strong>la</strong> —<strong>la</strong> voz de Rosa dijoc<strong>la</strong>ram<strong>en</strong>te a su espalda—. Después de <strong>en</strong>gañarle con el Buitre y de convertirle <strong>en</strong> asesino. Élno quería ni mirar<strong>la</strong> después de aquello. Oh, es muy peligrosa esa mujer. Mucho.» Gibreelperdió a Aurora del Sol <strong>en</strong>tre los cardos; un espejismo borró al otro.Sintió que algo le agarraba por <strong>la</strong> espalda, le hacía girar y lo tumbaba de espaldas. Allíno había nadie, pero Rosa Diamond estaba s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, muy erguida, mirándole conojos muy abiertos, haciéndole compr<strong>en</strong>der que había abandonado <strong>la</strong> esperanza de aferrarse a <strong>la</strong>vida y que le necesitaba para ayudarle a completar <strong>la</strong> última reve<strong>la</strong>ción. Como le ocurriera conel comerciante de su sueño, él se s<strong>en</strong>tía inerme, ignorante... el<strong>la</strong>, empero, parecía saber cómoextraer de él <strong>la</strong>s imág<strong>en</strong>es. Él vio un reluci<strong>en</strong>te cordón que los unía ombligo con ombligo.Él estaba ahora al <strong>la</strong>do de un estanque <strong>en</strong> <strong>la</strong> inm<strong>en</strong>sidad de los cardos, abrevando elcaballo, y el<strong>la</strong> llegaba cabalgando <strong>en</strong> su yegua. Ahora él <strong>la</strong> abrazaba, le soltaba <strong>la</strong> ropa y elpelo, y luego yacían juntos. El<strong>la</strong> le susurraba cómo es posible que te guste si soy mucho másvieja que tú y él le decía pa<strong>la</strong>bras tranquilizadoras.Ahora el<strong>la</strong> se levantaba, se vestía y se alejaba <strong>en</strong> su yegua, y él se quedaba allí, con elcuerpo lánguido y cali<strong>en</strong>te, sin advertir que una mano de mujer salía de los cardos y agarraba elcuchillo de puño de p<strong>la</strong>ta.¡No! ¡No! ¡Así no!Ahora el<strong>la</strong> llegaba cabalgando hasta <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> del estanque y <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> quedesmontaba, mirándole nerviosam<strong>en</strong>te, él se aba<strong>la</strong>nzaba sobre el<strong>la</strong>, le decía que no podía seguirsoportando su desprecio y caían juntos al suelo, el<strong>la</strong> gritaba, él le arrancaba <strong>la</strong> ropa, y <strong>la</strong>s manosde el<strong>la</strong>, que le arañaban, tropezaban con el mango del cuchillo.¡No! ¡No, nunca, no! Así, ¡ahora!Los dos estaban tiernam<strong>en</strong>te abrazados, con muchas caricias l<strong>en</strong>tas; y <strong>en</strong>tonces un tercerjinete <strong>en</strong>traba <strong>en</strong> el c<strong>la</strong>ro junto al estanque, y los amantes se separaban; y <strong>en</strong>tonces don Enriquesacaba su pequeña pisto<strong>la</strong> y apuntaba al corazón de su rival, y él sintió que Aurora le c<strong>la</strong>vaba elcuchillo <strong>en</strong> el corazón, una y otra vez, ésta por Juan y ésta por dejarme, y ésta por tu distinguidaputa inglesa, y él s<strong>en</strong>tía <strong>en</strong> el corazón el cuchillo de su víctima que Rosa le c<strong>la</strong>vaba una vez yotra, y otra, y después de que <strong>la</strong> ba<strong>la</strong> de H<strong>en</strong>ry le matara, el inglés tomaba el puñal del muerto yse lo c<strong>la</strong>vaba muchas veces <strong>en</strong> <strong>la</strong> herida sangrante.Entonces, Gibreel, con un a<strong>la</strong>rido, perdió el conocimi<strong>en</strong>to.Cuando volvió <strong>en</strong> sí, <strong>la</strong> anciana de <strong>la</strong> cama hab<strong>la</strong>ba consigo misma, con una voz tandébil que él casi no podía distinguir <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras. «Llegó el pampero, el vi<strong>en</strong>to del Suroeste, quedob<strong>la</strong>ba los cardos. Entonces lo <strong>en</strong>contraron, o quizás antes.» El fin de <strong>la</strong> historia. CómoAurora del Sol escupió a <strong>la</strong> cara a Rosa Diamond <strong>en</strong> el funeral de Martín de <strong>la</strong> Cruz. Cómo seacordó que nadie fuera acusado del asesinato, a condición de que don Enrique se llevara cuantoantes a doña Rosa a Ing<strong>la</strong>terra. Cómo subieron al tr<strong>en</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> estación de Los Á<strong>la</strong>mos y loshombres del traje b<strong>la</strong>nco estaban <strong>en</strong> el andén con sus sombreros borsalino, para asegurarse deque se marchaban. Cómo, una vez arrancó el tr<strong>en</strong>, Rosa Diamond abrió el maletín de mano <strong>en</strong>el asi<strong>en</strong>to y dijo <strong>en</strong> tono de desafío: Me he llevado una cosa, un pequeño recuerdo. Y de unhato sacó un cuchillo de gaucho con mango de p<strong>la</strong>ta.«H<strong>en</strong>ry murió durante el primer invierno de nuestro regreso. Después, no ocurrió nadamás. La guerra. El fin. — Hizo una pausa—. T<strong>en</strong>er que reducirse a esto, habi<strong>en</strong>do conocidoaquel<strong>la</strong> inm<strong>en</strong>sidad. No se soporta. —Y, después de otro sil<strong>en</strong>cio—: Todo se <strong>en</strong>coge.»El c<strong>la</strong>ro de luna fluctuó, y Gibreel sintió que le quitaban un peso de <strong>en</strong>cima, tanbruscam<strong>en</strong>te que le dio <strong>la</strong> impresión de que se elevaría hasta el techo. Rosa Diamond yacía


quieta, con los ojos cerrados y los brazos descansando <strong>en</strong> <strong>la</strong> colcha de retazos. Estaba normal.Gibreel compr<strong>en</strong>dió que ya nada le impediría salir por <strong>la</strong> puerta.Bajó <strong>la</strong>s escaleras con cuidado, todavía con piernas un poco inseguras; <strong>en</strong>contró unapesada gabardina de H<strong>en</strong>ry Diamond y un sombrero flexible de fieltro gris, d<strong>en</strong>tro del cual elnombre de don Enrique había sido bordado por <strong>la</strong> mano de su esposa, y salió sin mirar atrás. Encuanto cruzó el umbral, el vi<strong>en</strong>to le arrancó el sombrero y se lo llevó rodando por <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya. Élcorrió tras él, lo cogió y se lo <strong>en</strong>casquetó. Londres, shareef, allá voy. T<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> ciudad <strong>en</strong> elbolsillo: Geographers' London, <strong>la</strong> guía de <strong>la</strong> metrópoli, muy sobada, de <strong>la</strong> A a <strong>la</strong> Z.«¿Qué hago? —p<strong>en</strong>saba—. ¿L<strong>la</strong>mo o no l<strong>la</strong>mo? No; me pres<strong>en</strong>to sin más, toco el timbrey digo n<strong>en</strong>a, tu sueño se ha hecho realidad, del fondo del mar a tu cama, hace falta algo másque una catástrofe aérea para mant<strong>en</strong>erme lejos de ti... Bu<strong>en</strong>o, quizá no exactam<strong>en</strong>te así sinoalgo por el estilo. Sí. La sorpresa es <strong>la</strong> mejor táctica. Allie Bibi, ay de ti.»Entonces oyó el canto. V<strong>en</strong>ía del cobertizo del pirata tuerto pintado <strong>en</strong> <strong>la</strong> pared, y <strong>la</strong>canción era extraña pero familiar: era una canción que Rosa Diamond tarareaba con frecu<strong>en</strong>cia,y <strong>la</strong> voz también era familiar, aunque un poco difer<strong>en</strong>te, m<strong>en</strong>os temblona; más jov<strong>en</strong>.Inexplicablem<strong>en</strong>te, <strong>la</strong> puerta del cobertizo estaba abierta y el vi<strong>en</strong>to <strong>la</strong> batía. Él fue hacia <strong>la</strong>canción.«Quítate <strong>la</strong> gabardina», dijo. El<strong>la</strong> vestía como el día de <strong>la</strong> is<strong>la</strong> b<strong>la</strong>nca: falda y botasnegras y blusa de seda b<strong>la</strong>nca, sin sombrero. Él ext<strong>en</strong>dió <strong>la</strong> gabardina <strong>en</strong> el suelo del cobertizo.Su forro escar<strong>la</strong>ta relucía <strong>en</strong> aquel pequeño espacio iluminado por el c<strong>la</strong>ro de luna. El<strong>la</strong> set<strong>en</strong>dió <strong>en</strong>tre el revoltijo de una vida inglesa, palos de criquet, una pantal<strong>la</strong> amarill<strong>en</strong>ta, jarronesdesportil<strong>la</strong>dos, una mesita plegable, baúles, y ext<strong>en</strong>dió un brazo hacia él. Él se t<strong>en</strong>dió a su <strong>la</strong>do.«¿Cómo puedo gustarte? —murmuró—. Soy mucho mayor que tú.»3


Cuando le quitaron el pijama, <strong>en</strong> el furgón sin v<strong>en</strong>tanas de <strong>la</strong> policía y él vio el velloespeso y rizado que le cubría los muslos, Sa<strong>la</strong>din Chamcha se derrumbó por segunda vezaquel<strong>la</strong> noche; pero ahora empezó a reír histéricam<strong>en</strong>te, contagiado quizá por <strong>la</strong> persist<strong>en</strong>tehi<strong>la</strong>ridad de sus captores. Los tres funcionarios de inmigración estaban muy animados, y fueuno de ellos —el tipo que ponía los ojos <strong>en</strong> b<strong>la</strong>nco y que resultó l<strong>la</strong>marse Stein— qui<strong>en</strong>«des<strong>en</strong>fundó» a Sa<strong>la</strong>din al grito de «¡Hora de abrir los regalos, "paki"; vamos a ver de qué estáshecho!» Arrancaron <strong>la</strong>s rayas rojas y b<strong>la</strong>ncas a Chamcha que protestaba echado <strong>en</strong> el suelo delfurgón con dos gruesos policías sujetándole cada brazo y <strong>la</strong> bota de un quinto ag<strong>en</strong>tefirmem<strong>en</strong>te p<strong>la</strong>ntada <strong>en</strong> el pecho, pero sus protestas quedaron ahogadas por <strong>la</strong> festiva algarabía.Sus cuernos tropezaban con <strong>la</strong>s cosas, <strong>la</strong>s paredes y el suelo del furgón o <strong>la</strong> espinil<strong>la</strong> de unpolicía —<strong>en</strong> cuyo caso era sacudido contund<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te por el ag<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> ley,compr<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te furioso— y estaba, <strong>en</strong> suma, de un humor más negro que nunca <strong>en</strong> <strong>la</strong> vida.No obstante, al ver lo que había debajo del pijama prestado, no pudo impedir que una risita deincredulidad se le escapara <strong>en</strong>tre los di<strong>en</strong>tes.Sus muslos se habían vuelto mucho más anchos y robustos, además de peludos. Debajode <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s terminaba el vello y sus piernas se afinaban <strong>en</strong> unas pantorril<strong>la</strong>s duras y casidescarnadas, rematadas por un par de reluci<strong>en</strong>tes pezuñas como <strong>la</strong>s de cualquier carnero.Sa<strong>la</strong>din también quedó asombrado al ver el p<strong>en</strong>e, considerablem<strong>en</strong>te aum<strong>en</strong>tado ybochornosam<strong>en</strong>te erecto, un órgano que no pudo reconocer como propio sino con grandificultad. «¿Y qué es esto? —bromeó Novak, anteriorm<strong>en</strong>te l<strong>la</strong>mado "Siseos", dándole unpellizquito—. ¿Te gusta alguno de nosotros?» A lo que "Gemidos", el funcionario deinmigración Joe Bruno, se descargó una palmada <strong>en</strong> un muslo, dio a Novak un codazo <strong>en</strong> elcostado y gritó: «Na, no es eso. Es que, por fin, le hemos cabreado.»«¡Ya lo pesqué!», gritó Novak mi<strong>en</strong>tras accid<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te golpeaba con el puño losdesarrol<strong>la</strong>dos testículos de Sa<strong>la</strong>din. «¡Je! ¡Je! —gargarizó Stein con lágrimas <strong>en</strong> los ojos—.Ésta es todavía mejor... ¡No es de extrañar que esté tan jodidam<strong>en</strong>te cachondo!»A lo que los tres, repiti<strong>en</strong>do muchas veces «Cabreado... cachondo...», se abrazarondando a<strong>la</strong>ridos de hi<strong>la</strong>ridad. Chamcha quería decir algo, pero temía averiguar que su voz sehabía transformado <strong>en</strong> balido y, además, <strong>la</strong> bota del ag<strong>en</strong>te estaba oprimiéndole el pecho conmás fuerza que nunca y le costaba trabajo articu<strong>la</strong>r pa<strong>la</strong>bras. Lo que desconcertaba a Chamchaera que una circunstancia que le parecía totalm<strong>en</strong>te insólita y sin preced<strong>en</strong>tes —es decir, sumetamorfosis <strong>en</strong> criatura sobr<strong>en</strong>atural— fuera tratada por los otros como si fuera lo más trivialy normal que pudieran imaginar. «Esto no es Ing<strong>la</strong>terra», p<strong>en</strong>só y no por primera ni por últimavez. ¿Cómo podía ser, después de todo; dónde, <strong>en</strong> aquel país moderado y ll<strong>en</strong>o de s<strong>en</strong>tidocomún, cabía un furgón como aquél, <strong>en</strong> cuyo interior semejantes hechos podían ser tratadoscomo cosas p<strong>la</strong>usibles? Se s<strong>en</strong>tía impulsado hacia <strong>la</strong> conclusión de que, <strong>en</strong> realidad, habíamuerto cuando el avión estalló y todo lo que había seguido era una especie de más allá. En talcaso, su rechazo de tantos años de <strong>la</strong> vida eterna empezaba a resultar bastante ridículo. Pero,¿<strong>en</strong> dónde, <strong>en</strong> todo esto, había un atisbo de un Ser Supremo, ya fuera b<strong>en</strong>évolo o maligno? ¿Porqué el purgatorio, o el infierno, o lo que fuera este lugar, se parecía tanto a aquel Sussex depremios y hadas que todo colegial conocía? Quizá, p<strong>en</strong>só, no había muerto <strong>en</strong> <strong>la</strong> catástrofe delBostan sino que se <strong>en</strong>contraba gravem<strong>en</strong>te <strong>en</strong>fermo <strong>en</strong> algún hospital, aquejado de delirio. Estaexplicación le atraía, especialm<strong>en</strong>te porque restaba significado a cierta l<strong>la</strong>mada telefónicanocturna y a una voz masculina que <strong>en</strong> vano él trataba de olvidar... Sintió un fuerte puntapié <strong>en</strong><strong>la</strong>s costil<strong>la</strong>s, lo bastante doloroso y real como para hacerle dudar de <strong>la</strong> verdad de tales teorías de<strong>la</strong> alucinación. Conc<strong>en</strong>tró su at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong> el pres<strong>en</strong>te, un pres<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el que figuraba un furgónde policía que cont<strong>en</strong>ía tres funcionarios de inmigración y cinco policías y que, por lo m<strong>en</strong>os demom<strong>en</strong>to, era todo el universo que él poseía. Un universo de miedo.Novak y los demás habían perdido bruscam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> alegría. «Animal», le insultó Steinadministrándole una serie de puntapiés, y Bruno se sumó a él: «Todos sois iguales. No se puede


esperar de los animales que observ<strong>en</strong> normas civilizadas. ¿Eh?» Y Novak tomó el hilo:«Estamos hab<strong>la</strong>ndo de jodida higi<strong>en</strong>e personal, cerdo.»Chamcha estaba perplejo. Luego, observó que <strong>en</strong> el suelo del furgón había aparecido ungran número de cositas b<strong>la</strong>ndas y redondas. Se sintió abrumado por <strong>la</strong> mortificación y <strong>la</strong>vergü<strong>en</strong>za. Al parecer, hasta sus procesos naturales eran caprinos. ¡Qué humil<strong>la</strong>ción! ¡Él, queera —que tanto se había esforzado por ser— un hombre sofisticado! Semejante degradaciónpodía ser propia de <strong>la</strong> chusma de <strong>la</strong>s aldeas de Sylhet o de los talleres de reparación debicicletas de Gujranwa<strong>la</strong>, pero él era de otra madera. «Mir<strong>en</strong> ustedes, señores míos —empezótratando de adoptar un tono de autoridad que era bastante difícil de conseguir <strong>en</strong> aquel<strong>la</strong>postura tan poco digna, t<strong>en</strong>dido de espaldas esparrancado, <strong>en</strong>tre montones de bolitas de supropio excrem<strong>en</strong>to—, señores míos, les convi<strong>en</strong>e reparar su error antes de que sea tarde.»Novak puso una mano detrás de <strong>la</strong> oreja. «¿Qué ha sido ese ruido?», preguntó, mirando<strong>en</strong> derredor, y Stein dijo: «A mí que me registr<strong>en</strong>.» «Ha sonado así —describió Joe Bruno que,haci<strong>en</strong>do bocina con <strong>la</strong>s manos, bramó—: ¡Maa-aa-aa!» Entonces los tres volvieron a reír, demanera que Sa<strong>la</strong>din no pudo saber si estaban insultándole o si sus cuerdas vocales habían sidoinfectadas, como temía él, por aquel<strong>la</strong> macabra demoniasis que le había acometido sin el m<strong>en</strong>oraviso. Estaba tiritando otra vez. La noche era muy fría.El funcionario Stein, que parecía ser el jefe de <strong>la</strong> trinidad o, por lo m<strong>en</strong>os, primus interpares, volvió bruscam<strong>en</strong>te al tema de <strong>la</strong>s bolitas que rodaban por el suelo del furgón. «En estepaís —informó a Sa<strong>la</strong>din—, cada cual limpia lo que <strong>en</strong>sucia.»El policía dejó de mant<strong>en</strong>erle echado y tiró de él obligándole a arrodil<strong>la</strong>rse. «Eso es —dijo Novak—. Límpialo.» Joe Bruno puso una mano grande <strong>en</strong> <strong>la</strong> nuca de Chamcha y leempujó <strong>la</strong> cabeza hacia el suelo. «Empieza —dijo <strong>en</strong> tono coloquial—. Cuanto antes empieces,antes acabarás.»* * *Mi<strong>en</strong>tras realizaba (por no t<strong>en</strong>er alternativa) el ritual último y más inmundo de suhumil<strong>la</strong>ción injustificada —o, dicho con otras pa<strong>la</strong>bras, mi<strong>en</strong>tras <strong>la</strong>s circunstancias de su vidami<strong>la</strong>grosam<strong>en</strong>te salvada se hacían más infernales y escandalosas—, Sa<strong>la</strong>din Chamcha empezó aadvertir que los tres funcionarios de inmigración ya no se conducían de un modo tan extrañocomo al principio. En primer lugar, ya no se parecían <strong>en</strong>tre sí <strong>en</strong> nada. El oficial Stein, a qui<strong>en</strong>sus colegas l<strong>la</strong>maban «Mack» o «Jockey», resultó un hombre corpul<strong>en</strong>to con una narizota <strong>en</strong>forma de montañas rusas y un ac<strong>en</strong>to exageradam<strong>en</strong>te escocés. «Así se hace —observó conaprobación mi<strong>en</strong>tras Chamcha masticaba tristem<strong>en</strong>te—. ¿Actor has dicho? A mí me gusta vertrabajar a un bu<strong>en</strong> cómico.»Esta observación indujo al oficial Novak —es decir, «Kim»—, que había adquirido unacoloración a<strong>la</strong>rmantem<strong>en</strong>te pálida, una cara ascética y delgada que recordaba un iconomedieval, y un pliegue <strong>en</strong> el <strong>en</strong>trecejo que sugería un profundo torm<strong>en</strong>to interior, le indujo,decía, a <strong>la</strong>nzarse a una breve perorata acerca de los artistas de <strong>la</strong>s series de telefilmes ypres<strong>en</strong>tadores de concursos de televisión que más le gustaban, mi<strong>en</strong>tras que el oficial Bruno,que, según observó Chamcha con cierta sorpresa, se había convertido <strong>en</strong> un sujetoextraordinariam<strong>en</strong>te bi<strong>en</strong> parecido, con el pelo bril<strong>la</strong>nte y <strong>en</strong>gominado, peinado con raya <strong>en</strong>medio y una barba rubia que contrastaba dramáticam<strong>en</strong>te con el tono más oscuro del cabello,Bruno, el más jov<strong>en</strong> de los tres, preguntó <strong>la</strong>scivam<strong>en</strong>te qué había de <strong>la</strong>s mujeres, que eso era lobu<strong>en</strong>o. Este nuevo <strong>en</strong>foque animó a los tres a rivalizar <strong>en</strong> <strong>la</strong> narración de anécdotas de <strong>la</strong> másdiversa especie que dejaban sin terminar, cuajadas de frases de doble significado, pero cuandolos cinco policías trataron de meter baza, los tres funcionarios cerraron fi<strong>la</strong>s, adoptaron un aire


severo y pusieron a los policías <strong>en</strong> su lugar. «Los niños —les repr<strong>en</strong>dió Mr. Stein— son paravistos y no para oídos.»Para <strong>en</strong>tonces Chamcha sufría viol<strong>en</strong>tas arcadas provocadas por su comida y se obligabaa no vomitar, porque sabía que semejante error no haría sino prolongar sus desdichas. Gateabapor el suelo del furgón, buscando <strong>la</strong>s bolitas de su tortura que rodaban de un <strong>la</strong>do al otro, y lospolicías, que necesitaban una válvu<strong>la</strong> de escape para <strong>la</strong> frustración <strong>en</strong>g<strong>en</strong>drada por el rapapolvodel oficial de inmigración, empezaron a insultar rotundam<strong>en</strong>te a Sa<strong>la</strong>din y a tirar del pelo de suanca, para aum<strong>en</strong>tar su incomodidad y su bochorno. Luego, los cinco policías, con ac<strong>en</strong>to dedesafío, iniciaron su propia versión de <strong>la</strong> conversación de los funcionarios de inmigración y sepusieron a analizar los méritos de diversas artistas de cine, jugadores de dardos, luchadoresprofesionales y simi<strong>la</strong>res; pero, puesto que <strong>la</strong> arrogancia de «Jockey» Stein les había puesto demal humor, no conseguían mant<strong>en</strong>er el tono abstracto e intelectual de sus superiores yempezaron a pelearse acerca de los respectivos méritos del equipo del Tott<strong>en</strong>ham Hotspur queconsiguió el «doblete» <strong>en</strong> los años ses<strong>en</strong>ta y el poderoso Liverpool de <strong>la</strong> actualidad,conversación <strong>en</strong> <strong>la</strong> que los partidarios del Liverpool provocaron a los fans del Tott<strong>en</strong>hamdici<strong>en</strong>do que el gran Danny B<strong>la</strong>nchflower era un jugador «de lujo», un bollito de crema, florpor el apellido y por naturaleza, a lo que <strong>la</strong> afición of<strong>en</strong>dida respondió gritando que, <strong>en</strong> elLiverpool, los sarasas eran los seguidores, que los del Tott<strong>en</strong>ham podían despedazarlos con losbrazos atados a <strong>la</strong> espalda. Desde luego, todos los policías estaban familiarizados con <strong>la</strong>stécnicas de los hooligans futboleros, ya que habían pasado muchos sábados de espaldas alcampo, vigi<strong>la</strong>ndo a los espectadores <strong>en</strong> los diversos estadios del país, y a medida que <strong>la</strong>discusión se acaloraba, llegaron al extremo de desear demostrar a sus colegas opon<strong>en</strong>tesexactam<strong>en</strong>te lo que quería decir aquello de «despedazar», «zumbar», «embotel<strong>la</strong>r» y demás.Los coléricos bandos se miraban con ojos l<strong>la</strong>meantes y de rep<strong>en</strong>te, todos a <strong>la</strong> vez, se volvieroncontra <strong>la</strong> persona de Sa<strong>la</strong>din Chamcha. Bi<strong>en</strong>, el barullo <strong>en</strong> el furgón era cada vez mayor —y escierto que Chamcha <strong>en</strong> parte era responsable, porque él había empezado chil<strong>la</strong>ndo como uncerdo— y los jóv<strong>en</strong>es bobbies pateaban y sacudían diversas partes de su anatomía utilizándoloal mismo tiempo de conejo de Indias y de válvu<strong>la</strong> de escape, procurando, eso sí, a pesar de suexcitación, limitar los golpes a <strong>la</strong>s partes más b<strong>la</strong>ndas y carnosas, a fin de reducir al mínimo elriesgo de fracturas y hematomas; y cuando Jockey, Kim y Joey vieron lo que hacían sussubordinados, optaron por <strong>la</strong> tolerancia, porque hay que dejar que los chicos se diviertan.Además, aquel<strong>la</strong> conversación acerca del espectáculo indujo a Stein, Bruno y Novak alexam<strong>en</strong> de asuntos de más trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia y ahora, con expresión solemne y voces graves,hab<strong>la</strong>ban de <strong>la</strong> necesidad, <strong>en</strong> este día y época, de aum<strong>en</strong>tar <strong>la</strong> observación, no simplem<strong>en</strong>te <strong>en</strong>el s<strong>en</strong>tido de «mirar», sino <strong>en</strong> el de «vigi<strong>la</strong>r». La experi<strong>en</strong>cia de los jóv<strong>en</strong>es policías eraextraordinariam<strong>en</strong>te importante, dec<strong>la</strong>ró Stein: mirar al público, no al juego. «La vigi<strong>la</strong>nciaperman<strong>en</strong>te es el precio de <strong>la</strong> libertad», proc<strong>la</strong>mó.«Eech —gritó Chamcha, incapaz de evitar <strong>la</strong> interrupción—. Aaaj, unnnch, ouoooo.»* * *Al cabo de un tiempo, invadió a Sa<strong>la</strong>din una extraña abulia. No t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> m<strong>en</strong>or idea decuánto tiempo llevaban viajando <strong>en</strong> el furgón de sus desdichas, ni hubiera podido av<strong>en</strong>turar unasuposición acerca de <strong>la</strong> proximidad de su destino, a pesar de que <strong>en</strong> sus oídos repicaba con másy más fuerza el sonsonete de eleo<strong>en</strong>e, deerreeese, Londres. Los golpes que llovían sobre él loss<strong>en</strong>tía suaves como caricias de <strong>en</strong>amorada; <strong>la</strong> grotesca visión de su cuerpo transformado ya nole horrorizaba; incluso <strong>la</strong>s últimas bolitas de cabra habían dejado de remover su martirizadoestómago. Aturdido, se acurrucó <strong>en</strong> su pequeño mundo, tratando de hacerse lo más pequeño


posible, con <strong>la</strong> esperanza de que al fin conseguiría desaparecer del todo y así recobrar <strong>la</strong>libertad.La conversación acerca de técnicas de vigi<strong>la</strong>ncia había reunido a funcionarios deinmigración y policías, limando <strong>la</strong> aspereza de <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de severa reprim<strong>en</strong>da de Stein.Chamcha, el insecto <strong>en</strong> el suelo del furgón, oía, lejanas, como a través de un auricu<strong>la</strong>rtelefónico, <strong>la</strong>s voces de sus captores que hab<strong>la</strong>ban animadam<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> necesidad de aum<strong>en</strong>tarel material de vídeo <strong>en</strong> los espectáculos públicos y de <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tajas de <strong>la</strong> informática y, lo queparecía ser una contradicción, de <strong>la</strong> eficacia de dar un pi<strong>en</strong>so <strong>en</strong>riquecido a los caballos de <strong>la</strong>policía <strong>la</strong> noche antes de un partido importante, porque cuando los desarreglos digestivos de <strong>la</strong>caballería rociaban de mierda a <strong>la</strong>s masas siempre <strong>la</strong>s provocaban a <strong>la</strong> viol<strong>en</strong>cia, y <strong>en</strong>toncesnosotros podemos <strong>en</strong>trar a modo. Chamcha, incapaz de conseguir que este universo detelefilmes, partidode<strong>la</strong>jornada, policías y <strong>la</strong>drones formara un conjunto coher<strong>en</strong>te, cerró losoídos a <strong>la</strong> cháchara y se quedó escuchando <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra que era deletreada <strong>en</strong> su cerebro.Entonces saltó <strong>la</strong> chispa.«¡Pregunt<strong>en</strong> al ord<strong>en</strong>ador!»Tres funcionarios de inmigración <strong>en</strong>mudecieron cuando <strong>la</strong> hedionda criatura se irguió yles chilló. «¿Qué dice? —preguntó el más jov<strong>en</strong> de los policías, uno de los hinchas delTott<strong>en</strong>ham por cierto, con aire dubitativo—. ¿Le atizo?»«Yo me l<strong>la</strong>mo Sa<strong>la</strong>huddin Charnchawa<strong>la</strong>, nombre artístico Sa<strong>la</strong>din Chamcha —gimió elsemichivo—. Soy miembro de Actors' Equity, <strong>la</strong> Asociación Automovilística y el Garrick Club.El número de matrícu<strong>la</strong> de mi coche es talytal. Pregunt<strong>en</strong> al ord<strong>en</strong>ador. Por favor.»«¿A quién se <strong>la</strong> quieres dar? —preguntó uno de los hinchas del Liverpool, pero parecíainseguro—. Mírate, tú eres un "paki" de mierda. ¿Sally-qué? ¿Qué nombre es ése para uninglés?»Chamcha <strong>en</strong>contró <strong>en</strong> algún sitio un punto de indignación. «¿Y ellos? —preguntóseña<strong>la</strong>ndo con un movimi<strong>en</strong>to de cabeza a los funcionarios de inmigración—. Por el nombre,no me parec<strong>en</strong> muy anglosajones.»Durante un mom<strong>en</strong>to, dio <strong>la</strong> impresión que todos iban a echársele <strong>en</strong>cima ydescuartizarlo por su temeridad, pero al fin el oficial Novak, cara de ca<strong>la</strong>vera, se limitó a darlevarios cachetes mi<strong>en</strong>tras respondía: «Yo soy de Weybridge, capullo. Fíjate bi<strong>en</strong>: Weybridge,donde vivían los jodidos Beatles.»«Vale más que lo comprobemos», dijo Stein. Tres minutos y medio después, el furgónse det<strong>en</strong>ía y los tres funcionarios de inmigración, los cinco ag<strong>en</strong>tes de policía y un conductorcelebraban una confer<strong>en</strong>cia de urg<strong>en</strong>cia —estamos <strong>en</strong> un atol<strong>la</strong>dero de mierda— y Chamchaobservó que ahora los nueve volvían a parecerse, que <strong>la</strong> t<strong>en</strong>sión y el miedo los igua<strong>la</strong>ban. Notardó <strong>en</strong> compr<strong>en</strong>der que <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada al Ord<strong>en</strong>ador C<strong>en</strong>tral de <strong>la</strong> Policía, que prestam<strong>en</strong>te lohabía id<strong>en</strong>tificado como Ciudadano Británico de Primera, lejos de mejorar su situación, lehabía colocado <strong>en</strong> una situación más peligrosa todavía.«Podríamos decir que lo <strong>en</strong>contramos <strong>en</strong> <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya, sin s<strong>en</strong>tido», dijo uno de los nueve.«No vale —fue <strong>la</strong> respuesta—, a causa de <strong>la</strong> vieja y el fu<strong>la</strong>no.» «Bi<strong>en</strong>, pues se resistió a<strong>la</strong>rresto, se puso viol<strong>en</strong>to y, <strong>en</strong> el altercado, se desmayó.» «O <strong>la</strong> vieja chocheaba y no habíamanera de <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der<strong>la</strong> y el otro tío, comosel<strong>la</strong>me, no dijo ni mu, y <strong>en</strong> cuanto a este fu<strong>la</strong>no, nohay más que verlo, ti<strong>en</strong>e <strong>la</strong> mismísima pinta del diablo, ¿qué podíamos p<strong>en</strong>sar nosotros?» «Y<strong>en</strong>tonces va y se nos desmaya, de manera que qué podíamos hacer nosotros, pregunto yo,Señoría, sino llevarlo a <strong>la</strong> <strong>en</strong>fermería del C<strong>en</strong>tro de Det<strong>en</strong>idos, para que lo at<strong>en</strong>dieran y tuvieran<strong>en</strong> observación e interrogaran, según <strong>la</strong>s normas para estos casos. ¿Qué os parece algo por elestilo?» «Somos nueve contra uno, pero <strong>la</strong> vieja y el otro fu<strong>la</strong>no lo lían todo.» «Mira, luego lop<strong>en</strong>samos, ahora lo primero, insisto, es dejarlo inconsci<strong>en</strong>te.» «De acuerdo.»


* * *Chamcha despertó <strong>en</strong> una cama de hospital sacando una especie de lodo verde de lospulmones. S<strong>en</strong>tía los huesos como si algui<strong>en</strong> se los hubiera metido <strong>en</strong> un frigorífico durantemucho tiempo. Empezó a toser y, cuando se le pasó <strong>la</strong> tos, al cabo de diecinueve minutos ymedio, volvió a aletargarse, sin haber reparado <strong>en</strong> ningún detalle de su actual paradero. Cuandovolvió otra vez a <strong>la</strong> superficie, una cara de mujer le miraba cordialm<strong>en</strong>te con una sonrisa deali<strong>en</strong>to. «Pronto estará bi<strong>en</strong> —dijo dándole una palmada <strong>en</strong> un hombro—. Un poco depulmonía y nada más. —Se pres<strong>en</strong>tó, era Hyacinth Phillis, su fisioterapeuta. Y agregó—: Yonunca juzgo a <strong>la</strong>s personas por su aspecto. No, señor. No vaya usted a creer.»Con estas pa<strong>la</strong>bras, le puso de <strong>la</strong>do, le colocó una cajita de cartón al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> boca, selevantó <strong>la</strong> bata b<strong>la</strong>nca, se quitó los zapatos y, de un atlético salto, se subió a <strong>la</strong> cama, ahorcajadas de Chamcha, ni más ni m<strong>en</strong>os que si él fuera un caballo y el<strong>la</strong> p<strong>en</strong>sara hacerlecruzar los biombos que rodeaban su cama para llevarlo por sabe Dios qué paisajes <strong>en</strong>cantados.«Órd<strong>en</strong>es del doctor —explicó el<strong>la</strong>—. Sesiones de treinta minutos, dos veces al día.» Sin máspreámbulos, empezó a sacudirle el tórax con puños b<strong>la</strong>ndos, briosos y, evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te,expertos.Para el pobre Sa<strong>la</strong>din, con <strong>la</strong> paliza del furgón tan reci<strong>en</strong>te, este nuevo asalto fue <strong>la</strong> gotaque hace rebosar el vaso. Empezó a revolverse bajo los puños de <strong>la</strong> <strong>en</strong>fermera, gritando:«Quiero salir de aquí. ¿Han avisado a mi esposa?» El esfuerzo de los gritos le provocó otroacceso de tos que le duró diecisiete minutos y tres cuartos y le valió un rapapolvo de Hyacinth,<strong>la</strong> fisioterapeuta: «Me hace perder el tiempo —le dijo—. Ahora ya t<strong>en</strong>dría que haber terminadocon su pulmón derecho y no he hecho más que empezar. ¿Va a portarse bi<strong>en</strong> o no?» Seguía <strong>en</strong><strong>la</strong> cama, montada sobre él, saltando con <strong>la</strong>s convulsiones de su cuerpo, como un jinete de rodeoque espera <strong>la</strong> campana que anuncia los nueve segundos. Él dejó de resistirse, derrotado, yconsintió que el<strong>la</strong> le extrajera, a golpes, el fluido verde de sus inf<strong>la</strong>mados pulmones. Cuandohubo terminado, él fue obligado a reconocer que se s<strong>en</strong>tía mucho mejor. El<strong>la</strong> retiró <strong>la</strong> cajita queestaba medio ll<strong>en</strong>a de lodo y dijo alegrem<strong>en</strong>te: «D<strong>en</strong>tro de nada estará como nuevo, otra vezfirme sobre sus pies. —Entonces se sonrojó y se disculpó—. Ay, perdone» y salió huy<strong>en</strong>do, sinacordarse de correr los biombos.«Es hora de considerar <strong>la</strong> situación», se dijo él. Un rápido exam<strong>en</strong> físico le informó deque su nueva condición subsistía. Ello le <strong>en</strong>tristeció y <strong>en</strong>tonces advirtió que había alim<strong>en</strong>tado <strong>la</strong>esperanza de que <strong>la</strong> pesadil<strong>la</strong> terminara mi<strong>en</strong>tras dormía. Ahora llevaba otro pijama, éste verdemanzana, liso, a juego con <strong>la</strong> te<strong>la</strong> de los biombos y lo que podía ver de <strong>la</strong>s paredes de aquelmisterioso y anónimo pabellón. Sus piernas terminaban todavía <strong>en</strong> aquel<strong>la</strong>s <strong>la</strong>m<strong>en</strong>tablespezuñas, y los cuernos de su fr<strong>en</strong>te eran tan agudos como antes... Fue a distraerle de este tristeinv<strong>en</strong>tario <strong>la</strong> voz de un hombre que gritaba muy cerca con una aflicción que partía el corazón:«¡Oh, cómo sufre este pobre cuerpo!»«¿Qué canastos?», p<strong>en</strong>só Chamcha, y decidió investigar. Pero <strong>en</strong>tonces empezaba aadvertir otros muchos sonidos, tan a<strong>la</strong>rmantes como el primero. Le parecía oír toda c<strong>la</strong>se deruidos animales: mugidos de bueyes, chillidos de monos, incluso el parloteo de loros operiquitos. Luego, de otra dirección, oyó a una mujer que profería gruñidos y gritos al final delo que parecía un parto doloroso; seguidos del chillido de un recién nacido. Pero los gritos de <strong>la</strong>mujer no cesaron cuando empezaron los del niño; al contrario, redob<strong>la</strong>ron su int<strong>en</strong>sidad, y unosquince minutos después Chamcha oyó c<strong>la</strong>ram<strong>en</strong>te que <strong>la</strong> voz de otro niño se unía a <strong>la</strong> delprimero. Pero <strong>la</strong> agonía natal de <strong>la</strong> mujer no terminó y, a intervalos de quince a treinta minutos,durante un período interminable, siguió sumando niños al ya improbable número de los salidosde su vi<strong>en</strong>tre, como un ejército invasor.Su nariz le informó de que el sanatorio, o como se l<strong>la</strong>mara aquel sitio, empezaba a


apestar; olores de selva y de corral se mezc<strong>la</strong>ban a un aroma rico, como de especias exóticasque estuvieran fri<strong>en</strong>do <strong>en</strong> mantequil<strong>la</strong> c<strong>la</strong>rificada: coriandro, j<strong>en</strong>gibre, cane<strong>la</strong>, cardamomo,c<strong>la</strong>vo. «Esto pasa de <strong>la</strong> raya —se dijo él con firmeza—. Ya es hora de empezar a ac<strong>la</strong>rar <strong>la</strong>scosas.» Sacó <strong>la</strong>s piernas de <strong>la</strong> cama, trató de levantarse e inmediatam<strong>en</strong>te cayó al suelo, por <strong>la</strong>falta de costumbre de usar aquel<strong>la</strong>s nuevas extremidades. Tardó alrededor de una hora <strong>en</strong>resolver el problema; apr<strong>en</strong>dió a andar sujetándose a <strong>la</strong> cama y dando traspiés hasta adquirirconfianza. Al fin, y tambaleándose, llegó hasta el biombo más próximo; y <strong>en</strong>tonces, <strong>en</strong>tre dosde los biombos de su derecha apareció <strong>la</strong> cara del oficial Stein, con una sonrisa sardónica,seguida rápidam<strong>en</strong>te del resto del individuo, que volvió a juntar los biombos a su espalda consospechosa rapidez.«¿Se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra mejor», preguntó Stein con su amplia sonrisa.«¿Cuándo v<strong>en</strong>drá el doctor? ¿Cuándo podré ir al water? ¿Cuándo podré marcharme?»,preguntó Chamcha de un tirón. Stein respondió sosegadam<strong>en</strong>te: el médico llegaría <strong>en</strong> seguida;<strong>la</strong> <strong>en</strong>fermera Phillips le daría un orinal; podría marcharse <strong>en</strong> cuanto estuviera restablecido. «Porcierto, fue usted muy amable al contraer esa pulmonía —agregó Stein con <strong>la</strong> gratitud del autorcuyo personaje, inesperadam<strong>en</strong>te, le resuelve un peliagudo problema técnico—. Hace muchomás verosímil <strong>la</strong> historia. Al parecer, estaba usted tan <strong>en</strong>fermo que perdió el conocimi<strong>en</strong>to.Somos nueve que lo recordamos perfectam<strong>en</strong>te. Gracias. —Chamcha no pudo <strong>en</strong>contrarpa<strong>la</strong>bras—. Y, otra cosa —prosiguió Stein—, a <strong>la</strong> vieja chif<strong>la</strong>da de Mrs. Diamond resulta que<strong>la</strong> <strong>en</strong>contraron muerta <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, completam<strong>en</strong>te fiambre, y el otro caballero se esfumó. No sedescarta <strong>la</strong> posibilidad de un hecho delictivo.»«En suma —dijo, antes de desaparecer para siempre de <strong>la</strong> nueva vida de Sa<strong>la</strong>din—, yole sugiero, ciudadano Sa<strong>la</strong>din, que no incordie con una d<strong>en</strong>uncia. Perdone <strong>la</strong> franqueza, perocon esos cuernos y esas pezuñas no resultaría un testigo muy fidedigno. Que usted lo pasebi<strong>en</strong>.»Sa<strong>la</strong>din Chamcha cerró los ojos y, cuando volvió a abrirlos, su verdugo se habíaconvertido <strong>en</strong> <strong>la</strong> <strong>en</strong>fermera fisioterapeuta Hyacinth Phillips. «¿Por qué ese afán de echar aandar? —preguntó—. Lo que desee no ti<strong>en</strong>e más que pedírmelo a mí, Hyacinth, y veremos loque puede hacerse.»* * *«Ssst.»Aquel<strong>la</strong> noche, a <strong>la</strong> luz verdosa de <strong>la</strong> misteriosa institución, despertó a Sa<strong>la</strong>din un siseosalido de un bazar indio.«Ssst. Tú, Belcebú. Despierta.»De<strong>la</strong>nte de él había una figura tan imposible que Chamcha sintió el deseo de taparse <strong>la</strong>cabeza con <strong>la</strong> sábana; pero no pudo, porque, ¿acaso no estaba él mismo...? «Eso es —dijo <strong>la</strong>criatura—, ya ves que no era el único.»T<strong>en</strong>ía un cuerpo perfectam<strong>en</strong>te humano, pero cabeza de tigre feroz, con tres hileras dedi<strong>en</strong>tes. «Los guardianes de noche se duerm<strong>en</strong> a veces —explicó—. Y nosotros podemoshab<strong>la</strong>r.»En aquel mom<strong>en</strong>to, una voz de una de <strong>la</strong>s otras camas —cada cama, ahora lo sabíaChamcha, t<strong>en</strong>ía su propia cerca de biombos— gimió con fuerza: «¡Oh, cómo sufre este pobrecuerpo!» Y el hombre-tigre, o Mantícora, como él se l<strong>la</strong>maba, gruñó de irritación. «Ese lloricas—exc<strong>la</strong>mó—. Y, total, lo único que le han hecho es dejarle ciego.»«¿Quién ha hecho el qué?» Chamcha estaba confuso.«La cuestión es —prosiguió el Mantícora—: ¿vas a soportarlo?»


Sa<strong>la</strong>din seguía perplejo. El otro parecía sugerir que aquel<strong>la</strong>s mutaciones eran obra de...¿de quién? ¿Cómo podía nadie? «No sé cómo se puede culpar a nadie...»El Mantícora rechinó sus tres hileras de di<strong>en</strong>tes con manifiesta frustración. «En ese <strong>la</strong>dohay una mujer que ya es casi búfalo de agua —dijo—. Hay empresarios nigerianos a los que leshan salido gruesas co<strong>la</strong>s. Y un grupo de turistas del S<strong>en</strong>egal que, simplem<strong>en</strong>te, al cambiar deavión, fueron convertidos <strong>en</strong> viscosas serpi<strong>en</strong>tes. Yo estoy <strong>en</strong> el ramo de <strong>la</strong> confección; desdehace años, soy un modelo masculino muy cotizado con base <strong>en</strong> Bombay y pres<strong>en</strong>to una ampliagama de sastrería y camisería. Pero ¿quién va a querer contratarme ahora?» Prorrumpió <strong>en</strong>súbito e inesperado l<strong>la</strong>nto. «Vamos, vamos —dijo Sa<strong>la</strong>din Chamcha automáticam<strong>en</strong>te—. Todose arreg<strong>la</strong>rá, estoy seguro. T<strong>en</strong> valor.»La criatura se dominó. «La cuestión es que algunos de nosotros no queremos seguirtolerándolo —dijo con vehem<strong>en</strong>cia—. Saldremos de aquí antes de que nos conviertan <strong>en</strong> algopeor. Noche tras noche, si<strong>en</strong>to que otra parte de mí empieza a cambiar. Por ejemplo,últimam<strong>en</strong>te no hago más que peer... con perdón... ¿te das cu<strong>en</strong>ta? A propósito, pruébalos —pasó a Chamcha un paquete de chicle de m<strong>en</strong>ta extra fuerte—. Disimu<strong>la</strong>n el ali<strong>en</strong>to. Hesobornado a un guardián para que me surta.»«Pero, ¿cómo lo hac<strong>en</strong>?», inquirió Chamcha.«Nos describ<strong>en</strong> —susurró el otro solemnem<strong>en</strong>te—. Eso es todo. Ti<strong>en</strong><strong>en</strong> el poder de <strong>la</strong>descripción, y nosotros sucumbimos a <strong>la</strong>s imág<strong>en</strong>es que ellos trazan.»«Cuesta creerlo —argum<strong>en</strong>tó Chamcha—. Yo he vivido aquí muchos años y nunca mehabía ocurrido...» Su voz se extinguió porque el Mantícora le miraba <strong>en</strong>tornando los ojos consuspicacia. «¿Muchos años? —preguntó—. ¿No serás un confid<strong>en</strong>te? Sí, eso es: ¿un espía?»En un rincón apartado del pabellón sonó <strong>en</strong>tonces un <strong>la</strong>m<strong>en</strong>to. «Dejadme ir —aul<strong>la</strong>bauna voz de mujer—. Oh, Jesús, yo quiero irme. Jesús, María, t<strong>en</strong>go que irme, dejadme ir. Ay,Dios. Ay, Jesús, Dios mío.» Un lobo con aspecto de crápu<strong>la</strong> asomó <strong>la</strong> cabeza <strong>en</strong>tre los biombosde Sa<strong>la</strong>din y habló ansiosam<strong>en</strong>te al Mantícora. «Los guardianes no tardarán —siseó—. Es el<strong>la</strong>otra vez, Berta Cristal.»«¿Cristal...?», empezó Sa<strong>la</strong>din. «La piel se le volvió de cristal —explicó el Mantícoracon impaci<strong>en</strong>cia, ignorando que estaba dando vida a <strong>la</strong> peor de <strong>la</strong>s pesadil<strong>la</strong>s de Chamcha—. Yesos hijos de puta se lo hicieron añicos. Ahora el<strong>la</strong> no puede ni ir al tocador.»Una voz nueva siseó <strong>en</strong> <strong>la</strong> noche verdosa. «Por el amor de Dios, mujer. Hazlo <strong>en</strong> eljodido orinal.»El lobo se llevaba el Mantícora. «¿Está o no está con nosotros?», preguntó. ElMantícora se <strong>en</strong>cogió de hombros. «Está indeciso —respondió—. No se cree lo que estávi<strong>en</strong>do, y eso es lo malo.»Huyeron al oír crujir <strong>la</strong>s pesadas botas de los guardianes.* * *Al día sigui<strong>en</strong>te, el médico seguía sin aparecer, y también Pame<strong>la</strong>, y Chamcha,desconcertado, se dormía y despertaba como si ambos estados ya no tuvieran que serconsiderados contrarios, sino complem<strong>en</strong>tarios para crear un per<strong>en</strong>ne delirio de los s<strong>en</strong>tidos.Soñó con <strong>la</strong> reina, que <strong>la</strong> abrazaba tiernam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el acto del amor. El<strong>la</strong> era el cuerpo de <strong>la</strong>Gran Bretaña, el avatar del Estado, y él <strong>la</strong> había elegido, había copu<strong>la</strong>do con el<strong>la</strong>; era suAmada, <strong>la</strong> luna de sus delicias.Hyacinth v<strong>en</strong>ía a horas fijas a montarle y sacudirle y él se sometía sin rechistar. Pero, alterminar, el<strong>la</strong> le susurró al oído: «¿Usted está de acuerdo con los demás?», y él compr<strong>en</strong>dió queestaba implicada <strong>en</strong> <strong>la</strong> gran conspiración. «Si lo está usted, cu<strong>en</strong>t<strong>en</strong> conmigo», dijo él. El<strong>la</strong>


asintió, satisfecha. Chamcha sintió que le invadía un dulce calor y empezó a p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> cogeruno de los puños pequeñitos, pero fuertes, de <strong>la</strong> fisioterapeuta, pero <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to, de <strong>la</strong>dirección del ciego llegó una voz: «Mi bastón, he perdido el bastón.» «Pobre infeliz», dijoHyacinth, y bajándose de Chamcha se acercó corri<strong>en</strong>do al invid<strong>en</strong>te, recogió el bastón, se lopuso <strong>en</strong> <strong>la</strong> mano a su dueño y volvió a Sa<strong>la</strong>din. «Hasta esta tarde —le dijo—. ¿De acuerdo?¿No hay problemas?»Él quería que se quedara, pero <strong>la</strong> mujer se movía con rapidez. «Soy una mujer muyocupada, Mr. Chamcha. Cosas que hacer, g<strong>en</strong>te que at<strong>en</strong>der.»Cuando el<strong>la</strong> se fue, él se recostó <strong>en</strong> <strong>la</strong> almohada y, por primera vez <strong>en</strong> mucho tiempo,sonrió. No se le ocurrió que su metamorfosis debía de continuar, porque t<strong>en</strong>ía ideas románticasacerca de una mujer negra; y, antes de que tuviera tiempo de p<strong>en</strong>sar cosas tan complejas, elciego del rincón volvió a hab<strong>la</strong>r:«Me he fijado <strong>en</strong> usted —le oyó decir Chamcha— y agradezco su amabilidad ycompr<strong>en</strong>sión. —Sa<strong>la</strong>din advirtió que estaba haci<strong>en</strong>do un discurso de agradecimi<strong>en</strong>to al aire, alespacio donde creía que seguía <strong>la</strong> fisioterapeuta—. Yo no soy hombre que olvide <strong>la</strong> amabilidad.Quizás un día pueda recomp<strong>en</strong>sar<strong>la</strong>, pero por el mom<strong>en</strong>to quiero que sepa que aprecio lo quehace, y con cariño... —Chamcha no tuvo valor para gritar el<strong>la</strong> no está, se marchó hace rato, yse quedó escuchando tristem<strong>en</strong>te, hasta que al fin el ciego hizo una pregunta al aire—: Confío<strong>en</strong> que usted también se acuerde de mí. ¿Un poquito? ¿De vez <strong>en</strong> cuando?» Luego vino unsil<strong>en</strong>cio, una risa seca; el ruido de un hombre que, de pronto, se s<strong>en</strong>taba pesadam<strong>en</strong>te. Y, al fin,después de una pausa insoportable, un brusco cambio de tono: «¡Oh! —se <strong>la</strong>m<strong>en</strong>tó el ciego <strong>en</strong>su soliloquio—. ¡Cómo sufre este pobre cuerpo!»Aspiramos a lo sublime pero nuestra naturaleza nos traiciona, p<strong>en</strong>só Chamcha; payasos<strong>en</strong> busca de coronas. Le invadió <strong>la</strong> amargura. Antaño yo era más alegre, más feliz, amable.Ahora <strong>en</strong> mis v<strong>en</strong>as está el agua negra.Pame<strong>la</strong> seguía sin aparecer. Qué puñeta. Aquel<strong>la</strong> noche dijo al Mantícora y al lobo queestaba con ellos, hasta el fin.* * *La gran fuga tuvo lugar varias noches después, cuando los pulmones de Sa<strong>la</strong>din yaestaban casi limpios de lodo verde, gracias a los cuidados de Miss Hyacinth Phillips. Resultóun asunto bastante bi<strong>en</strong> organizado <strong>en</strong> una esca<strong>la</strong> más bi<strong>en</strong> grande, que afectaba no sólo a losinternos del sanatorio sino también a los det<strong>en</strong>us, como los l<strong>la</strong>maba el Mantícora, que estabanrecluidos tras cercas de a<strong>la</strong>mbre <strong>en</strong> el contiguo C<strong>en</strong>tro de Det<strong>en</strong>ción. Puesto que Chamcha noera uno de los grandes estrategas de <strong>la</strong> fuga, él se limitó a esperar al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> cama, tal comole habían ord<strong>en</strong>ado, hasta que Hyacinth fue a avisarle, y <strong>en</strong>tonces salieron corri<strong>en</strong>do delpabellón de <strong>la</strong>s pesadil<strong>la</strong>s a <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ridad de un cielo frío y bañado por <strong>la</strong> luna, por de<strong>la</strong>nte devarios hombres atados y amordazados: sus guardianes. Había muchas sombras que corrían por<strong>la</strong> noche incandesc<strong>en</strong>te, y Chamcha vislumbró criaturas que nunca hubiera imaginado, hombresy mujeres que t<strong>en</strong>ían algo de p<strong>la</strong>ntas, o de insectos gigantes e, incluso, algunos eran <strong>en</strong> parte de<strong>la</strong>drillo o de piedra; había hombres con cuernos de rinoceronte <strong>en</strong> lugar de nariz y mujeres concuello de jirafa. Los monstruos corrieron <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio hasta <strong>la</strong> cerca del complejo del C<strong>en</strong>tro deDet<strong>en</strong>ción, donde el Mantícora y otros mutantes de bu<strong>en</strong>a d<strong>en</strong>tadura les esperaban junto a losgrandes agujeros que habían abierto a d<strong>en</strong>tel<strong>la</strong>das <strong>en</strong> <strong>la</strong> te<strong>la</strong> metálica, y <strong>en</strong> seguida estuvieronfuera, libres, y<strong>en</strong>do cada cual por su <strong>la</strong>do, sin esperanza pero también sin vergü<strong>en</strong>za. Sa<strong>la</strong>dinChamcha y Hyacinth Phillips corrían juntos, los cascos de chivo repicaban <strong>en</strong> el duropavim<strong>en</strong>to: al Este, dijo el<strong>la</strong> cuando él oyó que sus propias pisadas sustituían el zumbido de sus


oídos, al Este, al Este, al Este corrían por carreteras de tercer ord<strong>en</strong>, camino de <strong>la</strong> ciudad deLondres.4


Jumpy Joshi se convirtió <strong>en</strong> amante de Pame<strong>la</strong> Chamcha «por pura casualidad», comoel<strong>la</strong> diría después, <strong>la</strong> noche <strong>en</strong> que el<strong>la</strong> se <strong>en</strong>teró de <strong>la</strong> muerte de su esposo <strong>en</strong> <strong>la</strong> explosión delBostan, de manera que el sonido de <strong>la</strong> voz de su antiguo condiscípulo Sa<strong>la</strong>din que le hab<strong>la</strong>badesde ultratumba a medianoche, murmurando <strong>la</strong>s cinco pa<strong>la</strong>bras mágicas perdón, lo si<strong>en</strong>to,número equivocado —lo que era más, que le hab<strong>la</strong>ba m<strong>en</strong>os de dos horas después de queJumpy y Pame<strong>la</strong> formaran <strong>la</strong> bestia de dos espaldas, con ayuda de dos botel<strong>la</strong>s de whisky— lesobrecogió. «¿Quién era?», se volvió a preguntar Pame<strong>la</strong>, más dormida que despierta, con unantifaz negro sobre los ojos. «Nadie, un bromista, no te preocupes», decidió responder él, locual estaba muy bi<strong>en</strong>, salvo por <strong>la</strong> circunstancia de que ahora t<strong>en</strong>ía que preocuparse él solo,s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, desnudo y chupándose el dedo de <strong>la</strong> mano derecha, para conso<strong>la</strong>rse, comosiempre.Era una persona pequeña, con hombros de percha de a<strong>la</strong>mbre y una <strong>en</strong>orme capacidadpara <strong>la</strong> agitación nerviosa, evid<strong>en</strong>ciada por su cara pálida, de ojos hundidos; por su pelo, másbi<strong>en</strong> pobre —todavía completam<strong>en</strong>te negro y rizado—, mesado tan a m<strong>en</strong>udo por sus manosfr<strong>en</strong>éticas que ya no le hacían el m<strong>en</strong>or efecto los cepillos ni los peines sino que se disparaba <strong>en</strong>todas <strong>la</strong>s direcciones, dando a su dueño <strong>en</strong> todo mom<strong>en</strong>to el aire de que acababa de levantarsede <strong>la</strong> cama, tarde y con prisas; y por su risa alta, tímida, contrita y simpática, pero hiposa yexcesivam<strong>en</strong>te nerviosa; todo ello había contribuido a convertir su nombre, Jamshed, <strong>en</strong> elJumpy, o «Asustadizo», que todo el mundo utilizaba automáticam<strong>en</strong>te, incluso los queacababan de conocerle; todos salvo Pame<strong>la</strong> Chamcha. La esposa de Sa<strong>la</strong>din, p<strong>en</strong>saba él,chupando furiosam<strong>en</strong>te. ¿O <strong>la</strong> viuda? O. Dios me asista, <strong>la</strong> esposa, a fin de cu<strong>en</strong>tas. Descubrióun sordo r<strong>en</strong>cor hacia Chamcha. El retorno de una tumba <strong>en</strong> el mar: un hecho tan espectacu<strong>la</strong>r,incluso para esta época, resultaba casi una indec<strong>en</strong>cia, un acto de ma<strong>la</strong> fe.En cuanto se <strong>en</strong>teró de <strong>la</strong> noticia, corrió a casa de Pame<strong>la</strong>, y <strong>la</strong> <strong>en</strong>contró tranqui<strong>la</strong> y conlos ojos secos. El<strong>la</strong> le hizo pasar a su estudio de partidaria del desord<strong>en</strong>, <strong>en</strong> cuyas paredes sealternaban <strong>la</strong>s acuare<strong>la</strong>s de rosaledas con los carteles de puños cerrados con inscripciones dePartido Socialista, fotografías de amigos y un montón de máscaras africanas, y mi<strong>en</strong>tras é<strong>la</strong>vanzaba con caute<strong>la</strong> por <strong>en</strong>tre c<strong>en</strong>iceros, números del diario Voice y nove<strong>la</strong>s de ci<strong>en</strong>cia-ficciónfeminista, el<strong>la</strong> le dijo, con naturalidad: «Lo más sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te es que cuando me lo dijeronp<strong>en</strong>sé, bi<strong>en</strong>, qué se le va a hacer, su muerte dejará <strong>en</strong> mi vida un agujero realm<strong>en</strong>te pequeño.»Jumpy, que t<strong>en</strong>ía ganas de llorar y rev<strong>en</strong>taba de recuerdos, se quedó parado y agitó los brazos,con su gran abrigo negro y su cara pálida y aterrorizada, como un vampiro sorpr<strong>en</strong>dido por unarep<strong>en</strong>tina y abominable luz diurna. Entonces vio <strong>la</strong>s botel<strong>la</strong>s de whisky vacías. Pame<strong>la</strong> habíaempezado a beber, dijo, hacía varias horas, y desde <strong>en</strong>tonces había continuado regu<strong>la</strong>r,rítmicam<strong>en</strong>te, con <strong>la</strong> persist<strong>en</strong>cia de un corredor de fondo. Él se s<strong>en</strong>tó a su <strong>la</strong>do <strong>en</strong> el sofá-camabajo y b<strong>la</strong>ndo y se ofreció a actuar de liebre. «Como quieras», dijo el<strong>la</strong> pasándole <strong>la</strong> botel<strong>la</strong>.Ahora, s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, con el pulgar <strong>en</strong> lugar de <strong>la</strong> botel<strong>la</strong>, con su secreto y <strong>la</strong>resaca martillándole <strong>la</strong> cabeza de forma igualm<strong>en</strong>te dolorosa (él nunca fue aficionado a <strong>la</strong>bebida ni a los secretos), Jumpy volvió a s<strong>en</strong>tir que <strong>la</strong>s lágrimas acudían a sus ojos y decidiólevantarse y andar un poco por <strong>la</strong> casa. Se fue al piso de arriba, a <strong>la</strong> habitación que Sa<strong>la</strong>din seempeñaba <strong>en</strong> l<strong>la</strong>mar su «guarida», una gran ext<strong>en</strong>sión de buhardil<strong>la</strong> con c<strong>la</strong>raboyas y v<strong>en</strong>tanasque daban a unos jardines mancomunados salpicados de hermosos árboles, roble, arce, eincluso el último de los olmos, supervivi<strong>en</strong>te de los años de p<strong>la</strong>ga. Antes, los olmos, ahora,nosotros, p<strong>en</strong>só Jumpy. Quizá lo de los árboles fue un aviso. Agitó <strong>la</strong> cabeza para ahuy<strong>en</strong>tar elmorbo del amanecer y se s<strong>en</strong>tó <strong>en</strong> el canto del escritorio de caoba de su amigo. Una vez, <strong>en</strong> unafiesta de <strong>la</strong> Universidad, él se había s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> una mesa que chorreaba vino y cerveza, al <strong>la</strong>dode una chica cadavérica con minivestido de blonda negra, un boa de plumas púrpura y unospárpados que eran como dos cascos p<strong>la</strong>teados, sin atreverse a decirle ho<strong>la</strong>. Por fin, <strong>la</strong> miró ytartamudeó una trivialidad; el<strong>la</strong> le <strong>la</strong>nzó una mirada de absoluto desprecio y, sin mover sus<strong>la</strong>bios <strong>la</strong>cados de negro, dijo: <strong>la</strong> conversación ha muerto, tío. Él se mosqueó, tanto se mosqueó


que le dijo: me gustaría que me explicaras por qué todas <strong>la</strong>s chicas de esta ciudad son tanantipáticas, a lo que el<strong>la</strong> respondió sin pararse a p<strong>en</strong>sar: porque <strong>la</strong> mayoría de los chicos soncomo tú. Instantes después, llegó Chamcha, oli<strong>en</strong>do a pachulí, vestido con kurta b<strong>la</strong>nca, elconsabido símbolo de los misterios de Ori<strong>en</strong>te, y <strong>la</strong> chica se fue con él antes de cinco minutos.El muy cerdo, p<strong>en</strong>saba Jumpy Joshi mi<strong>en</strong>tras volvía a inundarle <strong>la</strong> vieja amargura, no t<strong>en</strong>íaescrúpulos, él estaba dispuesto a ser lo que ellos quisieran, el Hare-Krishna quiromántico<strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> una colcha y rezumando dharma, a mí ni muerto. Esto le detuvo, esa pa<strong>la</strong>bra.Muerto. Reconócelo, Jamshed, a ti nunca se te dieron bi<strong>en</strong> <strong>la</strong>s chicas, ésa es <strong>la</strong> verdad y todo lodemás es <strong>en</strong>vidia. Bu<strong>en</strong>o, quizá, concedió y otra vez: Quizá muerto, agregó, o quizá no.Al intruso sin sueño <strong>la</strong> guarida de Chamcha le parecía artificial y, por consigui<strong>en</strong>te,triste: <strong>la</strong> caricatura de un camerino, con fotos de colegas firmadas, carteles, programas<strong>en</strong>marcados, fotos de repres<strong>en</strong>taciones, diplomas, premios, tomos de memorias de artistas decine, una habitación conv<strong>en</strong>cional, comprada de confección, una imitación de <strong>la</strong> vida, máscarade una máscara. En todas <strong>la</strong>s superficies, chucherías: c<strong>en</strong>iceros <strong>en</strong> forma de piano, pierrots deporce<strong>la</strong>na que atisbaban desde el fondo de una librería. Y, <strong>en</strong> todas partes, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s paredes, <strong>en</strong> loscarteles de pelícu<strong>la</strong>s, <strong>en</strong> el resp<strong>la</strong>ndor de <strong>la</strong> lámpara sost<strong>en</strong>ida por un Eros de bronce, <strong>en</strong> elespejo <strong>en</strong> forma de corazón, rezumando de <strong>la</strong> alfombra rojo sangre, goteando del techo, el ansiade amor de Sa<strong>la</strong>din. En el teatro todo el mundo se besa y todo el mundo es un amor. La vida de<strong>la</strong>ctor ofrece a diario el simu<strong>la</strong>cro del amor; una máscara puede ser satisfecha o, por lo m<strong>en</strong>os,conso<strong>la</strong>da, por el eco de lo que anhe<strong>la</strong>. Aquel<strong>la</strong> desesperación, así lo compr<strong>en</strong>día Jumpy, estabad<strong>en</strong>tro de él, él habría hecho cualquier cosa, se habría puesto cualquier maldito traje de idiota,habría adoptado cualquier forma con tal de recibir una pa<strong>la</strong>bra de amor. A pesar de que Sa<strong>la</strong>dinno era desafortunado con <strong>la</strong>s mujeres, ni mucho m<strong>en</strong>os, como ya se ha dicho. El pobre idiota.Ni <strong>la</strong> misma Pame<strong>la</strong>, con toda su hermosura y su intelig<strong>en</strong>cia, había sido sufici<strong>en</strong>te.Era evid<strong>en</strong>te que también él empezaba a no ser sufici<strong>en</strong>te para el<strong>la</strong>, ni de mucho. Alllegar al fondo de <strong>la</strong> segunda botel<strong>la</strong> de whisky, el<strong>la</strong> apoyó <strong>la</strong> cabeza <strong>en</strong> su hombro y dijo conl<strong>en</strong>gua torpe: «No ti<strong>en</strong>es idea del descanso que supone estar con algui<strong>en</strong> con qui<strong>en</strong> no t<strong>en</strong>goque pelearme cada vez que doy una opinión. Algui<strong>en</strong> que está del <strong>la</strong>do de los recond<strong>en</strong>adosángeles. —Él esperó; después de una pausa, llegó algo más—. Él y su Familia Real, esincreíble. Cricket, el Par<strong>la</strong>m<strong>en</strong>to, <strong>la</strong> Reina. Esto para él nunca dejó de ser una postal <strong>en</strong> color.No podías conseguir que viera lo realm<strong>en</strong>te real.» Cerró los ojos y dejó descansar una mano <strong>en</strong><strong>la</strong> de él, como por casualidad. «Era un auténtico Sa<strong>la</strong>din —dijo Jumpy—. Un hombre con unatierra santa que conquistar, su Ing<strong>la</strong>terra, 1a Ing<strong>la</strong>terra <strong>en</strong> <strong>la</strong> que él creía. Tú formabas parte deel<strong>la</strong>.» El<strong>la</strong> se apartó de su <strong>la</strong>do girando sobre sí misma y se t<strong>en</strong>dió sobre revistas, bo<strong>la</strong>s depapel, desord<strong>en</strong>. «¿Parte de el<strong>la</strong>? Yo era 1a mismísima jodida Britannia. Cerveza tibia, pastelde frutas, s<strong>en</strong>tido común y yo. Pero yo también soy realm<strong>en</strong>te real, J.J.; realm<strong>en</strong>te, realm<strong>en</strong>te.—Ext<strong>en</strong>dió los brazos hacia él y lo atrajo hasta donde su boca le esperaba, besándolo con ungran sorbetón impropio de Pame<strong>la</strong>—. ¿Ves lo que quiero decir?» Sí; lo veía.«Habrías t<strong>en</strong>ido que oírle hab<strong>la</strong>r de <strong>la</strong> guerra de <strong>la</strong>s is<strong>la</strong>s Falk<strong>la</strong>nd —dijo el<strong>la</strong> después,desasiéndose y jugando con su pelo—. "Pame<strong>la</strong>, imagina que una noche oyes un ruido <strong>en</strong> <strong>la</strong>p<strong>la</strong>nta baja y, cuando vas a investigar, te <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tras a un hombrón <strong>en</strong> <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> con una escopetaque te dice: Vuelve arriba. ¿Qué harías?" Yo volvería arriba, le contesté. "Pues es eso, ni más nim<strong>en</strong>os. Intrusos <strong>en</strong> <strong>la</strong> casa. Es intolerable." —Jumpy observó que apretaba los puños y se leb<strong>la</strong>nqueaban los nudillos—. Yo le dije: si te empeñas <strong>en</strong> usar metáforas trasnochadas, por lom<strong>en</strong>os, úsa<strong>la</strong>s con propiedad. ¿Qué ocurre cuando dos personas dic<strong>en</strong> que son dueños de unacasa y uno está ocupándo<strong>la</strong> y el otro se pres<strong>en</strong>ta con una escopeta. Porque es así.» Jumpyasintió, muy serio: «Eso es lo realm<strong>en</strong>te real.» «Justo —el<strong>la</strong> le dio una palmada <strong>en</strong> <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>—.Lo realm<strong>en</strong>te justo, Mr. Jam... es real y verdaderam<strong>en</strong>te así. Realm<strong>en</strong>te. Otro trago.» El<strong>la</strong> seinclinó hacia el cassette y oprimió un botón. Jesús, p<strong>en</strong>só Jumpy, ¿Boney M? Dame un respiro.A pesar de su actitud progre <strong>en</strong> cuestión de razas, <strong>la</strong> señora t<strong>en</strong>ía mucho que apr<strong>en</strong>der <strong>en</strong>


música. Ya empezaba el bumchicabum. Y, de pronto, sin más, él se echó a llorar, le hizo llorarde verdad <strong>la</strong> emoción fingida, <strong>la</strong> imitación del dolor a base de música discotequera. Era elsalmo ci<strong>en</strong>to treinta y siete, «Super río». El rey David que hacía oír su voz a través de lossiglos. Cómo cantaremos <strong>la</strong> canción del Señor <strong>en</strong> un país extranjero.«Cuando iba al colegio me obligaban a apr<strong>en</strong>der de memoria los salmos —dijo Pame<strong>la</strong>Chamcha, s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> el suelo, con <strong>la</strong> cabeza apoyada <strong>en</strong> el sofá-cama y los párpados apretados.Junto a los ríos de Babilonia, nos s<strong>en</strong>tábamos, llorábamos oh, oh... Paró <strong>la</strong> cinta, volvió arecostarse y recitó—: Si yo me olvidara de ti, Jerusalén, olvidada sea mi diestra. Péguese mil<strong>en</strong>gua al pa<strong>la</strong>dar si no me acordara de ti, si no pusiera a Jerusalén por <strong>en</strong>cima de mi alegría.»Después, <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, soñaba con su colegio de monjas, con maitines y vísperas y con elcanto de los salmos cuando Jumpy <strong>en</strong>tró corri<strong>en</strong>do y <strong>la</strong> despertó gritando: «No puedo seguircal<strong>la</strong>ndo, t<strong>en</strong>go que decírtelo. Él no ha muerto. Sa<strong>la</strong>din está recond<strong>en</strong>adam<strong>en</strong>te vivo.»* * *El<strong>la</strong> despertó de golpe, hundi<strong>en</strong>do <strong>la</strong>s manos <strong>en</strong> su cabello espeso rizado y alheñado <strong>en</strong>el que empezaban a asomar <strong>la</strong>s primeras hebras b<strong>la</strong>ncas; se arrodilló <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, desnuda, con<strong>la</strong>s manos <strong>en</strong> <strong>la</strong> cabeza, sin poder moverse, hasta que Jumpy acabó de hab<strong>la</strong>r, y <strong>en</strong>tonces, sinavisar, empezó a pegarle puñetazos <strong>en</strong> el pecho, los brazos y los hombros y hasta <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara,con todas sus fuerzas. Él estaba s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, a su <strong>la</strong>do, ridículo con el camisón depuntil<strong>la</strong>s de el<strong>la</strong>, mi<strong>en</strong>tras el<strong>la</strong> le pegaba; él dejaba el cuerpo inerte, recibi<strong>en</strong>do los golpes,sometiéndose. Cuando a el<strong>la</strong> se le acabaron los golpes, t<strong>en</strong>ía el cuerpo sudoroso y él p<strong>en</strong>só quetal vez le había roto un brazo. El<strong>la</strong> se s<strong>en</strong>tó a su <strong>la</strong>do jadeando y los dos permanecieroncal<strong>la</strong>dos.En <strong>la</strong> habitación <strong>en</strong>tró el perro de Pame<strong>la</strong>, con cara de preocupado, y se acercó a el<strong>la</strong>para darle <strong>la</strong> pata y <strong>la</strong>merle <strong>la</strong> pierna izquierda. Jumpy se movió con caute<strong>la</strong>. «Creí que lohabían robado», dijo al fin. Pame<strong>la</strong> movió <strong>la</strong> cabeza <strong>en</strong> un sí, pero. «Los <strong>la</strong>drones me l<strong>la</strong>marony pagué el rescate. Ahora se l<strong>la</strong>ma Gl<strong>en</strong>n. No importa. De todos modos, nunca llegué apronunciar Sher Khan como es debido.»Al cabo de un rato, Jumpy observó que el<strong>la</strong> t<strong>en</strong>ía ganas de hab<strong>la</strong>r. «Lo que hicisteantes...», empezó. «Oh, Dios.»«No. Es como lo que yo hice una vez. Quizá <strong>la</strong> cosa más s<strong>en</strong>sata que haya hecho <strong>en</strong> mivida.» En el verano de 1967, había arrastrado al «apolítico» Sa<strong>la</strong>din, que t<strong>en</strong>ía veintiún años, auna manifestación pacifista. «Una vez <strong>en</strong> <strong>la</strong> vida, Mister Remilgos, voy a rebajarte a mi nivel.»Harold Wilson v<strong>en</strong>ía a <strong>la</strong> ciudad y, a causa del apoyo del gobierno <strong>la</strong>borista a <strong>la</strong> interv<strong>en</strong>ciónestadounid<strong>en</strong>se <strong>en</strong> el Vietnam, se organizó una protesta masiva. Chamcha fue «por curiosidad»,según dijo él. «Yo fui para ver cómo personas autod<strong>en</strong>ominadas intelig<strong>en</strong>tes se convertían <strong>en</strong>masa.»Aquel día llovía a mares. Los manifestantes congregados <strong>en</strong> Market Square quedaronca<strong>la</strong>dos. Jumpy y Chamcha, arrastrados por <strong>la</strong> multitud, se <strong>en</strong>contraron subi<strong>en</strong>do <strong>la</strong>s escalerasdel Ayuntami<strong>en</strong>to; localidad de tribuna, dijo Chamcha con tosca ironía. A su <strong>la</strong>do había dosestudiantes disfrazados de asesinos rusos, con sombrero negro de a<strong>la</strong> ancha, abrigo y gafasnegras, que llevaban debajo del brazo unas cajas de zapatos ll<strong>en</strong>as de tomates embadurnados detinta, con una etiqueta <strong>en</strong> <strong>la</strong> que <strong>en</strong> letras grandes se leía bombas. Poco antes de <strong>la</strong> llegada delPrimer Ministro, uno de ellos tocó <strong>en</strong> el hombro a un policía y dijo: «Perrdon, favor. Cuandollega Mr. Wilson autod<strong>en</strong>ominado Primer Ministro <strong>en</strong> coche <strong>la</strong>rgo, favor pedirle bajar v<strong>en</strong>tanapara que aquí mi amigo poder arrojar bombas.» El policía contestó: «Jo, jo, muy bu<strong>en</strong>o. Ahoraescuche. Usted puede tirarle huevos, por mí no hay inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te. Y también puede tirarle


tomates, como los que ti<strong>en</strong>e <strong>en</strong> esa caja pintados de negro y etiquetados bombas, por mí no hayinconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te. Pero si le tira algo duro, señor, aquí mi compañero le disparará a usted con supisto<strong>la</strong>.» Oh, días de inoc<strong>en</strong>cia, cuando el mundo era jov<strong>en</strong>... Cuando llegó el coche hubo unaava<strong>la</strong>ncha y Chamcha y Jumpy fueron separados. Luego apareció Jumpy, se subió al capó delcoche negro de Harold Wilson y empezó a dar saltos, abollándolo, brincando como un loco alritmo del estribillo que cantaba <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te: Lucharemos, v<strong>en</strong>ceremos, que viva Ho Chi Minh.«Sa<strong>la</strong>din empezó a gritarme que me bajara, <strong>en</strong> parte porque <strong>en</strong>tre <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te habíacantidad de tipos de <strong>la</strong>s Brigadas Especiales que iban hacia el coche desde todas <strong>la</strong>sdirecciones, pero principalm<strong>en</strong>te porque se s<strong>en</strong>tía recond<strong>en</strong>adam<strong>en</strong>te viol<strong>en</strong>to.» Pero él seguíasaltando, subi<strong>en</strong>do más arriba y cay<strong>en</strong>do con más fuerza, ca<strong>la</strong>do hasta los huesos, agitando <strong>la</strong><strong>la</strong>rga mel<strong>en</strong>a: Jumpy el saltarín, saltando hacia <strong>la</strong> mitología de los viejos tiempos. Y Wilson yMarcia, <strong>en</strong>cogidos <strong>en</strong> el asi<strong>en</strong>to de atrás. ¡Ho! ¡Ho! ¡Ho Chi Minh! En el último mom<strong>en</strong>to,Jumpy se ll<strong>en</strong>ó los pulmones de aire y se zambulló de cabeza <strong>en</strong> un mar de caras mojadas yamigas; y desapareció. No pudieron dar con él: negrata de mierda. «Sa<strong>la</strong>din estuvo una semanasin dirigirme <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra —rememoró Jumpy—. Y, cuando me habló, fue para decirme: "Esperoque te darás cu<strong>en</strong>ta de que esos policías hubieran podido acribil<strong>la</strong>rte, y no te acribil<strong>la</strong>ron."»Seguían s<strong>en</strong>tados <strong>en</strong> el borde de <strong>la</strong> cama, uno al <strong>la</strong>do del otro. Jumpy oprimió e<strong>la</strong>ntebrazo de Pame<strong>la</strong>. «Sólo quiero decir que sé lo que es eso. ¡Pumba, bam! Aquello fueincreíble. Y parecía necesario.»«Ay, Dios mío —dijo el<strong>la</strong>, volviéndose a mirarle—. Ay, Dios mío, perdona, pero así hasido.»Por <strong>la</strong> mañana, le costó una hora comunicar con <strong>la</strong> Compañía Aérea, a causa delvolum<strong>en</strong> de l<strong>la</strong>madas que seguía g<strong>en</strong>erando <strong>la</strong> catástrofe, más de veinticinco minutos de insistir—pero él me l<strong>la</strong>mó, era su voz — , mi<strong>en</strong>tras, al otro extremo del hilo telefónico, una vozfem<strong>en</strong>ina, adiestrada especialm<strong>en</strong>te para tratar con seres humanos <strong>en</strong> estado de crisis,compr<strong>en</strong>día sus s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos, se id<strong>en</strong>tificaba con el<strong>la</strong> <strong>en</strong> este mom<strong>en</strong>to de dolor y derrochabapaci<strong>en</strong>cia, pero evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, no le creía ni una pa<strong>la</strong>bra. Lo si<strong>en</strong>to, señora, no quiero serbrutal, pero el avión estalló a diez mil metros de altura. Al final de <strong>la</strong> conversación, Pame<strong>la</strong>Chamcha, habitualm<strong>en</strong>te <strong>la</strong> más ser<strong>en</strong>a de <strong>la</strong>s mujeres, que para llorar se <strong>en</strong>cerraba <strong>en</strong> el cuartode baño, gritaba al teléfono: por Dios, mujer, ¿por qué no se guarda sus discursos bondadosos ypresta at<strong>en</strong>ción a lo que le digo? Finalm<strong>en</strong>te, colgó con fuerza el auricu<strong>la</strong>r y se revolvió contraJumpy Joshi, que al ver <strong>la</strong> expresión de sus ojos derramó el café de <strong>la</strong> taza que le llevaba,porque empezaron a temb<strong>la</strong>rle <strong>la</strong>s manos de miedo. «Gusano de mierda —le acusó—. Conquetodavía está vivo, ¿eh? Seguram<strong>en</strong>te bajó del cielo vo<strong>la</strong>ndo y se metió <strong>en</strong> <strong>la</strong> primera cabina deteléfono, para quitarse el jodido traje de Superman y l<strong>la</strong>mar a su mujercita.» Estaban <strong>en</strong> <strong>la</strong>cocina y Jumpy reparó <strong>en</strong> una serie de cuchillos susp<strong>en</strong>didos de una cinta magnética <strong>en</strong> <strong>la</strong> paredsituada a <strong>la</strong> izquierda de Pame<strong>la</strong>. Él abrió <strong>la</strong> boca para decir algo pero el<strong>la</strong> no le dejó. «Sal deaquí antes de que haga algo. No me explico cómo pude picar. Tú y tus jodidas vocestelefónicas: debí figurármelo.»A principio de los años set<strong>en</strong>ta, Jumpy t<strong>en</strong>ía una discoteca ambu<strong>la</strong>nte insta<strong>la</strong>da <strong>en</strong> suminifurgoneta amaril<strong>la</strong>. La l<strong>la</strong>maba «El Pulgar de Finn» <strong>en</strong> honor de Finn MacCool, elleg<strong>en</strong>dario gigante dormido de Ir<strong>la</strong>nda, otro capullo, como decía Chamcha. Un día, Sa<strong>la</strong>dingastó una broma a Jumpy. Le l<strong>la</strong>mó por teléfono adoptando un ac<strong>en</strong>to vagam<strong>en</strong>te mediterráneoy solicitando los servicios del Pulgar musical <strong>en</strong> <strong>la</strong> is<strong>la</strong> de Skorpios <strong>en</strong> nombre de Mrs.Jacqueline K<strong>en</strong>nedy Onassis, por unos honorarios de diez mil dó<strong>la</strong>res y tras<strong>la</strong>do a Grecia <strong>en</strong>avión privado para hasta seis personas. Era algo terrible que hacer a una persona tan inoc<strong>en</strong>te ytan íntegra como Jamshed Joshi. «Necesito una hora para p<strong>en</strong>sarlo», dijo, y <strong>en</strong>tonces sufrió uncalvario del espíritu. Cuando Sa<strong>la</strong>din l<strong>la</strong>mó al cabo de una hora y oyó que Jumpy rehusaba <strong>la</strong>oferta de Mrs. Onassis por razones políticas, compr<strong>en</strong>dió que su amigo iba para santo y de nadaservía tratar de tomarle el pelo. «Mrs. Onassis se s<strong>en</strong>tirá muy ap<strong>en</strong>ada sin duda», concluyó, y


Jumpy respondió, preocupado: «Por favor, dígale que no es cuestión personal. En realidad,personalm<strong>en</strong>te yo <strong>la</strong> admiro mucho.»Hace demasiado que nos conocemos, p<strong>en</strong>só Pame<strong>la</strong> cuando Jumpy se fue. Podemosmortificarnos el uno al otro con recuerdos de dos décadas.* * *Sobre el tema de <strong>la</strong>s confusiones a que pued<strong>en</strong> dar lugar <strong>la</strong>s voces, p<strong>en</strong>saba aquel<strong>la</strong> tardemi<strong>en</strong>tras conducía a excesiva velocidad por <strong>la</strong> M4 <strong>en</strong> su viejo MG, lo cual le producía un p<strong>la</strong>cerque, según había confesado siempre alegrem<strong>en</strong>te, era «ideológicam<strong>en</strong>te del todo malsano»;sobre ese tema, precisam<strong>en</strong>te yo debería ser más caritativa.Pame<strong>la</strong> Chamcha, née Love<strong>la</strong>ce, era poseedora de una voz que, durante toda su vida,el<strong>la</strong> había tratado de contrarrestar por todos los medios. Era una voz que sugería trajes detweed, pañuelos a <strong>la</strong> cabeza, pudding, palos de hockey, tejados de paja, jaboncillo para limpiarbotas de montar, fines de semana <strong>en</strong> el campo, monjas, bancos de propiedad <strong>en</strong> <strong>la</strong> iglesia,perros grandes y materialismo y, pese a sus esfuerzos por reducir su volum<strong>en</strong>, era sonora yl<strong>la</strong>maba tanto <strong>la</strong> at<strong>en</strong>ción como un borracho vestido de smoking que arrojara panecillos <strong>en</strong> unClub. Fue <strong>la</strong> tragedia de su juv<strong>en</strong>tud que, gracias a aquel<strong>la</strong> voz, fuera asediada por losterrat<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tes y los ga<strong>la</strong>nes y los bu<strong>en</strong>os partidos de <strong>la</strong> City, a los que el<strong>la</strong> despreciaba decorazón, mi<strong>en</strong>tras que los ecologistas y los pacifistas y los revolucionarios con los que el<strong>la</strong>instintivam<strong>en</strong>te se <strong>en</strong>contraba a gusto <strong>la</strong> trataban con suspicacia rayana <strong>en</strong> <strong>la</strong> aversión. ¿Cómopodía el<strong>la</strong> estar del <strong>la</strong>do de los ángeles, si <strong>en</strong> cuanto abría <strong>la</strong> boca sonaba como un parásito? Alpasar por Reading, Pame<strong>la</strong> aceleró y rechinó los di<strong>en</strong>tes. Una de <strong>la</strong>s razones por <strong>la</strong>s que,reconozcámoslo, había decidido poner fin a su matrimonio antes de que el destino lo deshicierapor el<strong>la</strong>, era <strong>la</strong> de que una mañana al despertar se había dado cu<strong>en</strong>ta de que Chamcha no estaba<strong>en</strong>amorado de el<strong>la</strong> sino de su voz que apestaba a pudding de Yorkshire y a madera de roble, esavoz cordial y rubicunda de <strong>la</strong> vieja Ing<strong>la</strong>terra soñada <strong>en</strong> <strong>la</strong> que con tanto afán deseaba habitarél. Fue un matrimonio contrariado porque cada uno de ellos buscaba <strong>en</strong> el otro lo que el otrotrataba de descartar.No hay supervivi<strong>en</strong>tes. Y, a medianoche, el idiota de Jumpy con su estúpida falsaa<strong>la</strong>rma. Quedó tan impresionada por <strong>la</strong> noticia que no tuvo tiempo de impresionarse porhaberse acostado con Jumpy y haber copu<strong>la</strong>do de una forma, reconozcámoslo, bastantesatisfactoria, déjate de disimulos, se repr<strong>en</strong>dió a sí misma, ¿cuánto tiempo hacía que no tedivertías tanto? El<strong>la</strong> t<strong>en</strong>ía mucho que afrontar y aquí estaba ahora, afrontándolo por elprocedimi<strong>en</strong>to de escapar a <strong>la</strong> mayor velocidad. Unos cuantos días de recreo <strong>en</strong> un hotelcampestre caro y el mundo puede empezar a parecer un agujero infernal m<strong>en</strong>os jodido.Lujoterapia; deacuerdodeacuerdo, reconoció, ya lo sé: una recaída <strong>en</strong> el sistema de c<strong>la</strong>ses. Ahacer puñetas. Si algui<strong>en</strong> ti<strong>en</strong>e objeciones, que se joda.Después de Swindon se puso a ci<strong>en</strong> mil<strong>la</strong>s por hora, y el tiempo empeoró bruscam<strong>en</strong>te.Súbitas nubes negras, rayos, aguaceros; el<strong>la</strong> mant<strong>en</strong>ía el pie <strong>en</strong> el acelerador. No haysupervivi<strong>en</strong>tes. Siempre se le moría <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te dejándo<strong>la</strong> con <strong>la</strong> boca ll<strong>en</strong>a de pa<strong>la</strong>bras y nadie aqui<strong>en</strong> escupírse<strong>la</strong>s. Su padre, el especialista <strong>en</strong> L<strong>en</strong>guas Clásicas, que podía hacer frases dedoble s<strong>en</strong>tido <strong>en</strong> griego antiguo y del que el<strong>la</strong> heredó <strong>la</strong> voz, su legado y su maldición; y sumadre, que sufrió por él durante <strong>la</strong> guerra, cuando era piloto explorador —ci<strong>en</strong>to once vecesregresó de Alemania, de noche, vo<strong>la</strong>ndo <strong>en</strong> un avión l<strong>en</strong>to, iluminado por sus propias balizas,<strong>la</strong>nzadas para guiar a los bombarderos— y que, cuando él volvía a casa con el ruido de losantiaéreos <strong>en</strong> los oídos, le juraba que nunca le dejaría, y por eso le siguió a todas partes, inclusoal callejón sin salida de <strong>la</strong> depresión y de <strong>la</strong>s deudas, porque él no t<strong>en</strong>ía cara de póquer y,


cuando acabó su propio dinero, echó mano del de el<strong>la</strong>, y, finalm<strong>en</strong>te, a <strong>la</strong> azotea de un edificioalto a <strong>la</strong> que al fin se <strong>en</strong>caminaron los dos. Pame<strong>la</strong> nunca los perdonó, especialm<strong>en</strong>te, porhacerle imposible decirles que les negaba el perdón. Para desquitarse, se impuso <strong>la</strong> tarea dedesterrar todo lo que conservaba de ellos. Por ejemplo, <strong>la</strong> intelig<strong>en</strong>cia: se negó a estudiar. Y, yaque no podía cambiarse <strong>la</strong> voz, le hizo expresar ideas que los suicidas conservadores de suspadres habrían reprobado. Se caso con un indio. Y, puesto que él resultó igual que ellos, lehubiera dejado. Había decidido dejarle. Cuando, una vez más, fue bur<strong>la</strong>da por <strong>la</strong> muerte.Estaba ade<strong>la</strong>ntando a un camión-remolque de conge<strong>la</strong>dos, cegada por <strong>la</strong>s salpicadurasque levantaban <strong>la</strong>s ruedas, cuando se metió <strong>en</strong> un gran charco de agua que se había formado <strong>en</strong>una pequeña depresión del asfalto y que estaba esperándo<strong>la</strong>, y el MG patinó a una velocidadescalofriante, se salió del carril rápido y giró <strong>en</strong> redondo de manera que el<strong>la</strong> vio los faros delcamión-remolque que <strong>la</strong> miraban sin pestañear como los ojos de Azrael, el ángel exterminador.«Telón», p<strong>en</strong>só el<strong>la</strong>; pero su coche derrapó saliéndose del camino del mastodonte, cruzando lostres carriles de <strong>la</strong> carretera, que mi<strong>la</strong>grosam<strong>en</strong>te estaban vacíos, y fue a incrustarse con m<strong>en</strong>osviol<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong> que cabía esperar <strong>en</strong> <strong>la</strong> barrera del arcén, después de hacer otro giro de ci<strong>en</strong>tooch<strong>en</strong>ta grados, quedando, una vez más, cara al Oeste, donde con el cursi romanticismo de <strong>la</strong>vida real, el sol disipaba <strong>la</strong>s nubes de torm<strong>en</strong>ta.* * *El hecho de estar vivo te comp<strong>en</strong>sa de <strong>la</strong>s cosas que te hace <strong>la</strong> vida. Aquel<strong>la</strong> noche, <strong>en</strong>un comedor de paredes de roble, decorado con banderas medievales, Pame<strong>la</strong> Chamcha, con sutraje más deslumbrante, comió un asado de caza y se bebió una botel<strong>la</strong> de Château Talbot,s<strong>en</strong>tada a una mesa cargada de p<strong>la</strong>ta y cristal, celebrando un nuevo comi<strong>en</strong>zo, el escape de <strong>la</strong>sfauces de, <strong>la</strong> otra oportunidad, para volver a nacer antes ti<strong>en</strong>es que: bu<strong>en</strong>o, casi, de todosmodos. Bebió y comió so<strong>la</strong>, ante <strong>la</strong> mirada <strong>la</strong>sciva de americanos y viajantes, y se retirótemprano a una habitación de princesa <strong>en</strong> una torre de piedra, donde tomó un <strong>la</strong>rgo baño yestuvo vi<strong>en</strong>do pelícu<strong>la</strong>s viejas <strong>en</strong> televisión. Ahora, después de haber visto a <strong>la</strong> muerte tancerca, s<strong>en</strong>tía que se despr<strong>en</strong>día del pasado: por ejemplo, de su adolesc<strong>en</strong>cia bajo <strong>la</strong> tute<strong>la</strong> delmalvado tío Harry Higham, que vivía <strong>en</strong> una mansión del siglo XVII que había sido propiedadde un pari<strong>en</strong>te lejano, Matthew Hopkins, el Descubridor de Brujas G<strong>en</strong>eral, que con macabros<strong>en</strong>tido del humor le puso el nombre de Cremlins. Ahora, al recordar al juez Higham a fin deolvidarlo, Pame<strong>la</strong> murmuró, dirigiéndose al aus<strong>en</strong>te Jumpy, que también el<strong>la</strong> t<strong>en</strong>ía su historiade Vietnam. Después de <strong>la</strong> gran manifestación celebrada <strong>en</strong> Grosv<strong>en</strong>or Square, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que muchag<strong>en</strong>te <strong>la</strong>nzó canicas bajo los cascos de los caballos de <strong>la</strong> policía que cargaba, se produjo elúnico caso <strong>en</strong> <strong>la</strong> historia jurídica británica <strong>en</strong> el que <strong>la</strong> canica fue considerada arma letal ymuchos jóv<strong>en</strong>es fueron <strong>en</strong>carce<strong>la</strong>dos e, incluso, deportados por posesión de <strong>la</strong>s pequeñasesferas de vidrio. El juez que presidía el tribunal del caso de <strong>la</strong>s Canicas de Grosv<strong>en</strong>or era elmismo H<strong>en</strong>ry Higham (al que <strong>en</strong> ade<strong>la</strong>nte se apodó «Hang'em», es decir «Colgadlos»), y ser susobrina fue muy dura carga para una jov<strong>en</strong> aquejada ya de una voz de derechas. Ahora, <strong>en</strong> <strong>la</strong>tibia cama de su castillo temporal, Pame<strong>la</strong> Chamcha se libró de este viejo demonio, adiós,Hang'em, no t<strong>en</strong>go tiempo para ti; y de los fantasmas de sus padres; y se dispuso a liberarse delmás reci<strong>en</strong>te de todos sus fantasmas.Mi<strong>en</strong>tras degustaba un coñac, Pame<strong>la</strong> contemp<strong>la</strong>ba vampiros <strong>en</strong> televisión y se permitías<strong>en</strong>tirse satisfecha, <strong>en</strong> fin, satisfecha de sí misma. ¿No se había inv<strong>en</strong>tado a sí misma a supropia imag<strong>en</strong>? Yo soy lo que soy, brindó por sí misma con coñac Napoleón. Yo trabajo <strong>en</strong> elconsejo de asist<strong>en</strong>cia a <strong>la</strong> comunidad del barrio de Brickhall, Londres, NE1; <strong>en</strong>cargada de <strong>la</strong>asist<strong>en</strong>cia a <strong>la</strong> comunidad y muy bu<strong>en</strong>a <strong>en</strong> mi trabajo, aunquemestémaleldecirlo. ¡Salud!


Acabamos de elegir a nuestro primer presid<strong>en</strong>te negro, y todos los votos emitidos contra él eranb<strong>la</strong>ncos. ¡Ad<strong>en</strong>tro! Hace una semana, un respetado comerciante asiático, por el que habíanintercedido par<strong>la</strong>m<strong>en</strong>tarios de todos los partidos, fue deportado, después de haber vivido <strong>en</strong>Ing<strong>la</strong>terra dieciocho años porque hace quince echó al correo determinado impreso con cuar<strong>en</strong>tay ocho horas de retraso. ¡Chin-chin! La semana próxima, <strong>en</strong> <strong>la</strong> audi<strong>en</strong>cia de Brickhall, <strong>la</strong>policía tratará de ajustarle <strong>la</strong>s cu<strong>en</strong>tas a una nigeriana de cincu<strong>en</strong>ta años, acusándo<strong>la</strong> de asalto,después de haber<strong>la</strong> molido a palos. ¡Skol! Ésta es mi cabeza, ¿<strong>la</strong> v<strong>en</strong>? Lo que yo l<strong>la</strong>mo mitrabajo consiste <strong>en</strong> romperme <strong>la</strong> cabeza contra Brickhall.Sa<strong>la</strong>din estaba muerto y el<strong>la</strong> estaba viva.Bebió por eso. Había muchas cosas que yo quería decirte, Sa<strong>la</strong>din. Cosas importantes:sobre el rascacielos de oficinas de <strong>la</strong> Brickhall High Street, fr<strong>en</strong>te al McDonald's; loinsonorizaron completam<strong>en</strong>te, pero el sil<strong>en</strong>cio agobiaba a los empleados y ahora pon<strong>en</strong> cintasde ruido ambi<strong>en</strong>tal b<strong>la</strong>nco <strong>en</strong> el sistema de altavoces... Esto te habría gustado, ¿eh? Y esa mujerparsi conocida mía, Bapsy se l<strong>la</strong>ma, que vivió una temporada <strong>en</strong> Alemania y se <strong>en</strong>amoró de unturco. Lo malo es que el único idioma que t<strong>en</strong>ían <strong>en</strong> común era el alemán; ahora Bapsy haolvidado casi todo el alemán que sabía mi<strong>en</strong>tras que él lo hab<strong>la</strong> cada vez mejor; él le escribeunas cartas cada vez más poéticas y el<strong>la</strong> casi no puede contestarle ni con canciones infantiles.El amor que muere por causa de un desfase lingüístico, ¿qué te parece? El amor que muere. Untema que nos va, ¿eh, Sa<strong>la</strong>din? ¿Qué dices tú?Y un par de cosil<strong>la</strong>s más. Hay un asesino suelto <strong>en</strong> mi demarcación que estáespecializado <strong>en</strong> matar viejas; por lo tanto, no te apures, estoy segura. Hay muchas más viejasque yo.Y otra cosa: te dejo. Se acabó. Hemos terminado.Yo no podía decirte nada, ni lo más mínimo. Si te decía que estabas <strong>en</strong>gordando, tepasabas una hora gritándome, como si eso pudiera cambiar lo que veías <strong>en</strong> el espejo, lo que tedecía <strong>la</strong> tirantez del pantalón. Me interrumpías <strong>en</strong> público. La g<strong>en</strong>te se daba cu<strong>en</strong>ta de lo quep<strong>en</strong>sabas de mí. Yo te perdonaba, ése fue mi error; yo podía ver el c<strong>en</strong>tro de tu ser esa cosa tanterrible que t<strong>en</strong>ías que proteger con todo tu aplomo y afectación. Ese espacio vacío.Adiós, Sa<strong>la</strong>din. Vació <strong>la</strong> copa y <strong>la</strong> dejó a su <strong>la</strong>do. La lluvia que volvía a caer azotaba loscristales emplomados de sus v<strong>en</strong>tanas; el<strong>la</strong> corrió <strong>la</strong>s cortinas y apagó <strong>la</strong> luz.T<strong>en</strong>dida <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, deslizándose hacia el sueño, Pame<strong>la</strong> p<strong>en</strong>só <strong>en</strong> <strong>la</strong>s últimas cosas qu<strong>en</strong>ecesitaba decir a su difunto marido. «En <strong>la</strong> cama —así le vinieron <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras— nuncaparecías interesado <strong>en</strong> mí; no <strong>en</strong> mi p<strong>la</strong>cer ni <strong>en</strong> lo que yo deseaba, nunca. Llegué a p<strong>en</strong>sar quelo que tú deseabas no era una esposa sino una criada. Ya lo sabes. Ahora descansa <strong>en</strong> paz.»Soñó con él, su cara ll<strong>en</strong>aba todo el sueño. «Las cosas se acaban —le decía—. Estacivilización; los desastres se acercan. Ha sido toda una cultura, bril<strong>la</strong>nte e inmunda, caníbal ycristiana, <strong>la</strong> gloria del mundo. Deberíamos celebrar<strong>la</strong> mi<strong>en</strong>tras podamos; hasta que llegue <strong>la</strong>noche.»El<strong>la</strong> no estaba de acuerdo, ni siquiera <strong>en</strong> el sueño, pero soñando compr<strong>en</strong>dió que noserviría de nada decírselo ahora.* * *Cuando Pame<strong>la</strong> lo echó, Jumpy Joshi se fue al Café Shaandaar de Mr. Sufyan, situado<strong>en</strong> Brickhall High Street, y se s<strong>en</strong>tó a tratar de averiguar si era idiota. Era temprano y el localestaba casi vacío, exceptuando a una señora gruesa que compraba una caja de pista barfi yjalebis, un par de jóv<strong>en</strong>es trabajadores de <strong>la</strong> industria de <strong>la</strong> confección que bebían cha-loo chaiy una mujer po<strong>la</strong>ca de los viejos tiempos cuando los que reg<strong>en</strong>taban <strong>la</strong>s confiterías del barrio


eran los judíos, que se pasaba el día s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> un rincón con dos sarnosas vegetales, un puri yun vaso de leche, participando a todo el que <strong>en</strong>traba que si el<strong>la</strong> estaba allí era porque allí seservía «lo más parecido al kosher y hoy <strong>en</strong> día ti<strong>en</strong>es que arreglárte<strong>la</strong>s como bu<strong>en</strong>am<strong>en</strong>tepuedas». Jumpy se s<strong>en</strong>tó con su café debajo de una chillona pintura de una mujer mítica depechos desnudos y varias cabezas, con nubecil<strong>la</strong>s que le ve<strong>la</strong>ban los pezones, pintada detamaño natural <strong>en</strong> rosa salmón, verde neón y oro, y dado que aún no había empezado <strong>la</strong>aglomeración, Mr. Sufyan observó que estaba mustio.«Eh, San Jumpy —gritó—, ¿por qué traes tu mal tiempo a mi casa? ¿Es que no haybastantes nubes <strong>en</strong> esta tierra?» Jumpy se puso colorado cuando Sufyan se acercó a élcontoneándose, con su gorrita b<strong>la</strong>nca de devoción bi<strong>en</strong> puesta, y <strong>la</strong> barba, porque bigote not<strong>en</strong>ía, alheñada tras <strong>la</strong> reci<strong>en</strong>te peregrinación de su dueño a La Meca. Muhammad Sufyan eraun sujeto fornido y barrigudo, de gruesos antebrazos, crey<strong>en</strong>te más devoto y ex<strong>en</strong>to defanatismo no <strong>en</strong>contrarían, y Joshi veía <strong>en</strong> él a una especie de pari<strong>en</strong>te mayor. «Escúchame, tío—dijo cuando el dueño del café estuvo de<strong>la</strong>nte de él—, ¿te parezco un auténtico idiota o qué?»«¿Tú has hecho dinero <strong>en</strong> tu vida?», preguntó Sufyan.«Yo no, tío.»«¿Negocios? ¿Importación y exportación? ¿Mercancía liberalizada? ¿T<strong>en</strong>derete?»«Los números nunca fueron mi fuerte.»«¿Y dónde está tu familia?»«No t<strong>en</strong>go familia, tío. Estoy solo.»«Entonces, debes de estar siempre rogando a Dios que te guíe <strong>en</strong> tu soledad, ¿no?»«Tú me conoces, tío. Yo no rezo.»«Entonces, no cabe duda —dictaminó Safyan—. Eres un idiota mayor de lo quepi<strong>en</strong>sas.»«Gracias, tío —dijo Jumpy apurando el café—. Me has ayudado mucho.»Sufyan, advirti<strong>en</strong>do que su broma animaba al otro, a pesar de que mant<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> cara<strong>la</strong>rga, l<strong>la</strong>mó al asiático de tez c<strong>la</strong>ra y ojos azules que acababa de <strong>en</strong>trar con un elegante abrigo acuadros, de grandes so<strong>la</strong>pas. «Eh, Hanif Johnson —l<strong>la</strong>mó—, v<strong>en</strong> a resolver un misterio.»Johnson, abogado sagaz y chico del vecindario que había prosperado y que t<strong>en</strong>ía su bufete<strong>en</strong>cima del Shaandaar Café, se apartó de <strong>la</strong>s dos hermosas hijas de Sufyan y se acercó a <strong>la</strong> mesade Jumpy. «A ver si me explicas lo que es este hombre —dijo Sufyan—. No lo <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do. Nobebe, el dinero le parece una <strong>en</strong>fermedad, posee a lo sumo dos camisas, no ti<strong>en</strong>e vídeo, a loscuar<strong>en</strong>ta años sigue soltero, trabaja por una miseria <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro deportivo <strong>en</strong>señando artesmarciales y qué sé yo, vive del aire, se comporta como un rishi o un pir pero no ti<strong>en</strong>e fe, no vaa ningún sitio y parece conocer un secreto. Y, además, ha estudiado <strong>en</strong> <strong>la</strong> universidad. A ver sime lo explicas.»Hanif Johnson golpeó a Joshi <strong>en</strong> el hombro. «Oye voces», dijo. Sufyan levantó <strong>la</strong>smanos con fingido asombro. «¡Voces, oooh baba! ¿Voces de dónde? ¿Del teléfono? ¿Delcielo? ¿Ti<strong>en</strong>e un Walkman Sony escondido <strong>en</strong> <strong>la</strong> chaqueta?»«Voces interiores —dijo Hanif con solemnidad—. Arriba, <strong>en</strong> su escritorio, hay un papelque ti<strong>en</strong>e escritos unos versos. Y un título: El río de sangre.»Jumpy saltó, tirando <strong>la</strong> taza vacía. «Te mataré», gritó a Hanif, que cruzó rápidam<strong>en</strong>te ellocal cantando: «T<strong>en</strong>emos a un poeta <strong>en</strong>tre nosotros, Sufyan Sahib. Trátalo con respetoManéjalo con cuidado. Dice que una calle es un río y nosotros somos <strong>la</strong> corri<strong>en</strong>te; <strong>la</strong>humanidad es un río de sangre ésta es <strong>la</strong> imag<strong>en</strong> del poeta. También el individuo. —Seinterrumpió mi<strong>en</strong>tras corría hasta una mesa para ocho y Jumpy fue tras él, muy colorado,movi<strong>en</strong>do los brazos como aspas—. En nuestro propio cuerpo, ¿no corre también el río desangre?» Al igual que el romano, dijo el inquieto Enoch Powell yo creo ver el río Tíberespumeante de sangre. Recupera <strong>la</strong> metáfora, se dijo Jumpy Joshi. Dale <strong>la</strong> vuelta; haz de el<strong>la</strong>algo que podamos aprovechar. «Esto es como una vio<strong>la</strong>ción —suplicó a Hanif—. Por Dios,


déjalo ya.»«Las voces que oye uno están <strong>en</strong> el exterior —rumiaba el dueño del café — . Juana deArco, na. O ése del gato, cómo se l<strong>la</strong>ma: Whittington, el que vuelve. Pero con <strong>la</strong>s voces uno sehace grande o, por lo m<strong>en</strong>os, rico. Y este chico no ti<strong>en</strong>e nada de grande, y es pobre.»«Basta —Jumpy levantó <strong>la</strong>s manos sobre su cabeza sonri<strong>en</strong>do sin ganas de sonreír—.Me rindo.»Después de aquello, durante tres días, a pesar de los esfuerzos de Mr. Sufyan, Mrs.Sufyan, sus hijas Mishal y Anahita, y el abogado Hanif Johnson, Jumpy Joshi no era el desiempre. Estaba «mustio», como decía Sufyan. Hacía su trabajo <strong>en</strong> los clubs juv<strong>en</strong>iles, <strong>en</strong> <strong>la</strong>soficinas de <strong>la</strong> cooperativa cinematográfica a <strong>la</strong> que pert<strong>en</strong>ecía y <strong>en</strong> <strong>la</strong>s calles, distribuy<strong>en</strong>dofolletos, v<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do determinados periódicos, paseando; pero caminaba pesadam<strong>en</strong>te. Hastaque, a <strong>la</strong> cuarta noche, detrás del mostrador del Shaandaar Café, sonó el teléfono.«Mr. Jamshed Joshi —<strong>en</strong>tonó Anahita Safyan imitando un elegante ac<strong>en</strong>to inglés—. Seruega a Mr. Joshi que acuda al aparato. Ti<strong>en</strong>e una l<strong>la</strong>mada personal.»El padre, al ver <strong>la</strong> alegría que estal<strong>la</strong>ba <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara de Jumpy, dijo <strong>en</strong> voz baja a su mujer:«Señora, <strong>la</strong> voz que este chico está deseando oír no es interior de ninguna de <strong>la</strong>s maneras.»* * *Lo imposible se produjo <strong>en</strong>tre Pame<strong>la</strong> y Jamshed después de q«e estuvieran siete días <strong>en</strong><strong>la</strong> cama amándose con inagotable <strong>en</strong>tusiasmo, infinita ternura y una frescura de espíritu quecualquiera hubiera podido p<strong>en</strong>sar que acababan de inv<strong>en</strong>tar el procedimi<strong>en</strong>to. Siete díasestuvieron desnudos con <strong>la</strong> calefacción a tope, fingi<strong>en</strong>do ser amantes tropicales, <strong>en</strong> un paíscálido y luminoso del Sur. Jamshed, que siempre había sido patoso con <strong>la</strong>s mujeres, dijo aPame<strong>la</strong> que no se había s<strong>en</strong>tido tan maravillosam<strong>en</strong>te desde el día <strong>en</strong> que, a los dieciocho años,por fin apr<strong>en</strong>dió a ir <strong>en</strong> bicicleta. Ap<strong>en</strong>as lo hubo dicho temió haberlo estropeado todo, que estacomparación del gran amor de su vida con <strong>la</strong> vieja bicicleta de sus días de estudiante seríatomada por el insulto que era indiscutiblem<strong>en</strong>te; pero no t<strong>en</strong>ía por qué preocuparse, porquePame<strong>la</strong> le besó <strong>en</strong> los <strong>la</strong>bios y le dio <strong>la</strong>s gracias por haberle dicho lo más hermoso que unhombre podía decir a una mujer. En aquel mom<strong>en</strong>to, él compr<strong>en</strong>dió que nunca podría hacernada malo y, por primera vez <strong>en</strong> su vida, empezó a s<strong>en</strong>tirse verdaderam<strong>en</strong>te seguro, segurocomo una casa, seguro como un ser humano que es amado: y lo mismo le ocurrió a Pame<strong>la</strong>Chamcha.A <strong>la</strong> séptima noche, el ruido inconfundible de algui<strong>en</strong> que trataba de <strong>en</strong>trar por <strong>la</strong> fuerza<strong>en</strong> <strong>la</strong> casa los despertó de un plácido sueño. «Debajo de <strong>la</strong> cama t<strong>en</strong>go un palo de hockey»,susurró Pame<strong>la</strong>, aterrorizada. «Dámelo», respondió Jumpy, no m<strong>en</strong>os asustado. «Bajo contigo»,dijo Pame<strong>la</strong> con voz quebrada, y Jumpy tartamudeó: «Oh, no, no.» Al fin, bajaron los dos, cadauno con una de <strong>la</strong>s vaporosas négligés de Pame<strong>la</strong>, cada uno con una mano <strong>en</strong> el palo de hockeyque ninguno de los dos se atrevería a usar. Y si es un hombre con una escopeta, p<strong>en</strong>sabaPame<strong>la</strong>, que me dice: Vuelva arriba... Llegaron al pie de <strong>la</strong> escalera. Algui<strong>en</strong> <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dió <strong>la</strong>sluces.Pame<strong>la</strong> y Jumpy chil<strong>la</strong>ron al unísono, dejaron caer el palo y corrieron escaleras arribacon toda <strong>la</strong> rapidez de que eran capaces; mi<strong>en</strong>tras abajo, <strong>en</strong> el vestíbulo, de pie, bi<strong>en</strong> iluminadajunto a <strong>la</strong> puerta de <strong>en</strong>trada con el panel de cristal que había roto para hacer girar el picaporte(Pame<strong>la</strong>, <strong>en</strong> <strong>la</strong> efervesc<strong>en</strong>cia de su pasión, olvidó echar los cerrojos de seguridad), había unafigura que parecía salida de una pesadil<strong>la</strong> o de una pelícu<strong>la</strong> de terror de <strong>la</strong> televisión, una figuracubierta de barro, hielo y sangre, <strong>la</strong> criatura más peluda que hayan visto ustedes, con <strong>la</strong>s patas ypezuñas de un macho cabrío gigante, brazos humanos y una cabeza armada de cuernos pero,


por lo demás, humana, cubierta de tizne y mugre y un poco de barba. Aquel<strong>la</strong> cosa imposible,so<strong>la</strong> y sin ser observada, cayó de bruces y se quedó inmóvil.Arriba, <strong>en</strong> <strong>la</strong> habitación más alta de <strong>la</strong> casa, es decir, <strong>la</strong> «guarida» de Sa<strong>la</strong>din, Mrs.Pame<strong>la</strong> Chamcha se retorcía <strong>en</strong> los brazos de su amante, llorando desconso<strong>la</strong>dam<strong>en</strong>te yberreando: «No es verdad. Mi marido explotó. No hubo supervivi<strong>en</strong>tes. ¿Me has oído? Yo soy<strong>la</strong> viuda Chamcha y mi marido está jodidam<strong>en</strong>te muerto.»5


Mr. Gibreel Farishta, <strong>en</strong> el tr<strong>en</strong> que lo llevaba a Londres fue acometido nuevam<strong>en</strong>te yquién no por el temor de que Dios había decidido castigarlo por su pérdida de fe haciéndoleperder el juicio. Se había s<strong>en</strong>tado al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tanil<strong>la</strong> de un compartimi<strong>en</strong>to de primera nofumadores, de espaldas a <strong>la</strong> máquina, porque por desgracia <strong>en</strong> el otro sitio iba s<strong>en</strong>tado unindividuo, y con el sombrero bi<strong>en</strong> ca<strong>la</strong>do, hundía los puños <strong>en</strong> los bolsillos de su gabardina deforro escar<strong>la</strong>ta y s<strong>en</strong>tía pánico. El terror de perder <strong>la</strong> razón por una paradoja, de ser destruidopor algo <strong>en</strong> lo que ya no creía que existiera, de convertirse, <strong>en</strong> su locura, <strong>en</strong> el avatar de unarcángel quimérico, era tan fuerte que le resultaba imposible contemp<strong>la</strong>r siquiera durantemucho tiempo tal ev<strong>en</strong>tualidad; sin embargo, cómo si no podía explicar los mi<strong>la</strong>gros,metamorfosis y apariciones de los últimos días. «Es una elección s<strong>en</strong>cil<strong>la</strong> —se decía temb<strong>la</strong>ndo<strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio—. Es A, yo he perdido el juicio, o B, baba, algui<strong>en</strong> ha ido y cambiado <strong>la</strong>s reg<strong>la</strong>s.»Pero ahora, sin embargo, estaba el refugio de aquel compartimi<strong>en</strong>to del tr<strong>en</strong> que,afortunadam<strong>en</strong>te, no t<strong>en</strong>ía nada de mi<strong>la</strong>groso: los apoyabrazos estaban deshi<strong>la</strong>chados, <strong>la</strong><strong>la</strong>mparita de lectura de <strong>en</strong>cima de su hombro no funcionaba, el espejo faltaba del marco, y, porsi no fuera sufici<strong>en</strong>te, estaba el reg<strong>la</strong>m<strong>en</strong>to: <strong>la</strong>s pequeñas señales circu<strong>la</strong>res rojas y b<strong>la</strong>ncasprohibi<strong>en</strong>do fumar, los rótulos que p<strong>en</strong>alizaban el uso indebido de <strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma, <strong>la</strong>s flechas queindicaban los puntos hasta los cuales —y no más allá— se permitía abrir <strong>la</strong>s pequeñas v<strong>en</strong>tanascorrederas. Gibreel hizo una visita al aseo y también allí una pequeña serie de prohibiciones einstrucciones le alegraron el corazón. Cuando llegó el revisor, con <strong>la</strong> autoridad de su máquinade ta<strong>la</strong>drar medias lunas <strong>en</strong> los billetes, Gibreel, tranquilizado por estas manifestaciones de <strong>la</strong>ley, empezó a animarse e inv<strong>en</strong>tar explicaciones racionales. Había t<strong>en</strong>ido mucha suerte alescapar de <strong>la</strong> muerte, luego había sufrido una especie de delirio y ahora volvía a ser él mismo,podía esperar que, de un modo u otro, retomaría el hilo de su vieja vida, es decir, de su viejavida nueva, <strong>la</strong> vida nueva que él p<strong>la</strong>neara antes de <strong>la</strong>, hum, interrupción. Mi<strong>en</strong>tras el tr<strong>en</strong> loalejaba y alejaba de <strong>la</strong> zona crepuscu<strong>la</strong>r de su llegada y subsigui<strong>en</strong>te misterioso cautiverio,transportándolo por unas vías metálicas parale<strong>la</strong>s ha<strong>la</strong>güeñam<strong>en</strong>te previsibles, sintió que <strong>la</strong>atracción de <strong>la</strong> gran ciudad empezaba a ejercer su mágico efecto <strong>en</strong> él, y r<strong>en</strong>ació su antiguo donde esperanza, su tal<strong>en</strong>to para acoger el cambio, para volver <strong>la</strong> espalda a <strong>la</strong>s p<strong>en</strong>alidades pasadasy <strong>en</strong>carar el futuro. Bruscam<strong>en</strong>te, se levantó y se dejó caer <strong>en</strong> una butaca del <strong>la</strong>do opuesto delcompartimi<strong>en</strong>to, volvi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> cara simbólicam<strong>en</strong>te hacia Londres, aun a costa de r<strong>en</strong>unciar a <strong>la</strong>v<strong>en</strong>tanil<strong>la</strong>. ¿Qué le importaban a él <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tanil<strong>la</strong>s? Todo lo que él deseaba ver de Londres lot<strong>en</strong>ía allí, ante los ojos de <strong>la</strong> imaginación. Pronunció su nombre <strong>en</strong> voz alta: «Alleluia.»«Aleluya, hermano —dijo el único otro ocupante del compartimi<strong>en</strong>to—. Hosanna,señor, y amén.»* * *«Aunque debo agregar, caballero, que mis cre<strong>en</strong>cias se sustra<strong>en</strong> <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te a cualquierd<strong>en</strong>ominación —prosiguió el desconocido—. Si usted hubiera dicho "La-i<strong>la</strong>ha" yo le habríacontestado con un rotundo "il<strong>la</strong>l<strong>la</strong>h".»Gibreel compr<strong>en</strong>dió que su cambio de asi<strong>en</strong>to y su inadvertido <strong>en</strong>unciami<strong>en</strong>to del pococorri<strong>en</strong>te nombre de Allie habían sido erróneam<strong>en</strong>te interpretados por su compañero comomanifestaciones de carácter social y teológico. «John Mas<strong>la</strong>ma —exc<strong>la</strong>mó el individuoponi<strong>en</strong>do <strong>en</strong> <strong>la</strong> mano de Gibreel una tarjeta que había sacado de una maletita de piel decocodrilo—. Personalm<strong>en</strong>te, yo sigo mi propia variante de <strong>la</strong> fe universal inv<strong>en</strong>tada por elemperador Akbar. Dios, diría yo, es algo simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong> Música de <strong>la</strong>s Esferas.»Era evid<strong>en</strong>te que Mr. Mas<strong>la</strong>ma rev<strong>en</strong>taba de ganas de hab<strong>la</strong>r y, ahora que se habíadestapado, no cabía sino aguantar el chaparrón hasta que agotara su s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ciosa verborrea.


Puesto que el sujeto t<strong>en</strong>ía complexión de campeón de lucha libre, parecía desaconsejablehacerle <strong>en</strong>fadar. Farishta descubrió <strong>en</strong> sus ojos el brillo del Verdadero Crey<strong>en</strong>te, una luz quehasta hacía poco había visto todos los días <strong>en</strong> el espejo al afeitarse. «He conseguido situarmebastante bi<strong>en</strong> —se jactaba Mas<strong>la</strong>ma con su bi<strong>en</strong> modu<strong>la</strong>do ac<strong>en</strong>to de Oxford—. Para unhombre de color, excepcionalm<strong>en</strong>te bi<strong>en</strong>, habida cu<strong>en</strong>ta de <strong>la</strong>s peregrinas circunstancias <strong>en</strong> <strong>la</strong>sque estamos inmersos como sin duda reconocerá.» Con una manaza que recordaba un jamónhizo un pequeño pero elocu<strong>en</strong>te movimi<strong>en</strong>to indicando <strong>la</strong> opul<strong>en</strong>cia de su atu<strong>en</strong>do: temo deraya fina con muy bu<strong>en</strong>a hechura, reloj de oro con su colgante y su cad<strong>en</strong>a, zapatos italianos,corbata de seda con escudo y gemelos de orfebrería <strong>en</strong> b<strong>la</strong>ncos puños almidonados. Encima deesta indum<strong>en</strong>taria propia de un milord inglés había una cabeza de asombroso tamaño, cubiertade espeso y p<strong>la</strong>nchado pelo, dotada de cejas de increíble frondosidad debajo de <strong>la</strong>s quere<strong>la</strong>mpagueaban los ojos feroces de los que Gibreel ya había tomado bu<strong>en</strong>a nota. «Muyelegante», concedió, puesto que compr<strong>en</strong>día que algo había que decir. Mas<strong>la</strong>ma asintió. «Yosiempre me he inclinado hacia el ornato», reconoció.Había hecho lo que él l<strong>la</strong>maba su primer montón con <strong>la</strong> producción de cancioncitaspublicitarias, «<strong>la</strong> música del diablo» que arrastra a <strong>la</strong>s mujeres a <strong>la</strong> l<strong>en</strong>cería y el rojo de <strong>la</strong>bios, ya los hombres, a <strong>la</strong> t<strong>en</strong>tación. Ahora poseía ti<strong>en</strong>das de discos <strong>en</strong> toda <strong>la</strong> ciudad, un prósperoclub nocturno l<strong>la</strong>mado «Cera Cali<strong>en</strong>te» y un almacén ll<strong>en</strong>o de reluci<strong>en</strong>tes instrum<strong>en</strong>tosmusicales que era su orgullo y alegría. Era indio de <strong>la</strong> Guayana, «pero allí ya no queda nada. Lag<strong>en</strong>te se marcha más aprisa de lo que vue<strong>la</strong>n los aviones. —Se hizo rico <strong>en</strong> poco tiempo— ...por <strong>la</strong> gracia de Dios Todopoderoso. A mí me gusta santificar el domingo, confieso que t<strong>en</strong>godebilidad por los himnos ingleses y cuando yo canto tiemb<strong>la</strong>n <strong>la</strong>s tejas.»La autobiografía terminó con una breve m<strong>en</strong>ción de <strong>la</strong> exist<strong>en</strong>cia de una esposa y unadoc<strong>en</strong>a de niños. Gibreel le dio <strong>la</strong> <strong>en</strong>horabu<strong>en</strong>a, confiando <strong>en</strong> que se haría el sil<strong>en</strong>cio, pero<strong>en</strong>tonces Mas<strong>la</strong>ma soltó <strong>la</strong> bomba: «No ti<strong>en</strong>e usted que contarme nada de sí mismo —dijojovialm<strong>en</strong>te—. Naturalm<strong>en</strong>te, yo sé quién es usted, a pesar de que no espera uno <strong>en</strong>contrar asemejante personaje <strong>en</strong> <strong>la</strong> línea Eastbourne-Victoria. —Guiñó un ojo con una amplia sonrisa ypuso Un dedo al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> nariz—. Chitón. Yo respeto <strong>la</strong> intimidad de <strong>la</strong>s personas, desdeluego, ni que decir ti<strong>en</strong>e.»«¿Yo? ¿Quién soy yo?» La sorpresa hizo reaccionar a Gibreel de un modo absurdo. Elotro movió pesadam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> cabeza, ondu<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong>s cejas como suaves ant<strong>en</strong>as. «La preguntac<strong>la</strong>ve, <strong>en</strong> mi opinión. Éstos son tiempos difíciles para un hombre moral. Cuando un hombreabriga dudas respecto a su es<strong>en</strong>cia, ¿cómo va a saber si es bu<strong>en</strong>o o malo? Pero usted debe de<strong>en</strong>contrarme pesado. Yo respondo mis propias preguntas por mi fe <strong>en</strong> Ello. —Mas<strong>la</strong>ma señalóel techo del compartimi<strong>en</strong>to— y, por supuesto, usted no si<strong>en</strong>te <strong>la</strong> m<strong>en</strong>or confusión acerca de suid<strong>en</strong>tidad, ya que es el famoso, podría decirse el leg<strong>en</strong>dario, Mr. Gibreel Farishta, estrel<strong>la</strong> de <strong>la</strong>pantal<strong>la</strong> y, últimam<strong>en</strong>te, cada vez más, si<strong>en</strong>to m<strong>en</strong>cionarlo, del vídeo pirata; mis doce hijos, miesposa y yo somos viejos e incondicionales admiradores de sus divinas hazañas.» Agarró ycomprimió <strong>la</strong> mano derecha de Gibreel.«Dado que yo personalm<strong>en</strong>te me inclino por <strong>la</strong> idea panteísta —siguió rugi<strong>en</strong>doMas<strong>la</strong>ma—, mi propia simpatía hacia su trabajo se debe a su bu<strong>en</strong>a disposición para <strong>en</strong>carnar adeidades de toda índole imaginable. Usted, señor mío, es una coalición arco iris de lo celestial;una ONU de dioses ambu<strong>la</strong>nte. Usted es, <strong>en</strong> suma, el futuro. Permítame saludarle. —Aquelhombre empezaba a despedir el tufo del loco auténtico y, a pesar de que hasta el mom<strong>en</strong>to nohabía dicho ni hecho todavía algo que se apartara de lo puram<strong>en</strong>te propio del tipo, Gibreelempezaba a a<strong>la</strong>rmarse y a medir <strong>la</strong> distancia hasta <strong>la</strong> puerta con rápidas miraditas deansiedad—. Yo sust<strong>en</strong>to <strong>la</strong> opinión —decía Mas<strong>la</strong>ma— de que comoquiera que uno lo l<strong>la</strong>me, elnombre no es más que un código, una c<strong>la</strong>ve, Mr. Farishta, detrás de <strong>la</strong> cual se esconde elverdadero nombre.» Gibreel guardaba sil<strong>en</strong>cio, y Mas<strong>la</strong>ma, sin disimu<strong>la</strong>r su decepción, se vioobligado a hab<strong>la</strong>r por él. «Cuál es ese nombre verdadero, me parece oírle preguntar», dijo, y


<strong>en</strong>tonces Gibreel dejó de dudar: aquel hombre era un desequilibrado, y probablem<strong>en</strong>te suautobiografía era tan falsa como su fe. Gibreel p<strong>en</strong>só que, dondequiera que fuera, le perseguían<strong>la</strong>s ficciones, ficciones que se simu<strong>la</strong>ban seres humanos. «Yo lo he atraído sobre mí —Seacusó—. Al temer por mi propia razón, he despertado, sabe Dios <strong>en</strong> qué oscuro recoveco, a esteloco par<strong>la</strong>nchín y acaso peligroso.»«¿No lo sabe? —gritó de pronto Mas<strong>la</strong>ma, levantándose de un salto—. ¡Char<strong>la</strong>tán!¡Embustero! ¡Farsante! ¿Pret<strong>en</strong>de ser el inmortal de <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong>, avatar de ci<strong>en</strong>to y un dioses yno ti<strong>en</strong>e ni <strong>la</strong> más remota? ¿Cómo es posible que yo, un pobre chico de Bartica <strong>en</strong> Essequibo,que ha triunfado por su propio trabajo, sepa estas cosas y Gibreel Farishta, no? ¡Me río yo!»Gibreel se puso <strong>en</strong> pie, pero el otro ocupaba casi todo el espacio disponible para estar depie y él, Gibreel, tuvo que <strong>la</strong>dear el cuerpo grotescam<strong>en</strong>te para escapar de los brazos deMas<strong>la</strong>ma, que se movían como aspas de molino, uno de los cuales le hizo caer el sombrero defieltro gris. Inmediatam<strong>en</strong>te, Mas<strong>la</strong>ma se quedó con <strong>la</strong> boca abierta. Pareció que se <strong>en</strong>cogíavarios c<strong>en</strong>tímetros y, después de unos mom<strong>en</strong>tos de petrificación, cayó de rodil<strong>la</strong>s con un golpesordo.¿Qué hace ahora <strong>en</strong> el suelo?, se preguntó Gibreel. ¿Irá a recoger el sombrero? Pero elloco le pedía perdón. «Nunca dudé que v<strong>en</strong>drías —decía—. Perdona mi torpe indignación.» Eltr<strong>en</strong> <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> un túnel y Gibreel vio que estaban <strong>en</strong>vueltos <strong>en</strong> una cálida luz dorada queprocedía de un punto situado mismam<strong>en</strong>te detrás de su cabeza. En el cristal de <strong>la</strong> puertacorredera vio el reflejo de <strong>la</strong> aureo<strong>la</strong> que partía de su pelo. Mas<strong>la</strong>ma estaba manoseando loscordones de los zapatos. «Señor, toda mi vida supe que había sido elegido —decía con una vozque era ahora tan humilde como antes am<strong>en</strong>azadora—. Lo sabía ya cuando era niño, allá <strong>en</strong>Bartica. —Se quitó el zapato del pie derecho y empezó a <strong>en</strong>rol<strong>la</strong>r el calcetín—. Me fue dadauna señal —dijo. Se quitó el calcetín, dejando al descubierto un pie completam<strong>en</strong>te normal,aunque de gran tamaño. Entonces Gibreel contó y contó, del uno al seis—. El otro pie, igual —dijo Mas<strong>la</strong>ma con orgullo—. Yo nunca dudé del significado.» Él se nombró a sí mismoayudante del Señor, el sexto dedo del pie de <strong>la</strong> Cosa Universal. Algo se ha torcido <strong>en</strong> <strong>la</strong> vidaespiritual del p<strong>la</strong>neta, p<strong>en</strong>só Gibreel Farishta. Demasiados demonios d<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te quedec<strong>la</strong>raban creer <strong>en</strong> Dios.El tr<strong>en</strong> salió del túnel. Gibreel tomó una decisión. «Levanta, Seisdedos —dec<strong>la</strong>mó consu mejor <strong>en</strong>tonación de pelícu<strong>la</strong> hindi—. Levanta, Mas<strong>la</strong>ma.»El hombre se puso <strong>en</strong> pie y se tiraba de los dedos de <strong>la</strong>s manos, con <strong>la</strong> cabeza inclinada.«Lo que yo quiero saber, señor —murmuró—, es qué va a ser, ¿aniqui<strong>la</strong>ción o salvación? ¿Porqué has vuelto?»Gibreel p<strong>en</strong>só con rapidez. «Para juzgar —dijo al fin—. Hay que examinar los hechos ysopesar debidam<strong>en</strong>te pros y contras. Aquí es <strong>la</strong> raza humana lo que se juzga, y el acta deacusación es trem<strong>en</strong>da, el acusado es un infame, un huevo podrido. Deb<strong>en</strong> hacerse cuidadosasevaluaciones. Por el mom<strong>en</strong>to, se reserva el veredicto, el cual será reve<strong>la</strong>do oportunam<strong>en</strong>te.Mi<strong>en</strong>tras, mi pres<strong>en</strong>cia debe permanecer <strong>en</strong> secreto, por vitales razones de seguridad.» Volvió aponerse el sombrero, satisfecho de sí mismo.Mas<strong>la</strong>ma as<strong>en</strong>tía briosam<strong>en</strong>te. «Puedes fiarte de mí —prometió—. Yo soy un hombreque respeta profundam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> intimidad de <strong>la</strong>s personas. Lo dicho: chitón.»Gibreel huyó del compartimi<strong>en</strong>to, perseguido por los himnos del loco. Cuando llegó alextremo del tr<strong>en</strong>, los cánticos de Mas<strong>la</strong>ma seguían oyéndose c<strong>la</strong>ram<strong>en</strong>te a su espalda.«¡Aleluya! ¡Aleluya!» Al parecer, su nuevo discípulo <strong>la</strong> había empr<strong>en</strong>dido con fragm<strong>en</strong>tos deEl Mesías de Ha<strong>en</strong>del.Ahora bi<strong>en</strong>: Gibreel no fue perseguido y, afortunadam<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> <strong>la</strong> co<strong>la</strong> del tr<strong>en</strong> había unvagón de primera c<strong>la</strong>se. Éste era de tipo salón, con cómodos sillones naranja dispuestos <strong>en</strong>grupos de cuatro alrededor de <strong>la</strong>s mesas, y Gibreel se instaló junto a una v<strong>en</strong>tana, de cara aLondres, con el corazón desbocado y el sombrero <strong>en</strong>casquetado. Trató de asumir <strong>la</strong> innegable


pres<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong> aureo<strong>la</strong> pero no lo consiguió porque, con el desequilibrio de John Mas<strong>la</strong>ma a suespalda y <strong>la</strong> ilusión de Alleluia Cone <strong>en</strong> perspectiva, costaba trabajo ord<strong>en</strong>ar los p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos.Y <strong>en</strong>tonces, con desesperación, vio a Mrs. Rekha Merchant flotando al <strong>la</strong>do de su v<strong>en</strong>tanil<strong>la</strong>,s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> su Bokhara vo<strong>la</strong>dora, evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te impasible a <strong>la</strong> torm<strong>en</strong>ta de nieve que estabapreparándose allá arriba y que daba a Ing<strong>la</strong>terra el aspecto de un estudio de televisión cuandoya ha terminado el programa del día. El<strong>la</strong> le saludó con <strong>la</strong> mano y Gibreel sintió que <strong>la</strong>esperanza le abandonaba. El castigo, <strong>en</strong> alfombra vo<strong>la</strong>dora: cerró los ojos y se conc<strong>en</strong>tró <strong>en</strong>tratar de no temb<strong>la</strong>r.* * *«Yo sé lo que es un fantasma —decía Allie Cone a una c<strong>la</strong>se de jov<strong>en</strong>citas que <strong>la</strong>miraban con caras iluminadas por <strong>la</strong> suave luz interior de <strong>la</strong> adoración—. En el Hima<strong>la</strong>ya, confrecu<strong>en</strong>cia se da el caso de que los esca<strong>la</strong>dores son acompañados por los espíritus de los quefracasaron <strong>en</strong> el int<strong>en</strong>to o por los espíritus, más tristes pero también más ufanos, de los queconsiguieron llegar a <strong>la</strong> cumbre y perecieron durante el desc<strong>en</strong>so.»Fuera, <strong>en</strong> el parque, <strong>la</strong> nieve se posaba <strong>en</strong> los altos árboles desnudos y <strong>en</strong> el suelo l<strong>la</strong>no.Entre <strong>la</strong>s nubes de nieve bajas y oscuras y <strong>la</strong> ciudad alfombrada de b<strong>la</strong>nco, <strong>la</strong> luz t<strong>en</strong>ía un feocolor amarillo, era una luz empañada que deprimía el ánimo y ahuy<strong>en</strong>taba el <strong>en</strong>sueño. Alláarriba, recordaba Allie, allá arriba, a ocho mil metros, <strong>la</strong> luz t<strong>en</strong>ía una c<strong>la</strong>ridad que parecíavibrar y resonar como <strong>la</strong> música. Aquí, <strong>en</strong> <strong>la</strong> tierra l<strong>la</strong>na, <strong>la</strong> luz también era l<strong>la</strong>na y terr<strong>en</strong>a.Aquí no vo<strong>la</strong>ba nada, el junco estaba seco y no se oía cantar ningún pájaro. Pronto sería d<strong>en</strong>oche.«¿Ms Cone? —Las manos de <strong>la</strong>s niñas que se agitaban <strong>en</strong> el aire <strong>la</strong> hicieron regresar a<strong>la</strong> c<strong>la</strong>se—. ¿Fantasmas, señorita? ¿Allí arriba? Nos toma el pelo, ¿verdad?» En sus caras, elescepticismo luchaba con <strong>la</strong> adoración. El<strong>la</strong> sabía cuál era <strong>la</strong> pregunta que realm<strong>en</strong>te queríanhacerle y, probablem<strong>en</strong>te, no le harían: <strong>la</strong> pregunta acerca del mi<strong>la</strong>gro de su tez. El<strong>la</strong> <strong>la</strong>s oyócuchichear al <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> c<strong>la</strong>se, es verdad, fíjate, qué palidez, es increíble. Alleluia Cone, cuyab<strong>la</strong>ncura de hielo resistía el sol de los ocho mil metros. Allie, <strong>la</strong> doncel<strong>la</strong> de nieve, <strong>la</strong> reina dehielo. Señorita, ¿cómo es que usted no se broncea? Cuando subió al Everest con <strong>la</strong> afortunadaexpedición Collingwood, los periódicos los l<strong>la</strong>maban B<strong>la</strong>ncanieves y los Siete Enanitos, pormás que el<strong>la</strong> no t<strong>en</strong>ía nada de muñequita de Disney: sus <strong>la</strong>bios eran pálidos y no rojo sangre; sucabello, rubio de escarcha <strong>en</strong> vez de azabache, y sus ojos no grandes e inoc<strong>en</strong>tes sino<strong>en</strong>tornados, por <strong>la</strong> costumbre de mirar el reverbero de <strong>la</strong> nieve. Acudió de pronto el recuerdo deGibreel Farishta, pillándo<strong>la</strong> desprev<strong>en</strong>ida: Gibreel, <strong>en</strong> un mom<strong>en</strong>to de sus tres días y medio,vociferando con su habitual falta de reserva: «N<strong>en</strong>a, digan lo que digan, tú no ti<strong>en</strong>es nada deiceberg. Tú eres una dama apasionada, bibi. Más cali<strong>en</strong>te que una kachori» y se sop<strong>la</strong>ba <strong>la</strong>syemas de los dedos y agitaba <strong>la</strong> mano <strong>en</strong>fáticam<strong>en</strong>te. Oh, qué cali<strong>en</strong>te. Ech<strong>en</strong> agua. GibreelFarishta. El<strong>la</strong> se dominó: eh, eh, a trabajar.«Fantasmas —repitió con firmeza—. Durante <strong>la</strong> asc<strong>en</strong>sión al Everest, cuando dejé atrás<strong>la</strong> cascada de hielo, vi a un hombre s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> un sali<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>la</strong> postura del loto, con los ojoscerrados y una boina escocesa que <strong>en</strong>tonaba <strong>la</strong> vieja mantra: Om mani padmé hum.» El<strong>la</strong>adivinó <strong>en</strong> seguida, por su arcaica indum<strong>en</strong>taria y sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te conducta, que se trataba delespectro de Maurice Wilson, el yogi que, allá por 1934, se preparó para una asc<strong>en</strong>sión alEverest <strong>en</strong> solitario ayunando durante tres semanas, a fin de crear una unión tan íntima <strong>en</strong>tre sucuerpo y su alma que <strong>la</strong> montaña no fuera lo bastante fuerte para separarlos. En una avionetafue lo más arriba que pudo, estrelló el aparato <strong>en</strong> <strong>la</strong> nieve, continuó <strong>la</strong> asc<strong>en</strong>sión a pie y novolvió. Cuando Allie se acercaba, Wilson abrió los ojos y saludó con un ligero movimi<strong>en</strong>to de


cabeza. Durante el resto del día caminaba a su <strong>la</strong>do o se mant<strong>en</strong>ía susp<strong>en</strong>dido <strong>en</strong> el airemi<strong>en</strong>tras el<strong>la</strong> esca<strong>la</strong>ba una pared. En un mom<strong>en</strong>to dado, se <strong>la</strong>nzó <strong>en</strong> p<strong>la</strong>ncha sobre <strong>la</strong> nieve quecubría una pronunciada p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te y se deslizó hacia arriba como si viajara <strong>en</strong> un invisiblefunicu<strong>la</strong>r. Allie, por razones que después no sabría explicarse, se comportaba con todanaturalidad, como qui<strong>en</strong> acaba de tropezarse con un viejo conocido. Wilson le dabaconversación. «Últimam<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> realidad, no t<strong>en</strong>go mucha compañía», y expresó, <strong>en</strong>tre otrascosas, su profunda irritación porque <strong>la</strong> expedición china de 1960 hubiera descubierto su cuerpo.«Esos pequeños capullos amarillos tuvieron el descaro de filmar mi cadáver.» Alleluia Coneestaba impresionada por los espectacu<strong>la</strong>res cuadros amarillo y negro de su inmacu<strong>la</strong>do pantalónbombacho. Contaba estas cosas a <strong>la</strong>s niñas de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> de Brickhall Fields que le habíanescrito tantas cartas para pedirle que les diera una char<strong>la</strong> que no pudo negarse. «Ti<strong>en</strong>es quev<strong>en</strong>ir —le rogaban—. Si hasta vives aquí.» Por <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se, se veía su piso, al otro<strong>la</strong>do del parque, ahora ve<strong>la</strong>do por <strong>la</strong> nevada que arreciaba.Lo que no dijo a <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se fue esto: mi<strong>en</strong>tras el fantasma de Maurice Wilson describía conminucioso detalle su propia asc<strong>en</strong>sión —y también sus descubrimi<strong>en</strong>tos póstumos, por ejemplo,el ritual nupcial l<strong>en</strong>to, tortuoso, infinitam<strong>en</strong>te delicado e invariablem<strong>en</strong>te improductivo del yeti,que él había pres<strong>en</strong>ciado reci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el Col<strong>la</strong>do Sur—, el<strong>la</strong> p<strong>en</strong>só que su visión delexcéntrico de 1934, el primer ser humano que int<strong>en</strong>tara esca<strong>la</strong>r el Everest <strong>en</strong> solitario, unaespecie de abominable hombre de <strong>la</strong>s nieves también él, no fue casual sino una señal, unadec<strong>la</strong>ración de par<strong>en</strong>tesco. Una profecía, quizá, porque fue <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to cuando nació susueño secreto, el imposible: el sueño de una asc<strong>en</strong>sión <strong>en</strong> solitario. También era posible queMaurice Wilson fuera el ángel de su muerte. «Yo quería hab<strong>la</strong>ros de fantasmas —decía—porque <strong>la</strong> mayoría de los montañeros, cuando bajan de <strong>la</strong>s cumbres, se cal<strong>la</strong>n estas cosas porvergü<strong>en</strong>za. Pero exist<strong>en</strong>, t<strong>en</strong>go que reconocerlo, a pesar de que yo soy de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se de personasque siempre manti<strong>en</strong><strong>en</strong> los pies bi<strong>en</strong> as<strong>en</strong>tados <strong>en</strong> tierra.»Esto era una broma. Sus pies. Ya antes de subir al Everest había empezado a t<strong>en</strong>erfuertes dolores, y su médico, <strong>la</strong> doctora Mistry, una mujer de Bombay poco amiga de rodeos, ledijo que t<strong>en</strong>ía arcos caídos. «Lo que vulgarm<strong>en</strong>te se l<strong>la</strong>ma pies p<strong>la</strong>nos.» Sus arcos, que siemprefueron débiles, se habían debilitado más aún por el uso prolongado durante años de zapatil<strong>la</strong>s ycalzado perjudicial. La doctora Mistry no pudo proponer grandes soluciones: ejercitar los dedosaprisionando objetos, subir corri<strong>en</strong>do <strong>la</strong>s escaleras descalza, usar calzado apropiado. «Todavíaes jov<strong>en</strong> —le dijo—. Ti<strong>en</strong>e que cuidarse. Si no, a los cuar<strong>en</strong>ta años será una inválida.» CuandoGibreel —¡maldita sea!— se <strong>en</strong>teró de que había subido al Everest como si pisara puntas de<strong>la</strong>nza, él empezó a l<strong>la</strong>mar<strong>la</strong> su silkie. Él había leído un libro de cu<strong>en</strong>tos de hadas <strong>en</strong> el que<strong>en</strong>contró <strong>la</strong> historia de <strong>la</strong> sir<strong>en</strong>a que dejaba el océano y tomaba forma humana por el amor deun hombre. Ahora t<strong>en</strong>ía pies <strong>en</strong> lugar de co<strong>la</strong>, pero cada paso era un martirio, como si caminarasobre cristales rotos; a pesar de todo, el<strong>la</strong> seguía andando, alejándose del mar, tierra ad<strong>en</strong>tro. Túlo hiciste por una puñetera montaña, le dijo. ¿Lo harías por un hombre?El<strong>la</strong> había ocultado el dolor a sus compañeros de expedición porque <strong>la</strong> atracción delEverest era arrol<strong>la</strong>dora. Pero ahora el dolor continuaba y era cada día más fuerte. El azar, undefecto congénito, le ataba los pies. Fin de <strong>la</strong> av<strong>en</strong>tura, p<strong>en</strong>só Allie; traicionada por los pies. Laobsesionaba <strong>la</strong> imag<strong>en</strong> de los pies v<strong>en</strong>dados. Cond<strong>en</strong>ados chinos, p<strong>en</strong>saba, haci<strong>en</strong>do eco alfantasma de Wilson.«Para algunas personas es tan fácil <strong>la</strong> vida —sollozó <strong>en</strong> brazos de Farishta—. ¿Por qué ael<strong>la</strong>s no les fal<strong>la</strong>n sus cond<strong>en</strong>ados pies?» Él le dio un beso <strong>en</strong> <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te. «Para ti siempre seráuna lucha —dijo él—. Lo deseas demasiado.»La c<strong>la</strong>se esperaba, impaci<strong>en</strong>te toda aquel<strong>la</strong> char<strong>la</strong> de fantasmas. Las chicas querían queles explicara el caso, su caso. Querían <strong>en</strong>contrarse <strong>en</strong> <strong>la</strong> cumbre. El<strong>la</strong> deseaba preguntar:¿Vosotras sabéis lo que es que toda tu vida se conc<strong>en</strong>tre <strong>en</strong> un mom<strong>en</strong>to, <strong>en</strong> un par de horas?¿Sabéis lo que es cuando no puedes ir más que hacia abajo? «Yo estaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> segunda


cordada, con el sherpa Pemba —dijo—. El tiempo era perfecto, perfecto. Tan c<strong>la</strong>ro que teparecía que podrías ver a través del cielo lo que hubiera más allá. La primera cordada ya debede estar arriba, dije a Pemba. El tiempo se manti<strong>en</strong>e y podemos subir. Pemba se puso muyserio, lo cual era una novedad, ya que era uno de los más bromistas de <strong>la</strong> expedición. Éltampoco había estado <strong>en</strong> <strong>la</strong> cumbre. Hasta <strong>en</strong>tonces yo no había p<strong>en</strong>sado <strong>en</strong> subir sin oxíg<strong>en</strong>o,pero al ver que Pemba se disponía a int<strong>en</strong>tarlo, p<strong>en</strong>sé: de acuerdo, yo también. Fue un caprichoestúpido, de aficionado, pero de rep<strong>en</strong>te quise ser una mujer s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> lo alto de <strong>la</strong> cond<strong>en</strong>adamontaña, un ser humano, no una máquina que respira. Pemba dijo: Allie Bibi, no hacer, peroyo eché a andar. Al poco rato, nos cruzamos con los que bajaban y yo vi <strong>la</strong> expresión de susojos. Estaban tan cont<strong>en</strong>tos, tan eufóricos, que ni se dieron cu<strong>en</strong>ta de que yo no llevaba elequipo de oxíg<strong>en</strong>o. Mucho cuidado, nos gritaron. Cuidado con los ángeles. Pemba respiraba abu<strong>en</strong> ritmo y yo acompasé <strong>la</strong> respiración aspirando y expulsando el aire al unísono con él.S<strong>en</strong>tía <strong>la</strong> cabeza ligera y sonreía de oreja a oreja, y cuando Pemba me miraba veía que él estabaigual que yo. Parecía una mueca, como de dolor, pero era una alegría loca. —Era una mujerque había alcanzado <strong>la</strong> trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia, los mi<strong>la</strong>gros del alma, por el duro esfuerzo físico desubirse por una alta roca cubierta de hielo—. En aquel mom<strong>en</strong>to —dijo a <strong>la</strong>s chicas que subíancon el<strong>la</strong>, sigui<strong>en</strong>do cada paso de <strong>la</strong> asc<strong>en</strong>sión—, lo creí todo: que el universo ti<strong>en</strong>e un sonido,que puedes levantar un velo y ver <strong>la</strong> faz de Dios, todo. Vi los Hima<strong>la</strong>yas a mis pies, y aquellotambién era <strong>la</strong> faz de Dios. Pemba debió de ver <strong>en</strong> mi expresión algo que le a<strong>la</strong>rmó, porque megritó: Cuidado, Allie Bibi, <strong>la</strong> altura. Recuerdo que floté por el último repecho y llegué arriba, yallí estábamos, y por todos los <strong>la</strong>dos el suelo bajaba. Qué luz; el universo purificado <strong>en</strong> luz. Yoquería arrancarme <strong>la</strong> ropa y dejar que me empapara <strong>la</strong> piel. —En <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se, ni una risita; todasestaban bai<strong>la</strong>ndo desnudas con el<strong>la</strong> <strong>en</strong> el techo del mundo—. Entonces empezaron <strong>la</strong>s visiones,los arco iris que se ondu<strong>la</strong>ban y danzaban <strong>en</strong> el cielo, el resp<strong>la</strong>ndor que caía como una cascadadel sol, y había ángeles, los otros no bromeaban. Yo los vi, y el sherpa Pemba los vio. Los dosestábamos de rodil<strong>la</strong>s. Sus pupi<strong>la</strong>s t<strong>en</strong>ían un b<strong>la</strong>nco puro y <strong>la</strong>s mías también, estoy segura.Probablem<strong>en</strong>te, habríamos muerto allí, seguro, cegados por <strong>la</strong> nieve y <strong>en</strong>loquecidos por <strong>la</strong>montaña, pero <strong>en</strong>tonces oí un ruido, una detonación seca como el disparo de un rifle. Aquellome despertó. Tuve que gritar a Pem hasta que también él reaccionó y empezamos a bajar. Eltiempo cambiaba rápidam<strong>en</strong>te; se acercaba una v<strong>en</strong>tisca. Ahora el aire estaba d<strong>en</strong>so, ahora, <strong>en</strong>lugar de aquel<strong>la</strong> levedad, aquel<strong>la</strong> ligereza, había pesadez. Ap<strong>en</strong>as llegamos al punto de reuniónlos cuatro nos metimos <strong>en</strong> <strong>la</strong> pequeña ti<strong>en</strong>da del Campam<strong>en</strong>to Seis, a ocho mil dosci<strong>en</strong>tosmetros. Allá arriba no hab<strong>la</strong>s mucho. Cada cual t<strong>en</strong>ía su propio Everest que esca<strong>la</strong>r una y otravez, durante toda <strong>la</strong> noche. Pero sí pregunté: "¿Qué fue aquel ruido? ¿Algui<strong>en</strong> disparó unaescopeta?" Me miraron como si estuviera desquiciada. ¿Quién haría una estupidez semejante aesta altitud, dijeron; además, Allie, sabes perfectam<strong>en</strong>te que no hay ni un arma <strong>en</strong> toda <strong>la</strong>montaña. T<strong>en</strong>ían razón, naturalm<strong>en</strong>te, pero yo lo oí, de eso estoy segura: bang, bing, el disparoy el eco. Y eso es todo —dijo, terminando bruscam<strong>en</strong>te—. Fin. La Historia de mi vida.» Agarróun bastón con puño de p<strong>la</strong>ta y se dispuso a marchar. Mrs. Bury, <strong>la</strong> maestra, se ade<strong>la</strong>ntó parapronunciar <strong>la</strong>s frases de ritual. Pero <strong>la</strong>s chicas no se dejaban distraer. «¿Y qué fue, Allie?»,insistieron; y el<strong>la</strong>, que de rep<strong>en</strong>te parecía t<strong>en</strong>er diez años más de sus treinta y tres, se <strong>en</strong>cogió dehombros. «No lo sé —dijo—. A lo mejor, el fantasma de Maurice Wilson.»Salió de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se apoyándose pesadam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el bastón.* * *La City —el mismo Londres, yaar, nada m<strong>en</strong>os— estaba vestida de b<strong>la</strong>nco, como unap<strong>la</strong>ñidera <strong>en</strong> un funeral. «A ver de quién, el funeral, mister —se preguntaba Gibreel Farishta,


fr<strong>en</strong>ético— ; no será el mío, puñeta, espero y deseo.» Cuando el tr<strong>en</strong> <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> <strong>la</strong> estaciónVictoria, él saltó sin esperar a que se parase del todo, se torció un tobillo y cayó de bruces <strong>en</strong>tre<strong>la</strong>s carretil<strong>la</strong>s de equipaje y <strong>la</strong>s risas burlonas de los londin<strong>en</strong>ses que esperaban el tr<strong>en</strong>,agarrándose <strong>en</strong> su caída a su sombrero cada vez más maltrecho. A Rekha Merchant no se <strong>la</strong>veía por ninguna parte y, aprovechando el mom<strong>en</strong>to, Gibreel corrió <strong>en</strong>tre <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te que seapartaba a su paso, como un poseso, sólo para <strong>en</strong>contrar<strong>la</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta de billetes, flotandopaci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te <strong>en</strong> su alfombra, invisible para todos los ojos m<strong>en</strong>os los suyos, a un metro delsuelo.«¿Qué es lo que quieres? —le apostrofó él—. ¿Qué buscas aquí?» «He v<strong>en</strong>ido a ver tucaída —repuso el<strong>la</strong> al instante—. Mira —agregó—, ya he conseguido que hicieras el ridículo.»La g<strong>en</strong>te se apartaba de Gibreel, aquel tipo raro de <strong>la</strong> gabardina grande y el sombreroap<strong>la</strong>stado, ese hombre hab<strong>la</strong> solo, dijo una voz infantil, y <strong>la</strong> madre respondió shhh, cariño, nohay que bur<strong>la</strong>rse de <strong>la</strong>s desgracias de <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te. Bi<strong>en</strong> v<strong>en</strong>ido a Londres. Gibreel Farishta corrióhacia <strong>la</strong>s escaleras del Metro. Rekha, <strong>en</strong> su alfombra, le dejó marchar.Pero cuando él, atropel<strong>la</strong>dam<strong>en</strong>te, llegó al andén de <strong>la</strong> dirección Norte de <strong>la</strong> LíneaVictoria, volvió a ver<strong>la</strong>. Ahora estaba <strong>en</strong> un cartel publicitario de <strong>la</strong> pared del otro <strong>la</strong>do queanunciaba el sistema telefónico automático internacional. Envíe su voz hasta <strong>la</strong> India <strong>en</strong> unaalfombra mágica —instaba—. Sin djinns y sin lámparas maravillosas. Él <strong>la</strong>nzó un a<strong>la</strong>rido qu<strong>en</strong>uevam<strong>en</strong>te hizo que sus compañeros de viaje dudaran de su cordura y huyó al andén de <strong>la</strong>dirección Sur, por cuya vía <strong>en</strong>traba un tr<strong>en</strong>. Saltó al interior del coche y allí estaba RekhaMerchant, de<strong>la</strong>nte de él, con <strong>la</strong> alfombra arrol<strong>la</strong>da <strong>en</strong> el regazo. Las puertas se cerraronestrepitosam<strong>en</strong>te a su espalda.Aquel día Gibreel Farishta huyó <strong>en</strong> todas <strong>la</strong>s direcciones, <strong>en</strong> el Metro de <strong>la</strong> ciudad deLondres y, dondequiera que iba, Rekha Merchant daba con él; <strong>en</strong> <strong>la</strong>s interminables escalerasmecánicas de Oxford Circus se s<strong>en</strong>taba a su <strong>la</strong>do, y <strong>en</strong> los atestados asc<strong>en</strong>sores de Tufnell Parkse le apretaba por detrás de un modo que, <strong>en</strong> vida, hubiera considerado escandaloso. En losconfines de <strong>la</strong> Metropolitan Line, arrojó los fantasmas de sus hijos desde lo alto de unos árbolesque parecían garras y, cuando él salió a respirar de<strong>la</strong>nte del Banco de Ing<strong>la</strong>terra, se <strong>la</strong>nzóhistriónicam<strong>en</strong>te desde <strong>la</strong> cúspide de su frontón neoclásico. Y, aunque él no t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> m<strong>en</strong>or ideade <strong>la</strong> verdadera forma de aquél<strong>la</strong>, <strong>la</strong> más proteica y camaleónica de <strong>la</strong>s ciudades, estaba segurode que, mi<strong>en</strong>tras él circu<strong>la</strong>ba por sus <strong>en</strong>trañas, constantem<strong>en</strong>te cambiaba de forma, de maneraque <strong>la</strong>s estaciones cambiaban de línea y se sucedían <strong>en</strong> una secu<strong>en</strong>cia apar<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te casual.Más de una vez emergió, medio asfixiado, de aquel mundo subterráneo <strong>en</strong> el que ya no regían<strong>la</strong>s leyes del espacio y del tiempo, y trató de parar un taxi; pero ninguno se det<strong>en</strong>ía, y él t<strong>en</strong>íaque volver a sumirse <strong>en</strong> aquel <strong>la</strong>berinto infernal, aquel <strong>la</strong>berinto sin salida, y proseguir su huidaépica. Por fin, exhausto y sin esperanza, se rindió a <strong>la</strong> lógica fatal de su locura y salió al azar <strong>en</strong><strong>la</strong> que supuso debía de ser última fútil estación de su prolongado e inútil viaje <strong>en</strong> busca de <strong>la</strong>quimera de <strong>la</strong> r<strong>en</strong>ovación. Salió a <strong>la</strong> amarga indifer<strong>en</strong>cia de una calle de desperdiciosesparcidos por el vi<strong>en</strong>to, próxima a un cinturón infestado de camiones. Ya había oscurecido yél, con paso inseguro, utilizando sus últimas reservas de optimismo, <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> un parque al que<strong>la</strong>s ectoplásmicas luces de tungst<strong>en</strong>o daban un aire espectral. Cuando cayó de rodil<strong>la</strong>s <strong>en</strong> <strong>la</strong>soledad de <strong>la</strong> noche de invierno, vio una figura de mujer que avanzaba l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te hacia él através de <strong>la</strong> hierba cubierta de nieve, y supuso que era su némesis, Rekha Merchant, que v<strong>en</strong>ía adarle el beso de <strong>la</strong> muerte, a arrastrarle a un submundo más profundo que aquel <strong>en</strong> el que el<strong>la</strong> lehabía <strong>en</strong>loquecido. Ya no le importaba, y cuando llegó <strong>la</strong> mujer, él había caído de bruces sobrelos antebrazos, con <strong>la</strong> gabardina colgando alrededor de él, dándole el aspecto de un granescarabajo moribundo que, por misteriosas razones, llevara un sucio sombrero de fieltro gris.Como a mucha distancia, oyó que de <strong>la</strong> garganta de aquel<strong>la</strong> mujer partía un grito <strong>en</strong> elque se mezc<strong>la</strong>ban <strong>la</strong> incredulidad, <strong>la</strong> alegría y cierto res<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to, y, poco antes de perder els<strong>en</strong>tido, compr<strong>en</strong>dió que, por el mom<strong>en</strong>to, Rekha le permitía hacerse <strong>la</strong> ilusión de que había


llegado a lugar seguro, para que, al fin, su victoria fuera aún más dulce.«Estás vivo —dijo <strong>la</strong> mujer, repiti<strong>en</strong>do <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras que le dijo <strong>la</strong> primera vez que lovio—. Has recobrado <strong>la</strong> vida. Eso es lo que importa.»Sonri<strong>en</strong>do, él se quedó dormido ante los pies p<strong>la</strong>nos de Allie mi<strong>en</strong>tras caía <strong>la</strong> nieve.


IVAYESHAIncluso <strong>la</strong>s visiones seriadas han emigrado; ya se conoc<strong>en</strong> <strong>la</strong> ciudad mejor que él. Y, <strong>en</strong><strong>la</strong>s secue<strong>la</strong>s de Rosa y Rekha, los mundos soñados de su otro yo arcangélico empiezan aparecer tan tangibles como <strong>la</strong>s cambiantes realidades que habita cuando está despierto. Esto,por ejemplo, ha empezado a aparecérsele: un bloque resid<strong>en</strong>cial construido al estilo ho<strong>la</strong>ndés <strong>en</strong>


una parte de Londres que más ade<strong>la</strong>nte él id<strong>en</strong>tificará como K<strong>en</strong>sington, a <strong>la</strong> que el sueño lotransporta vo<strong>la</strong>ndo a gran velocidad, por de<strong>la</strong>nte de los almac<strong>en</strong>es Barkers y de <strong>la</strong> pequeña casagris con doble v<strong>en</strong>tana salediza, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que Thackeray escribió La feria de <strong>la</strong>s vanidades, y de <strong>la</strong>p<strong>la</strong>za con el conv<strong>en</strong>to <strong>en</strong> el que siempre están <strong>en</strong>trando niñas de uniforme, pero nunca vuelv<strong>en</strong>a salir, y de <strong>la</strong> casa <strong>en</strong> <strong>la</strong> que Talleyrand pasó su vejez, cuando, tras mil y un cambios de lealtady principios, asumió <strong>la</strong> apari<strong>en</strong>cia de embajador de Francia <strong>en</strong> Londres, y llega a un edificio desiete pisos que hace esquina, con balcones de hierro forjado verde hasta el cuarto piso, y ahorael sueño le hace subir por <strong>la</strong> fachada de <strong>la</strong> casa y, al llegar al cuarto piso, aparta <strong>la</strong>s pesadascortinas del balcón de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de estar y por fin allí se queda s<strong>en</strong>tado, sin dormir, como siempre,con los ojos muy abiertos a <strong>la</strong> t<strong>en</strong>ue luz amaril<strong>la</strong>, mirando el futuro, el Imán barbudo delturbante.¿Quién es? Un exiliado. No confundir ni permitir que <strong>la</strong> expresión deg<strong>en</strong>ere <strong>en</strong> todasesas pa<strong>la</strong>bras que <strong>la</strong>nza <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te: emigrado, expatriado, refugiado, inmigrante, sil<strong>en</strong>cio, astucia.Exilio es sueño con un retorno glorioso. Exilio es visión de revolución: Elba, no Santa El<strong>en</strong>a.Es una paradoja interminable: mirar hacia de<strong>la</strong>nte de tanto mirar atrás. El exilio es una pelotaque se <strong>la</strong>nza al aire. Él queda colgado, conge<strong>la</strong>do <strong>en</strong> el tiempo, convertido <strong>en</strong> fotografía;inmovilizado, susp<strong>en</strong>dido imposiblem<strong>en</strong>te sobre su tierra natal, esperando el mom<strong>en</strong>toinevitable <strong>en</strong> que <strong>la</strong> fotografía empiece a moverse y <strong>la</strong> tierra rec<strong>la</strong>me lo que es suyo. En estascosas pi<strong>en</strong>sa el Imán.Su hogar es un piso alqui<strong>la</strong>do. Es una sa<strong>la</strong> de espera, una fotografía, aire.El grueso papel de <strong>la</strong> pared, rayas verde oliva sobre fondo crema, se ha descolorido unpoco, lo sufici<strong>en</strong>te para que se not<strong>en</strong> los rectángulos y óvalos más vivos <strong>en</strong> los que estaban loscuadros. El Imán es <strong>en</strong>emigo de imág<strong>en</strong>es. Cuando él llegó al piso, los cuadros se deslizaron de<strong>la</strong>s paredes y salieron de <strong>la</strong> habitación sin hacer ruido, hurtándose al furor de su mudareprobación. No obstante, algunas repres<strong>en</strong>taciones son toleradas. En <strong>la</strong> repisa conserva unascuantas postales con vistas de su patria, que él l<strong>la</strong>ma, simplem<strong>en</strong>te, Desh: una montaña que sealza junto a una ciudad; una pintoresca esc<strong>en</strong>a aldeana bajo un gran árbol; una mezquita. Pero<strong>en</strong> su dormitorio, <strong>en</strong> <strong>la</strong> pared situada fr<strong>en</strong>te al duro camastro <strong>en</strong> el que él duerme, está colgadoun icono más pot<strong>en</strong>te, el retrato de una mujer de una fuerza excepcional, famosa por su perfilde estatua griega y por su pelo negro, tan <strong>la</strong>rgo como alta es el<strong>la</strong>. Una mujer poderosa, su<strong>en</strong>emiga, su opon<strong>en</strong>te: él <strong>la</strong> guarda cerca. Al igual que, allá lejos, <strong>en</strong> los pa<strong>la</strong>cios de suomnipot<strong>en</strong>cia, el<strong>la</strong> apretará el retrato de él debajo de su real manto o lo ocultará <strong>en</strong> un medallón<strong>en</strong> su garganta. El<strong>la</strong> es <strong>la</strong> Emperatriz y su nombre es —¿y cuál si no?— Ayesha. En esta is<strong>la</strong>, elImán exiliado y, <strong>en</strong> <strong>la</strong> patria, <strong>en</strong> Desh, El<strong>la</strong>. Cada uno tramando <strong>la</strong> muerte del otro.Las cortinas, grueso terciopelo oro, están cerradas todo el día, porque, de lo contrario, elmal podría <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> el apartam<strong>en</strong>to: lo difer<strong>en</strong>te, lo extranjero, <strong>la</strong> nación extraña. La tristecircunstancia, de que él está aquí y no allá, que c<strong>en</strong>tra todos sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos. En <strong>la</strong>s rarasocasiones <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que el Imán sale a <strong>la</strong> calle, para respirar el aire de K<strong>en</strong>sington, <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro deun cuadrilátero formado por ocho hombres jóv<strong>en</strong>es con gafas negras y americanas abultadas, éljunta <strong>la</strong>s manos de<strong>la</strong>nte del pecho y manti<strong>en</strong>e <strong>la</strong> mirada fija <strong>en</strong> el<strong>la</strong>s, para que ningún elem<strong>en</strong>toni partícu<strong>la</strong> de esta detestada ciudad —este sumidero de iniquidad que al brindarle refugio lohumil<strong>la</strong>, porque el Imán ti<strong>en</strong>e que estar <strong>en</strong> deuda con el<strong>la</strong>, a pesar de <strong>la</strong> lujuria, <strong>la</strong> codicia y <strong>la</strong>vanidad que rig<strong>en</strong> sus actuaciones— pueda alojarse, como una mota de polvo, <strong>en</strong> sus ojos.Cuando abandone este aborrecido exilio para volver <strong>en</strong> triunfo a aquel<strong>la</strong> otra ciudad situadabajo <strong>la</strong> montaña de <strong>la</strong> postal, t<strong>en</strong>drá a ga<strong>la</strong> poder decir que ha permanecido ignorante de <strong>la</strong>Sodoma <strong>en</strong> <strong>la</strong> que se vio obligado a esperar; ignorante y, por consigui<strong>en</strong>te, incontaminado,inalterado, puro. Y otra de <strong>la</strong>s razones para mant<strong>en</strong>er <strong>la</strong>s cortinas cerradas es <strong>la</strong> de que,naturalm<strong>en</strong>te, alrededor de él hay ojos y oídos, y no todos son amigos. Los edificios naranja noson neutrales. En algún lugar al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> calle habrá l<strong>en</strong>tes zoom, equipos de vídeo,micros ultras<strong>en</strong>sibles y, naturalm<strong>en</strong>te, siempre el riesgo de los francotiradores. Encima, debajo


y a los <strong>la</strong>dos del Imán están los apartam<strong>en</strong>tos seguros ocupados por sus guardias personales quepasean por <strong>la</strong>s calles de K<strong>en</strong>sington disfrazados de mujeres, con velos y alhajas, porque todaprecaución es poca. La paranoia es requisito para <strong>la</strong> superviv<strong>en</strong>cia del exiliado.Una fábu<strong>la</strong>, oída a uno de sus favoritos, el converso americano, otrora cantante de éxitoy ahora conocido como Bi<strong>la</strong>l X. En determinado club nocturno al que el Imán suele <strong>en</strong>viar a suslugart<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tes para espiar a determinadas personas que pert<strong>en</strong>ec<strong>en</strong> a determinados gruposrivales, Bi<strong>la</strong>l conoció a un jov<strong>en</strong> de Desh, cantante también, con el que trabó conversación.Resultó que el tal Mahmood era un individuo terriblem<strong>en</strong>te asustado. Reci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, se habíaunido s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te a una gori, una mujer de cabellera roja, alta, de gran figura, y luegoresultó que el anterior amante de su adorada R<strong>en</strong>ata era el jefe exiliado de <strong>la</strong> SAVAK, <strong>la</strong>organización de tortura del Sha del Irán. El mismísimo Gran Panjandrum número uno, no unsádico de medio pelo especializado <strong>en</strong> arrancar uñas de los pies o pr<strong>en</strong>der fuego a los párpados,sino el gran haramzada <strong>en</strong> persona. Al día sigui<strong>en</strong>te de que Mahmood y R<strong>en</strong>ata se mudaran asu nuevo apartam<strong>en</strong>to, llegó una carta para Mahmood. Oye tío mierda, te estás cepil<strong>la</strong>ndo a mimujer, sólo quería saludar. Al día sigui<strong>en</strong>te, llegó una segunda carta. Por cierto, imbécil, se meolvidó decírtelo, éste es vuestro nuevo número de teléfono. Mahmood y R<strong>en</strong>ata habíansolicitado un número que no figurara <strong>en</strong> <strong>la</strong> guía, pero <strong>la</strong> Compañía telefónica aún no se lo habíadado. Cuando, dos días después, se lo comunicó y resultó ser el mismo de <strong>la</strong> carta, a Mahmoodse le cayó el pelo de golpe. Entonces, al verlo <strong>en</strong>cima de <strong>la</strong> almohada, él juntó <strong>la</strong>s manosde<strong>la</strong>nte de R<strong>en</strong>ata y le suplicó: «N<strong>en</strong>a, te quiero, pero eres un peligro para mí, anda, haz elfavor, vete lejos, lejos.» El Imán, al oír <strong>la</strong> historia, movió <strong>la</strong> cabeza dici<strong>en</strong>do: esa ramera,¿quién se atreverá ahora a tocar<strong>la</strong>, a pesar de su cuerpo concupisc<strong>en</strong>te? Ha puesto sobre sí unamancha peor que <strong>la</strong> lepra; así se muti<strong>la</strong>n los seres humanos. Pero <strong>la</strong> verdadera moraleja de <strong>la</strong>anécdota era <strong>la</strong> necesidad de mant<strong>en</strong>er una constante vigi<strong>la</strong>ncia. Londres era una ciudad <strong>en</strong> <strong>la</strong>que el ex jefe de <strong>la</strong> SAVAK t<strong>en</strong>ía influ<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> <strong>la</strong> Compañía telefónica y el ex chef del Shareg<strong>en</strong>taba un próspero restaurant <strong>en</strong> Hounslow. Una ciudad muy acogedora, refugio de todac<strong>la</strong>se de g<strong>en</strong>te. Mejor mant<strong>en</strong>er <strong>la</strong>s cortinas cerradas.Los pisos tres al cinco del bloque resid<strong>en</strong>cial son, por el mom<strong>en</strong>to, toda <strong>la</strong> patria que elImán posee. Aquí están los rifles y <strong>la</strong>s radios de onda corta y <strong>la</strong>s sa<strong>la</strong>s <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que los jóv<strong>en</strong>esespabi<strong>la</strong>dos del traje europeo hab<strong>la</strong>n por varios teléfonos con premura. Aquí no hay alcohol, nise v<strong>en</strong> cartas ni dados, y <strong>la</strong> única mujer es <strong>la</strong> que está colgada de <strong>la</strong> pared del dormitorio delviejo. En este sucedáneo de patria que el santo insomne considera su sa<strong>la</strong> de espera o esca<strong>la</strong> detransbordo, <strong>la</strong> calefacción c<strong>en</strong>tral está al máximo noche y día y <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tanas están bi<strong>en</strong>cerradas. El exiliado no puede olvidar y, por lo tanto, ti<strong>en</strong>e que simu<strong>la</strong>r el calor seco de Desh, <strong>la</strong>tierra pasada y futura, donde hasta <strong>la</strong> luna es cali<strong>en</strong>te y húmeda como un chapati recién hecho yuntado de mantequil<strong>la</strong>. Oh, aquel<strong>la</strong> añorada parte del mundo <strong>en</strong> <strong>la</strong> que sol y luna sonmasculinos, pero su luz cálida y dulce recibe nombres fem<strong>en</strong>inos. Por <strong>la</strong> noche, el exiliadoaparta <strong>la</strong>s cortinas y el extraño c<strong>la</strong>ro de luna se cue<strong>la</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> habitación y su frialdad le golpea elglobo del ojo como un c<strong>la</strong>vo. Él hace una mueca y <strong>en</strong>torna los párpados. Un hombre ataviadocon amplia túnica, taciturno, am<strong>en</strong>azador, vigi<strong>la</strong>nte: éste es el Imán.El exilio es una tierra sin alma. En el exilio los muebles son feos, caros, compradostodos al mismo tiempo <strong>en</strong> <strong>la</strong> misma ti<strong>en</strong>da y con excesiva prisa: reluci<strong>en</strong>tes sofás p<strong>la</strong>teados conaletas como viejos Buick DeSoto Oldsmobile, librerías con puertas de cristal que no conti<strong>en</strong><strong>en</strong>libros sino carpetas. En el exilio, <strong>la</strong> ducha te escalda <strong>en</strong> cuanto se abre un grifo <strong>en</strong> <strong>la</strong> cocina, porlo que cuando el Imán se ducha todo el séquito debe recordar que no se puede ll<strong>en</strong>ar un pucheroni ac<strong>la</strong>rar un p<strong>la</strong>to sucio, y cuando el Imán va al water, sus discípulos sal<strong>en</strong> de <strong>la</strong> ducha,escaldados. En el exilio no se guisa; los guardias de <strong>la</strong>s gafas negras sal<strong>en</strong> a comprar p<strong>la</strong>tospreparados. En el exilio todo int<strong>en</strong>to de echar raíces se considera traición: es el reconocimi<strong>en</strong>tode <strong>la</strong> derrota.El Imán es el c<strong>en</strong>tro de una rueda.


Él irradia movimi<strong>en</strong>to, de día y de noche. Khalid, su hijo, <strong>en</strong>tra <strong>en</strong> su retiro con un vasode agua que sosti<strong>en</strong>e con <strong>la</strong> mano derecha sobre <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> izquierda. El Imán bebe aguaconstantem<strong>en</strong>te, un vaso cada cinco minutos, para mant<strong>en</strong>erse limpio; el agua <strong>en</strong> sí también espurificada, antes de que él <strong>la</strong> beba, <strong>en</strong> una máquina filtradora americana. Todos los jóv<strong>en</strong>es desu <strong>en</strong>torno conoc<strong>en</strong> bi<strong>en</strong> su famosa Monografía sobre el Agua, cuya pureza, cree el Imán, setransmite al que <strong>la</strong> bebe, así como su c<strong>la</strong>ridad y simplicidad, el ascético p<strong>la</strong>cer de su sabor. «LaEmperatriz bebe vino», seña<strong>la</strong>. Los borgoñas, los c<strong>la</strong>retes y los vinos del Rin mezc<strong>la</strong>n su tóxicacorrupción d<strong>en</strong>tro de su cuerpo, a un tiempo bello y deg<strong>en</strong>erado. Este pecado es sufici<strong>en</strong>te paracond<strong>en</strong>ar<strong>la</strong> por los siglos de los siglos sin esperanza de red<strong>en</strong>ción. El cuadro que ti<strong>en</strong>e <strong>en</strong> suhabitación muestra a <strong>la</strong> emperatriz Ayesha sost<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do con <strong>la</strong>s dos manos un cráneo humanoll<strong>en</strong>o de un fluido rojo oscuro. La Emperatriz bebe sangre, pero el Imán es hombre de agua.«No <strong>en</strong> vano los pueblos de nuestras tórridas tierras <strong>la</strong> rever<strong>en</strong>cian —proc<strong>la</strong>ma <strong>la</strong>Monografía—. El agua, protectora de <strong>la</strong> vida. Ningún individuo civilizado puede negárse<strong>la</strong> a unsemejante. La abue<strong>la</strong>, por artrítica que esté, se levantará inmediatam<strong>en</strong>te para ir al grifo si unniño se le acerca para pedirle pani, nani. Guardaos de los que b<strong>la</strong>sfeman contra el<strong>la</strong>. El que <strong>la</strong>contamina, diluye su propia alma.»El Imán con frecu<strong>en</strong>cia ha desatado su furor contra <strong>la</strong> memoria del difunto Aga Khan, araíz de que le mostraran el texto de una <strong>en</strong>trevista <strong>en</strong> <strong>la</strong> que aparecía el jefe de los ismailitasbebi<strong>en</strong>do champán. Oh, caballero, este champán es sólo apar<strong>en</strong>te. En el instante <strong>en</strong> que tocamis <strong>la</strong>bios se convierte <strong>en</strong> agua. Diablo, ruge el Imán. Apóstata, b<strong>la</strong>sfemo, farsante. Cuandollegue el futuro, estos individuos serán juzgados, dice a sus hombres. El agua triunfará y <strong>la</strong>sangre correrá como el vino. Tal es <strong>la</strong> mi<strong>la</strong>grosa naturaleza del futuro de los exiliados: lo que sedice <strong>en</strong> <strong>la</strong> impot<strong>en</strong>cia de un apartam<strong>en</strong>to sobrecal<strong>en</strong>tado se convierte <strong>en</strong> el destino de naciones.¿Quién es el que no ha t<strong>en</strong>ido este sueño, de ser rey por un día? Pero el Imán sueña con algomás que un día; si<strong>en</strong>te que de <strong>la</strong>s yemas de sus dedos part<strong>en</strong> los hilos de araña con los que hade contro<strong>la</strong>r el movimi<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> Historia.No; de <strong>la</strong> Historia, no.El suyo es un sueño más extraño.* * *Khalid, su hijo, el que le trae el agua, se inclina de<strong>la</strong>nte de su padre como un peregrinoante el santuario y le informa de que el guardia de servicio <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta del gabinete es SalmanFarsi. Bi<strong>la</strong>l está <strong>en</strong> <strong>la</strong> radio, transmiti<strong>en</strong>do el m<strong>en</strong>saje del día, <strong>en</strong> <strong>la</strong> frecu<strong>en</strong>cia conv<strong>en</strong>ida, aDesh.El Imán es una masa de quietud, una inmovilidad. Es piedra viva. Sus manos grandes ysarm<strong>en</strong>tosas, gris granito, descansan pesadam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> los brazos de su sillón de alto respaldo. Sucabeza, que parece excesivam<strong>en</strong>te grande para el cuerpo que hay debajo, se ba<strong>la</strong>nceapesadam<strong>en</strong>te sobre un cuello sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te delgado que puede <strong>en</strong>treverse a través de unabarba c<strong>la</strong>ra y cana. Los ojos del Imán están ve<strong>la</strong>dos; sus <strong>la</strong>bios no se muev<strong>en</strong>. Es pura fuerza,un ser elem<strong>en</strong>tal; se mueve sin movimi<strong>en</strong>to, actúa sin acción, hab<strong>la</strong> sin proferir un sonido. Él esel mago y <strong>la</strong> Historia es su truco.No; <strong>la</strong> Historia, no: algo más extraño.La explicación de este acertijo puede oírse, <strong>en</strong> este mismo mom<strong>en</strong>to, <strong>en</strong> ciertas sigilosasondas de radio, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que <strong>la</strong> voz de Bi<strong>la</strong>l, el converso americano, canta <strong>la</strong> canción santa delImán. Bi<strong>la</strong>l, el muezzin: su voz <strong>en</strong>tra por una estación de radioaficionado de K<strong>en</strong>sington yemerge <strong>en</strong> <strong>la</strong> Desh soñada, transmutada <strong>en</strong> el verbo atronador del propio Imán. Empieza con losrituales insultos contra <strong>la</strong> Emperatriz, con listas de sus crím<strong>en</strong>es, asesinatos, sobornos,


e<strong>la</strong>ciones sexuales con <strong>la</strong>gartos, etcétera, y a continuación procede a <strong>la</strong>nzar <strong>en</strong> tono vibrante <strong>la</strong>l<strong>la</strong>mada cotidiana del Imán a su pueblo para que se alce contra <strong>la</strong> maldad del Gobierno de <strong>la</strong>Emperatriz. «Haremos una revolución —proc<strong>la</strong>ma el Imán a través de Bi<strong>la</strong>l— que será unarebelión no sólo contra una tiranía, sino contra <strong>la</strong> Historia.» Porque existe un <strong>en</strong>emigo peor queAyesha, y es <strong>la</strong> misma Historia. La Historia es el vino-sangre que hay que dejar de beber. LaHistoria es el tóxico, <strong>la</strong> creación y posesión del diablo, del gran Shaitan, <strong>la</strong> mayor de <strong>la</strong>sm<strong>en</strong>tiras —progreso, ci<strong>en</strong>cia, derechos— con <strong>la</strong>s que se ha <strong>en</strong>carado el Imán. La Historia esuna desviación del Camino, el conocimi<strong>en</strong>to es una ilusión, porque <strong>la</strong> suma del conocimi<strong>en</strong>to secompletó el día <strong>en</strong> que Al-Lat terminó su reve<strong>la</strong>ción a Mahound. «Nosotros rasgaremos el velode <strong>la</strong> Historia —dec<strong>la</strong>ma Bi<strong>la</strong>l a <strong>la</strong> noche oy<strong>en</strong>te— y, cuando desaparezca, veremos el Paraísoante nosotros, con toda su gloria y su luz.» El Imán eligió a Bi<strong>la</strong>l para esta función por <strong>la</strong>belleza de su voz que, <strong>en</strong> su anterior <strong>en</strong>carnación, consiguió esca<strong>la</strong>r el Everest de <strong>la</strong> lista deéxitos no una vez, sino una doc<strong>en</strong>a, hasta <strong>la</strong> cumbre. La voz es bi<strong>en</strong> modu<strong>la</strong>da y persuasiva, unavoz acostumbrada a ser escuchada; bi<strong>en</strong> alim<strong>en</strong>tada, educada, <strong>la</strong> voz de <strong>la</strong> confianza americana,un arma de Occid<strong>en</strong>te vuelta contra sus creadores cuyo poderío apoya a <strong>la</strong> Emperatriz y sutiranía. Al principio, Bi<strong>la</strong>l X protestó de semejante descripción de su voz. Él también pert<strong>en</strong>ecíaa un pueblo oprimido, insistía, por lo que era injusto compararlo con los imperialistas yanquis.El Imán respondió, no sin dulzura: Bi<strong>la</strong>l, tu sufrimi<strong>en</strong>to es también el nuestro. Pero el que escriado <strong>en</strong> <strong>la</strong> casa del poder apr<strong>en</strong>de sus artes, se impregna de el<strong>la</strong>s, a través de esa misma pielque es <strong>la</strong> causa de tu opresión. El hábito del poder, su timbre, su actitud, su forma de ser conotras personas. Es una <strong>en</strong>fermedad, Bi<strong>la</strong>l, que infecta a todos los que se acercan demasiado. Silos poderosos te pisotean, quedas infectado por <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>ntas de sus pies.Bi<strong>la</strong>l sigue dirigiéndose a <strong>la</strong> oscuridad. «¡Muerte a <strong>la</strong> tiranía de <strong>la</strong> emperatriz Ayesha, delos cal<strong>en</strong>darios, de América, del tiempo! Nosotros perseguimos <strong>la</strong> eternidad, <strong>la</strong> intemporalidadde Dios. Las aguas tranqui<strong>la</strong>s de Dios, no el trasiego dé vinos de <strong>la</strong> Emperatriz.» Quemad loslibros y confiad <strong>en</strong> el Libro; dejaos de papeles y escuchad <strong>la</strong> Pa<strong>la</strong>bra tal como fue reve<strong>la</strong>da porel ángel Gibreel al m<strong>en</strong>sajero Mahound y explicada por vuestro intérprete e Imán. «Ame<strong>en</strong>»,dijo Bi<strong>la</strong>l, dando por terminados los actos de <strong>la</strong> noche. Mi<strong>en</strong>tras, <strong>en</strong> su retiro, el Imán <strong>en</strong>vía supropio m<strong>en</strong>saje l<strong>la</strong>mando, invocando a Gibreel, el arcángel.* * *Se ve a sí mismo <strong>en</strong> el sueño: no un ángel impresionante, sino un hombre con su ropa decalle, <strong>la</strong>s pr<strong>en</strong>das heredadas de H<strong>en</strong>ry Diamond: gabardina y sombrero gris sobre unospantalones excesivam<strong>en</strong>te grandes sujetos por tirantes, un jersey de pescador y una camisab<strong>la</strong>nca holgada. Este Gibreel del sueño, tan parecido al de <strong>la</strong> vigilia, está temb<strong>la</strong>ndo <strong>en</strong> el retirodel Imán, cuyos ojos están b<strong>la</strong>ncos como <strong>la</strong>s nubes. Gibreel hab<strong>la</strong> <strong>en</strong> tono quejumbroso, paradisimu<strong>la</strong>r el miedo. «¿Por qué insistir con los arcángeles? Deberías saber que esos días yapasaron.»El Imán cierra los ojos, suspira. La alfombra ti<strong>en</strong>de <strong>la</strong>rgos t<strong>en</strong>táculos peludos que se<strong>en</strong>redan <strong>en</strong> torno a Gibreel sujetándolo con fuerza.«Tú no me necesitas —insiste Gibreel—. La reve<strong>la</strong>ción está completa. Déjamemarchar.»El otro mueve <strong>la</strong> cabeza y hab<strong>la</strong>, pero sus <strong>la</strong>bios no se muev<strong>en</strong>, y es <strong>la</strong> voz de Bi<strong>la</strong>l <strong>la</strong>que ll<strong>en</strong>a los oídos de Gibreel, a pesar de que no se ve el altavoz, ésta es <strong>la</strong> noche, dice <strong>la</strong> voz, ytú ti<strong>en</strong>es que llevarme vo<strong>la</strong>ndo a Jerusalén.Entonces el apartam<strong>en</strong>to se esfuma y ellos están de pie <strong>en</strong> el tejado, al <strong>la</strong>do del depósitodel agua, porque el Imán, cuando desea moverse, puede permanecer quieto y hacer que el


mundo se mueva alrededor de él. Su barba ondea al vi<strong>en</strong>to. Ahora es más <strong>la</strong>rga; si no fuera porel vi<strong>en</strong>to que <strong>la</strong> hace tremo<strong>la</strong>r como pañuelo de gasa, le llegaría hasta los pies; ti<strong>en</strong>e los ojosrojos, y su voz p<strong>en</strong>de del cielo. Llévame. Gibreel arguye: Por lo visto, no me necesitas paranada; pero el Imán, con un solo movimi<strong>en</strong>to de asombrosa rapidez, se echa <strong>la</strong> barba sobre elhombro, se sube <strong>la</strong> falda <strong>en</strong>señando dos piernas f<strong>la</strong>cas con una capa de vello casi monstruosa,da un gran salto <strong>en</strong> el aire de <strong>la</strong> noche, hace una voltereta y se insta<strong>la</strong> sobre los hombros deGibreel, agarrándose a él con uñas convertidas <strong>en</strong> <strong>la</strong>rgas y curvadas garras. Gibreel si<strong>en</strong>te quese eleva hacia el cielo, portando al viejo del mar, el Imán cuyo cabello crece a ojos vistaflotando <strong>en</strong> todas <strong>la</strong>s direcciones y cuyas cejas son como gal<strong>la</strong>rdetes al vi<strong>en</strong>to.Jerusalén, ¿por dónde cae?, se pregunta. Pero es que, además, es una pa<strong>la</strong>bra muyresba<strong>la</strong>diza, Jerusalén, tanto puede ser una idea que un lugar: una meta, una ilusión. ¿Dóndeestá el Jerusalén del Imán? «La caída de <strong>la</strong> meretriz —le dice al oído <strong>la</strong> voz incorpórea—. Suruina, <strong>la</strong> ramera de Babilonia.»Vue<strong>la</strong>n <strong>en</strong> <strong>la</strong> noche. La luna se cali<strong>en</strong>ta, empieza a hacer burbujas como el quesoarrimado a <strong>la</strong> lumbre; él, Gibreel, ve caer los pedazos de vez <strong>en</strong> cuando, gotas de luna quechisporrotean <strong>en</strong> <strong>la</strong> sartén del cielo. Abajo aparece tierra. El calor se hace int<strong>en</strong>so.Es un paisaje inm<strong>en</strong>so, rojizo, con árboles de copa ap<strong>la</strong>stada. Vue<strong>la</strong>n por <strong>en</strong>cima demontañas que también ti<strong>en</strong><strong>en</strong> <strong>la</strong>s cumbres ap<strong>la</strong>stadas; aquí hasta <strong>la</strong>s piedras están ap<strong>la</strong>stadas porel calor. Llegan a una montaña alta, de forma cónica casi perfecta, una montaña que también seve <strong>en</strong> una postal que está <strong>en</strong> una repisa, muy lejos; y, a <strong>la</strong> sombra de <strong>la</strong> montaña, una ciudad seexti<strong>en</strong>de a los pies de los viajeros, implorando, y <strong>en</strong> <strong>la</strong> falda de <strong>la</strong> montaña, un pa<strong>la</strong>cio, elpa<strong>la</strong>cio, su pa<strong>la</strong>cio: <strong>la</strong> Emperatriz difamada por m<strong>en</strong>sajes radiados. Es una revolución deradioaficionados.Gibreel, al que el Imán utiliza de alfombra mágica, desci<strong>en</strong>de un poco, y <strong>en</strong> <strong>la</strong> nochesofocante, <strong>la</strong>s calles parec<strong>en</strong> estar vivas, retorcerse como serpi<strong>en</strong>tes; mi<strong>en</strong>tras, de<strong>la</strong>nte delpa<strong>la</strong>cio de <strong>la</strong> derrota de <strong>la</strong> Emperatriz, está levantándose una montaña nueva, de<strong>la</strong>nte d<strong>en</strong>uestros propios ojos, baba, ¿qué pasa ahí abajo? La voz del Imán p<strong>en</strong>de del cielo: «Baja. Yote <strong>en</strong>señaré lo que es Amor.»Cuando llegan a <strong>la</strong> altura de los tejados, Gibreel advierte que <strong>la</strong>s calles son un herviderode g<strong>en</strong>te. Los seres humanos están tan comprimidos <strong>en</strong> esos tortuosos caminos, que forman una<strong>en</strong>tidad mayor, homogénea, imp<strong>la</strong>cable y serp<strong>en</strong>teante. La g<strong>en</strong>te avanza despacio, a pasoregu<strong>la</strong>r, de los callejones a <strong>la</strong>s calles estrechas, de <strong>la</strong>s calles estrechas a <strong>la</strong>s calles más anchas,de <strong>la</strong>s calles más anchas a los paseos y de los paseos a <strong>la</strong> gran av<strong>en</strong>ida, de doce carriles deancho, bordeada de eucaliptus gigantes que conduce a <strong>la</strong>s puertas de pa<strong>la</strong>cio. La av<strong>en</strong>ida estárepleta de humanidad; es el órgano c<strong>en</strong>tral del nuevo ser de muchas cabezas. De set<strong>en</strong>ta <strong>en</strong>fondo, <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te camina gravem<strong>en</strong>te hacia <strong>la</strong>s verjas de <strong>la</strong> Emperatriz. De<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong>s cuales losguardias de pa<strong>la</strong>cio esperan <strong>en</strong> tres fi<strong>la</strong>s, echados, rodil<strong>la</strong> <strong>en</strong> tierra y de pie, con <strong>la</strong>s metralletaspreparadas. La g<strong>en</strong>te sube <strong>la</strong> p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te hacia <strong>la</strong>s metralletas; set<strong>en</strong>ta <strong>en</strong> fondo, ya están a tiro;<strong>la</strong>s metralletas barbotan y ellos muer<strong>en</strong>, y los set<strong>en</strong>ta sigui<strong>en</strong>tes se <strong>en</strong>caraman sobre los cuerposde los muertos, <strong>la</strong>s metralletas vuelv<strong>en</strong> a carcajearse y <strong>la</strong> montaña de muertos crece. Los queestán detrás empiezan, a su vez, a trepar. En <strong>la</strong>s oscuras puertas de <strong>la</strong>s casas de <strong>la</strong> ciudad haymadres con el manto <strong>en</strong> <strong>la</strong> cabeza que empujan a sus adorados hijos al desfile, ve, sé mártir,haz lo necesario, muere. «Ya ves como me quier<strong>en</strong> —dice <strong>la</strong> voz sin cuerpo—. No hay <strong>en</strong> elmundo tiranía que pueda resistir el poder de este amor l<strong>en</strong>to y <strong>en</strong> marcha.»«Eso no es amor —responde Gibreel, llorando—. Es odio. El<strong>la</strong> los ha arrojado <strong>en</strong> tusbrazos.» La explicación su<strong>en</strong>a <strong>en</strong>deble, superficial.«Ellos me quier<strong>en</strong> —dice <strong>la</strong> voz del Imán— porque yo soy agua. Yo soy fertilidad y el<strong>la</strong>es podredumbre. Ellos me quier<strong>en</strong> por mi costumbre de destrozar relojes. Los seres humanosque se apartan de Dios pierd<strong>en</strong> el amor, y <strong>la</strong> certidumbre, y también el s<strong>en</strong>tido de su Tiempoinfinito que abarca pasado, pres<strong>en</strong>te y futuro; el tiempo sin tiempo que no necesita moverse.


Nosotros anhe<strong>la</strong>mos lo eterno, y yo soy eternidad. El<strong>la</strong> no es nada: un tic o un tac. El<strong>la</strong> se miraal espejo todos los días y si<strong>en</strong>te terror de <strong>la</strong> vejez y de <strong>la</strong> huida del tiempo. Por ello, esprisionera de su propia naturaleza; también el<strong>la</strong> está <strong>en</strong>cad<strong>en</strong>ada al Tiempo. Después de <strong>la</strong>revolución, no habrá relojes; nosotros los destruiremos todos. La pa<strong>la</strong>bra reloj será borrada d<strong>en</strong>uestros diccionarios. Después de <strong>la</strong> revolución no habrá cumpleaños. Todos volveremos anacer, todos t<strong>en</strong>dremos <strong>la</strong> misma edad invariable a los ojos de Dios Todopoderoso.»Ahora cal<strong>la</strong> porque debajo de nosotros llega el mom<strong>en</strong>to supremo <strong>en</strong> el que el pueblo seacerca a <strong>la</strong>s metralletas. Las cuales son sil<strong>en</strong>ciadas a su vez, cuando <strong>la</strong> interminable serpi<strong>en</strong>tede g<strong>en</strong>te, <strong>la</strong> pitón gigantesca de <strong>la</strong>s masas sublevadas, abraza a los guardias asfixiándolos yahoga <strong>la</strong> risotada letal de sus armas. El Imán suspira. «Ya está hecho.»Las luces del pa<strong>la</strong>cio se apagan mi<strong>en</strong>tras el pueblo camina hacia él, con el mismo pasomesurado de antes. Entonces, del interior del pa<strong>la</strong>cio oscurecido brota un sonido escalofrianteque empieza como un <strong>la</strong>m<strong>en</strong>to alto y p<strong>en</strong>etrante y luego se hace profundo como un aullido, unulu<strong>la</strong>r tan fuerte como para ll<strong>en</strong>ar con su rabia todas <strong>la</strong>s h<strong>en</strong>diduras de <strong>la</strong> ciudad. La cúpu<strong>la</strong>dorada del pa<strong>la</strong>cio estal<strong>la</strong> como un huevo y de el<strong>la</strong> se eleva, resp<strong>la</strong>ndeci<strong>en</strong>te de negrura, unaaparición mitológica con vastas a<strong>la</strong>s negras y el cabello tan <strong>la</strong>rgo y tan negro como <strong>la</strong>rgo yb<strong>la</strong>nco es el del Imán: Al-Lat, compr<strong>en</strong>de Gibreel, que ha salido de <strong>la</strong> concha de Ayesha.«Máta<strong>la</strong>», ord<strong>en</strong>a el Imán.Gibreel lo deposita <strong>en</strong> el balcón ceremonial de pa<strong>la</strong>cio, con los brazos abiertos paraabarcar <strong>la</strong> alegría del pueblo, cuyo sonido ahoga los a<strong>la</strong>ridos de <strong>la</strong> diosa y se eleva como uncántico. Y Gibreel es impulsado al aire, irresistiblem<strong>en</strong>te, una marioneta que va a <strong>la</strong> guerra; yel<strong>la</strong>, al verlo v<strong>en</strong>ir, da <strong>la</strong> vuelta, se agacha <strong>en</strong> el aire y, gruñ<strong>en</strong>do espantosam<strong>en</strong>te, vi<strong>en</strong>e a él contodo su poder. Gibreel compr<strong>en</strong>de que el Imán, peleando por delegación, como siempre, losacrificará tan prestam<strong>en</strong>te como a <strong>la</strong> montaña de cadáveres que está <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta de pa<strong>la</strong>cio;que él es un soldado suicida al servicio de <strong>la</strong> causa del clérigo. Yo soy débil, pi<strong>en</strong>sa, no soyadversario para el<strong>la</strong>, pero el<strong>la</strong> ha sido debilitada por su derrota. La fuerza del Imán mueve aGibreel, y pone rayos <strong>en</strong> sus manos. Se inicia el combate; él arroja <strong>la</strong>nzas de rayos a sus pies yel<strong>la</strong> le echa cometas al vi<strong>en</strong>tre; nos estamos matando el uno al otro, pi<strong>en</strong>sa él, los dosmoriremos y habrá dos nuevas conste<strong>la</strong>ciones <strong>en</strong> el espacio: Al-Lat y Gibreel. Se tambaleancomo dos guerreros exhaustos dando mandobles <strong>en</strong> un campo sembrado de cadáveres. Los dosca<strong>en</strong> rápidam<strong>en</strong>te.El<strong>la</strong> cae.Baja <strong>en</strong> picado, Al-Lat, reina de <strong>la</strong> noche; choca contra el suelo destrozándose <strong>la</strong>cabeza; y yace, inerte y rota, un ángel negro descabezado, con <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s arrancadas, junto a unapuertecita <strong>la</strong>teral de los jardines de pa<strong>la</strong>cio. Y Gibreel, al apartar de el<strong>la</strong> <strong>la</strong> mirada horrorizado,ve que el Imán se ha hecho monstruoso, está t<strong>en</strong>dido <strong>en</strong> el patio del pa<strong>la</strong>cio con <strong>la</strong> boca abiertaante <strong>la</strong>s puertas, y a medida que el pueblo va <strong>en</strong>trando, él se lo va tragando <strong>en</strong>tero.El cuerpo de Al-Lat se descompone y desintegra <strong>en</strong> <strong>la</strong> hierba, dejando sólo una manchaoscura; y ahora todos los relojes de <strong>la</strong> capital de Desh empiezan a dar campanadas y sigu<strong>en</strong> ysigu<strong>en</strong>, más de doce y más de veinticuatro y más de mil y una, anunciando el fin del Tiempo, <strong>la</strong>hora que no puede medirse, <strong>la</strong> hora del regreso del exiliado, de <strong>la</strong> victoria del agua sobre elvino, del comi<strong>en</strong>zo del Antitiempo del Imán.* * *Cuando el argum<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> historia nocturna cambia, cuando, inopinadam<strong>en</strong>te, e<strong>la</strong>contecer de Jahilia y Yathrib cede el paso a <strong>la</strong> lucha <strong>en</strong>tre el Imán y <strong>la</strong> Emperatriz, Gibreel,por un mom<strong>en</strong>to, abriga <strong>la</strong> esperanza de que <strong>la</strong> maldición haya terminado y sus sueños


ecuperado <strong>la</strong> exc<strong>en</strong>tricidad casual de <strong>la</strong> vida corri<strong>en</strong>te; pero luego, cuando <strong>la</strong> nueva historia seajusta a <strong>la</strong> vieja rutina de continuar cada vez que él cierra los ojos <strong>en</strong> el punto preciso <strong>en</strong> quefue interrumpida, y su propia imag<strong>en</strong>, traducida <strong>en</strong> un avatar del arcángel, vuelve a <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> elfotograma, su esperanza muere y él sucumbe una vez más a lo inexorable. Las cosas hanllegado al extremo de que algunas de sus crónicas nocturnas resultan más tolerables que otras, ydespués del apocalipsis del Imán, casi si<strong>en</strong>te alegría cuando empieza <strong>la</strong> narrativa sigui<strong>en</strong>te queamplía su repertorio interior, porque, por lo m<strong>en</strong>os, sugiere que <strong>la</strong> deidad que él, Gibreel, hatratado <strong>en</strong> vano de matar puede ser un Dios de amor, no sólo de v<strong>en</strong>ganza, poder, deber, leyes yodio; y también es una narración un poco nostálgica, de una patria perdida; <strong>la</strong> si<strong>en</strong>te como unretorno al pasado... ¿Qué historia es ésta? Ya llega. Empecemos por el principio: La mañana desu cuar<strong>en</strong>ta cumpleaños, <strong>en</strong> una habitación ll<strong>en</strong>a de mariposas, Mirza Saeed Akhtarcontemp<strong>la</strong>ba a su esposa dormida...* * *La fatídica mañana de su cuar<strong>en</strong>ta cumpleaños, <strong>en</strong> una habitación ll<strong>en</strong>a de mariposas, elzamindar Mirza Saeed Akhtar ve<strong>la</strong>ba el sueño de su esposa con el corazón rebosante de amor.Por una vez, se había despertado temprano y se levantó antes del amanecer con el agrio saborde boca de una pesadil<strong>la</strong>, aquel sueño reiterativo del fin del mundo <strong>en</strong> el que <strong>la</strong> catástrofe,invariablem<strong>en</strong>te, era culpa suya. Por <strong>la</strong> noche había estado ley<strong>en</strong>do a Nietzsche —«el fininexorable de esta pequeña y pulu<strong>la</strong>nte especie l<strong>la</strong>mada Hombre»— y se quedó dormido con ellibro abierto sobre el pecho. Al despertar por el aleteo de mariposas <strong>en</strong> el dormitorio fresco yoscuro, se <strong>en</strong>fadó consigo mismo por su torpe elección de lectura nocturna. Pero ahora estababi<strong>en</strong> despierto. Se levantó sigilosam<strong>en</strong>te, se calzó chappals y salió a pasear por los porches de<strong>la</strong> gran mansión, todavía <strong>en</strong> p<strong>en</strong>umbra por estar echadas <strong>la</strong>s persianas, y <strong>la</strong>s mariposas hacíanrever<strong>en</strong>cias a su espalda como cortesanos. A lo lejos, sonaba una f<strong>la</strong>uta. El Mirza Saeed subió<strong>la</strong>s persianas y ató <strong>la</strong>s cuerdas. Los jardines estaban sumidos <strong>en</strong> <strong>la</strong> bruma, y <strong>en</strong> el<strong>la</strong>evolucionaban <strong>la</strong>s mariposas, nubes d<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> nube. Esta remota región siempre fue famosapor sus lepidópteros, maravillosos escuadrones que ll<strong>en</strong>aban el aire de día y de noche,mariposas con <strong>la</strong> propiedad del camaleón, cuyas a<strong>la</strong>s cambiaban de color según se posaran <strong>en</strong>una flor grana, una cortina ocre, un vasito de obsidiana o un anillo de ámbar. En <strong>la</strong> mansión delzamindar y también <strong>en</strong> <strong>la</strong> aldea cercana, el mi<strong>la</strong>gro de <strong>la</strong>s mariposas era tan frecu<strong>en</strong>te queparecía cosa corri<strong>en</strong>te, pero <strong>en</strong> realidad no hacía más que diecinueve años que habíanregresado, según recordaban <strong>la</strong>s criadas. Habían sido los espíritus familiares, o así rezaba <strong>la</strong>ley<strong>en</strong>da de una santa de <strong>la</strong> localidad, a <strong>la</strong> que se conocía por el nombre de Bibiji, que habíavivido hasta los dosci<strong>en</strong>tos cuar<strong>en</strong>ta y dos años y cuya tumba, ya olvidada y perdida, t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong>virtud de curar <strong>la</strong> impot<strong>en</strong>cia y <strong>la</strong>s verrugas. Desde <strong>la</strong> muerte de Bibiji, hacía ci<strong>en</strong>to veinteaños, <strong>la</strong>s mariposas se habían desvanecido <strong>en</strong> el mismo reino de <strong>la</strong> ley<strong>en</strong>da que <strong>la</strong> propia Bibiji,por lo que, cuando regresaron, al cabo de ci<strong>en</strong>to un años de su marcha, <strong>en</strong> un principio parecióuna señal precursora de algún prodigio inmin<strong>en</strong>te. Después de <strong>la</strong> muerte de Bibiji —reconozcámoslo sin di<strong>la</strong>ción— el pueblo siguió prosperando y <strong>la</strong>s cosechas de patatas siguieronsi<strong>en</strong>do abundantes, pero <strong>en</strong> muchos corazones había un vacío, a pesar de que los actualeshabitantes del pueblo no guardaban recuerdo de los tiempos de <strong>la</strong> vieja santa. Por lo tanto, elregreso de <strong>la</strong>s mariposas alegró muchos ánimos, pero <strong>en</strong> vista de que <strong>la</strong>s esperadas maravil<strong>la</strong>sno se producían, poco a poco, los vecinos volvieron a sumirse <strong>en</strong> <strong>la</strong> decepcionante monotoníade lo cotidiano. El nombre de <strong>la</strong> mansión del zamindar, Peristan, tal vez se derivara de <strong>la</strong>st<strong>en</strong>ues a<strong>la</strong>s de <strong>la</strong>s mágicas criaturas, como ciertam<strong>en</strong>te se deriva el del pueblo, Titlipur. Pero losnombres, una vez empiezan a usarse de forma corri<strong>en</strong>te, pronto se conviert<strong>en</strong> <strong>en</strong> meros sonidos


y su etimología, al igual que tantas maravil<strong>la</strong>s del mundo, queda sepultada bajo el polvo de <strong>la</strong>costumbre. Los habitantes humanos de Titlipur y sus hordas de mariposas se movían los unos<strong>en</strong>tre los otros con una especie de mutuo desdén. Los vecinos del pueblo y <strong>la</strong> familia delzamindar habían abandonado hacía ya mucho tiempo sus int<strong>en</strong>tos por desterrar de sus casas <strong>la</strong>smariposas, y ahora, cuando se abría un baúl, salía de él una bandada de a<strong>la</strong>s como los demoniosde Pandora, que cambiaban de color a medida que se elevaban; había mariposas debajo de <strong>la</strong>stapaderas de los retretes de Peristan, y d<strong>en</strong>tro de los armarios, y <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s páginas de los libros.Cuando despertabas <strong>en</strong>contrabas <strong>la</strong>s mariposas durmi<strong>en</strong>do <strong>en</strong> tus mejil<strong>la</strong>s.Lo habitual llega a hacerse invisible, y hacía años que Mirza Saeed no reparaba <strong>en</strong> <strong>la</strong>smariposas. Pero <strong>la</strong> mañana de su cuar<strong>en</strong>ta cumpleaños, cuando <strong>la</strong> primera luz del día dio <strong>en</strong> <strong>la</strong>casa y, al instante, <strong>la</strong>s mariposas empezaron a resp<strong>la</strong>ndecer, <strong>la</strong> belleza del mom<strong>en</strong>to le hizocont<strong>en</strong>er <strong>la</strong> respiración. Corrió al dormitorio <strong>en</strong> que dormía Mishal, su esposa, ve<strong>la</strong>da por unamosquitera. Las mariposas mágicas se habían posado <strong>en</strong> los dedos de sus pies y, al parecer,también un mosquito se había co<strong>la</strong>do porque había una hilera de picadas a lo <strong>la</strong>rgo de todo elperfil de su c<strong>la</strong>vícu<strong>la</strong>. Él deseó levantar <strong>la</strong> mosquitera, t<strong>en</strong>derse <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama y borrar aquel<strong>la</strong>spicadas con sus besos. ¡Qué inf<strong>la</strong>madas estaban! ¡Cómo le picarían cuando despertara! Pero secontuvo, recreándose <strong>en</strong> <strong>la</strong> inoc<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong> figura dormida. El<strong>la</strong> t<strong>en</strong>ía el cabello suave, sedoso yde un castaño <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dido, <strong>la</strong> piel b<strong>la</strong>nca y los ojos, ahora cubiertos por los párpados, eran de ungris de seda. Su padre era director del Banco del Estado, por lo que fue un partido irresistible,un matrimonio de conv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>cia que restauró <strong>la</strong> quebrantada fortuna de <strong>la</strong> antigua familia delMirza y que, con el tiempo y a pesar de <strong>la</strong> falta de hijos, se convirtió <strong>en</strong> una unión cim<strong>en</strong>tada <strong>en</strong>el verdadero amor. El Mirza Saeed contemp<strong>la</strong>ba con ternura el sueño de Mishal ahuy<strong>en</strong>tandode su p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to los últimos vestigios de su pesadil<strong>la</strong>. «¿Cómo va a estar cond<strong>en</strong>ado elmundo si puede ofrecer ejemplos de perfección tales como este hermoso amanecer?»,reflexionaba con beatitud.Sigui<strong>en</strong>do el hilo de sus p<strong>la</strong>c<strong>en</strong>teros p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos, el Mirza formuló un mudo discurso asu esposa que descansaba. «Mishal, t<strong>en</strong>go cuar<strong>en</strong>ta años y me si<strong>en</strong>to tan satisfecho como unniño de cuar<strong>en</strong>ta días. Ahora veo que durante los años he ido sumiéndome más y más <strong>en</strong>nuestro amor y ahora nado <strong>en</strong> ese mar cálido como un pez.» ¡Cuánto le daba el<strong>la</strong>, se admirabael Mirza, y cuánto <strong>la</strong> necesitaba él! Su matrimonio trasc<strong>en</strong>día de <strong>la</strong> mera s<strong>en</strong>sualidad, era taníntimo que <strong>la</strong> separación era inconcebible. «Envejecer a tu <strong>la</strong>do, Mishal —le dijo mi<strong>en</strong>tras el<strong>la</strong>dormía—, será un privilegio.» Se permitió el s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>talismo de <strong>la</strong>nzarle un beso con <strong>la</strong> puntade los dedos antes de salir de <strong>la</strong> habitación andando de puntil<strong>la</strong>s. Cuando regresó al porcheprincipal de sus apos<strong>en</strong>tos privados, situados <strong>en</strong> el piso alto de <strong>la</strong> mansión, miró hacia losjardines que empezaban a salir de <strong>la</strong> bruma, y vio <strong>la</strong> imag<strong>en</strong> que turbaría su paz de espíritu parasiempre, destruyéndo<strong>la</strong> irreparablem<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el mismo instante <strong>en</strong> el que él había empezado acreer<strong>la</strong> invulnerable a los estragos del destino.Vio <strong>en</strong> el césped a una muchacha que estaba <strong>en</strong> cuclil<strong>la</strong>s, con <strong>la</strong> mano izquierdaext<strong>en</strong>dida con <strong>la</strong> palma hacia arriba. En esta superficie se posaban <strong>la</strong>s mariposas y el<strong>la</strong>, con <strong>la</strong>derecha, <strong>la</strong>s cogía y se <strong>la</strong>s metía <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca. L<strong>en</strong>ta, metódicam<strong>en</strong>te, se desayunaba sus a<strong>la</strong>sinertes.T<strong>en</strong>ía los <strong>la</strong>bios, <strong>la</strong>s mejil<strong>la</strong>s y el m<strong>en</strong>tón con manchas de muchos colores que le habíandejado <strong>la</strong>s mariposas al morir.Cuando el Mirza Saeed Akhtar vio a <strong>la</strong> jov<strong>en</strong> tomar su sutil desayuno <strong>en</strong> el césped,sintió un arrebato de deseo tan viol<strong>en</strong>to que al mom<strong>en</strong>to se avergonzó. «No es posible —sereconvino—; al fin y al cabo, yo no soy un animal.» La jov<strong>en</strong> <strong>en</strong>volvía su cuerpo <strong>en</strong> un sariamarillo azafrán, al modo de <strong>la</strong>s mujeres pobres de <strong>la</strong> región y, cuando se inclinaba sobre <strong>la</strong>smariposas, <strong>la</strong> te<strong>la</strong> colgaba hacia de<strong>la</strong>nte descubri<strong>en</strong>do sus pequeños s<strong>en</strong>os ante <strong>la</strong> mirada de<strong>la</strong>tónito zamindar. El Mirza Saeed ext<strong>en</strong>dió los brazos para asir <strong>la</strong> barandil<strong>la</strong>, y el ligeromovimi<strong>en</strong>to de su kurta b<strong>la</strong>nca debió de l<strong>la</strong>mar <strong>la</strong> at<strong>en</strong>ción de <strong>la</strong> muchacha, que levantó


ápidam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> cabeza y le miró a <strong>la</strong> cara.Y no bajó <strong>la</strong> mirada inmediatam<strong>en</strong>te. Ni se levantó y echó a correr, como él casiesperaba.No; el<strong>la</strong> esperó unos segundos, como para averiguar si él p<strong>en</strong>saba decir algo. En vista deque no decía nada, el<strong>la</strong>, s<strong>en</strong>cil<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te, reanudó su extraño ágape sin dejar de mirarle a <strong>la</strong> cara.Lo más extraño de todo ello era que <strong>la</strong>s mariposas parecían converger hacia el<strong>la</strong> bajando de<strong>la</strong>ire cada vez más luminoso, iban voluntariam<strong>en</strong>te a <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano y a <strong>la</strong> muerte. El<strong>la</strong> <strong>la</strong>stomaba por <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s, echaba <strong>la</strong> cabeza hacia atrás y se <strong>la</strong>s metía <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca con <strong>la</strong> punta de suestrecha l<strong>en</strong>gua. En un mom<strong>en</strong>to dado, el<strong>la</strong> mantuvo <strong>la</strong> boca abierta, con los oscuros <strong>la</strong>biosseparados provocativam<strong>en</strong>te, y el Mirza Saeed se estremeció al ver a <strong>la</strong> mariposa aleteandod<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> oscura caverna de su muerte y, no obstante, sin int<strong>en</strong>tar escapar. Cuando el<strong>la</strong> sehubo asegurado de que él lo había visto, juntó los <strong>la</strong>bios y empezó a masticar. Asípermanecieron, <strong>la</strong> campesina abajo y el hac<strong>en</strong>dado arriba, hasta que, de pronto, el<strong>la</strong> puso losojos <strong>en</strong> b<strong>la</strong>nco y cayó pesadam<strong>en</strong>te sobre el costado izquierdo, agitándose viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te. Alcabo de unos segundos de un pánico que le paralizó, el Mirza gritó: «¡Ohé, <strong>la</strong> casa! ¡Ohé,despertad, pronto!» Al mismo tiempo, echó a correr hacia <strong>la</strong> suntuosa escalera inglesa decaoba, traída desde un inimaginable Warwickshire, fantástico lugar <strong>en</strong> el que, <strong>en</strong> un conv<strong>en</strong>tohúmedo y oscuro, el rey Carlos I pisó estos mismos peldaños antes de perder <strong>la</strong> cabeza, <strong>en</strong> elsiglo diecisiete de otro cal<strong>en</strong>dario. Mirza Saeed Akhtar, último vástago de su linaje, bajócorri<strong>en</strong>do <strong>la</strong>s escaleras, pisando <strong>la</strong>s fantasmales huel<strong>la</strong>s de unos pies decapitados, <strong>en</strong> su carrerahacia el jardín.La muchacha t<strong>en</strong>ía convulsiones y ap<strong>la</strong>staba mariposas al retorcerse y agitar <strong>la</strong>s piernas.Mirza fue el primero <strong>en</strong> llegar a su <strong>la</strong>do, aunque los criados y Mishal, despertados por susgritos, no se hicieron esperar. Él agarró a <strong>la</strong> muchacha por <strong>la</strong> mandíbu<strong>la</strong>, le obligó a abrir <strong>la</strong>boca y le introdujo una ramita que el<strong>la</strong> <strong>en</strong> seguida partió con los di<strong>en</strong>tes. Los cortes que t<strong>en</strong>ía<strong>en</strong> <strong>la</strong> boca le sangraban, y él temió por su l<strong>en</strong>gua, pero <strong>en</strong> aquel instante el mal <strong>la</strong> dejó, el<strong>la</strong> secalmó y se durmió. Mishal ord<strong>en</strong>ó que <strong>la</strong> llevaran a su propio dormitorio, y ahora Mirza Saeedtuvo que ver a otra bel<strong>la</strong> durmi<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>la</strong> misma cama, y por segunda vez se sintió invadido poralgo que parecía una s<strong>en</strong>sación muy rica y muy profunda para darle el grosero nombre delujuria. Él descubrió que se s<strong>en</strong>tía a un tiempo afligido por sus deseos impuros y eufórico por<strong>la</strong>s emociones que le recorrían, unos s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos frescos cuya novedad le excitabasobremanera. Mishal se acercó a su marido. «¿La conoces?», preguntó Saeed, y el<strong>la</strong> asintió.«Es huérfana. Hace pequeños animales de esmalte que v<strong>en</strong>de <strong>en</strong> <strong>la</strong> ciudad. Ti<strong>en</strong>e ataques deepilepsia desde que era muy pequeña.» Mirza Saeed quedó impresionado, y no por primera vez,por <strong>la</strong> sociabilidad de su mujer. Él ap<strong>en</strong>as conocía a un puñado de habitantes del pueblo, <strong>en</strong>tanto que el<strong>la</strong> sabía el diminutivo de todo el mundo, <strong>la</strong> historia de <strong>la</strong> familia y lo que ganabacada cual. Ellos hasta le contaban sus sueños, aunque muy pocos soñaban más de una vez almes, porque eran muy pobres para permitirse esos lujos. Volvió a embargarle <strong>la</strong> ternura quesintiera por el<strong>la</strong> al amanecer y <strong>la</strong> abrazó. El<strong>la</strong> apoyó <strong>la</strong> cabeza <strong>en</strong> su pecho y dijo suavem<strong>en</strong>te:«Feliz cumpleaños.» Él le besó los cabellos. Abrazados, contemp<strong>la</strong>ron a <strong>la</strong> muchacha dormida.Ayesha: su esposa le dijo el nombre.* * *Cuando Ayesha, <strong>la</strong> huérfana, llegó a <strong>la</strong> pubertad y, por su belleza alucinada y su aire demirar a otro mundo, fue pret<strong>en</strong>dida por muchos jóv<strong>en</strong>es, empezó a decirse que esperaba a unamante del cielo, porque se consideraba muy bu<strong>en</strong>a para los mortales. Los pret<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tesrechazados murmuraban, dolidos, que, <strong>en</strong> realidad, el<strong>la</strong> no t<strong>en</strong>ía por qué ser tan exig<strong>en</strong>te, <strong>en</strong>


primer lugar porque era huérfana y, <strong>en</strong> segundo, porque estaba poseída por el demonio de <strong>la</strong>epilepsia, el cual sin duda ahuy<strong>en</strong>taría a los espíritus celestes que pudieran estar interesados.Algunos jóv<strong>en</strong>es despechados llegaron, incluso, a apuntar que, ya que los defectos de Ayesha leimpedirían <strong>en</strong>contrar marido, por lo m<strong>en</strong>os podía tomar amantes, para no desperdiciar esabelleza que, <strong>en</strong> justicia, hubiera debido otorgarse a persona m<strong>en</strong>os problemática. A pesar detodos los int<strong>en</strong>tos que hacían los jóv<strong>en</strong>es de Titlipur por convertir<strong>la</strong> <strong>en</strong> su ramera, Ayeshaconservaba <strong>la</strong> castidad, y su def<strong>en</strong>sa era una mirada de feroz conc<strong>en</strong>tración <strong>en</strong> zonas de airesituadas <strong>en</strong>cima del hombro izquierdo de <strong>la</strong>s personas, que g<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te se tomaba pordesprecio. Luego, <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te oyó hab<strong>la</strong>r de su nueva costumbre de tragar mariposas y <strong>en</strong>toncesmodificaron su opinión de el<strong>la</strong>, conv<strong>en</strong>cidos de que estaba tocada de <strong>la</strong> cabeza y, porconsigui<strong>en</strong>te, era peligroso acostarse con el<strong>la</strong> ya que los demonios podían transmitirse a susamantes. Despues de esto, los <strong>la</strong>scivos varones del pueblo <strong>la</strong> dejaron so<strong>la</strong> <strong>en</strong> su choza, so<strong>la</strong> consus animales de juguete y con su peculiar y a<strong>la</strong>da dieta. Pero uno de los jóv<strong>en</strong>es tomó <strong>la</strong>costumbre de s<strong>en</strong>tarse a cierta distancia de su puerta, vuelto discretam<strong>en</strong>te hacia <strong>la</strong> direcciónopuesta, como si estuviera de guardia, a pesar de que el<strong>la</strong> ya no necesitaba protectores. Él eraun antiguo intocable del pueblo vecino de Chatnapatna que se había convertido al Is<strong>la</strong>m ytomado el nombre de Osman. Ayesha nunca se dio por <strong>en</strong>terada de <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>cia de Osman, ni élpret<strong>en</strong>día que fuera reconocida. Las frondosas ramas del pueblo se agitaban sobre sus cabezas,movidas por <strong>la</strong> brisa El pueblo de Titlipur había crecido a <strong>la</strong> sombra de un inm<strong>en</strong>so baniano,único monarca que, con sus múltiples raíces, reinaba <strong>en</strong> una ext<strong>en</strong>sión de más de mediokilómetro de diámetro. Por estas fechas, el árbol se había metido <strong>en</strong> el pueblo, y el pueblo <strong>en</strong> elárbol, de tal manera que era imposible distinguirlos. Algunas zonas del árbol eran escondite de<strong>en</strong>amorados, y otras, gallineros. Los campesinos más pobres habían construido toscos refugios<strong>en</strong> los ángulos de ramas gruesas y vivían <strong>en</strong>tre el d<strong>en</strong>so fol<strong>la</strong>je. Había ramas que hacían <strong>la</strong>sveces de viaducto para cruzar el pueblo, con <strong>la</strong>s lianas se hacían columpios para los niños, y <strong>en</strong>los sitios <strong>en</strong> los que el árbol se inclinaba hacia el suelo, sus hojas formaban el tejado de más deun albergue que parecía colgar de <strong>la</strong> espesura como el nido de un pájaro tejedor. Cuando sereunía el panchayat del pueblo, sus miembros se s<strong>en</strong>taban <strong>en</strong> <strong>la</strong> rama más gruesa. Los vecinosacostumbraban a referirse al árbol con el nombre del pueblo y a l<strong>la</strong>mar al pueblo, simplem<strong>en</strong>te,«el árbol». Los moradores no humanos del baniano —hormigas, ardil<strong>la</strong>s, búhos— eran tratadoscon el respeto debido a conciudadanos. Sólo de <strong>la</strong>s mariposas se hacía caso omiso, como sifueran ilusiones que se hubieran reve<strong>la</strong>do vanas hacía tiempo.Era un pueblo musulmán, por lo cual Osman, el converso, había v<strong>en</strong>ido a él después deabrazar <strong>la</strong> fe, con su traje de payaso y su toro «boom boom», <strong>en</strong> un acto de desesperación, paraprobar si un nombre musulmán le daba más suerte que anteriores cambios de nombre, como,por ejemplo, cuando se dio a los intocables el nuevo nombre de «hijos de Dios». Si<strong>en</strong>do hijo deDios <strong>en</strong> Chatnapatna no podía ni sacar agua del pozo de <strong>la</strong> ciudad, porque el contacto de unparia habría contaminado el agua potable... Osman, sin tierras y, al igual que Ayesha, huérfano,se ganaba <strong>la</strong> vida haci<strong>en</strong>do de payaso. Su toro llevaba cucuruchos de papel rojo <strong>en</strong> los cuernosy muchos adornos bril<strong>la</strong>ntes <strong>en</strong> el morro y el lomo. Iban de pueblo <strong>en</strong> pueblo, a <strong>la</strong>s bodas yotras fiestas, haci<strong>en</strong>do un número <strong>en</strong> el que el toro era <strong>la</strong> imprescindible pareja de Osman ymovía el testuz de arriba abajo <strong>en</strong> respuesta a sus preguntas, una vez: no; dos veces: sí. «Québonito es este pueblo, ¿verdad?» Boom, negaba el toro.«¿Que no? Sí que lo es. Mira ¿no es bu<strong>en</strong>a <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te?» Boom.«¿Cómo? ¿Es un pueblo de pecadores?» Boom, boom.«¡Baapuré! Entonces, ¿todos irán al infierno?» Boom, boom.«Pero, bhaijan. ¿Hay esperanza para ellos?» Boom, boom, el toro les ofrecía <strong>la</strong>salvación. Osman, excitado, acercaba el oído al morro del toro. «Di pronto. ¿Qué ti<strong>en</strong><strong>en</strong> quehacer para salvarse?» Entonces el toro arrancaba <strong>la</strong> gorra de <strong>la</strong> cabeza de Osman y <strong>la</strong> pasaba<strong>en</strong>tre los espectadores, y Osman as<strong>en</strong>tía alegrem<strong>en</strong>te. Boom, boom.


Osman, el converso, y su toro boom-boom t<strong>en</strong>ían muchas simpatías <strong>en</strong> Titlipur, pero elmuchacho sólo deseaba el afecto de una persona, y el<strong>la</strong> no se lo daba. Él había reconocido quesu conversión al Is<strong>la</strong>m había sido, sobre todo, táctica. «Sólo para poder beber, bibi, ¿qué va ahacer uno?» El<strong>la</strong> se escandalizó de su confesión, le participó que no t<strong>en</strong>ía nada de musulmán,que su alma estaba <strong>en</strong> peligro y que, por el<strong>la</strong>, podía volver a Chatnapatna y morirse de sed. Sepuso colorada al decírselo, con una decepción exagerada, y fue <strong>la</strong> vehem<strong>en</strong>cia de estadecepción lo que dio ánimo a Osman para quedarse <strong>en</strong> cuclil<strong>la</strong>s a una doc<strong>en</strong>a de pasos de sucasa, día tras día, pero el<strong>la</strong> seguía pasando por su <strong>la</strong>do con <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te alta, sin un triste bu<strong>en</strong>osdías o me alegraré de que estés bi<strong>en</strong>.Una vez a <strong>la</strong> semana, los carros de patatas de Titlipur, <strong>en</strong> cuatro horas de viaje, recorríanel estrecho camino surcado de roderas para ir a Chatnapatna, que se <strong>en</strong>contraba <strong>en</strong> el cruce delcamino con <strong>la</strong> gran línea del ferrocarril. En Chatnapatna se erguían los altos silos de reluci<strong>en</strong>tealuminio de los mayoristas de patatas, pero esto no t<strong>en</strong>ía nada que ver con <strong>la</strong>s visitas regu<strong>la</strong>resde Ayesha a <strong>la</strong> ciudad. El<strong>la</strong> se subía a uno de los carros de patatas, agarrando un pequeño hatode arpillera <strong>en</strong> el que llevaba sus juguetes al mercado. Chatnapatna era famosa <strong>en</strong> toda <strong>la</strong> regiónpor sus chucherías para niños, juguetes de madera y figuritas de esmalte. Osman y su torosalían al extremo del baniano a despedir<strong>la</strong> y se quedaban mirando cómo se bamboleaba <strong>en</strong>cimade los sacos de patatas hasta que no era más que un puntito lejano.En Chatnapatna, el<strong>la</strong> se dirigió a casa de Sri Srinivas, dueño de <strong>la</strong> fábrica de juguetesmás importante de <strong>la</strong> ciudad. En <strong>la</strong>s paredes se leían <strong>la</strong>s frases políticas del día: Vota a Hand.O, más cortésm<strong>en</strong>te: Sírvase votar por CP (M). Encima de estas exhortaciones campeaba elufano rótulo: Juguetes Srinivas. Nuestro lema: Sinceridad & Creatividad. D<strong>en</strong>tro estabaSrinivas: un gigantón ge<strong>la</strong>tinoso de unos cincu<strong>en</strong>ta años, con <strong>la</strong> cabeza monda como un sol, alque toda una vida dedicada a <strong>la</strong> v<strong>en</strong>ta del juguete no había agriado el carácter. Ayesha le debíael sust<strong>en</strong>to. Él había quedado tan pr<strong>en</strong>dado de su arte que se ofreció a comprar todos losmuñequitos que el<strong>la</strong> pudiera hacer. Pero aquel día, a pesar de su habitual jovialidad, Srinivasfrunció el ceño cuando Ayesha sacó del hato dos doc<strong>en</strong>as de figuras de un muchacho con gorrode payaso acompañado de un toro muy <strong>en</strong>ga<strong>la</strong>nado que movía su adornada cabeza. Alcompr<strong>en</strong>der que Ayesha había perdonado a Osman su conversión, Sri Srinivas exc<strong>la</strong>mó: «Esehombre es un traidor a su nacimi<strong>en</strong>to, como tú sabes bi<strong>en</strong>. ¿Qué c<strong>la</strong>se de persona es <strong>la</strong> quecambia de dioses con <strong>la</strong> misma facilidad que de dhotis? Sabe Dios cómo se te ha ocurrido talcosa, muchacha, pero esos muñecos no los quiero.» De <strong>la</strong> pared situada detrás del escritoriocolgaba un certificado <strong>en</strong> un marco impreso <strong>en</strong> artísticos caracteres: Por el pres<strong>en</strong>te se certificaque MR. SRI S. SRINIVAS es experto <strong>en</strong> Historia Geológica del P<strong>la</strong>neta Tierra, por habervo<strong>la</strong>do a través del Gran Cañón con SCENIC AIRLINES. Srinivas cerró los ojos y cruzó losbrazos, como un Buda taciturno, con <strong>la</strong> indiscutible autoridad del que ha vo<strong>la</strong>do. «Ese chico esun demonio», dijo categóricam<strong>en</strong>te, y Ayesha <strong>en</strong>volvió los muñecos <strong>en</strong> <strong>la</strong> arpillera y, sindiscutir, dio media vuelta para marcharse. Srinivas abrió los ojos. «¡Cond<strong>en</strong>ada muchacha! —gritó—. ¿Es que no vas a protestar? ¿Crees que no sé que necesitas el dinero? ¿Por qué hashecho esa tontería? ¿Qué vas a hacer ahora? Anda, hazme unos cuantos muñecos de PF deprisa, y te los pagaré a bu<strong>en</strong> precio, con una prima, porque soy g<strong>en</strong>eroso a más no poder.» Elmuñeco PF, de P<strong>la</strong>nificación Familiar, era inv<strong>en</strong>to personal de Mr. Srinivas, una variante de <strong>la</strong>muñeca rusa destinada a fom<strong>en</strong>tar <strong>la</strong> responsabilidad social. D<strong>en</strong>tro de un muñeco Abba contraje y zapatos había una muñeca Amma con sari, y, d<strong>en</strong>tro de el<strong>la</strong>, una hija que, a su vez,llevaba un hijo. Dos hijos y basta: éste era el m<strong>en</strong>saje de <strong>la</strong>s mujeres. «Trabaja de prisa, deprisa —gritó Srinivas al despedir a Ayesha—. Los muñecos PF se v<strong>en</strong>d<strong>en</strong> muy bi<strong>en</strong>.» Ayeshase volvió y le sonrió. «No te preocupes por mí, Srinivasji.»Ayesha, <strong>la</strong> huérfana, t<strong>en</strong>ía diecinueve años cuando empr<strong>en</strong>dió el camino de regreso aTitlipur por <strong>la</strong> ruta de <strong>la</strong>s patatas surcada de roderas, pero cuando llegó a su pueblo, unascuar<strong>en</strong>ta y ocho horas después, había alcanzado <strong>la</strong> intemporalidad, porque su cabello se había


vuelto b<strong>la</strong>nco como <strong>la</strong> nieve y su piel había recuperado <strong>la</strong> luminosa perfección de <strong>la</strong> de unrecién nacido, y aunque estaba completam<strong>en</strong>te desnuda, <strong>la</strong>s mariposas se habían posado <strong>en</strong> sucuerpo <strong>en</strong> tan grandes <strong>en</strong>jambres que parecía llevar un vestido de <strong>la</strong> te<strong>la</strong> más fina del mundo.Osman, el payaso, <strong>en</strong>sayaba con su toro cerca del camino, porque, si bi<strong>en</strong> <strong>la</strong> gran demora <strong>en</strong> elregreso de Ayesha le había producido viva angustia y pasó toda <strong>la</strong> noche buscándo<strong>la</strong>, tambiént<strong>en</strong>ía que ganarse <strong>la</strong> vida. Al ver<strong>la</strong>, aquel muchacho que nunca había respetado a Dios por habernacido intocable, se sintió ll<strong>en</strong>o de un santo temor y no se atrevió a acercarse a <strong>la</strong> muchacha de<strong>la</strong> que estaba perdidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>amorado.El<strong>la</strong> <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> su choza y durmió un día y una noche de un tirón. Luego, fue <strong>en</strong> busca deljefe del pueblo, sarpanch Muhammad Din, y le comunicó con toda naturalidad, que el arcángelGibreel se le había aparecido <strong>en</strong> una visión y se había acostado a su <strong>la</strong>do a descansar. «Lagrandeza ha desc<strong>en</strong>dido <strong>en</strong>tre nosotros —informó al a<strong>la</strong>rmado sarpanch, que hasta <strong>en</strong>tonces sehabía preocupado más de los conting<strong>en</strong>tes de patatas que de <strong>la</strong> trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia—. Se nos exigirátodo y también se nos dará todo.»En otra parte del árbol, Khadija, <strong>la</strong> esposa del sarpanch, conso<strong>la</strong>ba a un lloroso payasoque no se resignaba a que un ser superior le quitara a su amada Ayesha, porque cuando unarcángel yace con una mujer <strong>la</strong> hace inaccesible a los hombres. Khadija era vieja, distraída ytorpe cuando trataba de ser cariñosa, y dio a Osman un pobre consuelo: «El sol siempre seesconde cuando rondan los tigres», viejo adagio que significa que <strong>la</strong>s desgracias nunca vi<strong>en</strong><strong>en</strong>so<strong>la</strong>s.Poco después de que trasc<strong>en</strong>diera <strong>la</strong> noticia del mi<strong>la</strong>gro, <strong>la</strong> jov<strong>en</strong> Ayesha fue l<strong>la</strong>mada a<strong>la</strong> casa grande, y <strong>en</strong> días sucesivos pasó <strong>la</strong>rgas horas <strong>en</strong>cerrada con <strong>la</strong> esposa del zamindar, <strong>la</strong>begum Mishal Akhtar, cuya madre también había llegado de visita y se había <strong>en</strong>cariñado con <strong>la</strong>esposa de b<strong>la</strong>ncos cabellos del arcángel.* * *El que sueña, <strong>en</strong> sueños, quiere (pero no puede) protestar: Yo nunca le toqué ni un dedo.¿Qué se han creído que es esto, un sueño erótico o qué? Que me ahorqu<strong>en</strong> si sé de dóndesacaba esa chica su información/inspiración. Del que suscribe, no, desde luego.Sucedió esto: el<strong>la</strong> iba andando de regreso a su pueblo cuando, de pronto, se sintió muycansada, salió del camino y se t<strong>en</strong>dió a descansar a <strong>la</strong> sombra de un tamarindo. Nada más cerrarlos ojos, él estaba a su <strong>la</strong>do, el<strong>la</strong> soñaba a Gibreel con su gabardina y su sombrero,derritiéndose con aquel calor. El<strong>la</strong> le miraba, pero él no habría podido decir lo que veía, a<strong>la</strong>s,quizás, aureo<strong>la</strong>s, todo eso. Luego él estaba allí t<strong>en</strong>dido y no podía levantarse, los brazos y <strong>la</strong>spiernas le pesaban más que barras de hierro y le parecía que su cuerpo se incrustaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> tierrapor su propio peso. Cuando el<strong>la</strong> dejó de mirarle, asintió gravem<strong>en</strong>te, como si él le hubierahab<strong>la</strong>do, y <strong>en</strong>tonces se quitó su raquítico sari y se t<strong>en</strong>dió a su <strong>la</strong>do, desnuda. Entonces, <strong>en</strong> elsueño, él se quedó dormido, ins<strong>en</strong>sible y frío, como si algui<strong>en</strong> hubiera desconectado los hilos, ycuando volvió a soñarse despierto, el<strong>la</strong> estaba de pie de<strong>la</strong>nte de él, con todo aquel pelo b<strong>la</strong>ncosuelto y vestida de mariposas: transformada. El<strong>la</strong> seguía asinti<strong>en</strong>do, absorta, recibi<strong>en</strong>do unm<strong>en</strong>saje de algún lugar que el<strong>la</strong> l<strong>la</strong>maba Gibreel. Luego, lo dejó allí echado y volvió al puebloe hizo su <strong>en</strong>trada.O sea que ahora t<strong>en</strong>go una esposa soñada, discurre el que sueña. ¿Qué caray hago conel<strong>la</strong>? Pero no dep<strong>en</strong>de de él. Ayesha y Mishal Akhtar están juntas <strong>en</strong> <strong>la</strong> casa grande.* * *


Desde el día de su cumpleaños, Mirza Saeed estaba ll<strong>en</strong>o de apasionados deseos, «comosi realm<strong>en</strong>te <strong>la</strong> vida empezara a los cuar<strong>en</strong>ta», se admiraba su esposa. Su matrimonio se hizotan activo que <strong>la</strong>s criadas t<strong>en</strong>ían que cambiar <strong>la</strong>s sábanas tres veces al día. Mishal t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong>secreta ilusión de que este increm<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> libido de su esposo <strong>la</strong> haría concebir, porque el<strong>la</strong>estaba conv<strong>en</strong>cida de que el <strong>en</strong>tusiasmo influía, por más que dijeran los médicos, y que todosaquellos años de tomarse <strong>la</strong> temperatura por <strong>la</strong> mañana antes de levantarse y luego pasar losresultados a un gráfico, para determinar su ciclo de ovu<strong>la</strong>ción, no habían servido sino paradisuadir a los niños de nacer, <strong>en</strong> parte porque era difícil llegar al ardor necesario cuando <strong>la</strong>ci<strong>en</strong>cia se mete <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama con una, y <strong>en</strong> parte, también <strong>en</strong> su opinión, porque un feto que serespete no querrá <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> el s<strong>en</strong>o de una madre programada tan mecánicam<strong>en</strong>te. Mishal aúnrezaba para t<strong>en</strong>er un hijo, aunque ya no hab<strong>la</strong>ba de ello a Saeed para evitarle <strong>la</strong> s<strong>en</strong>sación dehaber<strong>la</strong> defraudado. Con los ojos cerrados, fingi<strong>en</strong>do dormir, el<strong>la</strong> pedía a Dios una señal, ycuando Saeed se volvió tan amoroso e insist<strong>en</strong>te, el<strong>la</strong> p<strong>en</strong>só que tal vez esto era <strong>la</strong> señal. Por lotanto, <strong>la</strong> extraña petición de su marido de que, a partir de ahora, siempre que vinieran a residir<strong>en</strong> Peristan, el<strong>la</strong> observara <strong>la</strong>s «viejas costumbres» del purdah o retiro no fue tratada por el<strong>la</strong>con todo el desprecio que merecía. En <strong>la</strong> ciudad, donde t<strong>en</strong>ían una casa grande y hospita<strong>la</strong>ria, elzamindar y su esposa estaban considerados como una de <strong>la</strong>s parejas más «modernas» y(danzadas» de <strong>la</strong> sociedad; coleccionaban arte contemporáneo y daban fiestas divertidas einvitaban a los amigos a parcheos <strong>en</strong> <strong>la</strong> oscuridad <strong>en</strong> los sofás, mi<strong>en</strong>tras veían vídeos pornoligero. Por lo tanto, cuando Mirza Saeed dijo: «¿No sería una delicia, Mishu, acomodar nuestraconducta a esta vieja casa?», el<strong>la</strong> habría t<strong>en</strong>ido que reírse <strong>en</strong> sus barbas. Pero no, el<strong>la</strong>respondió: «Lo que tú quieras, Saeed», porque él le dio a <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der que sería una especie dejuego erótico. Incluso le insinuó que su pasión por el<strong>la</strong> se había hecho tan irresistible que podíat<strong>en</strong>er que expresar<strong>la</strong> <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to m<strong>en</strong>os p<strong>en</strong>sado, y si <strong>en</strong>tonces el<strong>la</strong> estaba fuera de su retiro,podía viol<strong>en</strong>tar a <strong>la</strong> servidumbre; y, desde luego, su pres<strong>en</strong>cia le impediría conc<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong>cualquier trabajo y, además, <strong>en</strong> <strong>la</strong> ciudad «seguiremos si<strong>en</strong>do de lo más avanzado». De esto el<strong>la</strong>dedujo que <strong>la</strong> ciudad estaba ll<strong>en</strong>a de distracciones para el Mirza, por lo que donde másposibilidades t<strong>en</strong>ía de concebir era aquí, <strong>en</strong> Titlipur. El<strong>la</strong> decidió no moverse. Fue <strong>en</strong>toncescuando invitó a su madre a visitarles porque, si iba a retirarse a <strong>la</strong> z<strong>en</strong>ana, necesitaríacompañía. Mrs. Qureishi llegó. Las carnes le temb<strong>la</strong>ban de furor, v<strong>en</strong>ía decida a repr<strong>en</strong>der a suyerno hasta que desistiera de aquel<strong>la</strong> tontería del purdah, pero Mishal <strong>la</strong> dejó asombrada alpedirle: «No, por favor.» Mrs. Qureishi, <strong>la</strong> esposa del director del Banco del Estado, era <strong>en</strong> síuna mujer bastante sofisticada. «Realm<strong>en</strong>te, durante toda tu adolesc<strong>en</strong>cia, Mishu, tú fuíste <strong>la</strong>recatada y yo, <strong>la</strong> atrevida. Creí que ya habías salido de esa zanja, pero veo que ha vuelto aempujarte a el<strong>la</strong>.» La esposa del financiero siempre había opinado que, <strong>en</strong> el fondo, su yernoera un retrógrado y un roñoso, opinión que había sobrevivido intacta a pesar de que carecía detodo fundam<strong>en</strong>to. Por lo tanto, desoy<strong>en</strong>do el veto de su hija, fue <strong>en</strong> busca de Mirza Saeed aljardín de<strong>la</strong>ntero y se <strong>la</strong>nzó sobre él, agitando el cuerpo, como era su costumbre, para dar mayorénfasis a sus pa<strong>la</strong>bras. «¿Qué c<strong>la</strong>se de vida hacéis? —inquirió—. A mi hija no se <strong>la</strong> <strong>en</strong>cierra, ami hija se <strong>la</strong> saca. ¿De qué te sirve toda tu fortuna si <strong>la</strong> guardas también bajo l<strong>la</strong>ve? Hijo mío,saca <strong>la</strong> cartera y saca a tu mujer. ¡Llévate<strong>la</strong> de viaje, r<strong>en</strong>ueva tu amor, divertios!» Mirza Saeedabrió <strong>la</strong> boca, no supo qué responder y volvió a cerrar<strong>la</strong>. Deslumbrada por su propia elocu<strong>en</strong>ciaque, espontáneam<strong>en</strong>te, había sugerido <strong>la</strong> idea de unas vacaciones, Mrs. Qureishi se <strong>en</strong>tusiasmó.«¡Decidios y marchaos! —instó—. ¡Marchaos, hombre, marchaos! Vete con el<strong>la</strong>, ¿o es quequieres t<strong>en</strong>er<strong>la</strong> <strong>en</strong>cerrada hasta que el<strong>la</strong> se marche —<strong>en</strong> esto alzó al cielo un dedoam<strong>en</strong>azador— para siempre?» Mirza, contrito, prometió p<strong>en</strong>sarlo.«¿Y qué esperas? —gritó el<strong>la</strong> <strong>en</strong> tono triunfal—. Eres un pasmado. Especie de... deHamlet.»


El ataque de su suegra provocó <strong>en</strong> Mirza Saeed uno de aquellos accesos deremordimi<strong>en</strong>to que le mortificaban desde que había conv<strong>en</strong>cido a Mishal para que tomara elvelo. Para conso<strong>la</strong>rse, se puso a leer Ghare-Baire, <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> de Tagore <strong>en</strong> <strong>la</strong> que un zamindarinsta a su esposa a salir de purdah y <strong>en</strong>tonces el<strong>la</strong> <strong>en</strong>tab<strong>la</strong> re<strong>la</strong>ciones con un agitador políticoinvolucrado <strong>en</strong> <strong>la</strong> campaña «swadeshi» y el zamindar acaba muerto. La nove<strong>la</strong> le animómom<strong>en</strong>táneam<strong>en</strong>te, pero <strong>en</strong> seguida volvieron <strong>la</strong>s dudas. ¿Fue sincero al dar aquellos motivos asu esposa o pret<strong>en</strong>día, simplem<strong>en</strong>te, despejar el terr<strong>en</strong>o para perseguir a <strong>la</strong> madonna de <strong>la</strong>smariposas, <strong>la</strong> epiléptica Ayesha? «Vaya terr<strong>en</strong>o», p<strong>en</strong>só recordando a Mrs. Qureishi y sus ojosde halcón acusador, y «vaya despeje». La pres<strong>en</strong>cia de su suegra, argüía, era otra prueba de subu<strong>en</strong>a fe. ¿Acaso no animó a Mishal a l<strong>la</strong>mar<strong>la</strong>, a pesar de que le constaba que <strong>la</strong> gorda no letragaba y le atribuiría todas <strong>la</strong>s canal<strong>la</strong>das del mundo? «¿Habría yo insistido <strong>en</strong> que viniera, dehaber t<strong>en</strong>ido int<strong>en</strong>ciones non sanctas?», se preguntaba. Pero <strong>la</strong>s impertin<strong>en</strong>tes voces internasinsistían: «Toda esta sexualidad de ahora, este nuevo interés por tu señora esposa, no es másque simple transfer<strong>en</strong>cia del deseo. Lo que te gustaría es que esa <strong>la</strong>garta campesina viniera a<strong>la</strong>gartear contigo.»La s<strong>en</strong>sación de culpabilidad t<strong>en</strong>ía el efecto de hacer que el zamindar se sintieracompletam<strong>en</strong>te despreciable. En su aflicción, los insultos de su suegra se le aparecían como <strong>la</strong>pura verdad. «B<strong>la</strong>nducho», le había l<strong>la</strong>mado, y, s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> el estudio, rodeado de anaqueles <strong>en</strong>los que <strong>la</strong>s polil<strong>la</strong>s mordisqueaban felices textos sánscritos de valor incalcu<strong>la</strong>ble, textos que ni<strong>en</strong> los archivos nacionales se <strong>en</strong>contraban y, también, <strong>la</strong>s m<strong>en</strong>os edificantes obras completas dePercy Westerman, G. A. H<strong>en</strong>ty y Dornford Yates, Mirza Saeed reconoció, sí, desde luego,b<strong>la</strong>ndo lo soy. La casa t<strong>en</strong>ía siete g<strong>en</strong>eraciones, y durante siete g<strong>en</strong>eraciones se habíadesarrol<strong>la</strong>do el proceso de ab<strong>la</strong>ndami<strong>en</strong>to. Paseaba por el corredor <strong>en</strong> el que sus antepasadosestaban colgados <strong>en</strong> deslucidos marcos dorados y se miraba al espejo colocado <strong>en</strong> el últimoespacio, como recordatorio de que un día también él t<strong>en</strong>dría que subir a aquel<strong>la</strong> pared. Era unhombre sin ángulos ni cantos vivos; hasta <strong>en</strong> los codos t<strong>en</strong>ía almohadil<strong>la</strong>s de carne. En elespejo veía el fino bigote, <strong>la</strong> mandíbu<strong>la</strong> débil, los <strong>la</strong>bios manchados de paan. Las mejil<strong>la</strong>s, <strong>la</strong>nariz, <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te: todo b<strong>la</strong>ndo, b<strong>la</strong>ndo, b<strong>la</strong>ndo. «¿Quién iba a ver algo <strong>en</strong> un tipo como yo?», gritóal fin, y cuando advirtió que, <strong>en</strong> su agitación, había hab<strong>la</strong>do <strong>en</strong> voz alta, compr<strong>en</strong>dió que debíade estar <strong>en</strong>amorado, que estaba completam<strong>en</strong>te trastornado de amor y que el objeto de su afectoya no era su amante esposa.«Soy un canal<strong>la</strong>, un farsante, un hipócrita —suspiró—. ¡Cómo he cambiado y <strong>en</strong> cuánpoco tiempo! Merezco ser suprimido sin contemp<strong>la</strong>ciones.» Pero él no era de los que se<strong>en</strong>sartan <strong>en</strong> su propia espada. No; él siguió paseando por los corredores de Peristan, y muypronto <strong>la</strong> casa ejerció su <strong>en</strong>canto mágico y le devolvió una re<strong>la</strong>tiva calma.La casa: a pesar de su poético nombre, era un edificio sólido y prosaico al que sólohacía exótico <strong>la</strong> circunstancia de estar fuera de lugar. Fue construida hacía siete g<strong>en</strong>eracionespor un cierto Perowne, un arquitecto inglés que gozaba de gran predicam<strong>en</strong>to <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>sautoridades coloniales y que únicam<strong>en</strong>te cultivaba el estilo de <strong>la</strong> casa de campo inglesaneoclásica. En aquellos tiempos, los grandes zamindars se volvían locos por <strong>la</strong> arquitecturaeuropea. El antepasado de Saeed contrató al individuo a los cinco minutos de haberle sidopres<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> <strong>la</strong> recepción del virrey, para demostrar públicam<strong>en</strong>te que no todos losmusulmanes de <strong>la</strong> India habían apoyado <strong>la</strong> acción de los soldados de Meerut ni simpatizabancon los posteriores levantami<strong>en</strong>tos, ni mucho m<strong>en</strong>os; y luego le dio carta b<strong>la</strong>nca; y aquí estabaPeristan ahora, rodeada de unos campos de patatas casi tropicales, al <strong>la</strong>do del gran baniano,cubierta de buganvil<strong>la</strong>s, con serpi<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> <strong>la</strong>s cocinas y esqueletos de mariposa <strong>en</strong> los armarios.Había qui<strong>en</strong> decía que el nombre de <strong>la</strong> casa no aludía a lugares fantásticos, sino que,s<strong>en</strong>cil<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te se derivaba del apellido del inglés: que era una simple contracción dePerownistan.Al cabo de siete g<strong>en</strong>eraciones, por fin, <strong>la</strong> casa empezaba a <strong>en</strong>cajar <strong>en</strong> aquel paisaje de


carretas de bueyes, palmeras y cielos nítidos, altos y estrel<strong>la</strong>dos. Incluso <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana de vidriosde colores que daba luz a <strong>la</strong> escalera del rey Carlos Sin Cabeza de un modo indefinible, sehabía naturalizado. Eran muy pocas <strong>la</strong>s casas de los viejos zamindars que habían sobrevivido a<strong>la</strong>s depredaciones igualitarias del pres<strong>en</strong>te, por lo que Peristan estaba impregnada de un airerancio de museo, a pesar de que —o quizá precisam<strong>en</strong>te porque— Mirza Saeed se <strong>en</strong>orgullecíade <strong>la</strong> vieja mansión y gastaba g<strong>en</strong>erosam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> su conservación. Él dormía, bajo un alto doselde cobre <strong>la</strong>brado, <strong>en</strong> una cama <strong>en</strong> forma de barco que había sido ocupada por tres virreyes. Enel gran salón gustaba de s<strong>en</strong>tarse, con Mishal y Mrs. Qureishi, <strong>en</strong> el original asi<strong>en</strong>to de tresp<strong>la</strong>zas para <strong>en</strong>amorados. A un extremo de esta habitación estaba <strong>en</strong>rol<strong>la</strong>da, descansando sobreunos tacos de madera, una colosal alfombra de Shiraz, esperando <strong>la</strong> espl<strong>en</strong>dorosa recepción quemereciera su colocación, y que nunca llegaba. En el comedor había robustas columnas clásicascon artísticos capiteles corintios, <strong>en</strong> <strong>la</strong> gran escalinata lucían su plumaje los pavos reales, deverdad y de piedra, y <strong>en</strong> el vestíbulo tintineaban los cande<strong>la</strong>bros v<strong>en</strong>ecianos. Todos los punkahsoriginales funcionaban, y sus cuerdas, conducidas por poleas a través de orificios hechos <strong>en</strong> <strong>la</strong>sparedes y <strong>en</strong> los suelos, recorrían toda <strong>la</strong> casa hasta un cuartito sin v<strong>en</strong>ti<strong>la</strong>ción <strong>en</strong> el que elpunkahwal<strong>la</strong>h tiraba de todas a <strong>la</strong> vez, atrapado <strong>en</strong> <strong>la</strong> paradoja de t<strong>en</strong>er que respirar un airefétido <strong>en</strong> un cuartito sin v<strong>en</strong>tanas mi<strong>en</strong>tras se dedicaba a <strong>en</strong>viar brisas refrescantes a todas <strong>la</strong>spartes de <strong>la</strong> casa. También los criados se remontaban siete g<strong>en</strong>eraciones, por lo que habíanperdido el arte de quejarse. Regían <strong>la</strong>s viejas costumbres: hasta el pastelero de Titlipur t<strong>en</strong>íaque pedir permiso al zamindar antes de poner a <strong>la</strong> v<strong>en</strong>ta cada dulce que inv<strong>en</strong>taba. La vida eratan p<strong>la</strong>c<strong>en</strong>tera <strong>en</strong> Peristan como dura bajo el árbol; pero, incluso <strong>en</strong> vidas tan rega<strong>la</strong>das, pued<strong>en</strong>caer duros golpes.* * *El descubrimi<strong>en</strong>to de que su esposa pasaba <strong>la</strong> mayor parte del tiempo <strong>en</strong>cerrada conAyesha ll<strong>en</strong>ó al Mirza de una irritación insoportable, un eccema del espíritu que le poníafr<strong>en</strong>ético porque no podía rascarlo. Mishal esperaba que el arcángel, el esposo de Ayesha, leconcediera un hijo, pero, puesto que a su marido no podía decirle esto, frunció el ceño y se<strong>en</strong>cogió de hombros con irritación cuando él le preguntó por qué perdía tanto tiempo con <strong>la</strong>muchacha más loca del pueblo. La retic<strong>en</strong>cia de Mishal acrec<strong>en</strong>tó <strong>la</strong> comezón de Mirza Saeed yle puso celoso también, aunque no sabía si estaba celoso de Ayesha o de Mishal. Reparó <strong>en</strong> que<strong>la</strong> dueña de <strong>la</strong>s mariposas t<strong>en</strong>ía unos ojos del mismo gris lustroso que su esposa, y, sin saberpor qué, esto le <strong>en</strong>fureció también, como si fuera <strong>la</strong> prueba de que <strong>la</strong>s mujeres se habíanconfabu<strong>la</strong>do contra él contando sabe Dios qué secretos; ¡quizá cuchicheaban y chismorreabande él! Al parecer, <strong>en</strong> el asunto del retiro <strong>en</strong> <strong>la</strong> z<strong>en</strong>ana le había salido el tiro por <strong>la</strong> cu<strong>la</strong>ta; hasta<strong>la</strong> mantecosa Mrs. Qureishi parecía cautivada por Ayesha. Vaya un trío, p<strong>en</strong>só Mirza Saeed;cuando el hechizo <strong>en</strong>tra por <strong>la</strong> puerta, el s<strong>en</strong>tido común sale por <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana.Y, <strong>en</strong> cuanto a <strong>la</strong> propia Ayesha, cuando <strong>en</strong>contraba al Mirza <strong>en</strong> el balcón, o <strong>en</strong> eljardín, mi<strong>en</strong>tras él paseaba ley<strong>en</strong>do poesía urdu, se mostraba invariablem<strong>en</strong>te defer<strong>en</strong>te ytímida; pero su respeto, unido a una total aus<strong>en</strong>cia de interés erótico, arrastraba a Saeed más ymás hacia <strong>la</strong> impot<strong>en</strong>cia y <strong>la</strong> desesperación. Por lo tanto, el día <strong>en</strong> que, espiando a Ayesha, <strong>la</strong>vio <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> los apos<strong>en</strong>tos de su esposa y, minutos después, oyó <strong>la</strong> voz de su suegra alzarse <strong>en</strong>melodramático grito, se sintió invadido por un acceso de cerril res<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to y,deliberadam<strong>en</strong>te, esperó tres minutos antes de <strong>en</strong>trar a investigar. Encontró a Mrs. Qureishimesándose el cabello y sollozando como una reina del cine, mi<strong>en</strong>tras Mishal y Ayesha estabans<strong>en</strong>tadas <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama con <strong>la</strong>s piernas cruzadas, una fr<strong>en</strong>te a otra, ojos grises mirando a ojosgrises, y Ayesha, con los brazos ext<strong>en</strong>didos, sost<strong>en</strong>ía <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s manos <strong>la</strong> cara de Mishal.


Resultó que el arcángel había informado a Ayesha de que <strong>la</strong> esposa del zamindar estabamuñéndose de cáncer, que sus pechos estaban ll<strong>en</strong>os de los malignos nódulos y que no lequedaban sino unos meses de vida. La localización del cáncer había demostrado a Mishal <strong>la</strong>crueldad de Dios, porque sólo una deidad malévo<strong>la</strong> pondría <strong>la</strong> muerte <strong>en</strong> el pecho de una mujercuya única ilusión era <strong>la</strong> de amamantar vida nueva. Cuando Saeed <strong>en</strong>tró, Ayesha susurraba aMishal con vehem<strong>en</strong>cia: «No pi<strong>en</strong>ses eso. Dios te salvará. Es para poner a prueba tu fe.»Mrs. Qureishi dio <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> noticia a Mirza Saeed <strong>en</strong>tre gritos y sollozos, y aquello, parael perplejo zamindar, fue ya el colmo. Se puso furioso y empezó a gritar y a temb<strong>la</strong>r, como side un mom<strong>en</strong>to a otro fuera a destrozar el mobiliario de <strong>la</strong> habitación y, con él, a sus ocupantes.«¡Al infierno tú y tu cáncer fantasma! —gritó a Ayesha <strong>en</strong> su cólera—. Has traído a estacasa <strong>la</strong> locura y los ángeles, y has desti<strong>la</strong>do v<strong>en</strong><strong>en</strong>o <strong>en</strong> los oídos de mi familia. Fuera de aquícon tus visiones y tu esposo invisible. Éste es el mundo moderno, y son los médicos y no losespíritus que rondan por los campos de patatas los que nos dic<strong>en</strong> si estamos <strong>en</strong>fermos. Hasarmado toda esta conmoción de <strong>la</strong> puñeta por nada. Márchate de aquí y no vuelvas a mis tierrasnunca más.»Ayesha le escuchó sin apartar los ojos ni <strong>la</strong>s manos de Mishal. Cuando Saeed se paró arespirar, abri<strong>en</strong>do y cerrando <strong>la</strong>s manos, el<strong>la</strong> dijo <strong>en</strong> voz baja a <strong>la</strong> esposa: «Se nos exigirá todo ytodo se nos concederá.» Cuando él oyó <strong>la</strong> fórmu<strong>la</strong> que <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te del pueblo ya repetían comoloros, como si supieran lo que significaba, Mirza Saeed Akhtar perdió el juiciomom<strong>en</strong>táneam<strong>en</strong>te, alzó <strong>la</strong> mano y golpeó a Ayesha dejándo<strong>la</strong> sin s<strong>en</strong>tido. El<strong>la</strong> cayó al suelo,con <strong>la</strong> boca <strong>en</strong>sangr<strong>en</strong>tada por una mue<strong>la</strong> que el puñetazo le había saltado, Mrs. Qureishiempezó a <strong>la</strong>nzar invectivas contra su yerno. «¡Ay, Dios mío, he puesto a mi hija <strong>en</strong> manos deun asesino! ¡Ay, Dios, uno que pega a <strong>la</strong>s mujeres! Vamos, pégame a mí también, practica.Sacrilego, b<strong>la</strong>sfemo, demonio, ser inmundo.» Saeed salió de <strong>la</strong> habitación sin proferir pa<strong>la</strong>bra.Al día sigui<strong>en</strong>te, Mishal Akhtar se empeñó <strong>en</strong> regresar a <strong>la</strong> ciudad para hacerse unchequeo. Saeed se puso firme. «Si tú quieres caer <strong>en</strong> <strong>la</strong> superstición, ade<strong>la</strong>nte, pero no esperesque yo vaya contigo. Son ocho horas de viaje; conque a paseo.» Mishal salió aquel<strong>la</strong> mismatarde, con su madre y el chófer, por lo que Mirza Saeed no estaba donde era su obligación estar,o sea, al <strong>la</strong>do de su esposa, cuando le fueron comunicados los resultados de <strong>la</strong>s pruebas:positivo, inoperable, demasiado avanzado, <strong>la</strong>s garras del cáncer profundam<strong>en</strong>te c<strong>la</strong>vadas <strong>en</strong> supecho. Unos meses, seis con suerte y, antes, muy pronto ya, el dolor. Mishal regresó a Peristany fue directam<strong>en</strong>te a sus habitaciones de <strong>la</strong> z<strong>en</strong>ana, donde escribió a su marido una carta <strong>en</strong>papel <strong>la</strong>vanda comunicándole el dictam<strong>en</strong> del médico. Cuando él leyó <strong>la</strong> s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia de muerte,escrita de puño y letra de su mujer, quiso llorar, pero sus ojos permanecían obstinadam<strong>en</strong>tesecos. Hacía muchos años que él no t<strong>en</strong>ía tiempo para el Ser Supremo, pero ahora le vinieron a<strong>la</strong> m<strong>en</strong>te un par de frases de Ayesha. Dios te salvará. Todo será dado. Se le ocurrió una ideadictada por el res<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to y <strong>la</strong> superstición: «Es una maldición —p<strong>en</strong>só—. Yo deseaba aAyesha y por eso el<strong>la</strong> mata a mi esposa.»Cuando él fue a <strong>la</strong> z<strong>en</strong>ana, Mishal se negó a recibirle, y <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta, obstruy<strong>en</strong>do elpaso, estaba <strong>la</strong> madre, que <strong>en</strong>tregó a Saeed otra hoja de papel azul perfumado. «Quiero ver aAyesha —decía—. Te ruego que lo permitas.» Mirza Saeed, cabizbajo, dio su cons<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to yse alejó avergonzado.* * *Con Mahound siempre hay lucha; con el Imán, esc<strong>la</strong>vitud; pero con esta muchacha nohay nada. Gibreel está inerte, dormido <strong>en</strong> el sueño como <strong>en</strong> <strong>la</strong> vida real. El<strong>la</strong> se le acerca debajode un árbol, o <strong>en</strong> una zanja, escucha lo que él no dice, toma lo que quiere y se va. ¿Qué sabe él


de cáncer, por ejemplo? Ni una so<strong>la</strong> cosa.Alrededor de él, pi<strong>en</strong>sa mi<strong>en</strong>tras sueña a medias o ve<strong>la</strong> a medias, hay personas que oy<strong>en</strong>voces, que son seducidas por unas pa<strong>la</strong>bras. Pero no sus pa<strong>la</strong>bras; nunca, sus propias ideasoriginales. Entonces, ¿de quién? ¿Quién les susurra al oído, haciéndoles mover montañas, pararrelojes y diagnosticar <strong>en</strong>fermedades?Él no consigue averiguarlo.* * *Al día sigui<strong>en</strong>te del regreso de Mishal Akhtar a Titlipur, <strong>la</strong> jov<strong>en</strong> Ayesha, a <strong>la</strong> que <strong>la</strong>g<strong>en</strong>te empezaba a l<strong>la</strong>mar kahin y pir, desapareció durante una semana. Su desv<strong>en</strong>turadoadmirador, el payaso Osman, que <strong>la</strong> siguió por el polvori<strong>en</strong>to camino de <strong>la</strong>s patatas hastaChatnapatna, dijo a los vecinos del pueblo que se levantó vi<strong>en</strong>to y le sopló polvo a los ojos;cuando él se lo sacó, el<strong>la</strong> «ya no estaba». G<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te, cuando Osman y su toro empezaban acontar sus historias de djinnis, lámparas mágicas y abretesésamos, <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te le miraba con airetolerante y zumbón; está bi<strong>en</strong>, Osman, guarda esas historias para los idiotas de Chatnapatna;ellos tal vez se <strong>la</strong>s tragu<strong>en</strong>, pero aquí, <strong>en</strong> Titlipur, sabemos lo que es <strong>la</strong> vida y que los pa<strong>la</strong>ciosno aparec<strong>en</strong> a no ser que mil y un obreros los construyan, ni desaparec<strong>en</strong> como no los derrib<strong>en</strong>los mismos obreros. Pero aquel día nadie se rió del payaso, porque, <strong>en</strong> lo tocante a Ayesha, <strong>la</strong>g<strong>en</strong>te del pueblo estaba dispuesta a creer cualquier cosa. Estaban conv<strong>en</strong>cidos de que <strong>la</strong>muchacha del pelo de nieve era <strong>la</strong> auténtica sucesora de <strong>la</strong> vieja Bibiji, porque ¿no habíanreaparecido <strong>la</strong>s mariposas el mismo año de su nacimi<strong>en</strong>to y no <strong>la</strong> seguían a todas partes comoun manto? Ayesha era <strong>la</strong> justificación de <strong>la</strong> marchita esperanza <strong>en</strong>g<strong>en</strong>drada por el regreso de <strong>la</strong>smariposas, y <strong>la</strong> prueba de que <strong>en</strong> esta vida aún eran posibles cosas grandes, incluso para losmás débiles y más pobres del país.«Se <strong>la</strong> llevó el ángel —se admiró Khadija, <strong>la</strong> esposa del sarpanch, y Osman prorrumpió<strong>en</strong> l<strong>la</strong>nto—. Oh, no, si eso es maravilloso», explicó <strong>la</strong> vieja Khadija, desconcertada. Losvecinos se bur<strong>la</strong>ban del sarpanch. «Cómo llegaste a jefe del pueblo con una esposa tan bruta,no se compr<strong>en</strong>de.»«Vosotros me elegisteis», respondió él hoscam<strong>en</strong>te.Al séptimo día de su desaparición, Ayesha fue vista caminando hacia el pueblo,nuevam<strong>en</strong>te desnuda y vestida de mariposas de oro, con su pelo p<strong>la</strong>teado flotando al vi<strong>en</strong>to.Fue directam<strong>en</strong>te a casa de sarpanch Muhammad Din y pidió que se convocara al panchayatpara una sesión de emerg<strong>en</strong>cia inmediata. «Ha llegado el mayor acontecimi<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> historiadel árbol», reveló. Muhammad Din, incapaz de negarse, fijó <strong>la</strong> reunión para aquel mismo día, a<strong>la</strong>nochecer.Aquel<strong>la</strong> noche, los miembros del panchayat tomaron asi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> <strong>la</strong> rama del árbol yAyesha, <strong>la</strong> kahin se quedó de<strong>la</strong>nte de ellos, <strong>en</strong> el suelo. «Yo he vo<strong>la</strong>do con el ángel hasta <strong>la</strong>scumbres más altas —dijo—. Sí, he ido incluso al loto del último confín. El arcángel Gibreelnos ha traído un m<strong>en</strong>saje que es también una ord<strong>en</strong>. Todo se nos pide y todo nos será dado.»Nada <strong>en</strong> <strong>la</strong> vida del sarpanch Muhammad Din le había preparado para <strong>la</strong> elección quet<strong>en</strong>ía que hacer. «¿Qué pide el ángel, Ayesha, hija?», preguntó, esforzándose por dar firmeza asu voz.«Es deseo del ángel que todos nosotros, todos los hombres, <strong>la</strong>s mujeres y los niños delpueblo, empecemos a prepararnos inmediatam<strong>en</strong>te para una peregrinación. Se nos ord<strong>en</strong>a quecaminemos desde este lugar hasta Mecca Sharif, a besar <strong>la</strong> Piedra Negra de <strong>la</strong> Ka'aba, <strong>en</strong> elc<strong>en</strong>tro de Haram Sharif, <strong>la</strong> sagrada mezquita. Y allí debemos ir.El quinteto que componía el panchayat empezó a discutir acaloradam<strong>en</strong>te. Había que


p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> <strong>la</strong>s cosechas, y era imposible que abandonaran sus hogares <strong>en</strong> masa. «Esinconcebible, niña —dijo el sarpanch—. Es bi<strong>en</strong> sabido que Alá disp<strong>en</strong>sa de haj y umra aqui<strong>en</strong>es están impedidos por razones de pobreza o <strong>en</strong>fermedad.» Pero Ayesha cal<strong>la</strong>ba y losancianos seguían discuti<strong>en</strong>do. Luego fue como si su sil<strong>en</strong>cio se contagiara a todos, y durante unrato, mi<strong>en</strong>tras se decidió <strong>la</strong> cuestión —aunque nadie llegó a compr<strong>en</strong>der por qué medio— no sepronunciaron pa<strong>la</strong>bras.Fue Osman, el payaso, qui<strong>en</strong> por fin habló, Osman, el converso, para el que su nueva f<strong>en</strong>o había sido más que un trago de agua. «Hay casi dosci<strong>en</strong>tas mil<strong>la</strong>s hasta el mar —exc<strong>la</strong>mó—.Y <strong>en</strong> el pueblo hay ancianos y niños. ¿Cómo vamos a ir?»«Dios nos dará fuerza», repuso Ayesha ser<strong>en</strong>am<strong>en</strong>te.«¿No se te ha ocurrido que hay un gran océano <strong>en</strong>tre nosotros y Mecca Sharif? —gritóOsman sin dar su brazo a torcer—. ¿Cómo lo cruzaremos? No t<strong>en</strong>emos dinero para pagar elpasaje <strong>en</strong> los barcos de los peregrinos. ¿Nos dará el ángel a<strong>la</strong>s para vo<strong>la</strong>r?»Muchos vecinos rodearon al b<strong>la</strong>sfemo Osman, furiosos. «Cál<strong>la</strong>te —le repr<strong>en</strong>dió elsarpanch Muhammad Din—. Eres un recién llegado a nuestra fe y a nuestro pueblo. Mantén <strong>la</strong>boca cerrada y apr<strong>en</strong>de nuestras costumbres.»Pero Osman replicó con descaro: «¿Es así cómo recibís a los nuevos convecinos? Nocomo iguales, sino como g<strong>en</strong>te que ti<strong>en</strong>e que hacer lo que le mandan.» Un grupo de hombres decara roja empezó a cerrarse alrededor de Osman, pero antes de que pudiera ocurrir algo, <strong>la</strong>kahin Ayesha cambió el tono por completo respondi<strong>en</strong>do <strong>la</strong>s preguntas del payaso.«Esto también lo ha explicado el ángel —dijo con suavidad—. Caminaremos dosci<strong>en</strong>tasmil<strong>la</strong>s, y cuando lleguemos a <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> del mar, pondremos los pies <strong>en</strong> <strong>la</strong> espuma y <strong>la</strong>s aguas seabrirán ante nosotros. Las o<strong>la</strong>s se dividirán y cruzaremos hacia La Meca andando por el fondodel mar.»* * *A <strong>la</strong> mañana sigui<strong>en</strong>te, Mirza Saeed Akhtar despertó <strong>en</strong> una casa que se había quedadoextrañam<strong>en</strong>te sil<strong>en</strong>ciosa, y cuando l<strong>la</strong>mó a los criados nadie contestó. El sil<strong>en</strong>cio se habíaext<strong>en</strong>dido a los campos de patatas; pero, bajo el gran techo del árbol de Titlipur, todo eraactividad y movimi<strong>en</strong>to. El panchayat había votado unánimem<strong>en</strong>te obedecer <strong>la</strong> ord<strong>en</strong> de<strong>la</strong>rcángel Gibreel, y los habitantes del pueblo habían empezado a preparar <strong>la</strong> partida. En unprincipio, el sarpanch quería que Isa, el carpintero, construyera literas que pudieran serarrastradas por bueyes, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que viajaran los viejos y <strong>en</strong>fermos, pero su propia esposatorpedeó <strong>la</strong> idea dici<strong>en</strong>do: «Sarpanch sahibji, ¡tú no escuchas! ¿No dijo el ángel que debemos irandando? Pues andaremos.» Únicam<strong>en</strong>te los niños más pequeños serían disp<strong>en</strong>sados de hacer<strong>la</strong> peregrinación a pie, y viajarían a hombros de los adultos (así se decidió), que se turnarían <strong>en</strong>portarlos. Los vecinos del pueblo reunieron todas sus exist<strong>en</strong>cias, y al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> rama delpanchayat se amontonaban patatas, l<strong>en</strong>tejas, aceite, ca<strong>la</strong>bazas de bebidas, chiles, ber<strong>en</strong>j<strong>en</strong>as yotros vegetales. El peso de <strong>la</strong>s provisiones se repartiría equitativam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre los caminantes.También se recogían ut<strong>en</strong>silios de cocina y ropas de cama. Se llevarían bestias de carga, y unpar de carretas que transportarían pollos vivos y simi<strong>la</strong>res, pero <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral los peregrinos seat<strong>en</strong>ían a <strong>la</strong>s instrucciones del sarpanch, de llevar el mínimo de impedim<strong>en</strong>ta. Los preparativoshabían empezado antes del amanecer, por lo que cuando el colérico Mirza Saeed <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> elpueblo, ya estaban muy avanzados. Durante cuar<strong>en</strong>ta y cinco minutos, el zamindar <strong>en</strong>torpeció<strong>la</strong>s cosas <strong>la</strong>nzando furiosos discursos y sacudi<strong>en</strong>do a unos y otros por los hombros, pero al fin,afortunadam<strong>en</strong>te, desistió y se marchó, por lo que el trabajo pudo proseguir al ritmo rápido delprincipio. Mi<strong>en</strong>tras se alejaba, el Mirza se golpeaba repetidam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> cabeza con <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong>


mano e insultaba a <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te, l<strong>la</strong>mándoles idiotas y estúpidos, que son pa<strong>la</strong>bras muy feas, pero élsiempre fue hombre sin fe, el último vástago débil de un linaje fuerte, y había que abandonarloa su suerte; con hombres como él no se podía discutir.A <strong>la</strong> puesta del sol, el pueblo estaba preparado para <strong>la</strong> marcha, y el sarpanch les dijoque se levantaran para el rezo a primera hora de <strong>la</strong> madrugada, para poder marcharinmediatam<strong>en</strong>te después y evitar el mayor calor del día. Aquel<strong>la</strong> noche, t<strong>en</strong>dido <strong>en</strong> su esteril<strong>la</strong>al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> vieja Khadija, murmuró: «Por fin. Siempre quise ver <strong>la</strong> Ka'aba, caminar alrededorde el<strong>la</strong> antes de morir.» El<strong>la</strong> a<strong>la</strong>rgó el brazo desde su esteril<strong>la</strong> para tomarle <strong>la</strong> mano. «Yotambién he suspirado por ello, aunque sin gran esperanza —dijo—. Caminaremos juntos através de <strong>la</strong>s aguas.»Mirza Saeed, empujado a un furor impot<strong>en</strong>te por el espectáculo de todo un pueblodisponiéndose a partir, irrumpió <strong>en</strong> <strong>la</strong>s habitaciones de su esposa sin ceremonia. «T<strong>en</strong>drías quever lo que ocurre, Mishu —exc<strong>la</strong>mó, gesticu<strong>la</strong>ndo ridícu<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te—. Todo Titlipur se ha vueltoloco, se va al mar. ¿Qué será de sus casas, de sus campos? Esto es <strong>la</strong> ruina. Debe de ser cosa deagitadores políticos. Algui<strong>en</strong> habrá repartido sobornos. ¿Crees que si les ofrezco dinero sequedarán, como personas s<strong>en</strong>satas?» Se le quebró <strong>la</strong> voz. En <strong>la</strong> habitación estaba Ayesha.«¡Ah, perra!» Estaba s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, con <strong>la</strong>s piernas cruzadas, mi<strong>en</strong>tras Mishal y sumadre, <strong>en</strong> cuclil<strong>la</strong>s, repasaban sus pert<strong>en</strong><strong>en</strong>cias, tratando de decidir lo mínimo que necesitaríanpara ir <strong>en</strong> <strong>la</strong> peregrinación.«Tú no vas —se rebeló Mirza Saeed—, yo te lo prohibo.Sólo el diablo sabe el germ<strong>en</strong> con el que esta ma<strong>la</strong> pécora ha infectado al pueblo, perotú eres mi esposa y yo no te consi<strong>en</strong>to que te <strong>la</strong>nces a esta antura suicida.»«Bonitas pa<strong>la</strong>bras —rió Mishal amargam<strong>en</strong>te—. Saeed, <strong>la</strong>s has elegido bi<strong>en</strong>. Sabes qu<strong>en</strong>o voy a vivir y hab<strong>la</strong>s de suicidio. Saeed, aquí está ocurri<strong>en</strong>do algo y tú, con tu ateísmoeuropeo importado, no sabes lo que es. O quizá lo sabrías si miraras debajo de tus trajesingleses y trataras de hal<strong>la</strong>r tu corazón.»«Es increíble —exc<strong>la</strong>mó Saeed—. Mishal, Mishu, ¿eres tú qui<strong>en</strong> hab<strong>la</strong>? ¿Te hasconvertido de rep<strong>en</strong>te <strong>en</strong> este tipo de devota a <strong>la</strong> antigua?»Mrs. Qureishi dijo: «Vete, hijo. Aquí no hay sitio para los descreídos. El ángel ha dichoa Ayesha que cuando Mishal haya hecho su peregrinación a La Meca, el cáncer desaparecerá.Todo se pide y todo será dado.»Mirza Saeed Akhtar apoyó <strong>la</strong>s palmas de <strong>la</strong>s manos <strong>en</strong> una de <strong>la</strong>s paredes del dormitoriode su esposa y oprimió <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te contra el yeso. Después de una <strong>la</strong>rga pausa, dijo: «Si de lo quese trata es de hacer umra, vayamos a <strong>la</strong> ciudad y subamos a un avión, por Dios. Podemos estar<strong>en</strong> La Meca d<strong>en</strong>tro de un par de días.»Mishal respondió: «Se nos ha ord<strong>en</strong>ado caminar.» Saeed perdió los estribos. «¡Mishal!¡Mishal! —gritó—. ¿Ord<strong>en</strong>ado? ¿Arcángeles, Mishu? ¿Gibreel? ¿Dios con barba <strong>la</strong>rga yángeles con a<strong>la</strong>s? ¿Cielo e infierno, Mishal? ¿El diablo con una co<strong>la</strong> <strong>en</strong> punta y pezuñah<strong>en</strong>dida? ¿Hasta dónde pi<strong>en</strong>sas llegar con esto? ¿Ti<strong>en</strong><strong>en</strong> alma <strong>la</strong>s mujeres, qué me dices? O alcontrario: ¿ti<strong>en</strong><strong>en</strong> sexo <strong>la</strong>s almas? ¿Dios es negro o es b<strong>la</strong>nco? Cuando se retir<strong>en</strong> <strong>la</strong>s aguas delocéano, ¿adónde irán? ¿Se levantarán a cada <strong>la</strong>do formando una pared? ¿Mishal? Contesta.¿Hay mi<strong>la</strong>gros? ¿Crees <strong>en</strong> el Paraíso? ¿Se me perdonarán mis pecados? —Empezó a llorar ycayó de rodil<strong>la</strong>s, con <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te apoyada todavía <strong>en</strong> <strong>la</strong> pared. Su esposa moribunda se acercó y loabrazó por <strong>la</strong> espalda—. Vete <strong>en</strong>tonces de peregrinación —dijo él con voz átona—. Pero, por lom<strong>en</strong>os, llévate el Mercedes furgoneta. Ti<strong>en</strong>e aire acondicionado y puedes ll<strong>en</strong>ar <strong>la</strong> nevera deCoca-Co<strong>la</strong>.»«No —dijo el<strong>la</strong> dulcem<strong>en</strong>te—. Iremos como todos. Somos peregrinas, Saeed. Esto no esuna meri<strong>en</strong>da p<strong>la</strong>yera.»«Yo no sé qué hacer —sollozó Mirza Saeed Akhtar—. Mishu, yo solo no puedo<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarme a esta situación.»


Ayesha habló desde <strong>la</strong> cama. «Mirza sahib, v<strong>en</strong> con nosotros —dijo—. Tus ideas estánmuertas. V<strong>en</strong> y salva tu alma.»Saeed se levantó, con los ojos <strong>en</strong>rojecidos. «¡Tú y tu manía de los viajes! —dijo a Mrs.Qureishi con rabia—. ¡La que has organizado! Tu viaje acabará con todos nosotros, sieteg<strong>en</strong>eraciones, sin que quede ni uno.»Mishal apoyó <strong>la</strong> mejil<strong>la</strong> <strong>en</strong> su espalda. «V<strong>en</strong> con nosotros, Saeed. Sólo v<strong>en</strong>.»Él se volvió hacia Ayesha. «No hay dios», dijo firmem<strong>en</strong>te.«No hay otro Dios más que Dios, y Muhammad es Su Profeta», respondió el<strong>la</strong>.«La experi<strong>en</strong>cia mística es una verdad subjetiva, no objetiva —prosiguió él—. Lasaguas no se dividirán.»«El mar se abrirá a <strong>la</strong> ord<strong>en</strong> del ángel», respondió Ayesha.«Tú llevas a esta g<strong>en</strong>te al desastre seguro.»«Los llevo al s<strong>en</strong>o de Dios.»«Yo no creo <strong>en</strong> ti —insistió Mirza Saeed—. Pero iré igualm<strong>en</strong>te, y trataré de poner fin aesa locura con cada paso que dé.»«Dios se sirve de muchos medios —dijo Ayesha con alegría—, muchos caminos por losque qui<strong>en</strong>es dudan pued<strong>en</strong> ser conducidos a <strong>la</strong> seguridad divina.»«Vete al infierno», gritó Mirza Saeed Akhtar, y salió viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> habitaciónespantando mariposas.* * *«¿Qué locura es peor —susurró Osman, el payaso, al oído de su toro mi<strong>en</strong>tras lo<strong>en</strong>ga<strong>la</strong>naba <strong>en</strong> su pequeño corral—: <strong>la</strong> de <strong>la</strong> loca o <strong>la</strong> del infeliz que ama a <strong>la</strong> loca?» El toro nocontestó. «Quizá deberíamos haber seguido si<strong>en</strong>do intocables —prosiguió Osman—. Unocéano obligatorio su<strong>en</strong>a peor que un pozo prohibido.» Y el toro movió <strong>la</strong> cabeza dos vecespara decir que sí, boom, boom.


VUNA CIUDAD VISIBLEPERO NO VISTA1«Una vez me he convertido <strong>en</strong> búho, ¿cuál es el conjuro o antídoto que me devuelve mi


forma natural?» Mr. Muhammad Sufyan, dueño del Shaandaar Café y de <strong>la</strong> casa de huéspedessituada <strong>en</strong>cima, m<strong>en</strong>tor de <strong>la</strong> variopinta transeúnte y multirracial cli<strong>en</strong>te<strong>la</strong> de ambos, de vueltade todo, el m<strong>en</strong>os doctrinario de los hajis y el m<strong>en</strong>os vergonzante de los videomaníacos, exmaestro de escue<strong>la</strong>, autodidacta <strong>en</strong> textos clásicos de muchas culturas, cesado de su cargo <strong>en</strong>Dhaka por difer<strong>en</strong>cias culturales con ciertos g<strong>en</strong>erales <strong>en</strong> los viejos tiempos <strong>en</strong> los queBang<strong>la</strong>desh era simplem<strong>en</strong>te un A<strong>la</strong> Este y, por lo tanto, <strong>en</strong> sus propias pa<strong>la</strong>bras, «m<strong>en</strong>os uninmig que un <strong>en</strong>ano emig», humorística alusión a su corta tal<strong>la</strong>, porque si bi<strong>en</strong> era hombreancho, de pecho y brazo robusto, no alzaba del suelo más que ses<strong>en</strong>ta y una pulgadas,parpadeaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta de su dormitorio, despertado por per<strong>en</strong>toria l<strong>la</strong>mada de medianoche deJumpy Joshi, mi<strong>en</strong>tras limpiaba sus gafas de media montura con el borde de su kurta estilob<strong>en</strong>galí (con <strong>la</strong>s cintas atadas <strong>en</strong> <strong>la</strong> nuca, <strong>en</strong> un pulcro <strong>la</strong>zo), luego apretó los párpados sobresus ojos miopes, volvió a ponerse los l<strong>en</strong>tes, mesó barba alheñada sin bigote, aspiró a través delos di<strong>en</strong>tes y respondió a <strong>la</strong> ahora indiscutible cornam<strong>en</strong>ta de <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te del individuo temblorosoal que Jumpy parecía haber recogido, como un gato, con <strong>la</strong> frase citada, robada con <strong>en</strong>comiableagilidad m<strong>en</strong>tal para una persona que acaba de ser sacada del sueño, a Lucio Apuleyo deMadaura, sacerdote marroquí, 120-180 d. C. aprox., colonial de un Imperio anterior, personaque negó <strong>la</strong>s acusaciones de haber embrujado a una viuda rica, aunque confesó, con ciertaperversión, que <strong>en</strong> anterior etapa de su carrera él había sido transformado, por arte de brujería<strong>en</strong> (no búho sino) asno. «Sí, sí —prosiguió Sufyan sali<strong>en</strong>do al pasillo y soplándose <strong>la</strong>s manoscon una bruma b<strong>la</strong>nca de ali<strong>en</strong>to invernal—. Pobre infeliz, pero de nada sirve insistir <strong>en</strong> ello. Seimpone adoptar una actitud constructiva. Despertaré a mi esposa.»Chamcha era todo barba de rastrojo y mugre. Llevaba una manta a guisa de toga bajo <strong>la</strong>cual asomaba <strong>la</strong> regocijante monstruosidad de unas pezuñas de macho cabrío y, <strong>en</strong> <strong>la</strong> partesuperior del cuerpo, <strong>la</strong> cruel ironía de una chaqueta de piel de cordero prestada por Jumpy, conel cuello subido, que ponía los <strong>la</strong>nudos rizos a pocos c<strong>en</strong>tímetros de unos puntiagudos cuernos.Parecía incapaz de hab<strong>la</strong>r, se movía torpem<strong>en</strong>te y t<strong>en</strong>ía los ojos apagados; por más que Jumpytrataba de animarle —«Ya verás cómo esto lo arreg<strong>la</strong>mos <strong>en</strong> un abrir y cerrar de ojos»—, él,Sa<strong>la</strong>din, se mostraba el más abúlico y pasivo de los —¿qué?—, digamos de los sátiros. Sufyan,<strong>en</strong>tretanto, seguía brindando consuelo a base de Apuleyo: «En el caso del asno <strong>la</strong>retrometamorfosis exigió <strong>la</strong> interv<strong>en</strong>ción personal de <strong>la</strong> diosa Isis —dijo, radiante—. Perodejemos los viejos tiempos para los anticuados. En su caso, mi jov<strong>en</strong> caballero, el primer pasotal vez debería ser un bol de bu<strong>en</strong>a sopa cali<strong>en</strong>te.»En este punto, sus amables pa<strong>la</strong>bras fueron ahogadas por <strong>la</strong> interv<strong>en</strong>ción de una segundavoz, elevada <strong>en</strong> pot<strong>en</strong>te terror operístico; y a los pocos mom<strong>en</strong>tos su pequeña figura fueempujada y desp<strong>la</strong>zada por una mujer de montañosas carnes que parecía indecisa <strong>en</strong>treapartarlo a un <strong>la</strong>do o utilizarlo a modo de escudo protector. El nuevo personaje, agazapadodetrás de Sufyan, ext<strong>en</strong>dió un brazo tembloroso a cuyo extremo osci<strong>la</strong>ba un dedo índice rollizo,de uña escar<strong>la</strong>ta. «¿Qué es eso? —aulló— ¿Qué criatura ha caído sobre nosotros?» «Es amigode Joshi —dijo Sufyan suavem<strong>en</strong>te y, volviéndose hacia Chamcha, agregó—: Disculpe, se loruego, <strong>la</strong> sorpresa, etcétera, ¿no es cierto? De todos modos, permítame pres<strong>en</strong>tarle a mi señora,mi begum sahiba, Hind.»«¿Qué amigo? ¿Cómo amigo? —dijo <strong>la</strong> mujer, que seguía refugiándoseescudándose <strong>en</strong>él—. Ya Al<strong>la</strong>h, ¿es que no ti<strong>en</strong>es ojos a cada <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> nariz?»El pasillo —suelo de madera desnuda, papel floral desgarrado <strong>en</strong> <strong>la</strong>s paredes—empezaba a ll<strong>en</strong>arse de soñoli<strong>en</strong>tos resid<strong>en</strong>tes. Entre ellos destacaban dos muchachas, una conpeinado de púas y <strong>la</strong> otra con co<strong>la</strong> de caballo que, re<strong>la</strong>miéndose con <strong>la</strong> oportunidad dedemostrar su pericia <strong>en</strong> <strong>la</strong>s artes marciales (apr<strong>en</strong>didas de Jumpy) <strong>en</strong> <strong>la</strong>s especialidades dekarate y Wing Chun: eran <strong>la</strong>s hijas de Sufyan, Mishal (diecisiete años) y Anahita (quince),salieron de su dormitorio saltando, con su atu<strong>en</strong>do de lucha, pijama Bruce Lee abierto sobrecamiseta con <strong>la</strong> efigie de <strong>la</strong> nueva Madonna, descubrieron al infortunado Sa<strong>la</strong>din, y sacudieron


<strong>la</strong> cabeza con los ojos muy abiertos, <strong>en</strong>cantadas.«Radical», dijo Mishal aprobativam<strong>en</strong>te. Y su hermana asintió: «Crucial. De putamadre.» Pero su madre no le reprochó el l<strong>en</strong>guaje soez; Hind estaba p<strong>en</strong>sando <strong>en</strong> otra cosa, ygimió con más fuerza que nunca: «Mir<strong>en</strong> a este marido mío. ¿Qué especie de haji es esto? Es elmismo Shaitan que ha <strong>en</strong>trado por nuestra puerta, y se me obliga a ofrecerle yakhni de pollocali<strong>en</strong>te, preparado por mis propias manos.» En aquellos mom<strong>en</strong>tos era inútil que Jumpy Joshisuplicara a Hind un poco de tolerancia, que tratara de dar explicaciones y pedir solidaridad. «Sino es el diablo <strong>en</strong> persona —dijo <strong>la</strong> dama de agitado pecho irrefutablem<strong>en</strong>te—, ¿de dóndevi<strong>en</strong>e ese ali<strong>en</strong>to pestil<strong>en</strong>te que respira? ¿Del Jardín Perfumado quizá?»«Bostan, no Gulistan —dijo Chamcha de pronto—. Vuelo AI-420.» Pero, al oír su voz,Hind <strong>la</strong>nzó un grito de pavor y salió corri<strong>en</strong>do hacia <strong>la</strong> cocina.«Mister —dijo Mishal a Sa<strong>la</strong>din mi<strong>en</strong>tras su madre huía escaleras abajo—, paraasustar<strong>la</strong> a el<strong>la</strong> de esa manera, ya hay que ser malo.»«Malvado —convino Anahita—. Bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ido a bordo.»* * *La tal Hind, ahora tan <strong>en</strong>castil<strong>la</strong>da <strong>en</strong> el aspavi<strong>en</strong>to exc<strong>la</strong>matorio, fue un día —aunqueparezca increíble— <strong>la</strong> más ruborosa de <strong>la</strong>s novias, <strong>la</strong> es<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong> dulzura, <strong>la</strong> <strong>en</strong>carnación de <strong>la</strong>tolerancia y <strong>la</strong> p<strong>la</strong>cidez. En su calidad de esposa del erudito maestro de escue<strong>la</strong> de Dhaka, seimpuso de sus deberes con <strong>la</strong> mejor voluntad: el<strong>la</strong> sería <strong>la</strong> compañera perfecta, llevaba a sumarido té con aroma de cardamomo cuando él se quedaba hasta muy tarde corrigi<strong>en</strong>doexám<strong>en</strong>es, procuraba congraciarse con el director del colegio <strong>en</strong> <strong>la</strong> excursión anual del personalde <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>, se peleaba con <strong>la</strong>s nove<strong>la</strong>s de Bibhutibushan Banerji y <strong>la</strong> metafísica de Tagore, <strong>en</strong>su empeño por ser más digna de un esposo que con <strong>la</strong> misma facilidad citaba el Rig-Veda queel Quran-Sharif que <strong>la</strong>s crónicas militares de Julio César que <strong>la</strong>s Reve<strong>la</strong>ciones de san Juan elDivino. En aquellos tiempos, el<strong>la</strong> admiraba <strong>la</strong> versátil amplitud de criterio de su marido y, <strong>en</strong> sucocina, se esforzaba por alcanzar un eclecticismo paralelo, y apr<strong>en</strong>dió a preparar tanto los dosasy uttapams de <strong>la</strong> India del Sur como <strong>la</strong>s suaves albóndigas de Kashmir. Poco a poco, suadopción de <strong>la</strong> causa del pluralismo económico se convirtió <strong>en</strong> gran pasión, y mi<strong>en</strong>tras elsecu<strong>la</strong>rista Sufyan tragaba <strong>la</strong>s múltiples culturas del subcontin<strong>en</strong>te —y no vamos a pret<strong>en</strong>derque <strong>la</strong> cultura occid<strong>en</strong>tal no está pres<strong>en</strong>te; después de tantos siglos, ¿cómo no iba a formar partede nuestro patrimonio?—, su esposa guj. saba, y consumía <strong>en</strong> creci<strong>en</strong>tes cantidades, su comida.Mi<strong>en</strong>tras, Hind devoraba <strong>la</strong>s sabrosas especialidades de Hyderabad y <strong>la</strong>s refinadas salsas alyogur de Lucknow, su cuerpo empezó a alterarse, porque tanta comida t<strong>en</strong>ía que insta<strong>la</strong>rse <strong>en</strong>alguna parte, y el<strong>la</strong> empezó a parecerse al anchuroso y ondu<strong>la</strong>do paisaje, al subcontin<strong>en</strong>te sinfronteras, porque <strong>la</strong> comida cruza cualquier barrera que puedas imaginar.Mr. Muhammad Sufyan, sin embargo, no aum<strong>en</strong>taba de peso; ni una to<strong>la</strong>, ni una onza.Su negativa a <strong>en</strong>gordar fue el principio del problema. Cuando su mujer le reprochaba:«¿No te gustan mis guisos? ¿Por quién hago yo todas estas cosas y me hincho como unglobo?», él respondía dulcem<strong>en</strong>te, levantando <strong>la</strong> mirada (el<strong>la</strong> era más alta) por <strong>en</strong>cima de susl<strong>en</strong>tes de media montura: «La moderación también está <strong>en</strong>tre nuestras tradiciones, Begum.Come dos bocados m<strong>en</strong>os del hambre que t<strong>en</strong>gas: mortificación, <strong>la</strong> s<strong>en</strong>da del ascetismo.» Quéhombre: conocía todas <strong>la</strong>s respuestas, pero no había manera de t<strong>en</strong>er con él una bu<strong>en</strong>a pelea.La moderación no iba con Hind. Quizá si Sufyan se hubiera <strong>la</strong>m<strong>en</strong>tado, si aunque nofuera más que una vez hubiera dicho: yo creí que me casaba con una mujer, pero ahora abultaspor dos, si él le hubiera dado un inc<strong>en</strong>tivo, tal vez <strong>en</strong>tonces el<strong>la</strong> habría desistido, y por qué no,naturalm<strong>en</strong>te que sí; de manera que <strong>la</strong> culpa era de él, por carecer de agresividad; ¿qué c<strong>la</strong>se de


hombre es el que no es capaz de insultar a una esposa gorda? En realidad, era perfectam<strong>en</strong>teposible que Hind no hubiera podido r<strong>en</strong>unciar a sus comilonas aunque Sufyan hubieraproferido <strong>la</strong>s imprecaciones y súplicas correspondi<strong>en</strong>tes; pero, puesto que él cal<strong>la</strong>ba, Hindseguía comi<strong>en</strong>do y echándole <strong>la</strong> culpa de su gordura.En realidad, una vez empezó a culparle, descubrió que había otras muchas cosas quereprochar; y también descubrió que t<strong>en</strong>ía l<strong>en</strong>gua, por lo que <strong>en</strong> el humilde apartam<strong>en</strong>to delmaestro de escue<strong>la</strong> resonaban con regu<strong>la</strong>ridad los rapapolvos que él, por debilidad, noadministraba a sus alumnos. Se le reconv<strong>en</strong>ía, sobre todo, por sus principios excesivam<strong>en</strong>teelevados, gracias a los cuales, decía Hind, el<strong>la</strong> sabía que él nunca le permitiría llegar a ser <strong>la</strong>esposa de un hombre rico; porque, ¿que podía uno decir de un hombre que, al observar que elbanco por error le había abonado <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta el sueldo dos veces <strong>en</strong> un mismo mes, se apresurabaa l<strong>la</strong>mar su at<strong>en</strong>ción sobre el error y devolver el dinero? ¿Qué esperanza había para un maestroque cuando el más rico de los padres de sus alumnos fue a verle, se negó categóricam<strong>en</strong>te aaceptar <strong>la</strong>s consabidas gratificaciones por servicios prestados a <strong>la</strong> hora de corregir el exam<strong>en</strong>del crío?«Pero esto aún podría perdonarlo», murmuraba <strong>en</strong> tono am<strong>en</strong>azador, dejando <strong>en</strong> el aireel resto de <strong>la</strong> frase que era de no ser por tus dos grandes faltas: tus crím<strong>en</strong>es sexuales ypolíticos.Desde su matrimonio, <strong>la</strong> pareja realizaba el acto sexual de tarde <strong>en</strong> tarde,completam<strong>en</strong>te a oscuras, <strong>en</strong> absoluto sil<strong>en</strong>cio y casi total inmovilidad. A Hind nunca se lehubiera ocurrido retorcerse ni ondu<strong>la</strong>rse, y puesto que Sufyan parecía arreglárse<strong>la</strong>s con unmínimo de movimi<strong>en</strong>to, el<strong>la</strong> dedujo —así lo había supuesto siempre— que, <strong>en</strong> estas cuestiones,los dos t<strong>en</strong>ían el mismo criterio, es decir, el de que era un asunto sucio, del que no se hab<strong>la</strong>baantes ni después y al que no se prestaba mucha at<strong>en</strong>ción mi<strong>en</strong>tras. El que tardara <strong>en</strong> concebir loatribuía el<strong>la</strong> a un castigo divino por sabe Dios qué pecados de su pasado; pero el que <strong>la</strong>s dosveces le naciera niña se negó a achacarlo a Alá y prefirió p<strong>en</strong>sar que se debía a <strong>la</strong> debilidad de<strong>la</strong> semil<strong>la</strong> que el apocado de su marido le había imp<strong>la</strong>ntado, opinión que no se abstuvo deexpresar con gran énfasis, y espanto de <strong>la</strong> comadrona, <strong>en</strong> el mismo mom<strong>en</strong>to del nacimi<strong>en</strong>to de<strong>la</strong> pequeña Anahita. «Otra niña —jadeó con desdén—. Bi<strong>en</strong>, si pi<strong>en</strong>so <strong>en</strong> quién me <strong>la</strong> hizo,puedo considerarme afortunada de que no sea una cucaracha o un ratón.» Después de <strong>la</strong>segunda niña, dijo a Sufyan ya basta y lo <strong>en</strong>vió a dormir al recibidor. Él acató sin rechistar sudecisión de no t<strong>en</strong>er más hijos; pero <strong>en</strong>tonces el<strong>la</strong> descubrió que el muy depravado creía queaún podía <strong>en</strong>trar de vez <strong>en</strong> cuando <strong>en</strong> <strong>la</strong> oscura habitación para realizar el extraño rito desil<strong>en</strong>cio y casi inmovilidad al que el<strong>la</strong> se sometiera únicam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> aras de <strong>la</strong> reproducción.«¿Qué te has creído? —le gritó <strong>la</strong> primera vez que él lo int<strong>en</strong>tó—. ¿Que yo hago eso pordiversión?»Cuando él compr<strong>en</strong>dió por fin que el<strong>la</strong> hab<strong>la</strong>ba <strong>en</strong> serio, que basta de cu<strong>en</strong>to, no señor,que el<strong>la</strong> era una mujer dec<strong>en</strong>te y no una descarada libertina, él empezó a llegar tarde a casa por<strong>la</strong> noche. Fue <strong>en</strong>tonces —el<strong>la</strong>, erróneam<strong>en</strong>te, p<strong>en</strong>saba que andaba con prostitutas— cuando élempezó a meterse <strong>en</strong> política, y no al viejo estilo, quiá, el señor Sabihondo t<strong>en</strong>ía que unirse alos mismos diablos, al partido comunista nada m<strong>en</strong>os, a pesar de todos sus principios; porqueeran unos demonios, sí, mucho peores que <strong>la</strong>s prostitutas. Y, por estos juegos con <strong>la</strong>s fuerzasocultas, el<strong>la</strong> había t<strong>en</strong>ido que liar bártulos a toda prisa y embarcarse para Ing<strong>la</strong>terra con dosniñas pequeñas; por esas brujerías ideológicas el<strong>la</strong> había t<strong>en</strong>ido que soportar todas <strong>la</strong>sprivaciones y humil<strong>la</strong>ciones del proceso de <strong>la</strong> inmigración; y, por aquel diabolismo de sumarido, el<strong>la</strong> estaba cond<strong>en</strong>ada a vivir para siempre <strong>en</strong> esta Ing<strong>la</strong>terra y a no volver a ver supueblo. «Ing<strong>la</strong>terra —le dijo una vez— es tu v<strong>en</strong>ganza contra mí por haberte impedido hacerobsc<strong>en</strong>idades con mi cuerpo.» Él no respondió, y ya se sabe que qui<strong>en</strong> cal<strong>la</strong> otorga.¿Y qué era lo que les permitía subsistir <strong>en</strong> esta Vi<strong>la</strong>yet de su exilio, esta Yuké de <strong>la</strong>v<strong>en</strong>ganza de su libidinoso marido? ¿Qué? ¿Sus libros? Su Gitanjali, sus Églogas o esa comedia,


Othello, que, según él, <strong>en</strong> realidad era Attal<strong>la</strong>h o Attaul<strong>la</strong>h, pero el autor no sabía ortografía, ypor cierto, ¿qué autor podía ser ése?Pues era: sus guisos. «Shaandaar —elogiaba <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te—. Extraordinario, exquisito,delicioso.» De todo Londres iban los cli<strong>en</strong>tes a comer sus sarnosas, su chaat de Bombay y susgu<strong>la</strong>b jamans llegados directam<strong>en</strong>te del Paraíso. ¿Y qué le quedaba que hacer a Sufyan?Cobrar, servir el té, correr de un <strong>la</strong>do al otro y comportarse como un criado, a pesar de todo susaber. Oh, sí, c<strong>la</strong>ro, a los cli<strong>en</strong>tes les gustaba su personalidad, él siempre tuvo un carácter muyagradable, pero <strong>en</strong> una casa de comidas lo que se paga no es <strong>la</strong> conversación. Jale-bis, barfi,Especial del Día. ¡Qué vueltas da <strong>la</strong> vida! Ahora el<strong>la</strong> era el ama. ¡Victoria!Y, no obstante, también era indiscutible que el<strong>la</strong>, cocinera y mant<strong>en</strong>edora de <strong>la</strong> familia,artífice del éxito del Shaandaar Café que les había permitido comprar todo el edificio de cuatropisos y alqui<strong>la</strong>r sus habitaciones; el<strong>la</strong> era qui<strong>en</strong> se s<strong>en</strong>tía <strong>en</strong>vuelta, como <strong>en</strong> un mal ali<strong>en</strong>to, <strong>en</strong>el miasma del fracaso. Mi<strong>en</strong>tras Sufyan seguía bril<strong>la</strong>ndo, el<strong>la</strong> estaba apagada como unabombil<strong>la</strong> con el fi<strong>la</strong>m<strong>en</strong>to roto, como una estrel<strong>la</strong> o como una l<strong>la</strong>ma extinguida. —¿Por qué?—¿Por qué, mi<strong>en</strong>tras Sufyan, que se había visto privado de vocación, alumnos y respeto, brincabacomo un corderito e, incluso, empezaba a aum<strong>en</strong>tar de peso y <strong>en</strong> el Mismo Londres <strong>en</strong>gordabatodo lo que no se había <strong>en</strong>gordado <strong>en</strong> su tierra; por qué, cuando a el<strong>la</strong> se le había otorgado elpoder que le había sido arrebatado a él, el<strong>la</strong> era —como decía su marido— <strong>la</strong> «mustia», <strong>la</strong>«p<strong>en</strong>as», <strong>la</strong> «suspiros»? Simple: no era «a pesar de», sino «a causa de». Todo lo que el<strong>la</strong>rever<strong>en</strong>ciaba había sido trastocado; <strong>en</strong> este proceso de tras<strong>la</strong>ción, se había perdido.El idioma: obligada como ahora se veía a emitir esos sonidos extraños que le cansaban<strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua, ¿no t<strong>en</strong>ía derecho a <strong>la</strong>m<strong>en</strong>tarse? El hogar: ¿qué importaba que, <strong>en</strong> Dhaka, vivieran <strong>en</strong>el modesto piso de un maestro y ahora, gracias a su espíritu empr<strong>en</strong>dedor, amor al ahorro yhabilidad con <strong>la</strong>s especies ocuparan un edificio de cuatro pisos con terrazas? ¿Dónde estabaahora <strong>la</strong> ciudad que el<strong>la</strong> conocía? ¿Dónde, el pueblo de su juv<strong>en</strong>tud y <strong>la</strong>s verdes riberas de sutierra? Las costumbres <strong>en</strong> torno a <strong>la</strong>s cuales el<strong>la</strong> había construido toda su vida también sehabían perdido o, por lo m<strong>en</strong>os, costaba mucho trabajo <strong>en</strong>contrar<strong>la</strong>s. En esta Vi<strong>la</strong>yet nadie t<strong>en</strong>íatiempo para <strong>la</strong> pausada cortesía de <strong>la</strong> vida de allá, ni para <strong>la</strong> práctica de <strong>la</strong> religión. Además:¿no estaba obligada a aguantar a un donnadie de marido cuando antes el<strong>la</strong> podía ufanarse de sudigno cargo? ¿Dónde estaba <strong>la</strong> satisfacción de t<strong>en</strong>er que trabajar para vivir, para mant<strong>en</strong>er atoda <strong>la</strong> familia, cuando antes el<strong>la</strong> podía quedarse <strong>en</strong> su casa, rodeada de una pompa ha<strong>la</strong>güeña?Y el<strong>la</strong> sabía, y cómo no iba a saber, que debajo de <strong>la</strong> jovialidad de su marido había tristeza, yesto también era una derrota; nunca se había s<strong>en</strong>tido una esposa tan inútil, porque, ¿qué c<strong>la</strong>sede mujer es <strong>la</strong> que no puede alegrar a su marido y ti<strong>en</strong>e que ver su falsa alegría y resignarse,como si fuera el artículo g<strong>en</strong>uino? Además: habían v<strong>en</strong>ido a un demonio de ciudad <strong>en</strong> <strong>la</strong> quepodía ocurrir cualquier cosa; <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tanas se te hacían pedazos a medianoche sin causaapar<strong>en</strong>te; cuando ibas por <strong>la</strong> calle, unas manos invisibles te derribaban; <strong>en</strong> <strong>la</strong>s ti<strong>en</strong>das oías unaspa<strong>la</strong>brotas que te parecía que se te caían <strong>la</strong>s orejas, y cuando volvías <strong>la</strong> mirada hacia el lugar dedonde v<strong>en</strong>ían <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras no había más que aire y caras risueñas; y no había día <strong>en</strong> que no te<strong>en</strong>terases de tal chico, o chica, que había sido golpeada por los espíritus. Sí, una tierra defantasmas y diablos, cómo explicarlo; lo mejor era quedarse <strong>en</strong> casa, no salir ni para echar unacarta al correo, quedarse <strong>en</strong> casa, pasar el cerrojo, decir <strong>la</strong>s oraciones, y así los du<strong>en</strong>des (quizá)se mant<strong>en</strong>drían alejados. ¿Razones del fracaso? Baba, ¿y quién podría contar<strong>la</strong>s? No sólo era <strong>la</strong>mujer de un hostelero y una esc<strong>la</strong>va de <strong>la</strong> cocina, sino que no podía fiarse ni de su propia g<strong>en</strong>te;hombres que el<strong>la</strong> siempre consideró respetables, sharif, que se divorciaban por teléfono de <strong>la</strong>mujer que había quedado <strong>en</strong> su tierra y se iban con cualquier haramzadi fem<strong>en</strong>ino, ymuchachas muertas por <strong>la</strong> dote (hay cosas que pasan fronteras sin pagar aduana); y, lo peor detodo, el v<strong>en</strong><strong>en</strong>o de esta is<strong>la</strong> diabólica había contaminado a sus niñas, que se negaban a hab<strong>la</strong>r sul<strong>en</strong>gua materna, a pesar de que <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dían hasta <strong>la</strong> última pa<strong>la</strong>bra; lo hacían sólo para mortificar;por qué si no Mishal se había cortado el pelo y se había puesto <strong>en</strong> él un arco iris; y todos los


días, gritos, disputas, desobedi<strong>en</strong>cia.Y, lo más triste, que <strong>en</strong> sus quejas no había nada nuevo, que así era <strong>la</strong> vida de <strong>la</strong>smujeres como el<strong>la</strong>, por lo que ya no era sólo una, sólo el<strong>la</strong>, sólo Hind, esposa del maestroSufyan; se había hundido <strong>en</strong> el anonimato, <strong>en</strong> <strong>la</strong> pluralidad uniforme había pasado a ser una-detantas-como-el<strong>la</strong>.Ésta era <strong>la</strong> lección de <strong>la</strong> historia: <strong>la</strong>s-como-el<strong>la</strong> no podían hacer nada más quesufrir, recordar y morir.Lo que el<strong>la</strong> hacía: para no reconocer <strong>la</strong> debilidad de su marido, lo trataba, casi siempre,como a un gran señor, como a un monarca, porque <strong>en</strong> su mundo perdido, su gloria era <strong>la</strong> de él:para no reconocer a los espíritus que acechaban fuera del café, el<strong>la</strong> se quedaba d<strong>en</strong>tro, <strong>en</strong>viandoa otras personas a comprar <strong>la</strong>s provisiones, y también a alqui<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s de vídeo b<strong>en</strong>galí ehindi gracias a <strong>la</strong>s cuales (y a su creci<strong>en</strong>te colección de revistas de cine indias) podíamant<strong>en</strong>erse <strong>en</strong> contacto con los sucesos del «mundo real», como <strong>la</strong> extraña desaparición delincomparable Gibreel Farishta y el posterior anuncio de su trágica muerte <strong>en</strong> una catástrofeaérea; y el<strong>la</strong>, para desahogar sus s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos de desesperación, derrota y fatiga, gritaba a sushijas. La mayor de <strong>la</strong>s cuales, para v<strong>en</strong>garse, se cortó el pelo y hacía que los pezones se letranspar<strong>en</strong>taran a través de unas camisas que se ceñía provocativam<strong>en</strong>te al cuerpo.La llegada de un demonio <strong>en</strong> reg<strong>la</strong>, un macho cabrío con sus cuernos, fue, después detodo ello, algo así como <strong>la</strong> última gota que hace derramar el vaso o, por lo m<strong>en</strong>os, <strong>la</strong> p<strong>en</strong>última.* * *Los resid<strong>en</strong>tes del Shaandaar se reunieron de noche <strong>en</strong> <strong>la</strong> cocina para una improvisadareunión de emerg<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> <strong>la</strong> cumbre. Mi<strong>en</strong>tras Hind echaba imprecaciones al caldo de pollo,Sufyan instaló a Chamcha <strong>en</strong> una mesa, acercándole, para que el infeliz se s<strong>en</strong>tara, una sil<strong>la</strong> dealuminio con asi<strong>en</strong>to de plástico azul, e inició <strong>la</strong> sesión. Me p<strong>la</strong>ce seña<strong>la</strong>r que el exiliadomaestro de escue<strong>la</strong> citó, con su mejor tono didáctico, <strong>la</strong>s teorías de Lamarck. Cuando Jumpyhubo referido <strong>la</strong> fantástica historia de <strong>la</strong> caída del cielo de Chamcha —el protagonista estabamuy inmerso <strong>en</strong> el caldo de pollo y <strong>en</strong> su dolor para hab<strong>la</strong>r por sí mismo—, Sufyan, aspirandoel aire por <strong>en</strong>tre los di<strong>en</strong>tes, aludió a <strong>la</strong> última edición de El orig<strong>en</strong> de <strong>la</strong>s especies. «Ahí hastael propio gran Charles aceptaba <strong>la</strong> noción de <strong>la</strong> mutación in extremis, para asegurar <strong>la</strong>superviv<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong> especie; y que si sus discípulos —siempre más darwinianos que élmismo— repudiaron, póstumam<strong>en</strong>te, tal herejía <strong>la</strong>marckiana, insisti<strong>en</strong>do <strong>en</strong> <strong>la</strong> selección naturaly nada más, no obstante, yo debo reconocer que esta teoría no se hizo ext<strong>en</strong>siva a <strong>la</strong>superviv<strong>en</strong>cia de un ejemp<strong>la</strong>r individual sino únicam<strong>en</strong>te al conjunto de <strong>la</strong> especie; además, porlo que respecta a <strong>la</strong> naturaleza de <strong>la</strong> mutación, el problema consiste <strong>en</strong> compr<strong>en</strong>der <strong>la</strong> verdaderautilidad del cambio.»«Pa-páa —Anahita Sufyan, levantando <strong>la</strong> mirada al techo y apoyando cansinam<strong>en</strong>te <strong>la</strong>mejil<strong>la</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano, interrumpió estas reflexiones—, corta ya. Lo que importa escomo ha podido convertirse <strong>en</strong> semejante, semejante (con admiración) alucinación.»A lo que el propio diablo, levantando <strong>la</strong> cara del caldo de pollo, exc<strong>la</strong>mó: «Dealucinación, nada. Oh, no, eso sí que no.» Su voz, que parecía surgir de un insondable abismode dolor, conmovió y a<strong>la</strong>rmó a <strong>la</strong> m<strong>en</strong>or de <strong>la</strong>s niñas, que, impulsivam<strong>en</strong>te, se acercó y acaricióel hombro de <strong>la</strong> infortunada bestia, dici<strong>en</strong>do, <strong>en</strong> un int<strong>en</strong>to de arreg<strong>la</strong>rlo: «C<strong>la</strong>ro que no lo ereslo si<strong>en</strong>to. Yo no creo que seas una alucinación; es sólo que lo pareces.»Sa<strong>la</strong>din Chamcha se echó a llorar.Entretanto, Mrs. Sufyan se había horrorizado al ver a su hija m<strong>en</strong>or poner <strong>la</strong>s manos<strong>en</strong>cima de <strong>la</strong> criatura, y volviéndose hacia <strong>la</strong> galería de huéspedes <strong>en</strong> pr<strong>en</strong>das de dormir, agitóel cucharón <strong>en</strong> demanda de apoyo. «¿Cómo puede tolerarse...? El honor, <strong>la</strong> seguridad de <strong>la</strong>s


niñas, no está a salvo. ¡Que, <strong>en</strong> mi propia casa, semejante cosa.. !»Mishal Sufyan perdió <strong>la</strong> paci<strong>en</strong>cia. «Hostia, mamá.» «¿Hostia?»«¿Os parece que puede ser temporal? —Mishal, dando <strong>la</strong> espalda a <strong>la</strong> escandalizadaHind, preguntó a Sufyan y Jumpy—: Una especie de posesión. A lo mejor, hasta podríamoshacerlo... ¿exorcizar?» En los ojos le bril<strong>la</strong>ban presagios, lémures, espectros, cu<strong>en</strong>tos de terror.Y su padre, tan aficionado al video como cualquier adolesc<strong>en</strong>te, pareció considerar seriam<strong>en</strong>te<strong>la</strong> posibilidad. «En Der Stepp<strong>en</strong>wolf», empezó. Pero Jumpy, harto del tema, le atajó: «Loes<strong>en</strong>cial es hacer un p<strong>la</strong>nteami<strong>en</strong>to ideológico», anunció. Esto les cerró <strong>la</strong> boca.«Objetivam<strong>en</strong>te —dijo con una tímida sonrisa—, ¿qué es lo que ha pasado aquí? A:arresto indebido, intimidación y viol<strong>en</strong>cia. B: det<strong>en</strong>ción ilegal, desconocidos experim<strong>en</strong>tosmédicos <strong>en</strong> hospital —aquí, murmullos de as<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to cuando recuerdos de exám<strong>en</strong>esintravaginales, escándalos Depo-Provera, esterilizaciones postparto no autorizadas y, más atrás,<strong>la</strong> introducción masiva de drogas <strong>en</strong> los Países del Tercer Mundo, a los ojos de los pres<strong>en</strong>tes,daban credibilidad a <strong>la</strong>s insinuaciones del que hab<strong>la</strong>ba; porque lo que tú crees dep<strong>en</strong>de de loque tú has visto, no sólo lo que es visible sino aquello que estás dispuesto a suponer, y, de todosmodos alguna explicación había que dar a los cuernos y los cascos; <strong>en</strong> aquel<strong>la</strong>s bi<strong>en</strong> vigi<strong>la</strong>dassa<strong>la</strong>s de hospital podía ocurrir cualquier cosa—. Y <strong>en</strong> tercer lugar —prosiguió Jumpy—,derrumbami<strong>en</strong>to psicológico, pérdida del s<strong>en</strong>tido de id<strong>en</strong>tidad, c<strong>la</strong>udicación. No es el primercaso.»Nadie discutió, ni siquiera Hind; hay verdades de <strong>la</strong>s que es imposible dis<strong>en</strong>tir.«Ideológicam<strong>en</strong>te —dijo Jumpy—, yo me niego a aceptar <strong>la</strong> posición de víctima. Desde luego,él ha sido victimizado, pero nosotros sabemos que todo abuso de poder es, <strong>en</strong> parte,responsabilidad del abusado; nuestra pasividad es cómplice de tales crím<strong>en</strong>es.» Y acontinuación, una vez hubo impuesto <strong>en</strong> los circunstantes una abochornada sumisión con surapapolvo, pidió a Sufyan <strong>la</strong> pequeña buhardil<strong>la</strong> que mom<strong>en</strong>táneam<strong>en</strong>te estaba desocupada, ySufyan, a su vez, contrito y solidario, fue incapaz de pedir ni un céntimo por el alquiler. Hind,ciertam<strong>en</strong>te, murmuró: «Ahora sé que el mundo está loco, ahora t<strong>en</strong>go al diablo de huésped <strong>en</strong>mi casa», pero lo dijo <strong>en</strong>tre di<strong>en</strong>tes, y nadie excepto Mishal, su hija mayor, oyó lo que decía.Sufyan, imitando <strong>la</strong> actitud de su hija m<strong>en</strong>or, se acercó hasta donde Chamcha,acurrucado d<strong>en</strong>tro de su manta, consumía <strong>en</strong>ormes cantidades de incomparable yakhni de polloque preparaba Hind, se agachó y pasó un brazo alrededor del desv<strong>en</strong>turado, que seguíatiritando. «No <strong>en</strong>contrarás mejor sitio que éste —dijo como si hab<strong>la</strong>ra a un débil m<strong>en</strong>tal o a unniño pequeño—. ¿Dónde más que aquí podrías curar tu desfigurami<strong>en</strong>to y recuperar <strong>la</strong> salud?¿Dónde más que aquí, <strong>en</strong>tre nosotros, tu g<strong>en</strong>te, los tuyos?»Pero cuando Sa<strong>la</strong>din Chamcha se quedó solo <strong>en</strong> <strong>la</strong> buhardil<strong>la</strong>, al límite de sus fuerzas,contestó <strong>la</strong> retórica pregunta de Sufyan: «Yo no soy de los vuestros —dijo categóricam<strong>en</strong>te a <strong>la</strong>noche—. Vosotros no sois mi g<strong>en</strong>te. He pasado media vida tratando de huir de vosotros.»* * *Empezó a desmandársele el corazón, a cocear y brincar como si también él fuera aexperim<strong>en</strong>tar una metamorfosis diabólica y sustituir su antiguo <strong>la</strong>tido metronómico porcomplejas e impredecibles improvisaciones. Despierto <strong>en</strong> una cama estrecha, <strong>en</strong>ganchándoselos cuernos <strong>en</strong> <strong>la</strong>s sábanas y <strong>la</strong>s almohadas cada vez que daba <strong>la</strong> vuelta, Chamcha sufría aquel<strong>la</strong>exc<strong>en</strong>tricidad coronaria con fatalista resignación: ¿y por qué no esto, después de todo lodemás? Badumbum, hacía el corazón, y el pecho le temb<strong>la</strong>ba. T<strong>en</strong> cuidado o te vas a <strong>en</strong>terar delo que soy capaz. Dumbumbadum. Sí; esto era el infierno, ni más ni m<strong>en</strong>os. La ciudad deLondres transformada <strong>en</strong> Jahannum, Geh<strong>en</strong>na, Muspellheim.


¿Sufr<strong>en</strong> los demonios <strong>en</strong> el infierno? ¿No son ellos los que manejan <strong>la</strong> horquil<strong>la</strong>?Por <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana salediza goteaba el agua con regu<strong>la</strong>ridad. Fuera, <strong>en</strong> <strong>la</strong> ciudad traidora,empezaba el deshielo, dando a <strong>la</strong>s calles <strong>la</strong> <strong>en</strong>gañosa consist<strong>en</strong>cia del cartón mojado. L<strong>en</strong>tasmasas de b<strong>la</strong>ncura se deslizaban por tejados inclinados de pizarra gris. Los neumáticos de <strong>la</strong>scamionetas de reparto ondu<strong>la</strong>ban <strong>la</strong> nieve a medio derretir. Con <strong>la</strong>s primeras luces empezó elcoro del amanecer, tableteo de perforadoras de <strong>la</strong>s obras públicas, trinos de a<strong>la</strong>rma antirrobo,trompeteo de criaturas con ruedas que chocaban <strong>en</strong> <strong>la</strong>s esquinas, el profundo zumbido de ungran come-basuras verde aceituna, chillonas voces de radio que sonaban <strong>en</strong> el andamio de unpintor colgado de un último piso, rugido de los primeros mastodontes que se precipitabanescalofriantem<strong>en</strong>te por aquel<strong>la</strong> calle <strong>la</strong>rga pero estrecha. Del subsuelo llegaban los tembloresque seña<strong>la</strong>ban el paso de <strong>en</strong>ormes gusanos subterráneos que devoraban y escupían sereshumanos, y de los cielos, el jadeo de helicópteros y el a<strong>la</strong>rido de reluci<strong>en</strong>tes aves de más altovuelo.Salió el sol, des<strong>en</strong>volvi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> brumosa ciudad como un regalo. Sa<strong>la</strong>din Chamchadormía.Pero el sueño no le deparaba descanso, sino que le había hecho volver a aquel<strong>la</strong> otracalle nocturna por <strong>la</strong> que había huido hacia su destino <strong>en</strong> compañía de Hyacinth Phillips, <strong>la</strong>fisioterapeuta, clip-clop, sobre cascos inseguros; y le había recordado que, a medida que elcautiverio se alejaba y <strong>la</strong> ciudad se aproximaba, <strong>la</strong> cara y el cuerpo de Hyacinth se habíantransformado. Él vio abrirse y <strong>en</strong>sancharse un hueco <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro de sus incisivos superiores y<strong>en</strong>cresparse y tr<strong>en</strong>zarse sus cabellos a lo medusa, y advirtió <strong>la</strong> extraña triangu<strong>la</strong>ridad de superfil, que desc<strong>en</strong>día <strong>en</strong> línea continua desde el nacimi<strong>en</strong>to del pelo hasta <strong>la</strong> punta de <strong>la</strong> nariz,describía un ángulo y retrocedía hasta el cuello. A <strong>la</strong> luz amaril<strong>la</strong>, vio que <strong>la</strong> piel de Hyacinth seoscurecía por mom<strong>en</strong>tos y sus di<strong>en</strong>tes se proyectaban hacia fuera, y su cuerpo se a<strong>la</strong>rgaba comoel de una figura de a<strong>la</strong>mbre dibujada por un niño. Al mismo tiempo, el<strong>la</strong> le <strong>la</strong>nzaba miradasprovocativas y le asía <strong>la</strong>s manos con unos dedos tan duros y tan fuertes que era como si unesqueleto le hubiera agarrado para arrastrarlo hacia una tumba; le parecía oler <strong>la</strong> tierraremovida, el tufo dulzón <strong>en</strong> el ali<strong>en</strong>to, <strong>en</strong> los <strong>la</strong>bios de el<strong>la</strong>... y sintió repugnancia. ¿Cómo habíapodido <strong>en</strong>contrar<strong>la</strong> atractiva, haber<strong>la</strong> deseado, incluso haber fantaseado, mi<strong>en</strong>tras el<strong>la</strong>, ahorcajadas, le extraía fluido de los pulmones, que eran una pareja de amantes <strong>en</strong> <strong>la</strong>s viol<strong>en</strong>tasconvulsiones del acto sexual...? La ciudad se cerraba <strong>en</strong> torno a ellos como un bosque; losedificios se <strong>en</strong>tre<strong>la</strong>zaban y <strong>en</strong>crespaban como el pelo de Hyacinth. «Aquí no <strong>en</strong>tra <strong>la</strong> luz —lesusurró el<strong>la</strong>—. Está negro, muy negro.» Hizo como si fuera a echarse <strong>en</strong> el suelo y tiraba de élhacia el<strong>la</strong>, hacia <strong>la</strong> tierra, pero él gritó: «Pronto, a <strong>la</strong> iglesia», y se precipitó <strong>en</strong> un modestoedificio <strong>en</strong> forma de cajón, buscando más de una c<strong>la</strong>se de santuario. Pero, d<strong>en</strong>tro, los bancosestaban ll<strong>en</strong>os de Hyacinths, jóv<strong>en</strong>es y viejas, Hyacinths que llevaban deformados trajes dechaqueta azules, per<strong>la</strong>s falsas y sombreritos de botones con velo, Hyacinths con virginalescamisones b<strong>la</strong>ncos, Hyacinths de todas <strong>la</strong>s formas imaginables que cantaban a voz <strong>en</strong> cuello:Socórreme, Jesús; hasta que vieron a Chamcha, porque <strong>en</strong>tonces abandonaron sus cánticosespirituales y empezaron a bramar de <strong>la</strong> más terr<strong>en</strong>al de <strong>la</strong>s maneras: Satanás, el Carnero, elCarnero, y cosas por el estilo. Ahora era evid<strong>en</strong>te que <strong>la</strong> Hyacinth con <strong>la</strong> que había <strong>en</strong>trado lemiraba con ojos nuevos, de <strong>la</strong> misma forma <strong>en</strong> que él <strong>la</strong> mirara a el<strong>la</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> calle; que tambiénel<strong>la</strong> había empezado a ver algo repugnante; y cuando él vio <strong>la</strong> repugnancia <strong>en</strong> aquel<strong>la</strong> asquerosacara puntiaguda y oscura, estalló: «Hubshess —<strong>la</strong>s insultó, a saber por qué, <strong>en</strong> su descartadal<strong>en</strong>gua materna. Liosas y salvajes, <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mó—. Me dais lástima —espetó—. Cada mañana, almiraros al espejo, t<strong>en</strong>éis que veros de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> oscuridad, de <strong>la</strong> mancha, el reflejo de lo másvil.» Entonces el<strong>la</strong>s le rodearon, una congregación de Hyacinths, <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s que ahora se habíaperdido su propia Hyacinth, indistinguible, que ya no era una persona, sino una-de-tantas, y élrecibía sus golpes emiti<strong>en</strong>do un <strong>la</strong>stimero balido, corri<strong>en</strong>do <strong>en</strong> círculo, buscando <strong>la</strong> salida; hastaque se dio cu<strong>en</strong>ta de que el temor de sus atacantes era mayor que su cólera, y <strong>en</strong>tonces él se


irguió <strong>en</strong> toda su estatura, abrió los brazos y les gritó sonidos diabólicos y el<strong>la</strong>s se dispersaronbuscando refugio y agazapándose detrás de los bancos mi<strong>en</strong>tras él salía del campo de batal<strong>la</strong><strong>en</strong>sangr<strong>en</strong>tado pero con <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te alta.Los sueños pres<strong>en</strong>tan <strong>la</strong>s cosas a su manera; pero Chamcha, al despertarse brevem<strong>en</strong>tecuando su corazón se <strong>la</strong>nzó a un nuevo arrebato sincopado, compr<strong>en</strong>dió con amargura que <strong>la</strong>pesadil<strong>la</strong> no estaba muy lejos de <strong>la</strong> realidad: por lo m<strong>en</strong>os, el s<strong>en</strong>tido era exacto. «Adiós,Hyacinth», p<strong>en</strong>só, quedándose dormido otra vez. Para <strong>en</strong>contrarse <strong>en</strong> el vestíbulo de su propiacasa mi<strong>en</strong>tras, <strong>en</strong> un p<strong>la</strong>no más alto, Jumpy Joshi discutía acaloradam<strong>en</strong>te con Pame<strong>la</strong>. Con miesposa.Y cuando <strong>la</strong> Pame<strong>la</strong> del sueño, imitando a <strong>la</strong> real pa<strong>la</strong>bra por pa<strong>la</strong>bra, hubo r<strong>en</strong>egado desu marido ci<strong>en</strong>to y una veces, él no existe, esto no puede ser, fue él, Jamshed, el virtuoso,qui<strong>en</strong>, dejando a un <strong>la</strong>do el amor y el deseo, le ayudó. Atrás quedó una Pame<strong>la</strong> que sollozaba.«No se te ocurra volver con eso», le gritó desde el último piso, el estudio de Sa<strong>la</strong>din. Jumpy,después de <strong>en</strong>volver a Chamcha <strong>en</strong> piel de cordero y manta, lo llevó por calles oscuras hacia elShaandaar Café, prometiéndole con injustificado optimismo: «Ya verás cómo todo se arreg<strong>la</strong>,ya lo verás. Todo se arreg<strong>la</strong>rá.»Cuando Sa<strong>la</strong>din Chamcha despertó, el recuerdo de estas pa<strong>la</strong>bras le ll<strong>en</strong>ó de amargairritación. ¿Dónde estará Farishta?, se preguntó. Ese canal<strong>la</strong>: apuesto a que a él todo le va bi<strong>en</strong>.P<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to al que volvería más ade<strong>la</strong>nte, con resultados extraordinarios; pero, por elmom<strong>en</strong>to, t<strong>en</strong>ía otras cosas <strong>en</strong> que p<strong>en</strong>sar.Yo soy <strong>la</strong> <strong>en</strong>carnación del mal, p<strong>en</strong>saba. T<strong>en</strong>ía que afrontarlo. Comoquiera que hubierasucedido, era innegable. Ya no soy yo, o no soy sólo yo. Yo soy <strong>la</strong> <strong>en</strong>carnación del mal, de lomás odioso, del pecado.¿Por qué? ¿Por qué yo?¿Qué mal había hecho él? ¿En qué abominación podía incurrir?¿Por qué se le castigaba?, no podía m<strong>en</strong>os que p<strong>en</strong>sar. Y, puestos <strong>en</strong> ello, ¿quién lecastigaba? (Yo mantuve <strong>la</strong> boca cerrada.)¿Acaso él no había perseguido su propia idea del bi<strong>en</strong>, tratando de convertirse <strong>en</strong>aquello que más admiraba, dedicándose con una voluntad rayana <strong>en</strong> <strong>la</strong> obsesión a <strong>la</strong> conquistade lo Inglés? ¿No había trabajado con ahínco, evitando problemas, tratando de convertirse <strong>en</strong>un hombre nuevo? La perseverancia, <strong>la</strong> meticulosidad, <strong>la</strong> moderación, <strong>la</strong> sobriedad, <strong>la</strong>confianza <strong>en</strong> sí mismo, <strong>la</strong> probidad, <strong>la</strong> vida familiar: ¿qué suponía todo ello sino un códigomoral? ¿Era culpa suya que Pame<strong>la</strong> y él no hubieran t<strong>en</strong>ido hijos? ¿Era responsabilidad suya <strong>la</strong>g<strong>en</strong>ética? ¿Podía ser, <strong>en</strong> esta época desquiciada y contradictoria, que él estuviera si<strong>en</strong>dovíctima de... los hados —así dio <strong>en</strong> l<strong>la</strong>mar al ag<strong>en</strong>te que le perseguía— precisam<strong>en</strong>te por suempeño <strong>en</strong> perseguir «el bi<strong>en</strong>»?, ¿que hoy <strong>en</strong> día este afán se considerase un error, peor, unaaberración? Entonces, ¡cuán crueles esos hados para promover su rechazo por el mismo mundoque con tanto fervor había tratado de conquistar!; ¡qué deso<strong>la</strong>dor verse arrojado por <strong>la</strong>s puertasde <strong>la</strong> ciudad que uno creía haber tomado hace tiempo!; ¡qué vil ruindad era arrojarlo otra vez als<strong>en</strong>o de los suyos, de los que tan lejos se sintiera durante tanto tiempo! Entonces brotaron <strong>en</strong> sup<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to recuerdos de Ze<strong>en</strong>y Vakil que él, avergonzado y nervioso, rechazó.El corazón le coceaba viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, y él se s<strong>en</strong>tó e inclinó el cuerpo hacia de<strong>la</strong>nte,buscando aire. Cálmate, o estás acabado. No hay lugar para cavi<strong>la</strong>ciones mortificantes; ya no.Aspiró profundam<strong>en</strong>te; se t<strong>en</strong>dió y vació su m<strong>en</strong>te. El traidor de su pecho reanudó el servicionormal.Basta, Sa<strong>la</strong>din Chamcha, se dijo con firmeza. Basta de creerte el mal. Las apari<strong>en</strong>cias<strong>en</strong>gañan; no hay que juzgar el libro por <strong>la</strong>s tapas. ¿Demonio, Carnero, Shaitan? Yo, no.Yo, no: otro.¿Quién?


* * *Mishal y Anahita <strong>en</strong>traron con el desayuno <strong>en</strong> una bandeja y <strong>la</strong> excitación <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara.Chamcha empezó a devorar los copos de av<strong>en</strong>a y Nescafé, mi<strong>en</strong>tras <strong>la</strong>s niñas, después de unosmom<strong>en</strong>tos de timidez, empezaron a preguntarle al mismo tiempo, sin parar: «Bu<strong>en</strong>o, m<strong>en</strong>udojaleo has traído a esta casa.» «¿No habrás vuelto a cambiar durante <strong>la</strong> noche, verdad?» «Oye,¿no será un truco, verdad? Quiero decir, maquil<strong>la</strong>je o cosa de teatro. Quiero decir que comoJumpy dice que eres actor, yo p<strong>en</strong>sé, bu<strong>en</strong>o...» Y aquí <strong>la</strong> jov<strong>en</strong> Anahita quedó cortada, porqueChamcha, escupi<strong>en</strong>do copos de av<strong>en</strong>a, aulló con indignación: ¿Maquil<strong>la</strong>je? ¿Teatro? ¿Truco?«No ha querido of<strong>en</strong>derte —dijo Mishal ansiosam<strong>en</strong>te hab<strong>la</strong>ndo por su hermana — . Esque hemos p<strong>en</strong>sado, verás, bu<strong>en</strong>o, que sería terrible que no fueras... pero lo eres, c<strong>la</strong>ro que sí,de manera que no hay que preocuparse», terminó rápidam<strong>en</strong>te al ver que Chamcha <strong>la</strong> mirabaotra vez con ojos l<strong>la</strong>meantes. «El caso es —prosiguió Anahita, pero <strong>en</strong> seguida empezó abalbucear—, bu<strong>en</strong>o, quiero decir que nos parece de fábu<strong>la</strong>.» «Se refiere a ti —puntualizóMishal—. Creemos que eres fabuloso.» «Bril<strong>la</strong>nte —dijo Anahita, deslumbrando al perplejoChamcha con una sonrisa—. Mágico. Bu<strong>en</strong>o, definitivo.»«No hemos dormido <strong>en</strong> toda <strong>la</strong> noche —dijo Mishal—. T<strong>en</strong>emos varias ideas.»«Lo que hemos p<strong>en</strong>sado —Anahita estaba temb<strong>la</strong>ndo de emoción— es que ya que tú tehas convertido <strong>en</strong>, <strong>en</strong> eso, bu<strong>en</strong>o, quizá, es decir, probablem<strong>en</strong>te, aunque no lo hayas probado,podría ser que pudieras...» Y su hermana terminó por el<strong>la</strong>: «Que hubieras desarrol<strong>la</strong>do, <strong>en</strong> fin,poderes.»«Bu<strong>en</strong>o, es lo que p<strong>en</strong>samos —agregó Anahita tímidam<strong>en</strong>te al ver que <strong>en</strong> <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te deChamcha se fraguaba una torm<strong>en</strong>ta. Y, retrocedi<strong>en</strong>do hacia <strong>la</strong> puerta, agregó—: Peroprobablem<strong>en</strong>te nos equivocábamos. Sí, era una equivocación. Que te aproveche.» Mishal, antesde escapar, sacó un frasquito de un líquido verde de un bolsillo de su chaquetón a cuadros rojosy negros, lo dejó <strong>en</strong> el suelo al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> puerta y <strong>la</strong>nzó un último disparo: «Perdona, pero dicemamá que te <strong>en</strong>juagues. Es un elixir para el ali<strong>en</strong>to.»* * *Que Mishal y Anahita adoras<strong>en</strong> <strong>la</strong> desfiguración que él aborrecía con toda su alma leconv<strong>en</strong>ció de que «los suyos» estaban tan desequilibrados como él sospechaba hacía tiempo.Que <strong>la</strong>s dos niñas respondieran a su mal humor —cuando, a <strong>la</strong> segunda mañana, le subieron a<strong>la</strong> buhardil<strong>la</strong>, masa<strong>la</strong> dosa <strong>en</strong> lugar de cereal de paquete, con sus pequeños astronautasp<strong>la</strong>teados, y él les gritó: «¿Y ahora t<strong>en</strong>go que comer esta inmundicia extranjera?»—,respondieran, decía, con expresiones de aprobación, no hizo sino empeorar <strong>la</strong>s cosas. «Engrudoindec<strong>en</strong>te —convino Mishal—. Aquí no hay salchichas, qué se le va a hacer.» Arrep<strong>en</strong>tido desu ingratitud, él trató de explicarles que ahora se consideraba, <strong>en</strong> fin, británico... «¿Y nosotras?— preguntó Anahita—. ¿Qué crees que somos nosotras?» Y Mishal confió: «Bang<strong>la</strong>desh nosignifica nada para mí. Sólo un lugar con el que papá y mamá constantem<strong>en</strong>te machacan ymachacan.» Y Anahita, terminante: «Bungleditch* —movi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> cabeza con énfasis—. Así lol<strong>la</strong>mo yo, <strong>en</strong> cualquier caso.»Pero el<strong>la</strong>s no eran británicas, quería decirles él: no realm<strong>en</strong>te, no de un modo que élpudiera admitir. Y, sin embargo, sus viejas certidumbres se le escapaban por mom<strong>en</strong>tos, juntocon su antigua vida... «¿Dónde está el teléfono? —preguntó—. T<strong>en</strong>go que hacer variasl<strong>la</strong>madas.»


Estaba <strong>en</strong> el vestíbulo; Anahita, de sus ahorros, le prestó <strong>la</strong>s monedas. Con <strong>la</strong> cabeza<strong>en</strong>vuelta <strong>en</strong> un turbante prestado y el cuerpo escondido <strong>en</strong> unos pantalones de Jumpy y unoszapatos de Mishal, Chamcha marcó el número del pasado.«Chamcha —dijo <strong>la</strong> voz de Mimi Mamoulian—, tú estás muerto.»Mi<strong>en</strong>tras él estaba fuera sucedió esto: Mimi perdió el conocimi<strong>en</strong>to y perdió los di<strong>en</strong>tes.«Un desfallecimi<strong>en</strong>to, eso fue —explicó, hab<strong>la</strong>ndo con más aspereza de <strong>la</strong> habitual, a causa deciertas dificultades con <strong>la</strong> mandíbu<strong>la</strong>—. ¿La razón? No preguntes. ¿Quién puede pedir razones<strong>en</strong> estos tiempos? ¿Qué número ti<strong>en</strong>es? —preguntó cuando empezó a sonar <strong>la</strong> señal—. Enseguida te l<strong>la</strong>mo.» Pero tardó sus bu<strong>en</strong>os cinco minutos. «He t<strong>en</strong>ido que desaguar. ¿Ti<strong>en</strong>es túuna razón para estar vivo? ¿Por qué <strong>la</strong>s aguas se abrieron para ti y para el otro y se cerraronsobre los demás? No me digas que vosotros erais más dignos. Hoy <strong>en</strong> día eso ya no se lo traganadie, ni siquiera tú, Chamcha. Yo bajaba por Oxford Street buscando zapatos de cocodrilocuando sucedió: yo iba andando, t<strong>en</strong>ía un pie <strong>en</strong> alto, y caí fulminada hacia de<strong>la</strong>nte, como unárbol, dando con <strong>la</strong> barbil<strong>la</strong> <strong>en</strong> el suelo, y todos los di<strong>en</strong>tes quedaron esparcidos por <strong>la</strong> acera, alos pies del hombre que andaba <strong>en</strong> busca de p<strong>la</strong>n. La g<strong>en</strong>te a veces es muy considerada,Chamcha. Cuando volví <strong>en</strong> mí, t<strong>en</strong>ía los di<strong>en</strong>tes bi<strong>en</strong> amontonaditos al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> cara. Al abrirlos ojos y verlos tan monos allí colocados, ¿no es todo un detalle?, me dije. Lo primero quep<strong>en</strong>sé fue: gracias a Dios que t<strong>en</strong>go el dinero. Me lo había hecho coser ahí detrás, condiscreción, desde luego, un bu<strong>en</strong> trabajo, mejor que antes. En fin, que me he tomado unasvacaciones. La cosa de <strong>la</strong>s voces anda fatal, <strong>en</strong>tre tú que te mueres y yo que pierdo los di<strong>en</strong>tes,es que no t<strong>en</strong>emos s<strong>en</strong>tido de <strong>la</strong> responsabilidad. Se ha perdido mucha calidad, Chamcha. Sipones <strong>la</strong> tele o escuchas <strong>la</strong> radio oirás qué bodrio los anuncios de <strong>la</strong> pizza, y <strong>la</strong> publicidad de <strong>la</strong>scervezas, con un ac<strong>en</strong>to alemán de lo más postizo, y los marcianos que com<strong>en</strong> puré de patatasu<strong>en</strong>an como si hubieran v<strong>en</strong>ido de <strong>la</strong> luna. Nos han echado de El Ali<strong>en</strong>s Show. Que te alivies.Por cierto, lo mismo podrías decirme a mí.»De manera que había perdido el trabajo, además de <strong>la</strong> esposa, <strong>la</strong> casa y <strong>la</strong> razón de vivir.«No son sólo los sonidos d<strong>en</strong>tales los que se me tuerc<strong>en</strong> —prosiguió Mimi—. Los jodidosoclusivos me pon<strong>en</strong> a parir. No hago más que p<strong>en</strong>sar que otra vez voy a esparcir toda <strong>la</strong>osam<strong>en</strong>ta por <strong>la</strong> calle. Los años, Chamcha, no tra<strong>en</strong> más que humil<strong>la</strong>ciones. Vi<strong>en</strong>es al mundo,te sacud<strong>en</strong> ll<strong>en</strong>ándote de card<strong>en</strong>ales y luego <strong>la</strong> cascas y te met<strong>en</strong> <strong>en</strong> una urna. De todos modos,aunque no vuelva a trabajar, no ha de faltarme nada hasta el día <strong>en</strong> que me muera. ¿Sabías queahora ando con Billy Battuta? C<strong>la</strong>ro, ¿cómo ibas a saberlo si estabas nadando? Pues sí, cuandome cansé de esperarte, me ligué a un jov<strong>en</strong>cito paisano tuyo. Puedes considerarlo un cumplido.Bu<strong>en</strong>o, t<strong>en</strong>go prisa. Encantada de hab<strong>la</strong>r con los muertos, Chamcha. Otra vez tírate de <strong>la</strong>pa<strong>la</strong>nca de abajo. Hasta luego.»Por naturaleza, yo soy hombre introvertido, dijo él sil<strong>en</strong>ciosam<strong>en</strong>te al teléfonodesconectado. A mi manera, yo he procurado buscar <strong>la</strong> elevación espiritual y, modestam<strong>en</strong>te,adquirir una cierta elegancia. En los días bu<strong>en</strong>os, me parecía que <strong>la</strong> había conseguido, que <strong>la</strong>t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> mi interior, aunque no sabía dónde. Pero se me escapaba. Yo me he <strong>en</strong>redado <strong>en</strong> <strong>la</strong>scosas materiales, <strong>en</strong> el mundo y sus estropicios, y no puedo rehuirlos. Lo grotesco se haapoderado de mí como antes me dominaba lo cotidiano. El mar me arrojó; <strong>la</strong> tierra me arrastra.* Zanja chapucera. (N. del T.)Chamcha resba<strong>la</strong>ba por una p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te gris, y el agua negra le azotaba el corazón. ¿Porqué el r<strong>en</strong>acimi<strong>en</strong>to, <strong>la</strong> segunda oportunidad que les había sido otorgada a Gibreel Farishta y aél, <strong>en</strong> su caso parecía un final perpetuo? Él había vuelto a nacer al conocimi<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> muerte; ylo inescapable del cambio, <strong>la</strong>s cosas-que-no-volverán, el sin-retorno, le asustaba. Cuandopierdes el pasado, te quedas desnudo de<strong>la</strong>nte del despectivo Azraeel, el ángel de <strong>la</strong> muerte.


Resiste, si puedes, se decía. Aférrate al ayer. Deja <strong>la</strong>s marcas de <strong>la</strong>s uñas <strong>en</strong> <strong>la</strong> p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te grismi<strong>en</strong>tras resba<strong>la</strong>s.Billy Battuta: aquel mierda indec<strong>en</strong>te. P<strong>la</strong>yboy pakistaní que convirtió una de tantasag<strong>en</strong>cias de viajes —Battuta's Travels— <strong>en</strong> una flota de superpetroleros. En el fondo, ungángster, famoso por sus idilios con estrel<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> hindi y, según <strong>la</strong>s ma<strong>la</strong>s l<strong>en</strong>guas,por su debilidad por <strong>la</strong>s mujeres b<strong>la</strong>ncas de <strong>en</strong>orme de<strong>la</strong>ntera y anca g<strong>en</strong>erosa, a <strong>la</strong>s que«trataba de ma<strong>la</strong> manera», dicho sea eufemísticam<strong>en</strong>te, y «recomp<strong>en</strong>saba con <strong>la</strong>rgueza». ¿Québuscaba Mimi <strong>en</strong> Billy el malo, su instrum<strong>en</strong>to sexual y su Maserati Biturbo? Para los chicoscomo Battuta, <strong>la</strong>s mujeres b<strong>la</strong>ncas —aunque sean gordas, judías y mandonas— eran para fol<strong>la</strong>ry tirar. Lo que uno odia <strong>en</strong> los b<strong>la</strong>ncos —<strong>la</strong> afición a <strong>la</strong> piel cane<strong>la</strong>— ti<strong>en</strong>es que odiarlotambién cuando se da a <strong>la</strong> inversa, <strong>en</strong> los negros. La intolerancia no es sólo función de poder.Mimi l<strong>la</strong>mó por teléfono a <strong>la</strong> noche sigui<strong>en</strong>te desde Nueva York. Anahita lo l<strong>la</strong>mó consu mejor ac<strong>en</strong>to de maldito yankee y Chamcha, trabajosam<strong>en</strong>te, se puso el disfraz. Cuandollegó al aparato, Mimi había colgado, pero volvió a l<strong>la</strong>mar. «No paga una <strong>la</strong> tarifa transatlánticapara quedarse esperando.» «Mimi —dijo él con desesperación pat<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>la</strong> voz—, no medijiste que te ibas.» «Y tú ni siquiera me diste tu dirección. Así pues, cada cual ti<strong>en</strong>e susecreto.» Él quería decir: Mimi, vuelve a casa, vas a recibir muchos palos. «Le he pres<strong>en</strong>tado a<strong>la</strong> familia —dijo el<strong>la</strong> <strong>en</strong> tono excesivam<strong>en</strong>te festivo—. Imagina, algo así como Yassir Arafatsaluda a los Begin Pero no importa. Todos viviremos.» Él quería decir: Mimi, tú eres todo loque t<strong>en</strong>go. Pero sólo conseguiría irritar<strong>la</strong>. «Quería prev<strong>en</strong>irte contra Billy», fue lo que le dijo.El<strong>la</strong> respondió con frialdad: «Chamcha, escucha. Un día hab<strong>la</strong>remos de esto, porque, apesar de todas tus majaderías, me aprecias. De manera que hazme el favor de t<strong>en</strong>er <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>taque yo soy una mujer intelig<strong>en</strong>te. He leído Finnegans Wake y estoy al corri<strong>en</strong>te de <strong>la</strong>s críticaspostmodernas de Occid<strong>en</strong>te, es decir, que aquí t<strong>en</strong>emos una sociedad que sólo es capaz de <strong>la</strong>imitación: un mundo "romo". Cuando yo me convierto <strong>en</strong> <strong>la</strong> voz de un frasco de sales parabaño, <strong>en</strong>tro <strong>en</strong> "Romo<strong>la</strong>ndia" con los ojos abiertos, sabi<strong>en</strong>do lo que hago y por qué. A saber:que gano dinero y, como mujer intelig<strong>en</strong>te y capaz de hab<strong>la</strong>r durante quince minutos sobre elestoicismo, y más de quince sobre cine japonés, yo te digo, Chamcha, que conozcoperfectam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> reputación de Billy Boy. Tú de explotación no puedes <strong>en</strong>señarme nada.Nosotros ya t<strong>en</strong>íamos explotación cuando todos vosotros aún andabais <strong>en</strong>vueltos <strong>en</strong> pieles.Prueba de ser mujer, judía y fea. Pedirás a gritos ser negro. Perdón por mi francés: mor<strong>en</strong>o.»«Entonces reconoces que él te explota», interpuso Chamcha, pero el torr<strong>en</strong>te lo arrastró.«¿Y puedes tú decirme cuál es <strong>la</strong> puñetera difer<strong>en</strong>cia? —gorjeó el<strong>la</strong> con su voz de "TartaletasTuti"—. Billy es un chico divertido, con un tal<strong>en</strong>to natural para el arte del timo, uno de losgrandes. ¿Quién sabe cuánto ha de durar esto? Voy a decirte algunas de <strong>la</strong>s ideas de <strong>la</strong>s que noquiero saber nada: patriotismo, Dios y amor. Ni puñetera falta para el viaje. Billy me gustaporque se <strong>la</strong>s sabe todas.»«Mimi —dijo él—, me ha ocurrido algo»), pero el<strong>la</strong> seguía <strong>en</strong>frascada <strong>en</strong> sus protestas yno le oyó. Él colgó sin darle <strong>la</strong> dirección.El<strong>la</strong> volvió a l<strong>la</strong>marle semanas después, y para aquel <strong>en</strong>tonces ya se habían fijadoimplícitam<strong>en</strong>te <strong>la</strong>s condiciones: el<strong>la</strong> no preguntó ni él dio sus señas, y era evid<strong>en</strong>te para los dosque una etapa había terminado, que sus caminos se habían separado, que había llegado elmom<strong>en</strong>to de decir adiós. Mimi seguía <strong>en</strong>tusiasmada con Billy: él t<strong>en</strong>ía p<strong>la</strong>nes para hacerpelícu<strong>la</strong>s hindi <strong>en</strong> Ing<strong>la</strong>terra y América, importando a estrel<strong>la</strong>s como Vinod Khanna o Sridevi,para que hicieran cabrio<strong>la</strong>s de<strong>la</strong>nte del ayuntami<strong>en</strong>to de Bradford o del Gold<strong>en</strong> Gate —«desdeluego, se trata de una fórmu<strong>la</strong> para desgravar», cascabeleó Mimi—. En realidad, <strong>la</strong>s cosasestaban poniéndose bastante feas para Billy; Chamcha había visto su nombre <strong>en</strong> los periódicosre<strong>la</strong>cionado con términos tales como «patrul<strong>la</strong> antifraude» y «evasión de impuestos»; pero elque nace para el timo no ti<strong>en</strong>e remedio, dijo Mimi. «Y un día va y me dice: ¿Quieres un visón?Y yo: Billy, no me compres cosas. ¿Y quién hab<strong>la</strong> de comprar?, dice él. T<strong>en</strong>drás un visón. Es


una transacción.» Habían ido a Nueva York y Billy había alqui<strong>la</strong>do un Mercedes negro<strong>la</strong>rguísimo, «con un chófer no m<strong>en</strong>os <strong>la</strong>rgo». Cuando <strong>en</strong>traron <strong>en</strong> <strong>la</strong> peletería parecían un jequepetrolero y su fu<strong>la</strong>na. Mimi se probó modelos de precio, esperando <strong>la</strong> indicación de Billy. Porfin, él dijo: ¿Éste te gusta? Es bonito. Billy, susurró el<strong>la</strong>, que son cuar<strong>en</strong>ta mil, pero él yaestaba liando a <strong>la</strong> dep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>ta: era viernes por <strong>la</strong> tarde, los bancos estaban cerrados, ¿leaceptarían un cheque? «Ahora ya les consta que es un jeque del petróleo, y le dic<strong>en</strong> que sí y nosvamos con el abrigo. Entonces me lleva a otra ti<strong>en</strong>da, a <strong>la</strong> vuelta de <strong>la</strong> esquina, les <strong>en</strong>seña e<strong>la</strong>brigo y les dice: Acabo de comprar esto por cuar<strong>en</strong>ta mil dó<strong>la</strong>res, aquí está el recibo; ¿me dantreinta por él? Necesito el dinero, t<strong>en</strong>go un fabuloso fin de semana <strong>en</strong> perspectiva.» Leshicieron esperar mi<strong>en</strong>tras los de <strong>la</strong> segunda peletería l<strong>la</strong>maban por teléfono a <strong>la</strong> primera. En elcerebro del <strong>en</strong>cargado se dispararon todos los timbres de a<strong>la</strong>rma y, al cabo de cinco minutos,llegaba <strong>la</strong> policía, que arrestaba a Billy por pasar un cheque falso, y él y Mimi estuvieron <strong>en</strong> <strong>la</strong>cárcel todo el fin de semana. El lunes por <strong>la</strong> mañana, cuando abrieron los bancos, resultó que <strong>la</strong>cu<strong>en</strong>ta de Billy t<strong>en</strong>ía un saldo acreedor de cuar<strong>en</strong>ta y dos mil ci<strong>en</strong>to diecisiete dó<strong>la</strong>res, demanera que el cheque era bu<strong>en</strong>o. Él informó a los peleteros de su int<strong>en</strong>ción de demandarlos pordos millones de dó<strong>la</strong>res de indemnización, por difamación. Caso abierto y cerrado, y antes decuar<strong>en</strong>ta y ocho horas concertaban un acuerdo privado por el que Billy retiraba <strong>la</strong> demanda acambio de dosci<strong>en</strong>tos cincu<strong>en</strong>ta mil a tocateja. «¿No es un <strong>en</strong>canto? —preguntó Mimi aChamcha—. El chico es un g<strong>en</strong>io. Quiero decir que esto es c<strong>la</strong>se.»Yo soy un hombre que no se <strong>la</strong>s sabe todas, descubrió Chamcha, y vive <strong>en</strong> un mundoamoral, de aprovechados y sálvese-qui<strong>en</strong>-pueda. Mishal y Anahita Sufyan, que todavía y sinque él pudiera explicárselo, le trataban como una especie de alma geme<strong>la</strong>, a pesar de todo loque él hacía para desanimar<strong>la</strong>s, eran seres que, evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, admiraban a criaturas tales comotrabajadores c<strong>la</strong>ndestinos, rateros y timadores, o sea, a los artistas del escamoteo. Él serectificó: no; admirarlos, no. Ninguna de <strong>la</strong>s dos robaría ni un alfiler. Pero consideraban a estaspersonas como repres<strong>en</strong>tantes de <strong>la</strong> tónica g<strong>en</strong>eral, de <strong>la</strong> época. Por vía de experim<strong>en</strong>to, lescontó el caso de Billy Battuta y el abrigo de visón. A <strong>la</strong>s niñas les bril<strong>la</strong>ban los ojos y al fina<strong>la</strong>p<strong>la</strong>udieron y rieron <strong>en</strong>cantadas: <strong>la</strong> alevosía impune <strong>la</strong>s <strong>en</strong>tusiasmaba. Así, reflexionóChamcha, debía de ap<strong>la</strong>udir <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te ante los actos de los bandidos de antaño: Dick Turpin, NedKelly, Phoo<strong>la</strong>n Devi y, naturalm<strong>en</strong>te, aquel otro Billy: William Bonney, también un Niño.«Juv<strong>en</strong>tud Podrida, Ídolos de Barro —Mishal le leyó el p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to y luego, ri<strong>en</strong>doante su mirada de desaprobación, tradujo sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos a titu<strong>la</strong>res de pr<strong>en</strong>sa amaril<strong>la</strong>, altiempo que adoptaba con su espigado y, según advirtió Chamcha, sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te cuerpo,posturas provocativas. Con un exagerado mohín, segura de haberle excitado, añadió concoquetería—: ¿Besito, besito?»Su hermana m<strong>en</strong>or, para no ser m<strong>en</strong>os, trató de imitar a Mishal, pero con resultadosm<strong>en</strong>os efectivos. Abandonando el int<strong>en</strong>to con cierta impaci<strong>en</strong>cia, dijo, <strong>en</strong>furruñada: «Lo maloes que nosotras t<strong>en</strong>emos el futuro asegurado. Negocio familiar, sin hermanos varones, ¿qué másse puede pedir? El negocio rinde, ¿sabes? Pues así estamos.» La p<strong>en</strong>sión Shaandaar estabacatalogada como «Resid<strong>en</strong>cia para Dormir y Desayuno» del tipo que los consejos de distritoutilizaban cada vez más debido a <strong>la</strong> escasez de vivi<strong>en</strong>das estatales, alojando a familias de cincopersonas <strong>en</strong> una so<strong>la</strong> habitación, cerrando los ojos a <strong>la</strong>s disposiciones sobre higi<strong>en</strong>e y seguridady rec<strong>la</strong>mando al Gobierno C<strong>en</strong>tral subv<strong>en</strong>ciones por «alojami<strong>en</strong>to provisional». «Diez libraspor noche por persona —informó Anahita Chamcha <strong>en</strong> <strong>la</strong> buhardil<strong>la</strong>—. Tresci<strong>en</strong>tas cincu<strong>en</strong>talibras por habitación a <strong>la</strong> semana, es lo que se saca casi siempre. Seis habitaciones ocupadas,echa <strong>la</strong> cu<strong>en</strong>ta. Ahora mismo perdemos tresci<strong>en</strong>tas libras al mes por esta buhardil<strong>la</strong>, por lo queespero que te si<strong>en</strong>tas francam<strong>en</strong>te mal.» Chamcha se dijo que por esa cantidad se podíaalqui<strong>la</strong>r, <strong>en</strong> el sector privado, un apartam<strong>en</strong>to digno para una familia. Pero eso no estaríac<strong>la</strong>sificado como «alojami<strong>en</strong>to provisional». Para estas soluciones no había subv<strong>en</strong>ciones. Yéstas tampoco t<strong>en</strong>drían <strong>la</strong> aprobación de los políticos locales, comprometidos <strong>en</strong> combatir los


«cortes». La lutte continué; mi<strong>en</strong>tras Hind y sus hijas cobraban los alquileres, el místico Sufyanse iba <strong>en</strong> peregrinación a La Meca y regresaba reparti<strong>en</strong>do bu<strong>en</strong>os consejos y sonrisas. Y,detrás de seis puertas que se abrían una r<strong>en</strong>dija cada vez que Chamcha iba al teléfono o al aseo,vivían tal vez hasta treinta seres humanos provisionales, con escasas esperanzas de que se lesdec<strong>la</strong>rara perman<strong>en</strong>tes.El mundo real.«No ti<strong>en</strong>es por qué mirarme con esa cara tan agria y virtuosa —dijo Mishal Sufyan—.Mira dónde te han traído tus bu<strong>en</strong>as costumbres.»* * *«Tu universo se <strong>en</strong>coge.» Hal Va<strong>la</strong>nce, creador y único propietario de El Show de losAli<strong>en</strong>s, era hombre ocupado e invirtió exactam<strong>en</strong>te diecisiete segundos <strong>en</strong> felicitar a Chamchapor estar vivo, antes de empezar a explicarle por qué esta circunstancia no afectaba <strong>la</strong> decisiónde <strong>la</strong> dirección del programa de prescindir de sus servicios. Va<strong>la</strong>nce había empezado <strong>en</strong> elmundo de <strong>la</strong> publicidad, y su vocabu<strong>la</strong>rio se res<strong>en</strong>tía de ello. Pero Chamcha no se quedabaatrás. Tantos años <strong>en</strong> el ramo del dob<strong>la</strong>je te <strong>en</strong>señaban a hab<strong>la</strong>r mal. En <strong>la</strong> jerga del marketing,un universo es el mercado pot<strong>en</strong>cial para un producto o servicio determinado: el universo delchoco<strong>la</strong>te, el universo de <strong>la</strong> dietética. El universo d<strong>en</strong>tal era todo el que t<strong>en</strong>ía di<strong>en</strong>tes; los otroseran el cosmos de <strong>la</strong> d<strong>en</strong>tadura postiza. «Yo me refiero —musitó Va<strong>la</strong>nce al micro con sumejor voz de Garganta Profunda— al universo de <strong>la</strong>s razas ori<strong>en</strong>tales.»Otra vez mi g<strong>en</strong>te: Chamcha, disfrazado con el turbante y el resto de su atu<strong>en</strong>doprestado, estaba agarrado a un teléfono <strong>en</strong> el pasillo, mi<strong>en</strong>tras los ojos de mujeres y niños noperman<strong>en</strong>tes bril<strong>la</strong>ban detrás de puertas <strong>en</strong>tornadas, y se preguntaban qué ma<strong>la</strong> pasada lehabrían hecho ahora los suyos. «No capisco» dijo, recordando <strong>la</strong> debilidad de Va<strong>la</strong>nce por e<strong>la</strong>rgot italoamericano: al fin y al cabo, era el autor del slogan de los p<strong>la</strong>tos preparados: Saboree<strong>la</strong> pizza dal<strong>la</strong> marcha. Pero esta vez Va<strong>la</strong>nce no le siguió <strong>la</strong> corri<strong>en</strong>te. «El control de audi<strong>en</strong>ciaindica que los ori<strong>en</strong>tales no sigu<strong>en</strong> programas ori<strong>en</strong>tales. No les gustan, Chamcha. Ellos estánpor <strong>la</strong> jodida Dinastía, como todo el mundo. Tú no das el tipo, no sé si me <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>des: contigo elprograma resulta excesivam<strong>en</strong>te racial. El Show de los Ali<strong>en</strong>s es una idea muy grande paracondicionar<strong>la</strong> por <strong>la</strong> dim<strong>en</strong>sión racial. No hay más que p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> <strong>la</strong>s posibilidades decomercialización, pero esto no hace falta que yo te lo diga.»Chamcha se miraba <strong>en</strong> el espejito rajado que estaba colgado <strong>en</strong>cima del teléfono.Parecía un g<strong>en</strong>io extraviado <strong>en</strong> busca de <strong>la</strong> lámpara maravillosa. «Es una opinión», respondió aVa<strong>la</strong>nce, compr<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do que sería inútil discutir. Con Hal, todas <strong>la</strong>s explicaciones eranracionalización del hecho consumado. Él era un hombre puram<strong>en</strong>te intuitivo que había hecholema del consejo que, cuando lo del Watergate, diera Garganta Profunda, el informante, a BobWoodward, el periodista: Persigue el dinero. Mandó imprimir <strong>la</strong> frase <strong>en</strong> grandes caracteres y<strong>la</strong> colgó <strong>en</strong> <strong>la</strong> pared de su despacho, <strong>en</strong>cima de un fotograma de Todos los hombres delPresid<strong>en</strong>te: Hal Holbrook (¡otro Hal!) estaba <strong>en</strong> el aparcami<strong>en</strong>to, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s sombras. Persigue eldinero: ello explicaba, como él gustaba de repetir, que se hubiera casado cinco veces, siemprecon mujeres ricas, de cada una de <strong>la</strong>s cuales había recibido una g<strong>en</strong>erosa suma al divorciarse.Actualm<strong>en</strong>te estaba casado con una jov<strong>en</strong>cita desvalida a <strong>la</strong> que le triplicaba <strong>la</strong> edad, con pelocaoba hasta <strong>la</strong> cintura y una mirada espectral que un cuarto de siglo antes hubiera hecho de el<strong>la</strong>una gran belleza. «Ésta no ti<strong>en</strong>e un céntimo; está conmigo por todo lo que t<strong>en</strong>go yo y cuandome lo haya quitado se <strong>la</strong>rgará —dijo Va<strong>la</strong>nce a Chamcha <strong>en</strong> días más felices—. Qué puñeta, yotambién soy humano. Esta vez es amor.» Otro al que le tiraba lo jov<strong>en</strong>. Era lo que privaba.Chamcha, al teléfono, no podía recordar el nombre de <strong>la</strong> jov<strong>en</strong>cita. «Tú ya conoces mi lema»,


decía Va<strong>la</strong>nce. «Sí —respondió Chamcha <strong>en</strong> tono neutro—. La frase justa para el producto.» Yel producto, pedazo de animal, eres tú.Cuando Chamcha conoció a Hal Va<strong>la</strong>nce (¿cuántos años ya? Cinco o seis), mi<strong>en</strong>trasalmorzaba <strong>en</strong> el White Tower, aquel hombre ya era un monstruo: una imag<strong>en</strong> pura, creada porél mismo, una serie de atributos emp<strong>la</strong>stados muy juntos sobre un cuerpo que, <strong>en</strong> pa<strong>la</strong>bras delpropio Hal, «iba para Orson Welles». Fumaba unos cigarros absurdos, de chiste, aunquerechazaba todas <strong>la</strong>s marcas de habanos, llevado de su ideología inflexiblem<strong>en</strong>te capitalista.Poseía un chaleco con <strong>la</strong> Union Jack y se empeñaba <strong>en</strong> izar <strong>la</strong> bandera sobre su ag<strong>en</strong>cia ytambién sobre <strong>la</strong> puerta de su casa de Highgate; t<strong>en</strong>ía t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia a vestir a lo Maurice Chevaliery, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s pres<strong>en</strong>taciones de campaña importantes, cantaba ante sus asombrados cli<strong>en</strong>tes con sucanotier y su bastón con puño de p<strong>la</strong>ta; pret<strong>en</strong>día ser el dueño del primer castillo del Loira quetuvo télex y fax; y se ufanaba de su «íntima» asociación con <strong>la</strong> Primera Ministra, a <strong>la</strong> quel<strong>la</strong>maba afectuosam<strong>en</strong>te «Mrs. Tortura». Hal, con su hab<strong>la</strong> campechana, personificación deltriunfalismo materialista, estaba considerado una de <strong>la</strong>s glorias de <strong>la</strong> época, <strong>la</strong> mitad creativa de<strong>la</strong> ag<strong>en</strong>cia más <strong>la</strong>nzada de <strong>la</strong> ciudad, <strong>la</strong> Va<strong>la</strong>nce & Lang. Al igual que Billy Battuta, era amantede los coches grandes con chófer grande. Se decía que un día, mi<strong>en</strong>tras viajaba a gran velocidadpor una carretera de Cornualles, para «cal<strong>en</strong>tar» a una modelo fin<strong>la</strong>ndesa de metro nov<strong>en</strong>taespecialm<strong>en</strong>te g<strong>la</strong>cial, hubo un accid<strong>en</strong>te: nadie salió herido, pero cuando el otro conductoremergió, furioso, de su destrozado vehículo, resultó ser todavía más grande que el mecánico deHal. Cuando el coloso se acercaba, Hal bajó el cristal de su v<strong>en</strong>tanil<strong>la</strong> con mando eléctrico y,con dulce sonrisa, dijo: «Le recomi<strong>en</strong>do dar media vuelta y salir por piernas; porque, señormío, si no se ha ido antes de quince segundos, voy a hacer que le mat<strong>en</strong>.» Otros g<strong>en</strong>ios de <strong>la</strong>publicidad eran famosos por su trabajo: Mary Wells, por sus aviones Braniff color de rosa;David Ogilvy, por el parche del ojo; Jerry del<strong>la</strong> Femina, por su «De parte de esa g<strong>en</strong>temaravillosa que les deparó Pearl Harbor». Va<strong>la</strong>nce, cuya ag<strong>en</strong>cia se especializaba <strong>en</strong> <strong>la</strong>vulgaridad alegre y barata, a base de muñequita y cachondeo, era conocido <strong>en</strong> el ramo por este(probablem<strong>en</strong>te apócrifo) «voy a hacer que le mat<strong>en</strong>», expresión que, a los iniciados,demostraba que el tío era un g<strong>en</strong>io de verdad. Chamcha siempre sospechó que Hal habíainv<strong>en</strong>tado <strong>la</strong> historia, con sus perfectos ingredi<strong>en</strong>tes del país de <strong>la</strong> publicidad —<strong>la</strong> nórdica reinade los hielos, los dos matones, los coches caros, Va<strong>la</strong>nce <strong>en</strong> el papel de mafioso y 007 bril<strong>la</strong>ndopor su aus<strong>en</strong>cia—, y <strong>la</strong> había hecho circu<strong>la</strong>r porque sabía que era bu<strong>en</strong>a para el negocio.Aquel almuerzo era <strong>en</strong> agradecimi<strong>en</strong>to a Chamcha por su interv<strong>en</strong>ción <strong>en</strong> una reci<strong>en</strong>tecampaña de éxito fulgurante de los productos de régim<strong>en</strong> Slimbix. Sa<strong>la</strong>din era <strong>la</strong> voz de unmuñequito <strong>en</strong> forma de grumo que decía: Ho<strong>la</strong>, soy Cal, una pobre caloría que está muy triste.Cuatro p<strong>la</strong>tos y champán a discreción <strong>en</strong> recomp<strong>en</strong>sa por conv<strong>en</strong>cer a <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te de que se muerade hambre. ¿Y cómo quier<strong>en</strong> que se gane <strong>la</strong> vida una pobre caloría} Gracias a Slimbix, estoysin trabajo. Chamcha no sabía qué podía esperar de Va<strong>la</strong>nce. Lo que recibió fue, por lo m<strong>en</strong>os,<strong>la</strong> verdad lisa y l<strong>la</strong>na. «Has estado bi<strong>en</strong> —le felicitó Hal — , para ser persona de convicciónpigm<strong>en</strong>tada. —Y, sin apartar <strong>la</strong> mirada de <strong>la</strong> cara de Chamcha, prosiguió—: Voy a especificarunos cuantos hechos. Durante los tres últimos meses, rehicimos un anuncio de una manteca decacao porque del estudio del mercado se deducía que t<strong>en</strong>ía mejor aceptación sin el negrito delfondo. Volvimos a grabar <strong>la</strong> canción de una inmobiliaria porque al presid<strong>en</strong>te le pareció que elcantante sonaba a negro, a pesar de que era más b<strong>la</strong>nco que una puta sábana, y a pesar de queun año antes habíamos puesto a un negro que, afortunadam<strong>en</strong>te para él, no adolecía de unexceso de soul. Una importante Compañía de Aviación nos dijo que no usáramos negros <strong>en</strong> susanuncios, ni aunque fueran empleados suyos. Un actor negro que vino a darme una audiciónllevaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> so<strong>la</strong>pa un botón de Igualdad Racial: una mano negra estrechando una manob<strong>la</strong>nca. Y yo le dije: No creas que yo voy a darte un trato especial amigo. ¿Me <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>des?¿Enti<strong>en</strong>des lo que quiero decirte?» Esto es una prueba, compr<strong>en</strong>dió Sa<strong>la</strong>din. «Yo nunca s<strong>en</strong>tíque pert<strong>en</strong>eciera a una raza», respondió. Y tal vez por ello cuando Hal Va<strong>la</strong>nce formó su propia


productora Chamcha estaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> lista prefer<strong>en</strong>te; y tal vez por ello se le dio el papel de MaximAli<strong>en</strong>.Cuando El Show de los Ali<strong>en</strong>s empezó a recibir palos de los radicales negros, pusieronun mote a Chamcha. A causa de su educación de colegio privado y su proximidad al detestadoVa<strong>la</strong>nce lo l<strong>la</strong>maban «El Tío Tom Café con Leche».Evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, durante <strong>la</strong> aus<strong>en</strong>cia de Chamcha, <strong>la</strong> presión política había aum<strong>en</strong>tado,orquestada por un tal Dr. Uhuru Simba. «Doctor <strong>en</strong> qué, quisiera yo saber —dijo Va<strong>la</strong>nce porteléfono con su voz de garganta profunda—. Nuestros investigadores todavía no lo hanaveriguado.» Piquetes masivos, una pres<strong>en</strong>cia realm<strong>en</strong>te viol<strong>en</strong>ta <strong>en</strong> Con derecho a réplica. «Elindividuo es un jodido tanque.» Chamcha los imaginaba, Va<strong>la</strong>nce y Simba, como extremosopuestos. Al parecer, <strong>la</strong>s protestas dieron resultado: Va<strong>la</strong>nce «despolitizaba» el programaechando a Chamcha y poni<strong>en</strong>do <strong>en</strong> su lugar a un <strong>en</strong>orme teutón rubio de mucho torso y tupé,<strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s figuras de maquil<strong>la</strong>je protésico movidas por ord<strong>en</strong>ador. Un Schwarz<strong>en</strong>egger de látex yQuantel, una versión sintética, con l<strong>en</strong>guaje hippie, de Rutger Hauer <strong>en</strong> B<strong>la</strong>de Runner. Losjudíos también habían quedado fuera. En lugar de Mimi, el nuevo programa t<strong>en</strong>dría a unavoluptuosa muñeca shiksa. «Escribí una carta al doctor Simba: puedes metértelo por donde yasabes con tu doctorado. No ha habido respuesta. Le va a costar mucho más que eso apoderarsede este pequeño país. Yo —anunció Hal Va<strong>la</strong>nce—, yo quiero a este jodido país. Por esopi<strong>en</strong>so v<strong>en</strong>derlo a todo el cond<strong>en</strong>ado mundo, Japón, América y <strong>la</strong> jodida Arg<strong>en</strong>tina. Voy av<strong>en</strong>derlo de puta madre. Es lo que he v<strong>en</strong>dido toda mi jodida vida: <strong>la</strong> jodida nación. Labandera.» Él no se oía. Cuando se disparaba <strong>en</strong> este tema, se ponía como <strong>la</strong> grana y hastalloraba. Así lo hizo aquel primer día <strong>en</strong> el White Tower, mi<strong>en</strong>tras se atracaba de comida griega.Ahora Chamcha recordó <strong>la</strong> fecha: fue inmediatam<strong>en</strong>te después de <strong>la</strong> guerra de <strong>la</strong>s Falk<strong>la</strong>nds.Por aquel <strong>en</strong>tonces, <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te t<strong>en</strong>ía t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia a hacer juram<strong>en</strong>tos de fidelidad y a tararear himnos<strong>en</strong> el autobús. De manera que cuando Va<strong>la</strong>nce, con una gran copa de Armagnac de<strong>la</strong>nte,empezó con el tema —«Yo te diré por qué amo a este país»—, Chamcha, que también estaba afavor de <strong>la</strong> campaña de <strong>la</strong>s Falk<strong>la</strong>nds, p<strong>en</strong>só que ya sabía lo que v<strong>en</strong>ía a continuación. PeroVa<strong>la</strong>nce empezó a describir el programa de investigación de una Compañía británicaaeroespacial, cli<strong>en</strong>te suyo, que acababa de revolucionar <strong>la</strong> construcción de los sistemas de guíade misiles estudiando el esquema de vuelo de <strong>la</strong> mosca común. «Rectificación del rumbodurante el vuelo —susurró dramáticam<strong>en</strong>te—. Tradicionalm<strong>en</strong>te, se hacía <strong>en</strong> <strong>la</strong> línea del vuelo:ajustar el ángulo una pizca hacia arriba, un pellizco hacia abajo, un puntito hacia <strong>la</strong> izquierda o<strong>la</strong> derecha. Ahora bi<strong>en</strong>, los ci<strong>en</strong>tíficos que estudiaban <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> ultrarrápida de <strong>la</strong> humildemosca descubrieron que <strong>la</strong>s tías siempre, lo que se dice siempre, corrig<strong>en</strong> <strong>en</strong> ángulo recto. —Hizo una demostración, ext<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do <strong>la</strong> mano con <strong>la</strong> palma p<strong>la</strong>na y los dedos juntos—. ¡Bzzzt!¡Bzzzt! Las muy putas sub<strong>en</strong> y bajan <strong>en</strong> línea vertical o, si no, hacia los <strong>la</strong>dos. Mucho másexacto. Y con m<strong>en</strong>os gasto de combustible. Ahora bi<strong>en</strong>, trata de hacer eso con un motor quedep<strong>en</strong>de de un flujo de aire de morro a co<strong>la</strong>; ¿qué sucede? El desgraciado no puede respirar, separa, baja <strong>en</strong> picado y va a caer <strong>en</strong>cima de tus jodidos aliados. Mal karma. Me sigues, ¿eh?, túsigues lo que te digo. Y <strong>en</strong>tonces esos tipos van e inv<strong>en</strong>tan un motor con flujo de aire <strong>en</strong> tresdirecciones: de morro a co<strong>la</strong>, de arriba abajo y de <strong>la</strong>do a <strong>la</strong>do. Y ¡bingo!: ya t<strong>en</strong>emos un coheteque vue<strong>la</strong> como una mosca y puede tocar una moneda de cincu<strong>en</strong>ta p<strong>en</strong>iques que vaya a unavelocidad de ci<strong>en</strong>to cincu<strong>en</strong>ta kilómetros por hora, a una distancia de cinco kilómetros. Lo queme <strong>en</strong>canta de este país es esto: su g<strong>en</strong>io. Los más grandes inv<strong>en</strong>tores del mundo. Es unapreciosidad. ¿No t<strong>en</strong>go razón?» Hab<strong>la</strong>ba completam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> serio. Chamcha respondió: «Ti<strong>en</strong>esrazón.» «Ti<strong>en</strong>es toda <strong>la</strong> razón <strong>en</strong> que t<strong>en</strong>go razón», confirmó.Se vieron por última vez poco antes de que Chamcha se fuera a Bombay: almuerzodominical <strong>en</strong> <strong>la</strong> mansión de Highgate, con <strong>la</strong> bandera desplegada. Arrimaderos de palo rosa,terraza con urnas de piedra, vista panorámica de una colina cubierta de bosque. Va<strong>la</strong>ncedespotricaba de una urbanización que iba a estropear el paisaje. El almuerzo, como era de


prever, fue patriotero: rosbif, boudin Yorkshire, choux de Bruxelles. Baby, <strong>la</strong> diminuta esposade Hal, no almorzó con ellos, sino que comió pastrami cali<strong>en</strong>te sobre pan de c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>o mi<strong>en</strong>trasjugaba al bil<strong>la</strong>r <strong>en</strong> una habitación contigua. Criados, un borgoña pot<strong>en</strong>te, más Armagnac,cigarros. El paraíso del hombre que se ha hecho a sí mismo, p<strong>en</strong>só Chamcha, y notó que había<strong>en</strong>vidia <strong>en</strong> el p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to.Después del almuerzo, sorpresa. Va<strong>la</strong>nce lo llevó a una habitación <strong>en</strong> <strong>la</strong> que había dosc<strong>la</strong>vicordios de gran finura y delicadeza. «Los hago yo —confesó el anfitrión—. Parare<strong>la</strong>jarme. Baby quiere que le haga una guitarra. —La habilidad de Hal Va<strong>la</strong>nce para <strong>la</strong>ebanistería era indiscutible y, <strong>en</strong> cierto modo, incongru<strong>en</strong>te con el resto de su personalidad — .Mi padre era del oficio», reconoció, a preguntas de Chamcha, y Sa<strong>la</strong>din compr<strong>en</strong>dió que se lehabía otorgado el privilegio de atisbar <strong>la</strong> única parte que quedaba del Va<strong>la</strong>nce original, elHarold derivado de <strong>la</strong> historia y de <strong>la</strong> sangre y no de su cerebro fr<strong>en</strong>ético.Cuando salieron de <strong>la</strong> cámara secreta de los c<strong>la</strong>vicordios, <strong>en</strong> seguida reapareció el HalVa<strong>la</strong>nce de siempre. Apoyado <strong>en</strong> <strong>la</strong> ba<strong>la</strong>ustrada de su terraza, confió: «Lo más asombroso deesa mujer es <strong>la</strong> <strong>en</strong>vergadura de lo que trata de hacer.» ¿Mujer? ¿Baby? Chamcha estabaperplejo. «Me refiero a qui<strong>en</strong> tú ya sabes —explicó Va<strong>la</strong>nce—. Torture. Maggie <strong>la</strong> Zorra. Esuna radical, no te lo discuto. Lo que el<strong>la</strong> pret<strong>en</strong>de, lo que el<strong>la</strong> realm<strong>en</strong>te cree que puedeconseguir, es ni más ni m<strong>en</strong>os que inv<strong>en</strong>tar una nueva recond<strong>en</strong>ada c<strong>la</strong>se media <strong>en</strong> este país.Librarse de esos gilipol<strong>la</strong>s incompet<strong>en</strong>tes del jodido Surrey y Yorkshire y traer g<strong>en</strong>te nueva.G<strong>en</strong>te sin abol<strong>en</strong>go, sin historia. G<strong>en</strong>te hambri<strong>en</strong>ta. G<strong>en</strong>te que buscan y que sab<strong>en</strong> que, conel<strong>la</strong>, <strong>en</strong>contrarán. Nadie había int<strong>en</strong>tado cambiar toda una jodida c<strong>la</strong>se hasta ahora, y loasombroso es que el<strong>la</strong> podría conseguirlo, si antes no <strong>la</strong> hac<strong>en</strong> caer. La c<strong>la</strong>se vieja. Losmuertos. ¿Me sigues?» «Creo que sí», mintió Chamcha. «Y no me refiero sólo a losempresarios —dijo Va<strong>la</strong>nce arrastrando <strong>la</strong>s sí<strong>la</strong>bas—. Los intelectuales también. Fuera contoda esa cuadril<strong>la</strong> trasnochada. Ade<strong>la</strong>nte los chicos con hambre que no fueron a los colegioselegantes. Nuevos profesores, nuevos pintores, de todo. Es una maldita revolución. Es lo nuevoque <strong>en</strong>tra <strong>en</strong> este país que está repleto de jodidos cadáveres. Será digno de ver. Ya lo es.»Baby <strong>en</strong>tró a saludar, con gesto de aburrimi<strong>en</strong>to. «Es hora de que te marches, Chamcha—com<strong>en</strong>tó su marido—. El domingo por <strong>la</strong> tarde nos acostamos y miramos cintas de vídeopornográficas. Es un mundo nuevo, Sa<strong>la</strong>din. Todos han de <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> él algún día.»No hay vuelta de hoja. O estás d<strong>en</strong>tro o estás muerto. No era ésta <strong>la</strong> cre<strong>en</strong>cia deChamcha; ni de Chamcha ni de <strong>la</strong> Ing<strong>la</strong>terra que él ido<strong>la</strong>traba y que había v<strong>en</strong>ido a conquistar.Entonces hubiera t<strong>en</strong>ido que compr<strong>en</strong>der: le daban un aviso. Y, ahora, el tiro de gracia. «Sinma<strong>la</strong> voluntad —murmuraba Va<strong>la</strong>nce a su oído—. Ya nos veremos, ¿eh? De acuerdo.»«Hal —se obligó a objetar—, t<strong>en</strong>go un contrato.» Como un carnero al sacrificio. Ahora<strong>la</strong> voz sonó <strong>en</strong> su oído francam<strong>en</strong>te divertida. «No seas estúpido —le dijo—. Tú no ti<strong>en</strong>es nada.Lee <strong>la</strong> letra pequeña. Dáse<strong>la</strong> a leer a un abogado. Llévame a los tribunales. Haz lo que t<strong>en</strong>gasque hacer. A mí no me importa. ¿No lo <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>des? Tú ya eres historia.» Línea.* * *Mr. Sa<strong>la</strong>din Chamcha, abandonado por una Ing<strong>la</strong>terra extraña y embarrancado <strong>en</strong> otra,recibió, <strong>en</strong> su gran tribu<strong>la</strong>ción, noticias de un antiguo compañero que, evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, gozabade mejor suerte. El grito de su patrona —Tini bénché achénh— le previno de que ocurría algo.Hind avanzaba <strong>en</strong> tromba por los pasillos del Shaandaar Dormir y Desayuno agitando lo queresultó ser un número reci<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> revista india importada Ciné-Blitz. Se abrieron puertas yasomaron los temporales, perplejos y a<strong>la</strong>rmados. Mishal Sufyan emergió de su habitación conun conjunto interior que dejaba varios palmos de tronco al descubierto. Del despacho que


ocupaba al otro <strong>la</strong>do del vestíbulo salió Hanif Johnson, con un incongru<strong>en</strong>te temo de severocorte, fue agredido por el tronco desnudo y se tapó <strong>la</strong> cara con <strong>la</strong>s manos. «Señor, t<strong>en</strong> piedad»,rogó. Mishal, haci<strong>en</strong>do caso omiso, gritó a <strong>la</strong> espalda de su madre: «¿Qué sucede? ¿Quién estávivo?»«Desvergonzada de qué sé yo dónde —gritó Hind desde el fondo del pasillo—. Cubre tudesnudez.»«Que te zurzan —murmuró Mishal <strong>en</strong>tre di<strong>en</strong>tes, mirando a Hanif Johnson con ojosrebeldes—. ¿Y los michelines que a el<strong>la</strong> le asoman <strong>en</strong>tre el sari y el choli? Ya me dirás...» Alotro extremo del oscuro corredor, Hind agitaba Ciné-Blitz de<strong>la</strong>nte de los huéspedes y gritaba:vive. Con el mismo fervor de aquellos griegos que, tras <strong>la</strong> desaparición del político Lambrakis,pintaron con cal por todo el país <strong>la</strong> letra Z. Zi: vive.«¿Quién?», preguntó Mishal otra vez.«Gibreel —gritaron los niños provisionales—. Farishta bénché achén.» Hind, quedesapareció escaleras abajo, no vio cómo volvía a <strong>la</strong> habitación su hija mayor —dejando <strong>la</strong>puerta <strong>en</strong>tornada—, ni cómo tras el<strong>la</strong> <strong>en</strong>traba, después de comprobar que el horizonte estabadespejado, el prestigioso abogado Hanif Johnson, vestido y calzado a <strong>la</strong> europea, queconservaba un despacho <strong>en</strong> el edificio para no r<strong>en</strong>egar de sus raíces, pero t<strong>en</strong>ía también unpróspero bufete <strong>en</strong> un barrio resid<strong>en</strong>cial, estaba muy bi<strong>en</strong> re<strong>la</strong>cionado con el partido <strong>la</strong>boristalocal y había sido acusado por el actual diputado de conspirar para arrebatarle el escaño <strong>en</strong> <strong>la</strong>spróximas elecciones.¿Cuándo cumplía Mishal Sufyan los dieciocho años? Aún le faltaban varias semanas.¿Y dónde estaba su hermana, compañera de cuarto, compinche, sombra, eco y contrapunto?¿Dónde estaba <strong>la</strong> carabina <strong>en</strong> pot<strong>en</strong>cia? No estaba. Pero prosigamos:La noticia de Ciné-Blitz era que una nueva productora cinematográfica con sede <strong>en</strong>Londres, dirigida por el jov<strong>en</strong> f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o de <strong>la</strong>s finanzas Billy Battuta, cuyo interés por el cineera bi<strong>en</strong> conocido, se había asociado con el famoso productor indep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te indio Mr. S. S.Sisodia, con el fin de producir un vehículo para <strong>la</strong> vuelta a <strong>la</strong>s pantal<strong>la</strong>s del leg<strong>en</strong>dario Gibreel,acerca de qui<strong>en</strong> se informaba, <strong>en</strong> exclusiva, que por segunda vez había escapado de <strong>la</strong>s faucesde <strong>la</strong> muerte. «Es cierto que yo figuraba <strong>en</strong> <strong>la</strong> lista de pasajeros con el nombre de Najmuddin—manifestaba <strong>la</strong> estrel<strong>la</strong>—. Sé que, cuando los investigadores descubrieron que con est<strong>en</strong>ombre, que por cierto es el verdadero, yo protegía mi incógnito, ello causó gran dolor <strong>en</strong> mipaís, por lo cual pido perdón sinceram<strong>en</strong>te a mi público. Como pued<strong>en</strong> ver, Dios dispuso queyo perdiera aquel avión, y, puesto que yo deseaba desaparecer durante algún tiempo, omitídesm<strong>en</strong>tir <strong>la</strong> noticia de mi muerte y tomé un vuelo posterior. Fue una suerte; verdaderam<strong>en</strong>te,un ángel debió ve<strong>la</strong>r por mí.» Pero, después de reflexionar, había compr<strong>en</strong>dido que no t<strong>en</strong>íaderecho a ocultar a su público de un modo tan poco deportivo y cruel <strong>la</strong> verdad de los hechos niprivarle de su pres<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong>. «Por lo tanto, he aceptado con todo <strong>en</strong>tusiasmo esteproyecto.» La pelícu<strong>la</strong> sería teológica —¿y cómo no?—, pero difer<strong>en</strong>te a <strong>la</strong>s anteriores. Laacción se desarrol<strong>la</strong>ría <strong>en</strong> una imaginaria y fabulosa ciudad de ar<strong>en</strong>a y narraría el <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro<strong>en</strong>tre un profeta y un arcángel; también <strong>la</strong> t<strong>en</strong>tación del profeta y su elección del camino de <strong>la</strong>pureza y no el de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>udicación. «Es una pelícu<strong>la</strong> que trata de <strong>la</strong> forma <strong>en</strong> que lo nuevo <strong>en</strong>tra<strong>en</strong> el mundo», explicó Sisodia, el productor, a Ciné-Blitz. Pero ¿no podría considerarse unairrever<strong>en</strong>cia, una profanación?.... «De ninguna manera —respondió Billy Battuta—. La ficciónes <strong>la</strong> ficción; los hechos son los hechos. No es nuestra int<strong>en</strong>ción hacer un bodrio como esapelícu<strong>la</strong> El M<strong>en</strong>saje, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que cada vez que se oía hab<strong>la</strong>r al profeta Muhammad (¡paz a sunombre!) sólo se veía <strong>la</strong> cabeza de su camello movi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> boca. Eso, ustedes perdon<strong>en</strong>, not<strong>en</strong>ía c<strong>la</strong>se. Nosotros hacemos una pelícu<strong>la</strong> de calidad y bu<strong>en</strong> gusto. Un re<strong>la</strong>to moral, como...¿cómo los l<strong>la</strong>man ustedes...?, <strong>la</strong>s fábu<strong>la</strong>s.»«Como un sueño», dijo Mr. Sisodia.Cuando, aquel<strong>la</strong> tarde, Anahita y Mishal Sufyan llevaron <strong>la</strong> noticia a <strong>la</strong> buhardil<strong>la</strong>,


Chamcha tuvo el más viol<strong>en</strong>to de los accesos de furor que el<strong>la</strong>s habían pres<strong>en</strong>ciado, una cóleraterrible que le hizo levantar <strong>la</strong> voz hasta una nota tan alta que se desgarraba, como si lehubieran crecido cuchillos <strong>en</strong> <strong>la</strong> garganta que hicieran trizas sus gritos; su ali<strong>en</strong>to pestil<strong>en</strong>te casi<strong>la</strong>s hizo salir despedidas de <strong>la</strong> habitación, y con los brazos levantados y agitando sus patas decarnero, parecía, por fin, el diablo no sólo por el aspecto. «¡Embustero! —gritó al aus<strong>en</strong>teGibreel—. Traidor, desertor, escoria. ¿Que perdiste el avión? Entonces, ¿de quién era <strong>la</strong> cabezaque... <strong>en</strong> mis rodil<strong>la</strong>s, con mis propias manos...? ¿Quién recibió caricias, habló de pesadil<strong>la</strong>s yal fin cayó del cielo cantando?» «Calma, calma —suplicó Mishal, aterrorizada—. Tranquilo, ot<strong>en</strong>dremos aquí a mi madre antes de un minuto.»Sa<strong>la</strong>dittse ser<strong>en</strong>ó y volvió a ser una patética masa caprina completam<strong>en</strong>te inof<strong>en</strong>siva.«No es verdad —gimió—. Lo que pasó nos pasó a los dos.»«Pues c<strong>la</strong>ro —le consoló Anahita—. De todos modos, nadie se cree lo que cu<strong>en</strong>tan esasrevistas de cine. Imprim<strong>en</strong> cualquier cosa.»Las hermanas salieron de <strong>la</strong> habitación andando de espaldas y cont<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do <strong>la</strong>respiración, y dejaron a Chamcha con su dolor, sin observar algo muy curioso. Pero no hay quereprochárselo: el berrinche de Chamcha hubiera distraído al más perspicaz. También hay queseña<strong>la</strong>r, <strong>en</strong> justicia, que el cambio no lo notó ni el propio Sa<strong>la</strong>din.¿Qué sucedió? Esto: durante el breve pero viol<strong>en</strong>to arranque de Chamcha contraGibreel, los cuernos de su cabeza (que por cierto habían crecido varios c<strong>en</strong>tímetros mi<strong>en</strong>tras<strong>la</strong>nguidecía <strong>en</strong> <strong>la</strong> buhardil<strong>la</strong> del Shaandaar D y D), de forma c<strong>la</strong>ra e inconfundible, se habíanacortado unos dos c<strong>en</strong>tímetros.Para ser exactos, debemos seña<strong>la</strong>r que, <strong>en</strong> una región más baja de su transformadocuerpo —d<strong>en</strong>tro de unas calzas prestadas (<strong>la</strong> delicadeza nos impide imprimir detallesexplícitos)—, otra cosa, dejémoslo así, también se contrajo.De todos modos, <strong>la</strong> información de <strong>la</strong> revista cinematográfica resultó excesivam<strong>en</strong>teoptimista y precipitada, por cuanto que, a los pocos días de su aparición, los periódicos localesdaban <strong>la</strong> noticia del arresto de Billy Battuta <strong>en</strong> un bar japonés de Nueva York y de suacompañante fem<strong>en</strong>ina, Mildred Mamoulian, de profesión actriz y cuar<strong>en</strong>ta años de edad. Alparecer, él se había dirigido a numerosas damas preemin<strong>en</strong>tes, «dedicadas a actividadessociales», para pedirles «muy considerables» sumas de dinero que él decía necesitar paracomprar su libertad a una secta de adoradores del diablo. Y es que de timador no te sales: sinduda Mimi Mamoulian habría calificado <strong>la</strong> operación de «hermoso dolo». Apuntando alcorazón de <strong>la</strong> religiosidad americana, suplicando <strong>la</strong> salvación —«cuando se v<strong>en</strong>de el alma,cuesta muy caro recuperar<strong>la</strong>»—, Billy había recaudado, alegaban los investigadores, «sumas deseis cifras». Hacia el final de los años och<strong>en</strong>ta, <strong>la</strong>s congregaciones mundiales de fielesanhe<strong>la</strong>ban el contacto directo con lo sobr<strong>en</strong>atural y Billy, al pret<strong>en</strong>der haber conjurado poderesinfernales (y, por consigui<strong>en</strong>te, precisar ser rescatado de ellos), ofrecía <strong>la</strong> mercancía mássolicitada, especialm<strong>en</strong>te dado que el diablo que él pres<strong>en</strong>taba era democráticam<strong>en</strong>tesusceptible a los dictados del Todopoderoso Dó<strong>la</strong>r. Lo que Billy ponía al alcance de <strong>la</strong>s señorasde Nueva York a cambio de sus g<strong>en</strong>erosos cheques era <strong>la</strong> ratificación: sí, el diablo existe, yo lohe visto con mis propios ojos —¡Ay, Dios, qué horror!— y, si existía Lucifer, t<strong>en</strong>ía que existirGabriel; si se habían visto <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas del infierno, <strong>en</strong>tonces, <strong>en</strong> algún sitio, más allá del arcoiris, t<strong>en</strong>ía que resp<strong>la</strong>ndecer el Paraíso. Al parecer, Mimi Mamoulian había desempeñado unpapel importante <strong>en</strong> el <strong>en</strong>gaño, llorando y suplicando con todo su fervor. Los perdió el excesode confianza, cuando fueron vistos <strong>en</strong> el bar Takesushi (carcajeándose y haci<strong>en</strong>do chistes con elchef) por una tal Mrs. Aile<strong>en</strong> Struwelpeter, que <strong>la</strong> tarde anterior había <strong>en</strong>tregado un cheque decinco mil dó<strong>la</strong>res a <strong>la</strong> <strong>en</strong>tonces atribu<strong>la</strong>da y llorosa pareja. Mrs. Struwelpeter t<strong>en</strong>ía influ<strong>en</strong>cia <strong>en</strong>el Departam<strong>en</strong>to de Policía de Nueva York y, antes de que Mimi terminara su <strong>en</strong>sa<strong>la</strong>da demarisco, ya estaban allí los azules. No se resistieron al arresto. En <strong>la</strong>s fotos del periódico, Mimillevaba un abrigo que Chamcha dedujo sería de visón de cuar<strong>en</strong>ta mil dó<strong>la</strong>res, y t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara


una expresión que sólo admitía una lectura.A hacer puñetas.Durante algún tiempo, no volvió a hab<strong>la</strong>rse de <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> de Farishta.* * *Tal vez sí y tal vez no, a medida que <strong>la</strong> reclusión de Sa<strong>la</strong>din Chamcha <strong>en</strong> el cuerpo deun demonio y <strong>la</strong> buhardil<strong>la</strong> del Shaandaar D y D se prolongaba durante semanas y meses, sehacía evid<strong>en</strong>te que su condición iba de mal <strong>en</strong> peor. Sus cuernos (no obstante su única,mom<strong>en</strong>tánea e inadvertida disminución) se habían hecho más gruesos y más <strong>la</strong>rgos,<strong>en</strong>roscándose <strong>en</strong> artísticos arabescos, tocándolo con un turbante de asta cada vez más oscura.T<strong>en</strong>ía una barba cerrada y <strong>la</strong>rga, incongru<strong>en</strong>te <strong>en</strong> una persona cuya cara de luna siempre fue<strong>la</strong>mpiña; pero ahora criaba más y más pelo <strong>en</strong> todo el cuerpo e, incluso, <strong>en</strong> <strong>la</strong> base de <strong>la</strong> espinadorsal le había salido una fina co<strong>la</strong> que se a<strong>la</strong>rgaba día tras día y que ya le impedía usarpantalones; ahora se metía el nuevo miembro d<strong>en</strong>tro de holgadas calzas bombachas, requisadaspor Anahita Sufyan del amplio surtido de su madre. Se imaginará fácilm<strong>en</strong>te el sufrimi<strong>en</strong>to quele causaba su continua metamorfosis <strong>en</strong> una especie de djinn embotel<strong>la</strong>do. Incluso el apetito sele alteraba. Sa<strong>la</strong>din siempre fue muy exig<strong>en</strong>te con <strong>la</strong> comida, y ahora advertía con horror que supa<strong>la</strong>dar se hacía más y más tosco, de manera que todos los alim<strong>en</strong>tos t<strong>en</strong>ían casi el mismo sabory, <strong>en</strong> cuanto se descuidaba, empezaba a mordisquear <strong>la</strong>s sábanas o el periódico. Cuando se dabacu<strong>en</strong>ta, se sobresaltaba, abochornado por esta nueva prueba de su alejami<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> condiciónhumana y su deg<strong>en</strong>eración <strong>en</strong> —sí— lo cabruno. Y, para colmo, necesitaba cada vez mayorcantidad de elixir bucal para mant<strong>en</strong>er el ali<strong>en</strong>to d<strong>en</strong>tro de unos límites aceptables. Realm<strong>en</strong>teintolerable.Su pres<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> <strong>la</strong> casa era una espina c<strong>la</strong>vada <strong>en</strong> el costado de Hind, <strong>en</strong> qui<strong>en</strong> al dolorpor el alquiler que dejaba de ingresar se sumaban residuos de su terror inicial, aunque es ciertoque el proceso de <strong>la</strong> habituación había obrado <strong>en</strong> el<strong>la</strong> su hechizo, induciéndo<strong>la</strong> a considerar elestado de Sa<strong>la</strong>din como una especie de <strong>en</strong>fermedad de Hombre Elefante, algo que repele peroque no da miedo. «Que no se ponga <strong>en</strong> mi camino y yo no me pondré <strong>en</strong> el suyo —dijo a sushijas—. Y vosotras, que vais a ser <strong>la</strong> causa de mi desesperación, ¿por qué pasáis el tiempo ahímetidas con una persona <strong>en</strong>ferma mi<strong>en</strong>tras os vue<strong>la</strong> <strong>la</strong> juv<strong>en</strong>tud? Yo no sé, pero <strong>en</strong> esta Vi<strong>la</strong>yetparece que todo aquello que yo creía es m<strong>en</strong>tira, como <strong>la</strong> idea de que <strong>la</strong>s muchachas ti<strong>en</strong><strong>en</strong> queayudar a su madre, p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> el matrimonio, aplicarse <strong>en</strong> sus estudios y no s<strong>en</strong>tarse por ahí conmachos cabríos a los que nosotros solemos degol<strong>la</strong>r <strong>en</strong> Big Eid.»Su marido, no obstante, seguía mostrándose solícito, incluso después del extrañoincid<strong>en</strong>te que ocurrió cuando él subió a <strong>la</strong> buhardil<strong>la</strong> y sugirió a Sa<strong>la</strong>din que quizá <strong>la</strong>s niñas noestuvieran descaminadas, quizá <strong>la</strong>, cómo decirlo, <strong>la</strong> posesión de su cuerpo podría terminar por<strong>la</strong> intercesión de un mul<strong>la</strong>h. Al oír m<strong>en</strong>cionar al sacerdote, Chamcha se levantó sobre los pies,alzando los brazos sobre <strong>la</strong> cabeza y, por alguna causa, <strong>la</strong> habitación se ll<strong>en</strong>ó de un humosulfuroso, y un trompeteo temblón, agudo y desgarrador perforó el tímpano de Sufyan comouna <strong>la</strong>nza. El humo se desvaneció re<strong>la</strong>tivam<strong>en</strong>te de prisa, porque Chamcha abrió una v<strong>en</strong>tana ylo ahuy<strong>en</strong>tó, al tiempo que pedía disculpas a Sufyan, viol<strong>en</strong>to y sofocado. «Realm<strong>en</strong>te, no sé loque me pasó, pero hay mom<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> los que temo estar convirtiéndome <strong>en</strong> algo, algo realm<strong>en</strong>temalo.»Sufyan, alma compasiva, se acercó a Chamcha, que estaba s<strong>en</strong>tado con <strong>la</strong>s manos <strong>en</strong> loscuernos, le dio palmadas <strong>en</strong> el hombro y trató de animarlo. «La cuestión de <strong>la</strong> mutabilidad de <strong>la</strong>es<strong>en</strong>cia del ser ha sido objeto de profundo debate — dijo con azorami<strong>en</strong>to—. Por ejemplo, elgran Lucrecio, <strong>en</strong> De rerum natura nos dice: quodcumque suis mutatum finibus exit, continuo


hoc mors est illius quod fuit ante. Que, traducido, y disculpe <strong>la</strong> torpeza, quiere decir: "Aquelloque, por <strong>la</strong> mutación, sale de su demarcación", que se sale de madre, vaya (o, quizá, quetraspasa sus límites), que, por así decirlo, desobedece sus propias leyes, aunque es unatraducción excesivam<strong>en</strong>te libre, yo pi<strong>en</strong>so... "esa cosa", de todos modos, dice Lucrecio "conello produce <strong>la</strong> muerte inmediata de su ser anterior". Ahora bi<strong>en</strong> —y el ex maestro de escue<strong>la</strong>levantó el dedo—, el poeta Ovidio, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s Metamorfosis, sust<strong>en</strong>ta una opinión diametralm<strong>en</strong>teopuesta. Él afirma: "Como <strong>la</strong> cera dúctil", o sea, cali<strong>en</strong>te, de <strong>la</strong> que se usa para sel<strong>la</strong>r undocum<strong>en</strong>to o cosa así, "puede ser marcada con nuevos cuños. Y cambia de forma y no parece <strong>la</strong>misma. Y no obstante es <strong>la</strong> misma, así también nuestra alma" (¿oye usted esto, señor mío?¡Nuestro espíritu! ¡Nuestra es<strong>en</strong>cia inmortal!) "sigue si<strong>en</strong>do siempre <strong>la</strong> misma, pero adopta <strong>en</strong>sus migraciones formas siempre cambiantes".»Sufyan descansaba el cuerpo ora <strong>en</strong> un pie, ora <strong>en</strong> el otro, <strong>en</strong>ardecido por el <strong>en</strong>canto de<strong>la</strong>s viejas pa<strong>la</strong>bras. «Para mí no hay más que Ovidio y Lucrecio —dec<strong>la</strong>ró—. Su alma, mipobre señor, es <strong>la</strong> misma. Es sólo que, <strong>en</strong> su migración, ha adoptado esta forma difer<strong>en</strong>te.»«F<strong>la</strong>co consuelo. —Chamcha consiguió imprimir a sus pa<strong>la</strong>bras un vestigio de su viejacausticidad—. O bi<strong>en</strong> acepto a Lucrecio y saco <strong>la</strong> conclusión de que <strong>en</strong> lo más hondo de mí seopera una mutación demoníaca e irreversible, o me quedo con Ovidio y concedo que todo loque ahora emerge de mí no es sino una manifestación de lo que ya había antes.»«He expuesto torpem<strong>en</strong>te mi argum<strong>en</strong>to —se disculpó Sufyan tristem<strong>en</strong>te—. Yo sóloquería conso<strong>la</strong>rle.»«¿Qué consuelo puede haber para un hombre cuyo viejo amigo y salvador es también e<strong>la</strong>mante de su esposa —respondió Chamcha con amarga retórica, mi<strong>en</strong>tras su ironía se ap<strong>la</strong>stababajo el peso de su dolor—, con lo que favorece, como sus viejos libros confirmarán sin duda, eldesarrollo de los cuernos?»* * *Jumpy Joshi, el viejo amigo, era incapaz de olvidar ni durante un mom<strong>en</strong>to de sus horasde vigilia que, por primera vez desde que t<strong>en</strong>ía uso de razón, le faltaba <strong>la</strong> fuerza de voluntadpara acomodar su forma de vida a sus normas de moral. En el c<strong>en</strong>tro deportivo <strong>en</strong> el que<strong>en</strong>señaba técnicas de artes marciales a un número creci<strong>en</strong>te de alumnos, haci<strong>en</strong>do hincapié <strong>en</strong>el aspecto espiritual de <strong>la</strong>s disciplinas, con gran regocijo del alumnado («Ah, sí, mi pequeñosaltamontes —se bur<strong>la</strong>ba Mishal Sufyan, su alumna estrel<strong>la</strong>—, cuando hono<strong>la</strong>ble celdo fascistasalta soble ti <strong>en</strong> osculo callejón, <strong>en</strong>séñale doctlina de Buda antes de pateal hono<strong>la</strong>bles huevos»),empezó a manifestar tan apasionada int<strong>en</strong>sidad que los alumnos, compr<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do que elloexpresaba cierta angustia interior, se a<strong>la</strong>rmaron. Cuando Mishal le interrogó al final de unasesión que los había dejado a los dos magul<strong>la</strong>dos y jadeantes, durante <strong>la</strong> cual maestro y alumnaav<strong>en</strong>tajada se habían <strong>la</strong>nzado uno contra otro como <strong>en</strong>amorados anhe<strong>la</strong>ntes, él, con insólitafalta de franqueza, respondió a sus preguntas con evasivas. «Mira tú quién hab<strong>la</strong> —dijo él—.La paja y <strong>la</strong> viga.» Estaban al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong>s máquinas automáticas de bebidas. El<strong>la</strong> se <strong>en</strong>cogió dehombros. «Está bi<strong>en</strong> —dijo—. Confieso, pero guárdame el secreto.» Él a<strong>la</strong>rgó el brazo hacia suCoke. «¿Qué secreto?» El inoc<strong>en</strong>te de Jumpy. Mishal le susurró al oído: «T<strong>en</strong>go un amante y estu amigo Mister Hanif Johnson, abogado.»Él se escandalizó y esto <strong>la</strong> irritó. «Anda ya. Que no t<strong>en</strong>go quince años.» Él respondiódébilm<strong>en</strong>te: «Si tu madre llegara...», y nuevam<strong>en</strong>te el<strong>la</strong> se impaci<strong>en</strong>tó: «Si quieres que te diga<strong>la</strong> verdad, <strong>la</strong> que me preocupa es Anahita, que siempre quiere hacer todo lo que yo hago. Y el<strong>la</strong>,por cierto, sí que ti<strong>en</strong>e quince años.» Jumpy observó que había volcado su vaso de papel y t<strong>en</strong>íaCoke <strong>en</strong> <strong>la</strong>s zapatil<strong>la</strong>s. «Ahora te toca a ti —insistió Mishal — . Yo lo he reconocido. Ahora,


tú.» Pero Jumpy no podía; todavía sacudía <strong>la</strong> cabeza por lo de Hanif. «Esto sería su ruina»,dijo. Esto fue <strong>la</strong> guinda. Mishal levantó <strong>la</strong> barbil<strong>la</strong>. «Ya te <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do —dijo—. Soy muy pocacosa para él, ¿verdad? —y, por <strong>en</strong>cima del hombro, mi<strong>en</strong>tras se alejaba—: Dime, Saltamontes:¿los hombres santos no folian?»No tan santo. Él no t<strong>en</strong>ía más madera de santo que el David Carradine de Kung Fu:Jumpy era como el Saltamontes. Todos los días se agotaba tratando de mant<strong>en</strong>erse alejado delcaserón de Notting Hill, y todas <strong>la</strong>s noches terminaba de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> puerta de Pame<strong>la</strong>, con elpulgar <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca, mordiéndose <strong>la</strong>s pieles, ahuy<strong>en</strong>tando al perro y sus propios remordimi<strong>en</strong>tos y<strong>en</strong>trando directam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el dormitorio. Y allí se arrojaban el uno sobre el otro, buscando con <strong>la</strong>boca el sitio por el que habían optado, o apr<strong>en</strong>dido, a empezar: los <strong>la</strong>bios de él, <strong>en</strong> los pezonesde el<strong>la</strong> y los de el<strong>la</strong>, <strong>en</strong> el otro pulgar de más abajo de él.El<strong>la</strong> había llegado a adorar esta impaci<strong>en</strong>cia, porque era seguida por una paci<strong>en</strong>cia comono había conocido <strong>en</strong> su vida, <strong>la</strong> paci<strong>en</strong>cia del hombre que nunca ha sido «atractivo» y, por lotanto, agradece todo lo que se le ofrece, o así lo creía el<strong>la</strong> al principio; pero luego apr<strong>en</strong>dió avalorar <strong>la</strong> consideración y at<strong>en</strong>ción que él dedicaba a <strong>la</strong>s t<strong>en</strong>siones internas de el<strong>la</strong>, porquecompr<strong>en</strong>día <strong>la</strong> dificultad que su cuerpo fino, huesudo, de pechos pequeños, t<strong>en</strong>ía para descubrirun ritmo, acompasarse y, finalm<strong>en</strong>te, r<strong>en</strong>dirse a él: su s<strong>en</strong>tido del tiempo. El<strong>la</strong> le quería tambiénpor su abnegación; amaba <strong>en</strong> él, aunque compr<strong>en</strong>día que no era una bu<strong>en</strong>a razón, <strong>la</strong> prontitudcon que él v<strong>en</strong>cía sus escrúpulos para estar con el<strong>la</strong>; amaba <strong>en</strong> él el deseo que había arrol<strong>la</strong>dotodos sus imperativos anteriores. Lo amaba sin querer ver, <strong>en</strong> este amor, el principio del fin.Hacia el final del acto del amor, el<strong>la</strong> se agitaba: «¡Youu! —gritaba, con toda <strong>la</strong>aristocracia de su ac<strong>en</strong>to conc<strong>en</strong>trada <strong>en</strong> <strong>la</strong>s sí<strong>la</strong>bas incoher<strong>en</strong>tes de su abandono—. ¡Buaa!¡Jai! Hah.»Todavía bebía copiosam<strong>en</strong>te, bourbon escocés, y una franja roja le atravesaba <strong>la</strong> cara.Bajo el efecto del alcohol, su ojo derecho se reducía a <strong>la</strong> mitad del tamaño del izquierdo, y é<strong>la</strong>dvirtió con horror que empezaba a repugnarle. Pero no se podía hab<strong>la</strong>r de su afición a <strong>la</strong>bebida: <strong>la</strong> única vez que lo int<strong>en</strong>tó, él se <strong>en</strong>contró <strong>en</strong> <strong>la</strong> calle, con los zapatos <strong>en</strong> <strong>la</strong> manoderecha y el abrigo sobre el brazo izquierdo. Después de aquello él volvió: y el<strong>la</strong> le abrió <strong>la</strong>puerta, y subió directam<strong>en</strong>te al dormitorio, como si nada hubiera ocurrido. Los tabúes dePame<strong>la</strong>: chistes sobre su asc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia, m<strong>en</strong>ción de <strong>la</strong>s «víctimas» de <strong>la</strong> botel<strong>la</strong> de whisky y todainsinuación de que su difunto esposo, el actor Sa<strong>la</strong>din Chamcha, estaba con vida y habitaba alotro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> ciudad <strong>en</strong> una casa de huéspedes, bajo <strong>la</strong> forma de una bestia sobr<strong>en</strong>atural.Ahora, Jumpy —que <strong>en</strong> un principio <strong>la</strong> atosigaba con el tema de Sa<strong>la</strong>din, dici<strong>en</strong>do quelo que el<strong>la</strong> t<strong>en</strong>ía que hacer era divorciarse, que aquel<strong>la</strong> pret<strong>en</strong>sión de viudez era intolerable: ¿ylos bi<strong>en</strong>es de él, su derecho a una parte de <strong>la</strong> propiedad y demás? El<strong>la</strong> no querría dejarlo <strong>en</strong> <strong>la</strong>miseria, ¿verdad?—, ahora, Jumpy ya no le reprochaba su conducta poco razonable. «Yo t<strong>en</strong>goconfirmación de su muerte —le dijo el<strong>la</strong> <strong>la</strong> única vez que se avino a decir algo sobre el tema—.¿Y qué ti<strong>en</strong>es tú? Un macho cabrío, un f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o de circo, eso no ti<strong>en</strong>e nada que ver conmigo.»Y también esto, al igual que <strong>la</strong> bebida, empezaba a distanciarlos. Las c<strong>la</strong>ses de artes marcialesde Jumpy se hacían más vehem<strong>en</strong>tes a medida que estos problemas se agigantaban <strong>en</strong> suespíritu.Paradójicam<strong>en</strong>te, mi<strong>en</strong>tras Pame<strong>la</strong> se negaba rotundam<strong>en</strong>te a afrontar los hechosre<strong>la</strong>cionados con su marido aus<strong>en</strong>te, se vio involucrada, a causa de sus actividades <strong>en</strong> el comitéde re<strong>la</strong>ciones de <strong>la</strong> comunidad del barrio, <strong>en</strong> <strong>la</strong> investigación de presuntos casos de brujería<strong>en</strong>tre los ag<strong>en</strong>tes de policía de <strong>la</strong> comisaría del distrito. De vez <strong>en</strong> cuando se hab<strong>la</strong>ba de ciertas«irregu<strong>la</strong>ridades» <strong>en</strong> determinadas comisarías —Notting Hill, K<strong>en</strong>tish Town, Islington—, pero¿brujería? Jumpy se mostraba escéptico. «Tu problema —le dijo Pame<strong>la</strong> con su voz más altivay displic<strong>en</strong>te— es que todavía ti<strong>en</strong>es <strong>la</strong> idea de que <strong>la</strong> normalidad es lo normal. Dios mío, miralo que pasa <strong>en</strong> este país. Un puñado de policías pirados que se quitan <strong>la</strong> ropa y beb<strong>en</strong> orina <strong>en</strong>los cascos no es algo insólito. Si quieres, puedes l<strong>la</strong>marlo francmasonería de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se


trabajadora. Todos los días vi<strong>en</strong><strong>en</strong> a verme negros locos de miedo hab<strong>la</strong>ndo que si el obeah,que si <strong>la</strong> tripa del pollo, qué sé yo. Los muy cerdos disfrutan con esto: asustan a los pobresdiablos con sus propios abracadabras y, al mismo tiempo, pasan una noche movidita. ¿Que no?¡Despierta ya, puñeta!» Al parecer, <strong>la</strong> persecución de brujas era cosa de familia: de MatthewHopkins a Pame<strong>la</strong> Love<strong>la</strong>ce. En <strong>la</strong> voz de Pame<strong>la</strong>, cuando hab<strong>la</strong>ba <strong>en</strong> <strong>la</strong>s reuniones públicas, <strong>en</strong><strong>la</strong> radio e, incluso, <strong>en</strong> los programas regionales de <strong>la</strong> televisión, vibraba todo el celo y autoridaddel viejo Cazabrujas G<strong>en</strong>eral, y sólo gracias a su voz de Gloriana siglo veinte su campaña no seextinguió instantáneam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre el regocijo g<strong>en</strong>eral. Se necesita escoba para barrer a <strong>la</strong>sbrujas. Se hab<strong>la</strong>ba de una investigación oficial. Pero lo que indignaba a Jumpy era <strong>la</strong> negativade Pame<strong>la</strong> a re<strong>la</strong>cionar sus argum<strong>en</strong>tos acerca de los policías ocultistas con el caso de su propiomarido: porque, al fin y al cabo, <strong>la</strong> transformación de Sa<strong>la</strong>din Chamcha t<strong>en</strong>ía que verprecisam<strong>en</strong>te con <strong>la</strong> idea de que <strong>la</strong> normalidad ya no estaba compuesta (si alguna vez lo estuvo)por triviales elem<strong>en</strong>tos «normales». «No ti<strong>en</strong>e nada que ver», dijo el<strong>la</strong> categóricam<strong>en</strong>te cuandoél apuntó <strong>la</strong> posibilidad; autoritaria como el juez de <strong>la</strong> horca, p<strong>en</strong>só él.* * *Después de que Mishal Sufyan le reve<strong>la</strong>ra sus ilegales re<strong>la</strong>ciones sexuales con HanifJohnson, Jumpy, camino de casa de Pame<strong>la</strong> Chamcha, tuvo que sofocar varios p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tosfanáticos, tales como de no ser hijo de padre b<strong>la</strong>nco, él no habría hecho eso; Hanif, p<strong>en</strong>sabacon rabia, aquel imbécil que, probablem<strong>en</strong>te, se hacía muescas <strong>en</strong> el pito para llevar <strong>la</strong> cu<strong>en</strong>tade <strong>la</strong>s conquistas, aquel Johnson que aspiraba a repres<strong>en</strong>tar a su g<strong>en</strong>te y que no podía esperar aque fueran mayores de edad para empezar a joderlos..., ¿no se daba cu<strong>en</strong>ta de que Mishal, apesar de aquel cuerpo omnisci<strong>en</strong>te era sólo, sólo, ¿una niña? —No; no era una niña—. Puesmaldito sea, maldito sea (y aquí Jumpy se escandalizó a sí mismo) por haber sido el primero.Jumpy, <strong>en</strong> route hacia <strong>la</strong> casa de su amante, trataba de conv<strong>en</strong>cerse a sí mismo de quesu res<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to hacia Hanif, su amigo Hanif, era, es<strong>en</strong>cialm<strong>en</strong>te —¿cómo expresarlo?—lingüístico. Hanif dominaba a <strong>la</strong> perfección los l<strong>en</strong>guajes que importaban: sociológico,socialista, negro radical, anti-anti-antirracista, demagógico, retórico y sermónico: los léxicosdel poder. Pero tú, imbécil, tú revuelves <strong>en</strong> mis cajones y te ríes de mis estúpidas poesías. Elverdadero problema del l<strong>en</strong>guaje, cómo doblegarlo y moldearlo, cómo hacer de él nuestralibertad, cómo reconquistar sus pozos <strong>en</strong>v<strong>en</strong><strong>en</strong>ados, cómo dominar el río de pa<strong>la</strong>bras detiempo de sangre: de todo esto no ti<strong>en</strong>es ni idea. Cuán dura <strong>la</strong> lucha, cuán inevitable <strong>la</strong> derrota.A mí nadie va a elegirme para nada. Ni base de poder, ni distrito electoral, sólo <strong>la</strong> batal<strong>la</strong> con<strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras. Pero él, Jumpy, también t<strong>en</strong>ía que reconocer que su <strong>en</strong>vidia de Hanif se basabatambién <strong>en</strong> el mayor dominio del l<strong>en</strong>guaje del deseo que poseía el otro. Mishal Sufyan era algoserio, una belleza a<strong>la</strong>rgada y tubu<strong>la</strong>r, pero él, aunque se le hubiera ocurrido, nunca habríasabido cómo, nunca se habría atrevido. El l<strong>en</strong>guaje es valor: es <strong>la</strong> habilidad para concebir unp<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to, decirlo y, diciéndolo, hacerlo realidad.Cuando Pame<strong>la</strong> Chamcha le abrió <strong>la</strong> puerta, él descubrió que el pelo se le había vueltob<strong>la</strong>nco durante <strong>la</strong> noche y que su reacción a esta inexplicable ca<strong>la</strong>midad fue afeitarse <strong>la</strong> cabezay esconder<strong>la</strong> <strong>en</strong> un absurdo turbante color burdeos que no quería quitarse.«Ocurrió sin más —dijo—. No hay que descartar <strong>la</strong> posibilidad de que me hayanembrujado.»Él no lo admitía. «Ni hay que descartar tampoco <strong>la</strong> idea de que sea una reacción, aunqueretardada, a <strong>la</strong> noticia de <strong>la</strong> vuelta de tu marido, aunque <strong>en</strong> estado alterado.»El<strong>la</strong> se volvió a mirarle, a medio tramo de <strong>la</strong> escalera del dormitorio, y, teatralm<strong>en</strong>te,señaló <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, que estaba abierta. «En tal caso —dijo, triunfal—, ¿por qué al perro


le ha ocurrido lo mismo?»* * *Aquel<strong>la</strong> noche, él tal vez le hubiera dicho que quería romper, que su conci<strong>en</strong>cia ya no lepermitía seguir —tal vez hubiera estado dispuesto a arrostrar su furor y asumir <strong>la</strong> paradoja deque una decisión pudiera ser a un tiempo lícita e inmoral (por cruel, uni<strong>la</strong>teral y egoísta)—;pero cuando él <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> el dormitorio, el<strong>la</strong> le tomó <strong>la</strong> cara <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s manos y, observándoleávidam<strong>en</strong>te para ver cómo recibía <strong>la</strong> noticia, le confesó que le había m<strong>en</strong>tido <strong>en</strong> lo de quetomaba precauciones. Estaba embarazada. O sea que resultaba que el<strong>la</strong> era mucho más hábilque él <strong>en</strong> tomar decisiones uni<strong>la</strong>terales y, s<strong>en</strong>cil<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te, se había servido de él para t<strong>en</strong>er el hijoque Sa<strong>la</strong>din Chamcha no pudo darle. «Yo lo deseo —gritó, <strong>en</strong> tono de desafío y a bocajarro—.Y lo t<strong>en</strong>dré.»El egoísmo de el<strong>la</strong>, al anticiparse, frustró el de él. Entonces descubrió que se s<strong>en</strong>tíaaliviado: absuelto de <strong>la</strong> responsabilidad de tomar decisiones morales y poner<strong>la</strong>s <strong>en</strong> práctica —porque, ¿cómo iba a dejar<strong>la</strong> ahora?—, y ahuy<strong>en</strong>tó estos p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos y dejó que el<strong>la</strong>,suavem<strong>en</strong>te pero con inconfundible empeño, lo empujara hacia <strong>la</strong> cama.* * *Tanto si Sa<strong>la</strong>din Chamcha, <strong>en</strong> su l<strong>en</strong>ta metamorfosis, estaba convirtiéndose <strong>en</strong> unaespecie de mutante de ci<strong>en</strong>cia-ficción o vídeo de horror, una criatura fruto del azar que <strong>en</strong> brevesería eliminada por <strong>la</strong> selección natural, como si estaba evolucionando <strong>en</strong> avatar del Señor delInfierno, o lo que fuera, lo cierto es (y <strong>en</strong> esta cuestión bi<strong>en</strong> estará proceder con caute<strong>la</strong>,pasando de hecho demostrado a hecho demostrado, sin sacar conclusiones precipitadas hastaque nuestro camino de baldosas amaril<strong>la</strong>s de <strong>la</strong>s cosas incontrovertibles nos haya dejado acuatro dedos de nuestro punto de destino), el caso es, decía, que <strong>la</strong>s dos hijas de Haji Sufyan lehabían tomado bajo su tute<strong>la</strong>, cuidando de <strong>la</strong> Bestia como sólo <strong>la</strong>s Bel<strong>la</strong>s pued<strong>en</strong>; y que, amedida que pasaban los días, él llegó a querer<strong>la</strong>s de verdad. Durante mucho tiempo, Mishal yAnahita se le antojaron inseparables, <strong>la</strong> mano y su sombra, <strong>la</strong> soga y el caldero, Anahita, <strong>la</strong>pequeña, siempre detrás de su espigada y vivaz hermana, practicando patadas de karate ygolpes de antebrazo de Wing Chun con ha<strong>la</strong>gador afán de emu<strong>la</strong>ción de <strong>la</strong> intrépida Mishal.Pero últimam<strong>en</strong>te, él había advertido <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s dos hermanas una hostilidad que le <strong>en</strong>tristecía.Una noche, desde <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana de <strong>la</strong> buhardil<strong>la</strong>, Mishal seña<strong>la</strong>ba algunos de los personajeshabituales de <strong>la</strong> calle, el anciano sikh, al que un ataque racial había dejado mudo de <strong>la</strong>impresión; se decía que no había vuelto a hab<strong>la</strong>r desde hacía siete años, antes de los cuales erauno de los pocos jueces de paz «negros» de <strong>la</strong> ciudad..., pero ya no pronunciaba s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cias, y atodas partes le acompañaba una esposa gruñona que le trataba con despectiva exasperación: Oh,no se apur<strong>en</strong> por él, porque nunca dice ni mu; y ahí vi<strong>en</strong>e el «contable» (definición de Mishal)con su aspecto vulgar, que vuelve a casa con su cartera y una caja de caramelos; de éste sedecía <strong>en</strong> <strong>la</strong> calle que había desarrol<strong>la</strong>do <strong>la</strong> extraña necesidad de cambiar de sitio los muebles de<strong>la</strong> sa<strong>la</strong> durante media hora cada noche, colocando <strong>la</strong>s sil<strong>la</strong>s <strong>en</strong> fi<strong>la</strong>, de dos <strong>en</strong> dos, con un pasilloc<strong>en</strong>tral y fingiéndose el conductor de un autobús de un solo piso camino de Bang<strong>la</strong>desh,fantasía obsesiva <strong>en</strong> <strong>la</strong> que toda su familia t<strong>en</strong>ía que tomar parte, y, al cabo de media horajusta, se le pasa, y durante el resto del día es el tipo más aburrido que puedas imaginar; y, alcabo de unos mom<strong>en</strong>tos de esta char<strong>la</strong>, Anahita, <strong>la</strong> quinceañera, interrumpió malévo<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te:


«Lo que quiere decir es que tú no eres <strong>la</strong> única víctima, que por aquí abundan los tipos raros,que no hay más que mirar alrededor.»Mishal había adquirido <strong>la</strong> costumbre de hab<strong>la</strong>r de <strong>la</strong> Calle como si fuera un campo debatal<strong>la</strong> mitológico y el<strong>la</strong>, <strong>en</strong> lo alto, <strong>en</strong> <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana de <strong>la</strong> buhardil<strong>la</strong> de Chamcha, el ángelnarrador y, también, exterminador. Por el<strong>la</strong> supo Chamcha <strong>la</strong>s fábu<strong>la</strong>s de los nuevos kurus ypandavas, los racistas b<strong>la</strong>ncos y <strong>la</strong>s brigadas de «ayuda propia» o vigi<strong>la</strong>ntes queprotagonizaban este moderno Mahabharata o, para ser exactos, Mahavi<strong>la</strong>yet. Allá arriba,debajo del pu<strong>en</strong>te del ferrocarril, el Fr<strong>en</strong>te Nacional solía batal<strong>la</strong>r con los intrépidos radicalesdel Partido Socialista Obrero, «todos los domingos, desde <strong>la</strong> hora del cierre hasta <strong>la</strong> de apertura—rió con desdén—, y luego nosotros, toda <strong>la</strong> puta semana, arreg<strong>la</strong>ndo el estropicio». En esecallejón fue donde <strong>la</strong> policía cazó a los Tres de Brickhall y luego les colgó el muerto; por esabocacalle se llega al esc<strong>en</strong>ario del asesinato del jamaicano Ulysses E. Lee, y <strong>en</strong> ese bar <strong>la</strong>mancha de <strong>la</strong> alfombra seña<strong>la</strong> el sitio <strong>en</strong> el que Jatinder Singh Mehta <strong>la</strong> espichó. «Elthatcherismo deja s<strong>en</strong>tir sus efectos», dec<strong>la</strong>mó, mi<strong>en</strong>tras Chamcha, que ya no t<strong>en</strong>ía voluntad nipa<strong>la</strong>bras para discutir con el<strong>la</strong>, de hab<strong>la</strong>r de justicia y del derecho de g<strong>en</strong>tes, observaba elcreci<strong>en</strong>te furor de Anahita. «Ahora ya no hay grandes batal<strong>la</strong>s —s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ció Mishal—. Ahora sepractica <strong>la</strong> operación, <strong>en</strong> pequeña esca<strong>la</strong> y el culto al individuo, ¿no? En otras pa<strong>la</strong>bras, cinco oseis canal<strong>la</strong>s b<strong>la</strong>ncos que nos asesinan, uno a uno.» Aquel<strong>la</strong>s noches, <strong>la</strong>s patrul<strong>la</strong>s de vigi<strong>la</strong>ntesrondaban <strong>la</strong> Calle, buscando brega. «Es nuestro campo —dijo Mishal Sufyan de aquel<strong>la</strong> calle,<strong>en</strong> <strong>la</strong> que no se veía ni una brizna de hierba—. Que v<strong>en</strong>gan a quitárnos<strong>la</strong> si pued<strong>en</strong>.»«¡Míra<strong>la</strong>! —estalló Anahita—. El<strong>la</strong>, tan señorita, ¿verdad? Tan fina. Imagina lo quediría mamá si lo supiera.» «¿Si supiera el qué, serp...?» Pero Anahita no se ami<strong>la</strong>naba: «Oh, sí— gritó—. Lo sabemos todo, no creas que no. Que <strong>la</strong> señorita va a los shows de beat bhangradel domingo por <strong>la</strong> mañana y se viste de trasto cutre <strong>en</strong> el <strong>la</strong>vabo de señoras, y con quién secontonea y con quién se <strong>en</strong>rol<strong>la</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> discoteca Cera Cali<strong>en</strong>te; se ha creído que estoy <strong>en</strong> <strong>la</strong>snubes, que no sé lo de aquel baile de blues al que se fue con el señor Ya-sabes-quién Mamón-Fantasma..., bonita hermana. —Y, de colofón, <strong>la</strong> apoteosis—: Ésa acabará muri<strong>en</strong>do decomosel<strong>la</strong>me ignorancia.» Se refería, como Chamcha y Mishal compr<strong>en</strong>dieron inmediatam<strong>en</strong>te—los anuncios del cine <strong>en</strong> los que unas lápidas funerarias expresionistas surgían de <strong>la</strong> tierra yel mar habían hecho ca<strong>la</strong>r el m<strong>en</strong>saje—, al Sida.Mishal se echó sobre su hermana y le tiró del pelo. Anahita, a pesar del dolor, aún pudo<strong>la</strong>nzar otra pul<strong>la</strong>: «Por lo m<strong>en</strong>os, yo no llevo <strong>la</strong> cabeza como un acerico; se necesita estar piradopara pr<strong>en</strong>darse de eso», y <strong>la</strong>s dos hermanas se fueron, dejando a Chamcha desconcertado ante<strong>la</strong> súbita y total aceptación por Anahita de <strong>la</strong> ética de <strong>la</strong> feminidad propugnada por su madre. Seavecinan complicaciones, se dijo. Y <strong>la</strong>s complicaciones llegaron sin tardar.* * *Con más y más frecu<strong>en</strong>cia, cuando estaba solo, Chamcha se s<strong>en</strong>tía caer <strong>en</strong> unembotami<strong>en</strong>to que llegaba a hacerle perder el conocimi<strong>en</strong>to, como el muñeco al que se le acaba<strong>la</strong> cuerda, y <strong>en</strong> aquel<strong>la</strong>s aus<strong>en</strong>cias, que siempre finalizaban inmediatam<strong>en</strong>te antes de <strong>la</strong> llegadade alguna visita, su cuerpo emitía ruidos a<strong>la</strong>rmantes, aullidos de infernales wahwah pedals, elcrepitar snaredrum de huesos satánicos. Mi<strong>en</strong>tras tanto, él, poco a poco, crecía. Y, <strong>en</strong> <strong>la</strong> mismamedida, crecían también los rumores de su pres<strong>en</strong>cia; no puedes t<strong>en</strong>er a un demonio <strong>en</strong>cerrado<strong>en</strong> <strong>la</strong> buhardil<strong>la</strong> e imaginar que vas a poder guardarlo siempre para ti solo.Cómo trasc<strong>en</strong>dió <strong>la</strong> noticia (porque los que estaban <strong>en</strong> el secreto no despegaban los<strong>la</strong>bios: los Sufyan, porque temían perder <strong>la</strong> cli<strong>en</strong>te<strong>la</strong>; los provisionales, porque su s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tode evanesc<strong>en</strong>cia les incapacitaba, mom<strong>en</strong>táneam<strong>en</strong>te, para <strong>la</strong> acción; y, todos, porque temían <strong>la</strong>


llegada de <strong>la</strong> policía, que no desperdiciaba oportunidad de <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> un establecimi<strong>en</strong>to comoaquél, tropezar accid<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te con unos cuantos muebles y pisar sin querer varios brazospiernas cuellos): Chamcha empezó a aparecerse <strong>en</strong> sueños a los vecinos. A los mul<strong>la</strong>hs de <strong>la</strong>Jamme Masjid, que antes fuera <strong>la</strong> sinagoga Maczikel HaDath que, a su vez, había sustituido a<strong>la</strong> iglesia calvinista de los hugonotes; y al doctor Uhuru, el hombre-montaña africano delsombrero de botones y poncho rojo-amarillo-negro que <strong>en</strong>cabezara <strong>la</strong> eficaz protesta contra ElShow de los Ali<strong>en</strong>s y al que Mishal Sufyan aborrecía más que a ningún otro negro del mundopor su manía de pegar <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca a <strong>la</strong>s mujeres decididas, a el<strong>la</strong> misma, por ejemplo, <strong>en</strong>público, <strong>en</strong> una reunión, con muchos testigos, pero eso no detuvo al doctor; es un imbécil dijoun día a Chamcha señalándolo desde <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana de <strong>la</strong> buhardil<strong>la</strong>, capaz de cualquierbarbaridad; hubiera podido matarme, y todo porque dije a <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te que él no era africano, quelo conocía de cuando era Sylvester Roberts a secas, de New Cross; un médico brujo de mierda,si quieres que te diga lo que pi<strong>en</strong>so; y <strong>la</strong> propia Mishal, y Jumpy, y Hanif, y el Conductor delAutobús, todos soñaban con él, le veían alzarse <strong>en</strong> <strong>la</strong> Calle como el Apocalipsis y quemar <strong>la</strong>ciudad como una tostada. Y <strong>en</strong> cada uno de los mil y un sueños, él, Sa<strong>la</strong>din Chamcha,agigantado y tocado de cornam<strong>en</strong>ta, cantaba, con una voz tan diabólicam<strong>en</strong>te horrible y guturalque se hacía imposible id<strong>en</strong>tificar los versos, a pesar de que los sueños resultaron t<strong>en</strong>er <strong>la</strong>terrorífica propiedad de ser seriados: cada uno continuaba donde había quedado <strong>la</strong> noche antes,y así sucesivam<strong>en</strong>te, noche tras noche, hasta que incluso el Hombre Sil<strong>en</strong>cioso —el antiguojuez de paz que no había hab<strong>la</strong>do desde <strong>la</strong> noche <strong>en</strong> que, <strong>en</strong> un restaurante indio, un jov<strong>en</strong>borracho le puso un cuchillo debajo de <strong>la</strong> nariz, am<strong>en</strong>azó con cortarle y luego cometió elmucho peor delito de escupir <strong>en</strong> su comida—, hasta que este pacífico caballero asombró a suesposa al s<strong>en</strong>tarse <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, t<strong>en</strong>der el cuello hacia de<strong>la</strong>nte, como una paloma, golpearse <strong>la</strong>smuñecas junto a <strong>la</strong> oreja izquierda y cantar con voz est<strong>en</strong>tórea una canción tan extraña,acompañada de tanta electricidad estática, que <strong>la</strong> mujer no pudo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der ni una pa<strong>la</strong>bra.Muy pronto, porque ya nada tarda mucho tiempo, <strong>la</strong> imag<strong>en</strong> del demonio de los sueñosempezó a cundir y se hizo popu<strong>la</strong>r, eso sí, únicam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre <strong>la</strong> que Hal Va<strong>la</strong>nce l<strong>la</strong>maracondición pigm<strong>en</strong>tada. Mi<strong>en</strong>tras los no pigm<strong>en</strong>tados neogeorgianos soñaban con un <strong>en</strong>emigosulfuroso que ap<strong>la</strong>staba bajo su humeante pezuña sus perfectam<strong>en</strong>te restauradas vivi<strong>en</strong>das, losnocturnales mor<strong>en</strong>os-y-negros ac<strong>la</strong>maban <strong>en</strong> sueños a este casi-negro-como-no-podía-serm<strong>en</strong>os,quizás un poquito atropel<strong>la</strong>do por el destino c<strong>la</strong>se raza historia y demás, pero quealzaba el culo del asi<strong>en</strong>to para repartir un poco de leña.Al principio, estos sueños eran cosas de <strong>la</strong> intimidad de cada cual, pero muy prontoempezaron a invadir <strong>la</strong>s horas de vigilia, cuando los detallistas y fabricantes asiáticos debotones camisetas carteles compr<strong>en</strong>dieron <strong>la</strong> fuerza del sueño, y de <strong>la</strong> noche a <strong>la</strong> mañanaaquel<strong>la</strong> imag<strong>en</strong> apareció <strong>en</strong> todas partes, <strong>en</strong> el pecho de <strong>la</strong>s jov<strong>en</strong>citas y <strong>en</strong> los escaparates conte<strong>la</strong> metálica a prueba de <strong>la</strong>drillo: desafío y advert<strong>en</strong>cia. Simpatía para el Diablo: vieja canciónque vuelve. Los chiquillos de <strong>la</strong> Calle se ponían cuernos de goma <strong>en</strong> <strong>la</strong> cabeza, como añosatrás, cuando preferían imitar a los extraterrestres, llevaban bo<strong>la</strong>s rosa y verde bai<strong>la</strong>ndo alextremo de <strong>en</strong>hiestos a<strong>la</strong>mbres. El símbolo del Macho Cabrío, con el puño levantado <strong>en</strong>ademán de fuerza, empezó a aparecer <strong>en</strong> pancartas <strong>en</strong> <strong>la</strong>s manifestaciones políticas, Salvemos alos Seis, Libertad para los Cuatro, Fuera los Cincu<strong>en</strong>ta y Siete de Heinz. Celebro conocerte,cantaban <strong>la</strong>s radios, a ver si adivinas quién soy yo. Los oficiales de policía <strong>en</strong>cargados de <strong>la</strong>sre<strong>la</strong>ciones con <strong>la</strong>s comunidades informaban del «creci<strong>en</strong>te culto al diablo observado <strong>en</strong>trejóv<strong>en</strong>es negros y asiáticos» calificándolo de «deplorable t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia», y utilizaban este«resurgimi<strong>en</strong>to satanista» para combatir los alegatos de Mrs. Pame<strong>la</strong> Chamcha y del comitélocal de re<strong>la</strong>ciones con <strong>la</strong>s comunidades: «¿Quiénes son ahora <strong>la</strong>s brujas?» «Chamcha —dijoMishal, <strong>en</strong>tusiasmada—, eres un héroe. Me refiero a que <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te se id<strong>en</strong>tifica realm<strong>en</strong>tecontigo. Es una imag<strong>en</strong> que <strong>la</strong> sociedad b<strong>la</strong>nca ha rechazado durante tanto tiempo, que nosotrospodemos adoptar<strong>la</strong>, ¿compr<strong>en</strong>des?, asumir<strong>la</strong>, rec<strong>la</strong>mar<strong>la</strong>, apropiárnos<strong>la</strong>. Ya es hora de que


empieces a p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> pasar a <strong>la</strong> acción.»«Vete de aquí —gritó Sa<strong>la</strong>din, perplejo—. Esto no es lo que yo quería. Esto no es lo queyo pret<strong>en</strong>día, <strong>en</strong> absoluto.»«Pues, de todos modos, con lo que estás creci<strong>en</strong>do, pronto no vas a caber <strong>en</strong> estabuhardil<strong>la</strong>», replicó Mishal, of<strong>en</strong>dida.Indudablem<strong>en</strong>te, <strong>la</strong>s cosas se acercaban al punto crítico.* * *«Anoche rajaron a otra ancianita —anunció Hanif Johnson, imitando el ac<strong>en</strong>to de losnegros de Trinidad con su estilo peculiar—. Una m<strong>en</strong>o a cobrá <strong>la</strong> seguridá sosial.» AnahitaSufyan, de guardia detrás del mostrador del Shaandaar Café, metía ruido con los p<strong>la</strong>tos y <strong>la</strong>stazas. «No <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do por qué haces eso —se <strong>la</strong>m<strong>en</strong>tó—. Me pone ma<strong>la</strong>.» Hanif, sin hacerle caso,se s<strong>en</strong>tó al <strong>la</strong>do de Jumpy, que murmuró distraído: «¿Qué se dice por ahí?» Su próximapaternidad le agobiaba, y Hanif le dio una palmada <strong>en</strong> <strong>la</strong> espalda. «La poesía anda de capacaída, hermano —se compadeció—. Es como si el río de sangre se hubiera coagu<strong>la</strong>do.» Unamirada de Jumpy le hizo cambiar de tono. «Se dice lo que se dice —respondió—. Se busca aindividuos de color que circu<strong>la</strong>n <strong>en</strong> coche. Ahora bi<strong>en</strong>, si <strong>la</strong> víctima fuera b<strong>la</strong>nca, dirían: "Nohay motivos para sospechar móvil racial." Yo te aseguro —prosiguió, abandonando el ac<strong>en</strong>to—que, a veces, <strong>la</strong> magnitud de <strong>la</strong> agresividad que bulle bajo <strong>la</strong> piel de esta ciudad me asusta. Y nome refiero únicam<strong>en</strong>te al maldito destripa-abue<strong>la</strong>s. Es algo que está <strong>en</strong> todas partes. Tropiezassin querer con el periódico de un tío <strong>en</strong> el tr<strong>en</strong>, <strong>en</strong> hora punta, y te expones a que te rompa <strong>la</strong>cara. Y es que todo el mundo está que muerde. Y también va por ti, compañero», terminó, alobservar <strong>la</strong> expresión de su amigo. Jumpy se puso <strong>en</strong> pie, se excusó y salió sin una explicación.Hanif abrió los brazos y miró a Anahita con su sonrisa más <strong>en</strong>cantadora: «¿Qué le he hechoyo?»Anahita sonrió a su vez con dulzura: «¿Nunca se te ha ocurrido p<strong>en</strong>sar, Hanif, que a lomejor <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te no te traga?» Cuando se supo que el Destrípador de Abue<strong>la</strong>s había vuelto aactuar, empezaron a oírse con frecu<strong>en</strong>cia creci<strong>en</strong>te <strong>la</strong>s suger<strong>en</strong>cias de que el esc<strong>la</strong>recimi<strong>en</strong>to delos espantosos asesinatos de ancianas por un «ser diabólico» —que invariablem<strong>en</strong>te dejaba <strong>la</strong>svísceras de sus víctimas bi<strong>en</strong> colocadas alrededor del cuerpo: un pulmón <strong>en</strong> cada oreja y elcorazón, por razones obvias, <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca— podía dep<strong>en</strong>der de que se investigara el ocultismopracticado por los negros de <strong>la</strong> ciudad, que tantos motivos de preocupación daba a <strong>la</strong>sautoridades. Las det<strong>en</strong>ciones e interrogatorios de «mor<strong>en</strong>os» se int<strong>en</strong>sificaron, al igual que <strong>la</strong>frecu<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong>s redadas a los establecimi<strong>en</strong>tos «sospechosos de albergar célu<strong>la</strong>s ocultistasc<strong>la</strong>ndestinas». Lo que ocurría, aunque nadie lo reconocía ni, al principio, compr<strong>en</strong>día, era quetodos, negros indios b<strong>la</strong>ncos, habían empezado a ver <strong>en</strong> <strong>la</strong> figura del sueño a un ser real, un<strong>en</strong>te que había cruzado <strong>la</strong> frontera, eludi<strong>en</strong>do los controles normales, y ahora andaba suelto por<strong>la</strong> ciudad. Inmigrante ilegal, rey del hampa, criminal deg<strong>en</strong>erado o héroe racial, Sa<strong>la</strong>dinChamcha empezaba a ser verdad. Los rumores-circu<strong>la</strong>ban <strong>en</strong> todas direcciones: unfisioterapeuta v<strong>en</strong>dió a los dominicales un cu<strong>en</strong>to acerca de un perro de <strong>la</strong>nas, nadie lo creyó,pero cuando el río su<strong>en</strong>a, agua lleva, decía <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te; <strong>la</strong> situación se hacía más y más precaria yno tardaría <strong>en</strong> llegar el día <strong>en</strong> que <strong>la</strong> redada del Shaandaar Café descubriera todo el asunto.Intervinieron los sacerdotes, agregando otro elem<strong>en</strong>to volátil —<strong>la</strong> re<strong>la</strong>ción <strong>en</strong>tre el términonegro y el pecado de b<strong>la</strong>sfemia— a <strong>la</strong> mezc<strong>la</strong>. En su buhardil<strong>la</strong>, l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, Sa<strong>la</strong>din Chamchacrecía.


* * *Entre Lucrecio y Ovidio, Chamcha prefirió al primero. El alma inconstante, <strong>la</strong>mutabilidad de todas <strong>la</strong>s cosas, das Ich, <strong>la</strong> última partícu<strong>la</strong>. El ser, <strong>en</strong> su paso por <strong>la</strong> vida, puedeconvertirse <strong>en</strong> algo distinto de sí mismo, otro, separado, cerc<strong>en</strong>ado de su historia. A veces,p<strong>en</strong>saba <strong>en</strong> Ze<strong>en</strong>y Vakil, <strong>en</strong> aquel otro p<strong>la</strong>neta, Bombay, <strong>en</strong> el confín más remoto de <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia:Ze<strong>en</strong>y, eclecticismo, hibridez. ¡El optimismo de aquel<strong>la</strong>s ideas! ¡La certidumbre <strong>en</strong> <strong>la</strong> que seas<strong>en</strong>taban: libre albedrío, de posibilidad de elección! Pero, Ze<strong>en</strong>y mía, <strong>la</strong> vida es algo que,s<strong>en</strong>cil<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te, te ocurre: como un accid<strong>en</strong>te. No: te ocurre como resultado de tu condición.Elección, no, sino —<strong>en</strong> el mejor de los casos— proceso y, <strong>en</strong> el peor, horror, el cambio total.Lo nuevo: él buscaba otra cosa y esto era lo que había conseguido.R<strong>en</strong>cor, también, y odio, s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos ruines. Pues bi<strong>en</strong>, él <strong>en</strong>traría <strong>en</strong> su nuevo yo: élsería aquello <strong>en</strong> lo que se había convertido: soez, fétido, repel<strong>en</strong>te, descomunal, inhumano,poderoso. Le parecía que ext<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do el dedo meñique podía derribar los campanarios de <strong>la</strong>siglesias, merced a aquel<strong>la</strong> fuerza que crecía <strong>en</strong> él, <strong>la</strong> cólera, <strong>la</strong> cólera, <strong>la</strong> cólera. Poderes.Buscaba algui<strong>en</strong> a qui<strong>en</strong> echar <strong>la</strong> culpa. También él soñaba y, <strong>en</strong> sus sueños, una forma,una cara, se acercaba flotando, todavía fantasmagórica, difusa, pero un día, muy pronto, podríal<strong>la</strong>mar<strong>la</strong> por su nombre.Yo soy, admitió, lo que soy. Sumisión.* * *Su vida de reclusión <strong>en</strong> el Shaandaar D y D terminó bruscam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> noche <strong>en</strong> que HanifJohnson <strong>en</strong>tró gritando que habían arrestado a Uhuru Simba por los asesinatos de <strong>la</strong>s ancianas,y corría el rumor de que también le acusarían de <strong>la</strong> magia negra, que él sería el cabeza de turcosacerdote vudú baron samedi y ya empezaban <strong>la</strong>s represalias: palizas, at<strong>en</strong>tados contra <strong>la</strong>propiedad, lo de siempre. «Cerrad <strong>la</strong>s puertas —dijo Hanif a Sufyan y Hind—. Va a ser unama<strong>la</strong> noche.» Hanif se había p<strong>la</strong>ntado <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro del café, confiando <strong>en</strong> el efecto que causaría<strong>la</strong> noticia, por lo que cuando Hind se acercó y le abofeteó con todas sus fuerzas, el golpe lepilló tan desprev<strong>en</strong>ido que se desmayó, más de <strong>la</strong> sorpresa que del dolor. Fue reanimado porJumpy, que le echó un vaso de agua, como había apr<strong>en</strong>dido de <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s, pero para <strong>en</strong>toncesHind ya estaba arriba, arrojando su material de oficina a <strong>la</strong> calle: <strong>la</strong>s cintas de máquina y <strong>la</strong>scintas rojas utilizadas para atar docum<strong>en</strong>tos legales trazaban festivos arabescos <strong>en</strong> el aire.Anahita Sufyan, acuciada por <strong>la</strong> diabólica punzada de los celos, había de<strong>la</strong>tado a Hind <strong>la</strong>sre<strong>la</strong>ciones de Mishal con el jov<strong>en</strong> abogado y político <strong>en</strong> ciernes, y ya nada pudo det<strong>en</strong>er a Hind,todos sus años de humil<strong>la</strong>ción se desbordaron; por si fuera poco estar atrapada <strong>en</strong> este paísll<strong>en</strong>o de judíos y extranjeros que <strong>la</strong> equiparaban a los negros, por si fuera poco que su maridofuera un hombre débil que hacía <strong>la</strong> peregrinación pero no se preocupaba del decoro de supropio hogar, ahora, esto: fue <strong>en</strong> busca de Mishal con un cuchillo de cocina y su hija respondiócon una serie de patadas y golpes, solo def<strong>en</strong>sa propia, ya que de lo contrario habría sidomatricidio. Hanif recobró el conocimi<strong>en</strong>to y vio que Haji Sufyan lo miraba trazando con <strong>la</strong>smanos pequeños círculos de impot<strong>en</strong>cia a cada <strong>la</strong>do del cuerpo y llorando abiertam<strong>en</strong>te,incapaz de hal<strong>la</strong>r consuelo <strong>en</strong> <strong>la</strong> erudición, porque mi<strong>en</strong>tras para <strong>la</strong> mayoría de los musulmanesel viaje a La Meca es <strong>la</strong> mayor b<strong>en</strong>dición, para él resultó el comi<strong>en</strong>zo de una maldición.«Márchate —dijo—. Hanif, amigo, márchate», pero Hanif no estaba dispuesto a irse sin soltarlo que llevaba d<strong>en</strong>tro, demasiado tiempo he cal<strong>la</strong>do, gritó, vosotros, con toda vuestramoralidad, no dudáis <strong>en</strong> <strong>en</strong>riqueceros explotando a los de vuestra propia raza, y <strong>en</strong>tonces se


descubrió que Haji Sufyan no sabía los precios que cobraba su esposa, que no se los decía yque se había asegurado el sil<strong>en</strong>cio de sus hijas con terribles juram<strong>en</strong>tos, porque sospechaba que,si él llegaba a <strong>en</strong>terarse, <strong>en</strong>contraría <strong>la</strong> manera de devolver el dinero y <strong>la</strong> familia seguiríapudriéndose <strong>en</strong> <strong>la</strong> pobreza; y, después de aquello, él, el espíritu jovial del Shaandaar Café,perdió <strong>la</strong> ilusión de vivir. Entró Mishal <strong>en</strong> el café; oh, <strong>la</strong> vergü<strong>en</strong>za de <strong>la</strong> intimidad familiar,expuesta como un melodrama barato ante <strong>la</strong> mirada de los cli<strong>en</strong>tes —aunque, <strong>en</strong> realidad, <strong>la</strong>última bebedora de té ya se alejaba tan de prisa como sus viejas piernas se lo permitían—.Mishal traía maletas. «Yo también me marcho —anunció—. Probad de det<strong>en</strong>erme. Sólo faltanonce días.»Cuando Hind vio a su hija mayor a punto de salir de su vida para siempre, compr<strong>en</strong>dióel precio que hay que pagar por dar asilo bajo el propio techo al Príncipe de <strong>la</strong>s Tinieb<strong>la</strong>s.Suplicó a su esposo que fuera s<strong>en</strong>sato, que compr<strong>en</strong>diera que su bondad y su g<strong>en</strong>erosidad loshabían arrojado a todos al infierno, y que si echaban de <strong>la</strong> casa a aquel diablo de Chamcha, talvez pudieran volver a ser <strong>la</strong> familia feliz y trabajadora de antaño. Pero ap<strong>en</strong>as acabó de hab<strong>la</strong>r,<strong>la</strong> parte alta de <strong>la</strong> casa empezó a crujir y estremecerse y se oyó el ruido de algo que bajaba <strong>la</strong>escalera gruñ<strong>en</strong>do y —por lo m<strong>en</strong>os, eso parecía— cantando, con una voz tan ronca que eraimposible <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der <strong>la</strong> letra.Al fin fue Mishal qui<strong>en</strong> subió a su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro, Mishal, de <strong>la</strong> mano de Hanif Johnson,mi<strong>en</strong>tras Anahita, <strong>la</strong> traidora, miraba desde el pie de <strong>la</strong> escalera. Chamcha había crecido hastaalcanzar los dos metros y medio de estatura, y de sus fosas nasales salía humo de dos colores,amarillo de <strong>la</strong> izquierda y negro de <strong>la</strong> derecha. Ya no usaba ropa. Le cubría el cuerpo un peloespeso y <strong>la</strong>rgo, <strong>la</strong> co<strong>la</strong> se agitaba airadam<strong>en</strong>te y sus ojos t<strong>en</strong>ían un tono rojizo pálido yluminoso. T<strong>en</strong>ía aterrorizada hasta <strong>la</strong> incoher<strong>en</strong>cia a toda <strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción provisional delestablecimi<strong>en</strong>to de dormir y desayuno. Mishal, no obstante, no estaba tan asustada como parano poder hab<strong>la</strong>r. «¿Adónde quieres ir? —le preguntó—. ¿Imaginas que durarías más de cincominutos ahí fuera, con ese aspecto?» Chamcha se detuvo, se miró, observó <strong>la</strong> considerableerección que emergía de su vi<strong>en</strong>tre y se <strong>en</strong>cogió de hombros. «Estoy contemp<strong>la</strong>ndo <strong>en</strong>trar <strong>en</strong>acción», le respondió, utilizando <strong>la</strong> frase de el<strong>la</strong>, aunque, dicha con aquel<strong>la</strong> voz de <strong>la</strong>va ytru<strong>en</strong>o, ya no parecía propia de Mishal. «Quiero <strong>en</strong>contrar a cierta persona.»«T<strong>en</strong> paci<strong>en</strong>cia —le dijo Mishal—. Algo se nos ocurrirá.»* * *¿Qué puede <strong>en</strong>contrarse aquí, a un kilómetro y medio del Shaandaar, <strong>en</strong> el punto <strong>en</strong> elque el beat sale a <strong>la</strong> calle, <strong>en</strong> el club Cera Cali<strong>en</strong>te, antes B<strong>la</strong>k-An-Tan? Esta noche fatídica sinluna, sigamos <strong>la</strong>s figuras que —unas contoneándose <strong>en</strong>ga<strong>la</strong>nadas y arrogantes, otrassubrepticias y tímidas, buscando <strong>la</strong> sombra— llegan de todos los sectores del barrio y,bruscam<strong>en</strong>te, se sumerg<strong>en</strong> <strong>en</strong> el subsuelo por esta puerta sin marcas. ¿Qué hay d<strong>en</strong>tro? Luces,fluidos, polvo, cuerpos que se agitan, individualm<strong>en</strong>te, por parejas o por tríos, buscandoposibilidades. Pero ¿qué son esas otras figuras, sombras opacas <strong>en</strong> el fulgor irisado del espacioque se <strong>en</strong>ci<strong>en</strong>de y se apaga, esas formas quietas <strong>en</strong>tre los bai<strong>la</strong>rines fr<strong>en</strong>éticos? ¿Qué son esasformas que están <strong>en</strong> el baile y no se muev<strong>en</strong> ni un c<strong>en</strong>tímetro? «¡Sois muy guapos, amigos delCera Cali<strong>en</strong>te!» Ha hab<strong>la</strong>do nuestro anfitrión: el marchoso, el jacarandoso, el disc-jockeyincomparable, el Pinkwal<strong>la</strong> saltarín con su traje que <strong>la</strong>nza destellos al compás de <strong>la</strong> música. Deverdad que es excepcional, un albino de dos metros con el pelo rosa pálido, lo mismo que elb<strong>la</strong>nco de los ojos, unas facciones inconfundiblem<strong>en</strong>te indias, nariz arrogante, <strong>la</strong>bios finos, unacara salida de un tapiz Hamzanama. Un indio que no ha visto <strong>la</strong> India, indio ori<strong>en</strong>tal de <strong>la</strong>sIndias Occid<strong>en</strong>tales, un negro b<strong>la</strong>nco. Una estrel<strong>la</strong>.


Las figuras inmóviles sigu<strong>en</strong> bai<strong>la</strong>ndo <strong>en</strong>tre el contoneo sincopado, ondu<strong>la</strong>ciones ybrincos de <strong>la</strong> juv<strong>en</strong>tud. ¿Qué son? Pues figuras de cera, nada más. ¿Quiénes son? La Historia.Mir<strong>en</strong>, aquí está Mary Seacole, que <strong>en</strong> Crimea hizo tanto como otra <strong>en</strong>fermera maravillosa peroque, por ser de piel oscura, ap<strong>en</strong>as se <strong>la</strong> veía, al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ma bril<strong>la</strong>nte de Flor<strong>en</strong>ce; y aquí untal Abdul Krim, alias «The Munshi», al que <strong>la</strong> reina Victoria trató de asc<strong>en</strong>der, pero que fuerecusado por unos ministros con prejuicios contra el color. Aquí están todos, bai<strong>la</strong>ndo sinmoverse, <strong>en</strong> Cera Cali<strong>en</strong>te: a <strong>la</strong> derecha, el payaso negro de Septimio Severo; a <strong>la</strong> izquierda, elbarbero de Jorge IV bai<strong>la</strong>ndo con Grace Jones, <strong>la</strong> esc<strong>la</strong>va. Ukawsaw Groniosaw, el príncipeafricano v<strong>en</strong>dido por dos metros de te<strong>la</strong>, bai<strong>la</strong>, a su antigua manera, con Ignatius Sancho, el hijode <strong>la</strong> esc<strong>la</strong>va, que <strong>en</strong> 1782 fue el primer escritor africano que publicó <strong>en</strong> Ing<strong>la</strong>terra. Losemigrantes del pasado, tan antepasados de los bai<strong>la</strong>rines de carne y hueso como su propiafamilia, evolucionan <strong>en</strong> <strong>la</strong> inmovilidad mi<strong>en</strong>tras Pinkwal<strong>la</strong> se desgañita y contorsiona <strong>en</strong> elestrado. S<strong>en</strong>timos-indignación-cuando-hab<strong>la</strong>n- de-inmigración-y-hac<strong>en</strong>-insinuación- de-qu<strong>en</strong>o-somos-parte-de-<strong>la</strong>-nación-y-hacemos-proc<strong>la</strong>mación-de-<strong>la</strong>- verdadera-situación - de-que -hicimos-contribución-desde-<strong>la</strong>-romana-ocupación y, desde otra parte del abarrotado local,bañados <strong>en</strong> tétrica luz verde, vil<strong>la</strong>nos de cera acechan haci<strong>en</strong>do muecas: Mosley, Powell,Edward Long, todos los avatares locales de Legree. Y ahora de <strong>la</strong>s <strong>en</strong>trañas del club se eleva unmurmullo que se convierte <strong>en</strong> una pa<strong>la</strong>bra repetida a coro: «Quemar —exige el público—,quemar, quemar, quemar.»Pinkwal<strong>la</strong> recoge el grito de <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te. Y-<strong>la</strong>-hora-llegará-<strong>en</strong>-que-a-los-criminales-lestoque-freír-<strong>en</strong>-el-infierno,-y-allí-se-con-sumirán,y a continuación se vuelve hacia el públicocon los brazos ext<strong>en</strong>didos, llevando el compás con el pie, para preguntar: ¿A-quién-le-toca?¿A-quién-queréis-ver? Se gritan nombres que compit<strong>en</strong> <strong>en</strong>tre sí y luego armonizan hasta que,nuevam<strong>en</strong>te, todos los pres<strong>en</strong>tes gritan el mismo nombre. Pinkwal<strong>la</strong> da una palmada. Al fondose abr<strong>en</strong> <strong>la</strong>s cortinas y unas ayudantes con reluci<strong>en</strong>tes shorts y camisetas color de rosa sacan unsiniestro armario sobre ruedas: tamaño de una persona, puerta de cristal, con iluminacióninterior: horno microondas, con su correspondi<strong>en</strong>te Sil<strong>la</strong> Cali<strong>en</strong>te, que los asiduos del clubl<strong>la</strong>man <strong>la</strong> cocina del infierno. «Muy bi<strong>en</strong> —grita Pinkwal<strong>la</strong>—. A cocinar.»Las ayudantes se acercan al grupo de los vil<strong>la</strong>nos y se aba<strong>la</strong>nzan sobre <strong>la</strong> víctima de <strong>la</strong>noche, <strong>la</strong> que se elige con más frecu<strong>en</strong>cia, por lo m<strong>en</strong>os, tres veces a <strong>la</strong> semana. Su pelomoldeado, sus per<strong>la</strong>s, su traje chaqueta azul. Maggie-maggie-maggie, ba<strong>la</strong> <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te, Al-fuegoal-fuego-al-fuego.La muñeca —el sujeto— es atado a <strong>la</strong> Sil<strong>la</strong> Cali<strong>en</strong>te. Pinkwal<strong>la</strong> acciona elinterruptor. Y, oh, qué bi<strong>en</strong> se derrite, de d<strong>en</strong>tro afuera, qué bi<strong>en</strong> se deshace. Hasta que noqueda más que un charco, y el público suspira de éxtasis: ya está. «Terminó el fuego», les dicePinkwal<strong>la</strong>. La música vuelve a ll<strong>en</strong>ar <strong>la</strong> noche.* * *Cuando Pinkwal<strong>la</strong>, el disc-jockey, vio lo que, bajo el manto de <strong>la</strong> oscuridad, subía a <strong>la</strong>parte trasera de su furgoneta que, a instancias de sus amigos Hanif y Mishal, había llevado a <strong>la</strong>puerta trasera del Shaandaar, sintió que el pavor le embargaba; pero, al mismo tiempo, percibíaun contrapunto de gozo al ver que el vigoroso héroe de muchos sueños era una realidad decarne y hueso. Estaba al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> calle, tiritando debajo de una faro<strong>la</strong>, a pesar de que nohacía mucho frío, y allí se quedó media hora, mi<strong>en</strong>tras Mishal y Hanif le hab<strong>la</strong>ban convehem<strong>en</strong>cia, necesita un refugio, t<strong>en</strong>emos que p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> su futuro. Luego, se <strong>en</strong>cogió dehombros, se acercó a <strong>la</strong> furgoneta y puso <strong>en</strong> marcha el motor. Hanif se s<strong>en</strong>tó a su <strong>la</strong>do <strong>en</strong> <strong>la</strong>cabina; Mishal viajaba con Sa<strong>la</strong>din, escondidos los dos.Eran casi <strong>la</strong>s cuatro de <strong>la</strong> madrugada cuando acostaron a Chamcha <strong>en</strong> el club, ya vacío y


cerrado. Pinkwal<strong>la</strong> —que nunca usaba su verdadero nombre, Sewsunker— había sacado de uncuarto trasero un par de sacos de dormir, y fueron sufici<strong>en</strong>tes. Hanif Johnson, al despedirse de<strong>la</strong> escalofriante criatura a <strong>la</strong> que Mishal, su amante, no parecía t<strong>en</strong>er ningún miedo, trató dehab<strong>la</strong>rle seriam<strong>en</strong>te: «Ti<strong>en</strong>e que compr<strong>en</strong>der lo importante que podría ser para nosotros, porqueaquí está <strong>en</strong> juego algo más que sus necesidades personales», pero el muíante Sa<strong>la</strong>din resopló<strong>en</strong> amarillo y negro y Hanif retrocedió rápidam<strong>en</strong>te. Cuando estuvo a so<strong>la</strong>s con <strong>la</strong>s figuras decera, Chamcha pudo conc<strong>en</strong>trar sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos una vez más <strong>en</strong> el rostro que por fin se habíaperfi<strong>la</strong>do ante los ojos de su m<strong>en</strong>te, luminoso, irradiando luz desde un punto situado detrás desu cabeza, Mister Perfecto, <strong>en</strong>carnación de dioses, el que siempre caía de pie, aquel al que seperdonaban todos los pecados, el amado, <strong>en</strong>salzado, adorado..., <strong>la</strong> cara que él había tratado deid<strong>en</strong>tificar <strong>en</strong> sus sueños, Mr. Gibreel Farishta, transformado <strong>en</strong> simu<strong>la</strong>cro de ángel tan ciertocomo que él era <strong>la</strong> imag<strong>en</strong> del demonio.¿A quién había de echar <strong>la</strong> culpa el diablo sino a Gibreel, el arcángel?La criatura acostada <strong>en</strong> los sacos de dormir abrió los ojos; empezó a salirle humo por losporos. Ahora <strong>la</strong> efigie de todos y cada uno de los muñecos de cera era <strong>la</strong> misma, <strong>la</strong> de Gibreel,con el pico <strong>en</strong> <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te y su cara taciturna y bi<strong>en</strong> parecida. La criatura <strong>en</strong>señó los di<strong>en</strong>tes yexhaló un <strong>la</strong>rgo y fétido resoplido, y los muñecos de cera se disolvieron dejando tras síúnicam<strong>en</strong>te charcos y vestidos vacíos, todos, hasta el último. La criatura echó el cuerpo atrás,satisfecha. Y conc<strong>en</strong>tró sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> su <strong>en</strong>emigo.Entonces sintió d<strong>en</strong>tro de sí <strong>la</strong>s más inexplicables s<strong>en</strong>saciones de compresión, succión ydisipación; dolorosas contracciones le recorrían el cuerpo mi<strong>en</strong>tras emitía gritos desgarradoresque nadie, ni siquiera Mishal, que estaba con Hanif <strong>en</strong> el apartam<strong>en</strong>to de Pinkwal<strong>la</strong>, situado<strong>en</strong>cima del club, se atrevió a investigar. Los dolores iban <strong>en</strong> aum<strong>en</strong>to y <strong>la</strong> criatura se agitaba yconvulsionaba por <strong>la</strong> pista de baile, gimi<strong>en</strong>do <strong>la</strong>stimosam<strong>en</strong>te; hasta que, por fin, aliviada, sequedó dormida.Horas después, cuando Mishal, Hanif y Pinkwal<strong>la</strong> se asomaron al local, contemp<strong>la</strong>ronuna esc<strong>en</strong>a de terrible devastación, mesas que habían vo<strong>la</strong>do por los aires, sil<strong>la</strong>s partidas por <strong>la</strong>mitad y, naturalm<strong>en</strong>te, todas <strong>la</strong>s figuras de cera —<strong>la</strong>s bu<strong>en</strong>as y <strong>la</strong>s ma<strong>la</strong>s, Topsy y Legree—,derretidas como <strong>la</strong> mantequil<strong>la</strong>; y, <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> carnicería, durmi<strong>en</strong>do como un reciénnacido, ni criatura mitológica ni trasgo infernal con cornam<strong>en</strong>ta y ali<strong>en</strong>to diabólico, sino Mr.Sa<strong>la</strong>din Chamcha <strong>en</strong> persona, apar<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te retornado a su antigua forma, desnudo como vinoal mundo, pero de aspecto y proporciones humanos, humanizado —¿acaso puede dudarse? —por <strong>la</strong> pavorosa conc<strong>en</strong>tración de su odio.Abrió los ojos, que aún t<strong>en</strong>ían un pálido fulgor rojizo.2Alleluia Cone, al desc<strong>en</strong>der del Everest, vio una ciudad de hielo al oeste del


Campam<strong>en</strong>to Seis, al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> franja rocosa, reluci<strong>en</strong>do al sol debajo del macizo de ChoOyu. Shangri-La, p<strong>en</strong>só durante un mom<strong>en</strong>to; pero éste no era un verde valle de inmortalidad,sino una metrópoli de gigantescas agujas de hielo, finas, agudas y frías. El sherpa Pempadistrajo un mom<strong>en</strong>to su at<strong>en</strong>ción para instarle a mant<strong>en</strong>er <strong>la</strong> conc<strong>en</strong>tración y, cuando volvió amirar, <strong>la</strong> ciudad había desaparecido. El<strong>la</strong> estaba todavía a más de ocho mil metros, pero <strong>la</strong>aparición de <strong>la</strong> ciudad imposible le hizo retroceder <strong>en</strong> el espacio y el tiempo al estudio deBayswater, de oscuros muebles y pesadas cortinas de terciopelo, <strong>en</strong> el que Otto Cone, su padre,historiador de arte y biógrafo de Picabia, le habló, <strong>en</strong> el último año de su vida, cuando el<strong>la</strong> t<strong>en</strong>íacatorce, de «<strong>la</strong> más peligrosa de todas <strong>la</strong>s m<strong>en</strong>tiras que se nos inculcan <strong>en</strong> nuestra vida», que,<strong>en</strong> su opinión, era <strong>la</strong> idea de <strong>la</strong> coher<strong>en</strong>cia. «Si algui<strong>en</strong> trata de hacerte creer que éste, el máshermoso y más maligno de los p<strong>la</strong>netas es, de algún modo, homogéneo, que está compuestoúnicam<strong>en</strong>te por elem<strong>en</strong>tos reconciliables, que todo suma, corre a un teléfono y pide una camisade fuerza», le aconsejó, dando <strong>la</strong> impresión de que, antes de sacar sus conclusiones, habíavisitado más de un p<strong>la</strong>neta. «El mundo es incoher<strong>en</strong>te, que no se te olvide: está loco.Fantasmas, nazis, santos, todos viv<strong>en</strong> al mismo tiempo; aquí, <strong>la</strong> dicha idílica y, un poco másallá, el infierno. No puede haber lugar más embarul<strong>la</strong>do.» Las ciudades de hielo del techo delmundo no habrían desconcertado a Otto. Al igual que Alicja, su esposa, <strong>la</strong> madre de Allie, élera un emigrado po<strong>la</strong>co, supervivi<strong>en</strong>te de un campo de conc<strong>en</strong>tración cuyo nombre no fuepronunciado ni una so<strong>la</strong> vez durante toda <strong>la</strong> infancia de Allie. «Él quería hacer como si aquellono hubiera ocurrido —diría después Alicja a su hija—. Era poco realista <strong>en</strong> muchos aspectos.Pero un bu<strong>en</strong> hombre; el mejor que he conocido.» Sonreía para sus ad<strong>en</strong>tros al decirlo,tolerándolo con el recuerdo como no siempre lo toleró <strong>en</strong> vida, porque con frecu<strong>en</strong>cia eraterrible. Por ejemplo, el odio que había desarrol<strong>la</strong>do hacia el comunismo le impulsaba acometer exc<strong>en</strong>tricidades bochornosas, especialm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> Navidad, <strong>en</strong> que aquel judío seempeñaba <strong>en</strong> celebrar, con su familia judía e invitados, lo que él describía como un «ritoinglés», <strong>en</strong> señal de respeto a <strong>la</strong> «nación que le había dado asilo», y luego lo estropeaba todo (alos ojos de su esposa) al <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> el salón <strong>en</strong> el que todos descansaban apaciblem<strong>en</strong>te, al calorde <strong>la</strong> lumbre y el coñac, disfrazado de chino, con bigote caído y todo, gritando: «¡Papá Noel hamuerto! ¡Lo he matado yo! Yo soy Mao y no hay regalos para nadie. ¡Je, je, je!» Allie, <strong>en</strong> elEverest, al recordarlo, hizo una mueca, <strong>la</strong> mueca de su madre, advirtió, tras<strong>la</strong>dada a su carahe<strong>la</strong>da.La incompatibilidad de los elem<strong>en</strong>tos de <strong>la</strong> vida: <strong>en</strong> una ti<strong>en</strong>da, <strong>en</strong> el Campam<strong>en</strong>toCuatro, a ocho mil tresci<strong>en</strong>tos metros, <strong>la</strong> idea que parecía ser el demonio particu<strong>la</strong>r de su padre,resultaba banal, vacía de significado, de atmósfera, por efecto de <strong>la</strong> altitud. «El Everest tesil<strong>en</strong>cia —confesó a Gibreel Farishta <strong>en</strong> una cama bajo un dosel de seda de paracaídas queformaba un Hima<strong>la</strong>ya hueco—. Cuando bajas, nada te parece digno de ser dicho, nada. Si<strong>en</strong>tesque <strong>la</strong> nada te <strong>en</strong>vuelve como un sonido. Es el no ser. No dura mucho, desde luego. El mundovuelve a ti <strong>en</strong> seguida. Lo que te hace cal<strong>la</strong>r es, creo yo, <strong>la</strong> imag<strong>en</strong> de <strong>la</strong> perfección que acabasde contemp<strong>la</strong>r: ¿por qué hab<strong>la</strong>r, si no puedes alcanzar p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos perfectos, frases perfectas?Te parece una traición a lo que acabas de vivir. Pero <strong>la</strong> s<strong>en</strong>sación se borra y tú reconoces que, siquieres seguir ade<strong>la</strong>nte, ti<strong>en</strong>es que hacer concesiones.» Durante sus primeras semanas, pasabancasi todo el tiempo <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama: su apetito parecía inextinguible y hacían el amor seis o sieteveces al día. «Tú me reve<strong>la</strong>ste a mí misma —le dijo el<strong>la</strong>—. Tú, con <strong>la</strong> boca ll<strong>en</strong>a de jamón. Fueexactam<strong>en</strong>te como si me hab<strong>la</strong>ras, como si yo pudiera leerte el p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to. No como si —serectificó—; te lo leí, ¿verdad? — Él asintió: era cierto—. Te leí el p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to y <strong>en</strong>tonces demi boca salieron <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras justas —se admiró el<strong>la</strong>—. Como una seda. ¡Bingo!: el amor. En elprincipio fue el verbo.»Su madre t<strong>en</strong>ía una opinión fatalista acerca de los espectacu<strong>la</strong>res acontecimi<strong>en</strong>tos que sehabían producido <strong>en</strong> <strong>la</strong> vida de Allie: el amante que regresa de ultratumba. «Te dirésinceram<strong>en</strong>te lo que p<strong>en</strong>sé cuando me diste <strong>la</strong> noticia —le dijo mi<strong>en</strong>tras almorzaban sopa y


krep<strong>la</strong>ch <strong>en</strong> el Bloom's de Whitechapel—. P<strong>en</strong>sé: ay, hija, <strong>la</strong> gran pasión; ahora Allie ti<strong>en</strong>e quesufrir esto, pobrecita.» Alicja era partidaria de mant<strong>en</strong>er bi<strong>en</strong> contro<strong>la</strong>das <strong>la</strong>s emociones. Eraalta y exuberante y t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong>bios s<strong>en</strong>suales, pero, como decía el<strong>la</strong>: yo nunca fui de <strong>la</strong>s que met<strong>en</strong>ruido. Reconocía francam<strong>en</strong>te ante Allie su pasividad sexual y le reveló que Otto «t<strong>en</strong>ía,digamos, otras inclinaciones. Él s<strong>en</strong>tía debilidad por <strong>la</strong> gran pasión y le decepcionaba que yo nohiciera grandes aspavi<strong>en</strong>tos». Se había cerciorado de que <strong>la</strong>s mujeres con <strong>la</strong>s que se re<strong>la</strong>cionabasu marido, que era bajito, calvo y nervioso, se parecían a el<strong>la</strong>, y eso <strong>la</strong> tranquilizaba. Todas erangrandes y ll<strong>en</strong>as, «pero también eran des<strong>en</strong>vueltas: hacían lo que él quería, gritaban paraincitarle y fingían con ganas; al parecer, respondían al <strong>en</strong>tusiasmo de él, y también, quizás, a sutalonario. Él era de <strong>la</strong> vieja escue<strong>la</strong> y hacía dádivas g<strong>en</strong>erosas».Otto l<strong>la</strong>maba a Alleluia su «per<strong>la</strong> inapreciable», y soñaba con un gran futuro para el<strong>la</strong>,de concertista de piano o, si no, de Musa. «Tu hermana, francam<strong>en</strong>te, es para mí una decepción—dijo tres semanas antes de su muerte <strong>en</strong> aquel estudio de Grandes Libros y curiosidadespicabianas: un mono disecado que, según él, era un «primer borrador» del infausto Retrato deCézanne, Retrato de Rembrandt, Retrato de R<strong>en</strong>oir, numerosos artefactos mecánicos, incluidosestimu<strong>la</strong>dores sexuales que daban pequeñas descargas eléctricas y una primera edición del UbuRoi de Jarry—. El<strong>en</strong>a ti<strong>en</strong>e ansias <strong>en</strong> lugar de p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos.» Había inglesado el nombre —El<strong>la</strong>ynah por Yely<strong>en</strong>a—, como también fue idea suya acortar «Alleluia» a Allie y contraer supropio apellido, Coh<strong>en</strong>, de Varsovia, a Cone. Los ecos del pasado le <strong>en</strong>tristecían; no leíaliteratura po<strong>la</strong>ca y volvía <strong>la</strong> espalda a Herbert, a Milosz y a (dos tipos más jóv<strong>en</strong>es» comoBaranczak, porque, para él, <strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua había quedado irremisiblem<strong>en</strong>te mancil<strong>la</strong>da por <strong>la</strong>Historia. «Ahora soy inglés», decía, orgulloso, con su marcado ac<strong>en</strong>to del Este de Europa,<strong>la</strong>nzando una retahi<strong>la</strong> de modismos. A pesar de sus retic<strong>en</strong>cias, parecía bastante satisfecho desu papel de mimo de <strong>la</strong> pequeña burguesía inglesa. Pero, al mirar atrás, daba <strong>la</strong> impresión deque él se percataba de <strong>la</strong> fragilidad de <strong>la</strong> imitación, puesto que mant<strong>en</strong>ía <strong>la</strong>s gruesas cortinascasi perman<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te cerradas, por si <strong>la</strong> incongru<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong>s cosas le hacía ver monstruos allífuera, o un paisaje lunar, <strong>en</strong> lugar de <strong>la</strong> familiar Moscow Road.«Era el prototipo del individuo trasp<strong>la</strong>ntado y naturalizado —dijo Alicjaempr<strong>en</strong>diéndo<strong>la</strong> con una gran ración de estofado de zanahoria—. Cuando cambió nuestroapellido, yo le dije: Otto, no es necesario, esto no es América, esto es Londres, Oeste, dos; peroél quería hacer borrón y cu<strong>en</strong>ta nueva, incluso del judaismo, perdona, pero me consta. ¡Lastrifulcas que tuvo con el Consejo de Delegados de <strong>la</strong> comunidad! El l<strong>en</strong>guaje, par<strong>la</strong>m<strong>en</strong>tario ycivilizado, eso sí, pero con mucho hierro.» En cuanto él murió, el<strong>la</strong> recuperó el Coh<strong>en</strong> y <strong>la</strong>sinagoga, <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong>s luces y Bloom's, el restaurante judío. «Se acabó <strong>la</strong> imitación de <strong>la</strong> vida—masticó un poco y agitó el t<strong>en</strong>edor con vehem<strong>en</strong>cia—. Por cierto, qué pelícu<strong>la</strong>. Me <strong>en</strong>cantó.Lana Turner, ¿verdad? Y Mahalia Jackson cantando <strong>en</strong> <strong>la</strong> iglesia.»Otto Cone, a sus set<strong>en</strong>ta y tantos, se tiró por el hueco del asc<strong>en</strong>sor y se mató. Había untema que Alicja, que no t<strong>en</strong>ía empacho <strong>en</strong> hab<strong>la</strong>r de casi cualquier tabú, se negaba a tocar: ¿porqué un supervivi<strong>en</strong>te de los campos de conc<strong>en</strong>tración vive cuar<strong>en</strong>ta años y luego va y acaba eltrabajo que no hicieron los monstruos? ¿Es que <strong>la</strong> maldad ti<strong>en</strong>e que acabar ganando siempre,por mucho que te empeñes <strong>en</strong> resistirte a el<strong>la</strong>? ¿Deja una astil<strong>la</strong> de hielo <strong>en</strong> <strong>la</strong> sangre que vaabriéndose camino hasta que llega al corazón? O, peor: ¿puede <strong>la</strong> muerte de un hombre serincompatible con su vida? Allie, cuya primera reacción a <strong>la</strong> muerte de su padre fue de cólera,arrojó estas preguntas a su madre. Y ésta, imperturbable bajo un gran sombrero negro, dijoúnicam<strong>en</strong>te: «Tú has heredado su incapacidad de reportarse, hijita.»Después de <strong>la</strong> muerte de Otto, Alicja desterró <strong>la</strong> elegancia <strong>en</strong> el vestir y el ademán quefuera su ofr<strong>en</strong>da <strong>en</strong> el altar del afán de integración de su marido, su int<strong>en</strong>to de ser su gran damaestilo Cecil Beaton. «¡Bua! —confió a Allie—. ¡Qué alivio, hija, poder ser un fardo, paravariar.» Ahora llevaba su pelo gris más o m<strong>en</strong>os recogido <strong>en</strong> un moño anárquico, no se pintaba,usaba unos vestidos de flores idénticos, adquiridos <strong>en</strong> el supermercado, y una d<strong>en</strong>tadura postiza


que <strong>la</strong> martirizaba, y p<strong>la</strong>ntaba hortalizas <strong>en</strong> el jardín que Otto quería exclusivam<strong>en</strong>te floral(pulcros macizos de flores alrededor del simbólico árbol c<strong>en</strong>tral, injerto «quimérico» de<strong>la</strong>burnum y retama), y, <strong>en</strong> lugar de c<strong>en</strong>as ll<strong>en</strong>as de char<strong>la</strong> cerebral, daba almuerzos —a base deindigestos estofados y un mínimo de tres monstruosos puddings— <strong>en</strong> los que poetas húngarosdisid<strong>en</strong>tes contaban a<strong>la</strong>mbicados chistes a místicos gurdjieffianos o (si <strong>la</strong> cosa no acababa dearrancar) los asist<strong>en</strong>tes se quedaban s<strong>en</strong>tados <strong>en</strong> el suelo, <strong>en</strong> almohadones, contemp<strong>la</strong>ndotristem<strong>en</strong>te sus p<strong>la</strong>tos cargados de comida, y algo parecido al sil<strong>en</strong>cio total reinaba durante loque parecían semanas. Allie acabó por zafarse de aquel ritual del domingo por <strong>la</strong> tarde y sequedaba <strong>en</strong> su habitación, malhumorada, hasta que tuvo edad para irse de casa, a lo que Alicjase avino de bu<strong>en</strong> grado, y apartarse del camino elegido para el<strong>la</strong> por aquel padre cuya traición asu propia voluntad de superviv<strong>en</strong>cia tanto <strong>la</strong> había <strong>en</strong>furecido. La jov<strong>en</strong> se decantó por <strong>la</strong>acción y descubrió que había montañas que esca<strong>la</strong>r.Alicja Coh<strong>en</strong>, para <strong>la</strong> que el cambio de rumbo de Allie fue perfectam<strong>en</strong>te compr<strong>en</strong>siblee, incluso, <strong>en</strong>comiable, y que <strong>la</strong> al<strong>en</strong>taba <strong>en</strong> todo mom<strong>en</strong>to, no podía (así lo reconoció a <strong>la</strong> horadel café) <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der <strong>la</strong> actitud de su hija <strong>en</strong> lo tocante a Gibreel Farishta, <strong>la</strong> retornada estrel<strong>la</strong> de<strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> india. «Por lo que me dices, hijita, me parece que ese hombre no está <strong>en</strong> tu esfera»,dijo, utilizando una expresión que el<strong>la</strong> consideraba sinónimo de no es tu tipo y se hubierahorrorizado de haber sabido que podía interpretarse como una alusión despectiva a <strong>la</strong> raza o <strong>la</strong>religión; y, fatalm<strong>en</strong>te, así <strong>la</strong> <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió su hija. «Eso a mí no me importa —dijo Allie convehem<strong>en</strong>cia, y se puso de pie—. La verdad es que a mí no me gusta mi esfera.»No pudo salir del restaurante pisando fuerte, y tuvo que alejarse cojeando porque ledolían los pies. «Gran pasión —oyó a sus espaldas que su madre manifestaba a todo el local—.Don de l<strong>en</strong>guas, que quiere decir que una chica puede soltarte todo lo que le pase por <strong>la</strong>cabeza.»* * *Inexplicablem<strong>en</strong>te, se habían descuidado ciertos aspectos de <strong>la</strong> educación de Allie. Undomingo, no mucho después de <strong>la</strong> muerte de su padre, mi<strong>en</strong>tras compraba los periódicos <strong>en</strong> elquiosco de <strong>la</strong> esquina, oyó decir al v<strong>en</strong>dedor: «Es <strong>la</strong> última semana. Veintitrés años <strong>en</strong> estaesquina y por fin los "pakis" me han echado.» El<strong>la</strong>, que <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió paquis, tuvo una extrañavisión de elefantes que avanzaban por Moscow Road ap<strong>la</strong>stando a los v<strong>en</strong>dedores de pr<strong>en</strong>sadominical. «¿Qué es un paqui?», preguntó incautam<strong>en</strong>te, y <strong>la</strong> respuesta escoció: «Un judíoaceitunado.» Desde aquel día, los dueños del CTP (Caramelos, Tabacos, Periódicos) fueronpara el<strong>la</strong> paquidermos, g<strong>en</strong>te difer<strong>en</strong>te —e indeseable— a causa de <strong>la</strong> naturaleza de su piel.Contó el caso a Gibreel. «Oh —respondió él, despectivo—, un chiste elefante.» No era hombrefácil.Pero allí, <strong>en</strong> su cama, estaba ahora aquel sujeto grande y rudo que hacía que el<strong>la</strong> seabriera como nunca y que podía llegarle hasta el pecho y acariciarle el corazón. Hacía muchosaños que Allie no <strong>en</strong>traba <strong>en</strong> <strong>la</strong> ar<strong>en</strong>a sexual con tanta celeridad, y nunca una re<strong>la</strong>ción tanrápida había dejado, como esta, de producirle arrep<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to y asco de sí misma. El olvido deél (así lo interpretaba el<strong>la</strong>, hasta que se <strong>en</strong>teró de que su nombre estaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> lista de pasajerosdel Bostan) fue muy doloroso, ya que indicaba que él daba a su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro una valoracióndifer<strong>en</strong>te; pero el<strong>la</strong> no había podido equivocarse al juzgar el deseo tumultuoso y abandonado deél, ¿o sí? Por lo tanto, <strong>la</strong> noticia de su muerte provocó <strong>en</strong> el<strong>la</strong> s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos <strong>en</strong>contrados: por un<strong>la</strong>do, gratitud, alivio, alegría al saber que él iba vo<strong>la</strong>ndo a través de medio mundo para darleuna sorpresa, que lo había dejado todo para construir una vida nueva a su <strong>la</strong>do; y, por el otro<strong>la</strong>do, el sordo dolor de verse privada de él <strong>en</strong> el mismo instante de descubrir que lo amaba de


verdad. Más ade<strong>la</strong>nte, descubrió una tercera reacción, m<strong>en</strong>os g<strong>en</strong>erosa. ¿Qué se había creído,pret<strong>en</strong>día pres<strong>en</strong>tarse <strong>en</strong> su casa sin avisar, dando por seguro que el<strong>la</strong> estaría esperándole conlos brazos abiertos, <strong>la</strong> vida resuelta y un apartam<strong>en</strong>to lo bastante grande para los dos? Era loque cabía esperar de un artista de cine mimado que está conv<strong>en</strong>cido de que no ti<strong>en</strong>e más quedesear <strong>la</strong>s cosas para que le caigan <strong>en</strong> <strong>la</strong> mano como fruta madura..., <strong>en</strong> suma, que se sintióinvadida, o pot<strong>en</strong>cialm<strong>en</strong>te invadida. Pero después se repr<strong>en</strong>dió a sí misma arrumbando talesideas al rincón del que no debieron salir, porque, después de todo, Gibreel había pagado muycara su presunción, si presunción fue. Un amante muerto merece el b<strong>en</strong>eficio de <strong>la</strong> duda.Y luego allí estaba, a sus pies, inconsci<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>la</strong> nieve, cortándole <strong>la</strong> respiración por loimp<strong>la</strong>usible de su pres<strong>en</strong>cia y haciéndole preguntarse durante un mom<strong>en</strong>to si no podría ser otrade aquel<strong>la</strong> serie de ilusiones ópticas —el<strong>la</strong> prefería esta expresión neutra a <strong>la</strong> más trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tede visiones— que <strong>la</strong> perseguían desde que tomó <strong>la</strong> decisión de prescindir de <strong>la</strong>s botel<strong>la</strong>s deoxíg<strong>en</strong>o y conquistar el Chomolungma a pulmón libre. El esfuerzo de levantarlo del suelo,rodearle los hombros con su brazo y llevarlo hasta su piso casi <strong>en</strong> vilo, <strong>la</strong> conv<strong>en</strong>ció de que noera una ilusión, sino carne maciza. Hasta llegar a casa los pies le dolían espantosam<strong>en</strong>te, y eldolor volvió a despertar todo el res<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to que el<strong>la</strong> ahogara cuando le creyó muerto. ¿Quéesperaba que hiciera con él ahora, el muy bobo, tumbado <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama de través? Dios, ya habíaolvidado cuánta cama necesitaba aquel hombre, cómo durante <strong>la</strong> noche v<strong>en</strong>ía a colonizarte tu<strong>la</strong>do del colchón y te robaba <strong>la</strong>s mantas. Pero también habían resurgido otros s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos, yéstos fueron más fuertes; porque aquí, durmi<strong>en</strong>do bajo su protección, estaba él, <strong>la</strong> esperanzaabandonada: por fin, el amor.Estuvo durmi<strong>en</strong>do casi continuam<strong>en</strong>te durante una semana, despertando sólo parasatisfacer <strong>la</strong>s mínimas exig<strong>en</strong>cias del hambre y <strong>la</strong> higi<strong>en</strong>e. Su sueño era atorm<strong>en</strong>tado: serevolvía <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama y, de vez <strong>en</strong> cuando, de sus <strong>la</strong>bios se escapaban pa<strong>la</strong>bras: Jahilia, Al-Lat,Hind. En sus mom<strong>en</strong>tos de vigilia, parecía resistirse al sueño, pero el sueño lo rec<strong>la</strong>maba,arrollándolo con sus o<strong>la</strong>s, ahogándolo, mi<strong>en</strong>tras él, casi <strong>la</strong>stimosam<strong>en</strong>te, agitaba un brazo débil.El<strong>la</strong> no adivinaba qué traumáticos sucesos podían dar orig<strong>en</strong> a aquel comportami<strong>en</strong>to y, unpoco a<strong>la</strong>rmada, l<strong>la</strong>mó a su madre. Alicja llegó, examinó al dormido Gibreel, frunció los <strong>la</strong>biosy dictaminó: «Está poseído.» El<strong>la</strong> había regresado a una religión supersticiosa y folklorista, ysu misticismo invariablem<strong>en</strong>te exasperaba a su hija, pragmática y esca<strong>la</strong>dora de montañas.«Aplícale al oído una bomba de aspiración —recom<strong>en</strong>dó Alicja—. Es <strong>la</strong> salida que prefier<strong>en</strong>esas criaturas.» Allie acompañó a su madre hasta <strong>la</strong> puerta. «Muchas gracias —le dijo—. Tet<strong>en</strong>dré al corri<strong>en</strong>te.»Al séptimo día, él despertó por completo, se le abrieron los ojos como a los muñecos, yal instante <strong>la</strong> buscó con <strong>la</strong> mano. Aquel gesto <strong>la</strong> hizo reír por lo crudo casi tanto como por loinesperado, pero, una vez más, experim<strong>en</strong>tó aquel<strong>la</strong> s<strong>en</strong>sación de naturalidad, de legitimidad.«Está bi<strong>en</strong> —le sonrió—. Tú te lo has buscado.» Y se quitó el holgado pantalón marrón conelástico <strong>en</strong> <strong>la</strong> cintura y <strong>la</strong> chaqueta suelta —detestaba <strong>la</strong>s pr<strong>en</strong>das que reve<strong>la</strong>ran el contorno desu cuerpo—, y <strong>en</strong>tonces empezó aquel<strong>la</strong> marathon sexual que los dejaría magul<strong>la</strong>dos, felices yexhaustos.Él se lo dijo: cayó del cielo y siguió vivi<strong>en</strong>do. El<strong>la</strong> aspiró profundam<strong>en</strong>te y le creyó, por<strong>la</strong> fe de su padre <strong>en</strong> <strong>la</strong>s múltiples y contradictorias posibilidades de <strong>la</strong> vida, y también por todolo que le había <strong>en</strong>señado <strong>la</strong> montaña. «Está bi<strong>en</strong> —dijo, expulsando el aire—. Lo acepto. Perono se lo cu<strong>en</strong>tes a mi madre, ¿de acuerdo?» El universo era prodigioso, y sólo el hábito, <strong>la</strong>anestesia de lo cotidiano, nos nub<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> vista. Hacía un par de días, el<strong>la</strong> había leído que <strong>la</strong>sestrel<strong>la</strong>s del firmam<strong>en</strong>to, <strong>en</strong> su proceso natural de combustión, comprimían el carbono <strong>en</strong>diamantes. La idea de que <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s <strong>la</strong>nzaran una lluvia de diamantes al vacío tambiénparecía un mi<strong>la</strong>gro. Si aquello podía ocurrir, esto también. Los niños caían desde <strong>la</strong> <strong>en</strong>ésimav<strong>en</strong>tana y rebotaban. Había una esc<strong>en</strong>a que trataba de esto <strong>en</strong> <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> de François TruffautL'arg<strong>en</strong>t de poche... El<strong>la</strong> detuvo su divagación. «A veces —se decidió a decir— a mí también


me pasan cosas prodigiosas.»Le contó lo que no había dicho a nadie: <strong>la</strong>s visiones del Everest, los ángeles y <strong>la</strong> ciudadde hielo. «Y no fue sólo <strong>en</strong> el Everest», dijo, y, tras una vaci<strong>la</strong>ción, siguió hab<strong>la</strong>ndo. Cuandoregresó a Londres, fue a pasear por el Embankm<strong>en</strong>t, para tratar de librarse de su recuerdo, ytambién del de <strong>la</strong> montaña. Era por <strong>la</strong> mañana temprano, y había un velo de bruma y una gruesacapa de nieve que desdibujaba el contorno de <strong>la</strong>s cosas. Entonces llegaron los témpanos.Eran diez, y subían por el río <strong>en</strong> fi<strong>la</strong>, majestuosam<strong>en</strong>te. La bruma era más d<strong>en</strong>saalrededor de ellos, y hasta que los tuvo de<strong>la</strong>nte no distinguió su forma, <strong>la</strong> réplica miniaturizadade <strong>la</strong>s diez montañas más altas del mundo, <strong>en</strong> ord<strong>en</strong> asc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te, cerrando <strong>la</strong> marcha sumontaña, <strong>la</strong> montaña. El<strong>la</strong> trataba de adivinar cómo habían conseguido los témpanos pasar pordebajo de los pu<strong>en</strong>tes, cuando <strong>la</strong> nieb<strong>la</strong> se espesó para disiparse por completo a los pocosinstantes, llevando consigo los témpanos. «Pero estaban allí —insistió a Gibreel—, NangaParbat, Dhau<strong>la</strong>giri, Xixabangma F<strong>en</strong>g.» Él no discutió. «Si tú lo dices, yo creo que así fue.»Un témpano es agua que quiere ser tierra; una montaña, y más un Hima<strong>la</strong>ya, y más elEverest, es el int<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> tierra por metamorfosearse <strong>en</strong> cielo; es un vuelo <strong>en</strong> el suelo, es tierraconvertida —casi— <strong>en</strong> aire y exaltada, <strong>en</strong> el verdadero s<strong>en</strong>tido de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. Mucho antes de<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse a <strong>la</strong> montaña, Allie s<strong>en</strong>tía <strong>en</strong> el alma su pres<strong>en</strong>cia severa. Su apartam<strong>en</strong>to estaball<strong>en</strong>o de Hima<strong>la</strong>yas. Las reproducciones del Everest <strong>en</strong> corcho, plástico, cerámica, piedra,material acrílico y <strong>la</strong>drillo se disputaban el espacio; incluso había una esculpida <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te <strong>en</strong>hielo, una montañita que el<strong>la</strong> guardaba <strong>en</strong> el conge<strong>la</strong>dor y sacaba de vez <strong>en</strong> cuando para<strong>en</strong>señar<strong>la</strong> a los amigos. ¿Por qué tantas? Porque —no cabía otra respuesta— estaban ahí.«Mira —dijo a<strong>la</strong>rgando el brazo y, sin levantarse de <strong>la</strong> cama, cogió de <strong>en</strong>cima de <strong>la</strong> mesita d<strong>en</strong>oche su última adquisición, un s<strong>en</strong>cillo Everest de pino curado—, un regalo de los sherpas deNamche Bazar.» Gibreel lo tomó y lo miró dándole vueltas. Pemba se lo dio tímidam<strong>en</strong>tecuando se despidieron, insisti<strong>en</strong>do <strong>en</strong> que era de parte de todo el grupo de sherpas, aunque,evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, lo había tal<strong>la</strong>do él. Era una reproducción detal<strong>la</strong>da, con <strong>la</strong> cascada de hielo y elEscalón de Hil<strong>la</strong>ry, que es el último gran obstáculo que se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra antes de llegar a <strong>la</strong>cumbre, y <strong>la</strong> ruta que habían seguido ellos profundam<strong>en</strong>te grabada <strong>en</strong> <strong>la</strong> madera. Al darle <strong>la</strong>vuelta, Gibreel vio que <strong>en</strong> <strong>la</strong> base había un m<strong>en</strong>saje <strong>en</strong> un inglés rudim<strong>en</strong>tario. A Ali Bibi.Nosotros mucha suerte. No probar otra vez.Lo que Allie no dijo a Gibreel era que <strong>la</strong> prohibición del sherpa <strong>la</strong> había asustado,conv<strong>en</strong>ciéndo<strong>la</strong> de que, si volvía a poner los pies <strong>en</strong> <strong>la</strong> montaña-diosa, moriría, porque a losmortales no les está permitido mirar <strong>la</strong> divina faz más de una vez; pero <strong>la</strong> montaña era diabólicaademás de trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te o, mejor dicho, su diabolismo y su trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia eran una misma cosa,de manera que <strong>la</strong> so<strong>la</strong> idea de <strong>la</strong> prohibición de Pemba le producía un anhelo tan vivo que <strong>la</strong>hacía gemir con fuerza, como <strong>en</strong> el éxtasis o <strong>la</strong> desesperación del sexo. «Los Hima<strong>la</strong>ya —dijo aGibreel, para disimu<strong>la</strong>r lo que estaba p<strong>en</strong>sando— son cumbres s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>tales además de físicas,algo así como <strong>la</strong> ópera. Es lo que los hace tan impon<strong>en</strong>tes. Sólo <strong>la</strong>s mayores alturas... Es algomuy difícil.» Allie t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> especialidad de pasar de lo concreto a lo abstracto con una piruetatan natural que el oy<strong>en</strong>te no estaba seguro de si el<strong>la</strong> advertía <strong>la</strong> difer<strong>en</strong>cia <strong>en</strong>tre lo uno y lo otro;ni, muchas veces, si, <strong>en</strong> definitiva, podía decirse que tal difer<strong>en</strong>cia existía.Allie se reservó <strong>la</strong> certidumbre de que debía apaciguar a <strong>la</strong> montaña o morir; que, apesar de sus pies p<strong>la</strong>nos, que le impedían p<strong>en</strong>sar siquiera <strong>en</strong> el montañismo, el<strong>la</strong> seguíainfectada por el Everest, y que, <strong>en</strong> el fondo de su corazón, escondía un p<strong>la</strong>n imposible, <strong>la</strong> visiónfatal de Maurice Wilson no realizada hasta hoy. A saber: <strong>la</strong> asc<strong>en</strong>sión <strong>en</strong> solitario.Lo que el<strong>la</strong> no confesaba: que, después de su regreso a Londres, había visto a MauriceWilson s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong>tre los tubos de chim<strong>en</strong>ea, un trasgo que le hacía señas, con pantalones degolf y boina escocesa. Tampoco Gibreel Farishta le dijo que a él le perseguía el espectro deRekha Merchant. A pesar de tanta intimidad física, aún había puertas cerradas <strong>en</strong>tre los dos:cada uno guardaba <strong>en</strong> secreto un peligroso fantasma. Y Gibreel, al oír hab<strong>la</strong>r a Allie de sus


otras visiones, ocultó una viva agitación bajo sus neutras pa<strong>la</strong>bras —si tú lo dices, yo lo creo—,agitación provocada por esta nueva prueba de que el mundo de los sueños se filtraba al de <strong>la</strong>vigilia, que <strong>la</strong> divisoria se rompía y que los dos firmam<strong>en</strong>tos podían juntarse <strong>en</strong> cualquiermom<strong>en</strong>to, es decir, que el fin de todas <strong>la</strong>s cosas estaba próximo. Una mañana, Allie, aldespertar del negro sueño del agotami<strong>en</strong>to, lo <strong>en</strong>contró <strong>en</strong>frascado <strong>en</strong> El casami<strong>en</strong>to del cielo yel infierno de B<strong>la</strong>ke, obra que hacía mucho tiempo que no abría y <strong>en</strong> <strong>la</strong> que, con <strong>la</strong> falta derespeto hacia los libros que <strong>la</strong> caracterizaba <strong>en</strong> su adolesc<strong>en</strong>cia, había hecho numerosas marcas:subrayados, asteriscos <strong>en</strong> el marg<strong>en</strong>, signos de admiración, interrogantes múltiples. Al ver<strong>la</strong>despierta, él, con sonrisa maliciosa, leyó una selección de los pasajes marcados. «De losProverbios del Infierno —empezó—: La lujuria del macho cabrío es <strong>la</strong> g<strong>en</strong>erosidad de Dios.—El<strong>la</strong> se puso colorada—. Y, lo que es más —prosiguió él—: La antigua cre<strong>en</strong>cia de que elmundo será consumido por el fuego al cabo de seis mil años es cierta, como yo sé por elinfierno. Y, más abajo: Esto sucederá <strong>en</strong> virtud de una mejora del p<strong>la</strong>cer s<strong>en</strong>sual. Dime, ¿quiénes? La he <strong>en</strong>contrado <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s páginas.» Le t<strong>en</strong>día <strong>la</strong> fotografía de una muerta: su hermanaEl<strong>en</strong>a, <strong>en</strong>terrada allí y olvidada. Otra adicta a <strong>la</strong>s visiones; y víctima del hábito. «No hab<strong>la</strong>mosmucho de el<strong>la</strong>. —Estaba arrodil<strong>la</strong>da <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, desnuda, con <strong>la</strong> cara oculta por su pálidocabello—. Pon<strong>la</strong> donde estaba.»Yo no vi a Dios alguno, ni lo oí tampoco, con percepción orgánica finita; pero miss<strong>en</strong>tidos descubrieron el infinito de todas <strong>la</strong>s cosas. Hojeó el libro y puso a El<strong>en</strong>a Cone junto a<strong>la</strong> imag<strong>en</strong> del Hombre Reg<strong>en</strong>erado, que estaba s<strong>en</strong>tado, desnudo y con <strong>la</strong>s piernas abiertas, <strong>en</strong>lo alto de una montaña con el sol bril<strong>la</strong>ndo <strong>en</strong> su parte posterior. Siempre he observado que losángeles ti<strong>en</strong><strong>en</strong> <strong>la</strong> vanidad de hab<strong>la</strong>r de sí mismos como si ellos fueran los únicos sabios. Alliese cubrió <strong>la</strong> cara con <strong>la</strong>s manos. Gibreel trató de animar<strong>la</strong>. «En <strong>la</strong> so<strong>la</strong>pa escribiste: "Creacióndel mundo, según el arzobispo Usher, 4004 a.C. Fecha aprox. de apocalipsis, 1996." O sea, quetodavía queda tiempo para <strong>la</strong> mejora del p<strong>la</strong>cer s<strong>en</strong>sual.» El<strong>la</strong> agitó <strong>la</strong> cabeza: déjalo. Él lo dejó.«Cuéntame», dijo él cerrando el libro.* * *El<strong>en</strong>a, a los veinte años, tomó Londres por asalto. Su cuerpo felino de metro och<strong>en</strong>ta seinsinuaba a través de un modelo de cota de mal<strong>la</strong> de Rabanne. El<strong>la</strong> siempre tuvo una misteriosaseguridad <strong>en</strong> sí misma, proc<strong>la</strong>mando que se s<strong>en</strong>tía dueña del mundo. La ciudad era su medio,estaba <strong>en</strong> el<strong>la</strong> como el pez <strong>en</strong> el agua. Murió a los veintiuno, ahogada <strong>en</strong> una bañera de aguafría, con el cuerpo ll<strong>en</strong>o de drogas psicotrópicas. ¿Puede ahogarse uno <strong>en</strong> su elem<strong>en</strong>to?, sepreguntaba Allie hacía mucho tiempo. Si los peces pued<strong>en</strong> ahogarse <strong>en</strong> el agua, ¿pued<strong>en</strong> losseres asfixiarse <strong>en</strong> el aire? Por aquel <strong>en</strong>tonces, Allie, a sus dieciocho y diecinueve, <strong>en</strong>vidiaba <strong>la</strong>seguridad de El<strong>en</strong>a. ¿Cuál era su propio elem<strong>en</strong>to? ¿En qué tab<strong>la</strong> periódica del espíritu podía<strong>en</strong>contrarse? Ahora, con los pies p<strong>la</strong>nos, veterana del Hima<strong>la</strong>ya, lloraba su pérdida. Una vezhas ganado el más alto horizonte, no es fácil volver a tu caja, a una is<strong>la</strong> estrecha, una eternidadde antítesis. Pero sus pies eran unos traidores y <strong>la</strong> montaña <strong>la</strong> mataría.La mitológica El<strong>en</strong>a, <strong>la</strong> modelo, <strong>en</strong>vuelta <strong>en</strong> plásticos de alta costura, estaba segura desu inmortalidad. Allie, cuando fue a visitar<strong>la</strong> a su refugio de World's End, rehusó el terrón deazúcar que le ofrecía, murmuró que era malo para el cerebro, sintiéndose patosa, como decostumbre <strong>en</strong> pres<strong>en</strong>cia de El<strong>en</strong>a. La cara de su hermana, ojos excesivam<strong>en</strong>te separados,barbil<strong>la</strong> demasiado puntiaguda, un efecto irresistible, <strong>la</strong> contemp<strong>la</strong>ba burlona. «En el cerebrohay neuronas de sobra —dijo El<strong>en</strong>a—. Puedes permitirte gastar unas cuantas.» El<strong>en</strong>aderrochaba su capital de neuronas como el dinero, <strong>en</strong> busca de sus propias cumbres, tratando devo<strong>la</strong>r, como se decía <strong>en</strong> el argot de <strong>la</strong> época. La muerte, como <strong>la</strong> vida, le llegó <strong>en</strong>vuelta <strong>en</strong>


azúcar.El<strong>en</strong>a quiso «sacar partido» de su hermana pequeña Alleluia. «Con lo guapa que tú eres,¿por qué te disfrazas con ese mono? Si no te falta de nada.» Una noche vistió a Allie con unmodelito verde aceituna, a base de vo<strong>la</strong>ntes y car<strong>en</strong>cias, que dejaba los panties al aire hasta casi<strong>la</strong> ingle: me espolvorea de azúcar, como si fuera un dulce, p<strong>en</strong>só Allie con m<strong>en</strong>talidad puritana,mi propia hermana me exhibe <strong>en</strong> el escaparate, muchas gracias. Fueron a un club de juego,ll<strong>en</strong>o de extasiados magnates de medio pelo y, mi<strong>en</strong>tras El<strong>en</strong>a estaba distraída, Allie se marchó.Una semana después, avergonzada por su cobardía, s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> una poltrona tipo «saco dejudías» <strong>en</strong> World's End, confesó a El<strong>en</strong>a que ya no era virg<strong>en</strong>. Y <strong>en</strong>tonces su hermana le diouna bofetada <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca y le l<strong>la</strong>mó nombres antiguos: zorra, ramera, pájara. «El<strong>en</strong>a Cone nuncaconsintió que un hombre le pusiera <strong>en</strong>cima ni un dedo —gritó, reve<strong>la</strong>ndo su habilidad parap<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> sí misma <strong>en</strong> tercera persona—, ni una triste uña. Yo sé hacerme valer, niña, sé que,<strong>en</strong> cuanto ellos met<strong>en</strong> el pito, se acaba el misterio; pero debí figurarme que tú me saldrías puta.Algún comunista de mierda, seguro», concluyó. Había heredado los prejuicios de su padre.Allie, como El<strong>en</strong>a sabía, no.Después de aquello, no se vieron mucho más. El<strong>en</strong>a sería hasta su muerte <strong>la</strong> reina virg<strong>en</strong>de <strong>la</strong> ciudad —<strong>la</strong> autopsia confirmó que había muerto virgo intacta—, mi<strong>en</strong>tras Allie dejaba deusar ropa interior, hacía trabajitos <strong>en</strong> revistas radicales de pequeña tirada y se convertía <strong>en</strong> elpolo opuesto de su intocable hermana. Cada cópu<strong>la</strong> le repres<strong>en</strong>taba una bofetada <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara desu hermana, de expresión tempestuosa y <strong>la</strong>bios pálidos. Tuvo tres abortos <strong>en</strong> dos años, ydescubrió, con cierto retraso, que el uso de <strong>la</strong> píldora anticonceptiva <strong>la</strong> había colocado <strong>en</strong> elgrupo de mayor riesgo de cáncer.Se <strong>en</strong>teró de <strong>la</strong> muerte de su hermana por un cartel de un quiosco de periódicos:MUERE MODELO «BAÑADA EN ÁCIDO». Su primer p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to fue: ni <strong>la</strong> muerte tesalva de los juegos de pa<strong>la</strong>bras. Después, descubrió que no podía llorar. «Seguí viéndo<strong>la</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong>srevistas durante meses —dijo a Gibreel —. Los contratos publicitarios se hac<strong>en</strong> a <strong>la</strong>rgo p<strong>la</strong>zo.»El cadáver de El<strong>en</strong>a bai<strong>la</strong>ba por desiertos marroquíes, cubierto tan sólo con velos diáfanos, oera avistado <strong>en</strong> <strong>la</strong> Luna, <strong>en</strong> el mar de <strong>la</strong>s Sombras, sin más indum<strong>en</strong>taria que el casco espacial ymedia doc<strong>en</strong>a de corbatas de seda anudadas <strong>en</strong> los pechos y <strong>la</strong>s caderas. Allie pintaba bigotes<strong>en</strong> <strong>la</strong>s fotografías, para escándalo de los quiosqueros; arrancaba a su difunta hermana de losperiódicos de su antimuerte de zombie y hacía con el<strong>la</strong> una pelota. Allie, perseguida por elfantasma periodístico de El<strong>en</strong>a, meditaba sobre los peligros de int<strong>en</strong>tar vo<strong>la</strong>r; ¡qué f<strong>la</strong>mígerascaídas, qué macabros infiernos se reservaban a aquellos émulos de ícaro! Le dio por p<strong>en</strong>sar queEl<strong>en</strong>a era un alma <strong>en</strong> p<strong>en</strong>a, por creer que este cautiverio <strong>en</strong> un mundo inmóvil de descocofotográfico <strong>en</strong> el que exhibía unos pechos negros de plástico moldeado tres tal<strong>la</strong>s más grandesque los suyos, una torcida sonrisa seudoerótica y un m<strong>en</strong>saje publicitario <strong>en</strong> el ombligo, eranada m<strong>en</strong>os que el infierno personal de El<strong>en</strong>a. Allie empezó a ver el grito <strong>en</strong> los ojos de suhermana, <strong>la</strong> angustia de verse atrapada para siempre <strong>en</strong> <strong>la</strong> doble p<strong>la</strong>na de <strong>la</strong> moda. El<strong>en</strong>a eratorturada por demonios, consumida <strong>en</strong> fuegos, y ni siquiera podía moverse... Al cabo de untiempo, Allie t<strong>en</strong>ía que evitar <strong>la</strong>s ti<strong>en</strong>das <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que su hermana miraba al vacío desde losestantes. Era incapaz de abrir una revista, y escondió todas <strong>la</strong>s fotos que t<strong>en</strong>ía de El<strong>en</strong>a. «Adiós,Yel —dijo a <strong>la</strong> memoria de su hermana, l<strong>la</strong>mándo<strong>la</strong> por su nombre de <strong>la</strong> infancia—. No puedomirarte más.»«Pero al fin resultó que yo era igual que el<strong>la</strong>.» Las montañas empezaron a cantar <strong>en</strong> susoídos; y también el<strong>la</strong> sacrificó neuronas para ir <strong>en</strong> busca de <strong>la</strong> exaltación. Emin<strong>en</strong>cias médicas,especializadas <strong>en</strong> los problemas del montañismo, han demostrado con frecu<strong>en</strong>cia, sin lugar auna duda razonable, que los seres humanos no pued<strong>en</strong> vivir sin un aparato respiratorio por<strong>en</strong>cima de los ocho mil metros. Los ojos sufr<strong>en</strong> derrames devastadores y el cerebro tambiénempieza a estal<strong>la</strong>r, perdi<strong>en</strong>do neuronas por miles de millones, demasiadas y demasiado aprisa,lo cual provoca el daño irreparable conocido por el nombre de deterioro de <strong>la</strong> altitud, que


ápidam<strong>en</strong>te es seguido de <strong>la</strong> muerte. Cadáveres ciegos, conservados <strong>en</strong> el conge<strong>la</strong>dor de <strong>la</strong>saltas cumbres. Pero Allie y el sherpa Pemba subieron y volvieron para contarlo. Las neuronasde los fondos de depósito del cerebro suplieron <strong>la</strong>s bajas de <strong>la</strong>s cu<strong>en</strong>tas corri<strong>en</strong>tes. Tampoco sele rev<strong>en</strong>taron los ojos. ¿Por qué se equivocaron los ci<strong>en</strong>tíficos? «Por los prejuicios, sobre todo—dijo Allie, <strong>en</strong>roscada alrededor de Gibreel debajo de <strong>la</strong> seda del paracaídas—. Puesto que nopued<strong>en</strong> cuantificar <strong>la</strong> voluntad, <strong>la</strong> dejan fuera de sus cálculos. Pero es <strong>la</strong> voluntad lo que te subeal Everest, <strong>la</strong> voluntad y <strong>la</strong> cólera, y eso puede con cualquier ley de <strong>la</strong> Naturaleza que puedasimaginar, por lo m<strong>en</strong>os a corto p<strong>la</strong>zo, y tomando <strong>en</strong> consideración <strong>la</strong> gravedad. Por lo m<strong>en</strong>os, sino abusas de <strong>la</strong> suerte.»Hubo ciertos daños. El<strong>la</strong> sufría inexplicables fallos de memoria: cosas pequeñas eimprevisibles. Un día, <strong>en</strong> <strong>la</strong> pescadería, se le olvidó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra pescado. Una mañana, <strong>en</strong> elcuarto de baño, con el cepillo de los di<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> <strong>la</strong> mano, no sabía para qué servía. Y otra vez, aldespertar y ver a Gibreel dormido a su <strong>la</strong>do, estuvo a punto de sacudirle y preguntar: «¿Quiéndiablos es usted? ¿Cómo ha llegado a mi cama?», pero, <strong>en</strong> el último instante, le volvió <strong>la</strong>memoria. «Espero que sea transitorio», le dijo. Pero todavía guardaba para sí <strong>la</strong>s aparicionesdel fantasma de Maurice Wilson <strong>en</strong> los tejados que rodeaban los Fields, agitando el brazo conademán invitador.* * *Era una mujer compet<strong>en</strong>te, impresionante <strong>en</strong> muchos aspectos, <strong>la</strong> deportista profesionalde los años och<strong>en</strong>ta, cli<strong>en</strong>te de MacMurray, <strong>la</strong> ag<strong>en</strong>cia gigante de re<strong>la</strong>ciones públicas, y t<strong>en</strong>íapatrocinadores a montones. Ahora también el<strong>la</strong> aparecía <strong>en</strong> anuncios, exhibi<strong>en</strong>do su propialínea de pr<strong>en</strong>das para deporte y tiempo libre, p<strong>en</strong>sadas para los excursionistas aficionados másque para los esca<strong>la</strong>dores profesionales, promovi<strong>en</strong>do lo que Hal Va<strong>la</strong>nce l<strong>la</strong>maría el universo.El<strong>la</strong> era <strong>la</strong> muchacha de oro del techo del mundo, <strong>la</strong> supervivi<strong>en</strong>te de «mi pareja de teutonas»,como Otto Cone gustaba de l<strong>la</strong>mar a sus hijas. Yel, otra vez te sigo los pasos. Una mujeratractiva <strong>en</strong> un mundo dominado por, <strong>en</strong> fin, hombres peludos se v<strong>en</strong>día bi<strong>en</strong>, y <strong>la</strong> imag<strong>en</strong> de <strong>la</strong>«reina de los hielos» t<strong>en</strong>ía garra. Esto daba dinero, y ahora que era lo bastante vieja como paracomprometer sus viejos y fieros ideales con un simple <strong>en</strong>cogerse de hombros y una sonrisa,estaba dispuesta a hacerlo, dispuesta, incluso, a salir <strong>en</strong> los programas de <strong>en</strong>trevistas de <strong>la</strong>televisión para responder con evasivas e insinuaciones picantes a <strong>la</strong>s consabidas preguntasacerca de <strong>la</strong> vida con los chicos a ocho mil metros. Este exhibicionismo no casaba con <strong>la</strong>imag<strong>en</strong> de sí misma a <strong>la</strong> que aún se aferraba con fuerza: <strong>la</strong> idea de que el<strong>la</strong> era solitaria pornaturaleza, <strong>la</strong> más reservada de <strong>la</strong>s mujeres, y que <strong>la</strong>s exig<strong>en</strong>cias de su vida profesional leprovocaban un conflicto que <strong>la</strong> dividía consigo misma Ello fue <strong>la</strong> causa de su primera disputacon Gibreel, que, con su crudeza habitual, dijo: «Supongo que no hay inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te <strong>en</strong> huir de<strong>la</strong>s cámaras mi<strong>en</strong>tras sepas que van detrás de ti. Pero ¿y si se paran? Supongo que <strong>en</strong>toncescorrerías <strong>en</strong> s<strong>en</strong>tido contrario.» Después, cuando hicieron <strong>la</strong>s paces, el<strong>la</strong> bromeaba acerca de sufama creci<strong>en</strong>te (puesto que fue <strong>la</strong> primera rubia atractiva que conquistó el Everest, se armó unconsiderable revuelo, y recibía por correo fotos de magníficos mostr<strong>en</strong>cos, invitaciones asoirées <strong>en</strong>copetadas y también insultos paranoicos): «Yo podría hacer pelícu<strong>la</strong>s ahora que tú tehas retirado. ¿Quién sabe? Quizá <strong>la</strong>s haga.» A lo que él respondió, impresionándo<strong>la</strong> con suvehem<strong>en</strong>cia: «Antes t<strong>en</strong>drías que matarme.»A pesar de su pragmatismo y bu<strong>en</strong>a disposición para meterse <strong>en</strong> <strong>la</strong>s contaminadas aguasde <strong>la</strong> vida real y nadar a favor de <strong>la</strong> corri<strong>en</strong>te, Allie no se libraba de <strong>la</strong> s<strong>en</strong>sación de que unahorrible desgracia acechaba a <strong>la</strong> vuelta de <strong>la</strong> esquina —reliquia de <strong>la</strong> trágica muerte de su padrey de su hermana—. Este pres<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to hizo de el<strong>la</strong> una esca<strong>la</strong>dora precavida, «un tío que


calcu<strong>la</strong> porc<strong>en</strong>tajes», como decían los chicos, y, a medida que admirados compañeros ibanmuri<strong>en</strong>do <strong>en</strong> <strong>la</strong>s montañas, su precaución fue <strong>en</strong> aum<strong>en</strong>to. Cuando no estaba esca<strong>la</strong>ndo, ello ledaba, a veces, un aspecto t<strong>en</strong>so, un aire nervioso; adquirió el aspecto def<strong>en</strong>sivo y reconc<strong>en</strong>tradode una fortaleza que se prepara para un asalto inevitable. Esta actitud contribuyó a consolidarsu reputación de mujer gélida; <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te se mant<strong>en</strong>ía a distancia y, según decía el<strong>la</strong> misma,aceptaba <strong>la</strong> soledad como precio de su indep<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia. Pero <strong>en</strong> todo ello empezaba a habercontradicciones porque, al fin y al cabo, últimam<strong>en</strong>te el<strong>la</strong> había abandonado toda prud<strong>en</strong>ciacuando decidió hacer el último asalto al Everest sin oxíg<strong>en</strong>o. «Aparte <strong>la</strong>s demásconsideraciones —le manifestó <strong>la</strong> ag<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> su carta de felicitación — , este gesto <strong>la</strong>humaniza, demuestra que usted ti<strong>en</strong>e corazón e intrepidez, lo cual le da una nueva dim<strong>en</strong>siónmuy positiva.» Ahora trabajaban <strong>en</strong> ello. Y, además, p<strong>en</strong>só Allie, sonri<strong>en</strong>do a Gibreel conexpresión de estímulo y fatiga, mi<strong>en</strong>tras él desc<strong>en</strong>día hacia sus intimidades, aquí estás tú. Casiun perfecto desconocido y te has hecho el dueño. Dios mío, si hasta te <strong>en</strong>tré por <strong>la</strong> puerta casi<strong>en</strong> brazos. No se te puede reprochar que aceptaras <strong>la</strong> invitación.Él no estaba educado para <strong>la</strong> conviv<strong>en</strong>cia. Acostumbrado a los criados, dejaba <strong>la</strong> ropa,<strong>la</strong>s migas y <strong>la</strong>s bolsitas del té tiradas por ahí. Peor: <strong>la</strong>s tiraba, <strong>la</strong>s dejaba caer donde había querecoger<strong>la</strong>s; con total desconsideración, permitiéndose el lujo de no reparar <strong>en</strong> lo que hacía, paraseguir demostrándose a sí mismo que él, el pobre chiquillo de <strong>la</strong> calle, no t<strong>en</strong>ía necesidad deord<strong>en</strong>ar sus cosas. Y no era esto lo único que <strong>la</strong> <strong>en</strong>furecía. El<strong>la</strong> servía el vino; él vaciaba sucopa rápidam<strong>en</strong>te y luego, cuando el<strong>la</strong> estaba distraída, bebía de <strong>la</strong> de el<strong>la</strong>, apaciguándo<strong>la</strong> conun angelical y superinoc<strong>en</strong>te: «Hay mucho más, ¿verdad?» Se comportaba muy mal <strong>en</strong> casa. Legustaba peer. Se quejaba —¡se quejaba, sí, después de que el<strong>la</strong>, literalm<strong>en</strong>te, lo recogiera de <strong>la</strong>nieve!— de que el piso era pequeño. «No puedo andar dos pasos sin darme de narices contrauna pared.» Contestaba al teléfono con grosería, auténtica grosería, sin molestarse <strong>en</strong> preguntarquién l<strong>la</strong>maba: automáticam<strong>en</strong>te, como hac<strong>en</strong> <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s de cine de Bombay cuando, porcasualidad, no hay un <strong>la</strong>cayo a mano que les proteja de <strong>la</strong>s intrusiones. Después de soportar unade aquel<strong>la</strong>s andanadas de obsc<strong>en</strong>idades, Alicja, cuando por fin pudo hab<strong>la</strong>r con su hija, dijo:«Perdona <strong>la</strong> franqueza, hijita, pero me parece que tu amigo es un caso.»«¿Un caso, mamá?» Esto tuvo el efecto de provocar <strong>en</strong> Alicja su tono más arrogante.Todavía podía hab<strong>la</strong>r con distinción, t<strong>en</strong>ía esa facultad, a pesar de su decisión post-Otto dedisfrazarse de pueblerina. «Un caso —anunció, tomando <strong>en</strong> consideración <strong>la</strong> circunstancia deque Gibreel era importación de <strong>la</strong> India— de chif<strong>la</strong>dura de macaco.»Allie no discutió con su madre, ya que no estaba segura, ni mucho m<strong>en</strong>os, de poderseguir vivi<strong>en</strong>do con Gibreel, aunque él hubiera atravesado medio mundo, aunque hubiera caídodel cielo. Era difícil hacer previsiones a <strong>la</strong>rgo p<strong>la</strong>zo; incluso el medio p<strong>la</strong>zo aparecía oscuro.Por el mom<strong>en</strong>to, el<strong>la</strong> se conc<strong>en</strong>traba <strong>en</strong> tratar de conocer a este hombre que, de <strong>en</strong>trada, dabapor descontado que él era el gran amor de su vida, con una certeza que hacía p<strong>en</strong>sar que oestaba <strong>en</strong> lo cierto, o estaba loco. Había muchos mom<strong>en</strong>tos difíciles. El<strong>la</strong> no sabía lo que sabíaél, lo que el<strong>la</strong> podía dar por descontado: un día, refiriéndose a Luzhin, el ajedrecista maldito deNabokov que llegó a p<strong>en</strong>sar que <strong>en</strong> <strong>la</strong> vida, como <strong>en</strong> el ajedrez, indefectiblem<strong>en</strong>te t<strong>en</strong>ían quedarse ciertas combinaciones para derrotarle, para tratar de explicar, por analogía, su propio (<strong>en</strong>realidad, algo distinto) pres<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de catástrofe inmin<strong>en</strong>te (que t<strong>en</strong>ía que ver no conesquemas reiterativos, sino con <strong>la</strong> inevitabilidad de lo imprevisible); pero él le <strong>la</strong>nzó unamirada dolorida que le mostró que no había oído hab<strong>la</strong>r del escritor, y no digamos de Ladef<strong>en</strong>sa. Pero, por otro <strong>la</strong>do, un día <strong>la</strong> sorpr<strong>en</strong>dió al preguntarle inopinadam<strong>en</strong>te: «¿Por quéPicabia?» Y agregó que era peculiar, que Otto Coh<strong>en</strong>, veterano de los campos de terror, seinteresara por todo ese amor neofascista por <strong>la</strong> maquinaria, <strong>la</strong> fuerza bruta y <strong>la</strong> glorificación de<strong>la</strong> deshumanización. «El que haya t<strong>en</strong>ido algo que ver con <strong>la</strong>s máquinas —agregó—, y,muñeca, eso es decir todos nosotros, sabe muy bi<strong>en</strong> que sólo hay una cosa cierta <strong>en</strong> <strong>la</strong>smáquinas, ya sean ord<strong>en</strong>adores o bicicletas. Y es que se estropean.» ¿Cómo es que tú


conoces...?, empezó el<strong>la</strong>, y se interrumpió, porque no le gustaba el tono paternalista de su voz,pero él le respondió sin vanidad. La primera vez que oyó hab<strong>la</strong>r de Marinetti, le dijo, no supointerpretarlo y p<strong>en</strong>só que el futurismo era algo re<strong>la</strong>cionado con los muñecos. «Marionetas,kathputli; por aquel <strong>en</strong>tonces yo estaba interesado <strong>en</strong> que se utilizaran autómatas <strong>en</strong> <strong>la</strong>spelícu<strong>la</strong>s, por ejemplo, para repres<strong>en</strong>tar demonios y otros seres sobr<strong>en</strong>aturales, y agarré unlibro.» Agarré un libro: Gibreel, el autodidacta, hizo que sonara como si hubiera agarrado unparaguas. A una muchacha de una familia que rever<strong>en</strong>ciaba los libros —su padre les hacíabesar cada tomo que caía al suelo— y que, <strong>en</strong> su rebeldía, los maltrataba, arrancando <strong>la</strong>spáginas que le interesaban o que no le gustaban, marcándolos y rayándolos para demostrarquién mandaba, <strong>la</strong> irrever<strong>en</strong>cia incru<strong>en</strong>ta de Gibreel, que tomaba los libros por lo que ofrecían,sin g<strong>en</strong>uflexiones ni afán destructor, era algo nuevo y, así lo reconoció, grato. El<strong>la</strong> apr<strong>en</strong>día deél. Gibreel, no obstante, parecía ins<strong>en</strong>sible a todo conocimi<strong>en</strong>to que el<strong>la</strong> deseara impartir como,por ejemplo, el sitio <strong>en</strong> el que había que dejar los calcetines sucios. Cuando el<strong>la</strong> sugirió que«ayudara un poco», él se mostró vivam<strong>en</strong>te of<strong>en</strong>dido, como si considerase que t<strong>en</strong>ía derecho aesperar un desagravio. Y el<strong>la</strong>, contrariada, descubrió que estaba dispuesta a ofrecérselo; por lom<strong>en</strong>os, aquel<strong>la</strong> vez.Lo peor de él, concluyó el<strong>la</strong> provisionalm<strong>en</strong>te, era su facultad para s<strong>en</strong>tirse desairado,m<strong>en</strong>ospreciado, agredido. Era imposible hacerle casi cualquier observación, por razonable quefuera y por dulcem<strong>en</strong>te que se p<strong>la</strong>nteara. «Ha<strong>la</strong>, ha<strong>la</strong>, a paseo», gritaba y se retiraba a <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>dade su orgullo herido. Y lo mejor de él era su forma de adivinar lo que el<strong>la</strong> deseaba, deconvertirse, cuando él quería, <strong>en</strong> el mago que satisfacía sus ansias secretas. Por lo tanto, susre<strong>la</strong>ciones sexuales eran literalm<strong>en</strong>te eléctricas. Aquel<strong>la</strong> primera chispa que saltó <strong>en</strong> su besoinaugural no fue casual. Seguía saltando, y a veces, <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, a el<strong>la</strong> le parecía que oía crepitar<strong>la</strong> electricidad alrededor de ellos; había mom<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> los que s<strong>en</strong>tía cómo se le erizaba el pelo.«Me recuerda el p<strong>en</strong>e de goma eléctrico que mi padre t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> su estudio —dijo a Gibreel, y losdos se rieron—. ¿Soy el amor de tu vida?», preguntó rápidam<strong>en</strong>te, y él respondió, no m<strong>en</strong>osrápidam<strong>en</strong>te: «Desde luego.»El<strong>la</strong> reconoció que los rumores sobre su frialdad, incluso su frigidez, t<strong>en</strong>ían cierta base.«Cuando Yel murió, asumí también ese aspecto de el<strong>la</strong>.» Ya no necesitaba amantes querestregarle por <strong>la</strong> cara. «Además, <strong>en</strong> realidad, ya no disfrutaba con ello. Por aquel <strong>en</strong>tonces, casitodos eran revolucionarios socialistas, que se conformaban conmigo mi<strong>en</strong>tras soñaban con <strong>la</strong>smujeres heroicas que habían visto durante sus viajes de tres semanas a Cuba. A el<strong>la</strong>s, niacercarse, desde luego; el mono militar y <strong>la</strong> pureza ideológica les asustaban. Volvían a casatarareando "Guantanamera" y me l<strong>la</strong>maban por teléfono.» El<strong>la</strong> r<strong>en</strong>unció. «P<strong>en</strong>sé: que losmejores cerebros de mi g<strong>en</strong>eración disert<strong>en</strong> acerca del poder sobre el cuerpo de otra infeliz; yo,paso.» Empezó a subir montañas, decía al principio, «porque sabía que ellos no me seguiríanhasta allá arriba. Pero luego p<strong>en</strong>sé: qué parida. Yo no lo hacía por ellos; lo hacía por mí».Todas <strong>la</strong>s mañanas, durante una hora, subía y bajaba <strong>la</strong>s escaleras corri<strong>en</strong>do, descalza,sobre <strong>la</strong>s puntas de los pies, por lo de los arcos caídos. Luego se desplomaba sobre un montónde almohadones, furiosa, mi<strong>en</strong>tras él paseaba, sin saber qué hacer, y g<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te acababa porservirle un trago fuerte: whisky ir<strong>la</strong>ndés, casi siempre. El<strong>la</strong> bebía bastante desde que empezó adarse cu<strong>en</strong>ta de <strong>la</strong> gravedad del problema de sus pies. («Por tu madre, de los pies, ni pa<strong>la</strong>bra —fue el surrealista consejo que le dio por teléfono una voz de <strong>la</strong> ag<strong>en</strong>cia de re<strong>la</strong>ciones públicas—. Si <strong>la</strong> cosa se sabe, finito, telón, sayonara, apaga y vámonos.») En su vigesimoprimera noche,después de cinco dobles de Jameson's, el<strong>la</strong> le dijo: «Te voy a explicar por qué subí allá arriba.No te rías. Para escapar del bi<strong>en</strong> y del mal.» Él no se rió. «¿Tú opinas que <strong>la</strong>s montañas estánpor <strong>en</strong>cima de <strong>la</strong> moral?», preguntó él gravem<strong>en</strong>te. «Esto es lo que yo apr<strong>en</strong>dí <strong>en</strong> <strong>la</strong> revolución—prosiguió el<strong>la</strong>—. Esta cosa: <strong>la</strong> información quedó abolida <strong>en</strong> un mom<strong>en</strong>to del siglo veinte, nopuedo decir cuándo exactam<strong>en</strong>te; y es natural, porque eso forma parte de <strong>la</strong> información quefue abli, a-bo-lida. Desde <strong>en</strong>tonces, vivimos <strong>en</strong> un cu<strong>en</strong>to de hadas. ¿Me sigues? Todo sucede


por arte de magia. Nosotras, <strong>la</strong>s hadas, no t<strong>en</strong>emos ni puta idea de lo que pasa. Entonces,¿cómo vamos a saber si está bi<strong>en</strong> o mal? Ni siquiera sabemos lo que es. De manera que yop<strong>en</strong>sé o puedes romperte el corazón tratando de esc<strong>la</strong>recerlo o puedes ir a s<strong>en</strong>tarte <strong>en</strong> unamontaña, porque es ahí a donde se ha ido toda <strong>la</strong> verdad; lo creas o no, se levantó y se <strong>la</strong>rgó deestas ciudades <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que hasta lo que t<strong>en</strong>emos debajo de los pies es artificial, m<strong>en</strong>tira, y seescondió allá arriba, <strong>en</strong> el aire transpar<strong>en</strong>te, hasta donde los embusteros no se atrev<strong>en</strong> aperseguir<strong>la</strong>, por miedo a que les estalle el cerebro. Está allá arriba. Yo subí. Pregúntame.» Sequedó dormida; él <strong>la</strong> llevó a <strong>la</strong> cama.Cuando le llegó <strong>la</strong> noticia de <strong>la</strong> muerte de Gibreel <strong>en</strong> <strong>la</strong> catástrofe aérea, el<strong>la</strong> seatorm<strong>en</strong>taba inv<strong>en</strong>tándolo, es decir, especu<strong>la</strong>ndo acerca del amante perdido. Él era el primerocon el que el<strong>la</strong> dormía desde hacía cinco años, que no era cifra pequeña <strong>en</strong> su vida. Allie seapartó de <strong>la</strong> sexualidad porque su instinto le hizo compr<strong>en</strong>der que, de lo contrario, podía serabsorbida; que para el<strong>la</strong> ésta era y sería siempre una cuestión importante, todo un oscurocontin<strong>en</strong>te del que había qué trazar los mapas, y el<strong>la</strong> no estaba dispuesta a ir por ese camino, aser explorador, a dibujar esas costas. Pero no había podido dejar de s<strong>en</strong>tirse disminuida por suignorancia del Amor, de lo que debía de ser s<strong>en</strong>tirse totalm<strong>en</strong>te poseído por aquel djinn típico ycapitalizado, el anhelo de, <strong>la</strong> indefinición de los límites del ser, <strong>la</strong> gran apertura, desde <strong>la</strong> nuezhasta el pubis: sólo pa<strong>la</strong>bras, porque el<strong>la</strong> no sabía lo que era eso. Supongamos que él hubierallegado hasta mí, soñaba. Yo habría podido descubrirlo paso a paso, trepar hasta su cima. Yaque mis pies de huesos frágiles me privan de <strong>la</strong> montaña, yo habría buscado mi montaña <strong>en</strong> él:establecido campam<strong>en</strong>tos base, trazado rutas, salvado cascadas de hielo, grietas, corredores.Habría hecho el asalto a <strong>la</strong> cumbre y visto bai<strong>la</strong>r a los ángeles. Pero, ay, él está muerto y <strong>en</strong> elfondo del mar. Y <strong>en</strong>tonces lo <strong>en</strong>contró. Y tal vez también él <strong>la</strong> había inv<strong>en</strong>tado a el<strong>la</strong> un poco,inv<strong>en</strong>tado a algui<strong>en</strong> cuyo amor mereciera que uno abandonase su antigua vida. Nadaextraordinario <strong>en</strong> eso. Ocurre con frecu<strong>en</strong>cia, y allá van los dos inv<strong>en</strong>tores matando cantosvivos, ajustando sus inv<strong>en</strong>tos, amoldando <strong>la</strong> imaginación a <strong>la</strong> realidad, apr<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do a convivir:o no. Unas veces resulta, y otras, no. Pero suponer que Gibreel Farishta y Alleluia Conehubieran podido seguir un camino tan tril<strong>la</strong>do, es cometer el error de creer que sus re<strong>la</strong>cioneseran comunes y corri<strong>en</strong>tes. Y no lo eran. Ni por asomo. Eran unas re<strong>la</strong>ciones con gravesdefici<strong>en</strong>cias. («La ciudad moderna — Otto Cone aburría a su familia <strong>en</strong> <strong>la</strong> mesa con su tópicofavorito— es el locus c<strong>la</strong>ssicus de realidades incompatibles. Vidas que no ti<strong>en</strong><strong>en</strong> por quémezc<strong>la</strong>rse se si<strong>en</strong>tan de <strong>la</strong>do <strong>en</strong> el ómnibus. Un universo, <strong>en</strong> un paso cebra, es iluminado unmom<strong>en</strong>to, y parpadea como un conejo, por los faros de un vehículo motor <strong>en</strong> el que se<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra un continuum completam<strong>en</strong>te extraño y contradictorio. Y, si todo para <strong>en</strong> esto, si sólose cruzan <strong>en</strong> <strong>la</strong> noche, se rozan <strong>en</strong> una estación del Metro, se saludan con un sombrerazo <strong>en</strong> elpasillo de un hotel, m<strong>en</strong>os mal. Pero ¡ay si se mezc<strong>la</strong>n! Entonces es uranio y plutonio, cada unodescompone al otro, y boom.» «Si bi<strong>en</strong> se mira, cariño —dijo Alicja secam<strong>en</strong>te—, a m<strong>en</strong>udoyo misma me si<strong>en</strong>to un poco incompatible.»)Las defici<strong>en</strong>cias de <strong>la</strong> gran pasión de Alleluia Cone y Gibreel Farishta eran <strong>la</strong>ssigui<strong>en</strong>tes: el temor secreto que el<strong>la</strong> s<strong>en</strong>tía de su deseo secreto, o sea, del amor; un temor que <strong>la</strong>hacía distanciarse y hasta atacar viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te a <strong>la</strong> misma persona cuyo afecto más deseaba; y,cuanto más profunda era <strong>la</strong> intimidad, más viol<strong>en</strong>to era su ataque, de manera que <strong>la</strong> otrapersona, a <strong>la</strong> que se había conducido a un lugar de absoluta confianza induciéndole a bajar <strong>la</strong>guardia, s<strong>en</strong>tía el impacto con toda su fuerza y quedaba devastada; que es, ni más ni m<strong>en</strong>os, loque ocurrió a Gibreel Farishta cuando, después de tres semanas del más sublime éxtasisamoroso que cualquiera de los dos hubiera conocido, se le notificó que debía buscarsealojami<strong>en</strong>to lo antes posible porque el<strong>la</strong>, Allie, necesitaba más espacio del que ahora disponía;y el carácter celoso y absorb<strong>en</strong>te de él, insospechado incluso para sí mismo, porque nuncaconsideró a una mujer como un tesoro que había que guardar a toda costa de <strong>la</strong>s hordas piratasque, naturalm<strong>en</strong>te, tratarían de arrebatárse<strong>la</strong>; y sobre lo que <strong>en</strong> seguida volveremos; y el defecto


fatal, es decir, el inmin<strong>en</strong>te descubrimi<strong>en</strong>to de Gibreel Farishta —o, si lo prefier<strong>en</strong>,chif<strong>la</strong>dura— de que él era <strong>en</strong> verdad nada m<strong>en</strong>os que un arcángel con forma humana, y no unarcángel cualquiera, sino el Ángel de <strong>la</strong> Reve<strong>la</strong>ción, el más preemin<strong>en</strong>te de todos (ahora quehabía caído Shaitan).* * *Habían pasado sus días <strong>en</strong> un ais<strong>la</strong>mi<strong>en</strong>to tal, <strong>en</strong>vueltos <strong>en</strong> <strong>la</strong>s sábanas de sus deseos,que los celos furiosos e incontro<strong>la</strong>bles de él, que, como advirtiera Yago, «escarnec<strong>en</strong> <strong>la</strong> carnede <strong>la</strong> que se alim<strong>en</strong>tan», tardaron <strong>en</strong> aflorar. Se manifestaron por primera vez <strong>en</strong> el ridículoasunto del trío de caricaturas que Allie había colgado de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> puerta de <strong>en</strong>trada, conpasse-partout color crema y marco oro viejo, todas con <strong>la</strong> misma dedicatoria garabateada <strong>en</strong> elángulo inferior derecho de <strong>la</strong> cartulina crema: Para A., con esperanzas, de Brunel. CuandoGibreel reparó <strong>en</strong> <strong>la</strong>s inscripciones, exigió una explicación, seña<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong>s caricaturas con elbrazo ext<strong>en</strong>dido y sujetando con <strong>la</strong> mano libre <strong>la</strong> sábana que le <strong>en</strong>volvía (se había ataviado deesta s<strong>en</strong>cil<strong>la</strong> manera porque había decidido que había llegado el mom<strong>en</strong>to de inspeccionar losalrededores; uno no puede pasar <strong>la</strong> vida echado sobre <strong>la</strong> espalda, ni siquiera sobre <strong>la</strong> tuya,dijo); Allie se rió, compr<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te. «Te pareces a Bruto, todo muerte y dignidad —bromeó—. La estampa del hombre honorable.» Con vivo asombro, el<strong>la</strong> le oyó gritarviol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te: «Dime inmediatam<strong>en</strong>te quién es este canal<strong>la</strong>.»«Es imposible que hables <strong>en</strong> serio», dijo el<strong>la</strong>. Jack Brunel se dedicaba a los dibujosanimados, t<strong>en</strong>ía casi ses<strong>en</strong>ta años y había conocido a su padre. El<strong>la</strong> nunca sintió ni el m<strong>en</strong>orinterés por él, que se dedicaba a cortejar<strong>la</strong> por el so<strong>la</strong>pado y mudo sistema de <strong>en</strong>viarle aquellosdibujos de vez <strong>en</strong> cuando.«¿Y por qué no los tiras a <strong>la</strong> papelera?», rugió Gibreel. Allie, sin compr<strong>en</strong>der todavía <strong>la</strong>magnitud de su cólera, mantuvo un tono humorístico. Conservaba los dibujos porque legustaban. El primero era un viejo chiste de Punch, <strong>en</strong> el que se veía a Leonardo da Vinci <strong>en</strong> suestudio, rodeado de discípulos, arrojando al aire <strong>la</strong> Mona Lisa como un p<strong>la</strong>tillo vo<strong>la</strong>dor.Acordaos de lo que os digo, se leía al pie: un día los hombres vo<strong>la</strong>rán a Padua <strong>en</strong> cosas comoésta. En el segundo marco había una página de Toff, una revista infantil inglesa de <strong>la</strong> época de<strong>la</strong> Segunda Guerra Mundial. En unos tiempos <strong>en</strong> los que tantos niños se convertían <strong>en</strong>evacuados, se consideró necesario crear, a modo de explicación, una versión <strong>en</strong> historieta de lossucesos del mundo de los mayores. Allí se repres<strong>en</strong>taba uno de los <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tros semanales <strong>en</strong>treel equipo local —Toff (un niño increíble, con monóculo, chaquetil<strong>la</strong> corta y pantalón a rayasestilo Eton) y Bert, su compañero, con gorra de visera y rodil<strong>la</strong>s desol<strong>la</strong>das— y el asqueroso<strong>en</strong>emigo, Hatroz Hadolf y sus tarados (hatajo de matones cada cual con su tara, por ejemplo, ungarfio <strong>en</strong> lugar de mano, pies con garras o unos di<strong>en</strong>tes que podían atravesarte el brazo). Elequipo británico invariablem<strong>en</strong>te salía v<strong>en</strong>cedor. Gibreel miraba el cuadrito con desdén.«Malditos chauvinistas. Ésa es vuestra m<strong>en</strong>talidad; eso fue para vosotros <strong>la</strong> guerra.» Allie optópor no hab<strong>la</strong>rle de su padre, ni decir a Gibreel que uno de los dibujantes de Toff, un acérrimoantinazi natural de Berlín l<strong>la</strong>mado Wolf, fue arrestado e internado con otros alemanes quevivían <strong>en</strong> Ing<strong>la</strong>terra y, según Brunel, sus compañeros no movieron ni un dedo para salvarle.«Corazón de piedra —com<strong>en</strong>tó Jack—, es lo único que necesita el dibujante de historietas.¡Qué gran artista hubiera sido Disney de haber t<strong>en</strong>ido el corazón de piedra! Ése fue su grandefecto.» Brunel dirigía unos pequeños estudios de pelícu<strong>la</strong>s de dibujos animados l<strong>la</strong>madosProducciones Espantapájaros, por el personaje de El mago de Oz.El tercer marco cont<strong>en</strong>ía el último dibujo de una de <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s del gran animadorjaponés Yoji Kuri, cuya producción, de un cinismo singu<strong>la</strong>r, era el perfecto expon<strong>en</strong>te de <strong>la</strong>


ealista opinión de Brunel sobre el arte del dibujante. En <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong>, un hombre caía desde unrascacielos; un coche de bomberos llegaba a toda velocidad y se situaba debajo del que caía. Eltecho del coche se abría y del interior surgía un gran pincho de acero y, <strong>en</strong> el dibujo que estaba<strong>en</strong> <strong>la</strong> pared de Allie, el hombre llegaba cabeza abajo y el pincho se le c<strong>la</strong>vaba <strong>en</strong> el cerebro.«Morboso», s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ció Gibreel Farishta.Puesto que nada conseguía con estos espléndidos regalos, Brunel se vio obligado a salira <strong>la</strong> luz y pres<strong>en</strong>tarse <strong>en</strong> persona. Compareció una noche <strong>en</strong> el apartam<strong>en</strong>to de Allie, sin avisary bastante bebido, y con una cartera bastante estropeada de <strong>la</strong> que sacó una botel<strong>la</strong> de ronnegro. A <strong>la</strong>s tres de <strong>la</strong> madrugada se había bebido todo el ron y no parecía p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> marcharse.Allie, ost<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te, se fue al cuarto de baño a <strong>la</strong>varse los di<strong>en</strong>tes y, al volver, <strong>en</strong>contró aldibujante <strong>en</strong> cueros <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> alfombra de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, mostrando un cuerposorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te bi<strong>en</strong> formado cubierto de espeso vello gris. Al ver<strong>la</strong>, abrió los brazosgritando: «¡Tómame! ¡Haz conmigo lo que tú quieras!» El<strong>la</strong>, con toda <strong>la</strong> amabilidad posible, lehizo vestirse, y los puso a él y a su cartera <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta. Brunel no había vuelto.Allie contó el caso a Gibreel con una risueña franqueza que indicaba que el<strong>la</strong> noesperaba que desatara aquel<strong>la</strong> torm<strong>en</strong>ta. Pero también es posible (durante los últimos díashabían t<strong>en</strong>ido ciertos roces) que aquel aire de inoc<strong>en</strong>cia fuera ficticio, que el<strong>la</strong> casi deseara queél empezara a portarse mal, de manera que lo que ocurriera fuera culpa suya, no de el<strong>la</strong>... Locierto es que Gibreel puso el grito <strong>en</strong> el cielo y acusó a Allie de falsear el final de <strong>la</strong> historia yagregó que <strong>en</strong> realidad el pobre Brunel debía de estar esperando al <strong>la</strong>do del teléfono y que el<strong>la</strong>p<strong>en</strong>saba l<strong>la</strong>marle <strong>en</strong> cuanto él, Farishta, diera media vuelta. Desvarios, <strong>en</strong> suma, celos delpasado, los peores. Cuando este s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to terrible se apoderó de él, empezó a improvisar unaserie de amantes, a los que puso por todas <strong>la</strong>s esquinas. El<strong>la</strong> le había contado lo de Brunel paramortificarle, gritó; era una crueldad deliberada. «Tú quieres t<strong>en</strong>er a los hombres de rodil<strong>la</strong>s —chilló, perdido ya el control por completo—. Yo no me arrodillo.»«Basta —dijo el<strong>la</strong>—. Fuera.»Su furor se acrec<strong>en</strong>tó. Ciñéndose <strong>la</strong> toga, se precipitó <strong>en</strong> el dormitorio para vestirse. Sepuso <strong>la</strong>s únicas pr<strong>en</strong>das que poseía, incluida <strong>la</strong> gabardina del forro escar<strong>la</strong>ta y el sombrero grisde don Enrique Diamond; Allie le miraba desde <strong>la</strong> puerta. «No creas que volveré», gritó,compr<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do que su furor podía llevarle hasta <strong>la</strong> puerta y esperando que el<strong>la</strong> empezara acalmarle, a hab<strong>la</strong>rle suavem<strong>en</strong>te, a proporcionarle el medio de quedarse. Pero el<strong>la</strong> se <strong>en</strong>cogió dehombros y se fue, y <strong>en</strong>tonces, <strong>en</strong> el instante de su mayor ira, se resquebrajaron los límites de <strong>la</strong>tierra, se oyó un ruido como de una presa que rev<strong>en</strong>tara y mi<strong>en</strong>tras los espíritus del mundo delos sueños salían <strong>en</strong> tropel por <strong>la</strong> brecha al universo de lo cotidiano, Gibreel Farishta vio aDios.Para el Isaías de B<strong>la</strong>ke, Dios era, simplem<strong>en</strong>te, inman<strong>en</strong>te, una indignación incorpórea;pero <strong>la</strong> visión de Gibreel del Ser Supremo no t<strong>en</strong>ía nada de abstracta. S<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama habíaun hombre de su misma edad poco más o m<strong>en</strong>os, estatura mediana, fornido, con una barba desal y pimi<strong>en</strong>ta recortada resigui<strong>en</strong>do <strong>la</strong> línea de <strong>la</strong> mandíbu<strong>la</strong>. Lo que más le chocó fue que <strong>la</strong>aparición t<strong>en</strong>ía una calva incipi<strong>en</strong>te, caspa y gafas. Aquél no era el Todopoderoso que élesperaba. «¿Quién es usted?», preguntó con interés. (Ahora ya no le interesaba Alleluia Coneque, al oír que empezaba a hab<strong>la</strong>r solo, había vuelto sobre sus pasos y le observaba con unaexpresión de auténtico pánico.)«Ooparva<strong>la</strong> —dijo <strong>la</strong> aparición—. El de Arriba.» «¿Cómo puedo estar seguro de que noes el Otro —preguntó Gibreel astutam<strong>en</strong>te—, Neechayva<strong>la</strong>, El de Abajo?»Pregunta muy osada que recibió respuesta contund<strong>en</strong>te. Aquel<strong>la</strong> deidad podía t<strong>en</strong>eraspecto de amanu<strong>en</strong>se miope, pero desde luego era capaz de movilizar todo el aparatotradicional de <strong>la</strong> ira divina. Las nubes se agolparon fr<strong>en</strong>te a <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana; el vi<strong>en</strong>to y el tru<strong>en</strong>ohicieron temb<strong>la</strong>r <strong>la</strong> habitación. En los Fields cayeron árboles. «Estamos perdi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> paci<strong>en</strong>ciacontigo, Gibreel Farishta. Ya basta de dudar de Nos. —Gibreel bajó <strong>la</strong> cabeza, apabul<strong>la</strong>do por


<strong>la</strong> divina cólera—. Nos no estamos obligado a explicarte Nuestra naturaleza. —El rapapolvocontinuaba—. Si Nos somos multiforme y plural; si repres<strong>en</strong>tamos <strong>la</strong> unión por hibridación decontrarios tales como Oopar y Neechay, o si somos puro, escueto y sumo, no ha de decidirseaquí.» La revuelta cama, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que su Visitante descansaba Su parte posterior (que, segúnobservó Gibreel, refulgía levem<strong>en</strong>te, como el resto de <strong>la</strong> Persona), fue objeto de miradadesaprobadora. «Lo que importa es que ya se han acabado <strong>la</strong>s vaci<strong>la</strong>ciones. ¿Tú querías unaseñal c<strong>la</strong>ra de Nuestra exist<strong>en</strong>cia? Nos hicimos que <strong>la</strong> Reve<strong>la</strong>ción ll<strong>en</strong>ara tus sueños, <strong>en</strong> loscuales se explicitaba no sólo Nuestra naturaleza, sino también <strong>la</strong> tuya. Pero tú te resistías,luchabas contra el sueño por el que Nos te despertábamos. Tu miedo a <strong>la</strong> verdad nos haobligado finalm<strong>en</strong>te a manifestarnos, con bastantes molestias, <strong>en</strong> <strong>la</strong> vivi<strong>en</strong>da de esta mujer muy<strong>en</strong>trada <strong>la</strong> noche. Ya es hora de actuar. ¿Crees que Nos te rescatamos de los cielos para que terevolcaras con una rubia de pies p<strong>la</strong>nos (extraordinaria, sin duda). El trabajo espera.»«Estoy dispuesto —dijo Gibreel con humildad—. De todos modos, ya me iba.»«Escucha —le decía Allie Cone—, Gibreel, maldita sea, olvida <strong>la</strong> pelea. Mira: yo tequiero.»Ahora estaban los dos solos <strong>en</strong> el apartam<strong>en</strong>to. «T<strong>en</strong>go que marcharme», dijo Gibreelsuavem<strong>en</strong>te. El<strong>la</strong> se colgó de su brazo. «Me parece que no estás bi<strong>en</strong>.» Él insistió <strong>en</strong> salvar sudignidad. «Después de exigir mi marcha, ya no posees jurisdicción <strong>en</strong> lo concerni<strong>en</strong>te a misalud.» Y escapó. Alleluia, al tratar de seguirle, sintió agudos dolores <strong>en</strong> ambos pies y, sin másopción, cayó al suelo sollozando, lo mismo que una actriz <strong>en</strong> una pelícu<strong>la</strong> masa<strong>la</strong>, o que RekhaMerchant el día <strong>en</strong> que Gibreel <strong>la</strong> dejó por última vez. En suma, lo mismo que un personaje deun tipo de drama <strong>en</strong> el que el<strong>la</strong> nunca creyó poder <strong>en</strong>cajar.* * *La turbul<strong>en</strong>cia meteorológica desatada por <strong>la</strong> cólera de Dios para con su siervo habíadado paso a una noche c<strong>la</strong>ra y tibia presidida por una luna gorda y mantecosa. Sólo los árbolesderribados daban testimonio del poder del Ser que ya había partido. Gibreel, con el sombreroca<strong>la</strong>do, el cinturón del dinero bi<strong>en</strong> ceñido al cuerpo, <strong>la</strong>s manos hundidas <strong>en</strong> los bolsillos —<strong>la</strong>derecha palpaba un libro pequeño, de tapas b<strong>la</strong>ndas—, daba gracias <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio por su evasión.Seguro ya de su condición arcangélica, desechó todo remordimi<strong>en</strong>to por sus anteriores dudas ylo sustituyó por una firme decisión: él devolvería a esta metrópoli de impíos, esta nueva 'Ad oThamoud, el conocimi<strong>en</strong>to de Dios, el cual derramaría sobre el<strong>la</strong> <strong>la</strong>s b<strong>en</strong>diciones de <strong>la</strong>Reve<strong>la</strong>ción, <strong>la</strong> Pa<strong>la</strong>bra sagrada. Sintió que su antigua personalidad se despr<strong>en</strong>día de él y <strong>la</strong>despidió <strong>en</strong>cogiéndose de hombros, pero decidió que, por ahora, conservaría <strong>la</strong> esca<strong>la</strong> humana.Aún no había llegado el mom<strong>en</strong>to de crecer hasta ll<strong>en</strong>ar el firmam<strong>en</strong>to de horizonte a horizonte,aunque sin duda llegaría a no tardar.Las calles de <strong>la</strong> ciudad se retorcían <strong>en</strong> torno a él, <strong>en</strong>roscándose como serpi<strong>en</strong>tes.Londres se había vuelto inestable, reve<strong>la</strong>ndo su verdadera naturaleza, caprichosa yatorm<strong>en</strong>tada, su angustia de ciudad que ha perdido el s<strong>en</strong>tido de id<strong>en</strong>tidad y, por consigui<strong>en</strong>te,se debate <strong>en</strong> <strong>la</strong> impot<strong>en</strong>cia de su egoísta y airado pres<strong>en</strong>te de máscaras y parodias, asfixiada yoprimida por el peso insoportable del pasado no desechado, mi<strong>en</strong>tras contemp<strong>la</strong> <strong>la</strong> deso<strong>la</strong>ciónde un futuro empobrecido. Él deambuló toda <strong>la</strong> noche, y el día sigui<strong>en</strong>te, y <strong>la</strong> noche sigui<strong>en</strong>te,hasta que luz y oscuridad dejaron de importar. Ya no parecía necesitar <strong>la</strong> comida ni eldescanso; sólo s<strong>en</strong>tía el afán de moverse constantem<strong>en</strong>te por aquel<strong>la</strong> metrópoli torturada cuyatextura estaba transformándose por completo; <strong>la</strong>s casas de los barrios ricos se construían ahorade miedo solidificado; los edificios del Gobierno, de vanagloria y desprecio, y <strong>la</strong>s vivi<strong>en</strong>das delos pobres, de confusión y sueños materiales. Cuando miras con ojos de ángel, ves es<strong>en</strong>cias <strong>en</strong>


lugar de superficies, ves <strong>la</strong> corrupción del alma que levanta ampol<strong>la</strong>s y pústu<strong>la</strong>s <strong>en</strong> <strong>la</strong> piel de lostranseúntes, ves <strong>la</strong> g<strong>en</strong>erosidad de algunas personas posada <strong>en</strong> sus hombros <strong>en</strong> forma de ave.Mi<strong>en</strong>tras vagaba por <strong>la</strong> ciudad transformada, vio diablillos con a<strong>la</strong>s de murcié<strong>la</strong>go s<strong>en</strong>tados <strong>en</strong><strong>la</strong>s esquinas de edificios hechos de m<strong>en</strong>tiras, y vislumbró du<strong>en</strong>des que reptaban como gusanospor <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s baldosas rotas de los urinarios públicos. Al igual que el fraile alemán Richalmus<strong>en</strong> el siglo trece, sólo con cerrar los ojos veía nubes de demonios minúsculos que <strong>en</strong>volvían acada hombre y mujer del mundo, bai<strong>la</strong>ndo como motas de polvo al sol, ahora Gibreel, con losojos abiertos al c<strong>la</strong>ro de luna y a <strong>la</strong> luz del sol, detectaba <strong>en</strong> todas partes <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>cia de suadversario, de su —para devolver a <strong>la</strong> vieja pa<strong>la</strong>bra su significado original— shaitan.Mucho antes del Diluvio, recordó —al parecer, ahora que había reasumido el papel dearcángel se le restituían, poco a poco, su memoria y sabiduría arcangélicas—, numerososángeles (los primeros nombres que recordó, Semjaza y Azazel) fueron arrojados del Cielo pordesear a <strong>la</strong>s hijas de los hombres, <strong>la</strong>s cuales, llegado el mom<strong>en</strong>to, parieron una raza perversade gigantes. Ahora empezaba a compr<strong>en</strong>der <strong>la</strong> magnitud del peligro del que se había salvado a<strong>la</strong>partarse de Alleluia Cone. ¡Oh, <strong>la</strong> más falsa de <strong>la</strong>s criaturas! ¡Oh, princesa de los poderes de<strong>la</strong>ire! Cuando el Profeta, paz a su nombre, recibió <strong>la</strong> wahi, Reve<strong>la</strong>ción, ¿no temió también haberperdido el juicio? ¿Y quién le tranquilizó dándole <strong>la</strong> certidumbre que necesitaba? Pues Khadija,su esposa. El<strong>la</strong> le conv<strong>en</strong>ció de que no estaba loco de remate, sino que era el M<strong>en</strong>sajero deDios.Pero Alleluia, ¿qué había hecho por él? Tú no eres tú. Me parece que no estás bi<strong>en</strong>.¡Oh, causante de tribu<strong>la</strong>ciones, g<strong>en</strong>eratriz de discordia y de <strong>la</strong> amargura del corazón! ¡Sir<strong>en</strong>at<strong>en</strong>tadora, diablo <strong>en</strong> forma humana! Ese cuerpo como <strong>la</strong> nieve, con su pelo pálido, pálido; cómolo utilizaba el<strong>la</strong> para nub<strong>la</strong>rle el alma, y cuán duro le resultó, por <strong>la</strong> debilidad de <strong>la</strong> carne,resistirse..., pr<strong>en</strong>dido por el<strong>la</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong>s redes de un amor tan complejo que estaba más allá de todacompr<strong>en</strong>sión y le había llevado hasta el borde de <strong>la</strong> Caída final. ¡Cuán b<strong>en</strong>éfico fue <strong>en</strong>toncespara él el Ente Superior! Ahora veía que <strong>la</strong> elección era fácil: el amor infernal de <strong>la</strong>s hijas delos hombres o <strong>la</strong> celestial adoración de Dios. Él consiguió hacer <strong>la</strong> elección bu<strong>en</strong>a, <strong>en</strong> el últimoinstante.Del bolsillo derecho de <strong>la</strong> gabardina sacó el libro que estaba allí desde que se fue decasa de Rosa, hacía un mil<strong>en</strong>io: el libro de <strong>la</strong> ciudad que él v<strong>en</strong>ía a salvar, el Mismo Londres,capital de Vi<strong>la</strong>yet, conv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te expuesta con todo detalle, sin omitir nada. Él redimiríaesta ciudad: Londres a su alcance, de <strong>la</strong> A a <strong>la</strong> Z.* * *En una esquina de una zona de <strong>la</strong> ciudad antaño conocida por sus artistas y radicales ytransitada por hombres <strong>en</strong> busca de prostitutas y ahora <strong>en</strong>tregada al personal publicitario yproductores cinematográficos m<strong>en</strong>ores, el arcángel Gibreel descubrió un alma perdida. Erajov<strong>en</strong>, del género masculino, bu<strong>en</strong>a estatura y una gran belleza, con <strong>la</strong> nariz extrañam<strong>en</strong>teaguileña, el pelo más bi<strong>en</strong> <strong>la</strong>rgo, reluci<strong>en</strong>te y peinado con raya <strong>en</strong> medio, y con los di<strong>en</strong>tes deoro. El alma perdida estaba de pie <strong>en</strong> el bordillo de <strong>la</strong> acera, de espaldas al arroyo, con elcuerpo ligeram<strong>en</strong>te inclinado hacia de<strong>la</strong>nte, y sost<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> <strong>la</strong> mano derecha un objeto queevid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> gran estima. Su conducta era extraña: contemp<strong>la</strong>ba int<strong>en</strong>sam<strong>en</strong>te elobjeto que t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> <strong>la</strong> mano y luego miraba <strong>en</strong> derredor, sacudi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> cabeza de derecha aizquierda, escudriñando con ávida conc<strong>en</strong>tración <strong>la</strong> cara de los que pasaban por su <strong>la</strong>do.Gibreel, que no quería actuar con brusquedad, observó, <strong>en</strong> una primera pasada, que el objetoque asía el alma perdida era una foto tamaño pasaporte. A <strong>la</strong> segunda pasada se paró de<strong>la</strong>nte deldesconocido y le ofreció su ayuda. El otro le miró con recelo y le puso <strong>la</strong> foto de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong>


nariz. «Este hombre —dijo golpeando <strong>la</strong> cartulina con un <strong>la</strong>rgo índice—. ¿Conoces a estehombre?»Cuando Gibreel vio que desde <strong>la</strong> foto le miraba un jov<strong>en</strong> de gran belleza, con una narizextrañam<strong>en</strong>te aguileña, el pelo más bi<strong>en</strong> <strong>la</strong>rgo, reluci<strong>en</strong>te y peinado con raya <strong>en</strong> medio,compr<strong>en</strong>dió que su instinto no le había <strong>en</strong>gañado, que allí, <strong>en</strong> una concurrida esquina,observando a <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te, por si se veía pasar a sí mismo, había un alma <strong>en</strong> busca del cuerpoextraviado, un espectro que necesitaba desesperadam<strong>en</strong>te su <strong>en</strong>voltura física perdida; porquelos arcángeles sab<strong>en</strong> que el alma o ka no puede existir (una vez se ha roto el dorado cordón deluz que <strong>la</strong> une al cuerpo) más de una. noche y un día. «Yo puedo ayudarte», prometió, y eljov<strong>en</strong> le miró con viva incredulidad. Gibreel se inclinó, tomó <strong>la</strong> cara del alma <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s manos y<strong>la</strong> besó firmem<strong>en</strong>te <strong>en</strong> los <strong>la</strong>bios, porque el espíritu que es besado por un arcángel recuperainmediatam<strong>en</strong>te el s<strong>en</strong>tido de <strong>la</strong> ori<strong>en</strong>tación y <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra el camino de <strong>la</strong> verdad y <strong>la</strong> virtud.Ahora bi<strong>en</strong>, el alma perdida reaccionó a <strong>la</strong> gracia del beso arcangélico de un modosorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te. «¡Maricón! —gritó—. Puedo estar desesperado, tú, pero no tanto», después de locual, manifestando una solidez insólita <strong>en</strong> los espíritus incorpóreos, sacudió al Arcángel delSeñor un soberano golpe <strong>en</strong> <strong>la</strong> nariz con el mismo puño con que sost<strong>en</strong>ía su imag<strong>en</strong>,provocando desori<strong>en</strong>tación y hemorragia.Cuando a Gibreel se le ac<strong>la</strong>ró <strong>la</strong> vista, el alma perdida se había marchado, pero ahorat<strong>en</strong>ía de<strong>la</strong>nte, flotando <strong>en</strong> su alfombra, a medio metro del suelo, a Rekha Merchant, que sebur<strong>la</strong>ba de él <strong>en</strong> su perplejidad. «No ha sido un gran comi<strong>en</strong>zo —com<strong>en</strong>tó resop<strong>la</strong>ndo—. Vayaun arcángel. Gibreel janab, estás mal de <strong>la</strong> cabeza, te lo digo yo. Interpretaste a demasiadospersonajes a<strong>la</strong>dos y eso no podía ser bu<strong>en</strong>o para ti. Y, <strong>en</strong> tu lugar, yo no me fiaría de esaDeidad tuya —agregó <strong>en</strong> tono más confid<strong>en</strong>cial, si bi<strong>en</strong> Gibreel sospechó que su int<strong>en</strong>ciónseguía si<strong>en</strong>do satírica—. Él mismo se de<strong>la</strong>tó al embarul<strong>la</strong>r <strong>la</strong> respuesta a tu pregunta de si eraOopar o era Neechay. Este criterio de separación de funciones, luz contra tinieb<strong>la</strong>s, el malcontra el bi<strong>en</strong>, puede t<strong>en</strong>er s<strong>en</strong>tido <strong>en</strong> el Is<strong>la</strong>m (Oh, hijos de Adán, no permitáis que el diablo osseduzca, como expulsó a vuestros padres del paraíso, arrancándoles el vestido para mostrarlessu vergü<strong>en</strong>za), pero no ti<strong>en</strong>es más que remontarte un poco y verás que se trata de una inv<strong>en</strong>ciónbastante reci<strong>en</strong>te. Amos, <strong>en</strong> el siglo octavo a. C, pregunta: "¿Puede haber mal <strong>en</strong> una ciudad yno ser obra del Señor?" El mismo Yavé, citado dosci<strong>en</strong>tos años después <strong>en</strong> Deutero-Isaías,explica: "Yo hago <strong>la</strong> luz y creo <strong>la</strong>s tinieb<strong>la</strong>s; Yo hago <strong>la</strong> paz y creo el mal; Yo, el Señor, hagotodas estas cosas." Y no es hasta el siglo cuarto a. C, <strong>en</strong> el Libro de <strong>la</strong>s Crónicas, cuando se usa<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra shaitan para designar un ser y no sólo un atributo de Dios.» Este discurso,evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, nunca hubiera podido pronunciarlo <strong>la</strong> Rekha «real», que desc<strong>en</strong>día de unatradición politeísta y jamás manifestó ni asomo de interés por <strong>la</strong> comparación de <strong>la</strong>s religionesy, mucho m<strong>en</strong>os, por los Apócrifos. Pero Gibreel sabía que <strong>la</strong> Rekha que le perseguía desdeque cayó del Bostan no era real de una manera objetiva, psicológica o físicam<strong>en</strong>te coher<strong>en</strong>te.Entonces, ¿qué era? Sería fácil imaginar<strong>la</strong> como algo creado por él mismo, su propia cómpliceadversaria,su demonio interior. Ello explicaría su desparpajo con el arcano. Pero ¿cómo habíaadquirido él estos conocimi<strong>en</strong>tos? ¿Realm<strong>en</strong>te los poseyó <strong>en</strong> tiempos y luego los perdió, comole informaba ahora su memoria? (T<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> molesta s<strong>en</strong>sación de que aquí había algo que noacababa de <strong>en</strong>cajar, pero cuando trataba de conc<strong>en</strong>trar sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> su «época detinieb<strong>la</strong>s», es decir, aquel período durante el cual, inexplicablem<strong>en</strong>te, dejó de creer <strong>en</strong> sucondición angélica, se veía ante un espeso fr<strong>en</strong>te de nubes, a través del cual, por más que seesforzaba, ap<strong>en</strong>as distinguía unas sombras.) ¿O podía ser que el material que ahora le ll<strong>en</strong>aba elp<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to, trasunto, digamos por vía de ejemplo, de cómo sus ángeles-lugart<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tes Ithuriely Zephon <strong>en</strong>contraron al adversario agazapado como un sapo junto al oído de Eva <strong>en</strong> el Edén,utilizando sus artes «para llegar / A los órganos que <strong>la</strong> intrigaban, y forjar con ellos / Lasilusiones de su mayor agrado, fantasmas y sueños», que este material, decía, hubiera sidointroducido <strong>en</strong> su cabeza por aquel<strong>la</strong> misma ambigua Criatura, aquel De Arriba y De Abajo que


le había visitado <strong>en</strong> el dormitorio de Alleluia despertándolo de su <strong>la</strong>rgo sueño <strong>en</strong> vigilia?Entonces, quizá, también Rekha era emisaria de este Dios, una divina antagonista externa y nouna sombra interna, nacida del remordimi<strong>en</strong>to; algui<strong>en</strong> <strong>en</strong>viado para luchar contra él y hacerleotra vez completo.Le sangraba <strong>la</strong> nariz, que empezó a <strong>la</strong>tirle dolorosam<strong>en</strong>te. No toleraba el dolor.«Siempre fuiste un llorón», reía Rekha <strong>en</strong> sus barbas. Shaitan compr<strong>en</strong>día mejor:¿Vive qui<strong>en</strong> ama su dolor?¿Quién es el que, si <strong>en</strong>contrara el camino, no escaparía del infiernoaunquehubiera sido cond<strong>en</strong>ado? Tú mismo, sin duda,con osadía te av<strong>en</strong>turarás hasta el lugarmás alejado del dolor, <strong>en</strong> el que pudieras esperar trocarel torm<strong>en</strong>to por so<strong>la</strong>z...Él no habría sabido decirlo mejor. La persona que se <strong>en</strong>contrara <strong>en</strong> un infierno recurriríaa todo, vio<strong>la</strong>ción, extorsión asesinato, felo de se, lo que fuera, con tal de poder salir... Se aplicóel pañuelo a <strong>la</strong> nariz y Rekha, pres<strong>en</strong>te todavía <strong>en</strong> su alfombra vo<strong>la</strong>dora e intuy<strong>en</strong>do suasc<strong>en</strong>sión (¿o desc<strong>en</strong>so?) al reino de <strong>la</strong> especu<strong>la</strong>ción metafísica, trató de llevar <strong>la</strong>s cosas aterr<strong>en</strong>o más familiar. «Debiste seguir conmigo —opinó—. Habrías podido quererme mucho.Yo sabía querer. No todo el mundo ti<strong>en</strong>e esa facultad; yo sí <strong>la</strong> t<strong>en</strong>go, quiero decir <strong>la</strong> t<strong>en</strong>ía.Querer no como esa rubia explosiva y egoísta que no hacía más que p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> t<strong>en</strong>er un hijo y nisiquiera te lo m<strong>en</strong>cionó. Ni como tu Dios, que ya no es como <strong>en</strong> los viejos tiempos <strong>en</strong> que esasPersonas se tomaban un interés.»Se imponía replicar a varios extremos. «Tú estabas casada, de principio a fin —respondió—. Los cojinetes. Yo era tu p<strong>la</strong>to de segunda mesa. Por lo que a Él atañe, yo, quedurante tanto tiempo esperé que se manifestara, no voy a murmurar de Él post facto, después de<strong>la</strong> aparición personal. Finalm<strong>en</strong>te, ¿a qué vi<strong>en</strong>e lo del niño? Por lo visto, tú no te deti<strong>en</strong>es ant<strong>en</strong>ada.»«Y tú no sabes lo que es el infierno —replicó el<strong>la</strong> secam<strong>en</strong>te, dejando caer <strong>la</strong> máscarade <strong>la</strong> imperturbabilidad—. Pero, descuida, campeón, lo sabrás. A una pa<strong>la</strong>bra tuya, yo habríadejado al pesado de los cojinetes al instante, pero tú, ni mu. Pues allá abajo nos veremos, HotelNeechayva<strong>la</strong>.»«¡Y qué ibas a dejar a tus hijos! —insistió él—. Los pobres, si hasta los tiraste desde <strong>la</strong>azotea antes de saltar.» Esto <strong>la</strong> hizo estal<strong>la</strong>r. “¡Cál<strong>la</strong>te! ¡No te atrevas a hab<strong>la</strong>r! ¡Ya te arreg<strong>la</strong>ré,míster! ¡Te freiré el corazón y me lo comeré con tostadas! Y, <strong>en</strong> cuanto a tu princesaB<strong>la</strong>ncanieves, el<strong>la</strong> opina que los hijos son propiedad materna exclusivam<strong>en</strong>te, porque loshombres vi<strong>en</strong><strong>en</strong> y se van, mi<strong>en</strong>tras que una se queda. Tú no eres más que <strong>la</strong> semil<strong>la</strong>, conperdón, y el<strong>la</strong>, el huerto. ¿Quién pide permiso a <strong>la</strong> semil<strong>la</strong> para p<strong>la</strong>ntar<strong>la</strong>? ¡Qué sabes tú, memode Bombay, de <strong>la</strong>s ideas modernas de <strong>la</strong>s mamás!»«¡Mira quién habló! —repuso él, indignado—. ¿Es que pediste permiso al papaíto paratirar a los niños desde <strong>la</strong> azotea?»El<strong>la</strong> desapareció, furiosa, <strong>en</strong>tre humo amarillo, con una explosión que le hizotambalearse y le tiró el sombrero (quedó con <strong>la</strong> copa hacia abajo, <strong>en</strong> <strong>la</strong> acera, a sus pies), altiempo que producía un efecto olfativo de tan nauseabunda pot<strong>en</strong>cia que le provocó náuseas yarcadas. Gratuitas, ya que estaba totalm<strong>en</strong>te vacío de comida y bebida por no haber tomadoalim<strong>en</strong>to alguno <strong>en</strong> muchos días. Ah, <strong>la</strong> inmortalidad, p<strong>en</strong>só, noble liberación de <strong>la</strong> tiranía delcuerpo. Advirtió que dos individuos lo contemp<strong>la</strong>ban con curiosidad: un jov<strong>en</strong> de aspectoagresivo, todo tachas y cuero, pelo arco iris a lo mohicano y zigzag de relámpago pintado <strong>en</strong> <strong>la</strong>nariz, y una señora de mediana edad y cara afable, con un pañuelo <strong>en</strong> <strong>la</strong> cabeza. Pues muy bi<strong>en</strong>:


aprovecharía <strong>la</strong> oportunidad. «Arrep<strong>en</strong>tios —exc<strong>la</strong>mó con vehem<strong>en</strong>cia—. Yo soy el Arcángeldel Señor.»«Pobre tío», dijo el mohicano, que echó una moneda <strong>en</strong> el sombrero de Farishta y sefue. La señora afable, por el contrario, se inclinó confid<strong>en</strong>cialm<strong>en</strong>te hacia Gibreel y le <strong>en</strong>tregóun folleto. «Esto le interesará.» Él vio que se trataba de propaganda racista que exigía <strong>la</strong>«repatriación» de toda <strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción negra del país. Gibreel dedujo que lo había tomado por unángel b<strong>la</strong>nco. O sea, que ni los ángeles se libraban de estas distinciones, advirtió con sorpresa.«Mírelo de esta manera —decía <strong>la</strong> señora, interpretando su sil<strong>en</strong>cio como duda y reve<strong>la</strong>ndo, porsu manera de hab<strong>la</strong>r, <strong>en</strong> voz alta y recalcando <strong>la</strong>s sí<strong>la</strong>bas, que se daba cu<strong>en</strong>ta de que él no eradel todo pukka, un ángel bizantino, tal vez chipriota o griego, con el que debía usar su mejor"voz para el afligido"—. Imagine que toda esa g<strong>en</strong>te fuera y ll<strong>en</strong>ara su país de usted, cualquieraque sea. ¿Qué? ¿Le gustaría eso?»* * *Golpeado <strong>en</strong> <strong>la</strong> nariz, mortificado por fantasmas, recibi<strong>en</strong>do limosnas <strong>en</strong> lugar derever<strong>en</strong>cia y advirti<strong>en</strong>do por diversas manifestaciones lo bajo que habían caído los habitantesde <strong>la</strong> ciudad y <strong>la</strong> inexorabilidad del mal que se apoderaba de el<strong>la</strong>, Gibreel se sintió másfirmem<strong>en</strong>te decidido que nunca a empezar a esparcir el bi<strong>en</strong>, a iniciar <strong>la</strong> gran tarea de hacerretroceder <strong>la</strong>s fronteras de los dominios del adversario. El at<strong>la</strong>s que llevaba <strong>en</strong> el bolsillo leserviría para trazar el p<strong>la</strong>n de campaña. <strong>Red</strong>imiría <strong>la</strong> ciudad cuadrícu<strong>la</strong> a cuadrícu<strong>la</strong>,empezando por Hockley Farm, <strong>en</strong> el ángulo noroeste del p<strong>la</strong>no, y terminando por ChanceWood, <strong>en</strong> el sudeste; después de lo cual, quizá, celebraría el final de sus trabajos con un partidode golf <strong>en</strong> el campo situado <strong>en</strong> el mismo borde del mapa y l<strong>la</strong>mado, con toda propiedad,Wildernesse, <strong>la</strong> selva.Y, <strong>en</strong> algún lugar del camino, le esperaría el adversario. Shaitan, Iblis o cualquiera quefuera el nombre que había adoptado —y, ciertam<strong>en</strong>te, el nombre lo t<strong>en</strong>ía Gibreel <strong>en</strong> <strong>la</strong> punta de<strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua—, y su efigie malévo<strong>la</strong> y cornuda, todavía desdibujada, pronto se perfi<strong>la</strong>ría y elnombre volvería a su memoria, Gibreel estaba seguro, porque ¿acaso no crecían sus poderes dedía <strong>en</strong> día, no era él aquel que, recuperada su gloria, arrojaría al adversario nuevam<strong>en</strong>te a <strong>la</strong>sNegras Profundidades? Ese nombre... ¿cómo era? Tch-nosecuántos. Tchu Tche Tchin Tchow.Tranquilo. Cada cosa <strong>en</strong> su mom<strong>en</strong>to.* * *Pero <strong>la</strong> ciudad, <strong>en</strong> su corrupción, se negaba a someterse al dominio de los cartógrafos,cambiando de forma a su antojo y sin avisar, e impidi<strong>en</strong>do a Gibreel realizar su operación de <strong>la</strong>forma sistemática que él habría preferido. Algunos días, al dob<strong>la</strong>r una esquina al extremo deuna grandiosa columnata construida de carne humana y cubierta de una piel que sangraba si <strong>la</strong>arañabas, se <strong>en</strong>contraba <strong>en</strong> una zona desértica e inexplorada, <strong>en</strong> cuyo lejano confín divisabaaltas edificaciones familiares, <strong>la</strong> cúpu<strong>la</strong> de Wr<strong>en</strong> y <strong>la</strong> esbelta bujía metálica de <strong>la</strong> torre Telecom,que se desmoronaban al vi<strong>en</strong>to como castillos de ar<strong>en</strong>a. Cruzaba a trompicones parquesextraños y anónimos y salía a <strong>la</strong>s concurridas calles del West End, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que, paraconsternación de los automovilistas, del cielo había empezado a gotear ácido que había abiertosgrandes agujeros <strong>en</strong> <strong>la</strong> calzada. En aquel pandemónium de espejismos oía risas con frecu<strong>en</strong>cia;<strong>la</strong> ciudad se bur<strong>la</strong>ba de su inoperancia, esperaba su r<strong>en</strong>dición, su reconocimi<strong>en</strong>to de que lo que


allí existía no podía compr<strong>en</strong>derlo él y, mucho m<strong>en</strong>os, cambiarlo. Gritaba maldiciones a suadversario todavía sin cara, suplicaba a <strong>la</strong> Deidad otra señal, temía que sus <strong>en</strong>ergías no bastaranpara <strong>la</strong> tarea. En suma, iba camino de convertirse <strong>en</strong> el más triste y aperreado de los arcángeles,con <strong>la</strong>s ropas sucias, el pelo <strong>la</strong>cio y grasi<strong>en</strong>to y una barba hirsuta y ll<strong>en</strong>a de remolinos. Con este<strong>la</strong>m<strong>en</strong>table aspecto llegó a <strong>la</strong> estación del metro de Ángel.Debía ser primera hora de <strong>la</strong> mañana, porque <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to el personal de <strong>la</strong>estación abría <strong>la</strong>s verjas de <strong>la</strong> noche. Entró tras ellos, arrastrando los pies, con <strong>la</strong> cabeza baja y<strong>la</strong>s manos <strong>en</strong> los bolsillos (<strong>la</strong> guía había sido descartada hacía tiempo), y cuando por fin levantó<strong>la</strong> mirada vio ante sí una cara que estaba a punto de llorar.«Bu<strong>en</strong>os días», dijo él, y <strong>la</strong> taquillera respondió amargam<strong>en</strong>te: «Lo que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> de bu<strong>en</strong>oquisiera yo saber», y <strong>en</strong>tonces llegaron <strong>la</strong>s lágrimas, gordas, globu<strong>la</strong>res y abundantes.«Vamos, vamos, hija», dijo él, y <strong>la</strong> muchacha le miró con incredulidad. «Usted no escura», opinó. Él respondió, vaci<strong>la</strong>ndo un poco: «Yo soy el arcángel Gibreel.» El<strong>la</strong> se echó a reírcon <strong>la</strong> misma brusquedad con que empezara a llorar. «Los únicos ángeles que t<strong>en</strong>emos aquí sonlos que pon<strong>en</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong>s faro<strong>la</strong>s <strong>en</strong> Navidad. Iluminaciones navideñas. Los del consejo municipallos cuelgan del cuello.» Él no se ami<strong>la</strong>nó. «Yo soy Gibreel —repitió, mirándo<strong>la</strong> sin pestañear—. Hab<strong>la</strong>.» Y, con asombro de sí misma, que sería expresado con todo énfasis, yo es que nopuedo creer que yo hiciera eso, contarle mi vida a un vagabundo, no es propio de mí, sabeusted, <strong>la</strong> taquillera empezó a hab<strong>la</strong>r.Se l<strong>la</strong>maba Orphia Phillips, veinte años, padres vivos y a su cargo, y más ahora que <strong>la</strong>idiota de Hyacinth, su hermana, había perdido su empleo de fisioterapeuta por «andarse contonterías». Él —porque, desde luego, había un él— se l<strong>la</strong>maba Uriah Moseley. Últimam<strong>en</strong>te sehabían insta<strong>la</strong>do <strong>en</strong> <strong>la</strong> estación dos reluci<strong>en</strong>tes asc<strong>en</strong>sores, y Orphia y Uriah eran los<strong>en</strong>cargados de su manejo. En horas punta, cuando funcionaban los dos asc<strong>en</strong>sores, había pocotiempo para conversación; pero durante el resto del día sólo se usaba uno. Orphia se situaba <strong>en</strong>el punto de recogida de billetes, mismam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>te, y Uri pasaba muchos ratos abajo conel<strong>la</strong>, apoyado <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta de su reluci<strong>en</strong>te asc<strong>en</strong>sor y hurgándose <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca con unmondadi<strong>en</strong>tes de p<strong>la</strong>ta que su bisabuelo había liberado de algún antiguo p<strong>la</strong>ntador. Aquello erael verdadero amor. «Pero yo me dejo llevar del s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to —sollozó Orphia—. Demasiadoimpulsiva, poco seso.» Una tarde, durante una calma, el<strong>la</strong> abandonó su puesto y se puso de<strong>la</strong>ntede él, que estaba apoyado <strong>en</strong> el asc<strong>en</strong>sor hurgándose los di<strong>en</strong>tes y, al ver cómo le miraba,guardó el mondadi<strong>en</strong>tes. Después de aquello, él iba a trabajar con un paso más vivo y elástico;también el<strong>la</strong> estaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> gloria mi<strong>en</strong>tras desc<strong>en</strong>día a <strong>la</strong>s <strong>en</strong>trañas de <strong>la</strong> tierra día tras día. Susbesos eran cada vez más <strong>la</strong>rgos y apasionados. A veces el<strong>la</strong> no se soltaba ni cuando sonaba elzumbador de l<strong>la</strong>mada, y Uriah t<strong>en</strong>ía que desasirse al grito de: «Calma, niña, el público.» Uriaht<strong>en</strong>ía verdadera vocación para su trabajo. Solía hab<strong>la</strong>rle de lo orgulloso que estaba de suuniforme, de <strong>la</strong> satisfacción que le producía estar <strong>en</strong> un servicio público, dedicar su vida a <strong>la</strong>sociedad. A el<strong>la</strong> esto le parecía un poco pedante y de bu<strong>en</strong>a gana le hubiera dicho: «¡Chico,Uri, que no eres más que un asc<strong>en</strong>sorista!», pero, intuy<strong>en</strong>do que este realismo no sería bi<strong>en</strong>recibido, el<strong>la</strong> se mordía su descarada l<strong>en</strong>gua, mejor dicho, se <strong>la</strong> guardaba.Sus abrazos <strong>en</strong> el túnel se convirtieron <strong>en</strong> guerras. Él trataba de zafarse, estirándose <strong>la</strong>chaqueta, pero el<strong>la</strong> le mordía <strong>la</strong> oreja y le metía <strong>la</strong> mano por el pantalón. «Estás loca», decía él,pero el<strong>la</strong> seguía y preguntaba: «¿Sí? ¿Te molesta?»Fueron sorpr<strong>en</strong>didos, como era de esperar: una señora de cara afable con pañuelo a <strong>la</strong>cabeza y chaqueta de cheviot pres<strong>en</strong>tó una queja. Tuvieron suerte de no perder el empleo.Orphia fue «apeada» de los asc<strong>en</strong>sores y <strong>en</strong>cerrada <strong>en</strong> <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong>. Y, lo que era peor, su lugarfue ocupado por Rochelle Watkins, <strong>la</strong> beldad de <strong>la</strong> estación. «Yo sé muy bi<strong>en</strong> lo que ocurre —exc<strong>la</strong>mó, furiosa—. Yo veo <strong>la</strong> cara de Rochelle cuando pasa por aquí, arreglándose el pelo ydemás.» Ahora Uriah rehuía <strong>la</strong> mirada de Orphia.«No sé qué ha hecho usted para que le cu<strong>en</strong>te mis cosas —terminó, desconcertada—.


Usted no es un ángel. Eso, seguro.» Pero, por más que se esforzaba, no conseguía sustraerse alinflujo de su hipnótica mirada. «Yo sé lo que hay <strong>en</strong> tu corazón», dijo él.Por <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong> le tomó una mano que se le abandonó. Sí, eso era, <strong>la</strong> fuerza del deseo quehabía <strong>en</strong> el<strong>la</strong> llegaba hasta él, permitiéndole comunicárse<strong>la</strong> nuevam<strong>en</strong>te a <strong>la</strong> muchacha,estimulándo<strong>la</strong> a <strong>la</strong> acción, permitiéndole decir y hacer lo que más necesitaba; esto era lo que élrecordaba, esta facultad para unirse a <strong>la</strong> persona a <strong>la</strong> que se aparecía, de manera que lo quesucedía a continuación era producto de esta comunión. Al fin, p<strong>en</strong>só, vuelv<strong>en</strong> <strong>la</strong>s funcionesarcangélicas. D<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong>, <strong>la</strong> empleada del metro Orphia Phillips había cerrado losojos, t<strong>en</strong>ía el cuerpo re<strong>la</strong>jado <strong>en</strong> <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>, pesado y aletargado, y sus <strong>la</strong>bios se movían. Y los de éltambién, al unísono. Así. Ya estaba.En aquel mom<strong>en</strong>to, el jefe de estación, un hombrecillo colérico con nueve <strong>la</strong>rgos pelospegados sobre <strong>la</strong> calva de oreja a oreja, salió por su puertecita como el cuco de un reloj. «¿Aqué está jugando? —gritó a Gibreel—. Fuera de aquí o l<strong>la</strong>mo a <strong>la</strong> policía. —Gibreel se quedódonde estaba. El jefe de estación, al ver a Orphia salir del trance, empezó a chil<strong>la</strong>r—: Usted,Phillips. Vamos, es que no he visto cosa igual. Cualquier cosa que lleve pantalones; pero estoes ridículo. Vamos, <strong>en</strong> mi vida. Y durmi<strong>en</strong>do <strong>en</strong> el puesto de trabajo, pero vamos. —Orphia selevantó, se puso el impermeable, recogió el paraguas plegable y salió de <strong>la</strong> taquil<strong>la</strong>—. Yabandonar un servicio público. Entre ahí inmediatam<strong>en</strong>te si no quiere verse <strong>en</strong> <strong>la</strong> calle, puedeestar bi<strong>en</strong> segura. —Orphia se fue hacia <strong>la</strong> escalera de caracol y bajó a niveles inferiores.Privado de su empleada, el jefe de estación se <strong>en</strong>caró con Gibreel—: Fuera de aquí. Ahueca.Anda, anda a tu agujero.»«Yo espero el asc<strong>en</strong>sor», respondió Gibreel dignam<strong>en</strong>te.Cuando llegó abajo, Orphia Phillips dobló una esquina y vio a Uriah Moseley apoyado<strong>en</strong> <strong>la</strong> garita de recogida de billetes de aquel modo tan suyo, y a Rochelle Watkins mirándolecon una sonrisa bobalicona. Pero Orphia sabía lo que t<strong>en</strong>ía que hacer. «¿Has dejado a Chelletocar el palillo, Uri? —dijo con una cantil<strong>en</strong>a—. Seguro que le <strong>en</strong>cantaría.»Los dos se irguieron bruscam<strong>en</strong>te. Uriah empezó a def<strong>en</strong>derse con bravuconería: «Noseas ordinaria, Orphia.» Pero <strong>la</strong> mirada de el<strong>la</strong> le dejó cortado. Luego, Uriah empezó a andarhacia el<strong>la</strong>, como <strong>en</strong> sueños, dejando p<strong>la</strong>ntada a Rochelle. «Muy bi<strong>en</strong>, Uri —dijo el<strong>la</strong> consuavidad, sin apartar de él <strong>la</strong> mirada ni un instante—. V<strong>en</strong> aquí. V<strong>en</strong> con mamá.» Ahora atráshasta el asc<strong>en</strong>sor, y ad<strong>en</strong>tro con él, y luego arriba y adiós. Pero algo fal<strong>la</strong>ba. El ya no andaba.Rochelle Watkins estaba a su <strong>la</strong>do, demasiado cerca <strong>la</strong> cond<strong>en</strong>ada, y él se había parado.«Díselo, Uriah —dijo Rochelle—. Dile que aquí abajo no funciona su estúpido obeah.» Uriahpasaba el brazo alrededor de Rochelle Watkins. No era así como el<strong>la</strong> lo había soñado, comoel<strong>la</strong> estaba rematadam<strong>en</strong>te segura que sería, después de que el tal Gibreel le tomara <strong>la</strong> mano,así, ni más ni m<strong>en</strong>os que si estuvieran destinados; farsante, p<strong>en</strong>só. Pero ¿qué le ocurría? Seade<strong>la</strong>ntó. «Sácame<strong>la</strong> de <strong>en</strong>cima, Uriah —gritó Rochelle—. Me destroza el uniforme y todo.»Ahora, Uriah, agarrando a <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>ética taquillera por <strong>la</strong>s muñecas, le comunicó <strong>la</strong> noticia: «¡Mecaso con el<strong>la</strong>! —Y Orphia se quedó sin ánimo de luchar. Las tr<strong>en</strong>citas dejaron de saltarhaci<strong>en</strong>do tintinear los abalorios—. O sea que estás fuera de servicio, Orphia Phillips —prosiguió Uriah, resop<strong>la</strong>ndo un poco—. Y, como ha dicho <strong>la</strong> señorita, el obeah no cambiaránada.» Orphia, también respirando fatigosam<strong>en</strong>te, con <strong>la</strong> ropa desord<strong>en</strong>ada, se dejó caer alsuelo y quedó s<strong>en</strong>tada, apoyada <strong>en</strong> <strong>la</strong> pared curva del túnel. Hasta ellos subió el ruido de un tr<strong>en</strong>que se acercaba; los prometidos para casarse corrieron a sus puestos, arreglándose <strong>la</strong> ropa ydejando a Orphia s<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> el suelo. «Muchacha —dijo Uriah Moseley a modo dedespedida—, tú eras demasiado <strong>la</strong>nzada para mí.» Rochelle Watkins <strong>en</strong>vió un beso a Uriahdesde su garita de recogida de billetes; él, apoyado <strong>en</strong> su asc<strong>en</strong>sor, se hurgaba los di<strong>en</strong>tes.«Cocina casera —le había prometido Rochelle—. Y sin sorpresas.»«¡Cochino golfo! —gritó Orphia Phillips a Gibreel después de subir por <strong>la</strong> escalera decaracol los dosci<strong>en</strong>tos cuar<strong>en</strong>ta y siete escalones del des<strong>en</strong>gaño—. Tú no eres un diablo


dec<strong>en</strong>te. ¿Quién te pedía que me fastidiaras <strong>la</strong> vida?»* * *Hasta <strong>la</strong> aureo<strong>la</strong> se ha apagado, como bombil<strong>la</strong> que se funde, y no sé dónde está <strong>la</strong>ti<strong>en</strong>da. Gibreel, s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> un banco de los jardincillos cercanos a <strong>la</strong> estación, cavi<strong>la</strong>ba sobre <strong>la</strong>futilidad de su empeño. Y observó que, una vez más, afloraban b<strong>la</strong>sfemias: si el dabba llevabauna marca equivocada y, por lo tanto, era puesto <strong>en</strong> un recipi<strong>en</strong>te incorrecto, ¿era deldabbawal<strong>la</strong> <strong>la</strong> culpa? Si los efectos especiales —alfombra vo<strong>la</strong>dora o simi<strong>la</strong>r— no funcionabany veías tremo<strong>la</strong>r <strong>la</strong> or<strong>la</strong> azul <strong>en</strong> el contorno del viajero, ¿había que reprocharlo al actor? Ergo, sisu cometido angélico dejaba que desear, ¿de quién era <strong>la</strong> culpa, por favor? ¿Suya o de algúnotro Personaje? Los niños jugaban <strong>en</strong> el jardín de sus dudas, <strong>en</strong>tre nubes de mosquitos, rosalesy desesperación. Al escondite, a los cazafantasmas, a correr y parar. Eleo<strong>en</strong>edeerreeese,Londres. Gibreel se decía que <strong>la</strong> caída de los ángeles no era lo mismo que el Resbalón de <strong>la</strong>Mujer y el Hombre. En el caso de <strong>la</strong>s personas humanas, se trataba de una cuestión moral. Nocomerás el fruto del árbol de <strong>la</strong> ci<strong>en</strong>cia del bi<strong>en</strong> y del mal, y comieron. La mujer primero y, ainstancias suyas, el hombre, adquirieron <strong>la</strong>s normas éticas verbot<strong>en</strong>, con dulce sabor amanzana: <strong>la</strong> serpi<strong>en</strong>te les proporcionó un sistema de valores. Permitiéndoles, <strong>en</strong>tre otras cosas,juzgar a <strong>la</strong> propia Deidad, haci<strong>en</strong>do posibles, con el tiempo, <strong>la</strong>s peliagudas preguntas: ¿Por quéel mal? ¿Por qué el sufrimi<strong>en</strong>to? ¿Por qué <strong>la</strong> muerte? Y tuvieron que marcharse. Eso no queríaque Sus criaturitas, tan monas el<strong>la</strong>s, se salieran del tiesto. Los niños se reían <strong>en</strong> su cara: hayalgo extraaaño <strong>en</strong> el vecindaaario. Le <strong>en</strong>cañonaban con sus desintegradoras como si de unfantasma de medio pelo se tratase. ¡Fuera de ahí!, ord<strong>en</strong>ó una mujer, muy pulcra, b<strong>la</strong>nca,pelirroja, con una ancha franja de pecas atravesada <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara; había repugnancia <strong>en</strong> su voz.¿Me habéis oído? ¡Ya! Mi<strong>en</strong>tras que el batacazo de los ángeles fue simple cuestión de poder:un caso c<strong>la</strong>rísimo de celestial <strong>la</strong>bor de policía, castigo a <strong>la</strong> rebelión, un bu<strong>en</strong> escarmi<strong>en</strong>to, nofuera a cundir el ejemplo. Y qué poca confianza <strong>en</strong> Sí misma t<strong>en</strong>ía esta Deidad, Que no queríaque Sus mejores creaciones distinguieran el bi<strong>en</strong> del mal; y Que reinaba por el terror, exigi<strong>en</strong>do<strong>la</strong> sumisión incondicional incluso a Sus más íntimos co<strong>la</strong>boradores, despachando a losdisid<strong>en</strong>tes a Sus ardi<strong>en</strong>tes Siberias, a los gu<strong>la</strong>gs del infierno... Gibreel se contuvo. Éstos eranp<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos satánicos que le metía <strong>en</strong> <strong>la</strong> cabeza Iblis-Beelzebub-Shaitan. Si <strong>la</strong> Entidad estabacastigándole todavía por su desfallecimi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> <strong>la</strong> fe, ésta no era <strong>la</strong> manera de hacersemerecedor del perdón. Debía perseverar hasta que, purificado, sintiera que se le había restituidotoda su fuerza. Trató de dejar <strong>la</strong> m<strong>en</strong>te <strong>en</strong> b<strong>la</strong>nco, mi<strong>en</strong>tras, s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> su banco, miraba, a <strong>la</strong>luz del atardecer, a los niños que jugaban (ahora a cierta distancia). Ip-dip-sky-blue who'sthere-not-younot-because-you're-dirty not-because-you're-clean, y aquí le pareció que uno delos niños, muy serio, de unos once años, con ojos <strong>en</strong>ormes, le miraba fijam<strong>en</strong>te: my-mothersaysyou're-the-fairy-que<strong>en</strong>. ** Ip-dip-cielo-azul qui<strong>en</strong>-está-allí-no-eres-tú no-porque-tú-estás-sucio "oporque-tú-estás-limpio / dice-mimadretú-eres-<strong>la</strong>-reina-de-<strong>la</strong>s-hadas. (N. del traductor.)Se le apareció Rekha Merchant, toda alhajas y sedas. «Los bachchas te cantancanciones de mofa, Ángel del Señor —le dijo, burlona—. Ni esa pobre taquillera sacó una granimpresión de ti. Mal te veo, baba.»


* * *Pero <strong>en</strong> esta ocasión el espíritu de Rekha Merchant, <strong>la</strong> suicida, no v<strong>en</strong>ía únicam<strong>en</strong>te abur<strong>la</strong>rse. Él, con vivo asombro, le oyó afirmar que <strong>la</strong> causa de todos sus sinsabores era el<strong>la</strong>:«¿Imaginas que sólo manda tu Cosa Una? —le gritó—. Mira, tesoro, deja que te ilustre.» Susmodismos jactanciosos, típicos del hab<strong>la</strong> de Bombay, le hicieron s<strong>en</strong>tir una punzada d<strong>en</strong>ostalgia por <strong>la</strong> ciudad perdida, pero el<strong>la</strong> prosiguió, sin darle tiempo a reponerse: «Recuerdaque yo morí de amor por ti, sabandija; ello me da ciertos derechos. Concretam<strong>en</strong>te, el dev<strong>en</strong>garme de ti arruinándote <strong>la</strong> vida. El hombre que hace dar el salto a <strong>la</strong> mujer que lo ama ti<strong>en</strong>eque pagar, ¿no crees? De todos modos, es <strong>la</strong> reg<strong>la</strong>. Pero ya hace mucho tiempo que te llevo decoronil<strong>la</strong> y empiezo a estar harta. ¡No olvides que yo siempre fui g<strong>en</strong>erosa y perdonaba comonadie! Y cómo te gustaba mi perdón, ¿eh? Por lo tanto, he v<strong>en</strong>ido para decirte que siempre esposible el compromiso. ¿Quieres que hablemos o prefieres seguir extraviado <strong>en</strong> esta locura yconvertirte no <strong>en</strong> un ángel, sino <strong>en</strong> un perdido, un desgraciado?»Gibreel preguntó: «¿Qué compromiso?»«¿Qué compromiso va a ser? —repuso el<strong>la</strong>, transfigurada, toda dulzura, con los ojosbril<strong>la</strong>ntes—. Mi farishta, es tan poca cosa...»Sólo que él dijera que <strong>la</strong> amaba;Sólo que él lo dijera y, una vez a <strong>la</strong> semana, cuando el<strong>la</strong> viniera a acostarse con él, ledemostrara su amor;Sólo que <strong>la</strong> noche que él seña<strong>la</strong>ra, todo fuera otra vez como durante los viajes d<strong>en</strong>egocios del hombre de los cojinetes;«Entonces yo pondré fin a <strong>la</strong>s aberraciones de <strong>la</strong> ciudad con <strong>la</strong>s que ahora te obsesiono;no estarás poseído por esta idea ins<strong>en</strong>sata de cambiar, de redimir <strong>la</strong> ciudad, como si fuera unobjeto dejado <strong>en</strong> <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da de empeños; todo será paz-paz; hasta podrás vivir con tu titicarab<strong>la</strong>nca y ser <strong>la</strong> mayor estrel<strong>la</strong> de cine del mundo; ¿cómo voy a t<strong>en</strong>er celos, Gibreel, si estoymuerta? No quiero que digas que soy tan importante como el<strong>la</strong>, no; yo me conformo con unamor de segunda, p<strong>la</strong>to de segunda mesa, el repuesto. ¿Qué te parece, Gibreel? Sólo dospa<strong>la</strong>bras; ¿qué dices?» Dame tiempo.«No es como si pidiera algo nuevo, algo que no hubieras aceptado, hecho, gozado. Noes tan malo acostarse con un fantasma. ¿Qué me dices de aquel<strong>la</strong> noche <strong>en</strong> casa de <strong>la</strong> vieja Mrs.Diamond, <strong>en</strong> el cobertizo de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya? Una verdadera tamasha, ¿no crees? ¿Y quién te lopreparó? Mira, yo puedo tomar <strong>la</strong> forma que prefieras; es una de <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tajas de mi condición.¿Deseas otra vez a <strong>la</strong> fu<strong>la</strong>na de <strong>la</strong> edad de piedra que estaba <strong>en</strong> el cobertizo? A <strong>la</strong>s tres.¿Quieres <strong>la</strong> viva imag<strong>en</strong> del témpano de tu esca<strong>la</strong>dora, esa marimacho sudorosa? Puesal<strong>la</strong>kazoo, al<strong>la</strong>kazam. ¿Quién crees que estaba allí esperándote cuando murió <strong>la</strong> vieja?»Él pasó <strong>la</strong> noche recorri<strong>en</strong>do <strong>la</strong>s calles de <strong>la</strong> ciudad, que ahora estaban quietas,normales, como si hubieran sido sometidas otra vez a leyes naturales; mi<strong>en</strong>tras Rekha —queflotaba <strong>en</strong> su alfombra de<strong>la</strong>nte de él, un poco más arriba de su cabeza, como una artista <strong>en</strong> unesc<strong>en</strong>ario— le daba <strong>la</strong> más dulce de <strong>la</strong>s ser<strong>en</strong>atas acompañándose con un viejo armonio concostados de marfil, cantando de todo, desde los gazals de Faiz Ahmed Faiz hasta <strong>la</strong> mejormúsica de viejas pelícu<strong>la</strong>s, como <strong>la</strong> intrépida canción que <strong>en</strong>tona <strong>la</strong> danzarina Anarkali <strong>en</strong>pres<strong>en</strong>cia del gran mogol Akbar <strong>en</strong> el clásico de los años cincu<strong>en</strong>ta Mughal-e-Azam, paraproc<strong>la</strong>mar con gozo su amor imposible y prohibido por el príncipe Salim, «Pyaar kiya to darnakya?». Es decir, poco más o m<strong>en</strong>os, ¿por qué temer al amor? Y Gibreel, que fue abordadocuando se hal<strong>la</strong>ba <strong>en</strong> el jardín de <strong>la</strong> duda, s<strong>en</strong>tía que <strong>la</strong> música le pr<strong>en</strong>día el corazón con unoshilos que lo llevaban hacia el<strong>la</strong>, porque lo que Rekha le pedía era, como decía el<strong>la</strong>, tan pocacosa, al fin y al cabo.Llegó al río, y a otro banco, camellos de hierro forjado que sost<strong>en</strong>ían unos maderos


debajo del obelisco de Cleopatra. Se s<strong>en</strong>tó y cerró los ojos. Rekha cantaba unos versos de Faiz:No me pidas, mi amor,aquel amor que te tuve...Qué hermosa eres aún, mi amor,mas yo estoy desvalido;porque el mundo ti<strong>en</strong>e otras p<strong>en</strong>as además del amor,y otros p<strong>la</strong>ceres también.No me pidas, mi amor,aquel amor que te tuve.Gibreel vio a un hombre d<strong>en</strong>tro de sus ojos cerrados; no Faiz, sino otro poeta, ya muycaduco, un sujeto decrépito. Sí, así se l<strong>la</strong>maba: Baal. ¿Qué estaba haci<strong>en</strong>do aquí? ¿Qué t<strong>en</strong>íaque decir? Porque, desde luego, trataba de decir algo; pero su voz ronca y su manera dearrastrar <strong>la</strong>s sí<strong>la</strong>bas hacían difícil <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derle... A toda idea nueva, Mahound, se le hac<strong>en</strong> dospreguntas. La primera, cuando aún es débil, ¿QUÉ CLASE DE IDEA ERES TÚ? ¿Eres de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>seque transige, pacta, se amolda a <strong>la</strong> sociedad, busca una bu<strong>en</strong>a posición y procura sobrevivir; oeres el tipo de recond<strong>en</strong>ada y bestia noción atravesada, intratable y rígida que prefierepartirse antes que doblegarse al vi<strong>en</strong>to? ¿La c<strong>la</strong>se de idea que casi indefectiblem<strong>en</strong>te, nov<strong>en</strong>tay nueve veces de cada ci<strong>en</strong>, queda machacada; pero, a <strong>la</strong> que hace ci<strong>en</strong>, te cambia el mundo?«¿Cuál es <strong>la</strong> segunda pregunta?», preguntó Gibreel <strong>en</strong> voz alta.Antes contesta <strong>la</strong> primera.* * *Gibreel, cuando abrió los ojos al amanecer, <strong>en</strong>contró a Rekha incapaz de cantar,sil<strong>en</strong>ciada por <strong>la</strong> expectación y <strong>la</strong> incertidumbre. Él se lo soltó sin más tardar: «Es una trampa.No hay más Dios que Dios. Tú no eres ni <strong>la</strong> Entidad ni Su adversario, sino sólo una nieb<strong>la</strong> quechil<strong>la</strong>. No hay trato; yo no pacto con <strong>la</strong>s nieb<strong>la</strong>s.» Entonces él vio cómo <strong>la</strong>s esmeraldas y losbrocados se despr<strong>en</strong>dían de su cuerpo, seguidos de <strong>la</strong> carne, hasta que sólo quedó el esqueletoque también se deshizo; finalm<strong>en</strong>te, se oyó un grito <strong>la</strong>stimoso y p<strong>en</strong>etrante cuando lo quequedaba de Rekha voló hacia el sol con el furor del v<strong>en</strong>cido.Y no volvió, salvo al —o cerca del— final.Gibreel, conv<strong>en</strong>cido de haber pasado una prueba descubrió que un gran peso se le habíaquitado de <strong>en</strong>cima; s<strong>en</strong>tía cómo, por segundos, iba invadiéndole <strong>la</strong> alegría, hasta que, cuandoacabó de salir el sol, estaba delirante de júbilo. Ahora podía empezar su <strong>la</strong>bor: <strong>la</strong> tiranía de sus<strong>en</strong>emigas, de Rekha y Alleluia Cone y de todas <strong>la</strong>s mujeres que deseaban <strong>en</strong>cad<strong>en</strong>arlo condeseos y canciones, había sido derrotada definitivam<strong>en</strong>te; ahora s<strong>en</strong>tía que, de un punto situadodetrás de su cabeza, volvía a brotar <strong>la</strong> luz, y también que su peso disminuía. Sí, perdidos losúltimos vestigios de su humanidad, ahora se le restituía <strong>la</strong> facultad de vo<strong>la</strong>r, ahora se hacíaetéreo tejido de aire iluminado. Ahora mismo podía alzarse desde este parapeto <strong>en</strong>negrecido yp<strong>la</strong>near sobre el viejo río gris, o saltar desde cualquiera de sus pu<strong>en</strong>tes y no volver a tocartierra. Sí; había llegado el mom<strong>en</strong>to de mostrar un prodigio a <strong>la</strong> ciudad, y cuando sus g<strong>en</strong>tes,amedr<strong>en</strong>tadas, divisaran al arcángel Gibreel alzándose sobre el horizonte del oeste con toda sumajestad, bañado por los primeros rayos del sol, se arrep<strong>en</strong>tirían de sus pecados.Empezó a expandir su persona.¡Qué raro que, de todos los conductores que bajaban por el Embankm<strong>en</strong>t como untorr<strong>en</strong>te —al fin y al cabo, era hora punta—, ni uno solo mirase <strong>en</strong> su dirección o se fijase <strong>en</strong>


él! Realm<strong>en</strong>te, aquel<strong>la</strong> g<strong>en</strong>te había perdido <strong>la</strong> facultad de ver. Y, puesto que <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones <strong>en</strong>trehombres y ángeles son ambiguas —los ángeles o ma<strong>la</strong>'ikah son a un tiempo guardianes de <strong>la</strong>naturaleza e intermediarios <strong>en</strong>tre <strong>la</strong> Deidad y <strong>la</strong> raza humana; pero, al mismo tiempo, comodice c<strong>la</strong>ram<strong>en</strong>te el Quran, Nos dijimos a los ángeles, sed sumisos con Adán, simbolizando <strong>la</strong>capacidad del hombre para dominar, por el conocimi<strong>en</strong>to, <strong>la</strong>s fuerzas de <strong>la</strong> naturalezarepres<strong>en</strong>tadas por los ángeles—, poco podía hacer el desconocido y contrariado ma<strong>la</strong>k Gibreel.Los arcángeles sólo pued<strong>en</strong> hab<strong>la</strong>r cuando a los hombres les da <strong>la</strong> gana de escuchar. ¡Quépandil<strong>la</strong>! ¿No había él advertido desde el principio a <strong>la</strong> Super-Entidad sobre esta partida decriminales y pecadores? «¿Vas a poner <strong>en</strong> <strong>la</strong> tierra a g<strong>en</strong>tes que causan daño <strong>en</strong> el<strong>la</strong> y derramansangre?», había preguntado él, y el Ser, como siempre, respondió que t<strong>en</strong>ía sus razones. Puesallí los t<strong>en</strong>ía, a los amos de <strong>la</strong> tierra, <strong>en</strong><strong>la</strong>tados como atún sobre ruedas y más ciegos quemurcié<strong>la</strong>gos, con <strong>la</strong> cabeza ll<strong>en</strong>a de ma<strong>la</strong>s ideas, y el periódico, de sangre. Realm<strong>en</strong>te, eraincreíble. Aquí aparecía un ser celestial, todo luz, fulgor y bondad, más grande que el Big B<strong>en</strong>,capaz de poner un pie <strong>en</strong> cada oril<strong>la</strong> del Támesis, a lo coloso, y aquellos mosquitos seguíaninmersos <strong>en</strong> el programa de radio-motor y <strong>en</strong> sus trifulcas con otros automovilistas. «Yo soyGibreel», dijo con una voz que hizo temb<strong>la</strong>r todos los edificios de <strong>la</strong> oril<strong>la</strong>: nadie se <strong>en</strong>teró. Niuna so<strong>la</strong> persona salió corri<strong>en</strong>do de los edificios que se tambaleaban, para escapar delterremoto. Ciegos, sordos y dormidos.Él decidió forzar <strong>la</strong>s cosas.El río del tráfico fluía de<strong>la</strong>nte de él. Aspiró profundam<strong>en</strong>te, levantó un pie gigantesco ysalió a <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse a los coches.* * *Gibreel Farishta fue devuelto a los umbrales de Allie, maltrecho, con magul<strong>la</strong>duras <strong>en</strong> <strong>la</strong>cara y los brazos, y vuelto a <strong>la</strong> cordura por efecto del traumatismo, por un señor bajito, de calvareluci<strong>en</strong>te y muy tartamudo que, con bastante dificultad, se pres<strong>en</strong>tó como el productorcinematográfico S. S. Sisodia, «también l<strong>la</strong>mado Whi-whisky, por mi afi-fi-afición a <strong>la</strong>s co-cocopas,se-señora, mi ta-ta-tarjeta». (Después, cuando se conocían mejor, Sisodia hacíadesternil<strong>la</strong>rse de risa a Allie subiéndose <strong>la</strong> pernera derecha del pantalón por <strong>en</strong>cima de <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>y colocando sus <strong>en</strong>ormes gafas de hombre de cine <strong>en</strong> <strong>la</strong> espinil<strong>la</strong> dici<strong>en</strong>do: «Autorretra-tratrato.»T<strong>en</strong>ía bu<strong>en</strong>a vista para según qué cosas. «No necesito gafas para <strong>la</strong>s peee-pelícu<strong>la</strong>s, pero<strong>la</strong> realidad está demasiado cerca.») La limousine alqui<strong>la</strong>da por Sisodia atropello a Gibreel, unatropello a cámara l<strong>en</strong>ta, por fortuna, debido a lo congestionado del tráfico; el actor acabó <strong>en</strong> elcapó, pronunciando <strong>la</strong> frase más antigua del cine: ¿Dónde estoy? Sisodia, al ver <strong>la</strong>s leg<strong>en</strong>dariasfacciones del desaparecido semidiós ap<strong>la</strong>stadas contra el parabrisas, estuvo a punto de gritar:Has vu-vuelto a ca-casa. «No hay fra-fra-fracturas —dijo Sisodia a Allie—. Un mi-mi-mi<strong>la</strong>gro.Se pu-pu-puso de<strong>la</strong>nte de mi ve-ve-vehículo.»Asi que has vuelto, saludó Allie a Gibreel <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio. Aquí aterrizas cada vez que tecaes.«O también whisky-y-Sisodia. —El productor volvió sobre el tema de sus apodos — .Razones hu-hu-humorísticas. Mi ve-ve-v<strong>en</strong><strong>en</strong>o fa-favorito.»«Muchas gracias por traer a casa a Gibreel. Ha sido muy amable. —Allie reaccionó conretraso—. Permítanos ofrecerle una copa.»«¡Pues no faltaba más! —Sisodia hasta batió palmas—. Para mí y para to-to-todo el cinehi-hi-hindi hoy es un día glo-glo-glorioso.»


* * *«¿Conoces el caso del esquizofrénico paranoico que, conv<strong>en</strong>cido de que era NapoleónBonaparte, se avino a someterse a <strong>la</strong> prueba del detector de m<strong>en</strong>tiras? —Alicja Coh<strong>en</strong>, quecomía con bu<strong>en</strong> apetito una ración de pescado rell<strong>en</strong>o, b<strong>la</strong>ndió el t<strong>en</strong>edor de Blom's debajo de<strong>la</strong> nariz de su hija—. Lo primero que le preguntaron: ¿Es usted Napoleón? Y <strong>la</strong> respuesta que éldio, seguram<strong>en</strong>te con una sonrisa de malicia: No. Y ellos miran <strong>la</strong> máquina que, con toda <strong>la</strong>agudeza de <strong>la</strong> ci<strong>en</strong>cia moderna, dice que el loco mi<strong>en</strong>te.» Otra vez a vueltas con B<strong>la</strong>ke, Alliep<strong>en</strong>saba: Entonces yo pregunté: ¿<strong>la</strong> firme convicción de que una cosa es así, <strong>la</strong> hace así? El —es decir, Isaías— respondió. Todos los poetas lo cre<strong>en</strong> así. Y, <strong>en</strong> los tiempos con imaginación,esta firme convicción movía montañas; pero muchos no son capaces de t<strong>en</strong>er una firmeconvicción de nada. «¿Me escuchas, niña? Te hablo <strong>en</strong> serio. Lo que necesita ese caballero queti<strong>en</strong>es <strong>en</strong> tu cama, y perdona <strong>la</strong> franqueza pero es indisp<strong>en</strong>sable, no es tu at<strong>en</strong>ción nocturna,sino una celda con <strong>la</strong>s paredes acolchadas.»«Tú lo <strong>en</strong>cerrarías, ¿verdad? —replicó Allie—. Y tirarías <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve. Incluso le aplicarías<strong>la</strong> electricidad. Para quemarle los demonios del cerebro. Es curioso, pero los prejuicios nocambian nunca.»«Hum —meditó Alicja adoptando su expresión de máximo despiste e inoc<strong>en</strong>cia, a fin de<strong>en</strong>furecer a su hija—. ¿Qué daño puede hacerle? Un poco de electricidad y alguna inyección...»«Lo que él necesita es lo que ahora ti<strong>en</strong>e, mamá. Vigi<strong>la</strong>ncia médica, mucho descanso yalgo que quizá ya se te haya olvidado. —Se interrumpió bruscam<strong>en</strong>te, con un nudo <strong>en</strong> <strong>la</strong>l<strong>en</strong>gua, y con voz muy difer<strong>en</strong>te, mirando su <strong>en</strong>sa<strong>la</strong>da intacta, pronunció <strong>la</strong> última pa<strong>la</strong>bra—:Amor.»«Ah, <strong>la</strong> fuerza del amor. —Alicja palmeó <strong>la</strong> mano de su hija (que fue retiradainmediatam<strong>en</strong>te)—. No es lo que yo he olvidado, Alleluia. Es lo que tú, por primera vez <strong>en</strong> tuhermosa vida, has empezado a conocer. ¿Y a quién escoges? —Volvió a <strong>la</strong> carga—. ¡A unpirado! ¡A un tocado de <strong>la</strong> azotea! ¡A un cabeza a pájaros! Y es que, ángeles, hijita, habrásevisto... Los hombres siempre andan <strong>en</strong> busca de privilegios, pero lo de éste pasa de <strong>la</strong> raya.»«Mamá...», empezó Allie, pero Alicja volvió a cambiar de tono y, cuando habló, Allie,más que escuchar <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras, oyó el dolor que reve<strong>la</strong>ban y ocultaban a <strong>la</strong> vez, el dolor de unamujer que había t<strong>en</strong>ido que experim<strong>en</strong>tar <strong>la</strong> historia con brutalidad, que ya había perdido almarido y visto cómo una hija <strong>la</strong> precedía a lo que el<strong>la</strong> misma, un día, con inolvidable humornegro, l<strong>la</strong>mó (debió de abrir el periódico por <strong>la</strong>s páginas de deportes para tropezar con <strong>la</strong>expresión) el baño definitivo. «Allie, tesoro —dijo Alicja Coh<strong>en</strong>—, vamos a t<strong>en</strong>er que cuidartemucho.»La razón por <strong>la</strong> cual Allie pudo id<strong>en</strong>tificar el pánico y <strong>la</strong> angustia <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara de su madreera que reci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te había visto <strong>la</strong> misma combinación <strong>en</strong> <strong>la</strong>s facciones de Gibreel Farishta.Cuando Sisodia lo devolvió a su cuidado, se hizo evid<strong>en</strong>te que Gibreel había sido conmovidohasta <strong>la</strong> médu<strong>la</strong>, y t<strong>en</strong>ía una expresión de acoso, una mirada protuberante y asustada quetraspasaba el corazón. Él afrontó el hecho de su <strong>en</strong>fermedad m<strong>en</strong>tal con <strong>en</strong>tereza, negándose arestarle importancia y a utilizar eufemismos, pero, compr<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te, al reconocer el mal ses<strong>en</strong>tía intimidado. Había dejado de ser (por lo m<strong>en</strong>os, mom<strong>en</strong>táneam<strong>en</strong>te) el tipo exuberante ybasto que le había inspirado su «gran pasión» y, <strong>en</strong> esta nueva y vulnerable <strong>en</strong>carnación, leaparecía más <strong>en</strong>ternecedor que nunca. El<strong>la</strong> estaba firmem<strong>en</strong>te decidida a ayudarle a recuperar <strong>la</strong>razón, a resistir a su <strong>la</strong>do; a capear el temporal y conquistar <strong>la</strong> cumbre. Y él era, por elmom<strong>en</strong>to, el más s<strong>en</strong>sato y dócil de los paci<strong>en</strong>tes, un poco ale<strong>la</strong>do por los medicam<strong>en</strong>tos degran calibre que le administraban los especialistas del Maudsley Hospital; dormía muchas horasy, despierto, acataba todas sus peticiones sin <strong>la</strong> más leve protesta. En sus ratos de vigilia, él lecontó los primeros síntomas de <strong>la</strong> <strong>en</strong>fermedad: los extraños sueños seriados y, antes, aquel<strong>la</strong>


depresión casi fatal que sufriera <strong>en</strong> <strong>la</strong> India. «Ya no temo al sueño —le dijo—. Porque esmucho peor lo que me ha sucedido estando despierto.» Su mayor temor le recordaba el miedoque s<strong>en</strong>tía Carlos II, después de <strong>la</strong> restauración, a ser <strong>en</strong>viado otra vez «de viaje»: «Daríacualquier cosa para t<strong>en</strong>er <strong>la</strong> seguridad de que no volverá a ocurrir», le dijo, manso como uncordero.¿Hay <strong>en</strong> el mundo qui<strong>en</strong> ame su dolor? «No volverá a ocurrir —le tranquilizaba el<strong>la</strong> —No puedes estar <strong>en</strong> mejores manos.» Él le preguntó cuánto costaba el tratami<strong>en</strong>to y, cuando el<strong>la</strong>trató de rehuir <strong>la</strong> respuesta, él insistió <strong>en</strong> que sacara de <strong>la</strong> pequeña fortuna comprimida <strong>en</strong> sucinturón lo necesario para pagar a los psiquiatras. Estaba deprimido. «Por más que digas —murmuraba <strong>en</strong> respuesta a sus pa<strong>la</strong>bras de optimismo—, <strong>la</strong> locura está aquí d<strong>en</strong>tro y me aterrap<strong>en</strong>sar que pueda despertar <strong>en</strong> cualquier mom<strong>en</strong>to, ahora mismo, y que él vuelva a mandar <strong>en</strong>mí.» Había empezado a referirse a su yo «poseído», a su «ángel» como si fuera otra persona,según <strong>la</strong> fórmu<strong>la</strong> beckettiana: Yo, no. Él. Su Mr. Hyde particu<strong>la</strong>r.Allie cuestionaba estas descripciones. «No es él, sino tú, y cuando tú estés bi<strong>en</strong> ya noserá tú.»Era inútil. Pero, durante un tiempo, pareció que el tratami<strong>en</strong>to daba resultado. Gibreelestaba más tranquilo, más seguro; los sueños seriados persistían —él aún hab<strong>la</strong>ba <strong>en</strong> sueños,por <strong>la</strong> noche, recitaba versos <strong>en</strong> árabe, l<strong>en</strong>gua que no conocía: tilk al-gharaniq al'u<strong>la</strong> wa innashafa'ata-hunna <strong>la</strong>-turtaja, que quería decir (Allie, despertada por sus pa<strong>la</strong>bras, <strong>la</strong>s escribiófonéticam<strong>en</strong>te y llevó el papel a <strong>la</strong> mezquita de Brickhall, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que su lectura hizo que almul<strong>la</strong>h se le erizara el pelo bajo el turbante): «Exist<strong>en</strong> mujeres de alto rango cuya intercesión esde desear»—, pero él parecía p<strong>en</strong>sar que aquellos espectáculos nocturnos no t<strong>en</strong>ían nada quever con él, lo cual daba tanto a Allie como a los psiquiatras del Maudsley <strong>la</strong> impresión de queGibreel, poco a poco, reconstruía <strong>la</strong> pared divisoria <strong>en</strong>tre el sueño y <strong>la</strong> realidad y llevabacamino de curarse; cuando, <strong>en</strong> realidad, resultó que esta separación era un f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o asociadoal desdob<strong>la</strong>mi<strong>en</strong>to de su personalidad <strong>en</strong> dos <strong>en</strong>tidades, una de <strong>la</strong>s cuales él trataba de suprimirheroicam<strong>en</strong>te pero, al considerar<strong>la</strong> difer<strong>en</strong>te de sí mismo, <strong>la</strong> preservaba, alim<strong>en</strong>taba y,secretam<strong>en</strong>te, robustecía.Allie, a su vez, durante un tiempo, se vio libre de aquel<strong>la</strong> s<strong>en</strong>sación mortificante ynegativa de inadaptación, de ser aj<strong>en</strong>a al medio <strong>en</strong> el que se <strong>en</strong>contraba atrapada; mi<strong>en</strong>trascuidaba a Gibreel, mi<strong>en</strong>tras invertía <strong>en</strong> su cerebro, como se decía a sí misma, peleando pararecuperarlo, a fin de poder reanudar <strong>la</strong> lucha espléndida y emocionante de su amor —porque,probablem<strong>en</strong>te, seguirían peleando hasta <strong>la</strong> tumba, p<strong>en</strong>saba con tolerancia, serían doscarcamales que, s<strong>en</strong>tados <strong>en</strong> el porche del ocaso de su vida, se golpearían débilm<strong>en</strong>te conperiódicos <strong>en</strong>rol<strong>la</strong>dos — , el<strong>la</strong> se s<strong>en</strong>tía cada día más unida a él; arraigada, por así decirlo, <strong>en</strong> sumisma tierra. Había transcurrido mucho tiempo desde que viera a Maurice Wilson, s<strong>en</strong>tado<strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s chim<strong>en</strong>eas, l<strong>la</strong>mándo<strong>la</strong> a <strong>la</strong> muerte.* * *Mr. «Whisky» Sisodia, aquel<strong>la</strong> reluci<strong>en</strong>te y simpática rodil<strong>la</strong> con gafas, se convirtió <strong>en</strong>asidua visita de <strong>la</strong> casa —iba a verles tres o cuatro veces a <strong>la</strong> semana— durante <strong>la</strong>convalec<strong>en</strong>cia de Gibreel, y siempre llevaba alguna cajita de manjar delicado. Gibreel,literalm<strong>en</strong>te, se había matado de hambre durante su «período de ángel», y <strong>la</strong> opinión de losmédicos era que <strong>la</strong> debilidad había contribuido no poco a sus alucinaciones. «Ahora vamos a<strong>en</strong>-go-go-<strong>en</strong>gordarlo», dijo Sisodia frotándose <strong>la</strong>s palmas de <strong>la</strong>s manos, y tan pronto como elestómago del <strong>en</strong>fermo pudo tolerarlos, «Whisky» se lo ll<strong>en</strong>aba de bocados exquisitos: maízdulce y caldo de pollo chino, bhel-pury estilo Bombay del nuevo restaurante de moda «Pagal


Khana», nombre poco afortunado, «Comida Loca» (aunque el nombre también podía traducirsepor Manicomio), cuyas especialidades se habían hecho famosas, especialm<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre losjóv<strong>en</strong>es angloasiáticos, de tal modo que rivalizaba con el antiguo y prestigioso Shaandaar Café,del cual Sisodia, no deseando mostrar una parcialidad que no habría sido correcta, tambiénllevaba p<strong>la</strong>tos —postres, sarnosa, patés de pollo— a Gibreel, cada día más voraz. También leobsequiaba con p<strong>la</strong>tos preparados por él mismo, curry de pescado, raitas, sivay-yan, khir, yacompañaba el ágape con re<strong>la</strong>tos de c<strong>en</strong>as aderezados de nombres famosos: cómo Pavarottiadoraba el <strong>la</strong>ssi de whisky, y el pobre James Mason se pirraba por sus <strong>la</strong>ngostinos picantes.Vanessa, Amitabh, Dustin, Sridevi, Christopher Reeves, todos eran invocados. «Una su-susuperestrel<strong>la</strong>debe conocer los gustos de sus co-co-colegas.» El propio Sisodia era una especiede ley<strong>en</strong>da, según Allie supo por Gibreel. Era el sujeto más sagaz y persuasivo de <strong>la</strong> industria.Había hecho una serie de pelícu<strong>la</strong>s de «calidad» con presupuestos microscópicos y, durantemás de veinte años, se había mant<strong>en</strong>ido a flote gracias tan sólo a su simpatía y <strong>la</strong>bia. Los quetrabajaban <strong>en</strong> <strong>la</strong>s producciones de Sisodia t<strong>en</strong>ían muchas dificultades para cobrar, pero, alparecer, ello no importaba. Una vez abortó un motín del equipo —por cuestión de dinero,naturalm<strong>en</strong>te— llevándoselos a todos a mer<strong>en</strong>dar a uno de los más fabulosos pa<strong>la</strong>cios de <strong>la</strong>India, lugar habitualm<strong>en</strong>te vedado a todo el mundo, salvo a <strong>la</strong> flor y nata de <strong>la</strong> aristocracia, losGwalior, y Jaípur, y Kashmir. Nadie pudo <strong>en</strong>terarse de cómo lo había organizado, pero <strong>la</strong>mayoría de miembros de aquel equipo volvieron a firmar para otras producciones de Sisodia,porque estos grandes gestos t<strong>en</strong>ían <strong>la</strong> propiedad de hacer que el dinero pareciera secundario.«Y, cuando lo necesitas, siempre puedes contar con él —agregó Gibreel—. Cuando Charu<strong>la</strong>ta,una actriz bai<strong>la</strong>rina maravillosa que había trabajado para él muchas veces, necesitó tratami<strong>en</strong>tocontra el cáncer, de <strong>la</strong> noche a <strong>la</strong> mañana se materializaron años de sueldos atrasados.»Actualm<strong>en</strong>te, gracias a una serie de inesperados éxitos comerciales conseguidos conpelícu<strong>la</strong>s basadas <strong>en</strong> antiguas fábu<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> colección Katha-Sarit-Sagar —el «Océano de <strong>la</strong>sCorri<strong>en</strong>tes de <strong>la</strong> Historia», más <strong>la</strong>rga que Las mil y una noches y no m<strong>en</strong>os fantástica—,Sisodia ya no estaba limitado a sus pequeñas oficinas de <strong>la</strong> Readymoney Terrace de Bombay,sino que t<strong>en</strong>ía apartam<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> Londres y Nueva York y Oscars <strong>en</strong> los cuartos de baño. Serumoreaba que llevaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> cartera <strong>la</strong> foto del productor kungfuniano Run Run Shaw, su ídolo,cuyo nombre era totalm<strong>en</strong>te incapaz de pronunciar. «Unas veces, cuatro Runs, y otras, hastaseis —dijo Gibreel a Allie que estaba <strong>en</strong>cantada de verle reír—. Pero no podría jurarlo. Sonrumores del medio.»Allie estaba agradecida a Sisodia por sus at<strong>en</strong>ciones. El famoso productor parecíadisponer de tiempo ilimitado precisam<strong>en</strong>te cuando <strong>la</strong> ag<strong>en</strong>da de Allie estaba más ll<strong>en</strong>a qu<strong>en</strong>unca. Había firmado un contrato con una cad<strong>en</strong>a de distribución de alim<strong>en</strong>tos conge<strong>la</strong>dos,cuyo ag<strong>en</strong>te, Mr. Hal Va<strong>la</strong>nce, dijo a Allie, durante un desayuno de trabajo —pomelo, biscotesy descafeinado, todo a precios de Dorchester—, que su imag<strong>en</strong>, «<strong>en</strong> <strong>la</strong> que se combinan losparámetros positivos (para el cli<strong>en</strong>te) de "frialdad" y "frío" es perfectam<strong>en</strong>te apropiada. Hayestrel<strong>la</strong>s que acaban si<strong>en</strong>do una especie de vampiros, que chupan <strong>la</strong> at<strong>en</strong>ción, que eclipsan <strong>la</strong>marca, ya me <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>de, pero <strong>en</strong> este caso existe auténtica sinergia». Y había cintas que cortar <strong>en</strong>inauguraciones de ti<strong>en</strong>das de conge<strong>la</strong>dos, y confer<strong>en</strong>cias de v<strong>en</strong>tas, y fotos publicitarias conbañeras ll<strong>en</strong>as de mantecoso he<strong>la</strong>do, además de <strong>la</strong>s reuniones periódicas con los diseñadores yfabricantes de <strong>la</strong> línea de pr<strong>en</strong>das deportivas y de tiempo libre que llevaba su firma, y, desdeluego, su programa de cultura física. Se había matricu<strong>la</strong>do <strong>en</strong> el curso de artes marciales de Mr.Joshi <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro deportivo del barrio, el cual le había sido muy recom<strong>en</strong>dado, y, por si no erabastante, seguía obligando a sus piernas a correr ocho kilómetros al día alrededor de los Fields,a pesar de que los pies le dolían como si pisara astil<strong>la</strong>s de vidrio. «No se apu-pu-apure —decíaSisodia despidiéndo<strong>la</strong> con un alegre ademán—. Yo me que-que-quedaré hasta que regrese.Estar con Gibreel es un pri-pri-privilegio.» El<strong>la</strong> se iba y él se quedaba obsequiando a Farishtacon inagotables anécdotas, opiniones y cotilleos, y cuando el<strong>la</strong> volvía él aún t<strong>en</strong>ía cuerda para


ato. El<strong>la</strong> id<strong>en</strong>tificaba varios de sus temas principales, concretam<strong>en</strong>te, sus aseveraciones sobreLo Malo de Los Ingleses. «Lo malo de los ingleses es que su his-his-historia se desarrolló <strong>en</strong>ultramar, por lo que no sa-sa-sab<strong>en</strong> lo que significa.» «El se-secreto para que una c<strong>en</strong>a sea unéxito <strong>en</strong> Londres es dejar a los ingleses <strong>en</strong> mi-mi-minoría. Cuando son pocos se portan bi<strong>en</strong>; sino, estás perdido.» «Ve a <strong>la</strong> Ca-Ca-Cámara de los Horrores y verás cuál es el problema de losingleses. Eso es lo que les gusta, ca-cadáveres <strong>en</strong> ba-ba-baños de sangre, barberos locos, etetcétera,etcétera. Sus pe-periódicos están ll<strong>en</strong>os de aberraciones sexuales y crím<strong>en</strong>es. Perodic<strong>en</strong> al mundo que son flemáticos y re-re-reservados, y nosotros somos tan estúpidos que noslo creemos.» Gibreel escuchaba esta sarta de tópicos con apar<strong>en</strong>te comp<strong>la</strong>c<strong>en</strong>cia, lo cualirritaba vivam<strong>en</strong>te a Allie. ¿Eran estas g<strong>en</strong>eralizaciones realm<strong>en</strong>te todo lo que ellos veían <strong>en</strong>Ing<strong>la</strong>terra? «No —reconoció Sisodia con una sonrisa cínica—. Pero da mucho gusto soltar estascosas.»Cuando el personal del Maudsley consideró oportuno reducir sustancialm<strong>en</strong>te <strong>la</strong> dosisde medicam<strong>en</strong>tos, Sisodia se había convertido <strong>en</strong> un elem<strong>en</strong>to tan habitual <strong>en</strong> <strong>la</strong> cabecera de <strong>la</strong>cama de Gibreel, una especie de primo honorario, excéntrico y divertido, que pudo cerrar <strong>la</strong>trampa pil<strong>la</strong>ndo completam<strong>en</strong>te desprev<strong>en</strong>idos a Gibreel y Allie.* * *Había estado <strong>en</strong> contacto con sus colegas de Bombay: los siete productores a los queGibreel dejó <strong>en</strong> <strong>la</strong> estacada cuando embarcó <strong>en</strong> el Bostan, vuelo Air India 420. «Todos están<strong>en</strong>-<strong>en</strong>cantados de que esté vivo —informó a Gibreel—. Des-des-desgraciadam<strong>en</strong>te, está <strong>la</strong>cuestión de <strong>la</strong> ruptura de contrato.» Otras varias personas querían demandar al r<strong>en</strong>aci<strong>en</strong>teFarishta por mucho dinero, <strong>en</strong> particu<strong>la</strong>r cierta starlet l<strong>la</strong>mada Pimple Billimoria, que alegabapérdida de honorarios y perjuicio profesional. «Podría asc<strong>en</strong>der a cro-crores», dijo Sisodialúgubrem<strong>en</strong>te. Allie se indignó. «Usted levantó <strong>la</strong> liebre —le dijo—. Debí figurármelo: erademasiado bu<strong>en</strong>o para ser real.»Sisodia estaba muy agitado. «Jo-jo-joder.»«Hay señoras de<strong>la</strong>nte», advirtió Gibreel, todavía un poco atontado por <strong>la</strong>s drogas; peroSisodia hacía molinetes con los brazos, para indicar que, <strong>en</strong>tre sus fr<strong>en</strong>éticos di<strong>en</strong>tes, no lesalían <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras. Por fin: «<strong>Red</strong>ucir el daño. Mi int<strong>en</strong>ción. No traicionar, eso nnnunca.»Según Sisodia, <strong>en</strong> Bombay nadie quería, <strong>en</strong> realidad, demandar a Gibreel, matar <strong>en</strong> eljuzgado <strong>la</strong> gallina de los huevos de oro. Todos los afectados reconocían que los antiguosproyectos ya no eran realizables: actores, directores, técnicos y hasta esc<strong>en</strong>arios estabancomprometidos <strong>en</strong> otras pelícu<strong>la</strong>s. Reconocían también que el regreso de Gibreel de <strong>en</strong>tre losmuertos era un hecho que poseía más valor comercial que cualquiera de <strong>la</strong>s nonatas pelícu<strong>la</strong>s;<strong>la</strong> cuestión era cómo sacar el mayor partido <strong>en</strong> provecho de todos. Su aparición <strong>en</strong> Londresbrindaba también <strong>la</strong> posibilidad de una interv<strong>en</strong>ción internacional, quizá capital extranjero, elempleo de exteriores no indios, participación de estrel<strong>la</strong>s «foráneas»; etcétera: <strong>en</strong> suma, quehabía llegado el mom<strong>en</strong>to de que Gibreel saliera de su retiro y volviera a ponerse de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong>cámara. «No hay alte-ternativa —explicó Sisodia a Gibreel, que, s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, trataba dedespejar <strong>la</strong> cabeza—. Si te niegas, te demandarán <strong>en</strong> bloque, y ni toda tu for-for-fortunabastará. Será <strong>la</strong> ruina, <strong>la</strong> ca-ca-cárcel, el fin.»Sisodia, con su verborrea, había conseguido pl<strong>en</strong>os poderes de los principalesinteresados y trazado unos p<strong>la</strong>nes impresionantes. Billy Battuta, el financiero afincado <strong>en</strong>Ing<strong>la</strong>terra, estaba deseoso de invertir, tanto <strong>en</strong> esterlinas como <strong>en</strong> «rupias bloqueadas», losb<strong>en</strong>eficios no repatriables obt<strong>en</strong>idos por varios distribuidores británicos <strong>en</strong> el subcontin<strong>en</strong>teindio, y adquiridos por Battuta mediante pago <strong>en</strong> efectivo <strong>en</strong> monedas negociables, con un


conversaciones por el teléfono del coche <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que discutía misteriosas transacciones quecompr<strong>en</strong>dían asombrosas sumas de dinero), Billy estrechó cordialm<strong>en</strong>te <strong>la</strong> mano de Allie ydespués dio a Gibreel un abrazo con sincera y contagiosa alegría. Su acompañante, MimiMamoulian, estuvo m<strong>en</strong>os circunspecta. «Está todo dispuesto —anunció—. Frutas, starlets,paparazzi, <strong>en</strong>trevistas <strong>en</strong> televisión, rumores, pequeñas insinuaciones de escándalo: todo lo qu<strong>en</strong>ecesita una figura de fama mundial. Flores, guardaespaldas, contratos por millones de libras.Estás <strong>en</strong> tu casa.»Lo de siempre, p<strong>en</strong>só Allie. En un principio, el<strong>la</strong> se opuso al p<strong>la</strong>n, pero Gibreel v<strong>en</strong>ciósu oposición con un <strong>en</strong>tusiasmo que indujo a los médicos a apoyar <strong>la</strong> idea, p<strong>en</strong>sando que suvuelta al <strong>en</strong>torno familiar —su vuelta a casa, <strong>en</strong> cierto modo— podía resultar b<strong>en</strong>eficiosa. Y <strong>la</strong>apropiación por Sisodia de <strong>la</strong>s narraciones de los sueños que había oído a <strong>la</strong> cabecera de <strong>la</strong>cama de Gibreel también podía considerarse una maniobra afortunada, ya que, una vez aquel<strong>la</strong>shistorias fueran tras<strong>la</strong>dadas al mundo artificial e inv<strong>en</strong>tado del cine, al propio Gibreel había deresultarle más fácil ver<strong>la</strong>s también como fantasías. Gracias a ello podría levantarse másrápidam<strong>en</strong>te ese Muro de Berlín <strong>en</strong>tre los estados del sueño y <strong>la</strong> vigilia. Por lo m<strong>en</strong>os, valía <strong>la</strong>p<strong>en</strong>a int<strong>en</strong>tarlo.Las cosas (por ser cosas) no salieron como se esperaba. Allie se s<strong>en</strong>tía mortificada por<strong>la</strong> forma <strong>en</strong> que Sisodia, Battuta y Mimi se habían insta<strong>la</strong>do <strong>en</strong> <strong>la</strong> vida de Gibreel, haciéndosecargo de su vestuario y su programa diario y sacándolo del apartam<strong>en</strong>to de Allie por cuanto queaún no era bu<strong>en</strong>o para su «imag<strong>en</strong>» t<strong>en</strong>er una re<strong>la</strong>ción «estable». Después de una breve estancia<strong>en</strong> el Ritz, <strong>la</strong> estrel<strong>la</strong> se instaló <strong>en</strong> tres habitaciones del espacioso y elegante piso de Sisodia,situado <strong>en</strong> un viejo bloque resid<strong>en</strong>cial próximo a Grosv<strong>en</strong>or Square, todo Art Déco, suelos demármol y paredes difuminadas. Lo que más <strong>en</strong>furecía a Allie era <strong>la</strong> pasividad con que Gibree<strong>la</strong>ceptaba estos cambios, y <strong>en</strong>tonces empezó a compr<strong>en</strong>der <strong>la</strong> magnitud del paso que él habíadado al dejar atrás lo que, evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, era su mundo para v<strong>en</strong>ir a buscar<strong>la</strong> a el<strong>la</strong>. Ahora queél volvía a sumirse <strong>en</strong> aquel universo de guardaespaldas armados y camareras con bandeja dedesayuno y sonrisa picara, ¿<strong>la</strong> dejaría con <strong>la</strong> misma brusquedad con que había <strong>en</strong>trado <strong>en</strong> suvida? ¿Había el<strong>la</strong> ayudado a preparar una migración de vuelta que <strong>la</strong> dejaría compuesta y sinnovio? Gibreel aparecía <strong>en</strong> periódicos, revistas y estudios de televisión con distintas mujerescolgadas del brazo y una sonrisa estúpida <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara. El<strong>la</strong> se indignaba, pero él no le dabaimportancia. «¿Qué te inquieta? —preguntaba, hundiéndose <strong>en</strong> un sofá de piel del tamaño deuna camioneta—. Eso es publicidad, trabajo, nada más.»Y, lo peor: él t<strong>en</strong>ía celos. Cuando dejó de tomar los fuertes medicam<strong>en</strong>tos y su trabajo(al igual que el de el<strong>la</strong>) empezó a imponerles separaciones, volvió a dominarle aquel<strong>la</strong>suspicacia irracional e incontro<strong>la</strong>ble que provocó <strong>la</strong> ridícu<strong>la</strong> pelea por los dibujos de Brunel.Cada vez que se veían, él se obstinaba <strong>en</strong> interrogar<strong>la</strong> con minuciosidad: dónde había estado, aquién había visto, a qué se dedicaba él, el<strong>la</strong> le daba a<strong>la</strong>s.Allie t<strong>en</strong>ía una s<strong>en</strong>sación de asfixia. Primero, <strong>la</strong> <strong>en</strong>fermedad m<strong>en</strong>tal; después, <strong>la</strong>s nuevasinflu<strong>en</strong>cias que condicionaban su vida, y ahora, todas <strong>la</strong>s noches, un interrogatorio de tercergrado: era como si su verdadera vida, <strong>la</strong> vida que el<strong>la</strong> deseaba, <strong>la</strong> vida por <strong>la</strong> que el<strong>la</strong>permanecía allí peleando, quedara sepultada bajo una ava<strong>la</strong>ncha de absurdos. ¿ Y qué hay de loque yo necesito?, hubiera gritado de bu<strong>en</strong>a gana. ¿Cuándo me tocará a mí poner <strong>la</strong>scondiciones? A punto de estal<strong>la</strong>r, acudió a su madre como último recurso. En el viejo estudiode su padre, <strong>en</strong> <strong>la</strong> casa de Moscow Road —que Alicja conservaba exactam<strong>en</strong>te tal como legustaba a Otto, salvo que ahora <strong>la</strong>s cortinas estaban abiertas, para que <strong>en</strong>trara toda <strong>la</strong> luz queIng<strong>la</strong>terra podía bu<strong>en</strong>am<strong>en</strong>te ofrecer, y había flores <strong>en</strong> puntos estratégicos—, <strong>en</strong> un principio,Alicja le ofreció poco más que fatalismo. «Es decir, que los p<strong>la</strong>nes de una mujer sondesbaratados por los de un hombre —dijo no sin ternura—. Bi<strong>en</strong> v<strong>en</strong>ida a tu condición. Es


extraño <strong>en</strong> ti perder <strong>la</strong> ser<strong>en</strong>idad.» Y Allie confesó: el<strong>la</strong> quería dejarlo, pero no podía. No sólopor escrúpulo de abandonar a una persona gravem<strong>en</strong>te <strong>en</strong>ferma; también a causa de su «granpasión» por aquel<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra que aún le secaba <strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua cada vez que trataba de decir<strong>la</strong>. «Túquieres un hijo suyo», Alicja puso el dedo <strong>en</strong> <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ga. En un principio, Allie se sulfuró: «Yoquiero un hijo mío», pero después, rectificando bruscam<strong>en</strong>te, se sonó y movió afirmativam<strong>en</strong>te<strong>la</strong> cabeza, casi llorando.«Lo que tú necesitas es que te examin<strong>en</strong> <strong>la</strong> cabeza —<strong>la</strong> consoló Alicja. ¿Cuánto tiempohacía que no estaban así abrazadas? Demasiado. Y quizás ésta fuera <strong>la</strong> última vez... Alicjaestrechó con más fuerza a su hija y dijo—: Seca esas lágrimas; t<strong>en</strong>go que darte una bu<strong>en</strong>anoticia. Si tus asuntos van de capa caída, los de tu anciana madre marchan vi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> popa.»Se trataba de cierto profesor de universidad americano, un tal Boniek, una emin<strong>en</strong>cia de<strong>la</strong> ing<strong>en</strong>iería g<strong>en</strong>ética. «No empieces, hija, tú no sabes nada. No todo es Frank<strong>en</strong>stein y<strong>en</strong>g<strong>en</strong>dros; también ti<strong>en</strong>e bu<strong>en</strong>as aplicaciones», dijo Alicja con evid<strong>en</strong>te nerviosismo, y Allie,una vez superada <strong>la</strong> sorpresa, consiguió v<strong>en</strong>cer su propia llorosa infelicidad y prorrumpió <strong>en</strong>liberadores sollozos de risa convulsa, a los que se sumó su madre. «A tus años —lloró Allie—.Vergü<strong>en</strong>za debería darte.» «Pues no me <strong>la</strong> da —respondió <strong>la</strong> futura Mrs. Boniek—. Unprofesor de universidad, y de Stanford, California, o sea que además me trae el sol. Pi<strong>en</strong>sopasar muchas horas trabajando <strong>en</strong> mi bronceado.»* * *Cuando Allie descubrió (por un informe hal<strong>la</strong>do casualm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> un cajón del escritorio,<strong>en</strong> el pa<strong>la</strong>zzo Sisodia) que Gibreel <strong>la</strong> hacía seguir, por fin se decidió a romper. Escribió unanota —Esto me mata—, <strong>la</strong> puso d<strong>en</strong>tro del informe y lo dejó todo <strong>en</strong>cima del escritorio; y se fuesin despedirse. Gibreel no <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mó. Por aquel <strong>en</strong>tonces <strong>en</strong>sayaba su gran reaparición <strong>en</strong>público, <strong>en</strong> <strong>la</strong> última de una serie de revistas interpretadas por estrel<strong>la</strong>s de cine indias, puesta <strong>en</strong>esc<strong>en</strong>a por una de <strong>la</strong>s compañías de Billy Battuta <strong>en</strong> Earls Court. El sería <strong>la</strong> sorpresa bomba de<strong>la</strong> noche, y hacía semanas que <strong>en</strong>sayaba pasos de baile con el conjunto de <strong>la</strong> revista y apr<strong>en</strong>díaa vocalizar con p<strong>la</strong>yback. Los ag<strong>en</strong>tes de Billy Battuta hacían circu<strong>la</strong>r con ti<strong>en</strong>to y s<strong>en</strong>tido de <strong>la</strong>oportunidad rumores acerca de <strong>la</strong> id<strong>en</strong>tidad del Hombre Misterioso, o Estrel<strong>la</strong> Oculta, y sehabía contratado a <strong>la</strong> ag<strong>en</strong>cia publicitaria Va<strong>la</strong>nce para que diseñara una serie de cuñasradiofónicas destinadas a alim<strong>en</strong>tar <strong>la</strong> intriga y distribuyera cuar<strong>en</strong>ta y ocho carteles por elbarrio. La aparición de Gibreel <strong>en</strong> el esc<strong>en</strong>ario del Earls Court —desc<strong>en</strong>dería de <strong>la</strong>s bambalinasrodeado por nubes de cartón y humo— era el punto culminante de su vuelta al superestrel<strong>la</strong>to<strong>en</strong> el ámbito inglés; sigui<strong>en</strong>te estación: Bombay. Abandonado, como decía él, por AlleluiaCone, una vez más se «negaba a arrastrarse» y se sumía <strong>en</strong> el trabajo.El sigui<strong>en</strong>te contratiempo fue el arresto de Billy Battuta <strong>en</strong> Nueva York, a causa de lossab<strong>la</strong>zos satánicos. Allie, al leer <strong>la</strong> noticia <strong>en</strong> el periódico dominical, se tragó el orgullo y l<strong>la</strong>móa Gibreel a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de <strong>en</strong>sayos, para disuadirle del trato de elem<strong>en</strong>tos tan palmariam<strong>en</strong>tecriminales. «Battuta es un estafador —insistió—. Su discreción era falsa, un <strong>en</strong>gaño. Queríaestar seguro de poder <strong>en</strong>gañar a <strong>la</strong>s millonadas de Manhattan y <strong>en</strong>sayó el número con nosotros.¡Esa peril<strong>la</strong>! Y un b<strong>la</strong>zer universitario... ¿Cómo pudimos dejarnos <strong>en</strong>gañar?» Pero Gibreel semostró frío y reservado: el<strong>la</strong> le había p<strong>la</strong>ntado, según él, y no estaba dispuesto a aceptarconsejos de una desertora. Además, Sisodia y el equipo de promoción de Battuta le habíanasegurado —y bi<strong>en</strong> que él les había apretado <strong>la</strong>s tuercas— que los problemas de Billy nadat<strong>en</strong>ían que ver con <strong>la</strong> ga<strong>la</strong> extraordinaria (Filmme<strong>la</strong> se l<strong>la</strong>maba) porque el aspecto financieroestaba perfectam<strong>en</strong>te resuelto, <strong>la</strong>s sumas destinadas a honorarios y garantías ya habían sidoasignadas, todas <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s de Bombay habían confirmado su asist<strong>en</strong>cia y actuarían según lo


previsto. «Los p<strong>la</strong>nes si-sigu<strong>en</strong> ade<strong>la</strong>nte —prometió Sisodia—. La fu-función debe continuar.»La cosa que se torció a continuación estaba d<strong>en</strong>tro de Gibreel.* * *El deseo de Sisodia de no reve<strong>la</strong>r <strong>la</strong> personalidad de esta Estrel<strong>la</strong> Oculta obligó aGibreel a <strong>en</strong>trar por <strong>la</strong> puerta del esc<strong>en</strong>ario de Earls Court <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> una burqa. Para quehasta el sexo fuera una incógnita. Le dieron el camerino más grande —con una estrel<strong>la</strong> negrade cinco puntas pegada <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta— <strong>en</strong> el que fue <strong>en</strong>cerrado sin mirami<strong>en</strong>tos por el productorde <strong>la</strong>s gafas y cabeza de rodil<strong>la</strong>. En el camerino <strong>en</strong>contró Gibreel su traje de ángel, con unaparato que, una vez atado a <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te, hacía que detrás de él se <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dieran unas bombil<strong>la</strong>s,creando <strong>la</strong> ilusión de una aureo<strong>la</strong>; y un televisor por el que, <strong>en</strong> circuito cerrado, podría seguir elespectáculo — Mithun y Kimi con su algarabía discotequera; Jayapradha y Rekha (no era de <strong>la</strong>familia: ésta era <strong>la</strong> superestrel<strong>la</strong>, no una quimera <strong>en</strong> una alfombra) se sometieron graciosam<strong>en</strong>tea <strong>en</strong>trevistas <strong>en</strong> el esc<strong>en</strong>ario, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que Jaya divulgó sus opiniones sobre <strong>la</strong> poligamia y Rekhafantaseó sobre vidas alternativas: «Si hubiera nacido fuera de <strong>la</strong> India, habría sido pintora <strong>en</strong>París»; números muy varoniles a cargo de Vinod y Dharm<strong>en</strong>dra; Sridevi, que se mojaba elsari— hasta que llegara el mom<strong>en</strong>to de subir a un «carro» accionado por un torno que leaguardaba <strong>en</strong> lo alto del esc<strong>en</strong>ario. Había también un teléfono inalámbrico a través del cualSisodia le comunicó que el teatro estaba ll<strong>en</strong>o. «Han v<strong>en</strong>ido de todas partes —dijo y procedió adescubrir a Gibreel su técnica de análisis de una multitud—: a los pakistaníes se les reconocepor lo peripuestos; a los indios, por lo sobrios, y a los bang<strong>la</strong>deshíes, por lo mal que vist<strong>en</strong>,todo pu-púrpura y ado-dornos de ooooro, y por lo cal<strong>la</strong>dos.» Por último, había una gran cajacon <strong>en</strong>voltorio de regalo, obsequio de su at<strong>en</strong>to productor, que resultó cont<strong>en</strong>er a Miss PimpleBillimoria, que lucía una expresión cautivadora y cierta cantidad de cinta de oro. El cine habíallegado a <strong>la</strong> ciudad.* * *La extraña s<strong>en</strong>sación empezó —es decir, volvió— cuando estaba <strong>en</strong> el «carro»,esperando el desc<strong>en</strong>so. Se veía a sí mismo avanzar por una ruta <strong>en</strong> <strong>la</strong> que, de un mom<strong>en</strong>to aotro, se le pres<strong>en</strong>taría una alternativa, una elección —el p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to se formulóespontáneam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> su cabeza, sin ayuda— <strong>en</strong>tre dos realidades, este mundo y otro quetambién estaba aquí, visible pero no visto. Se s<strong>en</strong>tía l<strong>en</strong>to, pesado, distante de su propio yo, ycompr<strong>en</strong>dió que no t<strong>en</strong>ía ni <strong>la</strong> más remota idea de qué camino elegiría, <strong>en</strong> qué mundo <strong>en</strong>traría.Ahora compr<strong>en</strong>día que los médicos se habían equivocado al tratarle una esquizofr<strong>en</strong>ia; <strong>la</strong>división no estaba <strong>en</strong> él, sino <strong>en</strong> el universo. Cuando el carro empezó a bajar hacia el inm<strong>en</strong>sorugido oceánico que empezaba a hincharse a sus pies, él <strong>en</strong>sayó sus primeras frases —Me l<strong>la</strong>moGibreel Farishta y he vuelto— y <strong>en</strong>tonces <strong>la</strong>s oyó, por así decir, <strong>en</strong> estéreo, porque aquel<strong>la</strong>sfrases <strong>en</strong>cajaban <strong>en</strong> ambos mundos, con un significado difer<strong>en</strong>te <strong>en</strong> cada uno; y <strong>en</strong> aquelmom<strong>en</strong>to <strong>la</strong>s luces lo iluminaron. Él levantó los brazos; volvía <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> nubes, y <strong>la</strong> multitudlo reconoció y sus compañeros también; y <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te se levantaba de <strong>la</strong>s butacas, todos loshombres, mujeres y niños de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> corrían hacia el esc<strong>en</strong>ario, imparables, como un mar. Elprimer hombre que llegó a él tuvo tiempo de exc<strong>la</strong>mar: ¿Te acuerdas de mí, Gibreel?¿El de losseis dedos? Mas<strong>la</strong>ma, señor, John Mas<strong>la</strong>ma. Yo he guardado <strong>en</strong> secreto tu pres<strong>en</strong>cia <strong>en</strong>tr<strong>en</strong>osotros; pero, sí, he hab<strong>la</strong>do de <strong>la</strong> v<strong>en</strong>ida del Señor, he ido de<strong>la</strong>nte de ti, <strong>la</strong> voz del que c<strong>la</strong>ma


<strong>en</strong> el desierto, lo torcido será <strong>en</strong>derezado y el terr<strong>en</strong>o quebrado será al<strong>la</strong>nado; se lo llevaron, ylos guardias de seguridad rodearon a Gibreel, están descontro<strong>la</strong>dos, es un tumulto, t<strong>en</strong>drá ustedque...; pero él no quería marcharse, porque había visto que por lo m<strong>en</strong>os <strong>la</strong> mitad de <strong>la</strong> g<strong>en</strong>tellevaban extraños tocados, unos a modo de cuernos de goma que les daban aspecto dedemonios, especie de emblemas de acatami<strong>en</strong>to y desafío; y al ver <strong>la</strong> señal del adversario,sintió que el universo se bifurcaba y tomó por el camino de <strong>la</strong> izquierda.Según <strong>la</strong> versión oficial de lo que siguió, versión aceptada por todos los medios decomunicación, Gibreel Farishta fue rescatado de <strong>la</strong> zona de peligro <strong>en</strong> el mismo carromaniobrado por torno <strong>en</strong> el que había desc<strong>en</strong>dido, y del que no llegó a salir; y agregaban que,por consigui<strong>en</strong>te, escapar debió ser fácil para él, desde aquel punto ais<strong>la</strong>do y elevado muy por<strong>en</strong>cima del barullo. Esta versión resultó lo bastante sólida como para resistir <strong>la</strong> «reve<strong>la</strong>ción»hecha a Voice según <strong>la</strong> cual el ayudante del director escénico <strong>en</strong>cargado del torno no había,repetimos, no había puesto <strong>en</strong> marcha el mecanismo después del aterrizaje; que, <strong>en</strong> realidad, elcarro permaneció <strong>en</strong> tierra durante el tumulto de los <strong>en</strong>tusiastas admiradores; y queconsiderables sumas de dinero habían sido distribuidas <strong>en</strong>tre los tramoyistas para conv<strong>en</strong>cerlosde que co<strong>la</strong>boraran <strong>en</strong> <strong>la</strong> inv<strong>en</strong>ción de una historia que, por ser totalm<strong>en</strong>te falsa, era lo bastanteverosímil como para que <strong>la</strong> creyeran los lectores. No obstante, <strong>en</strong>tre <strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción asiática de <strong>la</strong>ciudad cundió rápidam<strong>en</strong>te el rumor de que Gibreel Farishta se fue del esc<strong>en</strong>ario del EarlsCourt levitando y se desvaneció <strong>en</strong> el aire por su propia virtud, rumor alim<strong>en</strong>tado pornumerosas descripciones de <strong>la</strong> aureo<strong>la</strong> que, según se había observado, partía de un puntosituado detrás de su cabeza. A los pocos días de <strong>la</strong> segunda desaparición de Gibreel Farishta,<strong>la</strong>s ti<strong>en</strong>das de novedades de Brickhall, Wembley y Brixton v<strong>en</strong>dían tantas aureo<strong>la</strong>s de juguete(<strong>la</strong>s más solicitadas eran los aros fluoresc<strong>en</strong>tes verdes) como diademas con cuernos de gomaincorporados.* * *¡P<strong>la</strong>neaba a gran altura sobre Londres! ¡Ajá, ahora ya no podrían alcanzarle todosaquellos demonios que se le echaban <strong>en</strong>cima <strong>en</strong> aquel zafarrancho! Miró hacia abajo, a <strong>la</strong>ciudad, y vio a los ingleses. Lo malo de los ingleses era que eran ingleses: ¡fríos como peces,los cond<strong>en</strong>ados! ¡La mayor parte del año bajo el agua, con unos días del color de <strong>la</strong> noche!Bi<strong>en</strong>: aquí estaba él, el gran Transformador, y esta vez cambiaría algunas cosas; <strong>la</strong>s leyes de <strong>la</strong>naturaleza son <strong>la</strong>s leyes de su transformación, ¡y él era <strong>la</strong> persona indicada para manejar<strong>la</strong>s! Sí,señor: esta vez, c<strong>la</strong>ridad.Él les <strong>en</strong>señaría —¡sí! — , les <strong>en</strong>señaría su poder. ¡Porque aquellos ingleses no t<strong>en</strong>íanpoder! ¡Pues no creían que su historia volvería para perseguirlos! «El nativo es una personaoprimida cuyo sueño perman<strong>en</strong>te es convertirse <strong>en</strong> opresor» (Fanon). Las mujeres inglesas yano le ataban; ¡se había descubierto <strong>la</strong> conspiración! Pues afuera con todas <strong>la</strong>s nieb<strong>la</strong>s. Éltransformaría esta tierra. Él era el Arcángel, Gibreel. ¡Y ya he vuelto!La faz del adversario se le apareció otra vez, reve<strong>la</strong>dora, c<strong>la</strong>rificadora. Taciturna, con ungesto sardónico <strong>en</strong> los <strong>la</strong>bios: pero el nombre aún se le escabullía..., tcha, ¿como té? Sha, ¿unrey? O como un baile (¿baile real? ¿té-baile?): Shatchacha. Casi, casi. Y <strong>la</strong> naturaleza de<strong>la</strong>dversario: se odia a sí mismo, construye una falsa personalidad, autodestructivo. Otra vezFanon: «De este modo, el individuo —el nativo fanoniano— acepta <strong>la</strong> desintegración ord<strong>en</strong>adapor Dios, se inclina ante el colonizador y su sino y, por medio de una especie de estabilizacióninterna, adquiere una calma estoica.» ¡Ya le daría yo calma estoica! Nativo y colonizador, <strong>la</strong>vieja disputa continúa ahora <strong>en</strong> estas calles mojadas con los términos invertidos. Entonces se leocurrió que él estaba unido al adversario para siempre, los brazos sujetos <strong>en</strong> torno al cuerpo del


otro, boca con boca, cabeza con pie, como cuando cayeron a <strong>la</strong> tierra: cuando se posaron. Talcomo empiezan <strong>la</strong>s cosas así continúan. Sí, ya casi lo t<strong>en</strong>ía. ¿Chichi? ¿Sasa? Mi otra mitad, miamor...... ¡No! Estaba flotando sobre un parque y su grito asustó a los pájaros. ¡Basta de esasambigüedades inspiradas por Ing<strong>la</strong>terra, esas confusiones bíblico-satánicas! C<strong>la</strong>ridad, c<strong>la</strong>ridad,c<strong>la</strong>ridad a toda costa. Este Shaitan no era un ángel caído. Olvida esas fábu<strong>la</strong>s del hijodescarriado; éste no era un bu<strong>en</strong> chico que se había apartado del camino recto, sino puramaldad. ¡La verdad es que no t<strong>en</strong>ía nada de ángel! «Él era del djinn y, por lo tanto, cayó.»Quran 18:50, más c<strong>la</strong>ro que <strong>la</strong> luz del día. ¡Cuánto más c<strong>la</strong>ra era esta versión! ¡Cuán práctica,natural y compr<strong>en</strong>sible! Iblis/Shaitan repres<strong>en</strong>tan <strong>la</strong>s tinieb<strong>la</strong>s; Gibreel, <strong>la</strong> luz. Basta, basta des<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>talismos tales como unión, comp<strong>en</strong>etración, amor. Perseguir y destruir: a esto sereducía todo.¡... Oh, <strong>la</strong> más resba<strong>la</strong>diza, <strong>la</strong> más diabólica de <strong>la</strong>s ciudades! En <strong>la</strong> que estas oposicionesescuetas e imperativas se ahogaban bajo una interminable llovizna de grises. Cuán acertadoestuvo él, por ejemplo, al desterrar aquel<strong>la</strong>s dudas suyas satánico-bíblicas, <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>tivas a <strong>la</strong>negativa de Dios a permitir <strong>la</strong> disid<strong>en</strong>cia de sus lugart<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tes, porque, dado que Iblis/Shaitanno era ángel, no hubo disid<strong>en</strong>tes angélicos que tuviera que reprimir <strong>la</strong> divinidad; y <strong>la</strong>s que sereferían a <strong>la</strong> fruta prohibida, y a <strong>la</strong> supuesta negativa de Dios a permitir a sus criaturas <strong>la</strong>elección moral; porque <strong>en</strong> ningún pasaje de <strong>la</strong> Recitación aparecía ese Árbol l<strong>la</strong>mado (según <strong>la</strong>Biblia) <strong>la</strong> raíz de <strong>la</strong> ci<strong>en</strong>cia del bi<strong>en</strong> y del mal. ¡S<strong>en</strong>cil<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te, era un Árbol difer<strong>en</strong>te! Shaitan,al t<strong>en</strong>tar a <strong>la</strong> pareja del Edén, lo l<strong>la</strong>mó simplem<strong>en</strong>te «Árbol de <strong>la</strong> Inmortalidad», y como él eraun embustero, <strong>la</strong> verdad (descubierta por inversión) era que <strong>la</strong> fruta prohibida (no seespecificaba si eran manzanas) colgaba nada m<strong>en</strong>os que del Árbol de <strong>la</strong> Muerte, el matador de<strong>la</strong>s almas de los hombres. ¿Qué quedaba ahora del Dios temeroso de <strong>la</strong> moral? ¿Dónde podíahal<strong>la</strong>rse? Sólo ahí abajo, <strong>en</strong> los corazones ingleses. Los cuales él, Gibreel, v<strong>en</strong>ía a transformar.¡Abracadabra! ¡Hocus Pocus!Pero ¿por dónde debía empezar? Bu<strong>en</strong>o, veamos, lo malo de los ingleses era su: Su:En una pa<strong>la</strong>bra, pronunció Gibreel solemnem<strong>en</strong>te, su tiempo.Gibreel Farishta, flotando <strong>en</strong> su nube, sacó <strong>la</strong> conclusión de que el embrollo m<strong>en</strong>tal delos ingleses t<strong>en</strong>ía causas meteorológicas. Cuando el día no es más cálido que <strong>la</strong> noche —razonó—, cuando <strong>la</strong> luz no es más c<strong>la</strong>ra que <strong>la</strong> oscuridad, cuando <strong>la</strong> tierra no es más seca que elmar, <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te, naturalm<strong>en</strong>te, perderá <strong>la</strong> facultad de distinguir y empezará a considerarlo todo —desde los partidos políticos hasta <strong>la</strong>s cre<strong>en</strong>cias religiosas pasando por <strong>la</strong> pareja sexual— pocomás-o-m<strong>en</strong>os,vi<strong>en</strong>e-a-ser-lo-mismo, de-lunes-a-martes. ¡Qué disparate! Porque <strong>la</strong> verdad esextrema, es así y no asá, es él y no el<strong>la</strong>; cuestión de convicciones, no un deporte espectáculo.Es, <strong>en</strong> suma, acalorami<strong>en</strong>to. «Ciudad —gritó, y su voz retumbó como el tru<strong>en</strong>o sobre <strong>la</strong>metrópoli—, he v<strong>en</strong>ido a tropicalizarte.»Gibreel <strong>en</strong>umeró <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tajas de <strong>la</strong> propuesta metamorfosis de Londres <strong>en</strong> ciudadtropical: mayor definición moral, instauración de <strong>la</strong> siesta nacional, desarrollo de vividos yexpansivos esquemas de conducta <strong>en</strong>tre <strong>la</strong> plebe, música popu<strong>la</strong>r de mayor calidad, nuevasespecies de pájaros <strong>en</strong> los árboles (araraunas, pavos reales, cacatúas), nuevos árboles bajo lospájaros (cocoteros, tamarindos, banianos de <strong>la</strong>rgas barbas colgantes). Mejora de <strong>la</strong> vidacallejera, flores de colores chillones (mag<strong>en</strong>ta, bermellón, verde neón), monos-araña <strong>en</strong> losrobles. Nuevo y amplio mercado de aparatos de acondicionami<strong>en</strong>to de aire doméstico,v<strong>en</strong>ti<strong>la</strong>dores de techo y espirales y aerosoles antimosquitos. Una industria de <strong>la</strong> fibra de coco yde <strong>la</strong> copra. Mayor atractivo de Londres para sede de confer<strong>en</strong>cias, etc.; mejores jugadores decricket; mejor control del balón por los futbolistas profesionales al haber sido desterrado por elcalor el tradicional e insulso juego «batal<strong>la</strong>dor» de los ingleses. Fervor religioso, ferm<strong>en</strong>topolítico, r<strong>en</strong>ovado interés por <strong>la</strong> intelectualidad. Fin de <strong>la</strong> reserva británica; <strong>la</strong>s bolsas de aguacali<strong>en</strong>te desterradas para siempre, sustituidas <strong>en</strong> <strong>la</strong>s fétidas noches por l<strong>en</strong>tos y perfumados


actos del amor. Aparición de nuevos valores sociales: los amigos empezarán a visitarse sin citaprevia, c<strong>la</strong>usura de <strong>la</strong>s resid<strong>en</strong>cias de ancianos. Fom<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> familia numerosa. Comida máspicante; el empleo de agua, además de papel, <strong>en</strong> los aseos; <strong>la</strong> dicha de correr completam<strong>en</strong>tevestido bajo <strong>la</strong>s primeras lluvias del monzón.Inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tes: cólera, tifus, salmone<strong>la</strong>, cucarachas, polvo, ruido, una cultura deexcesos.Gibreel, de pie <strong>en</strong> el horizonte, abrió los brazos abarcando el cielo y gritó: «Sea.»Ocurrieron rápidam<strong>en</strong>te tres cosas.La primera, que cuando de su cuerpo salieron <strong>la</strong>s fuerzas elem<strong>en</strong>tales,inconcebiblem<strong>en</strong>te colosales, del proceso de transformación (porque ¿acaso no era él su<strong>en</strong>carnación?), temporalm<strong>en</strong>te se sintió v<strong>en</strong>cido por una pesadez cálida, un vahído, un ardorsoporífero (nada desagradable) que le hizo cerrar los ojos ap<strong>en</strong>as un instante.La segunda, que <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que cerró los ojos, aparecieron <strong>en</strong> <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> de sup<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to, con toda <strong>la</strong> nitidez posible, <strong>la</strong>s facciones caprinas y astadas de Mr. Sa<strong>la</strong>dinChamcha acompañadas, como si fuera un subtítulo, del nombre del adversario.Y <strong>la</strong> tercera cosa fue que Gibreel Farishta abrió los ojos y se <strong>en</strong>contró, una vez más,caído de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> puerta de Alleluia Cone, pidi<strong>en</strong>do perdón y sollozando. Ay, Dios, ha vueltoa ocurrir, ha vuelto a ocurrir realm<strong>en</strong>te.* * *El<strong>la</strong> lo acostó; él se sintió escapar al sueño, zambulléndose de cabeza, huy<strong>en</strong>do delMismo Londres, camino de Jahilia, porque el verdadero terror había cruzado el muro divisorioy lo perseguía <strong>en</strong> su vigilia.«La quer<strong>en</strong>cia: el loco que busca al loco —dijo Alicja cuando su hija <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mó porteléfono para darle <strong>la</strong> noticia—. Tú debes de <strong>la</strong>nzar alguna señal, una especie de vibración. —Como de costumbre, ocultaba <strong>la</strong> preocupación con sus bromas. Finalm<strong>en</strong>te, lo dijo—: Esta vezsé s<strong>en</strong>sata, Alleluia, ¿de acuerdo? Esta vez, al sanatorio.»«Veremos, mamá. Por el mom<strong>en</strong>to, duerme.» «¿Es que no va a despertar? —protestóAlicja, y se contuvo—. De acuerdo, ya lo sé, es tu vida. Oye, ¿y qué te parece este tiempo?Dic<strong>en</strong> que puede durar meses: "situación estacionaria", lo he oído por <strong>la</strong> tele, lluvia <strong>en</strong> Moscúy, aquí, una o<strong>la</strong> de calor tropical. Cuando l<strong>la</strong>mé a Boniek a Stanford le dije: ahora <strong>en</strong> Londrestambién podemos presumir de tiempo.»


VIREGRESO A JAHILIACuando Baal, el poeta, vio una lágrima color de sangre brotar del ángulo del ojoizquierdo de <strong>la</strong> imag<strong>en</strong> de Al-Lat <strong>en</strong> <strong>la</strong> Casa de <strong>la</strong> Piedra Negra, compr<strong>en</strong>dió que Mahound, elprofeta, regresaba a Jahilia después de un cuarto de siglo de exilio. Eructó viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te —mal


de <strong>la</strong> vejez éste, cuya ordinariez parecía casar con el abotargami<strong>en</strong>to g<strong>en</strong>eral producido por losaños, tanto de <strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua como del cuerpo, l<strong>en</strong>ta conge<strong>la</strong>ción de <strong>la</strong> sangre que había hecho deBaal, a los cincu<strong>en</strong>ta años, una figura muy distinta de aquel muchacho espigado y vivaz de sujuv<strong>en</strong>tud—. A veces le parecía que hasta el aire era más d<strong>en</strong>so y se le resistía, y un corto paseopodía dejarlo jadeante, con un dolor <strong>en</strong> el brazo y una irregu<strong>la</strong>ridad <strong>en</strong> el pecho... y tambiénMahound t<strong>en</strong>ía que haber cambiado, porque ahora volvía con espl<strong>en</strong>dor y omnipot<strong>en</strong>cia al lugardel que escapó con <strong>la</strong>s manos vacías, sin una esposa siquiera. Mahound, a sus ses<strong>en</strong>ta y cincoaños. Nuestros nombres se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tran, se separan y vuelv<strong>en</strong> a <strong>en</strong>contrarse, p<strong>en</strong>só Baal, pero <strong>la</strong>persona que va con el nombre no es <strong>la</strong> misma. Dejó a Al-Lat, se volvió hacia <strong>la</strong> luz del sol, y asu espalda oyó una risa burlona. Se volvió pesadam<strong>en</strong>te; no se veía a nadie. La or<strong>la</strong> de unmanto que desaparecía por una esquina. Ahora, el desastrado Baal hacía reír a los forasteros por<strong>la</strong> calle. «¡Bastardo!», gritó, escandalizando a los fieles de <strong>la</strong> Casa. Baal, el poeta decrépito,volvía a comportarse mal. Él se <strong>en</strong>cogió de hombros y se dirigió a su casa.La ciudad de Jahilia ya no estaba hecha de ar<strong>en</strong>a. Es decir, el paso de los años, <strong>la</strong>hechicería de los vi<strong>en</strong>tos del desierto, <strong>la</strong> luna petrificadora, el olvido de <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te y <strong>la</strong>inevitabilidad del progreso habían <strong>en</strong>durecido <strong>la</strong> ciudad haciéndole perder su antigua cualidadmutable y provisional de espejismo <strong>en</strong> el que podían vivir los hombres, y convertirse <strong>en</strong> unlugar prosaico, cotidiano y (al igual que sus poetas) pobre. El brazo de Mahound se había hecho<strong>la</strong>rgo; su poder había rodeado Jahilia cortando su savia vital, sus peregrinos y sus caravanas.Las ferias de Jahilia, <strong>en</strong> estos días, daba p<strong>en</strong>a ver<strong>la</strong>s. Hasta el Grande estaba un poco raído, sucabello b<strong>la</strong>nco t<strong>en</strong>ía tantos huecos como su d<strong>en</strong>tadura. Sus concubinas se morían de viejas, y aél le faltaba <strong>la</strong> <strong>en</strong>ergía —o, según se rumoreaba <strong>en</strong> los tortuosos callejones de <strong>la</strong> ciudad, eldeseo— de sustituir<strong>la</strong>s. Algunos días olvidaba afeitarse, lo cual ac<strong>en</strong>tuaba su aspecto de ruina yderrota. Sólo Hind era <strong>la</strong> misma de siempre.El<strong>la</strong> siempre tuvo cierta reputación de bruja, una bruja que podía hacerte <strong>en</strong>fermar si note inclinabas al paso de su litera, una ocultista que poseía el poder de convertir a los hombres <strong>en</strong>serpi<strong>en</strong>tes del desierto cuando se cansaba de ellos y luego los agarraba por <strong>la</strong> co<strong>la</strong> y se los hacíaguisar con piel para <strong>la</strong> c<strong>en</strong>a. Ahora que había llegado a los ses<strong>en</strong>ta años, <strong>la</strong> ley<strong>en</strong>da de sunigromancia era reavivada por su extraordinaria y antinatural facultad de no <strong>en</strong>vejecer.Mi<strong>en</strong>tras a su alrededor todo decaía y se marchitaba, mi<strong>en</strong>tras los miembros de <strong>la</strong>s antiguasbandas de sharks se convertían <strong>en</strong> hombres maduros que se dedicaban a jugar a cartas y a dadospor <strong>la</strong>s esquinas, mi<strong>en</strong>tras <strong>la</strong>s viejas brujas de los nudos y <strong>la</strong>s contorsionistas se morían dehambre por los barrancos, mi<strong>en</strong>tras crecía una g<strong>en</strong>eración cuyo conservadurismo y ciegaadoración del mundo material nacía de su conocimi<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> probabilidad del desempleo y <strong>la</strong>p<strong>en</strong>uria, mi<strong>en</strong>tras <strong>la</strong> gran ciudad perdía su s<strong>en</strong>tido de id<strong>en</strong>tidad y hasta el culto a los muertos seabandonaba, con gran alivio de los camellos de Jahilia, cuya aversión a ser desjarretados sobre<strong>la</strong>s tumbas humanas es compr<strong>en</strong>sible..., <strong>en</strong> suma, mi<strong>en</strong>tras Jahilia decaía, Hind permanecíatersa, con un cuerpo tan firme como el de una muchacha, el pelo tan negro como <strong>la</strong>s plumas delcuervo, unos ojos bril<strong>la</strong>ntes como cuchillos, un porte altivo y una voz que no admitía oposición.Hind, no Simbel, era qui<strong>en</strong> ahora gobernaba <strong>la</strong> ciudad; o así lo creía el<strong>la</strong>, indiscutiblem<strong>en</strong>te.Mi<strong>en</strong>tras el Grande se convertía <strong>en</strong> un anciano fofo y asmático, Hind se dedicó aescribir una serie de admonitorias y edificantes epísto<strong>la</strong>s o bu<strong>la</strong>s dirigidas a los habitantes de <strong>la</strong>ciudad. Estos escritos eran pegados <strong>en</strong> todas <strong>la</strong>s calles de <strong>la</strong> ciudad. Por ello, los jahilianosllegaron a ver <strong>en</strong> Hind y no <strong>en</strong> Abu Simbel <strong>la</strong> repres<strong>en</strong>tación de su ciudad, su avatar vivi<strong>en</strong>te,porque <strong>en</strong> su inmutabilidad física y <strong>en</strong> <strong>la</strong> inquebrantable <strong>en</strong>ergía de sus proc<strong>la</strong>mas percibían unreflejo de sí mismos mucho más grato que <strong>la</strong> imag<strong>en</strong> de <strong>la</strong> cara macerada de Simbel que veían<strong>en</strong> el espejo. Los carteles de Hind eran más efectivos que los versos de los poetas. Sexualm<strong>en</strong>tetodavía era voraz y había dormido con todos los escritores de <strong>la</strong> ciudad (aunque hacía muchotiempo que Baal no t<strong>en</strong>ía acceso a su cama); ahora los escritores estaban gastados, descartados,y el<strong>la</strong> seguía exuberante. Tanto con <strong>la</strong> espada como con <strong>la</strong> pluma. El<strong>la</strong> era Hind, <strong>la</strong> que,


disfrazada de hombre, se unió al ejército jahiliano y, sirviéndose de su hechicería, desvió todas<strong>la</strong>s <strong>la</strong>nzas y espadas mi<strong>en</strong>tras buscaba al asesino de sus hermanos <strong>en</strong> <strong>la</strong> tempestad de <strong>la</strong> guerra.Hind, que había degol<strong>la</strong>do al tío del Profeta y que se había comido el hígado y el corazón delviejo Hamza.¿Quién podría resistírsele? Por su eterna juv<strong>en</strong>tud, que era también <strong>la</strong> de ellos; por suferocidad, que les daba <strong>la</strong> ilusión de ser inv<strong>en</strong>cibles, y por sus bu<strong>la</strong>s, que eran <strong>la</strong> negación deltiempo, de <strong>la</strong> historia, de <strong>la</strong> edad, que cantaban <strong>la</strong> magnific<strong>en</strong>cia espl<strong>en</strong>dorosa de <strong>la</strong> ciudad ydesm<strong>en</strong>tían <strong>la</strong> inmundicia y <strong>la</strong> decrepitud de <strong>la</strong>s calles, que insistían <strong>en</strong> <strong>la</strong> grandeza, <strong>en</strong> <strong>la</strong>autoridad, <strong>en</strong> <strong>la</strong> inmortalidad, <strong>en</strong> <strong>la</strong> condición de guardianes de lo divino de todos losjahilianos..., por estos escritos el pueblo le perdonaba su promiscuidad, hacía oídos sordos a losrumores de que Hind era pesada <strong>en</strong> esmeraldas el día de su cumpleaños, cerraba los ojos a <strong>la</strong>sorgías, se reían cuando les hab<strong>la</strong>ban de <strong>la</strong>s proporciones de su vestuario, de los quini<strong>en</strong>tosoch<strong>en</strong>ta y un camisones hechos de hoja de oro y los cuatroci<strong>en</strong>tos veinte pares de zapatil<strong>la</strong>s derubíes. Los ciudadanos de Jahilia se arrastraban por sus calles cada día más peligrosas, <strong>en</strong> <strong>la</strong>sque era más y más frecu<strong>en</strong>te ser asesinado por unas monedas, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que <strong>la</strong>s ancianas eranvio<strong>la</strong>das y sacrificadas ritualm<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que <strong>la</strong>s protestas de los hambri<strong>en</strong>tos eran brutalm<strong>en</strong>tesofocadas por <strong>la</strong> guardia personal de Hind, los «Manticorps»; y, a pesar de lo que les gritabanlos ojos, el estómago y <strong>la</strong> bolsa, ellos creían lo que Hind les susurraba al oído: Arriba, Jahilia,gloria del mundo.Todos, no, desde luego. Por ejemplo, Baal, no. Que se des<strong>en</strong>t<strong>en</strong>día de los asuntospúblicos y escribía poesías de amor no correspondido.Masticando un rábano b<strong>la</strong>nco, llegó a su casa y cruzó bajo un arco mugri<strong>en</strong>to abierto <strong>en</strong>una pared agrietada. Entró <strong>en</strong> un patio pequeño que olía a orina, con plumas, restos de verduray sangre <strong>en</strong> el suelo. No había ni rastro de vida humana: sólo moscas, sombras, miedo. Enaquellos días había que estar <strong>en</strong> guardia. Una secta de criminales hashashin rondaba por <strong>la</strong>ciudad. Se recom<strong>en</strong>daba a los ricos que se aproximaran a su casa andando por el <strong>la</strong>do opuestode <strong>la</strong> calle, para comprobar si había algui<strong>en</strong> espiando; si no se advertía nada sospechoso, eldueño de <strong>la</strong> casa cruzaba <strong>la</strong> calle corri<strong>en</strong>do y cerraba <strong>la</strong> puerta tras sí antes de que el criminalque estuviera al acecho pudiera introducirse. Pero Baal no se molestaba <strong>en</strong> tomar talesprecauciones. Hubo un tiempo <strong>en</strong> que era rico, pero de aquello hacía un cuarto de siglo. Ahorano había demanda de sátiras: el miedo de todos a Mahound había destruido el mercado de losinsultos y el ing<strong>en</strong>io. Y con el declive del culto a los muertos habían disminuido brutalm<strong>en</strong>telos <strong>en</strong>cargos de epitafios y triunfales odas de v<strong>en</strong>ganza. Eran malos tiempos para todos.Soñando con los banquetes de antaño, Baal subió a su habitación por una inseguraescalera de madera. ¿Qué podían robarle a él? Lo que él t<strong>en</strong>ía no valía ni el puñal del <strong>la</strong>drón. A<strong>la</strong>brir <strong>la</strong> puerta y empezar a <strong>en</strong>trar, un empujón lo <strong>en</strong>vió dando traspiés a <strong>la</strong> pared del fondo, <strong>en</strong><strong>la</strong> que se golpeó <strong>la</strong> nariz, que empezó a sangrarle. «¡No me mates! —chilló a ciegas—. Ay,Dios, no me mates, t<strong>en</strong> compasión, oh.»La mano cerró <strong>la</strong> puerta. Baal sabía que, por mucho que gritara, permanecerían solos,ais<strong>la</strong>dos del mundo <strong>en</strong> aquel<strong>la</strong> habitación indifer<strong>en</strong>te. Nadie acudiría; él mismo, de haber oídogritar a un vecino, habría arrimado el catre contra <strong>la</strong> puerta. El intruso llevaba capa con unacapucha que le cubría <strong>la</strong> cara por completo. Baal, de rodil<strong>la</strong>s y temb<strong>la</strong>ndo incontro<strong>la</strong>dam<strong>en</strong>te,se <strong>en</strong>jugó <strong>la</strong> sangre de <strong>la</strong> nariz. «No t<strong>en</strong>go dinero —imploró—. No t<strong>en</strong>go nada.» Entonceshabló el desconocido: «El perro hambri<strong>en</strong>to que busca comida no va a <strong>la</strong> casa del perro. —Y,tras una pausa, agregó—: Baal, no queda mucho de ti. Esperaba algo más.»Entonces Baal se sintió extrañam<strong>en</strong>te of<strong>en</strong>dido, además de aterrado. ¿Sería una especiede admirador dem<strong>en</strong>te que le mataría por no estar a <strong>la</strong> altura de su fama? Sin dejar de temb<strong>la</strong>r,dijo con modestia: «El escritor, cara a cara, siempre decepciona.» El otro hizo caso omiso de <strong>la</strong>observación. «Vi<strong>en</strong>e Mahound», dijo.Este s<strong>en</strong>cillo anuncio ll<strong>en</strong>ó de consternación a Baal. «¿Y eso a mí, qué? —gritó — .


¿Qué quiere? De aquello hace mucho tiempo, una vida, más de una vida. ¿Qué quiere? ¿Eres delos suyos? ¿Te <strong>en</strong>vía él?«Su memoria es tan <strong>la</strong>rga como su cara —dijo el intruso, quitándose <strong>la</strong> capucha—. No;no soy m<strong>en</strong>sajero suyo. Tú y yo t<strong>en</strong>emos algo <strong>en</strong> común: los dos le tememos.» «Yo teconozco», dijo Baal. «Sí.»«Tu manera de hab<strong>la</strong>r. Tú eres extranjero.» «"Una revolución de aguadores, inmigrantesy esc<strong>la</strong>vos" —citó el desconocido—. Éstas fueron tus pa<strong>la</strong>bras.»«Tú eres el inmigrante —recordó Baal — . Su<strong>la</strong>iman, el persa.» El persa sonrió con <strong>la</strong>boca torcida. «Salman —rectificó—. No sabio, sino pacífico.»«Tú eras uno de sus más allegados», dijo Baal, perplejo.«Cuanto más cerca estás de un conspirador —dijo Salman con amargura—, más fácil esdescubrir el truco.»Y Gibreel soñó:En el oasis de Yathrib, los seguidores de <strong>la</strong> nueva doctrina de <strong>la</strong> Sumisión se<strong>en</strong>contraron sin tierras y, por lo tanto, pobres. Durante muchos años se mantuvieron con actosde bandidaje, atacando <strong>la</strong>s ricas caravanas de camellos que iban o v<strong>en</strong>ían de Jahilia. Mahoundno t<strong>en</strong>ía tiempo para escrúpulos, dijo Salman a Baal, ni inquietudes acerca de fines y medios.Los fieles vivían de <strong>la</strong> delincu<strong>en</strong>cia, pero durante aquellos años, Mahound —¿o t<strong>en</strong>dríamos quedecir el arcángel Gibreel?, ¿o t<strong>en</strong>dríamos que decir Al-Lah?— se obsesionó por <strong>la</strong> ley. Gibreelse aparecía al Profeta <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s palmeras del oasis y dictaba preceptos, preceptos y máspreceptos, hasta que los fieles llegaron a no poder soportar <strong>la</strong> idea de más reve<strong>la</strong>ción, dijoSalman; preceptos para cada puñetera cosa; si un hombre se pee, debe volver <strong>la</strong> cara al vi<strong>en</strong>to;un precepto sobre <strong>la</strong> mano que había que usar para limpiarse el trasero. Era como si no pudieradejarse sin reg<strong>la</strong>m<strong>en</strong>tar ningún aspecto de <strong>la</strong> exist<strong>en</strong>cia humana. La reve<strong>la</strong>ción —<strong>la</strong>recitación— decía a los fieles cuánto debían comer, cuán profundam<strong>en</strong>te debían dormir y quéposturas sexuales t<strong>en</strong>ían <strong>la</strong> divina sanción, y así apr<strong>en</strong>dieron que <strong>la</strong> sodomía y <strong>la</strong> posturamisionera t<strong>en</strong>ían <strong>la</strong> aprobación del arcángel, mi<strong>en</strong>tras que <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s posturas prohibidas estabantodas <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que <strong>la</strong> mujer quedaba <strong>en</strong>cima. Gibreel especificó también los temas deconversación permitidos y prohibidos y marcó <strong>la</strong>s partes del cuerpo que no podían rascarse, pormucho que picaran. Vetó el consumo de <strong>la</strong>ngostinos, esas extrañas criaturas de otro mundo,nunca vistas por un fiel, y mandaba que los animales se sacrificaran l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te,desangrándolos, de manera que, vivi<strong>en</strong>do pl<strong>en</strong>am<strong>en</strong>te su muerte, pudieran adquirir unconocimi<strong>en</strong>to del significado de <strong>la</strong> vida, porque sólo <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> muerte compr<strong>en</strong>d<strong>en</strong><strong>la</strong>s criaturas que <strong>la</strong> vida ha sido real y no una especie de sueño. Y Gibreel, el arcángel,especificaba <strong>la</strong> manera <strong>en</strong> que debía ser <strong>en</strong>terrado un hombre y dividida su propiedad, por loque Salman, el persa, empezó a p<strong>en</strong>sar qué c<strong>la</strong>se de Dios era aquel que hab<strong>la</strong>ba como uncomerciante. Fue <strong>en</strong>tonces cuando tuvo <strong>la</strong> idea que destruyó su fe, al recordar, c<strong>la</strong>ro que sí, queel propio Mahound había sido comerciante, y muy próspero por cierto, una persona con dotesde organización y reg<strong>la</strong>m<strong>en</strong>tación, y, qué casualidad, disponer de un arcángel tan metódico quetransmitía <strong>la</strong>s decisiones administrativas de este Dios emin<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te corporativo aunqueincorpóreo.Salman empezó a advertir lo útiles y oportunas que solían ser <strong>la</strong>s reve<strong>la</strong>ciones del ángel,de manera que cuando los fieles discutían cualquier opinión de Mahound, ya fuera <strong>la</strong> viabilidadde los viajes espaciales o <strong>la</strong> eternidad del infierno, aparecía el ángel con una respuesta quesiempre daba <strong>la</strong> razón a Mahound, y manifestaba categóricam<strong>en</strong>te que era imposible que unhombre pudiera caminar por <strong>la</strong> luna, o se mostraba no m<strong>en</strong>os rotundo <strong>en</strong> afirmar <strong>la</strong> naturalezatransitoria de <strong>la</strong> cond<strong>en</strong>ación: hasta los más grandes pecadores acabarían purificados por elfuego del infierno y t<strong>en</strong>drían acceso a los jardines perfumados de Gulistan y Bostan. Otra cosa


habría sido, se <strong>la</strong>m<strong>en</strong>taba Salman a Baal, que Mahound hubiera expuesto su criterio después derecibir <strong>la</strong> reve<strong>la</strong>ción de Gibreel; pero no, él dictaba <strong>la</strong> ley y luego v<strong>en</strong>ía el ángel y <strong>la</strong>confirmaba; de manera que aquello empezó a olerme mal, y yo p<strong>en</strong>sé: éste debe de ser el olorde esas criaturas fabulosas y leg<strong>en</strong>darias, cómo se l<strong>la</strong>man, <strong>la</strong>ngostinos.El olor sospechoso empezó a obsesionar a Salman, que era el más instruido de losallegados de Mahound, debido al óptimo sistema educativo que <strong>en</strong> aquel <strong>en</strong>tonces ofrecíaPersia. A causa de su superior instrucción, Salman pasó a ser el escriba oficial de Mahound,<strong>en</strong>cargado de redactar <strong>la</strong> inacabable retahi<strong>la</strong> de preceptos. Reve<strong>la</strong>ciones de conv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>cia, dijo aBaal, y, con el tiempo, el trabajo se me hacía más odioso. Ahora bi<strong>en</strong>, por el mom<strong>en</strong>to, tuvoque guardar para sí sus sospechas, porque los ejércitos de Jahilia marchaban sobre Yathrib,decididos a espantar aquel<strong>la</strong>s moscas que incordiaban a sus caravanas de camellos y<strong>en</strong>torpecían el comercio. Lo que pasó después es sabido, no necesito repetirlo, dijo Salman,pero su vanidad pudo más y le hizo re<strong>la</strong>tar a Baal cómo él personalm<strong>en</strong>te había salvado aYathrib de una destrucción segura y preservado el cuello de Mahound con su idea de <strong>la</strong> zanja.Salman dijo al Profeta que mandara cavar una gran trinchera alrededor del caserío del oasis,que no t<strong>en</strong>ía mural<strong>la</strong>s, lo bastante ancha como para que los leg<strong>en</strong>darios caballos de <strong>la</strong> famosacaballería jahiliana no pudieran saltar<strong>la</strong>. Una zanja con puntiagudas estacas <strong>en</strong> el fondo.Cuando los jahilianos vieron esta vil obra de antideportiva zapa, su s<strong>en</strong>tido del honor y <strong>la</strong>caballería les hizo comportarse como si <strong>la</strong> zanja no existiera y cargar con sus caballos a galopet<strong>en</strong>dido. La flor y nata del ejército de Jahilia, tanto humana como equina, acabó empa<strong>la</strong>da <strong>en</strong><strong>la</strong>s agudas estacas de <strong>la</strong> perfidia persa de Salman. Y es que ya se sabe que nadie como elemigrante para saltarse <strong>la</strong>s normas. ¿Y después de <strong>la</strong> derrota de Jahilia?, se <strong>la</strong>m<strong>en</strong>tó Salman aBaal: lo lógico era esperar que se me considerara un héroe, no es que yo sea vanidoso, pero¿dónde quedaron los honores públicos, dónde <strong>la</strong> gratitud de Mahound, por qué el arcángel nome m<strong>en</strong>cionó a mí <strong>en</strong> <strong>la</strong> ord<strong>en</strong> del día? Nada, ni una sí<strong>la</strong>ba, fue como si los fieles vieran <strong>en</strong> mizanja un truco barato, una añagaza deshonrosa, desleal; un insulto para su hombría; como si, alsalvarles <strong>la</strong> piel, hubiera herido su orgullo. Yo no dije nada, pero perdí muchos amigos despuésde aquello; puedes estar seguro de que a <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te le molesta que les hagas un favor.A pesar de <strong>la</strong> zanja de Yathrib, los fieles tuvieron muchas bajas <strong>en</strong> su guerra contraJahilia. En sus incursiones, eran tantas <strong>la</strong>s vidas que perdían como <strong>la</strong>s que cobraban. Y, al finalde <strong>la</strong> guerra, no se hizo esperar <strong>la</strong> recom<strong>en</strong>dación del arcángel Gibreel a los supervivi<strong>en</strong>tes decasarse con <strong>la</strong>s viudas, no fueran a casarse con infieles y sustraerse a <strong>la</strong> Sumisión. Oh, quéángel tan previsor, dijo Salman sarcásticam<strong>en</strong>te. Ahora había sacado de los pliegues de <strong>la</strong> capauna botel<strong>la</strong> de toddy de <strong>la</strong> que los dos hombres bebían pausadam<strong>en</strong>te y con perseverancia, a <strong>la</strong>luz del crepúsculo. Cuanto más bajaba el líquido amarillo de <strong>la</strong> botel<strong>la</strong>, más locuaz estabaSalman; que Baal recordara, nunca había oído a un hombre despotricar de aquel<strong>la</strong> manera. Ay,aquel<strong>la</strong>s reve<strong>la</strong>ciones tan oportunas, exc<strong>la</strong>mó Salman; si llegó a decírs<strong>en</strong>os que no importabaque estuviéramos casados, que podíamos t<strong>en</strong>er hasta cuatro esposas si podíamos mant<strong>en</strong>er<strong>la</strong>s,lo cual los chicos no se hicieron repetir como compr<strong>en</strong>derás.Las causas de <strong>la</strong> ruptura <strong>en</strong>tre Salman y Mahound: <strong>la</strong> cuestión de <strong>la</strong>s mujeres; y <strong>la</strong> de losversos satánicos. Mira, yo no soy un chismoso, confió Salman con l<strong>en</strong>gua de beodo, pero,después de <strong>la</strong> muerte de su esposa, Mahound no era precisam<strong>en</strong>te un ángel, tú ya me <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>des.Ahora bi<strong>en</strong>, <strong>en</strong> Yathrib no lo t<strong>en</strong>ía fácil. Aquel<strong>la</strong>s mujeres: <strong>en</strong> un año le volvieron <strong>la</strong> barbamedio b<strong>la</strong>nca. Lo peculiar de nuestro Profeta, mi querido Baal, es que no le gustan <strong>la</strong>s mujerescon g<strong>en</strong>io; a él le van <strong>la</strong>s madres y <strong>la</strong>s hijas; no ti<strong>en</strong>es más que p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> su primera esposa y <strong>en</strong>Ayesha, sus dos amores: una muy vieja y <strong>la</strong> otra muy jov<strong>en</strong>. No <strong>la</strong>s buscaba de su tal<strong>la</strong>. Pero <strong>en</strong>Yathrib <strong>la</strong>s mujeres son difer<strong>en</strong>tes, no lo sabéis bi<strong>en</strong>; aquí, <strong>en</strong> Jahilia, estáis acostumbrados amandar a <strong>la</strong>s mujeres, pero <strong>la</strong>s de allí no lo cons<strong>en</strong>tirían. ¡Allí el marido va a vivir con <strong>la</strong>familia de su esposa! ¡Imagina! ¡Qué escándalo!, ¿no? Y <strong>la</strong> esposa ti<strong>en</strong>e su propia ti<strong>en</strong>da. Siquiere librarse del marido, gira <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da hacia el otro <strong>la</strong>do, de manera que cuando él llega <strong>en</strong>


vez de puerta <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra te<strong>la</strong>, y se acabó, está divorciado, nada que hacer. Bu<strong>en</strong>o, a nuestraschicas les gustó esto y empezaron a soliviantarse, y <strong>en</strong>tonces, de pronto, bang, sale el libro delos preceptos, el ángel empieza a especificar lo que deb<strong>en</strong> hacer <strong>la</strong>s mujeres y les obliga avolver a <strong>la</strong>s actitudes que prefiere el Profeta, a ser sumisas o maternales, a andar tres pasos másatrás, o a quedarse <strong>en</strong>cerradas <strong>en</strong> casa, dóciles y cal<strong>la</strong>das. Cómo se reían de los fieles <strong>la</strong>smujeres de Yathrib, por mi vida; pero ese hombre es un mago, nada puede resistirse a suinflujo: <strong>la</strong>s fieles hicieron lo que él les ord<strong>en</strong>aba. Y se Sometieron: al fin y al cabo, él lesofrecía el Paraíso.«De todos modos —dijo Salman llegando ya al fondo de <strong>la</strong> botel<strong>la</strong>—, finalm<strong>en</strong>te, decidíponerlo a prueba.»Una noche, el escriba persa tuvo un sueño <strong>en</strong> el que él p<strong>la</strong>neaba sobre <strong>la</strong> figura deMahound, <strong>en</strong> <strong>la</strong> cueva del Profeta <strong>en</strong> el monte Cone. Al principio, Salman lo tomó simplem<strong>en</strong>tecomo un <strong>en</strong>sueño nostálgico de los viejos tiempos de Jahilia, pero luego reparó <strong>en</strong> que, <strong>en</strong> elsueño, su punto de vista era el del arcángel y <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to volvió a él el recuerdo delincid<strong>en</strong>te de los versos satánicos, tan vividam<strong>en</strong>te como si hubiera ocurrido <strong>la</strong> víspera. «Quizáyo no soñé que era Gibreel —dijo Salman—. Quizá yo era Shaitan.» Al vislumbrar estaposibilidad, tuvo una idea diabólica. A partir de <strong>en</strong>tonces, cuando se s<strong>en</strong>taba a los pies delProfeta a escribir preceptos preceptos preceptos, subrepticiam<strong>en</strong>te, cambiaba algunas cosas.«Al principio, cosas pequeñas. Si Mahound recitaba un verso <strong>en</strong> el que se decía de Diosque todo lo oye y todo lo sabe, yo escribía todo lo sabe y todo lo ve. Pero, y esto es loimportante, Mahound no notaba los cambios. De manera que era yo el que escribía realm<strong>en</strong>te elLibro, o volvía a escribirlo, profanando <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra de Dios con mi propio l<strong>en</strong>guaje terr<strong>en</strong>o.Pero, por el cielo, si mis pobres pa<strong>la</strong>bras no podían ser distinguidas de <strong>la</strong> Reve<strong>la</strong>ción por elpropio M<strong>en</strong>sajero de Dios, ¿qué quería ello decir? ¿Qué quería decir acerca de <strong>la</strong> es<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong>divina poesía? Mira, te juro que yo estaba angustiado. Una cosa es ser un tipo despierto quesospecha de ciertas cuestiones poco c<strong>la</strong>ras y otra, muy distinta, averiguar que t<strong>en</strong>ías razón.Escucha: por ese hombre yo cambié mi vida. Dejé mi país, crucé el mundo, me instalé <strong>en</strong>treg<strong>en</strong>tes que me consideraban un asqueroso cobarde extranjero porque les salvé <strong>la</strong> vida y qu<strong>en</strong>unca me agradecieron lo que yo..., pero dejemos eso. La verdad es que lo que yo esperabacuando hice aquel primer cambio insignificante todo lo ve <strong>en</strong> lugar de todo lo oye, lo que yoquería era que cuando el Profeta leyera lo escrito me dijera: ¿Qué te pasa, Salman, estás sordo?Y yo respondería: Ay, Dios mío, qué torpeza, no sé cómo he podido, y rectificar. Pero no fueasí; y ahora <strong>la</strong> Reve<strong>la</strong>ción <strong>la</strong> escribía yo y nadie lo advertía, y a mí me faltaba valor parareconocerlo. Estaba muerto de miedo, puedes estar seguro. Y también estaba más triste qu<strong>en</strong>unca <strong>en</strong> <strong>la</strong> vida. Pero no podía dejarlo. Quizás esta vez se le haya escapado, p<strong>en</strong>saba; todospodemos equivocarnos. Y al otro día cambié algo más importante. Él dijo cristiano y yo escribíjudío. Él se daría cu<strong>en</strong>ta, sin duda; ¿cómo no iba a dárse<strong>la</strong>? Pero cuando le leí el capítulo é<strong>la</strong>sintió y me dio <strong>la</strong>s gracias cortésm<strong>en</strong>te, y yo salí de su ti<strong>en</strong>da con lágrimas <strong>en</strong> los ojos.Después de aquello, compr<strong>en</strong>dí que mis días <strong>en</strong> Yathrib estaban contados; pero t<strong>en</strong>ía quecontinuar. T<strong>en</strong>ía que continuar. No hay amargura como <strong>la</strong> del hombre que descubre que haestado crey<strong>en</strong>do <strong>en</strong> una sombra. Yo caería, lo sabía, pero él caería conmigo. E insistí <strong>en</strong> miinfidelidad, cambiando versos, hasta que un día, al leerle lo escrito, vi que fruncía el <strong>en</strong>trecejo ysacudía <strong>la</strong> cabeza, como para ac<strong>la</strong>rar <strong>la</strong>s ideas, y luego as<strong>en</strong>tía l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, pero con cierta duda.Yo compr<strong>en</strong>dí que había llegado al límite y que <strong>la</strong> próxima vez que yo cambiara algo del Libro,él lo descubriría todo. Aquel<strong>la</strong> noche permanecí despierto, con su suerte y <strong>la</strong> mía <strong>en</strong> mis manos.Si me resignaba a ser destruido podría destruirlo también a él. Aquel<strong>la</strong> noche terrible tuve queelegir <strong>en</strong>tre <strong>la</strong> muerte con v<strong>en</strong>ganza y <strong>la</strong> vida sin nada. Como puedes ver, elegí <strong>la</strong> vida. Antesdel amanecer, salí de Yathrib <strong>en</strong> mi camello y regresé a Jahilia, sufri<strong>en</strong>do numerosasdesv<strong>en</strong>turas que prefiero no re<strong>la</strong>tar. Y ahora Mahound vi<strong>en</strong>e <strong>en</strong> triunfo; de manera que, a <strong>la</strong>postre, también perderé <strong>la</strong> vida. Y ahora su poder ha aum<strong>en</strong>tado tanto que ya no me es posible


desacreditarlo.»Baal preguntó: «¿Por qué estás seguro de que te matará?» Salman, el persa, respondió:«Es su Pa<strong>la</strong>bra contra <strong>la</strong> mía.»* * *Cuando Salman se quedó dormido <strong>en</strong> el suelo, Baal, t<strong>en</strong>dido <strong>en</strong> su áspero jergón depaja, s<strong>en</strong>tía un aro de acero que le ceñía dolorosam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te y un aleteo de mal agüero <strong>en</strong> elcorazón. Muchas veces se había s<strong>en</strong>tido cansado de su vida y deseado no llegar a viejo, pero,como decía Salman, una cosa es soñar y otra muy distinta t<strong>en</strong>er que afrontar el sueño hechorealidad. Hacía ya tiempo que s<strong>en</strong>tía que su mundo se empequeñecía. Ya no podía pret<strong>en</strong>derque sus ojos eran lo que deberían ser, y su miopía hacía su vida aún más sombría, más difícil decompr<strong>en</strong>der. Aquel<strong>la</strong>s imág<strong>en</strong>es borrosas, aquel<strong>la</strong> pérdida de detalle: no era de extrañar que supoesía se hubiera deteriorado. También sus oídos habían dejado de ser fiables. A este paso,pronto estaría ais<strong>la</strong>do de todo por <strong>la</strong> pérdida de los s<strong>en</strong>tidos..., pero tal vez ni a eso llegara.V<strong>en</strong>ía Mahound. Quizá nunca besara a otra mujer. Mahound, Mahound. ¿Por qué ha v<strong>en</strong>idoeste borracho char<strong>la</strong>tán?, p<strong>en</strong>só irritado. ¿Qué me importa a mí su traición? Todo el mundosabe por qué escribí aquel<strong>la</strong>s sátiras hace años; él ti<strong>en</strong>e que saberlo también. Cómo meam<strong>en</strong>azó y maltrató el Grande. No puede hacerme responsable. Y, de todos modos, ¿dónde estáese jov<strong>en</strong> prodigio de Baal, presumido y jactancioso, de l<strong>en</strong>gua afi<strong>la</strong>da? No lo conozco.Mírame: pesado, abúlico, miope y, pronto, sordo. ¿A quién am<strong>en</strong>azo? Ni a un alma. Empezó asacudir a Salman: despierta, no quiero que me re<strong>la</strong>cion<strong>en</strong> contigo, vas a traerme disgustos.El persa seguía roncando, esparrancado <strong>en</strong> el suelo, con <strong>la</strong> espalda apoyada <strong>en</strong> <strong>la</strong> paredy <strong>la</strong> cabeza colgando de <strong>la</strong>do, como un muñeco; Baal, martirizado por <strong>la</strong> jaqueca, se dejó caer<strong>en</strong> el catre. Aquellos versos suyos, p<strong>en</strong>saba, ¿cómo eran? Qué c<strong>la</strong>se de idea, maldita sea, ni seacordaba ya, parece hoy <strong>la</strong> Sumisión, sí, algo así, al cabo de tanto tiempo, no era de extrañar,una idea que escapa, así era el final, desde luego. Mahound, a toda nueva idea se le hac<strong>en</strong> dospreguntas. Guando es débil: ¿aceptará el compromiso? Esta respuesta ya <strong>la</strong> conoces. Y ahora,Mahound, a tu regreso a Jahilia, llega <strong>la</strong> hora de <strong>la</strong> segunda pregunta: ¿Cómo te portas cuandoganas? Cuando tus <strong>en</strong>emigos están a tu merced y tu poder se ha hecho absoluto, ¿qué sucede?Todos hemos cambiado; todos, excepto Hind. Y, a juzgar por lo que dice este borracho, másparece una mujer de Yathrib que de Jahilia. No es de extrañar que lo vuestro no prosperara: el<strong>la</strong>no quiso ser ni tu madre ni tu hija. Mi<strong>en</strong>tras se deslizaba hacia el sueño, Baal repasaba supropia inutilidad, su arte fallido. Ahora que se había retirado de todos los esc<strong>en</strong>arios públicos,sus versos estaban ll<strong>en</strong>os de nostalgia: de <strong>la</strong> juv<strong>en</strong>tud, <strong>la</strong> belleza, el amor, <strong>la</strong> salud, <strong>la</strong> inoc<strong>en</strong>cia,<strong>la</strong> ilusión, <strong>la</strong> <strong>en</strong>ergía, <strong>la</strong> seguridad, <strong>la</strong> esperanza, de todo lo perdido. Pérdida de conocimi<strong>en</strong>tos.Pérdida de dinero. La pérdida de Hind. En sus odas, <strong>la</strong>s figuras se alejaban de él, y cuanto másapasionadam<strong>en</strong>te <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>maba, más apresuraban su huida. El paisaje de su poesía seguía si<strong>en</strong>doel desierto, <strong>la</strong>s dunas viajeras con p<strong>en</strong>achos de ar<strong>en</strong>a b<strong>la</strong>nca levantados por el vi<strong>en</strong>to. Montañasb<strong>la</strong>ndas, efímeras, con <strong>la</strong> imperman<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong>s ti<strong>en</strong>das. ¿Cómo trazar el mapa de un país quecada día cambia de forma por obra del vi<strong>en</strong>to? Estas preguntas hacían que su l<strong>en</strong>guaje pecasede abstracto, sus imág<strong>en</strong>es, de fluidas, y su metro, de inconstante. Le hacían crear quimeras de<strong>la</strong> forma, absurdos con cabeza de león, cuerpo de cabra y co<strong>la</strong> de serpi<strong>en</strong>te cuyas formass<strong>en</strong>tían el imperativo de cambiar ap<strong>en</strong>as se fijaban, de manera que lo demótico irrumpía por <strong>la</strong>fuerza <strong>en</strong> líneas de pureza clásica, y <strong>la</strong>s imág<strong>en</strong>es del amor eran degradadas constantem<strong>en</strong>te por<strong>la</strong> intrusión de elem<strong>en</strong>tos de <strong>la</strong> farsa. Estas cosas no interesan a nadie, p<strong>en</strong>só por milésima yuna vez, y, cuando llegaba <strong>la</strong> inconsci<strong>en</strong>cia del sueño, concluyó, reconfortado: nadie se acuerdade mí. El olvido es seguridad. Entonces le dio un vuelco el corazón y se despabiló, asustado,


frío. Mahound, quizás yo pueda escamotearte tu v<strong>en</strong>ganza. Pasó <strong>la</strong> noche despierto, escuchandolos ronquidos atronadores y oceánicos de Salman.Gibreel soñó con fuegos de campam<strong>en</strong>to.Una figura famosa e inesperada camina una noche <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s hogueras del campam<strong>en</strong>todel ejército de Mahound. Quizás a causa de <strong>la</strong> oscuridad —o acaso por lo improbable de supres<strong>en</strong>cia aquí—, parece que el Grande de Jahilia ha recuperado, <strong>en</strong> este mom<strong>en</strong>to final de supoder, una parte de su vigor de antaño. Ha v<strong>en</strong>ido solo; y es conducido por Khalid, el otroraaguador, y Bi<strong>la</strong>l, que fuera esc<strong>la</strong>vo, a <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da de Mahound.Después, Gibreel soñó <strong>la</strong> vuelta a casa del Grande.La ciudad bulle de rumores y hay una multitud de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> casa. Al cabo de un tiempo,se oye <strong>la</strong> voz de Hind que grita de furor. Después, <strong>la</strong> propia Hind sale a un alto balcón y exige a<strong>la</strong> multitud que despedace a su marido. El Grande aparece a su <strong>la</strong>do; y recibe de su amanteesposa sonoras y humil<strong>la</strong>ntes bofetadas <strong>en</strong> s<strong>en</strong>das mejil<strong>la</strong>s. Hind ha descubierto que, pese a susesfuerzos, no ha podido impedir que el Grande rinda <strong>la</strong> ciudad a Mahound.Además: Abu Simbel ha abrazado <strong>la</strong> fe.Simbel, <strong>en</strong> su derrota, ha perdido bu<strong>en</strong>a parte de su fragilidad de los últimos tiempos.Deja que Hind le abofetee y después hab<strong>la</strong> con calma a <strong>la</strong> multitud. Les dice: «Mahound haprometido que a todos los que se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tr<strong>en</strong> bajo el techo del Grande les será perdonada <strong>la</strong>vida. V<strong>en</strong>id, pues, todos vosotros y traed a vuestras familias.»Hind responde por <strong>la</strong> <strong>en</strong>furecida multitud. «Viejo idiota. ¿Cuántos ciudadanos cab<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tro de una so<strong>la</strong> casa, aunque sea ésta? Has hecho un trato para salvar tu cabeza. Que teabran <strong>en</strong> canal para que seas pasto de <strong>la</strong>s hormigas.»El Grande sigue mostrándose manso. «Mahound promete también que todos los que sequed<strong>en</strong> <strong>en</strong> su casa, con <strong>la</strong> puerta cerrada, estarán a salvo. Si no queréis v<strong>en</strong>ir a mi casa, id a <strong>la</strong>vuestra; y esperad.»Por tercera vez, su esposa trata de volver al pueblo contra él; esta esc<strong>en</strong>a del balcón esde odio <strong>en</strong> lugar de amor. No se puede pactar con Mahound, grita, no es de fiar, el pueblo deberepudiar a Abu Simbel y prepararse para <strong>la</strong> lucha, hasta el último hombre, hasta <strong>la</strong> últimamujer. El<strong>la</strong> está dispuesta a pelear a su <strong>la</strong>do y morir por <strong>la</strong> libertad de Jahilia. «¿Queréisr<strong>en</strong>diros a este falso profeta, este Dajjal? ¿Se puede esperar honor de un hombre que se disponea atacar <strong>la</strong> ciudad que lo vio nacer? ¿Se puede pactar con el intransig<strong>en</strong>te, se puede pedir piedadal imp<strong>la</strong>cable? Nosotros somos los fuertes de Jahilia, y nuestras diosas invictas <strong>en</strong> <strong>la</strong> luchav<strong>en</strong>cerán.» El<strong>la</strong> les ord<strong>en</strong>ó pelear <strong>en</strong> el nombre de Al-Lat. Pero <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te ya se marcha.Marido y mujer están <strong>en</strong> su balcón, y el pueblo los ve c<strong>la</strong>ram<strong>en</strong>te. Hacía mucho tiempoque <strong>la</strong> ciudad se miraba <strong>en</strong> esta pareja; y dado que, últimam<strong>en</strong>te, los jahilianos preferían <strong>la</strong>simág<strong>en</strong>es de Hind a <strong>la</strong>s del canoso Grande, ahora sufr<strong>en</strong> un viol<strong>en</strong>to trauma. Un pueblo que seha mant<strong>en</strong>ido conv<strong>en</strong>cido de su grandeza y su invulnerabilidad, que ha optado por creer <strong>en</strong> talmito, a despecho de <strong>la</strong> evid<strong>en</strong>cia, es un pueblo que está sumido <strong>en</strong> el sueño, o <strong>en</strong> <strong>la</strong> locura.Ahora el Grande los ha despertado y están desori<strong>en</strong>tados, frotándose los ojos, incrédulos alprincipio —si tan poderosos somos, ¿cómo hemos caído tan pronto y tan estrepitosam<strong>en</strong>te?—,y <strong>en</strong>tonces llega <strong>la</strong> compr<strong>en</strong>sión, y v<strong>en</strong> que su confianza estaba edificada sobre <strong>la</strong>s nubes, sobre<strong>la</strong> pasión de <strong>la</strong>s proc<strong>la</strong>mas de Hind y poco más. Ahora <strong>la</strong> abandonan y, con el<strong>la</strong>, abandonantambién <strong>la</strong> esperanza. Presa de <strong>la</strong> desesperación, los habitantes de Jahilia se van a sus casas, acerrar <strong>la</strong>s puertas.El<strong>la</strong> grita, suplica, se suelta el cabello. «¡V<strong>en</strong>id a <strong>la</strong> Casa de <strong>la</strong> Piedra Negra! ¡V<strong>en</strong>id ahacer sacrificios a Lat!» Pero ya se han ido, y Hind y el Grande se quedan solos <strong>en</strong> su balcón,mi<strong>en</strong>tras <strong>en</strong> toda Jahilia se hace un gran sil<strong>en</strong>cio, empieza una gran calma, y Hind se apoya <strong>en</strong><strong>la</strong> pared de su pa<strong>la</strong>cio y cierra los ojos.


Es el fin. El Grande murmura suavem<strong>en</strong>te: «No somos muchos los que t<strong>en</strong>emos tantosmotivos para temer a Mahound como tú. Si tú te comes crudas, sin aderezar<strong>la</strong>s siquiera con salni ajo, <strong>la</strong>s vísceras del tío favorito de un hombre, no te sorpr<strong>en</strong>das si él, a su vez, te trata como auna res.» Y <strong>la</strong> deja so<strong>la</strong> y baja a <strong>la</strong>s calles, de <strong>la</strong>s que hasta los perros han desaparecido, para ira abrir <strong>la</strong>s puertas de <strong>la</strong> ciudad.Gibreel soñó con un templo:Junto a <strong>la</strong>s puertas abiertas de Jahilia estaba el templo de Uzza. Y Mahound dijo aKhalid, que antes fuera aguador y que ahora llevaba mayores pesos: «Ve a limpiar el lugar.» YKhalid tomó a sus hombres y se <strong>la</strong>nzó sobre el templo, porque Mahound no deseaba <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> <strong>la</strong>ciudad mi<strong>en</strong>tras <strong>en</strong> sus puertas existieran tales abominaciones.Cuando el guardián del templo, que era de <strong>la</strong> tribu de los sharks, vio acercarse a Khalida <strong>la</strong> cabeza de una tropa de guerreros, tomó <strong>la</strong> espada y fue a <strong>la</strong> diosa. Después de rezar susúltimas oraciones, colgó su espada del cuello de <strong>la</strong> imag<strong>en</strong> dici<strong>en</strong>do: «Si de verdad eres diosa,Uzza, defiéndete a ti y a tu siervo del ataque de Mahound.» Entonces Khalid <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> el temploy, al ver que <strong>la</strong> diosa no se movía, el guardián dijo: «Ahora veo que el Dios de Mahound es elverdadero Dios, y esta piedra, sólo piedra.» Y Khalid destruyó el templo y el ídolo, y volvió a<strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da de Mahound. Y el Profeta preguntó: «¿Qué has visto?» Khalid ext<strong>en</strong>dió los brazos.«Nada», dijo. «Entonces no <strong>la</strong> has destruido —exc<strong>la</strong>mó el Profeta—. Vuelve y termina eltrabajo.» Y Khalid volvió al templo destruido, y allí una mujer <strong>en</strong>orme, toda negra salvo su<strong>la</strong>rga l<strong>en</strong>gua escar<strong>la</strong>ta, corrió hacia él, desnuda de <strong>la</strong> cabeza a los pies, con una cabellera negraque le rozaba los tobillos. Al acercarse a él, se detuvo y recitó con su voz terrible de azufre yfuego infernal: «¿Has oído hab<strong>la</strong>r de Lat, y de Manat, y de Uzza, <strong>la</strong> Tercera, <strong>la</strong> Otra? El<strong>la</strong>s son<strong>la</strong>s Aves Ensalzadas...» Pero Khalid <strong>la</strong> interrumpió dici<strong>en</strong>do: «Uzza, ésos son los versos deldiablo, y tú eres <strong>la</strong> hija del diablo, una criatura a <strong>la</strong> que no se debe adorar, sino d<strong>en</strong>ostar.» Ydes<strong>en</strong>vainó <strong>la</strong> espada y de un tajo <strong>la</strong> mató.Y volvió a <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da de Mahound y le dijo lo que había visto. Y el Profeta dijo: «Ahorapodemos <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> Jahilia», y se levantaron, y <strong>en</strong>traron <strong>en</strong> <strong>la</strong> ciudad, y tomaron posesión de el<strong>la</strong><strong>en</strong> el Nombre del Altísimo, Destructor de Hombres.* * *¿Cuántos ídolos, <strong>en</strong> <strong>la</strong> Casa de <strong>la</strong> Piedra Negra? No lo olvid<strong>en</strong>: tresci<strong>en</strong>tos ses<strong>en</strong>ta.Dios-sol, águi<strong>la</strong>, arco iris. El coloso de Hubal. Tresci<strong>en</strong>tos ses<strong>en</strong>ta que esperan a Mahound ysab<strong>en</strong> que no se salvarán. Y no se salvan. Pero no perdamos el tiempo aquí. Las imág<strong>en</strong>es ca<strong>en</strong>;<strong>la</strong> piedra se rompe; lo que se ha de hacer, se hace. Mahound, después de limpiar <strong>la</strong> Casa, p<strong>la</strong>nta<strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da <strong>en</strong> los antiguos campos de <strong>la</strong> feria. La g<strong>en</strong>te se agolpa alrededor de <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da,abrazando <strong>la</strong> fe victoriosa. La Sumisión de Jahilia: también esto es inevitable y huelgadet<strong>en</strong>erse <strong>en</strong> ello.Mi<strong>en</strong>tras los jahilianos se inclinan ante él, murmurando <strong>la</strong>s frases salvavidas, no haymás Dios que Al-Lah, Mahound susurra unas pa<strong>la</strong>bras a Khalid. Cierta persona no ha v<strong>en</strong>ido aarrodil<strong>la</strong>rse ante él; cierta persona esperada desde hace tiempo. «Salman —dijo el Profeta—,¿ha sido hal<strong>la</strong>do?»«Todavía no. Se esconde, pero ya no puede tardar.» Hay un incid<strong>en</strong>te. Una mujercubierta con el velo se arrodil<strong>la</strong> de<strong>la</strong>nte de él y le besa los pies. «Déjalo —le exhorta él—. Sóloa Dios hay que adorar.» ¡Pero qué besapiés! Dedo a dedo, fa<strong>la</strong>nge a fa<strong>la</strong>nge, <strong>la</strong> mujer <strong>la</strong>me,besa, chupa. Y Mahound, exasperado, repite: «Basta. Es indec<strong>en</strong>te.» Pero ahora <strong>la</strong> mujer ha


empezado con <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nta de los pies, sost<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do el talón con <strong>la</strong>s dos manos... Él, viol<strong>en</strong>to, le daun puntapié que <strong>la</strong> alcanza <strong>en</strong> <strong>la</strong> garganta. El<strong>la</strong> cae, tose y luego se postra ante él y dice confirmeza: «No hay más Dios que Al-Lah y Mahound es su Profeta.» Mahound se calma, pidedisculpas y exti<strong>en</strong>de <strong>la</strong> mano. «No se te hará ningún daño —le dice—. Todo el que se Sometese salva.» Pero hay <strong>en</strong> él una extraña confusión y ahora compr<strong>en</strong>de por qué, advierte <strong>la</strong> cólera,<strong>la</strong> amarga ironía de aquel<strong>la</strong> adoración de sus pies, avasal<strong>la</strong>dora, excesiva y s<strong>en</strong>sual. La mujer searranca el velo: Hind.«La esposa de Abu Simbel», proc<strong>la</strong>ma c<strong>la</strong>ram<strong>en</strong>te, y se hace el sil<strong>en</strong>cio. «Hind —diceMahound—, no te había olvidado.» Y, tras un <strong>la</strong>rgo instante, mueve afirmativam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> cabeza.«Tú te has Sometido. Sé bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida a mis ti<strong>en</strong>das.»Al día sigui<strong>en</strong>te, <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s conversiones que no cesan, Salman el persa es conducido anteel Profeta. Khalid lleva hasta el takht al inmigrante, que llora y gimotea, agarrado de una orejay arrimándole un cuchillo a <strong>la</strong> garganta. «Lo <strong>en</strong>contré, cómo no, con una prostituta que lechil<strong>la</strong>ba porque no t<strong>en</strong>ía dinero para pagarle. Apesta a alcohol.»«Salman Farsi», el Profeta empieza a pronunciar <strong>la</strong> s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia de muerte, pero elprisionero se pone a gritar el qalmah: «¡La i<strong>la</strong>ha i<strong>la</strong>l<strong>la</strong>h! ¡La i<strong>la</strong>ha!»Mahound mueve <strong>la</strong> cabeza. «Tu b<strong>la</strong>sfemia, Salman, no ti<strong>en</strong>e perdón. ¿P<strong>en</strong>sabas que nolo descubriría? Sustituir con tus pa<strong>la</strong>bras <strong>la</strong>s Pa<strong>la</strong>bras de Dios.»Escriba, zapador, cond<strong>en</strong>ado: sin ápice de dignidad, babea gime suplica se golpea elpecho se humil<strong>la</strong> se arrepi<strong>en</strong>te. Khalid dice: «Este ruido es insoportable, M<strong>en</strong>sajero. ¿No podríacortarle <strong>la</strong> cabeza?» A lo que el ruido aum<strong>en</strong>ta considerablem<strong>en</strong>te. Salman jura r<strong>en</strong>ovadalealtad, suplica un poco más y <strong>en</strong>tonces, con una chispa de desesperada esperanza, propone:«Yo puedo mostrarte dónde están tus verdaderos <strong>en</strong>emigos.» Esto le vale unos segundos. ElProfeta se inclina. Khalid levanta <strong>la</strong> cabeza del arrodil<strong>la</strong>do Salman tirándole del pelo. «¿Qué<strong>en</strong>emigos?» Y Salman da un nombre. Mahound se hunde <strong>en</strong> sus almohadones, mi<strong>en</strong>tras retorna<strong>la</strong> memoria.«Baal —dice, y repite dos veces—: Baal, Baal.»Con disgusto de Khalid, Salman el persa no es cond<strong>en</strong>ado a muerte. Bi<strong>la</strong>l intercede porél, y el Profeta, distraído con otros p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos, le concede <strong>la</strong> gracia: sí, sí, que viva eldesgraciado. ¡Oh, g<strong>en</strong>erosidad de <strong>la</strong> Sumisión! Hind ha sido perdonada; y Salman; y <strong>en</strong> todaJahilia no se ha derribado ni una so<strong>la</strong> puerta, ni un solo viejo <strong>en</strong>emigo ha sido sacado a <strong>la</strong> callepara cortarle el cuello <strong>en</strong> el polvo, como a un pollo. Ésta es <strong>la</strong> respuesta de Mahound a <strong>la</strong>segunda pregunta: ¿Qué pasa cuando has ganado? Pero un nombre obsesiona a Mahound, saltaalrededor de él, jov<strong>en</strong>, agudo, seña<strong>la</strong>ndo con un dedo <strong>la</strong>rgo, cantando versos cuya crueldad ybril<strong>la</strong>ntez siempre hiere. Aquel<strong>la</strong> noche, cuando los suplicantes se han ido, Khalid pregunta aMahound: «¿Aún pi<strong>en</strong>sas <strong>en</strong> él?» El M<strong>en</strong>sajero asi<strong>en</strong>te, pero no quiere hab<strong>la</strong>r. Khalid dice:«Hice que Salman me llevara a <strong>la</strong> habitación <strong>en</strong> <strong>la</strong> que vive, un agujero, pero no está, seesconde.» Otra vez el movimi<strong>en</strong>to de cabeza, pero sin pa<strong>la</strong>bras. Khalid insiste: «¿Quieres quelo saque de su escondite? No costaría mucho. ¿Qué quieres que le haga? ¿Esto? ¿Esto?»Khalid, con elocu<strong>en</strong>te ademán, se rebana el cuello y luego finge pincharse el ombligo.Mahound se impaci<strong>en</strong>ta. «Eres un necio —grita al antiguo aguador, que ahora es su jefe deestado mayor—. ¿Es que no eres capaz de disponer <strong>la</strong>s cosas sin mi ayuda?»* * *Khalid se inclina y se va. Mahound se queda dormido: su antiguo don, su manera de


luchar contra el mal humor.Pero Khalid, el g<strong>en</strong>eral de Mahound, no pudo <strong>en</strong>contrar a Baal. A pesar de los registroscasa por casa, los bandos y <strong>la</strong>s piedras removidas, no se pudo atrapar al poeta. Y los <strong>la</strong>bios deMahound seguían cerrados, no se abrían para dejar salir sus deseos. Finalm<strong>en</strong>te, no sinirritación, Khalid abandonó <strong>la</strong> búsqueda. «Que asome <strong>la</strong> cabeza ese cerdo, una so<strong>la</strong> vez, <strong>en</strong>cualquier mom<strong>en</strong>to —juró <strong>en</strong> <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da del Profeta, toda suavidad y p<strong>en</strong>umbra—, y lo cortaré arodajas tan finas que podrás ver a través de cada una.»A Khalid le pareció que Mahound estaba decepcionado; pero <strong>en</strong> <strong>la</strong> p<strong>en</strong>umbra de <strong>la</strong>ti<strong>en</strong>da, imposible estar seguro.* * *Jahilia se acomodó a su nueva vida: l<strong>la</strong>mada a <strong>la</strong> oración cinco veces al día, nada dealcohol y <strong>la</strong>s esposas <strong>en</strong>cerradas <strong>en</strong> casa. Hasta <strong>la</strong> propia Hind se retiró a sus apos<strong>en</strong>tos..., pero¿dónde estaba Baal?Gibreel soñó con una cortina.La Cortina, Hijab, se l<strong>la</strong>maba el burdel más famoso de Jahilia, un <strong>en</strong>orme pa<strong>la</strong>cio conpatios <strong>en</strong> los que crecían <strong>la</strong>s datileras y cantaba el agua, rodeados de habitaciones que se<strong>en</strong>tre<strong>la</strong>zaban <strong>en</strong> desconcertantes dibujos de mosaico, traspasadas por <strong>la</strong>berínticos corredoresdecorados idénticam<strong>en</strong>te, todos con <strong>la</strong>s mismas invocaciones caligráficas al Amor, todoscubiertos con alfombras de igual dibujo, todos con una gran urna de piedra colocada de<strong>la</strong>nte de<strong>la</strong> pared. Los cli<strong>en</strong>tes de La Cortina no podían <strong>en</strong>contrar el camino de <strong>la</strong> habitación de sucortesana predilecta ni el de <strong>la</strong> calle sin ayuda. De este modo se protegía de indeseables a <strong>la</strong>smujeres y se impedía que los cli<strong>en</strong>tes se marcharan sin pagar. Corpul<strong>en</strong>tos eunucos circasianos,con <strong>la</strong> pintoresca indum<strong>en</strong>taria del g<strong>en</strong>io de <strong>la</strong> lámpara, acompañaban a los cli<strong>en</strong>tes hasta sudestino y, después, hasta <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> calle, sirviéndose, <strong>en</strong> algunos casos, de ovillos decordel. Era un universo b<strong>la</strong>ndo, con muchos cortinajes y ninguna v<strong>en</strong>tana, gobernado por unaanciana sin nombre, <strong>la</strong> Madam de La Cortina, cuyas guturales expresiones, emitidas desde elámbito recóndito de un sillón <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> velos negros, habían adquirido, con los años, un aireoracu<strong>la</strong>r. Ni el personal de <strong>la</strong> casa ni los cli<strong>en</strong>tes podían desobedecer aquel<strong>la</strong> voz sibilina que,<strong>en</strong> cierto modo, era <strong>la</strong> antítesis profana de <strong>la</strong>s manifestaciones sagradas de Mahound proferidas<strong>en</strong> una ti<strong>en</strong>da más grande y accesible, situada no muy lejos de allí. Por consigui<strong>en</strong>te, cuandoBaal, el poeta, se postró ante el<strong>la</strong>, atribu<strong>la</strong>do, para suplicarle ayuda y el<strong>la</strong> decidió esconderlo ysalvarle <strong>la</strong> vida, por nostalgia de aquel mozo apuesto, alegre y perverso que había sido <strong>en</strong>tiempos, su decisión fue acatada sin protestas; y cuando los guardias de Khalid fueron aregistrar el establecimi<strong>en</strong>to, los eunucos los condujeron <strong>en</strong> un viaje desconcertante por aquel<strong>la</strong>supraterránea catacumba de contradicciones y dudas irreconciliables, hasta que a los soldadosles dio vueltas <strong>la</strong> cabeza y, después de mirar al interior de treinta y nueve urnas de piedra sin<strong>en</strong>contrar nada más que ungü<strong>en</strong>tos y conservas <strong>en</strong> vinagre, se marcharon jurando airadam<strong>en</strong>te,sin sospechar que existía un cuadragésimo corredor al que no habían sido conducidos, con unacuadragésima urna, d<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> cual, como un <strong>la</strong>drón, se escondía, temb<strong>la</strong>ndo y mojando elpijama, el poeta que buscaban.Después de aquello, <strong>la</strong> Madam ord<strong>en</strong>ó a los eunucos qué tiñeran <strong>la</strong> piel del poeta hastadejar<strong>la</strong> de un negro azu<strong>la</strong>do, y el pelo también, y lo vistieran con los calzones bombachos y elturbante de djinn, y le aconsejó que empezara un curso de cultura física, ya que su falta deagilidad podría despertar sospechas, y se imponía ponerse <strong>en</strong> forma sin tardar.


* * *Durante su estancia «tras La Cortina» Baal no carecía de noticias acerca de losacontecimi<strong>en</strong>tos del exterior, sino todo lo contrario, ya que, <strong>en</strong> el desempeño de sus funcionesde eunuco, montaba guardia <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong>s cámaras del p<strong>la</strong>cer y oía los com<strong>en</strong>tarios de loscli<strong>en</strong>tes. La natural indiscreción de sus l<strong>en</strong>guas, estimu<strong>la</strong>da por el alegre abandono inducido por<strong>la</strong>s caricias de <strong>la</strong>s prostitutas y por el conv<strong>en</strong>cimi<strong>en</strong>to de que allí se les guardaría el secreto,hacía que el poeta, aunque miope y duro de oído, recogiera más información sobre losacontecimi<strong>en</strong>tos del mom<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> que hubiera podido obt<strong>en</strong>er recorri<strong>en</strong>do librem<strong>en</strong>te <strong>la</strong>sahora puritanas calles de <strong>la</strong> ciudad. A veces <strong>la</strong> sordera era un inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te que dejaba <strong>la</strong>gunas<strong>en</strong> sus conocimi<strong>en</strong>tos, cuando los cli<strong>en</strong>tes bajaban <strong>la</strong> voz y cuchicheaban; pero tambiéneliminaba de sus audiciones el elem<strong>en</strong>to sa<strong>la</strong>z, ya que no podía oír los murmullos queacompañaban <strong>la</strong> fornicación, salvo, naturalm<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> los mom<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> los que el extasiadocli<strong>en</strong>te o <strong>la</strong> simu<strong>la</strong>dora obrera alzaban <strong>la</strong> voz <strong>en</strong> gritos de gozo auténtico o sintético.Lo que Baal escuchó <strong>en</strong> La Cortina:Por el malhumorado Ibrahim, el carnicero, supo que, a pesar de <strong>la</strong> reci<strong>en</strong>te prohibiciónde comer carne de cerdo, los apar<strong>en</strong>tes conversos de Jahilia se agolpaban <strong>en</strong> su puerta traserapara comprar bajo mano <strong>la</strong> carne prohibida; «<strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tas aum<strong>en</strong>tan —murmuró, montando a sudama favorita—; los precios del cerdo negro sub<strong>en</strong>; pero, maldita sea, los nuevos preceptos mehan complicado <strong>la</strong> vida. No es fácil sacrificar un cerdo <strong>en</strong> secreto, sin hacer ruido», y <strong>en</strong>toncesempezó a chil<strong>la</strong>r él, pero es de suponer que chil<strong>la</strong>ba de gusto más que de dolor. Y Musa, elmantequero, confesó a otro de los miembros del personal horizontal de La Cortina que eradifícil romper los viejos hábitos y, cuando estaba seguro de que nadie le oía, aún decía algunaque otra oración a «mi favorita de toda <strong>la</strong> vida, Manat, y, a veces, qué quieres, también a Al-Lat; y es que no hay como una diosa, porque el<strong>la</strong>s ti<strong>en</strong><strong>en</strong> atributos que los chicos no te ofrec<strong>en</strong>ni por asomo», dicho lo cual también él se precipitó con ahínco sobre <strong>la</strong>s réplicas terr<strong>en</strong>ales detales atributos. Así se <strong>en</strong>teró el emboscado Baal, con gran amargura, de que no hay imperio quesea absoluto ni victoria que sea completa. Y, poco a poco, empezaron a oírse críticas contraMahound.Baal había empezado a cambiar. La noticia de <strong>la</strong> destrucción del gran templo de Al-Lat<strong>en</strong> Taif, que llegó a sus oídos <strong>en</strong>tre los gruñidos de Ibrahim, el matacerdos c<strong>la</strong>ndestino, le habíasumido <strong>en</strong> profunda tristeza, porque, incluso <strong>en</strong> sus días c<strong>la</strong>ros de jov<strong>en</strong> cínico, su amor por <strong>la</strong>diosa era auténtico, quizá su única emoción verdadera, y su destrucción le reveló <strong>la</strong> futilidad deuna vida cuyo único amor sincero estuvo inspirado por un trozo de piedra indef<strong>en</strong>sa. Cuando semitigó aquel<strong>la</strong> p<strong>en</strong>a <strong>la</strong>cerante, Baal se conv<strong>en</strong>ció de que <strong>la</strong> caída de Al-Lat anunciaba que supropio fin no estaba lejos. Entonces perdió aquel<strong>la</strong> s<strong>en</strong>sación de seguridad que <strong>la</strong> vida <strong>en</strong> LaCortina le había proporcionado fugazm<strong>en</strong>te; pero ahora el s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de su transitoriedad, desu seguro descubrimi<strong>en</strong>to, seguido de su no m<strong>en</strong>os segura muerte, ya no le asustaba, lo cual leparecía muy interesante. Después de una vida de sincera cobardía, ahora advertía con gransorpresa que <strong>la</strong> proximidad de <strong>la</strong> muerte le permitía saborear mejor <strong>la</strong> dulzura de <strong>la</strong> vida, y semaravil<strong>la</strong>ba de <strong>la</strong> paradoja de que se le hubieran abierto los ojos a esta verdad <strong>en</strong> aquel<strong>la</strong> casade caras m<strong>en</strong>tiras. ¿Y cuál era <strong>la</strong> verdad? La verdad era que Al-Lat había muerto —que nuncavivió—, pero esto no hacía de Mahound un profeta. En suma, Baal había alcanzado el ateísmo.Empezó a moverse, torpem<strong>en</strong>te, por un ámbito situado más allá de <strong>la</strong> idea de diosas ygobernantes y preceptos, y descubrió que su vida estaba tan ligada a <strong>la</strong> de Mahound que seimponía cierta c<strong>la</strong>se de gran resolución. Que esta resolución probablem<strong>en</strong>te significaría sumuerte no le impresionaba ni preocupaba <strong>en</strong> exceso; y cuando Musa, el mantequero, murmuróun día de <strong>la</strong>s doce esposas del Profeta, un precepto para él y otro para nosotros, Baalcompr<strong>en</strong>dió <strong>la</strong> forma que t<strong>en</strong>dría que tomar su <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tami<strong>en</strong>to final con <strong>la</strong> Sumisión. Las chicas


de La Cortina —l<strong>la</strong>madas «chicas» con eufemismo, ya que <strong>la</strong> más vieja pasaba del medio sigloy <strong>la</strong> más jov<strong>en</strong>, a los quince años, t<strong>en</strong>ía más experi<strong>en</strong>cia que muchas mujeres de cincu<strong>en</strong>ta— sehabían <strong>en</strong>cariñado con el desgarbado Baal, y <strong>en</strong> realidad les gustaba disponer de un eunuco dem<strong>en</strong>tirijil<strong>la</strong>s, por lo que <strong>en</strong> horas inhábiles le gastaban bromas deliciosas, exhibiéndoseprovocativam<strong>en</strong>te ante él, colocándole los pechos de<strong>la</strong>nte de los <strong>la</strong>bios, rodeándole el cuerpocon <strong>la</strong>s piernas o besándose apasionadam<strong>en</strong>te a dos dedos de su cara, hasta que el triste escritorse excitaba sin esperanza y <strong>en</strong>tonces el<strong>la</strong>s se reían de su turg<strong>en</strong>cia provocándole unaabochornada y temblorosa f<strong>la</strong>ccidez y, muy de tarde <strong>en</strong> tarde, inopinadam<strong>en</strong>te, delegaban a unade el<strong>la</strong>s para satisfacer gratuitam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> concupisc<strong>en</strong>cia que habían despertado. De esta forma,cual un toro domesticado, miope y parpadeante, el poeta pasaba los días con <strong>la</strong> cabeza apoyada<strong>en</strong> regazos fem<strong>en</strong>inos, cavi<strong>la</strong>ndo acerca de <strong>la</strong> muerte y <strong>la</strong> v<strong>en</strong>ganza, incapaz de decidir si era elmás satisfecho o el más desdichado de los mortales.Durante una de aquel<strong>la</strong>s alegres sesiones celebradas al término de <strong>la</strong> jornada de trabajo,<strong>en</strong> <strong>la</strong>s que <strong>la</strong>s chicas se quedaban a so<strong>la</strong>s con sus eunucos y sus jarras de vino, Baal oyó a <strong>la</strong>más jov<strong>en</strong> hab<strong>la</strong>r de su cli<strong>en</strong>te, Musa, el mantequero. «¡Ése! —exc<strong>la</strong>mó—. La ti<strong>en</strong>e tomada con<strong>la</strong>s esposas del Profeta. Se indigna de tal manera, que sólo con pronunciar sus nombres seexcita. Dice que yo soy idéntica a <strong>la</strong> misma Ayesha, que, como todo el mundo sabe, es <strong>la</strong>favorita. Ya veis.»La cortesana cincu<strong>en</strong>tona intervino: «Escuchad, esas mujeres del harén, los hombres nosab<strong>en</strong> hab<strong>la</strong>r de otra cosa. Es natural que Mahound <strong>la</strong>s <strong>en</strong>cerrara, pero con eso sólo ha hechoempeorar <strong>la</strong>s cosas. La g<strong>en</strong>te fantasea más de lo que no ve.»Especialm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> esta ciudad, p<strong>en</strong>só Baal; sobre todo <strong>en</strong> nuestra Jahilia de costumbreslic<strong>en</strong>ciosas, donde hasta que llegó Mahound <strong>la</strong>s mujeres vestían de colores vivos y no sehab<strong>la</strong>ba más que de fol<strong>la</strong>r y de dinero, dinero y sexo, y se hacía algo más que hab<strong>la</strong>r.Baal dijo a <strong>la</strong> más jov<strong>en</strong> de <strong>la</strong>s prostitutas: «¿Por qué no finges con él?»«¿Con quién?»«Con Musa. Si tanto le excita Ayesha, ¿por qué no te conviertes <strong>en</strong> su Ayeshaparticu<strong>la</strong>r?»«Dios —dijo <strong>la</strong> muchacha—. Si te oyeran, te freirían los huevos <strong>en</strong> manteca.»¿Cuántas esposas? Doce, más una anciana, muerta hace tiempo. ¿Cuántas prostitutas,detrás de La Cortina? Doce también; y, escondida <strong>en</strong> su trono d<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da negra, <strong>la</strong> viejaMadam seguía desafiando a <strong>la</strong> muerte. Donde no hay fe no hay b<strong>la</strong>sfemia. Baal expuso su ideaa <strong>la</strong> Madam; el<strong>la</strong> manifestó su decisión con su voz de rana con <strong>la</strong>ringitis. «Es muy peligroso —dictaminó—, pero podría ser excel<strong>en</strong>te para el negocio. Iremos con cuidado. Pero iremos.»La quinceañera cuchicheó unas pa<strong>la</strong>bras al oído del mantequero, y <strong>en</strong> los ojos de élbrilló una luz. «Cuéntamelo todo — suplicó—. Háb<strong>la</strong>me de tu infancia, de tus juguetesfavoritos, tus juegos y demás, cuéntame cómo el Profeta se paró a mirarte cuando tocabas <strong>la</strong>pandereta.» El<strong>la</strong> se lo contó y <strong>en</strong>tonces él le preguntó cómo había sido desflorada, a los doceaños, y el<strong>la</strong> se lo contó, y después él pagó el doble de <strong>la</strong> tarifa normal, porque «nunca lo habíapasado tan bi<strong>en</strong>». «Habrá que t<strong>en</strong>er cuidado con los corazones débiles», dijo <strong>la</strong> Madam a Baal.* * *Cuando por Jahilia corrió <strong>la</strong> noticia de que cada una de <strong>la</strong>s prostitutas de La Cortinahabía asumido <strong>la</strong> id<strong>en</strong>tidad de una de <strong>la</strong>s esposas de Mahound, <strong>la</strong> excitación c<strong>la</strong>ndestina de loshombres fue int<strong>en</strong>sa; pero era tan grande el miedo a ser descubiertos, tanto porque si Mahound


o sus lugart<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tes se <strong>en</strong>teraban de que habían interv<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> tamañas irrever<strong>en</strong>cias perderían<strong>la</strong> vida, como por el deseo de que el nuevo servicio de La Cortina se mantuviera, que el secretono llegó a oídos de <strong>la</strong>s autoridades. Por aquel <strong>en</strong>tonces, Mahound había regresado a Yathribcon sus esposas, por preferir el clima fresco del oasis del Norte al calor de Jahilia, dejando <strong>la</strong>ciudad bajo el mando del g<strong>en</strong>eral Khalid, de qui<strong>en</strong> era muy fácil esconder <strong>la</strong>s cosas. En unprincipio, Mahound p<strong>en</strong>só <strong>en</strong> ord<strong>en</strong>ar a Khalid que c<strong>la</strong>usurara todos los burdeles de Jahilia,pero Abu Simbel le disuadió de acto tan precipitado. «Los jahilianos son conversos reci<strong>en</strong>tes —señaló—. Ve despacio.» Mahound, el más pragmático de los Profetas, se avino a otorgar unperíodo de transición. Y, <strong>en</strong> aus<strong>en</strong>cia del Profeta, los hombres de Jahilia iban <strong>en</strong> tropel a LaCortina, que triplicó sus ingresos. Por razones evid<strong>en</strong>tes, no era prud<strong>en</strong>te hacer co<strong>la</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> calle,y muchos días, <strong>en</strong> el patio interior del burdel, había una fi<strong>la</strong> de hombres que daba <strong>la</strong> vuelta a <strong>la</strong>Fu<strong>en</strong>te del Amor, situada <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro, del mismo modo que los peregrinos, por otras razones,daban <strong>la</strong> vuelta a <strong>la</strong> antigua Piedra Negra. Todos los cli<strong>en</strong>tes de La Cortina eran provistos deuna máscara, y Baal, al observar desde un balcón cómo los <strong>en</strong>mascarados daban vueltas, ses<strong>en</strong>tía íntimam<strong>en</strong>te satisfecho. Había más de una forma de no Someterse.Durante los meses sigui<strong>en</strong>tes, el personal de La Cortina se <strong>en</strong>tregó a su nueva tarea concreci<strong>en</strong>te fervor. «Ayesha», <strong>la</strong> prostituta de quince años, era <strong>la</strong> favorita del público de pago,como su homónima lo era de Mahound, y, al igual que <strong>la</strong> Ayesha que vivía recatadam<strong>en</strong>terecluida <strong>en</strong> el harén de <strong>la</strong> gran mezquita de Yathrib, esta Ayesha jahiliana empezó a<strong>en</strong>vanecerse de su condición de Preferida. Le molestaba que alguna de sus «hermanas» tuvieramás cli<strong>en</strong>tes o recibieran propinas g<strong>en</strong>erosas. La más vieja y más gorda de <strong>la</strong>s prostitutas, quehabía adoptado el nombre de «Sawdah», re<strong>la</strong>taba a sus visitantes —y los t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> abundancia,porque muchos de los hombres de Jahilia <strong>la</strong> elegían por su aire maternal y agradecido— cómoMahound se había casado con el<strong>la</strong> y con Ayesha el mismo día, cuando Ayesha era todavía unaniña. «En nosotras dos <strong>en</strong>contró <strong>la</strong>s dos mitades de su primera esposa difunta: <strong>la</strong> niña y también<strong>la</strong> madre», les decía. La prostituta «Hafsah» se volvió tan irascible como su tocaya, y cuando<strong>la</strong>s doce se impusieron de sus papeles, <strong>la</strong>s alianzas que se formaban d<strong>en</strong>tro del burdel reflejaban<strong>la</strong>s banderías políticas de <strong>la</strong> mezquita de Yathrib: «Ayesha» y «Hafsah», por ejemplo,mant<strong>en</strong>ían pequeñas y constantes rivalidades con <strong>la</strong>s dos prostitutas más presumidas, a <strong>la</strong>s quesus compañeras siempre consideraron un poco re<strong>la</strong>midas, y que eligieron para sí <strong>la</strong>s id<strong>en</strong>tidadesmás aristocráticas, convirtiéndose <strong>en</strong> «Umm Sa<strong>la</strong>mah <strong>la</strong> makhzumita» y, <strong>la</strong> más repel<strong>en</strong>te detodas, «Ram<strong>la</strong>h», cuya homónima, <strong>la</strong> undécima esposa de Mahound, era hija de Abu Simbel yHind. Y había también una «Zainab bint Jahsh», y una «Juwairiyah», que llevaba el nombre de<strong>la</strong> esposa capturada <strong>en</strong> una expedición militar, y una «Rehana <strong>la</strong> Judía», una «Safia» y una«Maimunah», y <strong>la</strong> más erótica de todas <strong>la</strong>s prostitutas, que sabía trucos que no quería <strong>en</strong>señar a<strong>la</strong> rival «Ayesha»: <strong>la</strong> hechicera egipcia «Mary <strong>la</strong> Copta». La más extraña de todas era <strong>la</strong>prostituta que adoptó el nombre de «Zainab bint Khuzaimah» sabi<strong>en</strong>do que esta esposa deMahound había muerto reci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te. La necrofilia de sus amantes, que le prohibían hacercualquier movimi<strong>en</strong>to, era uno de los más malsanos aspectos del nuevo régim<strong>en</strong> de La Cortina.Pero el negocio es el negocio, y éste era también un poderoso imperativo para <strong>la</strong>s cortesanas.Al final del primer año, <strong>la</strong>s doce se habían hecho tan diestras <strong>en</strong> sus funciones que suspersonalidades anteriores empezaron a desvanecerse. Baal, más miope y más sordo a cada mesque pasaba, veía <strong>la</strong>s sombras de <strong>la</strong>s chicas moverse por su <strong>la</strong>do, con los contornos borrosos, <strong>la</strong>simág<strong>en</strong>es duplicadas, como sombras sobre sombras. Las chicas, a su vez, empezaron a mirar aBaal de otra manera. En aquel tiempo era costumbre que, al <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> <strong>la</strong> profesión, <strong>la</strong> prostitutatomara un esposo que no le causara problemas —por ejemplo, una montaña, una fu<strong>en</strong>te, unarbusto— a fin de que, para salvar <strong>la</strong>s apari<strong>en</strong>cias, pudiera adoptar nombre de casada. En LaCortina, <strong>la</strong> norma era que todas <strong>la</strong>s chicas se casaran con el Surtidor del Amor del patio c<strong>en</strong>tral,pero empezaron a sop<strong>la</strong>r vi<strong>en</strong>tos de rebeldía, y un día todas <strong>la</strong>s prostitutas se pres<strong>en</strong>taron ante <strong>la</strong>Madam para comunicarle que, ahora que habían empezado a considerarse esposas del Profeta,


necesitaban un marido de más categoría que el surtidor de piedra, lo cual, al fin y al cabo,rayaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> ido<strong>la</strong>tría, y decirle que habían decidido que todas serían esposas del zángano deBaal. La Madam trató de disuadir<strong>la</strong>s, pero, al ver<strong>la</strong>s tan decididas, cedió y les dijo que letrajeran al poeta. Entre risitas y codazos, <strong>la</strong>s doce cortesanas escoltaron al desmañado poeta alsalón del trono. Cuando Baal oyó el p<strong>la</strong>n, el corazón se le alborotó de tal manera que le dio unvahído y cayó al suelo, y «Ayesha» exc<strong>la</strong>mó con espanto: «Ay, Dios, a ver si antes que susesposas vamos a ser sus viudas.»Pero él se recuperó: su corazón recobró <strong>la</strong> compostura. Y, como no había más remedio,aceptó <strong>la</strong>s doce proposiciones. La Madam los casó personalm<strong>en</strong>te, y <strong>en</strong> aquel antro dedeg<strong>en</strong>eración, antimezquita, <strong>la</strong>berinto de profanidad, Baal se convirtió <strong>en</strong> el marido de <strong>la</strong>sesposas de Mahound, el antiguo comerciante.Sus esposas le dijeron c<strong>la</strong>ram<strong>en</strong>te que esperaban que cumpliera con sus deberesmatrimoniales <strong>en</strong> todos los aspectos, y establecieron un sistema de rotación según el cual élpasaba un día con cada una de <strong>la</strong>s chicas por turno (<strong>en</strong> La Cortina, el día y <strong>la</strong> noche habíantrocado papeles: <strong>la</strong> noche para el trabajo y el día para el descanso). Ap<strong>en</strong>as iniciado tan arduoprograma para él, sus mujeres convocaron una reunión <strong>en</strong> <strong>la</strong> que se le hizo saber que debíaportarse como el marido «verdadero», es decir, Mahound. «¿Por qué no te cambias el nombrecomo nosotras?», preguntó <strong>la</strong> irritable «Hafsah», pero por aquí Baal no pasó. «Tal vez no seaun nombre para s<strong>en</strong>tirse orgulloso —insistió—, pero es el mío. Lo que es más, yo no trabajopara cli<strong>en</strong>tes. No hay motivos comerciales para el cambio.» «Bu<strong>en</strong>o; de todos modos —dijo <strong>la</strong>voluptuosa "Mary <strong>la</strong> Copta", <strong>en</strong>cogiéndose de hombros—, te l<strong>la</strong>mes como te l<strong>la</strong>mes, queremosque empieces a actuar como él.»«Yo no sé mucho de...», protestó Baal, pero «Ayesha», que era <strong>la</strong> más atractiva detodas, o así empezaba a parecérselo últimam<strong>en</strong>te, hizo una mueca deliciosa. «Vamos, esposo —le dijo con za<strong>la</strong>mería—. No es tan difícil. Nosotras sólo queremos, <strong>en</strong> fin... Que seas el jefe.»Las prostitutas de La Cortina resultaron ser <strong>la</strong>s mujeres más anticuadas yconv<strong>en</strong>cionales de Jahilia. Su trabajo, lejos de convertir<strong>la</strong>s <strong>en</strong> unas cínicas des<strong>en</strong>gañadas(aunque, eso sí, eran capaces de formar conceptos feroces de sus cli<strong>en</strong>tes), había hecho de el<strong>la</strong>sunas soñadoras. Apartadas del mundo exterior, se habían forjado una fantasía de «vidacorri<strong>en</strong>te» <strong>en</strong> <strong>la</strong> que no deseaban sino ser <strong>la</strong>s compañeras obedi<strong>en</strong>tes y, sí, sumisas de unhombre que fuera sabio, cariñoso y fuerte. Es decir: el hábito de <strong>en</strong>carnar <strong>la</strong>s fantasías de loshombres había llegado a corromper sus sueños de tal manera que, incluso <strong>en</strong> lo más íntimo desu ser, deseaban convertirse <strong>en</strong> <strong>la</strong> más vieja de todas <strong>la</strong>s ilusiones del hombre. El alici<strong>en</strong>teañadido de repres<strong>en</strong>tar <strong>la</strong> vida doméstica del Profeta <strong>la</strong>s excitaba, y el perplejo Baal descubriólo que era t<strong>en</strong>er compiti<strong>en</strong>do por sus favores, por <strong>la</strong> gracia de una sonrisa, a doce mujeres que le<strong>la</strong>vaban los pies y se los secaban con sus cabellos y le perfumaban el cuerpo y danzaban para élrepres<strong>en</strong>tando de mil maneras el matrimonio soñado que nunca creyeron conocer.Era irresistible. Él empezó a t<strong>en</strong>er el valor de darles órd<strong>en</strong>es, de arbitrar <strong>en</strong>tre el<strong>la</strong>s, decastigar<strong>la</strong>s cuando se <strong>en</strong>fadaba. Cierta vez que le irritaron con sus peleas, <strong>la</strong>s repudió a todasdurante un mes. Cuando, transcurridas veintinueve noches, fue a ver a «Ayesha», el<strong>la</strong> se burlóporque él no había podido esperar más. «Era un mes de veintinueve días», respondió él. Unavez fue sorpr<strong>en</strong>dido por «Mary <strong>la</strong> Copta» <strong>en</strong> <strong>la</strong> habitación de «Hafsah» el día de «Ayesha».Suplicó a «Mary” que no se lo dijera a «Ayesha», de <strong>la</strong> que estaba <strong>en</strong>amorado; pero el<strong>la</strong> se lodijo y, después de aquello, Baal tuvo que mant<strong>en</strong>erse durante mucho tiempo alejado de«Mary», <strong>la</strong> de piel b<strong>la</strong>nca y pelo rizado. En suma, él se había dejado seducir por <strong>la</strong> ilusión deconvertirse <strong>en</strong> espejo secreto y profano de Mahound, y otra vez empezó a escribir.La poesía que ahora hacía era <strong>la</strong> más dulce que nunca escribiera. A veces, estando conAyesha, s<strong>en</strong>tía que una dejadez le embargaba, el cuerpo le pesaba, y t<strong>en</strong>ía que echarse. «Esextraño —le dijo—. Me parece verme a mí mismo de pie a mi <strong>la</strong>do. Y puedo hacer hab<strong>la</strong>r a eseque está de pie; luego, me levanto y escribo sus versos.» Estos trances artísticos de Baal eran


muy celebrados por sus esposas. Una vez, cansado, se quedó adormi<strong>la</strong>do <strong>en</strong> un sillón <strong>en</strong> losapos<strong>en</strong>tos de «Umm Sa<strong>la</strong>mah <strong>la</strong> makhzumita». Cuando despertó horas después, t<strong>en</strong>ía todo elcuerpo dolorido y el cuello y los hombros agarrotados, y dijo a Umm Sa<strong>la</strong>mah <strong>en</strong> tono dereproche: «¿Por qué no me despertaste?» El<strong>la</strong> respondió: «No me atreví; p<strong>en</strong>sé que quizá tev<strong>en</strong>ían los versos.» Él movió <strong>la</strong> cabeza. «No te apures. La única mujer <strong>en</strong> cuya compañía mevi<strong>en</strong><strong>en</strong> los versos es "Ayesha", no tú.»* * *Dos años y un día después de que Baal empezara su vida <strong>en</strong> La Cortina, uno de loscli<strong>en</strong>tes de «Ayesha» lo reconoció, a pesar de <strong>la</strong> piel teñida, los bombachos y <strong>la</strong> cultura física.Baal estaba apostado <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> habitación de «Ayesha» cuando salió el cli<strong>en</strong>te que,señalándole con el dedo, gritó: «¡Conque aquí te habías metido!» Acudió corri<strong>en</strong>do «Ayesha»,con los ojos <strong>en</strong>c<strong>en</strong>didos de miedo. Pero Baal dijo: «No temas; él no nos causará problemas.»Invitó a Salman el persa a su propia habitación y destapó una botel<strong>la</strong> del vino dulce hecho deuva no pr<strong>en</strong>sada que los jahilianos e<strong>la</strong>boraban desde que descubrieron que no estaba prohibidopor lo que, con evid<strong>en</strong>te falta de respeto, empezaban a l<strong>la</strong>mar el Reg<strong>la</strong>m<strong>en</strong>to.«He v<strong>en</strong>ido porque por fin me marcho de esta ciudad infernal —dijo Salman— y queríapasar un mom<strong>en</strong>to de p<strong>la</strong>cer después de tantos años de mierda.» Después de que Bi<strong>la</strong>lintercediera por él ante Mahound <strong>en</strong> el nombre de su vieja amistad, el inmigrante se habíadedicado al trabajo de amanu<strong>en</strong>se, y pasaba el día s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> el suelo, con <strong>la</strong>s piernas cruzadas,junto a <strong>la</strong> calzada de <strong>la</strong> calle principal del distrito financiero, <strong>en</strong> espera de cli<strong>en</strong>tes. Su cinismoy su desesperación habían sido exacerbados por el sol. «La g<strong>en</strong>te escribe muchas m<strong>en</strong>tiras —dijo, bebi<strong>en</strong>do con rapidez—. Por lo tanto, un embustero profesional se gana <strong>la</strong> vidaespléndidam<strong>en</strong>te. Mis cartas de amor y mis misivas comerciales eran famosas y estabanconsideradas <strong>la</strong>s mejores de <strong>la</strong> ciudad, por mi don para inv<strong>en</strong>tar hermosas falsedades con unamínima deformación de los hechos. De manera que <strong>en</strong> ap<strong>en</strong>as dos años he podido ahorrar losufici<strong>en</strong>te para regresar a casa. ¡A casa! ¡A mi tierra! Me marcho mañana, y estoy deseándolo.”A medida que se vaciaba <strong>la</strong> botel<strong>la</strong>, Salman empezó a hab<strong>la</strong>r otra vez, como esperabaBaal, de <strong>la</strong> causa de todos sus males, el M<strong>en</strong>sajero y su m<strong>en</strong>saje. Habló a Baal de una pelea<strong>en</strong>tre Mahound y Ayesha, repiti<strong>en</strong>do el rumor como si de un hecho incontrovertible se tratara.«Esa muchacha no ha podido digerir que su marido necesite tantas esposas —dijo—. Élhab<strong>la</strong>ba de conv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>cias, alianzas políticas, etcétera, pero no <strong>la</strong> <strong>en</strong>gañaba. ¿Y quién había dereprochárselo? Al fin, él <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> uno de sus trances —¿y cómo no?— y salió de él con unm<strong>en</strong>saje del arcángel. Gibreel le había recitado unos versos que le aseguraban pl<strong>en</strong>o apoyodivino. Permiso del propio Dios para fol<strong>la</strong>r con tantas mujeres como le apeteciera. Y ¿quépodía decir <strong>la</strong> pobre Ayesha contra los versos de Dios? ¿Sabes lo que dijo? Dijo esto: "Tu Diosno se hace de rogar cuando tú necesitas que te arregle <strong>la</strong>s cosas." ¡Bu<strong>en</strong>o! De no ser Ayesha,quién sabe lo que él habría hecho, pero es que ninguna de <strong>la</strong>s otras se hubiera atrevido, desdeluego.» Baal le dejaba desahogarse sin interrumpir. Los aspectos sexuales de <strong>la</strong> Sumisiónpreocupaban mucho al persa: «Es insano —dictaminó—. Toda esta segregación. No traerá nadabu<strong>en</strong>o.»Al fin Baal empezó a discutir, y Salman se asombró al oír que el poeta def<strong>en</strong>día aMahound: «Hay que contemp<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s cosas desde su punto de vista —argum<strong>en</strong>tó Baal—. Si <strong>la</strong>sfamilias le ofrec<strong>en</strong> esposas y él <strong>la</strong>s rechaza, se crea <strong>en</strong>emigos. Además, él es un hombreespecial y exist<strong>en</strong> motivos para disp<strong>en</strong>sas especiales. Y por lo que se refiere a <strong>en</strong>cerrar<strong>la</strong>s, ¡quédeshonra si algo malo le ocurriera a alguna de el<strong>la</strong>s! Mira, si vivieras aquí d<strong>en</strong>tro, no teparecería que un poco m<strong>en</strong>os de libertad sexual era tan ma<strong>la</strong> cosa, para <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te del pueblo,


quiero decir.»«Has perdido el seso —dijo Salman categóricam<strong>en</strong>te—. Llevas demasiado tiempo sinver el sol. O puede que sea ese traje lo que te hace hab<strong>la</strong>r como un payaso.»Baal estaba bastante achispado y empezó una réplica acalorada, pero Salman levantóuna mano no muy firme. «No quiero pelear —dijo—. Pero me gustaría contarte algo. Lo mássabroso que corre por <strong>la</strong> ciudad. Jooo-jooo. Y ti<strong>en</strong>e re<strong>la</strong>ción con, con lo que tú dices.»La historia de Salman: Ayesha y el Profeta hicieron una visita a una aldea apartada y, asu regreso a Yathrib, <strong>la</strong> expedición acampó <strong>en</strong> <strong>la</strong>s dunas para pernoctar. Levantaron el campoantes del amanecer, todavía <strong>en</strong> <strong>la</strong> oscuridad. En el último mom<strong>en</strong>to, Ayesha, por una necesidadde <strong>la</strong> naturaleza, tuvo que escabullirse fuera de <strong>la</strong> vista, a una hondonada. Mi<strong>en</strong>tras el<strong>la</strong> estabaaus<strong>en</strong>te, los mozos de litera tomaron el pa<strong>la</strong>nquín y empr<strong>en</strong>dieron <strong>la</strong> marcha. Ayesha era mujermuy ligera y ellos, al no notar gran difer<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el peso del macizo pa<strong>la</strong>nquín, supusieron queel<strong>la</strong> estaba d<strong>en</strong>tro. Cuando Ayesha volvió, después de haber hecho sus necesidades, se <strong>en</strong>contróso<strong>la</strong>, y quién sabe lo que hubiera podido sucederle de no haber pasado por allí un jov<strong>en</strong>, un talSafwan, montado <strong>en</strong> su camello. Safwan llevó a Ayesha sana y salva a Yathrib; pero <strong>en</strong>toncesempezaron a moverse <strong>la</strong>s ma<strong>la</strong>s l<strong>en</strong>guas, especialm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el harén, <strong>en</strong> el que sus contrincantesno desperdiciaban ocasión de reducir el poder de Ayesha. Los dos jóv<strong>en</strong>es habían estado solos<strong>en</strong> el desierto durante muchas horas, y se recalcaba, con más y más malicia que Safwan era unjov<strong>en</strong> realm<strong>en</strong>te apuesto y que, al fin y al cabo, el Profeta era mucho mayor que el<strong>la</strong>, por lo que¿no sería natural que Ayesha se hubiera s<strong>en</strong>tido atraída por algui<strong>en</strong> de edad más simi<strong>la</strong>r? «Todoun escándalo», com<strong>en</strong>tó Salman con fruición.«¿Y qué hará ahora Mahound?», preguntó Baal.«Oh, ya lo ha hecho —respondió Salman—. Lo de siempre. Vio a su amigo, el arcángel,y luego comunicó a todo el mundo que Gibreel había exonerado a Ayesha. —Salman abrió losbrazos <strong>en</strong> ademán de mundana resignación —. Pero esta vez, camarada, <strong>la</strong> dama no hizocom<strong>en</strong>tarios acerca de lo oportuno de los versos.»* * *Salman el persa se marchó a <strong>la</strong> mañana sigui<strong>en</strong>te con una caravana de camellos que ibahacia el Norte. Al despedirse de Baal <strong>en</strong> La Cortina, abrazó al poeta, le besó <strong>en</strong> ambas mejil<strong>la</strong>sy dijo: «Quizá t<strong>en</strong>gas razón. Quizá sea mejor huir de <strong>la</strong> luz del día. Espero que tu refugio dure.»Y Baal respondió: «Y yo espero que tú <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tres tu casa y que allí haya algo que puedasamar.» La cara de Salman quedó sin expresión. Él abrió <strong>la</strong> boca, <strong>la</strong> cerró y se marchó.«Ayesha» fue a <strong>la</strong> habitación de Baal <strong>en</strong> busca de tranquilidad. «¿No irá por ahícontando nuestro secreto cuando esté borracho? —preguntó, acariciando el pelo de Baal—. Esehombre bebe mucho.»Baal dijo: «Ya nada será como antes.» La visita de Salman le había hecho despertar delsueño <strong>en</strong> el que, poco a poco, se había sumido durante los años pasados <strong>en</strong> La Cortina, y nopodía volver a dormirse.«C<strong>la</strong>ro que sí —dijo "Ayesha" con énfasis—. Lo será, ya lo verás.»Baal movió <strong>la</strong> cabeza e hizo <strong>la</strong> única profecía de su vida. «Va a ocurrir algo muy grande—predijo—. Un hombre no puede vivir siempre escondido detrás de <strong>la</strong>s faldas.»Al día sigui<strong>en</strong>te, Mahound volvió a Jahilia, y unos soldados fueron a comunicar a <strong>la</strong>Madam de La Cortina que el período de transición había terminado. Los burdeles iban a sercerrados inmediatam<strong>en</strong>te. Todo t<strong>en</strong>ía un límite. Desde detrás de sus cortinajes, <strong>la</strong> Madam pidióa los soldados que se retiraran durante una hora, <strong>en</strong> nombre de <strong>la</strong> dec<strong>en</strong>cia, a fin de permitir quesalieran los huéspedes, y el oficial al mando del destacam<strong>en</strong>to era tan ing<strong>en</strong>uo que accedió. La


Madam <strong>en</strong>vió a sus eunucos a avisar a <strong>la</strong>s chicas y acompañar a los cli<strong>en</strong>tes a <strong>la</strong> puerta trasera.«Haced el favor de pedirles perdón por <strong>la</strong> interrupción —dijo a los eunucos— y decidles que,dadas <strong>la</strong>s circunstancias, no se les cobrará nada.»Fueron sus últimas pa<strong>la</strong>bras. Cuando <strong>la</strong>s chicas, a<strong>la</strong>rmadas, hab<strong>la</strong>ndo todas a <strong>la</strong> vez, seprecipitaron a <strong>la</strong> habitación del trono, para cerciorarse de si lo peor era verdad, el<strong>la</strong> no diorespuesta a sus aterrorizadas preguntas, es que estamos sin trabajo, y ahora de qué comemos,iremos a <strong>la</strong> cárcel, qué será de nosotras, hasta que «Ayesha», con todo el valor de que eracapaz, hizo lo que ninguna de el<strong>la</strong>s se había atrevido a int<strong>en</strong>tar. Cuando el<strong>la</strong> apartó <strong>la</strong>s negrascolgaduras, vieron a una mujer muerta que podía t<strong>en</strong>er cincu<strong>en</strong>ta o ci<strong>en</strong>to veinticinco años, d<strong>en</strong>o más de un metro de estatura, que parecía una muñeca grande <strong>en</strong>roscada <strong>en</strong> un sillón demimbre con muchos almohadones, apretando <strong>en</strong> <strong>la</strong> mano un frasco de v<strong>en</strong><strong>en</strong>o.«Ya que habéis empezado —dijo Baal que <strong>en</strong>traba <strong>en</strong> <strong>la</strong> habitación—, quitad todas <strong>la</strong>scortinas. Ya no ti<strong>en</strong>e objeto impedir que <strong>en</strong>tre el sol.»* * *Umar, el jov<strong>en</strong> oficial que mandaba el destacam<strong>en</strong>to, se permitió exteriorizar petu<strong>la</strong>ntemal humor cuando descubrió el suicidio del ama del burdel. «Bi<strong>en</strong>, si no podemos colgar a <strong>la</strong>jefa, t<strong>en</strong>dremos que cont<strong>en</strong>tarnos con <strong>la</strong>s obreras», gritó, y ord<strong>en</strong>ó a sus hombres que arrestarana <strong>la</strong>s «pécoras», misión que los hombres realizaron con presteza. Las mujeres chil<strong>la</strong>ban ypataleaban, y los eunucos observaban <strong>la</strong> esc<strong>en</strong>a sin mover ni un músculo, porque Umar leshabía dicho: «Quier<strong>en</strong> juzgar a <strong>la</strong>s pájaras, pero no t<strong>en</strong>go instrucciones acerca de vosotros.Conque, si no queréis perder <strong>la</strong> cabeza además de los huevos, no os metáis <strong>en</strong> esto.» Loseunucos no def<strong>en</strong>dieron a <strong>la</strong>s mujeres de La Cortina, que luchaban con los soldados que <strong>la</strong>sreducían; y <strong>en</strong>tre los eunucos estaba Baal, el poeta de <strong>la</strong> cara pintada. Antes de que <strong>la</strong>amordazaran, <strong>la</strong> más jov<strong>en</strong> de <strong>la</strong>s «pájaras» o «zorras» gritó: «Esposo, por Dios ayúdanos sieres hombre.» El oficial se rió, divertido. «¿Cuál de vosotros es el esposo? —preguntó mirandoat<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te debajo de cada turbante—. V<strong>en</strong>ga, que salga. ¿Cómo se ve el mundo al <strong>la</strong>do deuna esposa?»Baal se quedó mirando al vacío, para rehuir tanto <strong>la</strong> mirada de «Ayesha» como los ojos<strong>en</strong>tornados de Umar. El oficial se paró de<strong>la</strong>nte de él. «¿Eres tú?»«Señor, compr<strong>en</strong>ded, es sólo una manera de hab<strong>la</strong>r —mintió Baal—. A <strong>la</strong>s chicas lesgusta bromear. Nos l<strong>la</strong>man esposos porque nosotros, nosotros...»De pronto, Umar lo agarró por los g<strong>en</strong>itales, apretando. «Porque vosotros no podéisserlo —dijo—. Maridos, ¿eh? No está mal.»Cuando se le calmó el dolor, Baal vio que <strong>la</strong>s mujeres ya no estaban. Umar dio unconsejo a los eunucos antes de salir. «Perdeos —sugirió—. Mañana quizá t<strong>en</strong>ga órd<strong>en</strong>es acercade vosotros. No son muchos los que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> suerte dos días seguidos.»Cuando se llevaron a <strong>la</strong>s chicas de La Cortina, los eunucos se s<strong>en</strong>taron a llorar condesconsuelo junto a <strong>la</strong> Fu<strong>en</strong>te del Amor. Pero Baal, avergonzado, no lloró.* * *Gibreel soñó <strong>la</strong> muerte de Baal:Poco después de su arresto, <strong>la</strong>s doce prostitutas descubrieron que se habíanacostumbrado de tal manera a sus nuevos nombres que no podían recordar los viejos. T<strong>en</strong>ían


miedo de dar a sus carceleros sus nombres adoptados y, <strong>en</strong> consecu<strong>en</strong>cia, no pudieron darnombre alguno. Después de mucho gritar y am<strong>en</strong>azar, los carceleros se rindieron y <strong>la</strong>sregistraron por números: Cortina 1, Cortina 2, etcétera. Sus antiguos cli<strong>en</strong>tes, temerosos de <strong>la</strong>sconsecu<strong>en</strong>cias que pudiera t<strong>en</strong>er reve<strong>la</strong>r el secreto de lo que hacían <strong>la</strong>s prostitutas, tambiénguardaron sil<strong>en</strong>cio, de modo que es posible que no hubiera llegado a saberse, de no haberempezado Baal, el poeta, a pegar versos <strong>en</strong> <strong>la</strong>s paredes de <strong>la</strong> cárcel de <strong>la</strong> ciudad.Dos días después de los arrestos, <strong>la</strong> cárcel estaba ll<strong>en</strong>a a rebosar de prostitutas yprox<strong>en</strong>etas, cuyo número había aum<strong>en</strong>tado considerablem<strong>en</strong>te durante los dos años <strong>en</strong> los que<strong>la</strong> Sumisión había introducido <strong>en</strong> Jahilia <strong>la</strong> segregación sexual. Se observó que muchosjahilianos, arrostrando <strong>la</strong>s bur<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> chusma y no digamos <strong>la</strong> persecución bajo <strong>la</strong>s nuevasleyes contra <strong>la</strong> inmoralidad, se acercaban a <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tanas de <strong>la</strong> cárcel para dar una ser<strong>en</strong>ata aaquel<strong>la</strong>s damas pintadas a <strong>la</strong>s que habían llegado a querer. Las mujeres de d<strong>en</strong>tro se quedabancompletam<strong>en</strong>te frías ante esta devoción y no al<strong>en</strong>taban <strong>en</strong> absoluto a los admiradores que seacercaban a <strong>la</strong>s rejas. Pero al tercer día, <strong>en</strong>tre aquellos idiotas heridos de amor apareció unindividuo estrafa<strong>la</strong>rio y afligido con turbante y bombachos, con <strong>la</strong> piel oscura y descolorida porzonas. Muchos transeúntes se reían de su aspecto, pero cuando él empezó a cantar sus versosinmediatam<strong>en</strong>te cesaron <strong>la</strong>s risas. Los jahilianos fueron siempre <strong>en</strong>t<strong>en</strong>didos del arte de <strong>la</strong>poesía, y <strong>la</strong> belleza de <strong>la</strong>s odas que recitaba el estrafa<strong>la</strong>rio individuo los dejó pasmados. Baalcantaba sus poemas de amor, y el dolor que había <strong>en</strong> ellos sil<strong>en</strong>ciaba a los otros versificadores,que dejaban que Baal hab<strong>la</strong>ra por todos ellos. En <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tanas de <strong>la</strong> cárcel se veían ahora porprimera vez <strong>la</strong>s caras de <strong>la</strong>s prostitutas, atraídas por <strong>la</strong> magia de su verso. Terminado el recital,Baal se ade<strong>la</strong>ntó y c<strong>la</strong>vó sus versos <strong>en</strong> <strong>la</strong> pared. Los guardianes de <strong>la</strong>s puertas, con los ojosll<strong>en</strong>os de lágrimas, no hicieron nada para impedírselo.A partir de <strong>en</strong>tonces, todas <strong>la</strong>s tardes reaparecía el extraño individuo y recitaba unanueva poesía, y cada una de el<strong>la</strong>s parecía más bel<strong>la</strong> que <strong>la</strong> anterior. Fue quizás aquel<strong>la</strong> plétorade belleza lo que impidió que algui<strong>en</strong> advirtiera antes de <strong>la</strong> duodécima noche, cuando élterminó <strong>la</strong> duodécima y última de sus odas, cada una de <strong>la</strong>s cuales estaba dedicada a una mujerdifer<strong>en</strong>te, que los nombres de sus doce «esposas” eran los mismos que los de otras doce.Pero al duodécimo día se advirtió, y, de inmediato, <strong>la</strong> gran multitud que solíacongregarse para escuchar <strong>la</strong> lectura de Baal cambió de actitud. La sublime elevación cediópaso al escándalo, y Baal se vio rodeado por furiosos hombres que exigían que les explicara <strong>la</strong>razón de este insidioso y refinado insulto. Entonces Baal se quitó el absurdo turbante y dijo:«Yo soy Baal. No reconozco más autoridad que <strong>la</strong> de mi Musa; o, para ser exactos, mi doc<strong>en</strong>ade Musas.» Los guardias lo arrestaron.Khalid, el g<strong>en</strong>eral, quería ejecutar a Baal inmediatam<strong>en</strong>te, pero Mahound ord<strong>en</strong>ó quefuera juzgado a continuación de <strong>la</strong>s prostitutas. Una vez <strong>la</strong>s doce esposas de Baal, que se habíandivorciado de <strong>la</strong> piedra para casarse con él, fueron s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ciadas a ser <strong>la</strong>pidadas, <strong>en</strong> castigo por<strong>la</strong> inmoralidad de su vida, Baal quedó cara a cara con el Profeta, espejo e imag<strong>en</strong>, luz ysombras. Khalid, s<strong>en</strong>tado a <strong>la</strong> derecha de Mahound, dio a Baal una última oportunidad deexplicar sus ma<strong>la</strong>s acciones. El poeta contó <strong>la</strong> historia de su estancia <strong>en</strong> La Cortina, utilizandoel l<strong>en</strong>guaje más simple, sin ocultar nada, ni siquiera su cobardía final, que después habíaint<strong>en</strong>tado reparar con todos sus actos. Pero <strong>en</strong>tonces ocurrió algo extraordinario. La multitudque se apretujaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da del juicio, sabedora de que aquél era, al fin y al cabo, el famososatirista Baal, <strong>en</strong> tiempos poseedor de <strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua más afi<strong>la</strong>da y del ing<strong>en</strong>io más vivo de Jahilia,empezó (por más que int<strong>en</strong>taba cont<strong>en</strong>erse) a soltar <strong>la</strong> risa. Cuanto más se esforzaba Baal pordescribir su matrimonio con <strong>la</strong>s doce «esposas del Profeta» con <strong>la</strong> mayor s<strong>en</strong>cillez ynaturalidad, más incontro<strong>la</strong>ble se hacía <strong>la</strong> horrorizada hi<strong>la</strong>ridad del auditorio. Al término de <strong>la</strong>dec<strong>la</strong>ración, <strong>la</strong>s bu<strong>en</strong>as g<strong>en</strong>tes de Jahilia literalm<strong>en</strong>te lloraban de risa, sin poder cont<strong>en</strong>erse, a


pesar de que soldados armados de látigos y cimitarras los am<strong>en</strong>azaban con <strong>la</strong> muerteinstantánea.«¡Yo hablo <strong>en</strong> serio! —chilló Baal a <strong>la</strong> multitud que se retorcía y golpeaba los musloscon grandes risotadas — . ¡No es un chiste!» Ja ja ja. Hasta que, por fin, se acal<strong>la</strong>ron <strong>la</strong>s risas:el Profeta se había puesto <strong>en</strong> pie.«En otros tiempos te bur<strong>la</strong>bas de <strong>la</strong> Recitación —dijo Mahound <strong>en</strong> el sil<strong>en</strong>cio—.También <strong>en</strong>tonces estas g<strong>en</strong>tes gozaban con tus bur<strong>la</strong>s. Ahora has vuelto para deshonrar micasa y, al parecer, una vez más, consigues extraer de <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te lo peor que hay <strong>en</strong> ellos.»Baal dijo: «Ya he terminado. Haz lo que quieras.»Fue s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ciado a morir decapitado antes de una hora, y cuando los soldados se lollevaban de <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da hacia el lugar de <strong>la</strong> ejecución, él gritó por <strong>en</strong>cima de su hombro: «Lasprostitutas y los escritores, Mahound, somos <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te a <strong>la</strong> que no perdonas.»Mahound respondió: «Escritores y prostitutas. No veo <strong>la</strong> difer<strong>en</strong>cia.»* * *Había una vez una mujer que no cambiaba.Después de que <strong>la</strong> traición de Abu Simbel <strong>en</strong>tregara Jahilia a Mahound <strong>en</strong> bandeja ysustituyera <strong>la</strong> idea de <strong>la</strong> grandeza de <strong>la</strong> ciudad por <strong>la</strong> realidad de <strong>la</strong> grandeza de Mahound, Hindbesó y chupó pies, recitó <strong>la</strong> Lai<strong>la</strong>ha y luego se retiró a una alta torre de su pa<strong>la</strong>cio, a donde lellevaron <strong>la</strong> noticia de <strong>la</strong> destrucción del templo de Al-Lat <strong>en</strong> Taif y de todas <strong>la</strong>s imág<strong>en</strong>es de <strong>la</strong>diosa de <strong>la</strong>s que se t<strong>en</strong>ía noticia. El<strong>la</strong> se <strong>en</strong>cerró <strong>en</strong> su apos<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> torre con una colección delibros antiguos escritos <strong>en</strong> l<strong>en</strong>guas que ningún otro ser humano de Jahilia podía descifrar; ydurante dos años y dos meses permaneció allí, estudiando <strong>en</strong> secreto sus textos ocultos, despuésde ord<strong>en</strong>ar que una vez al día se le dejara <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta una bandeja de comida s<strong>en</strong>cil<strong>la</strong> y que, almismo tiempo, se le vaciara el orinal. Durante dos años y dos meses, el<strong>la</strong> no vio a otro serhumano. Y un día, al amanecer, <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> <strong>la</strong> habitación de su esposo, con sus mejores ga<strong>la</strong>s yalhajas <strong>en</strong> <strong>la</strong>s muñecas, los tobillos, los dedos de los pies, <strong>la</strong>s orejas y <strong>la</strong> garganta. «Despierta—ord<strong>en</strong>ó abri<strong>en</strong>do <strong>la</strong>s cortinas—. Hoy t<strong>en</strong>emos cosas que celebrar.» Él observó que su esposano había <strong>en</strong>vejecido ni un solo día desde <strong>la</strong> última vez que <strong>la</strong> viera; si acaso, estaba más jov<strong>en</strong>que nunca, lo cual confirmaba los rumores que sugerían que con su hechicería habíaconv<strong>en</strong>cido al tiempo para que, d<strong>en</strong>tro del apos<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> torre, corriera hacia atrás. «¿Quét<strong>en</strong>emos que celebrar?», preguntó el Grande de Jahilia, tosi<strong>en</strong>do y escupi<strong>en</strong>do su sangrematutina. Hind respondió: «Tal vez yo no pueda invertir <strong>la</strong> marcha de <strong>la</strong> historia, pero <strong>la</strong>v<strong>en</strong>ganza, al fin, es dulce.»Antes de una hora, llegó <strong>la</strong> noticia de que el Profeta, Mahound, estaba mortalm<strong>en</strong>te<strong>en</strong>fermo, que yacía <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama de Ayesha con fuertes dolores de cabeza, como si <strong>la</strong> tuvierall<strong>en</strong>a de demonios. Hind siguió preparando ser<strong>en</strong>am<strong>en</strong>te un banquete, <strong>en</strong>viando a los criadospor toda <strong>la</strong> ciudad a l<strong>la</strong>mar a los invitados. Por <strong>la</strong> noche, Hind, so<strong>la</strong> <strong>en</strong> el gran salón de su casa,<strong>en</strong>tre los p<strong>la</strong>tos de oro y <strong>la</strong>s copas de cristal de su v<strong>en</strong>ganza, comía un s<strong>en</strong>cillo p<strong>la</strong>to de cuscúsrodeada de manjares bril<strong>la</strong>ntes, humeantes y aromáticos de todas c<strong>la</strong>ses. Abu Simbel no quisos<strong>en</strong>tarse a <strong>la</strong> mesa con el<strong>la</strong> y calificó aquel<strong>la</strong> c<strong>en</strong>a de obsc<strong>en</strong>idad. «Tú comiste el corazón de sutío —gritó Simbel— y ahora te comerías el suyo.» El<strong>la</strong> se rió <strong>en</strong> su cara. Cuando los criadosempezaron a llorar, los despidió también y se quedó so<strong>la</strong> con su alegría mi<strong>en</strong>tras <strong>la</strong>s ve<strong>la</strong>sproyectaban extrañas sombras <strong>en</strong> su cara absoluta e imp<strong>la</strong>cable.Gibreel soñó <strong>la</strong> muerte de Mahound.


Porque cuando <strong>la</strong> cabeza del M<strong>en</strong>sajero empezó a dolerle como nunca, él compr<strong>en</strong>dióque había llegado <strong>la</strong> hora <strong>en</strong> <strong>la</strong> que le sería ofrecida <strong>la</strong> Elección: puesto que un Profeta no puedemorir sin haber visto el Paraíso, y sin que después se le pida que escoja <strong>en</strong>tre este mundo y elsigui<strong>en</strong>te.O sea que, mi<strong>en</strong>tras t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> cabeza apoyada <strong>en</strong> el regazo de su amada Ayesha, cerró losojos, y pareció que <strong>la</strong> vida lo abandonaba, pero al cabo de un tiempo volvió.Y dijo a Ayesha: «Me han dado a elegir y he hecho mi Elección, y he elegido el reino deDios.»Entonces el<strong>la</strong> lloró, al compr<strong>en</strong>der que él hab<strong>la</strong>ba de <strong>la</strong> muerte; y él desvió <strong>la</strong> miradacomo si contemp<strong>la</strong>ra a otra persona, aunque, cuando el<strong>la</strong>, Ayesha, se volvió, sólo vio unalámpara que ardía sobre un pie.«¿Quién está ahí? —gritó él—. ¿Eres Tú, Azraeel?» Pero Ayesha oyó responder a unavoz terrible y dulce de mujer: «No, M<strong>en</strong>sajero de Al-Lah, no soy Azraeel.»Y <strong>la</strong> lámpara se apagó; y <strong>en</strong> <strong>la</strong> oscuridad Mahound preguntó: «¿Esta <strong>en</strong>fermedad es obratuya, oh Al-Lat?»Y el<strong>la</strong> dijo: «Es mi v<strong>en</strong>ganza, y estoy cont<strong>en</strong>ta. Que desjarret<strong>en</strong> un camello y lo pongan<strong>en</strong> tu tumba.»El<strong>la</strong> se fue, y <strong>la</strong> lámpara que se había apagado volvió a arder con una luz suave ybril<strong>la</strong>nte, y el M<strong>en</strong>sajero murmuró: «A pesar de todo, te doy <strong>la</strong>s gracias, Al-Lat, por esteregalo.»Al poco, murió. Ayesha salió a <strong>la</strong> habitación contigua, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que <strong>la</strong>s otras esposas y losdiscípulos esperaban con angustia, y empezaron a <strong>la</strong>m<strong>en</strong>tarse con vehem<strong>en</strong>cia.Pero Ayesha se <strong>en</strong>jugó <strong>la</strong>s lágrimas y dijo: «Si hay aquí personas que adoraban alM<strong>en</strong>sajero, que llor<strong>en</strong>, porque Mahound ha muerto; pero si hay aquí personas que ador<strong>en</strong> aDios, que se regocij<strong>en</strong>, porque Él vive sin duda.»Fue el fin del sueño.


VIIEL ÁNGEL AZRAEEL1


Todo se reducía al amor, se decía Sa<strong>la</strong>din Chamcha <strong>en</strong> su guarida: amor, el pájarorefractario del libreto de Meilhac y Halévy para Carm<strong>en</strong> —uno de los ejemp<strong>la</strong>res campeones,éste, del Aviario Alegórico que él había coleccionado <strong>en</strong> días más felices, y que compr<strong>en</strong>día,<strong>en</strong>tre sus a<strong>la</strong>das metáforas, el Dulce (de juv<strong>en</strong>tud), el Amarillo (más afortunado que yo), elPájaro del Tiempo de Khayyáam-Fitzgerald sin adjetivo (al que poco le queda que vo<strong>la</strong>r y, ¡ay!,está <strong>en</strong> el aire), y el Obsc<strong>en</strong>o; este último, de una carta escrita por H<strong>en</strong>ry James padre a sushijos... «Todo hombre que haya alcanzado aunque no sea más que su adolesc<strong>en</strong>cia intelectual,empieza a sospechar que <strong>la</strong> vida no es una farsa; ni siquiera comedia; que, por el contrario,florece y fructifica a partir de <strong>la</strong>s más sombrías profundidades de <strong>la</strong> p<strong>en</strong>uria es<strong>en</strong>cial <strong>en</strong> <strong>la</strong> quese hund<strong>en</strong> <strong>la</strong>s raíces de su sujeto. La her<strong>en</strong>cia natural de toda persona que sea capaz de vidaespiritual es una selva indómita <strong>en</strong> <strong>la</strong> que aúl<strong>la</strong> el lobo y parlotea el obsc<strong>en</strong>o pájaro de <strong>la</strong>noche.» Ahí va eso, hijitos—. Y, <strong>en</strong> vitrina aparte, pero próxima, de <strong>la</strong> fantasía del Chamchajov<strong>en</strong> y feliz, aleteaba el cautivo de una pieza de música burbujeante campeona de <strong>la</strong> lista deéxitos, <strong>la</strong> Alegre Mariposa Huidiza que compartía l'amour con el oiseau rebelle.El amor, una zona <strong>en</strong> <strong>la</strong> que nadie que desee poseer un cuerpo humano (lo contrario de<strong>la</strong>ndroide robótico skinneriano) con experi<strong>en</strong>cia puede permitirse susp<strong>en</strong>der operaciones, e<strong>la</strong>mor, decía, te estafa, no cabe duda, y, probablem<strong>en</strong>te, te chafa. Incluso te avisa de antemano.«El amor es un pequeño bohemio —canta Carm<strong>en</strong>, que es Paradigma de <strong>la</strong> Amada, su modelo,eterno y divino—, y, si me amas, t<strong>en</strong> cuidado.» No se puede pedir más sinceridad. El propioSa<strong>la</strong>din, <strong>en</strong> sus tiempos, había amado a muchas, y ahora (así había llegado a creerlo) sufría <strong>en</strong>su carne de amante incauto <strong>la</strong> v<strong>en</strong>ganza del Amor. De <strong>la</strong>s cosas de <strong>la</strong> m<strong>en</strong>te, lo que él máshabía amado era <strong>la</strong> cultura proteica e inagotable de los pueblos de hab<strong>la</strong> inglesa; dijo, cuandocortejaba a Pame<strong>la</strong>, que Otelo, «esa obra por sí so<strong>la</strong>», valía tanto como toda <strong>la</strong> producción decualquier otro dramaturgo de cualquier otra l<strong>en</strong>gua, y aunque no se le escapaba que <strong>la</strong>definición t<strong>en</strong>ía su hipérbole, no creía exagerar mucho. (Pame<strong>la</strong>, desde luego, hacía esfuerzosconstantes para traicionar a su c<strong>la</strong>se y a su raza y, como era de esperar, se mostró horrorizada,comparó a Otelo con Shylock y luego <strong>la</strong> empr<strong>en</strong>dió con el racista de Shakespeare, creador desemejante pareja.) Él había luchado, al igual que el escritor b<strong>en</strong>galí Nirad Chaudhuri antes queél —aunque sin aquel pícaro afán de dárse<strong>la</strong>s de <strong>en</strong>fant terrible— para poder aceptar el desafíorepres<strong>en</strong>tado por <strong>la</strong> frase Civis Britannicus sum. El Imperio ya no existía, pero él sabía que«todo lo bu<strong>en</strong>o y vivo que t<strong>en</strong>ía d<strong>en</strong>tro» había sido «creado, mode<strong>la</strong>do y estimu<strong>la</strong>do» por su<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro con este islote de s<strong>en</strong>sibilidad, rodeado por <strong>la</strong> fría s<strong>en</strong>satez del mar. En cuanto a lomaterial, él había dado su amor a esta ciudad, Londres, prefiriéndo<strong>la</strong> a su ciudad natal y acualquier otra; se había deslizado sigilosam<strong>en</strong>te sobre el<strong>la</strong>, con creci<strong>en</strong>te emoción, quedándosequieto como una estatua cuando el<strong>la</strong> miraba hacia él, soñando con ser el que llegara a poseer<strong>la</strong>y, de este modo, convertirse <strong>en</strong> el<strong>la</strong>, como <strong>en</strong> ese juego de los niños ingleses que se l<strong>la</strong>ma «lospasos de <strong>la</strong> abue<strong>la</strong>», <strong>en</strong> el que el niño que toca al que «se queda» asume <strong>la</strong> deseada id<strong>en</strong>tidad; ocomo <strong>en</strong> el mito de <strong>la</strong> Rama de Oro. Londres, su naturaleza de conglomerado refleja <strong>la</strong> suyapropia, y su retic<strong>en</strong>cia, también; sus gárgo<strong>la</strong>s, <strong>la</strong>s fantasmales huel<strong>la</strong>s <strong>en</strong> sus calles de pisadasromanas, los graznidos de los gansos que emigran. Su hospitalidad — ¡sí! — a pesar de <strong>la</strong>sleyes de inmigración, y de su propia reci<strong>en</strong>te experi<strong>en</strong>cia, él aún creía que existía: unabi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida imperfecta, cierto, capaz de <strong>la</strong> intolerancia, pero real, como quedaba demostradopor <strong>la</strong> exist<strong>en</strong>cia, <strong>en</strong> un barrio de Londres Sur, de una taberna <strong>en</strong> <strong>la</strong> que no se oía más queucraniano, y por <strong>la</strong> reunión anual, celebrada <strong>en</strong> Wembley, a tiro de piedra del gran estadiorodeado de ecos imperiales — Empire Way, Empire Pool— de más de un c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ar dedelegados, todos desc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes de una única aldea de Goa. «Nosotros, los londin<strong>en</strong>ses,podemos <strong>en</strong>orgullecemos de nuestra hospitalidad», dijo a Pame<strong>la</strong>, y el<strong>la</strong>, sin poder cont<strong>en</strong>er <strong>la</strong>risa, lo llevó a ver <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> de Buster Keaton que lleva este mismo título, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que el cómico,al llegar al final de una absurda línea de ferrocarril, es objeto de un recibimi<strong>en</strong>to brutal. Enaquel <strong>en</strong>tonces, ellos gozaban con aquel<strong>la</strong>s discrepancias y, tras acaloradas disputas, acababan


<strong>en</strong> <strong>la</strong> cama... Él volvió a conc<strong>en</strong>trar su errabundo p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to <strong>en</strong> el tema de <strong>la</strong> metrópoli.Su —se repetía con terquedad— <strong>la</strong>rga tradición de refugio, condición que mant<strong>en</strong>ía apesar de <strong>la</strong> recalcitrante ingratitud de los hijos de los refugiados; y todo ello sin recurrir a <strong>la</strong>retórica virtuosa y autosufici<strong>en</strong>te alusiva a «los afligidos y perseguidos» que utilizaba <strong>la</strong>«nación de inmigrantes» del otro <strong>la</strong>do del océano, a <strong>la</strong> que tampoco se le daba muy bi<strong>en</strong> eso deabrir los brazos. ¿Acaso los Estados Unidos, con todos sus es-<strong>en</strong>-<strong>la</strong>-actualidad-o-ha-sidoalguna-vezhubieran permitido a Ho Chi Minh cocinar <strong>en</strong> sus hoteles? ¿Qué diría su leyMcCarran-Walter acerca de un Karl Marx de hoy, de barba florida, que pret<strong>en</strong>diera cruzar <strong>la</strong>línea amaril<strong>la</strong> de sus fronteras? ¡Oh Londres Londres! Hay que t<strong>en</strong>er el alma embotada para nopreferir tus espl<strong>en</strong>dores marchitos, tus nuevas vaci<strong>la</strong>ciones, a <strong>la</strong>s furibundas certidumbres de <strong>la</strong>Nueva Roma transatlántica con su gigantismo arquitectónico nazificado que esgrime <strong>la</strong>opresión del tamaño para hacer que sus ocupantes humanos se si<strong>en</strong>tan como gusanos...Londres, a pesar de un aum<strong>en</strong>to de protuberancias tales como <strong>la</strong> NatWest Tower —un logotipocorporativo extruido <strong>en</strong> <strong>la</strong> tercera dim<strong>en</strong>sión—, conservaba su esca<strong>la</strong> humana. ¡Viva!¡Zindabad!Pame<strong>la</strong> siempre reaccionaba con causticidad a tales transportes. «Son valores de museo—solía decirle—. Canonizados, colgados <strong>en</strong> marco dorado de paredes honoríficas.» ¡Todo loque pervivía <strong>la</strong> impaci<strong>en</strong>taba! ¡Cambiarlo todo! ¡Rajarlo! El dijo: «Si lo consigues, harásimposible que, d<strong>en</strong>tro de una o dos g<strong>en</strong>eraciones, aparezca algui<strong>en</strong> como tú.» El<strong>la</strong> celebrabaesta visión de su propia caducidad. Si acababa como el dodó —convertida <strong>en</strong> una reliquiadisecada, Traidora a su C<strong>la</strong>se, 1980—, ello indicaría sin duda una mejora <strong>en</strong> el mundo. Él sepermitía dis<strong>en</strong>tir, pero para <strong>en</strong>tonces ya estaban abrazados: lo cual, evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, era unamejora, reconocía él.(Un año, el Gobierno imp<strong>la</strong>ntó el cobro a <strong>la</strong> <strong>en</strong>trada <strong>en</strong> los museos, y grupos deindignados amantes del arte se manifestaban de<strong>la</strong>nte de los templos de <strong>la</strong> cultura. Chamchaquiso levantar su propia pancarta y <strong>la</strong>nzar una contraprotesta de un hombre solo. ¿Sabía aquel<strong>la</strong>g<strong>en</strong>te lo que valían <strong>la</strong>s cosas que había allí d<strong>en</strong>tro? Ahí estaban, destrozándose los pulmonescon unos cigarrillos que costaban, el paquete, más que <strong>la</strong>s <strong>en</strong>tradas por <strong>la</strong>s que protestaban; loque esa g<strong>en</strong>te manifestaba al mundo era el poco valor que daba a su patrimonio cultural...Pame<strong>la</strong> golpeó el suelo con el pie. «No te atrevas a decir eso», le atajó. El<strong>la</strong> sust<strong>en</strong>taba <strong>la</strong>opinión que privaba <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to: <strong>la</strong> de que los museos valían tanto que no se podía cobrarpor visitarlos. Es decir: «No te atreverás», y él, con sorpresa, descubrió que no se atrevía. Él noquería decir lo que podía parecer que había querido decir. Él quería decir que, quizás, <strong>en</strong>determinadas circunstancias, hubiera dado <strong>la</strong> vida por lo que había <strong>en</strong> aquellos museos. Por lotanto, él no podía tomar <strong>en</strong> serio <strong>la</strong>s objeciones al pago de unos p<strong>en</strong>iques. Ahora bi<strong>en</strong>, advertíaque <strong>la</strong> suya era una posición oscura y vulnerable.)Y <strong>en</strong>tre todos los seres humanos, Pame<strong>la</strong>, yo te quería a ti.Cultura, ciudad, esposa, y un cuarto y último amor del que no había hab<strong>la</strong>do a nadie: e<strong>la</strong>mor a un sueño. En los viejos tiempos, el sueño se repetía aproximadam<strong>en</strong>te una vez al mes;era un sueño s<strong>en</strong>cillo, que t<strong>en</strong>ía lugar <strong>en</strong> un parque de <strong>la</strong> ciudad, por una av<strong>en</strong>ida de altos olmoscuyas ramas se unían formando un túnel verde <strong>en</strong> el que el cielo y el sol p<strong>en</strong>etraban aquí y allápor <strong>la</strong>s perfectas imperfecciones del dosel de hojas. En aquel reducto silvestre, Sa<strong>la</strong>din se veíaacompañado de un niño de unos cinco años al que <strong>en</strong>señaba a ir <strong>en</strong> bicicleta. El niño, que alprincipio hacía unas eses a<strong>la</strong>rmantes, se esforzaba heroicam<strong>en</strong>te por alcanzar y mant<strong>en</strong>er elequilibrio, con <strong>la</strong> ferocidad del que quiere que su padre esté orgulloso de él. El Chamcha delsueño corría detrás de su hijo imaginario sujetando <strong>la</strong> bicicleta por el portapaquetes situado<strong>en</strong>cima de <strong>la</strong> rueda trasera. Luego <strong>la</strong> soltaba y el niño (sin saber que ya no lo sost<strong>en</strong>ía nadie)seguía avanzando: el equilibrio se adquiría como el don del vuelo, y los dos se deslizaban por <strong>la</strong>av<strong>en</strong>ida, Chamcha corri<strong>en</strong>do y el niño pedaleando cada vez con más fuerza. «¡Loconseguiste!», gritaba Sa<strong>la</strong>din con alegría, y el niño, no m<strong>en</strong>os jubiloso, gritaba a su vez:


«¡Mira, papá! ¡Mira qué pronto he apr<strong>en</strong>dido! ¿No estás cont<strong>en</strong>to de mí? ¿No estás cont<strong>en</strong>to?»Era un sueño que hacía llorar, porque, al despertar, no había bicicleta ni había niño.«¿Qué harás ahora?», le preguntó Mishal <strong>en</strong>tre los destrozos de <strong>la</strong> discoteca CeraCali<strong>en</strong>te, y él contestó, con excesiva ligereza: «¿Yo? Me parece que volveré a <strong>la</strong> vida.» Se dicepronto; al fin y al cabo, era <strong>la</strong> vida <strong>la</strong> que había recomp<strong>en</strong>sado su amor a un niño soñado con <strong>la</strong>falta de hijos: su amor a una mujer, con el distanciami<strong>en</strong>to de el<strong>la</strong> y su inseminación por elviejo compañero de estudios del marido; su amor a una ciudad, despeñándolo desde <strong>la</strong> cumbrede un Hima<strong>la</strong>ya, y su amor a una cultura, haci<strong>en</strong>do que esa cultura lo acusara, lo humil<strong>la</strong>ra, lodestruyera <strong>en</strong> el potro. Pero no del todo, se dijo; estaba otra vez <strong>en</strong>tero y podía inspirarse <strong>en</strong> elejemplo de Niccolò Machiavelli (un hombre tratado injustam<strong>en</strong>te, cuyo nombre, al igual que elde Muhammad-Mahoma-Mahound, se había convertido <strong>en</strong> sinónimo del mal; cuando, <strong>en</strong>realidad, su firme republicanismo lo <strong>en</strong>vió al potro, <strong>en</strong> el que sobrevivió, ¿fueron tres vueltas de<strong>la</strong> rueda?, lo sufici<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> cualquier caso, para que otro <strong>en</strong> su lugar confesara haber vio<strong>la</strong>do asu abue<strong>la</strong>, o lo que fuera, con tal de poner fin al dolor; pero él no confesó nada, ya que nocometió crim<strong>en</strong> alguno mi<strong>en</strong>tras sirvió a <strong>la</strong> república flor<strong>en</strong>tina, aquel<strong>la</strong> breve interrupción <strong>en</strong> <strong>la</strong>dominación de <strong>la</strong> familia Medici); si Niccolò había podido sobrevivir a semejante tortura yescribir esa acaso r<strong>en</strong>corosa o acaso sardónica parodia de <strong>la</strong> literatura sicofántica estilo espejode-príncipestan <strong>en</strong> boga <strong>en</strong> aquel <strong>en</strong>tonces, titu<strong>la</strong>da // Principe, seguida de los magistralesDiscorsi, <strong>en</strong>tonces él, Chamcha, no podía permitirse el lujo de darse por v<strong>en</strong>cido. Por lo tanto, a<strong>la</strong> resurrección: a retirar <strong>la</strong> piedra de <strong>la</strong> oscura boca del sepulcro y a hacer puñetas losproblemas jurídicos.Mishal, Hanif Johnson y Pinkwal<strong>la</strong> —a cuyos ojos <strong>la</strong>s metamorfosis de Chamchahabían convertido al actor <strong>en</strong> un héroe a través del cual <strong>la</strong> magia de <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s fantásticas conefectos especiales (Laberinto, Ley<strong>en</strong>da, Roger Rabbit) llegaba al Mundo Real— llevaron aSa<strong>la</strong>din a casa de Pame<strong>la</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> furgoneta del disc-jockey; pero esta vez él se comprimió <strong>en</strong> <strong>la</strong>cabina, con los otros tres. Era primera hora de <strong>la</strong> tarde; Jumpy estaría aún <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>trodeportivo. «Bu<strong>en</strong>a suerte», dijo Mishal dándole un beso, y Pinkwal<strong>la</strong> preguntó si quería que leesperas<strong>en</strong>. «No, gracias —respondió Sa<strong>la</strong>din—. Cuando has caído del cielo, has sidoabandonado por tu amigo, sufrido <strong>la</strong> brutalidad de <strong>la</strong> policía, te has convertido <strong>en</strong> macho cabrío,has perdido el trabajo además de <strong>la</strong> esposa, descubierto el poder del odio y recobrado <strong>la</strong>apari<strong>en</strong>cia humana, ¿qué te queda sino, como diríais vosotros sin duda, hacer valer tusderechos?» Él los despidió agitando <strong>la</strong> mano. «Bi<strong>en</strong> dicho», respondió Mishal, y arrancaron. En<strong>la</strong> esquina, los consabidos niños del barrio, con los que nunca estuvo <strong>en</strong> bu<strong>en</strong>as re<strong>la</strong>ciones,chutaban una pelota contra un farol. Uno de ellos, un canallita con ojos de cerdo de unos nueveo diez años, apuntó a Chamcha con un imaginario control remoto de vídeo gritando: «¡Avancerápido!» La suya era una g<strong>en</strong>eración que trataba de saltarse los trozos aburridos, molestos ydesagradables, pulsando <strong>la</strong> tec<strong>la</strong> de «avance rápido» para pasar de un mom<strong>en</strong>to de gran accióny emoción al sigui<strong>en</strong>te. Bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ido al hogar, p<strong>en</strong>só Sa<strong>la</strong>din, y tocó el timbre.Pame<strong>la</strong>, al verlo, se echó realm<strong>en</strong>te <strong>la</strong> mano a <strong>la</strong> garganta. «Creí que eso ya no lo hacíanadie —dijo él — . Por lo m<strong>en</strong>os, desde Dr. Strangelove.» Todavía no se le notaba elembarazo; él preguntó y el<strong>la</strong> se sonrojó, pero confirmó que iba bi<strong>en</strong>. «Hasta ahora, bi<strong>en</strong>.»Naturalm<strong>en</strong>te, estaba viol<strong>en</strong>ta; el ofrecimi<strong>en</strong>to de una taza de café <strong>en</strong> <strong>la</strong> cocina llegó con variossegundos de retraso (el<strong>la</strong> «siguió» con el whisky, bebi<strong>en</strong>do de prisa, a pesar del niño); pero <strong>en</strong>realidad Chamcha se sintió <strong>en</strong> desv<strong>en</strong>taja durante toda <strong>la</strong> <strong>en</strong>trevista. Era evid<strong>en</strong>te que Pame<strong>la</strong>compr<strong>en</strong>día que t<strong>en</strong>ía que ser el<strong>la</strong> <strong>la</strong> contrita. El<strong>la</strong> era <strong>la</strong> que quería deshacer el matrimonio, <strong>la</strong>que le había negado por lo m<strong>en</strong>os tres veces; pero él estaba tan torpe y tan tímido como el<strong>la</strong>, demanera que los dos parecían disputarse el papel de vil<strong>la</strong>no. La causa de <strong>la</strong> confusión deChamcha —recordemos que no llegó con esta actitud pusilánime, sino con el ánimo firme yagresivo— fue que, al ver a Pame<strong>la</strong>, con aquel<strong>la</strong> vivacidad exagerada, aquel<strong>la</strong> cara que eracomo una máscara de santidad detrás de <strong>la</strong> que a saber qué gusanos se rega<strong>la</strong>ban con carne


putrefacta (le a<strong>la</strong>rmó <strong>la</strong> hostilidad de <strong>la</strong>s imág<strong>en</strong>es que le <strong>en</strong>viaba el subconsci<strong>en</strong>te), <strong>la</strong> cabezaafeitada bajo el absurdo turbante, el ali<strong>en</strong>to de whisky y el gesto duro que se había imprimido<strong>en</strong> los pequeños pliegues de sus <strong>la</strong>bios, fue que, s<strong>en</strong>cil<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te, se había des<strong>en</strong>amorado ycompr<strong>en</strong>dido que no quería volver a vivir con el<strong>la</strong> ni <strong>en</strong> el caso (improbable pero noinconcebible) de que el<strong>la</strong> lo deseara. En el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que él se dio cu<strong>en</strong>ta de ello, sin saberpor qué, empezó a s<strong>en</strong>tirse culpable y, por lo tanto, <strong>en</strong> desv<strong>en</strong>taja. El perro de pelo b<strong>la</strong>ncotambién le gruñía. Entonces él recordó que <strong>en</strong> realidad no le gustaban los animales.«Supongo que lo que hice es imperdonable, ¿euh?», dijo el<strong>la</strong> como si hab<strong>la</strong>ra con elvaso, s<strong>en</strong>tada a <strong>la</strong> vieja mesa de pino de <strong>la</strong> espaciosa cocina.Aquel ¿euh? americanizante era nuevo. ¿Otro de los muchos at<strong>en</strong>tados contra su casta?¿O se le había contagiado de Jumpy o de cualquier hippy amigo suyo, como una <strong>en</strong>fermedad?(Otra vez aquel <strong>en</strong>sañami<strong>en</strong>to: basta ya. Ahora que había dejado de querer<strong>la</strong>, quedaba fuera delugar.) «No creo poder decir que soy capaz de perdonar —respondió él—. Al parecer, es unareacción que no dep<strong>en</strong>de de mi voluntad; es algo que se da o no se da, y yo no me <strong>en</strong>tero hastaque ocurre. Digamos, por el mom<strong>en</strong>to, que el jurado está deliberando.» A el<strong>la</strong> no le gustóaquello; el<strong>la</strong> quería que él resolviera <strong>la</strong> situación para que pudieran tomar el maldito café <strong>en</strong>paz. Pame<strong>la</strong> siempre hizo un café detestable; no obstante, no era esto lo que preocupaba aChamcha <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to. «Pi<strong>en</strong>so insta<strong>la</strong>rme aquí —dijo—. La casa es grande y hayespacio de sobra. Me reservaré el estudio y <strong>la</strong>s habitaciones del piso de abajo, con el baño delos invitados, para estar completam<strong>en</strong>te indep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te. Pi<strong>en</strong>so usar muy poco <strong>la</strong> cocina.Supongo que, puesto que no se <strong>en</strong>contró mi cadáver, oficialm<strong>en</strong>te todavía estoy desaparecidopresumiblem<strong>en</strong>te-muerto,y que tú no habrás ido al juzgado a borrarme del mapa. Por lo tanto,no creo que se tarde mucho <strong>en</strong> resucitarme, una vez avise a B<strong>en</strong>tine, Milligan y Sellers.»(Respectivam<strong>en</strong>te, abogado, gestor y ag<strong>en</strong>te de Chamcha.) Pame<strong>la</strong> escuchaba <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio,dando a <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der con <strong>la</strong> postura que no p<strong>en</strong>saba discutir sus decisiones, que no habíainconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te: hacía reparación por medio del l<strong>en</strong>guaje corporal. «Después, v<strong>en</strong>deremos esto ypodrás conseguir tu divorcio.» Él salió de <strong>la</strong> cocina rápidam<strong>en</strong>te, haci<strong>en</strong>do mutis antes de quele diera el temblor, que le acometió nada más llegar a <strong>la</strong> guarida. Abajo, Pame<strong>la</strong> estaríallorando; él no lloraba con facilidad, pero a temb<strong>la</strong>r nadie le ganaba. Y ahora empezabatambién el corazón: bum, badum, dududum.Para volver a nacer, antes ti<strong>en</strong>es que morir.* * *Cuando se quedó solo, Sa<strong>la</strong>din recordó de pronto que, <strong>en</strong> cierta ocasión, él y Pame<strong>la</strong>habían discutido, como discutían de todo, sobre un cu<strong>en</strong>to que habían leído que tratabaprecisam<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> naturaleza de lo imperdonable. El título y el autor se le habían olvidado,pero el tema lo recordaba bi<strong>en</strong>. Un hombre y una mujer habían sido amigos íntimos (nuncaamantes) durante toda <strong>la</strong> vida. El día <strong>en</strong> que él cumplía veintiún años (<strong>en</strong>tonces los dos eranpobres) el<strong>la</strong> le regaló, para bromear, el jarrón de cristal más horrible y ordinario que <strong>en</strong>contró,con unos colores que eran una parodia chillona de <strong>la</strong> alegría del cristal de V<strong>en</strong>ecia. Veinte añosdespués, cuando los dos habían triunfado y empezaban a peinar canas, el<strong>la</strong> fue a verle a su casay se peleó con él por algo que él había hecho a un amigo de ambos. Durante <strong>la</strong> disputa, el<strong>la</strong> vioel viejo jarrón, que él conservaba <strong>en</strong> lugar de honor <strong>en</strong> <strong>la</strong> repisa de su estudio, y el<strong>la</strong>, sininterrumpir sus reproches, lo barrió con un ademán y el jarrón se estrelló contra el suelorompiéndose <strong>en</strong> mil pedazos. Y él no volvió a dirigirle <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra; cuando el<strong>la</strong> se moría, mediosiglo después, él se negó a visitar<strong>la</strong> <strong>en</strong> su lecho de muerte y no asistió al <strong>en</strong>tierro, a pesar de quefueron a verle emisarios para decirle que éstos eran los mayores deseos de el<strong>la</strong>. «Decidle que


el<strong>la</strong> nunca supo lo mucho que yo valoraba lo que el<strong>la</strong> rompió.» Los emisarios argum<strong>en</strong>taban,suplicaban, reprochaban. Si el<strong>la</strong> no sabía todo el significado que él daba a <strong>la</strong> baratija, ¿cómopodía reprochársele nada? ¿Y durante aquellos años, no había hecho el<strong>la</strong> infinidad de t<strong>en</strong>tativaspidi<strong>en</strong>do perdón y ofreci<strong>en</strong>do reparación? Y ahora se moría, por Dios; ¿no podía olvidar al finaquel<strong>la</strong> pelea infantil? Habían perdido una vida de amistad, ¿no iban ni a poder decirse adiós?«No», respondió el imp<strong>la</strong>cable. «¿Es por el jarrón, o existe algún motivo más grave yt<strong>en</strong>ebroso?» «Es por el jarrón —dec<strong>la</strong>ró él—. El jarrón y nada más.» Pame<strong>la</strong> decía que elhombre era mezquino y cruel, pero Chamcha ya <strong>en</strong>tonces advirtió <strong>la</strong> extraña intimidad, <strong>la</strong>inexplicable interioridad del caso. «No se puede juzgar una herida interna — dijo— por eltamaño de <strong>la</strong> herida, del agujero que se ve.» Sunt <strong>la</strong>crimae rerum, como habría dicho el exmaestro Sufyan, y durante muchos días no faltó a Sa<strong>la</strong>din ocasión de descubrir <strong>la</strong>s lágrimas <strong>en</strong><strong>la</strong>s cosas. Al principio, ap<strong>en</strong>as salía de su guarida, para aclimatarse sin prisa, esperando que <strong>la</strong>habitación recobrara algo de aquel<strong>la</strong> solidez reconfortante de antaño, de antes de <strong>la</strong> alteracióndel universo. Veía mucha televisión con mirada distraída, cambiando de canalcompulsivam<strong>en</strong>te, porque también él era miembro de <strong>la</strong> cultura del mando a distancia delpres<strong>en</strong>te, como el crío de <strong>la</strong> esquina, el de los ojitos de cerdo; también él podía compr<strong>en</strong>der, o,por lo m<strong>en</strong>os, hacerse <strong>la</strong> ilusión de que compr<strong>en</strong>día, el complejo videomonstruo que se creapulsando el botón... Qué gran igua<strong>la</strong>dor era este chisme del control remoto, una cama deProcrustes siglo veinte; trivializaba lo trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te y daba trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia a lo trivial hasta quetodas <strong>la</strong>s emisiones, anuncios, asesinatos, concursos, <strong>la</strong>s mil y una alegrías y horrores de lo realy lo imaginario adquirían un peso igual; y si el Procrustes original, ciudadano de una culturaque podríamos l<strong>la</strong>mar «artesana», había t<strong>en</strong>ido que ejercitar tanto el cerebro como el músculo,él, Chamcha, podía permanecer recostado <strong>en</strong> su butaca Parker-Knoll y dejar que sus dedoshicieran los cortes. Mi<strong>en</strong>tras recorría canales, le parecía que <strong>la</strong> caja estaba ll<strong>en</strong>a de monstruos:había mutantes —«Mutts»— <strong>en</strong> Dr. Who, criaturas extrañas que parecían cruces de difer<strong>en</strong>testipos de maquinaria pesada: cosechadoras de h<strong>en</strong>o, cucharas mecánicas, carretil<strong>la</strong>s, pr<strong>en</strong>sas ysierras, mandadas por unos crueles cabecil<strong>la</strong>s-sacerdotes l<strong>la</strong>mados Muti<strong>la</strong>sians; <strong>la</strong> televisióninfantil parecía estar pob<strong>la</strong>da únicam<strong>en</strong>te de robots humanoides y criaturas de cuerpometamórfico, mi<strong>en</strong>tras que los programas para adultos ofrecían un desfile interminable dedeformes subproductos humanos de <strong>la</strong>s más avanzadas ideas de <strong>la</strong> medicina moderna, y de suscómplices, <strong>la</strong>s <strong>en</strong>fermedades modernas y <strong>la</strong> guerra. Al parecer un hospital de <strong>la</strong> Guayanaconservaba el cuerpo de un tritón perfectam<strong>en</strong>te formado, con sus aletas y sus escamas. En losHigh<strong>la</strong>nds de Escocia estaba <strong>en</strong> auge <strong>la</strong> licantropía. Se discutía seriam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> viabilidadg<strong>en</strong>ética del c<strong>en</strong>tauro. Se mostraba una operación de cambio de sexo. Aquello le recordó unadetestable poesía que Jumpy Joshi le había <strong>en</strong>señado tímidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el Shaandaar D y D. Sel<strong>la</strong>maba «Canto al Cuerpo Ecléctico» y era repres<strong>en</strong>tativa del conjunto. Pero, de todos modos,él ti<strong>en</strong>e un cuerpo completo, p<strong>en</strong>só Sa<strong>la</strong>din con amargura. Le ha hecho un niño a Pame<strong>la</strong> sin elm<strong>en</strong>or esfuerzo; <strong>en</strong> sus malditos cromosomas no debe de haber palitos rotos... Hasta se vio a símismo <strong>en</strong> <strong>la</strong> reposición de un viejo «clásico» de La hora de los Ali<strong>en</strong>s (<strong>en</strong> <strong>la</strong> cultura de «avancerápido», <strong>la</strong> categoría de clásico se consigue <strong>en</strong> no más de seis meses, a veces, de un día paraotro). El efecto de toda aquel<strong>la</strong> contemp<strong>la</strong>ción de <strong>la</strong> caja fue una bu<strong>en</strong>a abol<strong>la</strong>dura <strong>en</strong> lo queaún le quedaba de su concepto de <strong>la</strong> calidad media normal de lo real; pero también había <strong>en</strong>funcionami<strong>en</strong>to fuerzas de signo contrario.En El mundo del jardinero le <strong>en</strong>señaron a hacer el injerto l<strong>la</strong>mado «de quimera»(casualm<strong>en</strong>te, el mismo que era el orgullo del jardín de Otto Cone); y aunque su falta deat<strong>en</strong>ción le hizo perderse el nombre de los dos árboles que se habían fundido <strong>en</strong> uno —¿Morera? ¿Laurel? ¿Retama?—, el árbol <strong>en</strong> sí le produjo un sobresalto que le hizo erguirse <strong>en</strong>su asi<strong>en</strong>to. Allí <strong>la</strong> t<strong>en</strong>ía, una quimera palpable, con raíces, firmem<strong>en</strong>te p<strong>la</strong>ntada ydesarrollándose vigorosam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> suelo inglés: un árbol, p<strong>en</strong>só, que podía ocupar el lugarmetafórico de aquel otro árbol que el padre de uno había ta<strong>la</strong>do <strong>en</strong> un lejano jardín <strong>en</strong> otro


mundo, distante e incompatible. Si este árbol era viable, él también podía serlo; también élpodía ser coher<strong>en</strong>te, echar raíces, sobrevivir. Entre todas <strong>la</strong>s imág<strong>en</strong>es televisuales de <strong>la</strong>stragedias híbridas —<strong>la</strong> inutilidad de los tritones, los fracasos de <strong>la</strong> cirugía plástica, <strong>la</strong> vaciedadde bu<strong>en</strong>a parte del arte moderno, tan insípido como el esperanto, <strong>la</strong> Coca-Colonización delp<strong>la</strong>neta— se le ofrecía este regalo. Sufici<strong>en</strong>te. Apagó el televisor.Gradualm<strong>en</strong>te, su r<strong>en</strong>cor hacia Gibreel fue disminuy<strong>en</strong>do. Tampoco los cuernos,pezuñas, etcétera volvían a aparecer. Evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, se había iniciado un proceso de curación.En realidad, a medida que pasaban los días, no ya Gibreel, sino todas <strong>la</strong>s experi<strong>en</strong>cias vividasúltimam<strong>en</strong>te por Sa<strong>la</strong>din, llegaron a parecerle incoher<strong>en</strong>tes, como ocurre incluso con <strong>la</strong> máspertinaz de <strong>la</strong>s pesadil<strong>la</strong>s una vez te has <strong>la</strong>vado <strong>la</strong> cara, cepil<strong>la</strong>do los di<strong>en</strong>tes y tomado una tazade algo fuerte y cali<strong>en</strong>te. Empezó a hacer expediciones al mundo exterior, a los asesoresprofesionales, abogado gestor ag<strong>en</strong>te, a los que Pame<strong>la</strong> solía l<strong>la</strong>mar «los gori<strong>la</strong>s», y cuandoestaba s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong>tre los contrap<strong>la</strong>cados, libros y carpetas de aquellos despachos serios, <strong>en</strong> losque, evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, nunca podrían ocurrir mi<strong>la</strong>gros, él solía aludir a su «<strong>en</strong>fermedad», «eltrauma del accid<strong>en</strong>te», etcétera, explicando su desaparición como si nunca hubiera caído delcielo, cantando «Rule Britannia» mi<strong>en</strong>tras Gibreel aul<strong>la</strong>ba una canción de <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> Shree420. Hizo un esfuerzo para reanudar su antigua actividad cultural y<strong>en</strong>do a conciertos, sa<strong>la</strong>s deexposiciones y teatros, y, si su reacción era un tanto abúlica, si estas visitas no conseguíanhacerle volver a casa <strong>en</strong> el estado de exaltación que era el efecto que él esperaba de todo el artepuro, <strong>en</strong>tonces él se repetía que <strong>la</strong> emoción no tardaría <strong>en</strong> volver; él había t<strong>en</strong>ido «una ma<strong>la</strong>experi<strong>en</strong>cia» y necesitaba un poco de tiempo.En su guarida, s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> <strong>la</strong> butaca Parker-Knoll, rodeado de sus cosas —los pierrots deporce<strong>la</strong>na, el espejo <strong>en</strong> forma de corazón de caricatura, Eros sost<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do <strong>en</strong> alto el globo de unalámpara antigua—, Sa<strong>la</strong>din se felicitaba de ser <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se de persona incapaz de alim<strong>en</strong>tar el odiodurante mucho tiempo. Quizás, al fin y al cabo, el amor fuera más duradero que el odio; aunqueel amor cambiara, siempre quedaba una sombra, una forma perdurable. Por ejemplo, haciaPame<strong>la</strong> estaba seguro de no s<strong>en</strong>tir sino el afecto más altruista. Quizás el odio era como unahuel<strong>la</strong> dacti<strong>la</strong>r <strong>en</strong> el cristal del alma s<strong>en</strong>sible; una simple marca de grasa, que se borraba so<strong>la</strong>.¿Gibreel? Bah, ya estaba olvidado; ya no existía. Así, r<strong>en</strong>unciar al r<strong>en</strong>cor era alcanzar <strong>la</strong>libertad.El optimismo de Sa<strong>la</strong>din iba <strong>en</strong> aum<strong>en</strong>to, pero el papeleo de su vuelta a <strong>la</strong> vida estabaresultando más l<strong>en</strong>to de lo que él esperaba. Los bancos no se daban ninguna prisa <strong>en</strong>desbloquear sus cu<strong>en</strong>tas y él t<strong>en</strong>ía que pedir préstamos a Pame<strong>la</strong>. Tampoco le era fácil<strong>en</strong>contrar trabajo. Charlie Sellers, su ag<strong>en</strong>te, le explicó por teléfono: «Los cli<strong>en</strong>tes si<strong>en</strong>t<strong>en</strong>escrúpulos. Empiezan a hab<strong>la</strong>r de zombies, y todo esto les parece poco limpio, como robar unatumba.» Charlie, que a sus cincu<strong>en</strong>ta y tantos años conservaba <strong>la</strong> voz de niña pava de <strong>la</strong>aristocracia rural, daba <strong>la</strong> impresión de que compartía el punto de vista de los cli<strong>en</strong>tes. «T<strong>en</strong>paci<strong>en</strong>cia —le aconsejó—. Ya se les pasará. Al fin y al cabo, tú no eres un Drácu<strong>la</strong>, por Dios.»Gracias, Charlie.Sí: su odio obsesivo hacia Gibreel, su sueño de exigir una v<strong>en</strong>ganza cruel y equitativa,todo esto eran cosas del pasado, aspectos de una realidad incompatible con su apasionado deseode restablecer <strong>la</strong> vida normal. Ni siquiera <strong>la</strong> imaginería sediciosa y disolv<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> televisiónpodía desviarle de su propósito. Lo que él rechazaba era <strong>la</strong> imag<strong>en</strong> de sí mismo y de Gibreelcomo monstruos. Monstruos, pues vaya: <strong>la</strong> idea no podía ser más absurda. En el mundo habíaverdaderos monstruos: dictadores g<strong>en</strong>ocidas, vio<strong>la</strong>dores de niños, el Destripador de Abue<strong>la</strong>s.(Aquí no t<strong>en</strong>ía más remedio que reconocer que, a pesar del excel<strong>en</strong>te concepto que antaño lemerecía <strong>la</strong> Policía Metropolitana, <strong>la</strong> det<strong>en</strong>ción de Uhuru Simba era excesivam<strong>en</strong>te oportuna yconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te.) No t<strong>en</strong>ías más que abrir un periódico amarillo cualquier día de <strong>la</strong> semana para<strong>en</strong>contrar a homosexuales ir<strong>la</strong>ndeses locos que ll<strong>en</strong>aban <strong>la</strong> boca de tierra a los niños. Pame<strong>la</strong>,naturalm<strong>en</strong>te, opinaba que el término de «monstruo» era excesivam<strong>en</strong>te —¿cómo diría?—


s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cioso hacia estas personas; <strong>la</strong> caridad, decía, nos exigía considerar<strong>la</strong>s como víctimas de<strong>la</strong> época. La caridad, respondía él, exigía consideración hacia <strong>la</strong>s víctimas que hacían ellos.«Eres un caso perdido —dijo el<strong>la</strong> con su voz más aristocrática—. Y es que pi<strong>en</strong>sas <strong>en</strong> términosde mediocres puntos de debate.»Y había otros monstruos, no m<strong>en</strong>os reales que los demonios de <strong>la</strong> pr<strong>en</strong>sa amaril<strong>la</strong>: eldinero, el poder, el sexo, <strong>la</strong> muerte, el amor. Ángeles y demonios, ¿qué falta hacían? «¿Por quélos demonios, si el hombre es ya un demonio?», preguntaba desde su buhardil<strong>la</strong> de Tishevitz el«último demonio» de Singer, el Nobel. A lo que Chamcha, con su ecuanimidad y su reflejo detodos-t<strong>en</strong>emos-nuestras-virtudes-y-nuestros-defectos, deseaba agregar: «¿Y por qué ángeles, sitambién el hombre es angélico?» (¿Cómo explicar, si no, <strong>la</strong> pintura de Leonardo? ¿Y eraMozart <strong>en</strong> realidad un Belcebú con peluca empolvada?) Pero había que reconocer, y éste era supunto original, que <strong>la</strong>s circunstancias de <strong>la</strong> época no requerían explicaciones diabólicas.* * *Yo no digo nada. No me pidan que ac<strong>la</strong>re <strong>la</strong>s cosas <strong>en</strong> un s<strong>en</strong>tido o <strong>en</strong> otro; <strong>la</strong> época de<strong>la</strong>s reve<strong>la</strong>ciones ya pasó. Las reg<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> Creación están bastante c<strong>la</strong>ras: tú haces unos p<strong>la</strong>nes,creas <strong>la</strong>s cosas así o asá y luego <strong>la</strong>s dejas a su aire. ¿Dónde estaría <strong>la</strong> gracia, si siempre hubierasde estar intervini<strong>en</strong>do, apuntando, cambiando <strong>la</strong>s reg<strong>la</strong>s, arbitrando <strong>en</strong> <strong>la</strong>s peleas? Bi<strong>en</strong>, hastaahora me he mant<strong>en</strong>ido bastante quieto y no t<strong>en</strong>go int<strong>en</strong>ción de cambiar de táctica. No creanque no he s<strong>en</strong>tido el deseo de meter baza; sí que lo he s<strong>en</strong>tido, muchas veces. Y, <strong>en</strong> unaocasión, hasta <strong>en</strong>tré <strong>en</strong> esc<strong>en</strong>a, es verdad. Aparecí <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama de Alleluia Cone y hablé conGibreel superstar. Ooparva<strong>la</strong> o Neechayva<strong>la</strong>, preguntaba él, pero yo no le saqué de dudas; ytampoco pi<strong>en</strong>so contarle nada al desconcertado Chamcha.Ahora me marcho. Él va a acostarse.* * *Por <strong>la</strong> noche era cuando más le costaba mant<strong>en</strong>er su nuevo, tímido y todavía frágiloptimismo, porque por <strong>la</strong> noche no era tan fácil negar ese otro mundo de cuernos y pezuñas. Yestaba también el asunto de <strong>la</strong>s dos mujeres que habían empezado a frecu<strong>en</strong>tar sus sueños. Laprimera —costaba trabajo reconocerlo, incluso a uno mismo— no era otra que <strong>la</strong> mujer-niñadel Shaandaar, su fiel aliada de sus tiempos de pesadil<strong>la</strong> que él tanto se empeñaba ahora <strong>en</strong>ocultar tras trivialidades y brumas, <strong>la</strong> aficionada a <strong>la</strong>s artes marciales, <strong>la</strong> amante de HanifJohnson: Mishal Sufyan.La otra mujer —a <strong>la</strong> que dejara <strong>en</strong> Bombay con el puñal de su marcha c<strong>la</strong>vado <strong>en</strong> elcorazón, y que aún debía de creerle muerto— era Ze<strong>en</strong>y Vakil.* * *El nerviosismo de Jumpy Joshi cuando se <strong>en</strong>teró de que Sa<strong>la</strong>din Chamcha había vueltobajo su forma humana y ocupaba los últimos pisos de <strong>la</strong> casa de Notting Hill, era unespectáculo p<strong>en</strong>oso que indignó a Pame<strong>la</strong> más de lo que el<strong>la</strong> hubiera estado dispuesta areconocer. La primera noche —había decidido no decírselo hasta que lo tuviera seguro <strong>en</strong>tre


sábanas—, al oír <strong>la</strong> noticia, él dio un salto que le hizo ir a parar a un metro de <strong>la</strong> cama, y sequedó de pie <strong>en</strong> <strong>la</strong> alfombra azul celeste, <strong>en</strong> cueros, temb<strong>la</strong>ndo y con el pulgar <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca.«Vuelve a <strong>la</strong> cama y no hagas el imbécil», ord<strong>en</strong>ó el<strong>la</strong>, pero él movió furiosam<strong>en</strong>te <strong>la</strong>cabeza y se sacó el dedo de <strong>la</strong> boca el tiempo justo para tartamudear: «¡Pero si él está aquí! ¡Enesta casal ¿Cómo quieres que jo...?» Hizo un lío con <strong>la</strong> ropa y huyó de <strong>la</strong> habitación. El<strong>la</strong> oyóunos golpes que indicaban que los zapatos, y quizá también su persona, habían rodado por <strong>la</strong>escalera. «Me alegro —le gritó—. Ojalá te desnuques, gallina.»Pero, mom<strong>en</strong>tos después, Sa<strong>la</strong>din recibió <strong>la</strong> visita de su separada esposa, que v<strong>en</strong>ía con<strong>la</strong> cara colorada y <strong>la</strong> cabeza desnuda y hab<strong>la</strong>ba con voz sorda, apretando los di<strong>en</strong>tes. «J. J. estáahí fuera, <strong>en</strong> <strong>la</strong> calle. El muy idiota dice que no <strong>en</strong>tra si tú no le das permiso.» Como decostumbre, había bebido. Chamcha, vivam<strong>en</strong>te asombrado, preguntó impulsivam<strong>en</strong>te: «¿Y tú?¿Tú quieres que <strong>en</strong>tre?» Lo cual fue interpretado por Pame<strong>la</strong> como afán de ahondar <strong>en</strong> <strong>la</strong>herida. Poniéndose aún más colorada, asintió con feroz humil<strong>la</strong>ción. Sí.Por lo tanto, <strong>en</strong> su primera noche <strong>en</strong> casa, Sa<strong>la</strong>din Chamcha salió a <strong>la</strong> calle —«¡Eh,hombre! ¡No pasa nada!» Jumpy, aterrorizado, le saludó juntando <strong>la</strong>s manos para disimu<strong>la</strong>r elmiedo— y conv<strong>en</strong>ció al amante de su esposa de que se acostara con el<strong>la</strong>. Luego volvió al pisode arriba, porque Jumpy, confuso, no quería <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> <strong>la</strong> casa mi<strong>en</strong>tras Chamcha estuviera a <strong>la</strong>vista.«¡Qué hombre! —sollozó Jumpy a Pame<strong>la</strong>—. ¡Es un príncipe, un santo!»«Si no te cal<strong>la</strong>s, te echo al perro», advirtió Pame<strong>la</strong> Chamcha, al borde de <strong>la</strong> apoplejía.* * *Jumpy siguió considerando perturbadora <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>cia de Chamcha, que le parecía (ajuzgar por su conducta) una sombra am<strong>en</strong>azadora a <strong>la</strong> que había que apaciguar constantem<strong>en</strong>te.Cuando preparaba algún guiso para Pame<strong>la</strong> (con gran sorpresa y alivio de el<strong>la</strong>, Jumpy habíaresultado todo un chef de <strong>la</strong> cocina mugh<strong>la</strong>i) él insistía <strong>en</strong> invitar a Chamcha a comer con ellosy, cuando Sa<strong>la</strong>din se excusaba, le subía una bandeja, explicando a Pame<strong>la</strong> que lo contrario seríauna grosería y hasta una provocación. «¡Fíjate lo que consi<strong>en</strong>te bajo su propio techo! Estehombre es un gigante; lo m<strong>en</strong>os que podemos hacer es ser corteses.» Pame<strong>la</strong>, con creci<strong>en</strong>teindignación, t<strong>en</strong>ía que soportar una serie de actos de este t<strong>en</strong>or con <strong>la</strong>s homilíascorrespondi<strong>en</strong>tes. «Nunca hubiera creído que fueras tan conv<strong>en</strong>cional», rezongaba, y Jumpyrespondía: «Es, simplem<strong>en</strong>te, cuestión de respeto.» En nombre del respeto, Jumpy llevaba aChamcha tazas de té, periódicos y correo: cada vez que llegaba a <strong>la</strong> <strong>en</strong>orme casa, no dejaba desubir a hacerle una visita de veinte minutos por lo m<strong>en</strong>os, el tiempo mínimo que su s<strong>en</strong>tido de<strong>la</strong> cortesía consideraba adecuado, mi<strong>en</strong>tras Pame<strong>la</strong> paseaba y se servía bourbon tres pisos másabajo. Llevaba a Sa<strong>la</strong>din pequeños obsequios: ofr<strong>en</strong>das propiciatorias de libros, viejosprogramas de teatro y máscaras. Cuando Pame<strong>la</strong> protestaba, él argum<strong>en</strong>taba con unapasionami<strong>en</strong>to inoc<strong>en</strong>te y testarudo: «No podemos hacer como si él fuera invisible. Está aquí,¿no? Pues t<strong>en</strong>emos que darle <strong>en</strong>trada <strong>en</strong> nuestra vida.» Pame<strong>la</strong> respondió agriam<strong>en</strong>te: «¿Porqué no le invitas a que se acueste con nosotros?» A lo que Jumpy respondió completam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>serio: «No creí que tú consintieras.»A pesar de su incapacidad para re<strong>la</strong>jarse y aceptar con naturalidad <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>cia deChamcha <strong>en</strong> el piso alto, <strong>en</strong> el interior de Jumpy Joshi algo se había apaciguado al recibir deaquel modo tan poco usual <strong>la</strong> b<strong>en</strong>dición de su antecesor. Ahora que podía reconciliar losimperativos del amor y de <strong>la</strong> amistad, estaba mucho más alegre y s<strong>en</strong>tía que <strong>en</strong> su interiorarraigaba <strong>la</strong> idea de <strong>la</strong> paternidad. Una noche tuvo un sueño que por <strong>la</strong> mañana le hizo llorar deilusionada esperanza: un simple sueño, <strong>en</strong> el que él corría por una av<strong>en</strong>ida arbo<strong>la</strong>da, ayudando


a un niño a montar <strong>en</strong> bicicleta. «¿No estás cont<strong>en</strong>to de mí? —gritaba el niño, jubiloso—. Mira,¿no estás cont<strong>en</strong>to?»* * *Pame<strong>la</strong> y Jumpy interv<strong>en</strong>ían <strong>en</strong> <strong>la</strong> campaña organizada para protestar por <strong>la</strong> det<strong>en</strong>cióndel doctor Uhuru Simba por los asesinatos del Destripador de Abue<strong>la</strong>s. También esto lodiscutió Jumpy con Sa<strong>la</strong>din <strong>en</strong> el último piso. «Todo está amañado, a base de pruebascircunstanciales e insinuaciones. Hanif dice que por <strong>la</strong>s brechas que hay <strong>en</strong> <strong>la</strong> acusación podríapasar un camión. Es, s<strong>en</strong>cil<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te una <strong>en</strong>cerrona; lo que está por ver es hasta dónde pi<strong>en</strong>sanllegar. Que lo procesan, es seguro. Incluso quizá t<strong>en</strong>gan testigos que dec<strong>la</strong>r<strong>en</strong> que le vierondespedazar a <strong>la</strong>s ancianas. Dep<strong>en</strong>de de <strong>la</strong>s ganas que t<strong>en</strong>gan de cazarlo. Yo diría que bastantes.Hace tiempo que se le oye mucho <strong>en</strong> esta ciudad.» Chamcha aconsejó prud<strong>en</strong>cia. Recordandoel odio de Mishal Sufyan hacia Simba, dijo: «Ese hombre ti<strong>en</strong>e anteced<strong>en</strong>tes de viol<strong>en</strong>ciacontra <strong>la</strong>s mujeres, ¿no?» Jumpy volvió <strong>la</strong>s palmas de <strong>la</strong>s manos hacia fuera. «En su vidapersonal —reconoció—, ese hombre es mierda. Pero eso no quiere decir que vaya por ahídestripando a ciudadanas de <strong>la</strong> tercera edad; no hay que ser un ángel para ser inoc<strong>en</strong>te. Am<strong>en</strong>os que seas negro, naturalm<strong>en</strong>te. —Chamcha dejó pasar <strong>la</strong> observación sin hacercom<strong>en</strong>tarios—. Aquí <strong>la</strong> cuestión no es personal, sino política —recalcó Jumpy, y agregó allevantarse para salir—: Hum, mañana hay una reunión para tratar de eso. Pame<strong>la</strong> y yo t<strong>en</strong>emosque ir; por favor, quiero decir si quieres, si te interesa, c<strong>la</strong>ro, podrías ir con nosotros.» «¿Le haspedido que vaya con nosotros? —Pame<strong>la</strong> no podía creerlo. Ahora t<strong>en</strong>ía náuseas casiconstantem<strong>en</strong>te, lo cual no contribuía a poner<strong>la</strong> de bu<strong>en</strong> humor—. ¿Le has invitado sinconsultarme? —Jumpy estaba contrito—. De todos modos, no importa —le absolvió—. No esfácil que a él le pill<strong>en</strong> <strong>en</strong> un acto de ésos.»Pero por <strong>la</strong> mañana Sa<strong>la</strong>din se pres<strong>en</strong>tó <strong>en</strong> el vestíbulo con un elegante traje marrón,abrigo de piel de camello, bufanda de seda y sombrero marrón de copa h<strong>en</strong>dida tirando alechuguino. «¿Adónde vas? —preguntó Pame<strong>la</strong> con turbante, chaqueta de cuero exced<strong>en</strong>temilitar y pantalones de chándal que reve<strong>la</strong>ban el incipi<strong>en</strong>te <strong>en</strong>sanchami<strong>en</strong>to de su cintura—.¿Al cond<strong>en</strong>ado Ascot?» «T<strong>en</strong>ía <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido que se me había invitado a una reunión», respondióSa<strong>la</strong>din con su ac<strong>en</strong>to m<strong>en</strong>os combativo, y Pame<strong>la</strong> hizo una mueca. «T<strong>en</strong> mucho cuidado —leadvirtió—. Con esa pinta, lo más probable es que te atraqu<strong>en</strong>.»* * *¿Qué le atraía al otro mundo, a <strong>la</strong> subciudad cuya exist<strong>en</strong>cia había negado taninsist<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te? ¿Qué o, mejor dicho, quién le obligaba, por el mero hecho de su exist<strong>en</strong>cia, asalir del capullo-guarida <strong>en</strong> el que, poco a poco —por lo m<strong>en</strong>os eso creía él—, iba recuperandosu antigua personalidad, y zambullirse <strong>en</strong> <strong>la</strong>s peligrosas (por ignotas) aguas del mundo y de símismo? «Yo t<strong>en</strong>go el tiempo justo de ir a <strong>la</strong> reunión antes de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se de karate», dijo JumpyJoshi a Sa<strong>la</strong>din. La c<strong>la</strong>se de karate donde esperaba su alumna estrel<strong>la</strong>: alta, con el arco iris <strong>en</strong> elpelo y, agregó Jumpy, dieciocho años recién cumplidos. Sa<strong>la</strong>din, ignorando que también Jumpysufría <strong>la</strong>s mismas inconfesables ansias, cruzó <strong>la</strong> ciudad para aproximarse a Mishal Sufyan.* * *


Él p<strong>en</strong>saba que sería una reunión pequeña, y había imaginado una trasti<strong>en</strong>da ll<strong>en</strong>a detipos sospechosos con el aspecto y <strong>la</strong> oratoria de Malcolm X (Chamcha recordaba que le habíadivertido cierto chiste de un cómico de <strong>la</strong> televisión —«Está aquel del negro que se cambió elnombre adoptando el de Mr. X y luego demandó a News of the World por libelo»—, con lo queprovocó una de <strong>la</strong>s peores peleas de su matrimonio), y alguna que otra mujer indignada; élesperaba mucho puño cerrado y mucha rectitud moral. Lo que <strong>en</strong>contró fue una sa<strong>la</strong> grande, <strong>la</strong>Casa de los Amigos de Brickhall, atestada de todos los tipos imaginables: mujeres viejas yanchas y colegiales uniformados, Rastas y trabajadores de hostelería, el personal del pequeñosupermercado chino de P<strong>la</strong>ssey Street, caballeros sobriam<strong>en</strong>te vestidos y chicos turbul<strong>en</strong>tos,b<strong>la</strong>ncos y negros. El ánimo de <strong>la</strong> multitud distaba mucho de ser <strong>la</strong> especie de histerismoevangélico que él había imaginado; era tranquilo, preocupado, deseoso de saber lo que podíahacerse. Había cerca de él una jov<strong>en</strong> negra que miró su atu<strong>en</strong>do con expresión de regocijo; él <strong>la</strong>miró a su vez y el<strong>la</strong> rió: «Oh, perdón, no quería molestar.» El<strong>la</strong> llevaba una insignia l<strong>en</strong>ticu<strong>la</strong>rde <strong>la</strong>s que cambian el m<strong>en</strong>saje cuando te mueves. Según el ángulo, se leía: Uhuru por el Simbao Libertad para el León. «Es por el significado del nombre que ha elegido —explicó el<strong>la</strong>innecesariam<strong>en</strong>te—. En africano.» ¿Qué l<strong>en</strong>gua?, preguntó Sa<strong>la</strong>din. El<strong>la</strong> se <strong>en</strong>cogió dehombros y se volvió hacia los oradores. Africano: nacido, según el<strong>la</strong>, <strong>en</strong> Lewisham, o Depford,New Cross, era todo lo que el<strong>la</strong> necesitaba saber... Pame<strong>la</strong> le siseó al oído. «Veo que por finhas <strong>en</strong>contrado a algui<strong>en</strong> que te hace s<strong>en</strong>tirte superior.» Todavía podía leer <strong>en</strong> él como <strong>en</strong> unlibro abierto.Una mujer pequeñita de unos set<strong>en</strong>ta y cinco años fue conducida al estrado que selevantaba a un extremo de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> por un hombre huesudo que, según observó Chamcha casicon alivio, parecía realm<strong>en</strong>te un dirig<strong>en</strong>te del Poder Negro americano, concretam<strong>en</strong>te el jov<strong>en</strong>Stokely Carmichael —<strong>la</strong>s mismas vehem<strong>en</strong>tes gafas—, y que hacía <strong>la</strong>s veces de una especie depres<strong>en</strong>tador. Resultó ser Walcott Roberts, hermano m<strong>en</strong>or del doctor Simba, y <strong>la</strong> ancianita,Antoinette, su madre. «Sabe Dios cómo saldría de esa mujer algo tan grande como Simba»,susurró Jumpy, y Pame<strong>la</strong> frunció el <strong>en</strong>trecejo con severidad por un s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to nuevo desolidaridad con todas <strong>la</strong>s embarazadas, del pasado tanto como del pres<strong>en</strong>te. Pero cuandoAntoinette Roberts empezó a hab<strong>la</strong>r, su voz era lo bastante pot<strong>en</strong>te para ll<strong>en</strong>ar <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> sólo porcapacidad pulmonar. El<strong>la</strong> quería hab<strong>la</strong>r del comportami<strong>en</strong>to de su hijo <strong>en</strong> <strong>la</strong> vista preliminar, y<strong>la</strong> señora t<strong>en</strong>ía elocu<strong>en</strong>cia. La suya era <strong>la</strong> que Chamcha consideraba una voz educada; hab<strong>la</strong>bacon el ac<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> BBC del que ha apr<strong>en</strong>dido <strong>la</strong> pronunciación inglesa por <strong>la</strong> radio, perotambién había evangelio <strong>en</strong> sus pa<strong>la</strong>bras, y sermón del fuego infernal. «Mi hijo ll<strong>en</strong>ó esa sa<strong>la</strong>—dijo al sil<strong>en</strong>cioso auditorio—. Señor, y cómo <strong>la</strong> ll<strong>en</strong>ó. Sylvester (ya me perdonaréis si uso elnombre que yo le puse, sin m<strong>en</strong>ospreciar el nombre de guerrero que él eligió para sí; es sólopor <strong>la</strong> costumbre), Sylvester, se alzó <strong>en</strong> aquel<strong>la</strong> sa<strong>la</strong> como Leviatán de <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s. Quiero quesepáis cómo habló: habló alto y habló c<strong>la</strong>ro. Habló mirando al adversario a los ojos, y ¿creéisque el fiscal le hizo bajar <strong>la</strong> mirada? Ni <strong>en</strong> un mes de domingos. Y quiero que sepáis lo quedijo: "Yo comparezco aquí", dec<strong>la</strong>ró mi hijo, "porque he optado por desempeñar el viejo yhonorable papel del negro arrogante. Estoy aquí porque no estuve dispuesto a parecerrazonable. Estoy aquí por mi ingratitud." Era un coloso <strong>en</strong>tre <strong>en</strong>anos. "Que nadie seequivoque", dijo <strong>en</strong> ese tribunal, "estamos aquí, hemos v<strong>en</strong>ido a cambiar <strong>la</strong>s cosas. Yoreconozco, desde luego, que nosotros también seremos cambiados; africanos, caribeños, indios,pakistaníes, bang<strong>la</strong>deshíes, chipriotas, chinos, somos difer<strong>en</strong>tes de como seríamos si nohubiéramos cruzado el océano, si nuestras madres y nuestros padres no hubieran cruzado loscielos <strong>en</strong> busca de trabajo y dignidad y de una vida mejor para sus hijos. Hemos sido hechos d<strong>en</strong>uevo; pero digo que también nosotros reharemos esta sociedad, <strong>la</strong> reformaremos de arribaabajo. Nosotros seremos los leñadores que cortarán <strong>la</strong> madera muerta y los jardineros de <strong>la</strong>


madera nueva. Ahora nos toca a nosotros". Quiero que p<strong>en</strong>séis <strong>en</strong> lo que mi hijo, SylvesterRoberts, el doctor Uhuru Simba, ha dicho <strong>en</strong> <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de justicia. P<strong>en</strong>sad <strong>en</strong> ello mi<strong>en</strong>trasdecidimos lo que hay que hacer.»Su hijo Walcott <strong>la</strong> ayudó a bajar del estrado <strong>en</strong>tre los vítores y cantos; el<strong>la</strong> inclinó <strong>la</strong>cabeza sobriam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> dirección al ruido. Siguieron discursos m<strong>en</strong>os carismáticos. HanifJohnson, abogado de Simba, hizo una serie de suger<strong>en</strong>cias: <strong>la</strong> galería de visitantes debía estarll<strong>en</strong>a a rebosar; los jueces debían darse cu<strong>en</strong>ta de que eran observados; habría piquetes <strong>en</strong> <strong>la</strong>puerta de <strong>la</strong> audi<strong>en</strong>cia, y se organizarían turnos; se necesitaba recaudar fondos. Chamchamurmuró a Jumpy: «Nadie hab<strong>la</strong> de sus anteced<strong>en</strong>tes de agresión sexual.» Jumpy se <strong>en</strong>cogió dehombros. «Algunas de <strong>la</strong>s mujeres a <strong>la</strong>s que atacó están <strong>en</strong> esta sa<strong>la</strong>. Mishal, por ejemplo, estáahí, fíjate, <strong>en</strong> el rincón, al <strong>la</strong>do del estrado. Pero no es el mom<strong>en</strong>to ni el lugar para hab<strong>la</strong>r deeso. La conducta sexual de Simba es, digamos, un problema familiar. Mi<strong>en</strong>tras que aquí se tratade los problemas del Hombre.» En otras circunstancias, Sa<strong>la</strong>din habría t<strong>en</strong>ido mucho que decir<strong>en</strong> respuesta a esta afirmación. Por ejemplo, habría argum<strong>en</strong>tado que los anteced<strong>en</strong>tes deviol<strong>en</strong>cia de un hombre no podían descartarse tan fácilm<strong>en</strong>te ante una acusación de asesinato.También, que no le gustaba el empleo de términos americanos tales como «el Hombre» <strong>en</strong> elpeculiar contexto británico, porque aquí no había un pasado de esc<strong>la</strong>vitud; parecía un int<strong>en</strong>to derobar atributos a otras luchas más peligrosas, como tampoco podía ap<strong>la</strong>udir <strong>la</strong> decisión de losorganizadores de alternar los discursos con canciones tan significativas como We ShallOvercome e, incluso, Por todos los santos del cielo Nkosi Sikelel' iAfrika. Como si todas <strong>la</strong>scausas fueran una, y todas <strong>la</strong>s historias, intercambiables. Pero no dijo ninguna de estas cosas,porque empezaba a darle vueltas <strong>la</strong> cabeza y a perder el s<strong>en</strong>tido, ya que, por primera vez <strong>en</strong> suvida, había t<strong>en</strong>ido una port<strong>en</strong>tosa premonición de su muerte.Hanif Johnson terminaba su discurso. Como ha escrito el doctor Simba, lo nuevo<strong>en</strong>trará <strong>en</strong> esta sociedad por los actos colectivos, no por los individuales. Citaba, segúnobservó Chamcha, uno de los más popu<strong>la</strong>res slogans de Camus. El paso de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra a <strong>la</strong>acción moral, decía Hanif, ti<strong>en</strong>e un nombre: humanización. Y ahora una bonita jov<strong>en</strong>angloasiática, con una nariz un poquito bulbosa y una voz de blues grave y ligeram<strong>en</strong>tecascada, se <strong>en</strong>tregó a <strong>la</strong> canción de Bob Dy<strong>la</strong>n / Pity the Poor Immigrant. Otra nota falsa eimportada, porque aquel<strong>la</strong> canción parecía un poco hostil hacia los inmigrantes, aunque habíafrases que te hacían vibrar, como <strong>la</strong> de <strong>la</strong>s visiones del inmigrante que se romp<strong>en</strong> como elcristal, y de que está obligado a «construir su ciudad con sangre». A Jumpy, empeñado <strong>en</strong>resucitar con su poesía <strong>la</strong> vieja imag<strong>en</strong> racista de los ríos de sangre, debía de gustarle aquello.Estas cosas <strong>la</strong>s experim<strong>en</strong>taba y p<strong>en</strong>saba Sa<strong>la</strong>din como desde una considerable distancia. ¿Quéhabía sucedido? Esto: cuando Jumpy Joshi le hizo notar <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>cia de Mishal <strong>en</strong> <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>,Sa<strong>la</strong>din Chamcha, al mirar<strong>la</strong>, vio arder un fuego <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> muchacha; ysintió, <strong>en</strong> el mismo instante, el batir y <strong>la</strong> sombra fría de un par de a<strong>la</strong>s gigantescas. Se le nubló<strong>la</strong> vista, f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o que suele acompañar a <strong>la</strong> visión doble, porque le parecía que miraba a dosmundos a <strong>la</strong> vez; uno, <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de actos, bril<strong>la</strong>ntem<strong>en</strong>te iluminada, prohibido fumar, y el otro, unmundo de fantasmas <strong>en</strong> el que Azraeel, el ángel exterminador, bajaba <strong>en</strong> picado hacia él, y <strong>en</strong> elque <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te de una muchacha podía despr<strong>en</strong>der l<strong>la</strong>mas am<strong>en</strong>azadoras. Para mí el<strong>la</strong> es <strong>la</strong>muerte, eso es lo que significa, p<strong>en</strong>só Chamcha <strong>en</strong> uno de los dos mundos, mi<strong>en</strong>tras <strong>en</strong> el otrose decía que no fuera idiota; muchos de los que estaban <strong>en</strong> <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> llevaban esos estúpidosadornos tribales que últimam<strong>en</strong>te se habían puesto de moda: aureo<strong>la</strong>s de neón verde o cuernosde diablo pintados con fósforo; Mishal, probablem<strong>en</strong>te, llevaría alguna pieza de bisutería de <strong>la</strong>Era espacial. Pero su otro yo volvió a <strong>la</strong> carga: esa chica te está vedada, le decía, no se nosofrec<strong>en</strong> todas <strong>la</strong>s posibilidades. El mundo es finito; nuestras ilusiones lo desbordan. Y <strong>en</strong> aquelmom<strong>en</strong>to <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> esc<strong>en</strong>a su corazón patapum, pumba, badabam.Estaba fuera, Jumpy le at<strong>en</strong>día solícito y hasta <strong>la</strong> propia Pame<strong>la</strong> parecía preocupada.«La que está embarazada soy yo», le dijo con cierto rudo afecto. «¿Y quién te mandaba


desmayarte? —insistía Jumpy—. Vale más que v<strong>en</strong>gas conmigo a mi c<strong>la</strong>se; descansas un rato ydespués te acompaño a casa.» Pero Pame<strong>la</strong> quería l<strong>la</strong>mar a un médico. No, no, iré con Jumpy.No pasa nada. Es que ahí d<strong>en</strong>tro hacía calor. Faltaba el aire. La ropa era de mucho abrigo.Una tontería. Nada.Había un cine de arte y <strong>en</strong>sayo al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de actos, y Sa<strong>la</strong>din estaba apoyado <strong>en</strong>el cartel de una pelícu<strong>la</strong>. La pelícu<strong>la</strong> era Mefisto, <strong>la</strong> historia de un actor que es seducido por elnazismo. En el cartel, el actor —el alemán K<strong>la</strong>us Maria Brandauer— estaba vestido deMefistófeles, con <strong>la</strong> cara b<strong>la</strong>nca, una capa negra y los brazos levantados. Sobre su cabeza habíaunas líneas de Fausto:¿Quién eres pues?Parte de ese Poder, no compr<strong>en</strong>dido,Que siempre quiere el Mal, y siempre hace el Bi<strong>en</strong>.* * *En el c<strong>en</strong>tro deportivo casi no se atrevía a mirar a Mishal (que también había salido de<strong>la</strong> reunión de Simba con tiempo para ir a c<strong>la</strong>se). Aunque el<strong>la</strong> le saludó efusivam<strong>en</strong>te, hasvuelto, apuesto que porque querías verme, qué bi<strong>en</strong>, él ap<strong>en</strong>as consiguió decirle dos pa<strong>la</strong>brascon un mínimo de cortesía y mucho m<strong>en</strong>os, preguntar llevabas un no sé qué luminoso <strong>en</strong> mediode <strong>la</strong>, porque ahora no lo llevaba, mi<strong>en</strong>tras levantaba <strong>la</strong>s piernas y flexionaba su cuerpo <strong>la</strong>rgo,espl<strong>en</strong>doroso con sus leotardos negros. Hasta que, al advertir su frialdad, el<strong>la</strong> se retrajo, confusay dolida.«Nuestra otra estrel<strong>la</strong> no ha v<strong>en</strong>ido hoy —dijo Jumpy a Sa<strong>la</strong>din durante un descanso—.Miss Alleluia Cone, <strong>la</strong> mujer que subió al Everest. Me hubiera gustado pres<strong>en</strong>tárte<strong>la</strong>. El<strong>la</strong>conoce, bu<strong>en</strong>o, al parecer, vive con Gibreel. Gibreel Farishta, el actor, el otro supervivi<strong>en</strong>te de<strong>la</strong> catástrofe.»El cerco se está cerrando. Gibreel derivaba hacia él, al igual que <strong>la</strong> India cuando,después de desgajarse del protocontin<strong>en</strong>te de Gondwana<strong>la</strong>nd, flotó hacia Laurasia.(Distraídam<strong>en</strong>te, advirtió que sus procesos m<strong>en</strong>tales sacaban extraños símiles.) Cuandocolisionaran, <strong>la</strong> fuerza del choque levantaría Hima<strong>la</strong>yas. ¿Qué es una montaña? Un obstáculo;una trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia; sobre todo, un efecto.«¿Adónde vas? —le gritaba Jumpy—. Habíamos quedado <strong>en</strong> que yo te llevaría. ¿Te<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tras bi<strong>en</strong>?Perfectam<strong>en</strong>te. Necesito andar un poco, y basta.«De acuerdo, pero sólo si estás seguro.»Seguro. Salir de prisa, sin mirar hacia <strong>la</strong> res<strong>en</strong>tida Mishal... La calle. De prisa, hay quemarcharse cuanto antes de este sitio funesto, de este submundo. Dios: no hay escape. Unosescaparates, una ti<strong>en</strong>da de instrum<strong>en</strong>tos musicales, trompetas saxofones oboes, ¿cómo sel<strong>la</strong>ma?, «Bu<strong>en</strong> Vi<strong>en</strong>to», y aquí, <strong>en</strong> el escaparate, un cartel barato. Que anuncia <strong>la</strong> vueltainmin<strong>en</strong>te de, justo, el arcángel Gibreel. Su vuelta y <strong>la</strong> salvación del mundo. Camina. Vetepronto.... Para ese taxi. (Sus ropas inspiran defer<strong>en</strong>cia al taxista.) Suba, caballero; ¿le molesta<strong>la</strong> radio? Un ci<strong>en</strong>tífico que estaba <strong>en</strong> aquel secuestro aéreo y perdió media l<strong>en</strong>gua. Americano.Se <strong>la</strong> reconstruyeron, dice, con carne que le sacaron del trasero, con perdón. A mí no me haríaninguna gracia que me metieran un cacho de posadera <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca, pero el pobre tío no t<strong>en</strong>íaelección. Un tipo raro. Y con unas ideas curiosas.En <strong>la</strong> radio, Eug<strong>en</strong>e Dumsday, con su nalguda l<strong>en</strong>gua, hab<strong>la</strong>ba de <strong>la</strong>s <strong>la</strong>gunas de losrestos fósiles. El diablo quería sil<strong>en</strong>ciarme, pero el bu<strong>en</strong> Dios y <strong>la</strong> técnica quirúrgica


americana se lo impidieron. Estas faltas eran el caballo de batal<strong>la</strong> del creacionista: si lo de <strong>la</strong>selección natural era verdad, ¿dónde estaban <strong>la</strong>s mutaciones casuales descartadas? ¿Dóndeestaban los niños monstruos, <strong>la</strong>s crías deformes de <strong>la</strong> evolución? Los fósiles no soltabanpr<strong>en</strong>da. Ni un solo caballo de tres patas. Es inútil discutir con esa g<strong>en</strong>te, dijo el taxista. Yopersonalm<strong>en</strong>te no paso por eso de Dios. Inútil, una pequeña parte de <strong>la</strong> razón de Chamchaestaba de acuerdo. Inútil sugerir que «los restos fósiles» fueran una especie de archivo.Además, desde Darwin <strong>la</strong> teoría de <strong>la</strong> evolución había recorrido un <strong>la</strong>rgo camino. Ahora seargum<strong>en</strong>taba que <strong>en</strong> <strong>la</strong>s especies se producían cambios importantes, no del modo ciego y casualque se creía al principio, sino a grandes saltos. La historia de <strong>la</strong> vida no era un avancedesord<strong>en</strong>ado —al estilo tan inglés de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se media— que <strong>la</strong> filosofía victoriana quiso quefuera, sino algo viol<strong>en</strong>to, una cosa de transformaciones dramáticas y acumu<strong>la</strong>tivas: según <strong>la</strong>vieja fórmu<strong>la</strong>, más revolución que evolución. Ya t<strong>en</strong>go bastante, dijo el taxista. Eug<strong>en</strong>eDumsday se desvaneció del éter si<strong>en</strong>do sustituido por música disco. Ave arque vale.Aquel día Sa<strong>la</strong>din Chamcha compr<strong>en</strong>dió que había estado vivi<strong>en</strong>do <strong>en</strong> un estado de pazfalsa, que el cambio <strong>en</strong> él era irreversible. Un mundo nuevo y sombrío se había abierto ante él(o d<strong>en</strong>tro de él) cuando cayó del cielo; por más que él se aplicara a tratar de recrear su viejaexist<strong>en</strong>cia, aquello, ahora lo veía, era un hecho que no podía deshacerse. Creía ver ante él unacarretera que se bifurcaba hacia derecha e izquierda. Cerró los ojos, se arrel<strong>la</strong>nó <strong>en</strong> el asi<strong>en</strong>todel taxi y escogió el camino de <strong>la</strong> izquierda.2


La temperatura siguió subi<strong>en</strong>do; <strong>la</strong> o<strong>la</strong> de calor llegó a su punto culminante y semantuvo <strong>en</strong> él durante tanto tiempo que toda <strong>la</strong> ciudad, sus edificios, sus ríos y canales y sushabitantes se aproximaron peligrosam<strong>en</strong>te al punto de ebullición; <strong>en</strong>tonces Mr. Billy Battuta ysu compañera, Mimi Mamoulian, recién llegados a <strong>la</strong> metrópoli después de ser huéspedes de <strong>la</strong>autoridad p<strong>en</strong>al de Nueva York, anunciaron una gran fiesta para celebrar su «salida». Lossocios de Billy consiguieron que su causa fuera vista por un juez bi<strong>en</strong> dispuesto; <strong>la</strong> simpatíapersonal del acusado hizo que todas y cada una de <strong>la</strong>s ricas «primas» a <strong>la</strong>s que había extraídog<strong>en</strong>erosas sumas para <strong>la</strong> recompra de su alma al diablo (incluida Mrs. Struwelpeter) firmaranuna petición de clem<strong>en</strong>cia, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que <strong>la</strong>s señoras expresaban su convicción de que Mr. Battutase había arrep<strong>en</strong>tido sinceram<strong>en</strong>te de su error, y solicitaban, considerando su promesa deconc<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> lo sucesivo <strong>en</strong> su bril<strong>la</strong>nte carrera empresarial (cuya utilidad social <strong>en</strong> términosde creación de riqueza y de puestos de trabajo, apuntaban, debía ser tomada <strong>en</strong> consideraciónpor el tribunal como at<strong>en</strong>uante de sus delitos), y su propósito de someterse a tratami<strong>en</strong>topsiquiátrico para v<strong>en</strong>cer su debilidad por <strong>la</strong>s travesuras ilegales, solicitaban, decía, de SuSeñoría le impusiera una p<strong>en</strong>a más leve que <strong>la</strong> cárcel, «<strong>la</strong> finalidad disuasoria que comporta tal<strong>en</strong>carce<strong>la</strong>mi<strong>en</strong>to quedaría mejor servida, <strong>en</strong> este caso —<strong>en</strong> opinión de <strong>la</strong>s señoras — , por unacond<strong>en</strong>a de naturaleza más cristiana». A Mimi, considerada simple instrum<strong>en</strong>to de Billy cegadapor el amor, se le dejó <strong>la</strong> s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> susp<strong>en</strong>so; para Billy, <strong>la</strong> p<strong>en</strong>a fue deportación y una fuertemulta, p<strong>en</strong>a considerablem<strong>en</strong>te aligerada al otorgar el juez <strong>la</strong> petición del abogado de Billy deque se concediera a su cli<strong>en</strong>te <strong>la</strong> oportunidad de salir del país voluntariam<strong>en</strong>te, sin t<strong>en</strong>er elestigma de <strong>la</strong> ord<strong>en</strong> de deportación estampado <strong>en</strong> el pasaporte, lo cual causaría grave daño a susmúltiples intereses comerciales. Veinticuatro horas después del juicio, Billy y Mimi estabanotra vez <strong>en</strong> Londres, carcajeándose de todo ello <strong>en</strong> el Crockford's y <strong>en</strong>viando artísticasinvitaciones para <strong>la</strong> que prometía ser <strong>la</strong> fiesta de <strong>la</strong>s fiestas de aquel<strong>la</strong> temporadaexcepcionalm<strong>en</strong>te calurosa. Una de <strong>la</strong>s invitaciones, con ayuda de Mr. S. S. Sisodia, llegó a <strong>la</strong>resid<strong>en</strong>cia de Alleluia Cone y Gibreel Farishta; otra fue a parar, con cierto retraso, a <strong>la</strong> guaridade Sa<strong>la</strong>din Chamcha, deslizada por debajo de <strong>la</strong> puerta por el solícito Jumpy. (Mimi l<strong>la</strong>mó aPame<strong>la</strong> para invitar<strong>la</strong>, agregando, con su rudeza habitual: «¿Ti<strong>en</strong>es idea de dónde puede estar tumarido?» A lo que Pame<strong>la</strong> respondió con un balbuceo muy inglés, sí, este... pero. Mimi le sacótoda <strong>la</strong> historia <strong>en</strong> m<strong>en</strong>os de media hora, lo cual no está mal, y concluyó <strong>en</strong> tono triunfal:«Parece que se te arreg<strong>la</strong>n <strong>la</strong>s cosas, Pam. Tráetelos a los dos; trae a todo el mundo. Será uncirco.»)El esc<strong>en</strong>ario de <strong>la</strong> fiesta fue otro de los inexplicables triunfos de Sisodia: consiguió, alparecer gratuitam<strong>en</strong>te, el gigantesco esc<strong>en</strong>ario de los estudios cinematográficos Shepperton, porlo que los invitados t<strong>en</strong>drían a su disposición <strong>la</strong> <strong>en</strong>orme reproducción del Londres dick<strong>en</strong>sianoque se había construido <strong>en</strong> él. Una adaptación musical de <strong>la</strong> última nove<strong>la</strong> del gran escritor,rebautizada ¡Amigo!, con libreto y música del célebre g<strong>en</strong>io de <strong>la</strong> revista Mr. Jeremy B<strong>en</strong>tham,había t<strong>en</strong>ido un éxito colosal <strong>en</strong> el West End y <strong>en</strong> Londres, a pesar de lo macabro de algunas desus esc<strong>en</strong>as; ahora, por consigui<strong>en</strong>te, Los cantaradas, como era conocida <strong>en</strong> el medio, recibíalos honores de una producción cinematográfica de gran presupuesto. «Los de re-re-re<strong>la</strong>cionespu-públicas —dijo Sisodia a Gibreel por teléfono— pi<strong>en</strong>san que una fi-fi-fiesta con tanto fa-fafamososerá un bu<strong>en</strong> co-co-comi<strong>en</strong>zo de ca-ca-campafia.»Llegó <strong>la</strong> noche seña<strong>la</strong>da; una noche de calor espantoso.* * *¡Shepperton! Pame<strong>la</strong> y Jumpy ya han llegado, transportados <strong>en</strong> a<strong>la</strong>s del MG de Pame<strong>la</strong>,


cuando Chamcha, que ha rehusado su compañía, se apea de uno de los coches de <strong>la</strong> flota quelos anfitriones han puesto a disposición de los invitados que prefier<strong>en</strong> que conduzca otro. Ytambién ha v<strong>en</strong>ido otra persona; aquel con el que nuestro Sa<strong>la</strong>din cayó a <strong>la</strong> tierra, ha v<strong>en</strong>ido;está paseando por el interior. Chamcha <strong>en</strong>tra <strong>en</strong> <strong>la</strong> ar<strong>en</strong>a, y se asombra. Aquí Londres ha sidoalterado, no, cond<strong>en</strong>sado, según los imperativos de <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong>. Caramba, si <strong>la</strong> Stucconia de losV<strong>en</strong>eering, esa g<strong>en</strong>te nueva y tan remilgada, está tocando a Portman Square, con el tétricorincón <strong>en</strong> el que habitan varios Podsnap. Y peor aún: fíjate, los montones de basuras de BoffinBower que se supone ti<strong>en</strong><strong>en</strong> que estar <strong>en</strong> <strong>la</strong>s inmediaciones de Holloway, <strong>en</strong> esta metrópolireducida quedan al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong>s habitaciones de Fascination Fledgeby, <strong>en</strong> el Albany, el corazóndel West End. Pero los invitados no parec<strong>en</strong> inclinados a refunfuñar; aquel<strong>la</strong> ciudad r<strong>en</strong>acida,incluso revuelta, te corta <strong>la</strong> respiración; especialm<strong>en</strong>te <strong>la</strong> zona del inm<strong>en</strong>so estudio por <strong>la</strong> queserp<strong>en</strong>tea el río, el río con sus nieb<strong>la</strong>s y <strong>la</strong> barca de Gaffer Hexam, el Támesis <strong>en</strong> marea bajapasa por debajo de dos pu<strong>en</strong>tes, uno de hierro y otro de piedra. En sus muelles adoquinadossu<strong>en</strong>an <strong>la</strong>s alegres pisadas de los invitados, y también sordas pisadas siniestras. Un puré deguisantes artificial vaga sobre el esc<strong>en</strong>ario.Personajes del gran mundo, maniquíes de alta costura, estrel<strong>la</strong>s de cine, magnates de <strong>la</strong>industria, miembros m<strong>en</strong>ores de <strong>la</strong> familia real, políticos útiles y g<strong>en</strong>tecil<strong>la</strong> simi<strong>la</strong>r sudan y secodean, <strong>en</strong> estas calles de imitación, con hombres y mujeres tan sudorosos como los invitados«auténticos» y tan artificiales como <strong>la</strong>s calles: son los extras vestidos con trajes de época y unaselección de los principales intérpretes de <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong>. Chamcha, que <strong>en</strong> el mismo instante deavistarlo se da cu<strong>en</strong>ta de que este <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro ha sido <strong>la</strong> verdadera finalidad de su viaje —hechodel que ha conseguido permanecer ignorante hasta este mom<strong>en</strong>to—, descubre a Gibreel <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>cada vez más bul<strong>la</strong>nguera muchedumbre.Sí: allí, <strong>en</strong> el Pu<strong>en</strong>te de Londres Hecho De Piedra, sin lugar a duda, ¡Gibreel! Y ésadebe de ser su Alleluia, su Reina de <strong>la</strong>s Nieves ¡Cone! ¡Qué aire de displic<strong>en</strong>cia parece haberasumido, cómo escora hacia <strong>la</strong> izquierda varios grados, y qué <strong>en</strong>candi<strong>la</strong>da está el<strong>la</strong>! Cómo lequiere todo el mundo: porque, <strong>en</strong> <strong>la</strong> fiesta, él está <strong>en</strong>tre los principales, con Battuta a suizquierda, Sisodia a <strong>la</strong> derecha de Allie, y alrededor una serie de caras que, de París aTomboctú, reconocería cualquiera. Chamcha se abre paso trabajosam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre <strong>la</strong> multitud, quese hace más d<strong>en</strong>sa a medida que se acerca al pu<strong>en</strong>te; pero está decidido —¡Gibreel, llegaráhasta Gibreel! — , cuando, con estrépito de p<strong>la</strong>tillos, empieza una música pot<strong>en</strong>te, una de <strong>la</strong>spiezas inmortales de Mr. B<strong>en</strong>tham de <strong>la</strong>s que paran <strong>la</strong> repres<strong>en</strong>tación, y <strong>la</strong> multitud se dividecomo el mar Rojo ante los hijos de Israel. Chamcha casi pierde el equilibrio, retrocede dandoun traspié y <strong>la</strong> multitud lo ap<strong>la</strong>sta contra un falso edificio con armazón de madera que figura —¿y qué si no?— un anticuario; y él se resguarda <strong>en</strong> su interior, mi<strong>en</strong>tras una muchedumbre deseñoras de pecho g<strong>en</strong>eroso, gorros de <strong>en</strong>caje y blusitas vaporosas, acompañadas por unasuperabundancia de caballeros con chistera, bajan por <strong>la</strong> marg<strong>en</strong> del río, bai<strong>la</strong>ndo y cantando avoz <strong>en</strong> cuello.¿Qué c<strong>la</strong>se de persona es Nuestro Común Amigo?¿Qué se propone?¿Es <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se de persona de <strong>la</strong> que puedes fiarte?etcétera, etcétera, etcétera.«Ti<strong>en</strong>e gracia —dice una voz de mujer a su espalda—, pero cuando hacíamos <strong>la</strong> obra <strong>en</strong>el teatro C... <strong>la</strong> compañía iba cali<strong>en</strong>te a más no poder; lo nunca visto. Los que estaban <strong>en</strong> esc<strong>en</strong>ase quedaban cortados, con <strong>la</strong> m<strong>en</strong>te <strong>en</strong> b<strong>la</strong>nco, por todo lo que pasaba <strong>en</strong>tre bastidores.»La que hab<strong>la</strong>, observa Sa<strong>la</strong>din, es jov<strong>en</strong>, pequeña, bi<strong>en</strong> formada y bastante atractiva,ti<strong>en</strong>e <strong>la</strong> piel reluci<strong>en</strong>te de sudor, está sofocada por el vino y, evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>traaquejada de <strong>la</strong> misma fiebre libidinosa a <strong>la</strong> que se refiere. En <strong>la</strong> «ti<strong>en</strong>da» hay poca luz, pero éldistingue el brillo de sus ojos. «T<strong>en</strong>emos tiempo —prosigue el<strong>la</strong> con naturalidad—. Cuando


termine toda esa g<strong>en</strong>te vi<strong>en</strong>e el solo de Mr. Podsnap.» Y, adoptando una postura que es unaexperta imitación del gesto grandilocu<strong>en</strong>te del ag<strong>en</strong>te de los Seguros Marítimos, se <strong>la</strong>nza a unaversión personal del número de Podsnap:Es <strong>la</strong> nuestra una L<strong>en</strong>gua muy Rica,Una L<strong>en</strong>gua Difícil para Extranjeros:Es <strong>la</strong> nuestra <strong>la</strong> Nación Afortunada,B<strong>en</strong>dita y a Salvo de Peligros...A continuación, <strong>en</strong> un recitado a lo Rex Harrison, dice a un Extranjero invisible: «¿LeGusta Londres? ¿Eynormemung rico? Enormem<strong>en</strong>te Rico, decimos aquí. Nuestros adverbiosNo terminan <strong>en</strong> Mung. ¿Y Encu<strong>en</strong>tra Usted, Caballero, Muchas Muestras de nuestraConstitución Británica <strong>en</strong> <strong>la</strong>s Calles de <strong>la</strong> Metrópoli Mundial, Londres, London, Londres? Yodiría —agrega, sin abandonar el tono de Podsnap— que hay <strong>en</strong> el inglés una combinación decualidades, una modestia, una indep<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia, una responsabilidad, un sosiego que <strong>en</strong> vanobuscaríamos <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s Naciones de <strong>la</strong> Tierra.»La criatura ha ido acercándose a Chamcha mi<strong>en</strong>tras recitaba, al tiempo que sedesabrochaba <strong>la</strong> blusa, y él, como una mangosta ante una cobra, se ha quedado pasmado; el<strong>la</strong>descubre su bi<strong>en</strong> formado s<strong>en</strong>o derecho y se lo ofrece, seña<strong>la</strong>ndo el dibujo que ha trazado <strong>en</strong> él—como acto de orgullo cívico— del p<strong>la</strong>no de Londres nada m<strong>en</strong>os, con rotu<strong>la</strong>dor rojo, y el río<strong>en</strong> azul. La metrópoli le l<strong>la</strong>ma; pero él, profiri<strong>en</strong>do un grito absolutam<strong>en</strong>te dick<strong>en</strong>siano, sale de<strong>la</strong>nticuario y, a empujones, se zambulle <strong>en</strong> el barullo de <strong>la</strong> calle.Gibreel le mira fijam<strong>en</strong>te desde el Pu<strong>en</strong>te de Londres; sus miradas se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tran, o asílo cree Chamcha. Sí: Gibreel levanta, y agita, un brazo des<strong>en</strong>cantado.* * *Lo que sigue es tragedia. O, por lo m<strong>en</strong>os, eco de tragedia, ya que <strong>la</strong> tragedia auténticacon todas <strong>la</strong>s de <strong>la</strong> ley no está al alcance de los hombres y mujeres modernos, o eso dic<strong>en</strong>. Unaimitación burlesca para nuestra época degradada y mimética, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que los payasos repit<strong>en</strong> loque antes hicieron héroes y reyes. Bi<strong>en</strong>, pues, sea. Pero <strong>la</strong> pregunta que aquí se p<strong>la</strong>ntea siguesi<strong>en</strong>do tan grande como ha sido siempre, y es ésta: <strong>la</strong> naturaleza del mal, cómo nace, por qué sedesarrol<strong>la</strong>, cómo toma posesión, uni<strong>la</strong>teralm<strong>en</strong>te, de <strong>la</strong> multilátera alma humana. O, por asídecirlo: el <strong>en</strong>igma de Yago.No es insólito que los exégetas literario-teatrales, derrotados por el personaje, atribuyanlos actos de éste a <strong>la</strong> «maldad gratuita». El mal es mal y ti<strong>en</strong>e que hacer mal, y punto; el v<strong>en</strong><strong>en</strong>ode <strong>la</strong> serpi<strong>en</strong>te es su misma definición. Pues bi<strong>en</strong>, aquí no val<strong>en</strong> estos fatalismos. Mi Chamchapuede no ser un Anciano de V<strong>en</strong>ecia, ni mi Allie una Desdémona estrangu<strong>la</strong>da, ni Farishta unaréplica del Moro, pero, por lo m<strong>en</strong>os, estarán caracterizados con <strong>la</strong>s explicaciones que mi<strong>en</strong>t<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>to permita. Decíamos que Gibreel saluda agitando una mano; Chamcha se acerca;el telón se levanta ante un esc<strong>en</strong>ario que se oscurece.* * *Observemos, ante todo, cuán solo está este Sa<strong>la</strong>din; su única compañía voluntaria, unadesconocida achispada, de pecho cartográfico. Él avanza solo, pues, <strong>en</strong>tre aquel<strong>la</strong>


muchedumbre <strong>en</strong> fiesta <strong>en</strong> <strong>la</strong> que todos parec<strong>en</strong> (pero no son) amigos de todos; mi<strong>en</strong>tras que,<strong>en</strong> el Pu<strong>en</strong>te de Londres está Farishta, rodeado de admiradores, <strong>en</strong> el mismo c<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong>multitud; y, después, apreciemos el efecto que ejerce <strong>en</strong> Chamcha, que amaba a Ing<strong>la</strong>terra <strong>en</strong> <strong>la</strong>imag<strong>en</strong> de su perdida esposa inglesa, <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>cia rubia, pálida y g<strong>la</strong>cial de Alleluia Cone al<strong>la</strong>do de Farishta; arrebata una copa de <strong>la</strong> bandeja de un camarero que pasa por su <strong>la</strong>do, bebe deprisa, toma otra copa; y cree ver, <strong>en</strong> <strong>la</strong> distante Allie, <strong>la</strong> magnitud de su pérdida; y también <strong>en</strong>otros aspectos Gibreel está convirtiéndose rápidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>la</strong> suma de <strong>la</strong>s derrotas de Sa<strong>la</strong>din;porque allí, con él, ahora, <strong>en</strong> este mom<strong>en</strong>to, está otra traidora; una oveja con piel de corderita,más de cincu<strong>en</strong>ta y parpadeando como una niña de dieciocho, <strong>la</strong> ag<strong>en</strong>te de Chamcha, <strong>la</strong> temibleCharlie Sellers; a él no lo compararías con un chupasangres de Transylvania, ¿eh, Charlie?,grita interiorm<strong>en</strong>te el airado observador; y agarra otra copa; y, <strong>en</strong> el fondo de <strong>la</strong> copa, ve supropio anonimato, <strong>la</strong> celebridad del otro y <strong>la</strong> gran injusticia de <strong>la</strong> difer<strong>en</strong>cia; especialm<strong>en</strong>te —cavi<strong>la</strong> amargam<strong>en</strong>te— porque Gibreel, el conquistador de Londres, no concede ningún valor almundo que ahora ti<strong>en</strong>e a sus pies —pero si el muy cerdo siempre se bur<strong>la</strong>ba, el MismoLondres, Vi<strong>la</strong>yet, los ingleses, compa, son fríos como peces, pa<strong>la</strong>bra—; Chamcha, a medidaque avanza inexorablem<strong>en</strong>te hacia él a través de <strong>la</strong> muchedumbre, cree ver, ahora mismo,aquel<strong>la</strong> misma mueca burlona <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara de Farishta, el desdén de un Podsnap a <strong>la</strong> inversa, parael que todo lo inglés merece bur<strong>la</strong> <strong>en</strong> lugar de elogio — ¡Ay, Dios, qué crueldad que él,Sa<strong>la</strong>din, cuyo objetivo y cruzada fue hacer de ésta su ciudad, t<strong>en</strong>ga que ver<strong>la</strong> de rodil<strong>la</strong>s ante sudesdeñoso rival! — ; o sea que, además, hay esto: que a Chamcha le gustaría calzarse loszapatos de Farishta, mi<strong>en</strong>tras que su propio calzado no ti<strong>en</strong>e el m<strong>en</strong>or interés para Gibreel.¿Qué es imperdonable?Chamcha, al mirar a <strong>la</strong> cara de Farishta por primera vez desde su accid<strong>en</strong>tada separación<strong>en</strong> el recibidor de Rosa Diamond, al ver <strong>la</strong> extraña inexpresividad <strong>en</strong> los ojos del otro, recuerdacon una int<strong>en</strong>sidad abrumadora aquel<strong>la</strong> otra inexpresividad, Gibreel <strong>en</strong> <strong>la</strong> escalera, sin hacernada, mi<strong>en</strong>tras él, Chamcha, astado y cautivo, era arrastrado hacia <strong>la</strong> noche; y si<strong>en</strong>te r<strong>en</strong>acer elodio, si<strong>en</strong>te que su bilis verde fresca le ll<strong>en</strong>a de pies a cabeza; nada de excusas, exc<strong>la</strong>ma, ahacer puñetas los at<strong>en</strong>uantes y los qué-podía-hacer-él; lo que no ti<strong>en</strong>e perdón no ti<strong>en</strong>e. No sepuede juzgar una herida interna por el tamaño del agujero.O sea: Gibreel Farishta, juzgado por Chamcha, recibe un veredicto más severo que el deMimi y Billy <strong>en</strong> Nueva York, y es dec<strong>la</strong>rado culpable, a perpetuidad, de Lo Imperdonable. Delo cual se deriva lo que se deriva. Pero vamos a permitirnos especu<strong>la</strong>r un poco acerca de <strong>la</strong>verdadera naturaleza de esta Of<strong>en</strong>sa Inexpiable, de este Colmo. ¿Es realm<strong>en</strong>te, puede serrealm<strong>en</strong>te, sólo su sil<strong>en</strong>cio <strong>en</strong> <strong>la</strong> escalera de Rosa? ¿O hay res<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos más profundos,quejas de <strong>la</strong>s que esta l<strong>la</strong>mada Causa Primaria no es, <strong>en</strong> realidad, sino un símbolo, unatapadera? Porque ¿no son estos dos hombres, cada uno, antítesis, <strong>la</strong> sombra del otro? El unoque pret<strong>en</strong>de ser transformado <strong>en</strong> lo extranjero que admira, y el otro que prefiere,desdeñosam<strong>en</strong>te, transformar. Uno, un infeliz que continuam<strong>en</strong>te parece ser castigado pordelitos no cometidos; el otro, calificado de angélico por todos, el tipo de hombre al que todo lees perdonado. De Chamcha podríamos decir que no da <strong>la</strong> tal<strong>la</strong> normal; pero el turbul<strong>en</strong>to yordinario Gibreel indudablem<strong>en</strong>te <strong>la</strong> excede de mucho, disparidad que fácilm<strong>en</strong>te podríainspirar a Chamcha el deseo de emu<strong>la</strong>r a Procrustes: crecer cortando a Farishta lo que le sobra.¿Qué es imperdonable?¿Qué, sino <strong>la</strong> indef<strong>en</strong>sión de saber que una persona <strong>en</strong> <strong>la</strong> que no confías conoce hasta lomás íntimo de tu ser? ¿Y no ha visto Gibreel a Sa<strong>la</strong>din Chamcha <strong>en</strong> circunstancias —secuestro, caída, arresto— <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que los secretos de su ser fueron pl<strong>en</strong>am<strong>en</strong>te expuestos?Bi<strong>en</strong>, <strong>en</strong>tonces. ¿Nos acercamos a <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ve? ¿Debemos decir siquiera que éstos son dostipos de personalidad fundam<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te difer<strong>en</strong>tes? ¿No podríamos conv<strong>en</strong>ir <strong>en</strong> que Gibreel, apesar de su nombre artístico y sus interpretaciones, y a pesar de sus slogans sobre elr<strong>en</strong>acimi<strong>en</strong>to, el nuevo comi<strong>en</strong>zo, <strong>la</strong> metamorfosis, ha deseado permanecer, <strong>en</strong> gran medida,


coher<strong>en</strong>te, es decir, unido a su pasado y derivado de él; que él no eligió ni su casi fatal<strong>en</strong>fermedad ni <strong>la</strong> caída de efecto transmutador; que, <strong>en</strong> realidad, lo que él más teme son losestados de alteración <strong>en</strong> los que sus sueños se filtran y <strong>en</strong>señorean de su vigilia, convirtiéndolo<strong>en</strong> aquel Gibreel angélico que él no quiere ser, de manera que <strong>la</strong> suya es todavía unapersonalidad que, para nuestros actuales fines, podemos calificar de «verdadera»..., mi<strong>en</strong>trasque Sa<strong>la</strong>din Chamcha es una criatura de incoher<strong>en</strong>cias seleccionadas, una reinv<strong>en</strong>cióndeliberada; si<strong>en</strong>do su opción por <strong>la</strong> rebeldía contra <strong>la</strong> historia lo que le hace, <strong>en</strong> nuestrol<strong>en</strong>guaje conv<strong>en</strong>cional, «falso»? ¿Y no podríamos decir también que es esta falsedad de <strong>la</strong>personalidad lo que hace posible <strong>en</strong> Chamcha una falsedad peor y más profunda —l<strong>la</strong>mémos<strong>la</strong>«maldad»—, y que ésta es, <strong>en</strong> verdad, <strong>la</strong> puerta que nosotros abrimos <strong>en</strong> él por su caída?Mi<strong>en</strong>tras que Gibreel, sigui<strong>en</strong>do <strong>la</strong> lógica de nuestra terminología establecida, debe serconsiderado «bu<strong>en</strong>o» <strong>en</strong> virtud de desear seguir si<strong>en</strong>do, a pesar de todas sus vicisitudes, <strong>en</strong> elfondo, un hombre consecu<strong>en</strong>te consigo mismo.Pero, y otra vez pero: esto su<strong>en</strong>a, ¿verdad que sí?, peligrosam<strong>en</strong>te a sofisma. Puesto quetales distinciones se basan, como es de rigor, <strong>en</strong> <strong>la</strong> idea del yo como un <strong>en</strong>te (idealm<strong>en</strong>te)homogéneo, sin hibridación, puro —¡idea francam<strong>en</strong>te fantástica!—, no pued<strong>en</strong>, no deb<strong>en</strong>bastar. ¡No! Al contrario, permítas<strong>en</strong>os decir algo aún más duro: ese mal puede no estar tanprofundam<strong>en</strong>te sepultado bajo nuestra superficie como nos gusta creer. Que, <strong>en</strong> realidad,nosotros prop<strong>en</strong>demos hacia él naturalm<strong>en</strong>te, es decir, no contra nuestra naturaleza. Y queSa<strong>la</strong>din Chamcha se propuso destruir a Gibreel Farishta porque, finalm<strong>en</strong>te, ello resultaba tanfácil; el verdadero atractivo del mal es <strong>la</strong> seductora facilidad con <strong>la</strong> que uno puede av<strong>en</strong>turarsepor ese camino. (Y, digamos <strong>en</strong> conclusión, <strong>la</strong> ulterior imposibilidad del regreso.)Pero Sa<strong>la</strong>din Chamcha insiste <strong>en</strong> atribuirle una causa más simple. «Fue su traición <strong>en</strong>casa de Rosa Diamond; su sil<strong>en</strong>cio, nada más.»Pone el pie <strong>en</strong> el falso Pu<strong>en</strong>te de Londres desde un teatro de títeres cercano, insta<strong>la</strong>do <strong>en</strong>una caseta a rayas rojas y b<strong>la</strong>ncas, Mr. Punch —zurrando a Judy— le grita: ¡Éste es el sistema!Después de lo cual Gibreel saluda, desminti<strong>en</strong>do, con <strong>la</strong> incongru<strong>en</strong>te <strong>la</strong>nguidez de <strong>la</strong> voz, <strong>la</strong>vehem<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras: «Compa, ¿pero eres tú? Cond<strong>en</strong>ado diablo. Hay que ver, <strong>en</strong>persona. V<strong>en</strong> aquí, Sa<strong>la</strong>d baba, viejo Chumch.»* * *Sucedió esto:En el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que Sa<strong>la</strong>din Chamcha se acercó a Allie Cone lo sufici<strong>en</strong>te paraquedar petrificado y he<strong>la</strong>do por sus ojos, sintió que su r<strong>en</strong>ovada hostilidad hacia Gibreel sehacía ext<strong>en</strong>siva a aquel<strong>la</strong> mujer de mirada de cero-grados y vete-a-paseo, su aire de conocer ungrande y misterioso secreto del universo, y también una expresión que luego él l<strong>la</strong>maría feroz,un no sé qué aus<strong>en</strong>te, ins<strong>en</strong>sible, antisocial, indep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te, una es<strong>en</strong>cia. ¿Por qué le irritó tanto?¿Por qué, cuando el<strong>la</strong> aún ni había abierto <strong>la</strong> boca él ya <strong>la</strong> consideraba parte del <strong>en</strong>emigo?Quizá porque <strong>la</strong> deseaba; y deseaba, todavía más, lo que él consideraba aquel<strong>la</strong> íntimaseguridad; por carecer de el<strong>la</strong>, <strong>la</strong> <strong>en</strong>vidiaba, y trataba de dañar lo que <strong>en</strong>vidiaba. Si amor es e<strong>la</strong>nhelo de parecerse (incluso de ser) a <strong>la</strong> persona amada, el odio, podemos decir que puede ser<strong>en</strong>g<strong>en</strong>drado por <strong>la</strong> misma ambición cuando no puede ser satisfecha.Sucedió esto: Chamcha inv<strong>en</strong>tó una Allie y se convirtió <strong>en</strong> antagonista de suinv<strong>en</strong>ción..., pero no lo dejó traslucir. Sonrió, le estrechó <strong>la</strong> mano, estuvo <strong>en</strong>cantado deconocer<strong>la</strong>; y abrazó a Gibreel. Me uno a él para desquitarme. Allie, sin sospechar nada, seexcusó. Los dos debían t<strong>en</strong>er tantas cosas de qué hab<strong>la</strong>r, dijo; y, prometi<strong>en</strong>do volver <strong>en</strong>seguida, se alejó; a explorar, como dijo el<strong>la</strong>. Él observó que cojeaba ligeram<strong>en</strong>te durante los


dos o tres primeros pasos, luego se det<strong>en</strong>ía y se alejaba con paso firme. Una de <strong>la</strong>s cosas que éldesconocía de el<strong>la</strong> era su dolor.Sin saber que el Gibreel que ahora t<strong>en</strong>ía de<strong>la</strong>nte, de mirada distante y saludo superficial,estaba bajo estrecha vigi<strong>la</strong>ncia médica; ni que t<strong>en</strong>ía que tomar a diario ciertas drogas que leembotaban los s<strong>en</strong>tidos, a causa de <strong>la</strong> muy real posibilidad de una recaída <strong>en</strong> su <strong>en</strong>fermedadque ya t<strong>en</strong>ía nombre, a saber: esquizofr<strong>en</strong>ia paranoica; ni que durante mucho tiempo, ainstancias de Allie, había permanecido apartado de <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te del cine, de <strong>la</strong> que el<strong>la</strong> habíallegado a desconfiar <strong>en</strong>érgicam<strong>en</strong>te desde su último ataque; ni que su asist<strong>en</strong>cia a <strong>la</strong> fiestaBattuta-Mamoulian era algo a lo que el<strong>la</strong> se había opuesto rotundam<strong>en</strong>te, y no había accedidosino después de una esc<strong>en</strong>a terrible <strong>en</strong> <strong>la</strong> que Gibreel le había gritado que no quería permanecerprisionero y que estaba decidido a hacer otro esfuerzo para volver a su «vida real»; ni que elesfuerzo de cuidar a un amante desequilibrado que veía du<strong>en</strong>decitos pequeños comomurcié<strong>la</strong>gos colgados cabeza abajo del frigorífico había dejado a Allie más gastada que unacamisa vieja, imponiéndole los papeles de <strong>en</strong>fermera, chivo expiatorio y muleta —exigiéndole,<strong>en</strong> suma, actuar <strong>en</strong> contra de su propia naturaleza compleja y atorm<strong>en</strong>tada—; sin saber nada deesto, sin compr<strong>en</strong>der que el Gibreel al que ahora miraba y al que creía ver, Gibreel <strong>en</strong>carnaciónde toda <strong>la</strong> bu<strong>en</strong>a fortuna, que el desv<strong>en</strong>turado Chamcha, perseguido por <strong>la</strong>s furias, desconocía,era tan inv<strong>en</strong>ción suya como <strong>la</strong> Allie de sus antipatías, <strong>la</strong> clásica rubia ahí-te-pudras o mujerfatal ideada por su imaginación <strong>en</strong>vidiosa, atorm<strong>en</strong>tada y orestiana; no obstante, Sa<strong>la</strong>din, <strong>en</strong> suignorancia, descubrió por casualidad <strong>la</strong> r<strong>en</strong>dija <strong>en</strong> <strong>la</strong> armadura (un tanto quijotesca,reconozcámoslo) de Gibreel y compr<strong>en</strong>dió cómo podía destruir con <strong>la</strong> mayor rapidez a suaborrecido opon<strong>en</strong>te.Una pregunta trivial de Gibreel le dio pie. Limitado por los sedantes a <strong>la</strong> cháchara inane,preguntó vagam<strong>en</strong>te: «Y, cu<strong>en</strong>ta, ¿cómo está tu bu<strong>en</strong>a esposa?» A lo que Chamcha, con <strong>la</strong>l<strong>en</strong>gua suelta por el alcohol, espetó: «¿Cómo? Preñada. Enceinte. Jodidam<strong>en</strong>te embarazada.» Elsoporífico Gibreel no advirtió <strong>la</strong> viol<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong> respuesta, sonrió distraídam<strong>en</strong>te, rodeó con elbrazo los hombros de Sa<strong>la</strong>din. «Shabash mubarak —le felicitó—. ¡Compa! ¡Qué rapidez!»«Felicita a su amigo —gruñó roncam<strong>en</strong>te Sa<strong>la</strong>din—. Mi viejo camarada Jumpy Joshi.Ése sí que es un hombre, lo reconozco. Parece ser que <strong>la</strong>s mujeres se vuelv<strong>en</strong> locas. Sabe Diospor qué. Todas quier<strong>en</strong> un hijo suyo y ni siquiera se paran a pedirle permiso.»«¿Y se puede saber quiénes son todas? —gritó Gibreel, haci<strong>en</strong>do volver cabezas y aChamcha retroceder sorpr<strong>en</strong>dido—. ¿Quiénes son quiénes quiénes?», vociferó, provocandorisitas achispadas. Sa<strong>la</strong>din Chamcha también rió, pero sin alegría. «Se puede saber. Mi mujer,por ejemplo, ahí ti<strong>en</strong>es quién. No es una señora, mister Farishta, Gibreel. Pame<strong>la</strong>, mi nadaseñora esposa.»En aquel preciso instante quiso <strong>la</strong> suerte que —mi<strong>en</strong>tras Sa<strong>la</strong>din, bastante bebido, estabacompletam<strong>en</strong>te aj<strong>en</strong>o al efecto que sus pa<strong>la</strong>bras causaban <strong>en</strong> Gibreel, <strong>en</strong> cuya m<strong>en</strong>te se habíancombinado dos imág<strong>en</strong>es con explosivo efecto, <strong>la</strong> primera de <strong>la</strong>s cuales el súbito recuerdo deRekha Merchant <strong>en</strong> una alfombra vo<strong>la</strong>dora advirtiéndole del secreto deseo de Allie de t<strong>en</strong>er unhijo sin informar al padre, quién pide permiso a <strong>la</strong> semil<strong>la</strong> para p<strong>la</strong>ntar<strong>la</strong>, y <strong>la</strong> segunda, elcuerpo del instructor de artes marciales <strong>en</strong> carnal revolcón con <strong>la</strong> susodicha Miss AlleluiaCone—, decía que quiso <strong>la</strong> suerte que <strong>la</strong> figura de Jumpy Joshi apareciera cruzando el «Pu<strong>en</strong>tede Southwark» presa de cierta agitación, buscando a Pame<strong>la</strong>, por cierto, de <strong>la</strong> que había sidoseparado por <strong>la</strong> misma ava<strong>la</strong>ncha de coros dick<strong>en</strong>sianos que había empujado a Sa<strong>la</strong>din hacia elmetropolitano busto de <strong>la</strong> señorita <strong>en</strong> el Anticuario. «Hab<strong>la</strong>ndo del diablo —señaló Sa<strong>la</strong>din—,ahí va ese canal<strong>la</strong>.» Se volvió hacia Gibreel, pero Gibreel había desaparecido.Llegó Allie Cone, fuera de sí. «¿Dónde está? ¡Hostia! ¿Es que no puedo dejarlo solo niun jodido segundo? ¿No podía usted vigi<strong>la</strong>rlo mejor?»«¿Qué? ¿Se puede saber qué ocurre...?» Pero Allie había vuelto a perderse <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>g<strong>en</strong>te, de manera que cuando Chamcha vio a Gibreel cruzar el «Pu<strong>en</strong>te de Southwark» ya no


podía oírle. Y aquí estaba ahora Pame<strong>la</strong> preguntando: «¿Has visto a Jumpy?» Y él señaló: «Porahí», y también el<strong>la</strong> se marchó sin una pa<strong>la</strong>bra de cortesía; y <strong>en</strong>tonces se vio a Jumpy quecruzaba el «Pu<strong>en</strong>te de Southwark» <strong>en</strong> s<strong>en</strong>tido opuesto, con los rizos más revueltos que nunca ylos estrechos hombros <strong>en</strong>cogidos debajo del abrigo que no había querido quitarse, mirando <strong>en</strong>derredor, con el pulgar camino de <strong>la</strong> boca; y, poco después, Gibreel cruzaba el simu<strong>la</strong>cro depu<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>la</strong> misma dirección que Jumpy.En suma, los hechos empezaban a t<strong>en</strong>er aire de farsa; pero cuando, minutos después, e<strong>la</strong>ctor que interpretaba el papel de «Gaffer Hexam» que vigi<strong>la</strong>ba aquel tramo del Támesisdick<strong>en</strong>siano <strong>en</strong> busca de cadáveres flotantes a los que aligeraba de sus objetos de valor antes de<strong>en</strong>tregarlos a <strong>la</strong> policía, se acercó remando rápidam<strong>en</strong>te por el río cinematográfico, con elrevuelto pelo gris de su personaje de punta, <strong>la</strong> farsa acabó bruscam<strong>en</strong>te; porque <strong>en</strong> su siniestrabarca, yacía el cuerpo exánime de Jumpy Joshi <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> empapado abrigo. «Le han dejadotieso de un palo —dijo el barquero, seña<strong>la</strong>ndo el <strong>en</strong>orme chichón que se levantaba <strong>en</strong> <strong>la</strong>coronil<strong>la</strong> de Jumpy—, y estando inconsci<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el agua, es un mi<strong>la</strong>gro que no se ahogara.»* * *Una semana después, con motivo de una vehem<strong>en</strong>te l<strong>la</strong>mada telefónica de Allie Cone,que le había localizado a través de Sisodia, Battuta y, finalm<strong>en</strong>te Mimi, y que parecía habersedesconge<strong>la</strong>do bastante, Sa<strong>la</strong>din Chamcha viajaba <strong>en</strong> un Citroën tipo rubia de tres años grismetalizado que <strong>la</strong> futura Alicja Boniek había rega<strong>la</strong>do a su hija antes de marcharse para una<strong>la</strong>rga visita a California. Allie había ido a esperarle a <strong>la</strong> estación de Carlisle y repetido susanteriores disculpas telefónicas: «Yo no debí hab<strong>la</strong>rle de aquel modo, usted no sabía nada, merefiero a su, <strong>en</strong> fin, gracias a Dios que nadie vio <strong>la</strong> agresión, y parece que han echado tierra alcaso, pero ese pobre hombre, un golpe de remo <strong>en</strong> <strong>la</strong> cabeza, qué horror; <strong>en</strong> fin, hemos v<strong>en</strong>idoal Norte, a casa de unos amigos míos que están de viaje, porque parecía preferible marcharselejos de <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te, y ahora pregunta por usted; creo que su compañía puede serle b<strong>en</strong>eficiosa y,sinceram<strong>en</strong>te, a mí tampoco me v<strong>en</strong>drá mal una ayuda», lo cual dejó a Sa<strong>la</strong>din un poco mejorinformado pero consumido por <strong>la</strong> curiosidad. Y ahora Escocia desfi<strong>la</strong>ba ante <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tanil<strong>la</strong>s delCitroën a una velocidad a<strong>la</strong>rmante: un borde de <strong>la</strong> Mural<strong>la</strong> de Adriano, Gretna Gre<strong>en</strong>, e<strong>la</strong>ntiguo refugio de <strong>la</strong>s parejas que se fugaban y, luego, hacia el interior, camino de <strong>la</strong>s Up<strong>la</strong>ndsmeridionales; Ecclefechan, Lockerbie, Beattock, Elvanfoot. Para Chamcha, todas <strong>la</strong>spob<strong>la</strong>ciones fuera del área metropolitana eran profundidades del espacio intereste<strong>la</strong>r y los viajespor esas regiones estaban sembrados de peligros: porque una avería <strong>en</strong> semejante desiertoequivalía a morir solo e ignorado. Observó con a<strong>la</strong>rma que uno de los faros del Citroën estabaroto, que el indicador de combustible seña<strong>la</strong>ba rojo (resultó que también estaba roto), queanochecía, y que Allie conducía como si <strong>la</strong> A74 fuera el circuito de Silverstone <strong>en</strong> una mañanade sol. «No puede llegar muy lejos sin transporte, pero nunca se sabe —explicó el<strong>la</strong>sombríam<strong>en</strong>te—. Hace tres días robó <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>ves del coche y lo <strong>en</strong>contraron circu<strong>la</strong>ndo <strong>en</strong>dirección contraria por un carril de salida de <strong>la</strong> M6 gritando de <strong>la</strong> Cond<strong>en</strong>ación. Preparaospara <strong>la</strong> v<strong>en</strong>ganza del Señor, dijo a los policías de <strong>la</strong> autopista, porque pronto l<strong>la</strong>maré a miayudante Azraeel. Lo escribieron todo <strong>en</strong> sus cuadernos.» Chamcha, con el corazón ll<strong>en</strong>otodavía de sus propias ansias de v<strong>en</strong>ganza, simuló p<strong>en</strong>a y compr<strong>en</strong>sión. «¿Y Jumpy?”,preguntó. Allie soltó el vo<strong>la</strong>nte y ext<strong>en</strong>dió <strong>la</strong>s manos con <strong>la</strong>s palmas hacia arriba <strong>en</strong> actitud deyo-me-rindo, mi<strong>en</strong>tras el coche se desviaba de modo espeluznante <strong>en</strong> <strong>la</strong> sinuosa carretera. «Losmédicos dic<strong>en</strong> que esos celos posesivos pued<strong>en</strong> formar parte del cuadro; o, por lo m<strong>en</strong>os,pued<strong>en</strong> hacer de disparador de <strong>la</strong> locura.»El<strong>la</strong> se alegraba de poder hab<strong>la</strong>r con algui<strong>en</strong>; y Chamcha se prestaba a escuchar de bu<strong>en</strong>


grado. Si el<strong>la</strong> se fiaba, era señal de que Gibreel se fiaba también: él no t<strong>en</strong>ía int<strong>en</strong>ción dedefraudar su confianza. Un día él traicionó mi confianza; dejemos ahora que él confíe <strong>en</strong> mí,durante una temporada. Él era un titiritero novicio; había que estudiar los hilos para averiguarqué accionaba cada uno de ellos... «No puedo evitarlo — decía Allie—. No sé por qué, mesi<strong>en</strong>to culpable. Lo nuestro no va, y <strong>la</strong> culpa es mía. Mi madre se <strong>en</strong>fada cuando digo estascosas.» Alicja, a punto de subir al avión del Oeste, aconsejó a su hija <strong>en</strong> <strong>la</strong> Terminal Tres. «Nosé de dónde sacas esas ideas —exc<strong>la</strong>mó <strong>en</strong>tre viajeros con mochi<strong>la</strong>, carteras y llorosas mamásasiáticas—. Podríamos decir que tampoco <strong>la</strong> vida de tu padre se desarrolló según el p<strong>la</strong>n. ¿Yhay que echarle <strong>la</strong> culpa a él por los campos de conc<strong>en</strong>tración? Estudia <strong>la</strong> Historia, Alleluia. Eneste siglo, <strong>la</strong> Historia ha dejado de tomar <strong>en</strong> consideración <strong>la</strong> vieja ori<strong>en</strong>tación psicológica de <strong>la</strong>realidad. Quiero decir que <strong>en</strong> nuestros días el carácter ya no determina el destino. El destino lodetermina <strong>la</strong> economía. Lo determina <strong>la</strong> ideología. Lo determinan <strong>la</strong>s bombas. ¿Qué le importaal hambre, a <strong>la</strong> cámara de gas, a <strong>la</strong> granada, cómo has vivido? Llega <strong>la</strong> crisis, llega <strong>la</strong> muerte ytu patético yo individual nada puede hacer sino sufrir los efectos. Este Gibreel tuyo... puede ser<strong>la</strong> manera <strong>en</strong> que tú debas experim<strong>en</strong>tar los efectos de <strong>la</strong> Historia.» Alicja, sin avisar, habíavuelto al estilo de vestir fastuoso que prefería Otto Cone y, al parecer, a una oratoria acorde conlos grandes sombreros negros y los perifollos. «Que te diviertas <strong>en</strong> California, mamá», dijoAllie secam<strong>en</strong>te. «Una de nosotras es feliz —dijo Alicja—. ¿Por qué no había de ser yo?» Y,antes de que su hija pudiera responder, cruzó garbosam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> barrera de sólo-viajerosmostrando pasaporte, tarjeta de embarque y pasaje, y se dirigió <strong>en</strong> línea recta hacia los frascosde Opium y <strong>la</strong>s botel<strong>la</strong>s de Gordon's Gin libres de impuestos que se v<strong>en</strong>dían debajo de unletrero luminoso <strong>en</strong> el que se leía: COMPRE CON VENTAJA.A <strong>la</strong> última luz del día, <strong>la</strong> carretera rodeaba un espolón de monte desarbo<strong>la</strong>do y cubiertode brezo. Hacía mucho tiempo, <strong>en</strong> otra tierra y otro crepúsculo, Chamcha había rodeado otroespolón como aquél y avistado los restos de Persépolis. Pero ahora iba a ver una ruina humana;no a admirar<strong>la</strong> y tal vez, incluso (porque <strong>la</strong> decisión de hacer el mal nunca se tomadefinitivam<strong>en</strong>te hasta el instante de <strong>la</strong> acción; siempre hay una última oportunidad de volverseatrás), a profanar<strong>la</strong>. A grabar su nombre <strong>en</strong> <strong>la</strong> carne de Gibreel: Sa<strong>la</strong>din woz ear. «¿Por quéseguir a su <strong>la</strong>do? —preguntó a Allie y, sorpr<strong>en</strong>dido, vio que el<strong>la</strong> se ruborizaba—. ¿Por qué noahorrarse tantos sinsabores?»«En realidad, yo a usted no le conozco, no le conozco de nada —empezó, hizo unapausa y tomó una decisión—. No me <strong>en</strong>orgullezco de <strong>la</strong> respuesta, pero es <strong>la</strong> verdad —dijo—.Es por <strong>la</strong> sexualidad. Él y yo juntos somos algo increíble, perfecto, como nada que yo hayaconocido. Unos amantes de <strong>en</strong>sueño. Él parece saber. Parece conocerme.» No dijo más; <strong>la</strong>noche le ocultaba <strong>la</strong> cara. Se recrudeció <strong>la</strong> amargura de Chamcha. Por todas partes, amantes de<strong>en</strong>sueño: y él, a mirar. Apretó los di<strong>en</strong>tes y, sin querer, se mordió <strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua.Gibreel y Allie se habían escondido <strong>en</strong> Durisdeer, un pueblo tan pequeño que ni tabernat<strong>en</strong>ía, y vivían <strong>en</strong> una vieja iglesia retirada del culto, una freekirk convertida <strong>en</strong> vivi<strong>en</strong>da —<strong>la</strong>sconnotaciones religiosas de <strong>la</strong> frase resultaban extrañas a Chamcha— por un arquitecto amigode Allie que había hecho fortuna con estas metamorfosis de lo sagrado <strong>en</strong> profano. A Sa<strong>la</strong>din lepareció un lugar bastante sombrío, a pesar de sus paredes b<strong>la</strong>ncas, luces indirectas y mullidasalfombras de pared a pared. Había lápidas funerarias <strong>en</strong> el jardín. Chamcha se dijo que él nohabría elegido semejante lugar para retiro de un hombre que sufría ilusiones paranoicas de serel primer arcángel de Dios. La freekirk estaba un poco apartada de <strong>la</strong> aproximadam<strong>en</strong>te doc<strong>en</strong>ade casas de piedra y teja que constituían <strong>la</strong> comunidad: ais<strong>la</strong>da, incluso <strong>en</strong> aquel ais<strong>la</strong>mi<strong>en</strong>to.Gibreel estaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta, una sombra sobre el recibidor iluminado, cuando el coche sedetuvo. «Ya estás aquí —gritó—. Yaar, me alegro. Bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ido a <strong>la</strong> recond<strong>en</strong>ada cárcel.»Los medicam<strong>en</strong>tos hacían torpe a Gibreel. Mi<strong>en</strong>tras estaban los tres s<strong>en</strong>tados a <strong>la</strong> mesade pino de tea de <strong>la</strong> cocina, bajo <strong>la</strong> lámpara de sube y baja modelo sofisticado con interruptorde graduación de <strong>la</strong> luz, tiró dos veces <strong>la</strong> taza de café (estaba ost<strong>en</strong>tosam<strong>en</strong>te abstemio; pero


Allie sirvió dos bu<strong>en</strong>as dosis de whisky para hacer compañía a Chamcha) y, maldici<strong>en</strong>do,revolvió <strong>la</strong> cocina <strong>en</strong> busca de servilletas de papel para <strong>en</strong>jugar el líquido. «Cuando me harto deestar así, lo dejo sin decir nada —confesó—. Y <strong>en</strong>tonces empiezan los desastres. Te lo juro,compa, no me resigno a que esto no vaya a terminar nunca, que siempre haya de estar o con <strong>la</strong>spíldoras o con bichos <strong>en</strong> <strong>la</strong> sesera. No lo aguanto. Te lo juro, yaar, si supiera que era esto,<strong>en</strong>tonces, bas, no sé, yo haría, no sé lo que haría.»«Cierra <strong>la</strong> boca», dijo Allie <strong>en</strong> voz baja. Pero él empezó a gritar: «Compa, si hasta <strong>la</strong>pegué, ¿no lo sabías? ¡La mierda! Un día <strong>la</strong> tomé por un demonio especie de rakshasa y <strong>la</strong>zurré. ¿Tú sabes lo que es el poder de <strong>la</strong> locura?»«Pero, por fortuna para mí, yo había ido a... oooop, yiee... c<strong>la</strong>ses de def<strong>en</strong>sa personal —sonrió Allie—. Él exagera para quedar bi<strong>en</strong>. En realidad, él fue el que acabó de bruces <strong>en</strong> elsuelo.» «Fue aquí mismo», corroboró Gibreel mansam<strong>en</strong>te. El suelo de <strong>la</strong> cocina era de grandeslosas. «Pues ya tuvo que dolerte», av<strong>en</strong>turó Chamcha. «Y que lo digas —rugió Gibreel, conextraña alegría—. Me quedé tieso.»El interior de <strong>la</strong> freekirk había sido dividido <strong>en</strong> una gran sa<strong>la</strong> cuya altura abarcaba losdos pisos (<strong>en</strong> l<strong>en</strong>guaje de los ag<strong>en</strong>tes de <strong>la</strong> propiedad, «doble volum<strong>en</strong>») de <strong>la</strong> antigua capil<strong>la</strong> yotra mitad más conv<strong>en</strong>cional, con cocina y comedor abajo y dormitorios y baño arriba.Chamcha, que, sin saber por qué, no podía dormir aquel<strong>la</strong> noche, salió a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> grande (yhe<strong>la</strong>da: <strong>la</strong> o<strong>la</strong> de calor persistía <strong>en</strong> el sur de Ing<strong>la</strong>terra, pero hasta aquí arriba no llegaba ni unasalpicadura, y el tiempo era otoñal y frío) y se puso a pasear <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s voces fantasmales de lospredicadores pretéritos mi<strong>en</strong>tras Gibreel y Allie fol<strong>la</strong>ban a todo volum<strong>en</strong>. Lo mismo quePame<strong>la</strong>. Trató de p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> Mishal, <strong>en</strong> Ze<strong>en</strong>y Vakil, pero no sirvió de nada. Se tapó los oídoscon los dedos, luchando contra los efectos sonoros de <strong>la</strong> cópu<strong>la</strong> <strong>en</strong>tre Farishta y Alleluia Cone.Aquél<strong>la</strong>s fueron desde el principio unas re<strong>la</strong>ciones peligrosas, reflexionó Sa<strong>la</strong>din:primero, el espectacu<strong>la</strong>r abandono de carrera y precipitado viaje de Gibreel a través de mediomundo, y, ahora, <strong>la</strong> inflexible determinación de Allie de acabar con ello, derrotar al ángel locoque él llevaba d<strong>en</strong>tro y ayudarle a recuperar <strong>la</strong> condición humana que el<strong>la</strong> amaba. Ellos noestaban para pactos; ellos iban a todo o nada. En tanto que él, Sa<strong>la</strong>din, no había t<strong>en</strong>ido reparo<strong>en</strong> vivir bajo el mismo techo que su esposa y el amante. ¿Cuál era <strong>la</strong> mejor actitud? El capitánAkab se ahogó, p<strong>en</strong>só, y fue Ishmael, el carpintero, qui<strong>en</strong> vivió para contarlo.* * *Por <strong>la</strong> mañana, Gibreel dispuso <strong>la</strong> asc<strong>en</strong>sión al «Pico» local. Allie se excusó, aunque eraevid<strong>en</strong>te para Chamcha que <strong>la</strong> vida campestre <strong>la</strong> hacía resp<strong>la</strong>ndecer. «Recond<strong>en</strong>ada Piesp<strong>la</strong>nos—apostrofó Gibreel cariñosam<strong>en</strong>te—. Vámonos, Sa<strong>la</strong>d. Nosotros, ratas de ciudad, <strong>en</strong>señaremosa <strong>la</strong> conquistadora del Everest cómo se sube una montaña. Esto es el mundo al revés, yaar.Nosotros nos vamos a esca<strong>la</strong>r montañas y el<strong>la</strong> se queda <strong>en</strong> casa haci<strong>en</strong>do l<strong>la</strong>madas d<strong>en</strong>egocios.» Sa<strong>la</strong>din p<strong>en</strong>saba de prisa: ahora compr<strong>en</strong>día por qué el<strong>la</strong> cojeaba <strong>en</strong> Shepperton, ycompr<strong>en</strong>día también que este retiro t<strong>en</strong>dría que ser temporal, que Allie, al v<strong>en</strong>ir aquí,sacrificaba su propia vida, y no podría seguir sacrificándo<strong>la</strong> indefinidam<strong>en</strong>te. ¿Qué t<strong>en</strong>ía quehacer él? ¿Alguna cosa? ¿Nada? Si había que tomar v<strong>en</strong>ganza, ¿cuándo y cómo? «Ponte estasbotas —ord<strong>en</strong>ó Gibreel—. ¿Dirías que aguantará sin llover todo el cond<strong>en</strong>ado día?»No fue así. Cuando llegaron a lo alto de <strong>la</strong> cima elegida por Gibreel para <strong>la</strong> excursión, <strong>la</strong>llovizna los <strong>en</strong>volvía. «Bonita vista —jadeó Gibreel—. Míra<strong>la</strong>, ahí está, ahí abajo, bi<strong>en</strong>retrepada, como el Gran Panjandrum.» Seña<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> freekirk. Chamcha, con el corazónalborotado, se s<strong>en</strong>tía ridículo. T<strong>en</strong>dría que empezar a comportarse como el hombre que ti<strong>en</strong>eproblemas cardíacos. ¿Qué gracia t<strong>en</strong>ía morirse de un ataque al corazón <strong>en</strong> lo alto de esta


montaña raquítica, bajo <strong>la</strong> lluvia? Gibreel sacó los prismáticos y empezó a registrar el valle.Ap<strong>en</strong>as se veía algui<strong>en</strong>: dos o tres hombres con perros, unos cuantos corderos, nada más.Gibreel siguió a los hombres con <strong>la</strong> mirada. «Ahora que estamos solos —dijo de pronto—,puedo decirte <strong>la</strong> verdad de por qué hemos v<strong>en</strong>ido a este agujero desierto. Es por el<strong>la</strong>. Sí, sí; note dejes <strong>en</strong>gañar por mi actuación. Es por su recond<strong>en</strong>ada belleza. Los hombres, compa, <strong>la</strong>persigu<strong>en</strong> como <strong>la</strong>s moscas. ¡Te lo juro! Yo los veo cómo se <strong>la</strong> com<strong>en</strong> con <strong>la</strong> mirada y cómotratan de parchear<strong>la</strong>. No hay derecho. El<strong>la</strong> es una persona muy reservada, <strong>la</strong> persona másreservada del mundo. T<strong>en</strong>emos que proteger<strong>la</strong> de esos guarros.»Esta reve<strong>la</strong>ción pilló desprev<strong>en</strong>ido a Sa<strong>la</strong>din. Pobre desgraciado, p<strong>en</strong>só; desde luego,estás perdi<strong>en</strong>do el seso a marchas forzadas. Y, pisándole los talones a este p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to, otrafrase apareció <strong>en</strong> su cabeza como por arte de magia: Pero no creas que vaya a perdonarte poreso.* * *Durante el trayecto de vuelta a <strong>la</strong> estación de Carlisle, Chamcha hizo un com<strong>en</strong>tariosobre <strong>la</strong> despob<strong>la</strong>ción del campo. «No hay trabajo —dijo Allie—. Por eso está vacío. Gibreeldice que no le <strong>en</strong>tra que todo este espacio vacío sea señal de pobreza; que, después de <strong>la</strong>saglomeraciones de <strong>la</strong> India, esto es un lujo.» «¿Y su propio trabajo? — preguntó Chamcha—.¿Qué pi<strong>en</strong>sa usted hacer?» El<strong>la</strong> le sonrió: <strong>la</strong> fachada de mujer de hielo había desaparecido hacíatiempo. «Es muy amable al interesarse. Yo pi<strong>en</strong>so que un día mi vida estará <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro y serálo primero. O, bu<strong>en</strong>o, aunque me resulta difícil usar <strong>la</strong> primera persona del plural: nuestra vida.Así su<strong>en</strong>a mejor, ¿verdad?»«No se deje acaparar —aconsejó Sa<strong>la</strong>din—. No le permita que <strong>la</strong> aparte de los demás,de Jumpy, de su propio mundo, de lo que sea.» Éste es el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> el que puede decirse queempezó realm<strong>en</strong>te su campaña, <strong>en</strong> el que puso el pie <strong>en</strong> aquel camino p<strong>la</strong>c<strong>en</strong>tero por el que sólose podía ir <strong>en</strong> un s<strong>en</strong>tido. «Ti<strong>en</strong>e razón —decía Allie—. Ay, Dios mío, si él supiera. Suprecioso Sisodia, por ejemplo: ése no persigue sólo a <strong>la</strong>s principiantes de metro nov<strong>en</strong>ta, quetambién le gustan, desde luego.» Se le ha insinuado, supuso Chamcha; y automáticam<strong>en</strong>tearchivó <strong>la</strong> información para futura utilización. «No sabe lo que es <strong>la</strong> vergü<strong>en</strong>za —rió Allie—.En <strong>la</strong>s mismas narices de Gibreel. Pero <strong>la</strong>s negativas no le of<strong>en</strong>d<strong>en</strong>: baja <strong>la</strong> cabeza, murmura noimpo-po-porta y aquí no ha pasado nada. ¿Se imagina si se lo contara a Gibreel?»En <strong>la</strong> estación, Chamcha deseó suerte a Allie. «T<strong>en</strong>dremos que volver a Londres para unpar de semanas —dijo el<strong>la</strong> por <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tanil<strong>la</strong> del coche—. T<strong>en</strong>go reuniones. Usted y Gibreelpodrían salir; su compañía le ha hecho bi<strong>en</strong>.»* * *Que Allie Cone, el tercer punto de un triángulo de ficciones —porque ¿no se habíanunido Gibreel y Allie <strong>en</strong> gran medida porque habían imaginado a una «Allie» y un «Gibreel»ideales de los que cada cual podía <strong>en</strong>amorarse; y no les imponía ahora Chamcha <strong>la</strong>s ansias desu propio confuso y defraudado corazón?—, que Allie Cone, decía, hubiera de ser elinconsci<strong>en</strong>te e inoc<strong>en</strong>te ag<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> v<strong>en</strong>ganza de Chamcha se manifestó más c<strong>la</strong>ram<strong>en</strong>te aún alque <strong>la</strong> tramaba, Sa<strong>la</strong>din, cuando descubrió que Gibreel, con el que había salido a pasear unaecuatoriana tarde londin<strong>en</strong>se, nada deseaba tanto como describir con embarazosos detalles eléxtasis carnal que le deparaba el lecho de Allie. ¿Qué c<strong>la</strong>se de persona, se decía Sa<strong>la</strong>din con


desagrado, es <strong>la</strong> que disfruta exponi<strong>en</strong>do sus intimidades a los demás? Gibreel (con fruición)describía posturas, mordiscos amorosos y el vocabu<strong>la</strong>rio secreto del deseo mi<strong>en</strong>tras paseabanpor Brickhall Fields <strong>en</strong>tre colegia<strong>la</strong>s y crios con patines y papás que <strong>la</strong>nzaban torpem<strong>en</strong>teboomerangs y p<strong>la</strong>tillos vo<strong>la</strong>ntes a niños desdeñosos, y sorteaban <strong>la</strong> carne horizontal desecretarias que se asaban l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te; y Gibreel interrumpió sus transportes eróticos paracom<strong>en</strong>tar, agriam<strong>en</strong>te, que «A veces, cuando miro a esta g<strong>en</strong>te color de rosa, <strong>en</strong> vez de piel,compa, lo que veo es carne putrefacta; <strong>la</strong> huelo aquí —se golpeó <strong>la</strong>s fosas nasales con énfasis,como si reve<strong>la</strong>ra un misterio—, <strong>en</strong> <strong>la</strong> nariz.» Y volvió a <strong>la</strong> <strong>en</strong>trepierna de Allie, a sus ojosempañados, al perfecto valle de <strong>la</strong> parte baja de su espalda, a sus grititos. Aquel hombre estaba<strong>en</strong> inmin<strong>en</strong>te peligro de estal<strong>la</strong>r. La fr<strong>en</strong>ética <strong>en</strong>ergía, <strong>la</strong> exaltada minuciosidad de susdescripciones indujeron a Chamcha a p<strong>en</strong>sar que había vuelto a reducir <strong>la</strong>s dosis, que estaba<strong>en</strong>caramándose hacia <strong>la</strong> cresta de un delirio, aquel<strong>la</strong> febril excitación que se parecía a unaborrachera <strong>en</strong> una cosa (según Allie), <strong>en</strong> que Gibreel, cuando, inevitablem<strong>en</strong>te, volvía a bajar a<strong>la</strong> tierra, no podía recordar nada de lo que había dicho o hecho. Las descripciones seguían yseguían: <strong>la</strong> extraordinaria longitud de sus pezones, su aversión a que se metieran con suombligo, <strong>la</strong> s<strong>en</strong>sibilidad de los dedos de los pies. Chamcha se dijo que, con locura o sin locura,lo que reve<strong>la</strong>ba esta char<strong>la</strong> sobre el sexo (porque también recordaba lo que Allie le dijera <strong>en</strong> elCitro<strong>en</strong>) era <strong>la</strong> debilidad de aquel<strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada «gran pasión» —término que el<strong>la</strong> había utilizadosólo medio <strong>en</strong> broma— porque, <strong>en</strong> definitiva, no t<strong>en</strong>ía nada más de bu<strong>en</strong>o; s<strong>en</strong>cil<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te, susre<strong>la</strong>ciones no t<strong>en</strong>ían ningún otro aspecto que ponderar. No obstante, al mismo tiempo,empezaba a s<strong>en</strong>tirse excitado. Se veía a sí mismo mirándo<strong>la</strong> por <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana, desnuda como unaactriz <strong>en</strong> <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong>, y unas manos de hombre <strong>la</strong> acariciaban de mil maneras llevándo<strong>la</strong> hasta eléxtasis; llegó a p<strong>en</strong>sar que él era aquel<strong>la</strong>s manos, casi s<strong>en</strong>tía su piel fresca, su estremecimi<strong>en</strong>to,casi oía sus gritos. Se contuvo. Su deseo le asqueó. El<strong>la</strong> era inalcanzable; esto era <strong>la</strong> perversióndel mirón, y él no estaba dispuesto a sucumbir. Pero el deseo que habían despertado <strong>la</strong>sreve<strong>la</strong>ciones de Gibreel no se desvanecía.En realidad, según se recordó Chamcha, <strong>la</strong> obsesión sexual de Gibreel t<strong>en</strong>ía quefacilitarle <strong>la</strong>s cosas. «Desde luego, es una mujer muy atractiva», av<strong>en</strong>turó, y recibió consatisfacción una <strong>la</strong>rga y furibunda mirada. Después de lo cual Gibreel, haci<strong>en</strong>do un ost<strong>en</strong>sibleesfuerzo por dominarse, rodeó a Sa<strong>la</strong>din con un brazo y tronó: «Perdona, compa, pero por loque se refiere a el<strong>la</strong>, soy muy susceptible. ¡Pero tú y yo! ¡Nosotros somos bhai-bhai! Dosbu<strong>en</strong>os camaradas que han pasado <strong>la</strong>s peores pruebas y salido de el<strong>la</strong>s con una sonrisa; v<strong>en</strong>, yaestoy cansado de este parque insulso. Vámonos a <strong>la</strong> ciudad.»Está el mom<strong>en</strong>to de antes del mal; luego está el mom<strong>en</strong>to del, y está el mom<strong>en</strong>to dedespués, cuando ya se ha dado el paso y cada nuevo movimi<strong>en</strong>to resulta progresivam<strong>en</strong>te másfácil.«Encantado —dijo Chamcha—. Me alegro de verte con tan bu<strong>en</strong> aspecto.»Por su <strong>la</strong>do pasó un niño de seis o siete años <strong>en</strong> una bicicleta BMX. Chamcha volvió <strong>la</strong>cabeza para seguirlo con <strong>la</strong> mirada y vio que el niño se alejaba suavem<strong>en</strong>te por una av<strong>en</strong>ida deárboles que formaban un túnel de hojas por <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s cuales se filtraba aquí y allí una gota de <strong>la</strong>cand<strong>en</strong>te luz del sol. La impresión de descubrir el esc<strong>en</strong>ario de su sueño desori<strong>en</strong>tómom<strong>en</strong>táneam<strong>en</strong>te a Chamcha y le dejó mal sabor de boca: el sabor agrio de lo que pudo habersido y no fue. Gibreel paró un taxi e indicó Trafalgar Square.Oh, sí, aquel día estaba eufórico, despotricando contra Londres y los ingleses conmucho de su antiguo brío. Allí donde Chamcha veía una grandeza atractivam<strong>en</strong>te desvaída,Gibreel veía un naufragio, un Crusoe de ciudad, arrojado a <strong>la</strong> is<strong>la</strong> de su pasado, que, con <strong>la</strong>ayuda de su Viernes, es decir, <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ses bajas, trataba de guardar <strong>la</strong>s apari<strong>en</strong>cias. Bajo <strong>la</strong>mirada de leones de piedra, Gibreel perseguía palomas gritando: «Compa, <strong>en</strong> nuestra tierraestas gorditas no durarían ni un día; vamos a llevarnos una para <strong>la</strong> c<strong>en</strong>a.» El alma inglesa deChamcha se <strong>en</strong>cogía de vergü<strong>en</strong>za. Después, <strong>en</strong> Cov<strong>en</strong>t Gard<strong>en</strong>, describió a Gibreel el día <strong>en</strong>


que el viejo mercado de frutas y verduras fue tras<strong>la</strong>dado a Nine Elms. Las autoridades, paracombatir <strong>la</strong>s ratas, habían tapado <strong>la</strong>s alcantaril<strong>la</strong>s y matado a dec<strong>en</strong>as de miles; pero unosci<strong>en</strong>tos sobrevivieron. «Aquel día, <strong>la</strong>s ratas hambri<strong>en</strong>tas infestaban <strong>la</strong>s aceras —recordó—.Iban por todo el Strand y el pu<strong>en</strong>te de Waterloo, <strong>en</strong>trando y sali<strong>en</strong>do de <strong>la</strong>s ti<strong>en</strong>das, buscandocomida desesperadam<strong>en</strong>te. Gibreel resopló. «Ahora sí que veo que esto es un barco que sehunde —exc<strong>la</strong>mó, y Chamcha se sintió furioso consigo mismo por haberle dado pie—. Hasta<strong>la</strong>s jodidas ratas se van. —Y, después de una pausa—: Lo que necesitaban era un f<strong>la</strong>utista, ¿no?Que <strong>la</strong>s llevara a <strong>la</strong> perdición con música.»Cuando no insultaba a los ingleses o describía el cuerpo de Allie desde <strong>la</strong> raíz del pelohasta el suave triángulo de «el lugar del amor, el cond<strong>en</strong>ado yoni», parecía querer hacer listas:¿cuáles eran sus diez libros favoritos, y sus diez pelícu<strong>la</strong>s, y actrices de cine, y p<strong>la</strong>tos. Chamchadaba respuestas cosmopolitas y conv<strong>en</strong>cionales. Su lista de pelícu<strong>la</strong>s incluía Potemkin, Kane,Otto e Mezzo, Los siete samurais, Alphaville, El ángel exterminador. «Bi<strong>en</strong> te han <strong>la</strong>vado elcerebro —rió burlonam<strong>en</strong>te Gibreel—. Todo, pedante bazofia occid<strong>en</strong>tal.» Sus diez favoritosde todo eran «de nuestra tierra» y agresivam<strong>en</strong>te popu<strong>la</strong>res. Madre India, Mr. India, ShreeCharsawbees: ni Ray, ni Mrinal S<strong>en</strong>, ni Aravindan, ni Ghatak. «Ti<strong>en</strong>es <strong>la</strong> cabeza tan ll<strong>en</strong>a deporquería, que has olvidado todo lo que merece <strong>la</strong> p<strong>en</strong>a conocer.»Su excitación creci<strong>en</strong>te, su gárru<strong>la</strong> determinación de convertir el mundo <strong>en</strong> una serie delistas de éxitos, su brioso caminar —al final del paseo debían de haber recorrido, por lo m<strong>en</strong>os,treinta kilómetros—, indicaban a Chamcha que ya no se necesitaría mucho para hacerle caer.Parece ser que yo también me he convertido <strong>en</strong> un hombre de confianza, Mimi. El arte de<strong>la</strong>sesino consiste <strong>en</strong> atraerse a <strong>la</strong> víctima; así es más fácil acuchil<strong>la</strong>r<strong>la</strong>. «Empiezo a t<strong>en</strong>erhambre —anunció Gibreel imperiosam<strong>en</strong>te—. Llévame a uno de tus diez restaurantesfavoritos.»En el taxi, Gibreel pinchaba a Chamcha, que no le había informado de su destino.«Algún rincón francés, ¿eh? O japonés, seguro, con peces crudos o pulpos. Ay, Dios, ¿por quéme fío de tus gustos?»Llegaron al Shaandaar Café.* * *Jumpy no estaba.Por lo visto, Mishal Sufyan no se había reconciliado con su madre; Mishal y Hanifestaban aus<strong>en</strong>tes, y ni Anahita ni su madre dedicaron a Chamcha un saludo que pudieraconsiderarse cálido. Sólo Haji Sufyan se mostró afable: «Pase, pase, siéntese, ti<strong>en</strong>e muy bu<strong>en</strong>aspecto.» El café estaba extrañam<strong>en</strong>te vacío, y ni <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>cia de Gibreel causó gran revuelo.Chamcha tardó unos segundos <strong>en</strong> darse cu<strong>en</strong>ta de lo que ocurría; lo advirtió al reparar <strong>en</strong> elcuarteto de jóv<strong>en</strong>es b<strong>la</strong>ncos que ocupaban una mesa del rincón y que buscaban camorra.El camarero b<strong>en</strong>galí (al que Hind había t<strong>en</strong>ido que contratar después de <strong>la</strong> marcha de suhija mayor) que se acercó a tomar nota —ber<strong>en</strong>j<strong>en</strong>as, sikh kababs, arroz— <strong>la</strong>nzaba torvasmiradas al problemático cuarteto que, al parecer, estaban muy bebidos. Amin, el camarero,estaba tan furioso con Sufyan como con los borrachos. «No debió dejarles <strong>en</strong>trar —murmuródirigiéndose a Chamcha y Gibreel—. Ahora yo t<strong>en</strong>go que servirles. C<strong>la</strong>ro, como que él no está<strong>en</strong> primera línea.»Los borrachos fueron servidos al mismo tiempo que Chamcha y Gibreel. Cuandoempezaron a quejarse de <strong>la</strong> comida, el ambi<strong>en</strong>te se cargó más aún. Finalm<strong>en</strong>te, se levantaron.«Nosotros no comemos esta mierda, guarras —gritó el cabecil<strong>la</strong>, un tipo escuchimizado de pelopajizo y cara b<strong>la</strong>nca, chupada y con granos—. Esto es mierda. Os jodéis, guarras.» Sus tres


compañeros salieron del café ri<strong>en</strong>do y soltando pa<strong>la</strong>brotas. El jefe no se decidía a marchar.«¿Disfrutáis de <strong>la</strong> comida? —gritó a Chamcha y Gibreel—. Es una puta mierda. ¿Eso es lo quecoméis <strong>en</strong> vuestra tierra? Guarras.» Gibreel t<strong>en</strong>ía una expresión que decía, alto y c<strong>la</strong>ro: demanera que <strong>en</strong> esto se han convertido los ingleses, esa gran nación de conquistadores. Nocontestó. El <strong>en</strong>ano cara de rata se acercó: «Os he hecho una pregunta. O sea: ¿disfrutáis devuestra puta mierda de c<strong>en</strong>a?» Y Sa<strong>la</strong>din Chamcha, quizá porque le molestaba que Gibreel nohubiera t<strong>en</strong>ido que verse cara a cara con el hombre al que por muy poco no había matado —y,además, por <strong>la</strong> espalda, a lo cobarde—, respondió, casi maquinalm<strong>en</strong>te: «Disfrutaríamos de noser por usted.» Cara de rata, tambaleándose, asimiló <strong>la</strong> información, y <strong>en</strong>tonces hizo algosorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te. Aspiró profundam<strong>en</strong>te e irguió su metro ses<strong>en</strong>ta de estatura; después se inclinó yescupió, viol<strong>en</strong>ta y copiosam<strong>en</strong>te, sobre <strong>la</strong> comida.«Baba, si eso está <strong>en</strong>tre tus diez mejores —dijo Gibreel <strong>en</strong> el taxi de regreso—, no melleves a los sitios que te gustan m<strong>en</strong>os.»«Minnamin, Gut mag alkan, Pern dirstan —respondió Chamcha—. Quiere decir: "Mivida, Dios te da el hambre y el diablo <strong>la</strong> sed", Nabokov.»«Ya está otra vez —se <strong>la</strong>m<strong>en</strong>tó Gibreel—. ¿Y qué cond<strong>en</strong>ada l<strong>en</strong>gua es ésa?»«Una l<strong>en</strong>gua inv<strong>en</strong>tada por el autor. Eso se lo dice al pequeño Kinbote su niñera, que esde Zemb<strong>la</strong>. En Fuego pálido.'»«Perndirstan —repitió Farishta—. Su<strong>en</strong>a a nombre de país, o, quizá, de infierno. En fin,me rindo. ¿Cómo se puede leer a un hombre que escribe <strong>en</strong> una l<strong>en</strong>gua inv<strong>en</strong>tada por él?»Estaban llegando al piso de Allie <strong>en</strong> Brickhall Fields. «El comediógrafo Strindberg —dijo Chamcha abstraído, como sumido <strong>en</strong> profundos p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos—, después de dosmatrimonios desgraciados, se casó con una famosa y <strong>en</strong>cantadora actriz de veinte años l<strong>la</strong>madaHarriet Bosse. Estaba deliciosa <strong>en</strong> el papel de "Puck" <strong>en</strong> El sueño. Además, él le escribió unaobra: el papel de "Eleanora" <strong>en</strong> Pascua. Un "ángel de paz". Los jóv<strong>en</strong>es se volvían locos porel<strong>la</strong>, y Strindberg, bu<strong>en</strong>o, se puso tan celoso que estuvo a punto de perder <strong>la</strong> razón. Queríat<strong>en</strong>er<strong>la</strong> <strong>en</strong>cerrada <strong>en</strong> casa, donde los hombres no pudieran ver<strong>la</strong>. El<strong>la</strong> quería viajar y él lellevaba libros de viajes. Era como <strong>la</strong> vieja canción de Cliff Richard: Gonna lock her up in atrunk / so no big hunk / can steal her away from me (La <strong>en</strong>cerraré <strong>en</strong> un baúl / para que no me<strong>la</strong> robe un pedazo de bruto).»Farishta movió afirmativam<strong>en</strong>te su espesa cabeza. Había caído <strong>en</strong> una especie de<strong>en</strong>sueño. «¿Y qué pasó?», preguntó cuando llegaban a su destino. «El<strong>la</strong> lo dejó —respondióChamcha inoc<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te—. Dijo que no podía id<strong>en</strong>tificarlo con <strong>la</strong> raza humana.»* * *Alleluia Cone, al salir del Metro, camino de su casa, iba ley<strong>en</strong>do <strong>la</strong> carta que su madrele había <strong>en</strong>viado desde Stanford, Calif., y que rezumaba una felicidad delirante. «Si algui<strong>en</strong> tedice que <strong>la</strong> felicidad es inalcanzable —escribía Alicja con una caligrafía grande, retorcida,inclinada hacia atrás y zurda—, <strong>en</strong>víamelo y yo le explicaré. Yo <strong>la</strong> <strong>en</strong>contré dos veces, una contu padre, como tú sabes, y otra con este hombre bu<strong>en</strong>o y ancho que ti<strong>en</strong>e <strong>la</strong> cara del color de <strong>la</strong>snaranjas que aquí crec<strong>en</strong> por todas partes. Paz y sosiego, Allie. Es mucho mejor que <strong>la</strong> pasión.Pruébalo, te gustará.» Al levantar <strong>la</strong> mirada, Allie vio el fantasma de Maurice Wilson s<strong>en</strong>tado<strong>en</strong> <strong>la</strong> copa de una gran haya con su habitual indum<strong>en</strong>taria de <strong>la</strong>na —boina escocesa, jersey derombos y pantalón de golf—, demasiado abrigado para aquel calor. «Ahora no t<strong>en</strong>go tiempopara ti», le dijo el<strong>la</strong>, y él se <strong>en</strong>cogió de hombros. Puedo esperar. Volvían a dolerle los pies. El<strong>la</strong>apretó los di<strong>en</strong>tes y siguió andando.Sa<strong>la</strong>din Chamcha, escondido bajo <strong>la</strong> misma haya desde <strong>la</strong> que el fantasma de Maurice


Wilson seguía el doloroso caminar de Allie, vio a Gibreel Farishta salir viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te deledificio de pisos <strong>en</strong> el que esperaba con impaci<strong>en</strong>cia el regreso de Allie; vio que t<strong>en</strong>ía los ojos<strong>en</strong>rojecidos y estaba furioso. Los demonios de los celos estaban posados <strong>en</strong> sus hombros y élgritaba <strong>la</strong> vieja canción, dóndediablos sepuedesaber nocreasqueme<strong>la</strong>das quétehascreídoperraperraperra. Al parecer, a falta de Jumpy, Strindberg había surtido efecto.El observador de <strong>la</strong> copa del árbol se esfumó; el otro, movi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> cabeza consatisfacción, se alejó por una av<strong>en</strong>ida sombreada por frondosos árboles.* * *Las l<strong>la</strong>madas telefónicas que <strong>en</strong>tonces empezaron a recibir, tanto Allie como Gibreel,primeram<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el piso de Londres y, después, <strong>en</strong> una remota dirección de Dumfries andGalloway, no eran muy frecu<strong>en</strong>tes; pero tampoco puede decirse que fueran infrecu<strong>en</strong>tes. Noeran tantas voces como para no resultar p<strong>la</strong>usibles; pero sí <strong>la</strong>s sufici<strong>en</strong>tes. No eran l<strong>la</strong>madasbreves, como <strong>la</strong>s que hac<strong>en</strong> los del jadeo y otros parásitos de <strong>la</strong> red telefónica, pero, por otraparte, nunca duraban lo sufici<strong>en</strong>te para que <strong>la</strong> policía, que estaba a <strong>la</strong> escucha, pudiera localizar<strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada. Tampoco duró mucho todo el desagradable episodio: un total de tres semanas ymedia, al cabo de <strong>la</strong>s cuales los comunciantes abandonaron definitivam<strong>en</strong>te; pero hay queseña<strong>la</strong>r que duró exactam<strong>en</strong>te el tiempo necesario, es decir, hasta que Gibreel Farishta hizo aAllie Cone lo mismo que anteriorm<strong>en</strong>te hiciera a Sa<strong>la</strong>din; a saber: Lo Imperdonable. Hay queseña<strong>la</strong>r que nadie, ni Allie, ni Gibreel, ni siquiera los escuchas profesionales que ellosintrodujeron, sospecharon ni un mom<strong>en</strong>to que <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>madas fueran obra de un solo hombre; peropara Sa<strong>la</strong>din Chamcha, <strong>en</strong> tiempos conocido (aunque sólo <strong>en</strong> los medios especializados) comoel Hombre de <strong>la</strong>s Mil Voces, esta simu<strong>la</strong>ción fue cosa fácil, sin esfuerzo y sin riesgo. En total,tuvo que seleccionar (de sus mil y una voces) no más de treinta y nueve.Cuando contestaba Allie, oía voces de hombre que le murmuraban al oído secretosíntimos, voces de desconocidos que parecían conocer los más recónditos detalles de su cuerpo,seres sin rostro que demostraban conocer por experi<strong>en</strong>cia sus prefer<strong>en</strong>cias <strong>en</strong>tre <strong>la</strong> miríada deformas del amor; y, una vez empezaron los int<strong>en</strong>tos de localizar <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>madas, se agravó <strong>la</strong>humil<strong>la</strong>ción, porque ahora Allie ya no podía colgar simplem<strong>en</strong>te, sino que t<strong>en</strong>ía que seguirescuchando, con <strong>la</strong> cara ardi<strong>en</strong>do y <strong>la</strong> espalda he<strong>la</strong>da, procurando (sin conseguirlo) prolongar<strong>la</strong>s l<strong>la</strong>madas.También Gibreel recibía su ración de voces: soberbios aristócratas byronianos que sejactaban de haber «conquistado el Everest», guasones barriobajeros, voces empa<strong>la</strong>gosas de«bu<strong>en</strong> amigo» que mezc<strong>la</strong>ban <strong>la</strong> advert<strong>en</strong>cia y <strong>la</strong> irónica conmiseración, a bu<strong>en</strong> <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dedor, nose puede ser tan confiado es que aún no te has <strong>en</strong>terado, cualquier cosa con pantalones, pobreimbécil, te lo dice un amigo. Pero una voz se destacaba <strong>en</strong>tre todas, <strong>la</strong> voz aterciope<strong>la</strong>da yvibrante de un poeta, una de <strong>la</strong>s primeras que oyó Gibreel y <strong>la</strong> que le llegó más ad<strong>en</strong>tro; unavoz que hab<strong>la</strong>ba exclusivam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> verso, y recitaba unos refranes de apar<strong>en</strong>te ing<strong>en</strong>uidad quecontrastaban viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te con <strong>la</strong> obsc<strong>en</strong>idad de <strong>la</strong> mayoría de comunicantes, una voz que,para Gibreel, era <strong>la</strong> más insidiosa y am<strong>en</strong>azadora de todas.Me gusta el pan, me gusta el vino,Me gusta todo lo que haces conmigo.Díselo a el<strong>la</strong>, musitó <strong>la</strong> voz, antes de colgar. Otro día, otro verso:


Me gusta <strong>la</strong> manteca, me gusta <strong>la</strong> tostada,Pero más me gusta mi <strong>en</strong>amorada.Dale el recado, haz el favor. Había algo diabólico, decidió Gibreel, algo profundam<strong>en</strong>teinmoral <strong>en</strong> <strong>la</strong> idea de poner <strong>en</strong> <strong>la</strong> <strong>la</strong>scivia esta <strong>en</strong>voltura de cop<strong>la</strong> inoc<strong>en</strong>te.Manzanita roja, tarta de limón,Cómo te quiere mi corazón.A... Yo... Yo... Gibreel, indignado y atemorizado, colgó viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te el aparato yempezó a temb<strong>la</strong>r. Después de aquello, el de los versos dejó de l<strong>la</strong>mar durante un tiempo; peroésta era <strong>la</strong> voz que más esperaba y temía Gibreel, quizá porque ya pres<strong>en</strong>tía que esta maldadinfernal e infantil sería lo que le destruiría definitivam<strong>en</strong>te.* * *¡Y qué fácil resultó! ¡Qué cómodam<strong>en</strong>te se instaló <strong>la</strong> maldad <strong>en</strong> esas cuerdas vocales deductilidad infinita, esos hilos de titiritero! ¡Con qué seguridad se av<strong>en</strong>turaba por el hilotelefónico, ser<strong>en</strong>a y ágil como un vo<strong>la</strong>tinero; con qué confianza <strong>en</strong>traba <strong>en</strong> pres<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong>víctima, tan segura de su efecto como un hombre apuesto con un traje bi<strong>en</strong> cortado! ¡Y con quécuidado aguardaba su mom<strong>en</strong>to, <strong>en</strong>viando todas <strong>la</strong>s voces m<strong>en</strong>os <strong>la</strong> voz que daría el tiro degracia —porque también Sa<strong>la</strong>din había compr<strong>en</strong>dido el especial poder de <strong>la</strong>s cop<strong>la</strong>s—: vocesgraves y voces chillonas, l<strong>en</strong>tas y rápidas, tristes y alegres, agresivas y tímidas. Una a unagoteaban <strong>en</strong> los oídos de Gibreel, debilitando su noción del mundo real, atrayéndolo poco apoco a su red de <strong>en</strong>gaños, de manera que, poco a poco, sus obsc<strong>en</strong>as mujeres imaginariasempezaron a <strong>en</strong>volver a <strong>la</strong> mujer real como una pelícu<strong>la</strong> viscosa y verde y, a pesar de <strong>la</strong>sprotestas de el<strong>la</strong>, él empezó a alejarse; y llegó el mom<strong>en</strong>to del regreso de los versos satánicosque le <strong>en</strong>loquecían.Violetas azules, rosas rojas,Tú eres <strong>la</strong> más dulce de todas.Pásalo. Había vuelto, tan inoc<strong>en</strong>te como siempre, a poner un torbellino de mariposas <strong>en</strong>el agarrotado estómago de Gibreel. A partir de <strong>en</strong>tonces, los versos se hicieron más groseros yfrecu<strong>en</strong>tes. Algunos t<strong>en</strong>ían malicia de patio de escue<strong>la</strong>:Cuando pasa por el pu<strong>en</strong>teNo mira a <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te,Cuando pasa por el callejónNo lleva ropa interiory otros, con ritmo de animación deportiva:Calzas de fuego, que me muero,¡Ha<strong>la</strong>rí! ¡Ha<strong>la</strong>rá!¡Aleluya! ¡Aleluya!¡Ra! ¡Ra! ¡Ra!


Y, finalm<strong>en</strong>te, cuando habían regresado a Londres, un día <strong>en</strong> que Allie salió para asistira <strong>la</strong> ceremonia de inauguración de un supermercado de conge<strong>la</strong>dos <strong>en</strong> Hounslow, <strong>la</strong> últimacop<strong>la</strong>:Azul es <strong>la</strong> violeta y amaril<strong>la</strong> <strong>la</strong> retama,Ya <strong>la</strong> t<strong>en</strong>go <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama.Adiós, capullo. Línea.* * *Cuando Alleluia Cone regresó a casa, Gibreel ya no estaba y, <strong>en</strong> el sil<strong>en</strong>cio deldevastado apartam<strong>en</strong>to, el<strong>la</strong> juró que esta vez habían terminado para siempre, que no volvería adarle asilo, por roto y arrep<strong>en</strong>tido que volviera suplicando perdón y amor; porque, antes demarcharse, Gibreel se había v<strong>en</strong>gado cruelm<strong>en</strong>te destruy<strong>en</strong>do su colección de Hima<strong>la</strong>yas,reunida a lo <strong>la</strong>rgo de los años, derriti<strong>en</strong>do el Everest de hielo que guardaba <strong>en</strong> el conge<strong>la</strong>dor,descolgando y rasgando <strong>la</strong> seda de paracaídas que t<strong>en</strong>ía sobre <strong>la</strong> cama simu<strong>la</strong>ndo montañas ytriturando (había usado el hacha que el<strong>la</strong> guardaba con el extintor <strong>en</strong> el armario de <strong>la</strong>s escobas)el precioso e insustituible recuerdo de su conquista del Chomolungma tal<strong>la</strong>do por Pemba, elsherpa, advert<strong>en</strong>cia y conmemoración. A Ali Bibi. Nosotros t<strong>en</strong>er suerte. No probar otra vez.Allie abrió <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tanas de guillotina y gritó a los inoc<strong>en</strong>tes Brickhall Fields. «¡Muéretedespacio! ¡Al infierno!»Luego, llorando, l<strong>la</strong>mó por teléfono a Sa<strong>la</strong>din Chamcha para darle <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> noticia.* * *Mr. John Mas<strong>la</strong>ma, propietario del club nocturno Cera Cali<strong>en</strong>te, <strong>la</strong> marca discográficadel mismo nombre y de «El Bu<strong>en</strong> Vi<strong>en</strong>to», <strong>la</strong> leg<strong>en</strong>daria ti<strong>en</strong>da <strong>en</strong> <strong>la</strong> que podías conseguir <strong>la</strong>smejores trompas —c<strong>la</strong>rinetes, saxofones, trombones— que se sop<strong>la</strong>ban <strong>en</strong> todo Londres, erahombre ocupado, por lo que siempre atribuiría a <strong>la</strong> interv<strong>en</strong>ción de <strong>la</strong> Divina Provid<strong>en</strong>cia <strong>la</strong>feliz casualidad que le hizo estar pres<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da de <strong>la</strong>s trompetas cuando el Arcángel deDios <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> el<strong>la</strong> con el tru<strong>en</strong>o y el rayo ciñ<strong>en</strong>do su noble fr<strong>en</strong>te como <strong>la</strong>ureles. Mr. Mas<strong>la</strong>ma,comerciante práctico, hasta aquel mom<strong>en</strong>to había ocultado a sus empleados su trabajoextraordinario de heraldo principal del Ser Celestial y Semidivino, y sólo ponía carteles <strong>en</strong> losescaparates cuando estaba seguro de que nadie le observaba, omiti<strong>en</strong>do firmar los anuncios queinsertaba <strong>en</strong> periódicos y revistas con considerable disp<strong>en</strong>dio personal, para proc<strong>la</strong>mar <strong>la</strong> Gloriainmin<strong>en</strong>te del Adv<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>to del Señor. <strong>Red</strong>actaba comunicados de pr<strong>en</strong>sa a través de unaempresa de re<strong>la</strong>ciones públicas subsidiaria de <strong>la</strong> ag<strong>en</strong>cia Va<strong>la</strong>nce, solicitando que se protegieraescrupulosam<strong>en</strong>te su anonimato. «Nuestro cli<strong>en</strong>te está <strong>en</strong> disposición de afirmar —anunciabancrípticam<strong>en</strong>te estos sueltos que, durante algún tiempo hicieron <strong>la</strong>s delicias de los profesionalesde Fleet Street, que nos <strong>en</strong>contraban hi<strong>la</strong>rantes— que sus ojos han visto <strong>la</strong> Gloria antesm<strong>en</strong>cionada. Gibreel está <strong>en</strong>tre nosotros <strong>en</strong> este mom<strong>en</strong>to, <strong>en</strong> algún lugar del c<strong>en</strong>tro deLondres, probablem<strong>en</strong>te <strong>en</strong> Camd<strong>en</strong>, Brickhall, Tower Hamlets o Hackney, y pronto semanifestará, quizá d<strong>en</strong>tro de unos días o unas semanas.» Todo esto lo ignoraban los tresdep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes altos y lánguidos de «El Bu<strong>en</strong> Vi<strong>en</strong>to» (Mas<strong>la</strong>ma no quería dep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tas: «Yoestoy conv<strong>en</strong>cido —decía— de que, <strong>en</strong> materia de cuerno, nadie se fía de una mujer»); por lo


cual ninguno de ellos daba crédito a sus ojos cuando su jefe, siempre tan serio, experim<strong>en</strong>tóbruscam<strong>en</strong>te un completo cambio de personalidad y salió al <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro de aquel desconocido degesto feroz y mejil<strong>la</strong>s sin afeitar como si fuera Dios Omnipot<strong>en</strong>te. Con sus zapatos de charol dedos tonos, traje Armani y pelo p<strong>la</strong>nchado a lo Robert de Niro sobre pob<strong>la</strong>das cejas, Mas<strong>la</strong>ma noera de los que se arrastran, pero ahora se arrastraba como una cond<strong>en</strong>ada serpi<strong>en</strong>te, haci<strong>en</strong>do aun <strong>la</strong>do al personal, yo at<strong>en</strong>deré al señor, con rever<strong>en</strong>cias y andando para atrás, ¿habráse visto?De todos modos, el hombre llevaba debajo de <strong>la</strong> camisa un cinturón ll<strong>en</strong>o de dinero del queempezó a sacar billetes de los grandes; señaló una trompeta que estaba <strong>en</strong> un estante alto, ésa,así, ni más ni m<strong>en</strong>os, casi sin mirar<strong>la</strong>, y Mr. Mas<strong>la</strong>ma que, zas, se sube a <strong>la</strong> escalera. Yo <strong>la</strong> bajo,yo <strong>la</strong> bajo, y ahora vi<strong>en</strong>e lo mejor, y es que no quería cobrar, ¡Mas<strong>la</strong>ma! no, señor, le decía, novale nada, señor, pero el tipo pagó de todos modos, le metió los billetes <strong>en</strong> el bolsillo del pechocomo a un botones, si no lo veo, y luego el cli<strong>en</strong>te va y se vuelve hacia <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da y grita: Yo soy<strong>la</strong> mano derecha de Dios. Así, sin más, como si hubiera llegado el puñetero Día del Juicio. Y,después de esto, Mas<strong>la</strong>ma, que estaba histérico, hasta se puso de rodil<strong>la</strong>s. Entonces, el tipolevantó <strong>la</strong> trompeta sobre su cabeza y gritó: ¡Yo impongo a esta trompeta el nombre de Azraeel,<strong>la</strong> Trompeta Final, el Exterminador de Hombres!, y nosotros allí, te lo juro, petrificados,porque ahora alrededor de <strong>la</strong> cabeza de aquel fu<strong>la</strong>no, que estaba lo que se dice de atar, aparecióuna luz, ¿sabes?, que parecía salir de un punto situado detrás de <strong>la</strong> coronil<strong>la</strong>.»Una aureo<strong>la</strong>.Ustedes dirán lo que quieran, repetían los tres dep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes a todo el que queríaescucharles, ustedes dirán lo que quieran, pero nosotros vimos lo que vimos.3


La muerte del doctor Uhuru Simba, anteriorm<strong>en</strong>te Sylvester Roberts, mi<strong>en</strong>tras estababajo custodia esperando juicio, fue descrita por el oficial de <strong>en</strong><strong>la</strong>ce de <strong>la</strong> prefectura de <strong>la</strong>comunidad de Brickhall, un tal inspector Steph<strong>en</strong> Kinch, como «un caso <strong>en</strong>tre un millón». Alparecer, el doctor Simba sufría una pesadil<strong>la</strong> tan espantosa que le hizo gritar <strong>en</strong> sueños de modop<strong>en</strong>etrante, atray<strong>en</strong>do <strong>la</strong> inmediata at<strong>en</strong>ción de los dos oficiales de guardia. Estos caballeroscorrieron hacia <strong>la</strong> celda y llegaron a tiempo de ver <strong>la</strong> figura gigantesca del durmi<strong>en</strong>te salirliteralm<strong>en</strong>te despedida del catre, bajo <strong>la</strong> maligna influ<strong>en</strong>cia del sueño, y caer al suelo. Ambosoficiales oyeron un fuerte chasquido; era el sonido que hizo el cuello del doctor Uhuru Simba alromperse. La muerte fue instantánea.La diminuta madre del muerto, Antoinette Roberts, de pie <strong>en</strong> <strong>la</strong> parte trasera del camiónde su hijo m<strong>en</strong>or, con un vestido y sombrero negros, baratos, el velo de luto echado hacia atrás<strong>en</strong> señal de desafío, no tardó <strong>en</strong> recoger <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras del inspector Kinch y arrojárse<strong>la</strong>s a su caraancha, fláccida e impot<strong>en</strong>te, cuya expresión azorada reve<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> humil<strong>la</strong>ción de oírse l<strong>la</strong>mar porsus compañeros de cuerpo el negrata o, peor aún, el champiñón, porque se le t<strong>en</strong>ía siempre aoscuras y, de vez <strong>en</strong> cuando —por ejemplo, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s actuales <strong>la</strong>m<strong>en</strong>tables circunstancias—, <strong>la</strong>g<strong>en</strong>te le echaba toda <strong>la</strong> mierda <strong>en</strong>cima. «Quiero que compr<strong>en</strong>dáis —dec<strong>la</strong>maba Mrs. Roberts a<strong>la</strong> considerable multitud que se había congregado airadam<strong>en</strong>te a <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> comisaría deHigh Street— que esta g<strong>en</strong>te juega con nuestra vida. Se cruzan apuestas sobre nuestrasposibilidades de superviv<strong>en</strong>cia. Quiero que todos p<strong>en</strong>séis <strong>en</strong> lo que esto significa <strong>en</strong> cuanto arespeto hacia nosotros como seres humanos.» Y Hanif Johnson, <strong>en</strong> su calidad de abogado deUhuru Simba, agregó su propia explicación desde el camión de Walcott Roberts, seña<strong>la</strong>ndo que<strong>la</strong> supuesta caída fatal de su cli<strong>en</strong>te se había producido desde <strong>la</strong> litera de abajo de <strong>la</strong>s dos quehabía <strong>en</strong> su celda; que, <strong>en</strong> una época de gran aglomeración <strong>en</strong> <strong>la</strong>s prisiones del país, era, cuandom<strong>en</strong>os, insólito que <strong>la</strong> otra litera estuviera libre, con lo cual se eliminaban los testigos de <strong>la</strong>muerte que no fueran guardianes; y que una pesadil<strong>la</strong> no era ni mucho m<strong>en</strong>os <strong>la</strong> únicaexplicación posible de los gritos de un negro <strong>en</strong> manos de <strong>la</strong>s autoridades p<strong>en</strong>it<strong>en</strong>ciarias. En suscom<strong>en</strong>tarios finales, que el inspector Kinch calificaría después de «inf<strong>la</strong>matorios yantiprofesionales», Hanif comparó <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras del oficial de <strong>en</strong><strong>la</strong>ce a <strong>la</strong>s del <strong>la</strong>m<strong>en</strong>table racistaJohn Kingsley Read, que <strong>en</strong> cierta ocasión, a <strong>la</strong> noticia de <strong>la</strong> muerte de un negro, respondió conel slogan «Uno m<strong>en</strong>os; quedan un millón». La multitud murmuraba y rebullía; era un día decalor y exaltación. «Mant<strong>en</strong>ed el fuego —gritó Walcott, el hermano de Simba, a loscongregados—. Que nadie se <strong>en</strong>fríe. Mant<strong>en</strong>ed el furor.»Puesto que Simba ya había sido juzgado y cond<strong>en</strong>ado <strong>en</strong> <strong>la</strong> que él mismo l<strong>la</strong>mara«pr<strong>en</strong>sa arco iris: roja de rabia, amaril<strong>la</strong> de cobarde, azul de p<strong>en</strong>a y verde de limo», a muchosb<strong>la</strong>ncos les pareció que con su muerte se había hecho justicia, que un monstruo asesino habíat<strong>en</strong>ido su merecido. Pero <strong>en</strong> otro tribunal, sil<strong>en</strong>cioso y negro, recibió un veredicto mucho másfavorable, y estas diversas estimaciones del difunto <strong>en</strong> <strong>la</strong> reacción provocada por su muerte,salieron a <strong>la</strong>s calles de <strong>la</strong> ciudad y ferm<strong>en</strong>taron <strong>en</strong> el persist<strong>en</strong>te calor tropical. La «pr<strong>en</strong>sa arcoiris» pregonaba el apoyo de Simba a Qazhafi, Khomeini y Louis Farrakhan; <strong>en</strong>tretanto, <strong>en</strong> <strong>la</strong>scalles de Brickhall, hombres y mujeres jóv<strong>en</strong>es mant<strong>en</strong>ían y sop<strong>la</strong>ban <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ma l<strong>en</strong>ta de sucólera, una l<strong>la</strong>ma fantasma, pero capaz de tapar <strong>la</strong> luz.Dos noches después, detrás de <strong>la</strong> fábrica de cerveza Charrington, de Tower Hamlets, el«Destripador de Abue<strong>la</strong>s» volvió a actuar. Y, a <strong>la</strong> noche sigui<strong>en</strong>te, una anciana fue asesinadacerca de <strong>la</strong>s atracciones de Victoria Park, <strong>en</strong> Hackney; una vez más, el Destripador habíaestampado <strong>en</strong> el crim<strong>en</strong> su «firma» espeluznante, colocando, como <strong>en</strong> un ritual, los órganosinternos de <strong>la</strong> víctima alrededor del cadáver <strong>en</strong> una disposición que nunca se había hechopública con detalle. Cuando el inspector Kinch, con aspecto un tanto ajado, apareció portelevisión sust<strong>en</strong>tando <strong>la</strong> extraordinaria teoría de que un «asesino imitador» había descubierto<strong>la</strong> marca de id<strong>en</strong>tificación, que se había mant<strong>en</strong>ido oculta durante tanto tiempo, y recogido el


testigo que el difunto doctor Uhuru Simba dejara caer, el comisario de Policía consideróprud<strong>en</strong>te, como medida de precaución, cuadruplicar los efectivos <strong>en</strong> <strong>la</strong>s calles de Brickhall ymant<strong>en</strong>er acuarte<strong>la</strong>dos conting<strong>en</strong>tes tan nutridos que resultó necesario susp<strong>en</strong>der los partidos defútbol <strong>en</strong> <strong>la</strong> capital aquel fin de semana. Porque, efectivam<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> el que fuera territorio deUhuru Simba ardían los ánimos; Hanif Johnson manifestó que <strong>la</strong> increm<strong>en</strong>tada pres<strong>en</strong>ciapolicial era «provocativa e inc<strong>en</strong>diaria», y grupos de jóv<strong>en</strong>es negros y asiáticos empezaron acongregarse <strong>en</strong> el Shaandaar y <strong>en</strong> el Pagal Khana, decididos a hacer fr<strong>en</strong>te a los cochespatrul<strong>la</strong>.En el Cera Cali<strong>en</strong>te, <strong>la</strong> efigie elegida para derretir no era otra que <strong>la</strong> figura sudorosa yya delicuesc<strong>en</strong>te del inspector comisionado para <strong>la</strong>s comunidades. Y <strong>la</strong> temperatura,inexorablem<strong>en</strong>te, seguía subi<strong>en</strong>do.M<strong>en</strong>udeaban los incid<strong>en</strong>tes viol<strong>en</strong>tos: ataques a familias negras <strong>en</strong> propiedadesmunicipales, acoso a los colegiales negros camino de sus casas, peleas <strong>en</strong> tabernas. En el PagalKhana, un chico con cara de rata y tres compinches escupieron <strong>en</strong> <strong>la</strong> comida de muchoscli<strong>en</strong>tes; a consecu<strong>en</strong>cia de los subsigui<strong>en</strong>tes altercados, tres camareros b<strong>en</strong>galíes fueronacusados de agresión y daños personales; el cuarteto expectorante, sin embargo, no fuedet<strong>en</strong>ido. Por todas <strong>la</strong>s comunidades circu<strong>la</strong>ban re<strong>la</strong>tos de brutalidad policial, de jóv<strong>en</strong>es negrosque eran subidos a coches sin id<strong>en</strong>tificación pert<strong>en</strong>eci<strong>en</strong>tes a <strong>la</strong>s brigadas especiales y luegoeran arrojados, no m<strong>en</strong>os discretam<strong>en</strong>te, con cortes y magul<strong>la</strong>duras <strong>en</strong> todo el cuerpo. Seorganizaron patrul<strong>la</strong>s de autodef<strong>en</strong>sa, formadas por sikhs, b<strong>en</strong>galíes y afrocaribeños —calificadas por sus opon<strong>en</strong>tes políticos de grupos de vigi<strong>la</strong>ntes—, que, a pie y <strong>en</strong> viejos FordZodiacs y Cortinas, recorrían los barrios, decididos a no «soportar los atropellos mansam<strong>en</strong>te».Hanif Johnson dijo a su compañera Mishal Sufyan que, <strong>en</strong> su opinión, un nuevo asesinato delDestripador <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dería <strong>la</strong> mecha. «Ese criminal no sólo se ufana de estar libre sino que,además, se ríe de <strong>la</strong> muerte de Simba. Y eso es lo que revi<strong>en</strong>ta a <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te.»Por estas calles alborotadas, una noche de un bochorno impropio de <strong>la</strong> estación, GibreelFarishta iba tocando su trompeta dorada.* * *A <strong>la</strong>s ocho de aquel<strong>la</strong> noche, sábado, Pame<strong>la</strong> Chamcha estaba con Jumpy Joshi —qu<strong>en</strong>o había cons<strong>en</strong>tido <strong>en</strong> dejar<strong>la</strong> ir so<strong>la</strong>— al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> máquina fotográfica automática, <strong>en</strong> unrincón del vestíbulo de <strong>la</strong> estación de Euston, con <strong>la</strong> ridícu<strong>la</strong> s<strong>en</strong>sación de formar parte de unaconspiración. A <strong>la</strong>s ocho y cuarto se le acercó un jov<strong>en</strong> delgado que le pareció más alto de loque el<strong>la</strong> recordaba; Pame<strong>la</strong> y Joshi le siguieron sin decir pa<strong>la</strong>bra y subieron a su viejacamioneta azul, que los llevó a una minúscu<strong>la</strong> vivi<strong>en</strong>da situada <strong>en</strong>cima de una ti<strong>en</strong>da de bebidasde Railton Road, Brixton, <strong>en</strong> <strong>la</strong> que Walcott Roberts les pres<strong>en</strong>tó a Antoinette, su madre. Lostres hombres, a los que después Pame<strong>la</strong> l<strong>la</strong>maba m<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te haitianos por razones puram<strong>en</strong>teconv<strong>en</strong>cionales, y así lo reconocía el<strong>la</strong>, no fueron pres<strong>en</strong>tados. «Tome un vaso de vino dej<strong>en</strong>gibre —ord<strong>en</strong>ó Antoinette Roberts—. También al niño le hará bi<strong>en</strong>.»Cuando Walcott hubo hecho los honores, Mrs. Roberts, que parecía perdida <strong>en</strong> unavoluminosa y raída butaca (sus piernas, sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te pálidas y delgadas como ceril<strong>la</strong>s,que emergían por el borde de su vestido negro y se introducían <strong>en</strong> unos insol<strong>en</strong>tes calcetinesrosa y zapatos cómodos abrochados con cordones, no llegaban al suelo ni mucho m<strong>en</strong>os), fuedirectam<strong>en</strong>te al grano. «Estos caballeros eran colegas de mi hijo —dijo—. Parece ser que <strong>la</strong>razón por <strong>la</strong> que fue asesinado era el trabajo que realizaba <strong>en</strong> un asunto que, según me dic<strong>en</strong>,también le interesa a usted. Creemos que ha llegado el mom<strong>en</strong>to de trabajar más formalm<strong>en</strong>te através de los canales que usted repres<strong>en</strong>ta.» Entonces uno de los tres sil<strong>en</strong>ciosos «haitianos»<strong>en</strong>tregó a Pame<strong>la</strong> una cartera de plástico rojo. «Conti<strong>en</strong>e numerosas pruebas de <strong>la</strong> exist<strong>en</strong>cia de


cofradías de hechiceros <strong>en</strong> toda <strong>la</strong> Policía Metropolitana.»* * *Walcott se puso <strong>en</strong> pie. «T<strong>en</strong>emos que marcharnos —dijo con firmeza—. T<strong>en</strong>gan <strong>la</strong>bondad.» Pame<strong>la</strong> y Jumpy se levantaron. Mrs. Roberts movió <strong>la</strong> cabeza vagam<strong>en</strong>te, con <strong>la</strong>mirada aus<strong>en</strong>te, haci<strong>en</strong>do crujir los nudillos de sus manos arrugadas. «Adiós», dijo Pame<strong>la</strong>, yfue a agregar unas pa<strong>la</strong>bras de condol<strong>en</strong>cia. «No malgaste saliva, mujer —<strong>la</strong> atajó Mrs.Roberts—. Usted descubra a esos brujos. Y trínquelos.».Walcott Roberts los dejó <strong>en</strong> Notting Hill a <strong>la</strong>s diez. Jumpy tosía y se res<strong>en</strong>tía otra vez deaquel dolor de cabeza que le aquejaba con frecu<strong>en</strong>cia desde que fue atacado <strong>en</strong> Shepperton;pero cuando Pame<strong>la</strong> reconoció que <strong>la</strong> ponía nerviosa poseer el único ejemp<strong>la</strong>r de los explosivosdocum<strong>en</strong>tos que había <strong>en</strong> <strong>la</strong> cartera de plástico, Jumpy, una vez más, se empeñó <strong>en</strong>acompañar<strong>la</strong> a <strong>la</strong>s oficinas del consejo de re<strong>la</strong>ciones con <strong>la</strong>s comunidades de Brickhall, dondeel<strong>la</strong> p<strong>en</strong>saba sacar fotocopias que distribuiría a varios amigos y co<strong>la</strong>boradores de confianza. Porello, a <strong>la</strong>s diez y cuarto iban <strong>en</strong> el adorado MG de Pame<strong>la</strong>, cruzando <strong>la</strong> ciudad hacia el Este,rumbo a <strong>la</strong> torm<strong>en</strong>ta que se fraguaba. Una vieja furgoneta Mercedes azul los seguía, comohabía seguido al camión de Walcott; es decir, sin ser observada.Quince minutos antes, una patrul<strong>la</strong> de siete sikhs corpul<strong>en</strong>tos, comprimidos <strong>en</strong> unVauxhall Cavalier, circu<strong>la</strong>ba por el pu<strong>en</strong>te del canal de Ma<strong>la</strong>ya Cresc<strong>en</strong>t, al sur de Brickhall. Aloír un grito <strong>en</strong> el muelle que discurría por debajo del pu<strong>en</strong>te acudieron corri<strong>en</strong>do y vieron a unhombre pálido de mediana estatura y complexión, flequillo rubio y ojos castaños, que selevantaba rápidam<strong>en</strong>te con un escalpelo <strong>en</strong> <strong>la</strong> mano y se apartaba corri<strong>en</strong>do del cuerpo de unaanciana cuya peluca azu<strong>la</strong>da flotaba como una medusa <strong>en</strong> el canal. Los jóv<strong>en</strong>es sikhs salieron<strong>en</strong> persecución del que huía y lo alcanzaron y redujeron.A <strong>la</strong>s once de <strong>la</strong> noche, <strong>la</strong> noticia de <strong>la</strong> captura del asesino de ancianas había llegado atodos los rincones del barrio, acompañada de cantidad de rumores: <strong>la</strong> policía se había mostradoreacia a acusar al maníaco, el grupo de sikhs había sido det<strong>en</strong>ido para ser interrogado, se estabatramando ocultar los hechos. En <strong>la</strong>s esquinas empezaron a formarse grupos, se vaciaban <strong>la</strong>stabernas y estal<strong>la</strong>ban peleas. Hubo destrozos; se rompieron los cristales de tres coches, unati<strong>en</strong>da de televisores fue saqueada, se arrojaron varios <strong>la</strong>drillos. Fue <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to, a <strong>la</strong>sonce de <strong>la</strong> noche de un sábado, <strong>la</strong> hora <strong>en</strong> que los clubs nocturnos y los bailes empezaban asoltar a un público excitado y bastante intoxicado, cuando el superint<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te de Policía, trasconsultar con sus superiores, dec<strong>la</strong>ró que <strong>en</strong> <strong>la</strong> zona c<strong>en</strong>tro de Brickhall había disturbios ydesató toda <strong>la</strong> fuerza de <strong>la</strong> Policía Metropolitana contra los «revoltosos». Fue también <strong>en</strong>toncescuando Sa<strong>la</strong>din Chamcha, después de c<strong>en</strong>ar <strong>en</strong> casa de Allie Cone, <strong>en</strong> Brickhall Fields,mant<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do <strong>la</strong>s apari<strong>en</strong>cias, doliéndose de su desgracia y murmurando falsas frases de ánimo,salió a <strong>la</strong> noche; vio un pelotón de hombres con casco, provistos de escudos de plástico, que sedirigían hacia él por el parque a un trote regu<strong>la</strong>r e inexorable; pres<strong>en</strong>ció <strong>la</strong> llegada de una p<strong>la</strong>gade helicópteros como <strong>la</strong>ngostas gigantes, de los que caía luz como una lluvia copiosa; vio e<strong>la</strong>vance de cañones de agua y, obedeci<strong>en</strong>do a un irresistible reflejo primario, dio media vuelta yechó a correr, sin saber que había tomado <strong>la</strong> dirección equivocada, que corría a toda velocidadhacia el Shaandaar.* * *


Las cámaras de televisión llegan <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to justo de <strong>la</strong> redada del club CeraCali<strong>en</strong>te.Esto es lo que ve una cámara de televisión: m<strong>en</strong>os s<strong>en</strong>sible que el ojo humano, su visiónnocturna se limita a lo que le muestran los focos. Un helicóptero gravita sobre el club nocturno,orinando luz <strong>en</strong> <strong>la</strong>rgos chorros dorados; <strong>la</strong> cámara compr<strong>en</strong>de esta imag<strong>en</strong>. La máquina delEstado se cierne sobre sus <strong>en</strong>emigos. Y ahora hay una cámara <strong>en</strong> el cielo; <strong>en</strong> algún lugar, undirector de telediario ha autorizado el gasto de <strong>la</strong> toma aérea, y un equipo de reporteros estágrabando desde otro helicóptero. No se hace ningún int<strong>en</strong>to de ahuy<strong>en</strong>tar a este helicóptero. Elzumbido de <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s del rotor ahoga el ruido de <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te. El equipo de grabación <strong>en</strong> vídeotambién es m<strong>en</strong>os s<strong>en</strong>sible que el oído humano.«Corte.» Un hombre iluminado por un cañón de luz hab<strong>la</strong> rápidam<strong>en</strong>te a un micrófono.Detrás de él hay un amasijo de sombras. Pero <strong>en</strong>tre el reportero y <strong>la</strong> tierra de <strong>la</strong>s sombrasrevueltas hay una mural<strong>la</strong>: hombres con casco y escudo. El reportero hab<strong>la</strong> con gravedad:cóctelesmolotov ba<strong>la</strong>sdeplástico policíasheridos cañóndeagua saqueos, limitándose, desdeluego, estrictam<strong>en</strong>te a los hechos. Pero <strong>la</strong> cámara ve lo que él no dice. Una cámara es algo quese rompe o se roba fácilm<strong>en</strong>te; su fragilidad <strong>la</strong> hace prud<strong>en</strong>te. Una cámara requiere ley, ord<strong>en</strong> ycordón policial. Por su instinto de conservación, se manti<strong>en</strong>e detrás de <strong>la</strong> mural<strong>la</strong> de escudos,observando <strong>la</strong>s tierras de <strong>la</strong>s sombras desde lejos y, naturalm<strong>en</strong>te, desde arriba: o sea, que <strong>la</strong>cámara toma partido.«Corte.» Los cañones de luz iluminan una cara nueva, sofocada, de mejil<strong>la</strong>s colgantes.Esta cara ti<strong>en</strong>e nombre: sobre <strong>la</strong> guerrera aparec<strong>en</strong> letras, <strong>en</strong> subtítulo. Inspector Steph<strong>en</strong> Kinch.La cámara lo ve tal como es: un hombre bu<strong>en</strong>o con un trabajo imposible. Un padre de familia,un hombre al que le gusta s<strong>en</strong>tarse con los amigos a tomar una cerveza. Hab<strong>la</strong>: no-pued<strong>en</strong>tolerarse-zonas-prohibidaslos-policías-necesitan-más-protección escudos-antidisturbios-seinc<strong>en</strong>dian.Se refiere al crim<strong>en</strong> organizado, a los agitadores políticos, a <strong>la</strong>s fábricas de bombas,a <strong>la</strong>s drogas. «Compr<strong>en</strong>demos que algunos de esos chicos crean t<strong>en</strong>er reivindicaciones justas,pero nosotros no podemos ni queremos ser cabeza de turco de <strong>la</strong> sociedad.» Animado por <strong>la</strong>sluces y el paci<strong>en</strong>te sil<strong>en</strong>cio del objetivo de <strong>la</strong> cámara, sigue hab<strong>la</strong>ndo. Estos chicos no sab<strong>en</strong> <strong>la</strong>suerte que ti<strong>en</strong><strong>en</strong>, apunta. Que pregunt<strong>en</strong> a sus pari<strong>en</strong>tes y amigos. África, Asia, el Caribe: ahísí que hay problemas de verdad. Ahí sí que <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te ti<strong>en</strong>e reivindicaciones justas y respetables.Aquí <strong>la</strong>s cosas no están tan mal ni con mucho; aquí no hay matanzas, ni torturas, ni golpesmilitares. La g<strong>en</strong>te debería valorar lo que ti<strong>en</strong>e antes de exponerse a perderlo.Éste siempre fue un país pacífico, dice Industriosa raza insu<strong>la</strong>r. Detrás de él, <strong>la</strong> cámarave camil<strong>la</strong>s, ambu<strong>la</strong>ncias, dolor. Ve extrañas formas humanoides que son extraídas de <strong>la</strong>s<strong>en</strong>trañas del club Cera Cali<strong>en</strong>te, y reconoce efigies de poderosos. El inspector Kinch da <strong>la</strong>explicación. Ahí abajo los met<strong>en</strong> <strong>en</strong> un horno, ellos lo l<strong>la</strong>man diversión, yo no lo l<strong>la</strong>maría así.La cámara observa <strong>la</strong>s figuras de cera con repugnancia. ¿No hay <strong>en</strong> ello un algo de brujería, decanibalismo, de cosa t<strong>en</strong>ebrosa? ¿Se practicaba aquí <strong>la</strong> magia negral La cámara ve v<strong>en</strong>tanasrotas. Ve arder algo a media distancia: un coche, una ti<strong>en</strong>da. No puede compr<strong>en</strong>der, nidemostrar, lo que se consigue con esto. Esta g<strong>en</strong>te está inc<strong>en</strong>diando sus propias calles. «Corte.»Una ti<strong>en</strong>da de vídeo y televisión muy iluminada. En el escaparate hay siete televisores; <strong>la</strong>cámara, <strong>en</strong> su narcisismo delirante, mira <strong>la</strong> televisión, multiplicando hasta el infinito, duranteun instante, <strong>la</strong>s imág<strong>en</strong>es, que van disminuy<strong>en</strong>do de tamaño hasta reducirse a un punto.«Corte.» Aquí hay una cara seria, bi<strong>en</strong> iluminada: <strong>en</strong>trevista <strong>en</strong> el estudio. La cara hab<strong>la</strong> dedelincu<strong>en</strong>tes. Billy el Niño, Ned Kelly: eran hombres que t<strong>en</strong>ían facetas positivas. Los asesinosmodernos carec<strong>en</strong> de esta dim<strong>en</strong>sión heroica, no son más que unos <strong>en</strong>fermos, unos taradosdesprovistos de personalidad, sus crím<strong>en</strong>es se distingu<strong>en</strong> por <strong>la</strong> at<strong>en</strong>ción al procedimi<strong>en</strong>to, por<strong>la</strong> metodología —digamos, el ritual—, y están motivados, quizá, por el afán de notoriedad delinsignificante, el deseo de salir del anonimato y convertirse, durante un mom<strong>en</strong>to, <strong>en</strong> estrel<strong>la</strong>. Opor una especie de transposición del deseo de muerte: destruirse a sí mismo dando muerte al ser


amado. ¿ Y cuál de estos tipos es el Destripador de Abue<strong>la</strong>s?, le preguntan. ¿Y cuál era Jack?El verdadero criminal, insiste <strong>la</strong> cara, es <strong>la</strong> imag<strong>en</strong> del héroe <strong>en</strong> negativo. ¿Y estos revoltosos?,le desafían. ¿No estará usted arriesgándose a idealizar, a «legitimizar»? La cara se muev<strong>en</strong>egativam<strong>en</strong>te y <strong>la</strong>m<strong>en</strong>ta el materialismo de <strong>la</strong> juv<strong>en</strong>tud moderna. La cara no hab<strong>la</strong>ba delsaqueo de <strong>la</strong>s ti<strong>en</strong>das de aparatos de televisión. ¿Y los viejos criminales, <strong>en</strong>tonces? ButchCassidy, los hermanos James, el Capitán Moonlight, <strong>la</strong> banda de los Kelly. Todos robaban,¿no? Bancos. «Corte.» Más ade<strong>la</strong>nte, <strong>la</strong> cámara volverá al escaparate. Los televisores ya noestarán.Desde el aire, <strong>la</strong> cámara observa <strong>la</strong> <strong>en</strong>trada del club Cera Cali<strong>en</strong>te. Ahora <strong>la</strong> policía haterminado con <strong>la</strong>s figuras de cera y está sacando a personas de carne y hueso. La cámara seaproxima a los arrestados: un albino alto; un hombre con traje de Armani que parece elnegativo de De Niro; una muchacha de... —¿cuántos años?, ¿catorce, quince?—, un chicohosco de unos veinte. No se dan nombres; <strong>la</strong> cámara no conoce estas caras. Poco a poco, noobstante, sal<strong>en</strong> a <strong>la</strong> luz los hechos. El disc-jockey del club, Sewsunker Ram, alias «Pinkwal<strong>la</strong>»,y el propietario, Mr. John Mas<strong>la</strong>ma, serán acusados de narcotráfico <strong>en</strong> gran esca<strong>la</strong> —crack,azúcar mor<strong>en</strong>o, hachís y cocaína—. El hombre arrestado con ellos, dep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> ti<strong>en</strong>da demúsica «El Bu<strong>en</strong> Vi<strong>en</strong>to», propiedad de Mas<strong>la</strong>ma, próxima al lugar de los hechos, es dueño deuna furgoneta <strong>en</strong> <strong>la</strong> que se ha descubierto una cantidad no especificada de «droga dura», asícomo cintas de vídeo porno. La jov<strong>en</strong>cita se l<strong>la</strong>ma Anahita Sufyan, es m<strong>en</strong>or de edad y, alparecer, había bebido copiosam<strong>en</strong>te y, según se insinúa, copu<strong>la</strong>ba con uno por lo m<strong>en</strong>os de lostres arrestados. Ti<strong>en</strong>e anteced<strong>en</strong>tes de abs<strong>en</strong>tismo esco<strong>la</strong>r y de asociación con conocidoscriminales; evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, se trata de una delincu<strong>en</strong>te. Un periodista iluminado ofrecerá estosbocaditos muchas horas después de los hechos, pero <strong>la</strong> noticia ya corre por <strong>la</strong>s calles:¡Pinkwal<strong>la</strong>!, y el Cera: han destrozado el local, arrasado. Es <strong>la</strong> guerra.No obstante, esto —como tantas otras cosas— ocurre <strong>en</strong> sitios que <strong>la</strong> cámara no puedever.* * *Gibreel:avanza como <strong>en</strong> sueños, porque después de recorrer <strong>la</strong> ciudad durante días sin comer nidormir, con <strong>la</strong> trompeta l<strong>la</strong>mada Azraeel bi<strong>en</strong> guardada <strong>en</strong> un bolsillo del abrigo, ya noreconoce <strong>la</strong> difer<strong>en</strong>cia <strong>en</strong>tre los estados de vigilia y de sueño; ahora ti<strong>en</strong>e un atisbo de lo quedebe de ser <strong>la</strong> omnipres<strong>en</strong>cia, porque él avanza por varias historias a <strong>la</strong> vez; hay un Gibreel quesufre por <strong>la</strong> traición de Alleluia Cone, y un Gibreel que gravita sobre el lecho de muerte de unProfeta, y un Gibreel que observa <strong>en</strong> secreto el avance de una peregrinación al mar, esperandoel mom<strong>en</strong>to de manifestarse, y un Gibreel que si<strong>en</strong>te, cada día con más fuerza, <strong>la</strong> voluntad de<strong>la</strong>dversario, que le atrae hacia sí, llevándolo hacia el lugar del abrazo final: el adversario astuto ehipócrita que ha adoptado <strong>la</strong> cara de su amigo, de Sa<strong>la</strong>din, su mejor amigo, para hacer que seconfíe y baje <strong>la</strong> guardia. Y hay un Gibreel que recorre <strong>la</strong>s calles de Londres tratando decompr<strong>en</strong>der <strong>la</strong> voluntad de Dios.¿Ti<strong>en</strong>e él que ser ag<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> ira de Dios?¿O de su amor?¿Él es v<strong>en</strong>ganza o es perdón? ¿Debe conservar <strong>la</strong> trompeta fatal <strong>en</strong> el bolsillo, o sacar<strong>la</strong>y tocar?(Yo no le doy instrucciones. También yo estoy intrigado por su elección, por elresultado de su combate. Personaje contra destino: lucha libre. Si ca<strong>en</strong> lo dos, combate nulo, oel fuera de combate decidirá.)


Gibreel, luchando <strong>en</strong> sus muchas historias, sigue ade<strong>la</strong>nte.Hay mom<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> los que suspira por el<strong>la</strong>, Alleluia, su solo nombre, una palpitación;pero luego recuerda los diabólicos versos, y ahuy<strong>en</strong>ta su recuerdo. La trompeta que lleva <strong>en</strong> elbolsillo está pidi<strong>en</strong>do que <strong>la</strong> toqu<strong>en</strong>; pero él se conti<strong>en</strong>e. No es el mom<strong>en</strong>to. Buscando unac<strong>la</strong>ve —¿qué se debe hacer?—, va por <strong>la</strong>s calles de <strong>la</strong> ciudad.Por una v<strong>en</strong>tana abierta a <strong>la</strong> noche ve un televisor. En <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> hay una cabeza demujer, una célebre «pres<strong>en</strong>tadora», <strong>en</strong>trevistada por un no m<strong>en</strong>os célebre y risueño «anfitrión»ir<strong>la</strong>ndés. «¿Qué es lo peor que puedes imaginar?» «Oh, yo creo, estoy segura, sería, oh, sí:<strong>en</strong>contrarme so<strong>la</strong> <strong>en</strong> Nochebu<strong>en</strong>a. T<strong>en</strong>drías que <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarte a ti misma, ¿verdad?, mirarte <strong>en</strong> unespejo inmisericorde y preguntarte: ¿Esto es todo lo que hay?» Gibreel, solo, sin saber qué díaes, sigue andando. En el espejo, a su mismo paso, se acerca el adversario que vi<strong>en</strong>e l<strong>la</strong>mándole,abriéndole los brazos.La ciudad le <strong>en</strong>vía m<strong>en</strong>sajes. Aquí, le dice, es donde el rey ho<strong>la</strong>ndés decidió residircuando llegó a esta ciudad hace tres siglos. En aquel <strong>en</strong>tonces esto era el campo, un pueblosituado <strong>en</strong> <strong>la</strong> verde campiña inglesa. Pero cuando el rey vino a insta<strong>la</strong>rse, <strong>en</strong> los campossurgieron p<strong>la</strong>zas de Londres, edificios de <strong>la</strong>drillo rojo con alm<strong>en</strong>as ho<strong>la</strong>ndesas recortándose <strong>en</strong>el cielo, para que sus cortesanos tuvieran donde vivir. No todos los inmigrantes son g<strong>en</strong>te sinpoder, susurran los edificios que aún se manti<strong>en</strong><strong>en</strong> <strong>en</strong> pie. Ellos impon<strong>en</strong> sus necesidades <strong>en</strong> <strong>la</strong>tierra nueva, tra<strong>en</strong> su propia coher<strong>en</strong>cia al país adoptado, lo imaginan de nuevo. Pero, cuidado,advierte <strong>la</strong> ciudad. También <strong>la</strong> incoher<strong>en</strong>cia ti<strong>en</strong>e su mom<strong>en</strong>to. Cabalgando por los parques quehabía elegido para resid<strong>en</strong>cia —que él había civilizado—, Guillermo III fue derribado por sucaballo, cayó pesadam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el duro y recalcitrante suelo y se partió <strong>la</strong> real nuca.A veces se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra <strong>en</strong>tre cadáveres que andan, grandes muchedumbres de muertosque se niegan a reconocer que están acabados, cadáveres rebeldes que sigu<strong>en</strong> comportándosecomo personas vivi<strong>en</strong>tes, que hac<strong>en</strong> <strong>la</strong> compra, toman el autobús, flirtean, van a casa aacostarse con su pareja y fuman cigarrillos. Pero si estáis muertos, les grita. Zombies, a <strong>la</strong>tumba. Ellos hac<strong>en</strong> caso omiso, o se rí<strong>en</strong>, o se quedan cortados, o le am<strong>en</strong>azan con el puño. Élno dice más y se aleja rápidam<strong>en</strong>te.La ciudad se hace difusa, amorfa. Empieza a ser imposible describir el mundo.Peregrinación, profeta y adversario se fund<strong>en</strong>, se diluy<strong>en</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> nieb<strong>la</strong>, reaparec<strong>en</strong>. Lo mismoque el<strong>la</strong>: Allie, Al-Lat. El<strong>la</strong> es el ave <strong>en</strong>altecida. La deseada. Ahora lo recuerda: hace tiempo,el<strong>la</strong> le habló de los poemas de Jumpy. Quiere reunidos <strong>en</strong> un libro. El artista que se chupa eldedo, con sus ideas infernales. Un libro es producto de un pacto con el diablo, un contrato deFausto a <strong>la</strong> inversa, dijo a Allie. El doctor Fausto sacrificó <strong>la</strong> eternidad a cambio de dosdoc<strong>en</strong>as de años de poder; el escritor se resigna a arruinar su vida y obti<strong>en</strong>e a cambio (eso siti<strong>en</strong>e suerte), si no <strong>la</strong> eternidad, por lo m<strong>en</strong>os <strong>la</strong> posteridad. De uno u otro modo (era <strong>la</strong> idea deJumpy) es el diablo el que sale ganando.¿Qué escribe un poeta? Versos. ¿Qué sonsonete resu<strong>en</strong>a <strong>en</strong> el cerebro de Gibreel?Versos. ¿Qué le ha partido el corazón? Versos y más versos.La trompeta, Azraeel, l<strong>la</strong>ma desde el bolsillo del abrigo. ¡Sácame de aquí! Sisisí: <strong>la</strong>Trompeta. Al infierno con todo este <strong>la</strong>stimoso zafarrancho; hincha los carrillos y tararí-tatí.V<strong>en</strong>ga ya, es <strong>la</strong> hora del baile.Qué calor: bochornoso, asfixiante, intolerable. Esto no es el mismo Londres: esta ciudadrepugnante. Pista Uno, Mahagonny, Alphaville. Avanza por <strong>en</strong>tre una confusión de l<strong>en</strong>guas.Babel: contracción del asirio «babilu», «La puerta de Dios». Babilondres.¿Dónde está?


Sí. Una noche deambu<strong>la</strong> detrás de <strong>la</strong>s catedrales de <strong>la</strong> Revolución Industrial, <strong>la</strong>sterminales de ferrocarril de Londres Norte. King's Cross, Cruce del Rey, pero rey sin nombre,<strong>la</strong> torre de St. Pancras, que se cierne sobre uno como murcié<strong>la</strong>go am<strong>en</strong>azador. Los depósitos degas rojos y negros, hinchados como gigantescos pulmones de hierro. En el lugar <strong>en</strong> el que <strong>la</strong>reina Boadicea cayó <strong>en</strong> <strong>la</strong> batal<strong>la</strong>, ahora Gibreel Farishta pelea consigo mismo.The Goodsway, pasaje de mercancías; y qué sucul<strong>en</strong>tas mercancías <strong>la</strong>s que se ofrec<strong>en</strong><strong>en</strong> los portales y al pie de <strong>la</strong>s faro<strong>la</strong>s de tungst<strong>en</strong>o, qué exquisiteces <strong>la</strong>s que se ofrec<strong>en</strong> <strong>en</strong> elpasaje. Haci<strong>en</strong>do molinete con el bolso, l<strong>la</strong>mando, con falditas p<strong>la</strong>teadas y medias de mal<strong>la</strong>:mercancía no sólo tierna (edad promedio trece a quince), sino barata. Sus historias son cortas eidénticas: todas ti<strong>en</strong><strong>en</strong> niños colocados <strong>en</strong> algún sitio, todas han sido echadas de casa por unospadres iracundos y puritanos, ninguna es b<strong>la</strong>nca. Chulos con navaja se quedan con el nov<strong>en</strong>tapor ci<strong>en</strong>to de lo que el<strong>la</strong>s ganan. Al fin y al cabo, <strong>la</strong> mercancía no es más que mercancía, sobretodo si es de baratillo.Gibreel Farishta, <strong>en</strong> Goodsway, es l<strong>la</strong>mado desde <strong>la</strong>s sombras y desde <strong>la</strong>s luces, y, alprincipio, aprieta el paso. ¿Qué ti<strong>en</strong>e eso que ver conmigo? Malditas titis. Pero luego aminora<strong>la</strong> marcha y se para, al oír que desde <strong>la</strong>s faro<strong>la</strong>s y <strong>la</strong>s sombras l<strong>la</strong>ma algo más, una necesidad,una súplica muda, que se esconde bajo <strong>la</strong>s voces chillonas de unas busconas de diez libras. Suspisadas se hac<strong>en</strong> más l<strong>en</strong>tas y al fin se deti<strong>en</strong><strong>en</strong>. Está pr<strong>en</strong>dido <strong>en</strong> sus deseos. ¿De qué? Ahorase acercan, como peces arrastrados por anzuelos invisibles. Al acercarse, sus andares cambian,sus caderas pierd<strong>en</strong> el contoneo, sus caras empiezan a reve<strong>la</strong>r su verdadera edad a pesar delmaquil<strong>la</strong>je. Cuando llegan donde está él se arrodil<strong>la</strong>n. ¿Quién decís que soy?, pregunta, yquiere agregar: Yo sé cómo os l<strong>la</strong>máis. Os conocí <strong>en</strong> otro tiempo y <strong>en</strong> otro sitio, detrás de unacortina. Erais doce, igual que ahora. Ayesha, Hafsah, Ram<strong>la</strong>h, Sawdah, Zainab, Zainab,Maimunah, Safia, Juwairiyah, Umm Sa<strong>la</strong>mah <strong>la</strong> Makhzumita, Rehana <strong>la</strong> Judía, y <strong>la</strong> hermosaMaría <strong>la</strong> Copta. El<strong>la</strong>s cal<strong>la</strong>n, arrodil<strong>la</strong>das. Sus deseos le son formu<strong>la</strong>dos sin pa<strong>la</strong>bras. ¿Qué esun arcángel más que un muñeco? Kathputli, marioneta. Los fieles nos doblegan a su antojo.Nosotros somos fuerzas de <strong>la</strong> naturaleza y ellos, nuestros amos. O nuestras amas. Le pesan <strong>la</strong>sextremidades, ti<strong>en</strong>e calor y <strong>en</strong> los oídos un zumbido como de abejas <strong>en</strong> <strong>la</strong>s tardes de verano. Nole costaría nada desmayarse.No se desmaya.Se queda quieto <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s niñas arrodil<strong>la</strong>das, esperando a los chulos.Y, cuando por fin ellos vi<strong>en</strong><strong>en</strong>, él saca y se lleva a los <strong>la</strong>bios su inquieta trompeta:Azraeel, el exterminador.* * *Cuando el chorro de fuego ha salido de <strong>la</strong> boca de su trompeta dorada y consumido a loshombres que se acercaban, <strong>en</strong>volviéndolos <strong>en</strong> un capullo de fuego, sin dejar ni los zapatoschisporroteando <strong>en</strong> <strong>la</strong> acera, Gibreel compr<strong>en</strong>de.Echa a andar, dejando atrás <strong>la</strong> gratitud de <strong>la</strong>s prostitutas, <strong>en</strong> dirección al barrio deBrickhall, con Azraeel otra vez <strong>en</strong> su amplio bolsillo. Las cosas empiezan a verse c<strong>la</strong>ras.Él es el arcángel Gibreel, el ángel de <strong>la</strong> Recitación, que posee el poder de <strong>la</strong> reve<strong>la</strong>ción.Él puede llegar al corazón de los hombres y <strong>la</strong>s mujeres, extraer sus más íntimos deseos yhacerlos realidad. Él es el que otorga deseos, el que sofoca concupisc<strong>en</strong>cias, el que realizasueños. Él es el g<strong>en</strong>io de <strong>la</strong> lámpara y su amo es el Roc.¿Qué deseos, qué imperativos hay <strong>en</strong> el aire de <strong>la</strong> noche? Él los aspira. Y asi<strong>en</strong>te, sí, sea.Que haya fuego. Ésta es una ciudad que se ha purificado <strong>en</strong> <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas, que ha expiado susculpas ardi<strong>en</strong>do hasta los cimi<strong>en</strong>tos.


Fuego, lluvia de fuego. «Éste es el juicio de Dios <strong>en</strong> su cólera —proc<strong>la</strong>ma GibreelFarishta a <strong>la</strong> noche de tumultos—; que a los hombres se les concedan los deseos de su corazóny que sean consumidos por ellos.»Casas altas y baratas le rodean. Negro come mierda del b<strong>la</strong>nco, sugier<strong>en</strong> <strong>la</strong>s paredes conescasa originalidad. Los edificios ti<strong>en</strong><strong>en</strong> nombre: «Isandhlwana», «Rorke's Drift». Pero seobserva el efecto de una t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia revisionista, porque dos de los cuatro rascacielos han sidorebautizados y ahora se l<strong>la</strong>man «Mande<strong>la</strong>» y «Toussaint l'Ouverture». Las casas estánedificadas sobre pi<strong>la</strong>res, y <strong>en</strong> los espacios muertos que deja el hormigón debajo y <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>scasas el vi<strong>en</strong>to no para de aul<strong>la</strong>r y los desperdicios se amontonan: cocinas abandonadas,neumáticos de bicicleta deshinchados, puertas astil<strong>la</strong>das, piernas de muñeca, restos de verdurasextraídos de bolsas de plástico por gatos y perros hambri<strong>en</strong>tos, paquetes de comidaspreparadas, <strong>la</strong>tas que ruedan, perspectivas de empleo rotas, esperanzas abandonadas, ilusionesperdidas, cóleras desahogadas, r<strong>en</strong>cores acumu<strong>la</strong>dos, miedo vomitado y una bañera oxidada. Élpermanece inmóvil mi<strong>en</strong>tras pequeños grupos de resid<strong>en</strong>tes pasan por su <strong>la</strong>do <strong>en</strong> distintasdirecciones. Algunos (no todos) llevan armas. Palos, botel<strong>la</strong>s, navajas. En todos los grupos hayjóv<strong>en</strong>es b<strong>la</strong>ncos además de negros. Él se lleva <strong>la</strong> trompeta a los <strong>la</strong>bios y empieza a tocar.Pequeños capullos de fuego saltan sobre el asfalto, y pr<strong>en</strong>d<strong>en</strong> <strong>en</strong> los <strong>en</strong>seres y sueñosdesechados. Hay un montoncito putrefacto de <strong>en</strong>vidia que arde <strong>en</strong> <strong>la</strong> oscuridad con l<strong>la</strong>ma verde.Los fuegos ti<strong>en</strong><strong>en</strong> los colores del arco iris y no todos necesitan combustible. Él sop<strong>la</strong> con sutrompeta <strong>la</strong>s florecitas de fuego que bai<strong>la</strong>n <strong>en</strong> el asfalto, sin necesidad de materialescombustibles ni de raíces. ¡Ahí va una color de rosa! ¿Qué quedaría bi<strong>en</strong> ahora? Ya sé, una rosade p<strong>la</strong>ta. Y ahora los capullos se agrupan <strong>en</strong> macizos y estal<strong>la</strong>n, y trepan como <strong>en</strong>redaderas porlos costados de los rascacielos y se exti<strong>en</strong>d<strong>en</strong> hacia los edificios vecinos, formando setos del<strong>la</strong>mas multicolores. Es como contemp<strong>la</strong>r un jardín luminoso que crece a una velocidad milesde veces superior, un jardín que florece y que se hace selva imp<strong>en</strong>etrable, un jardín de espesasquimeras <strong>en</strong>tre<strong>la</strong>zadas que, <strong>en</strong> su versión incandesc<strong>en</strong>te, rivalizan con el espino que, <strong>en</strong> otrocu<strong>en</strong>to, hace mucho tiempo, <strong>en</strong>volvió el pa<strong>la</strong>cio de <strong>la</strong> Bel<strong>la</strong> Durmi<strong>en</strong>te.Pero aquí no hay bel<strong>la</strong> que duerma <strong>en</strong> su interior. Aquí está Gibreel Farishta, quecamina por un mundo de fuego. En <strong>la</strong> High Street, ve casas construidas de l<strong>la</strong>mas, con paredesde fuego, y cortinas de l<strong>la</strong>mas colgando de sus v<strong>en</strong>tanas. Y hay hombres y mujeres de cara<strong>en</strong>c<strong>en</strong>dida que pasean, corr<strong>en</strong> y dan vueltas alrededor de él, vestidos con trajes de fuego. Lacalle está al rojo vivo, se licua, es un río color de sangre. Todo, todo está ardi<strong>en</strong>do mi<strong>en</strong>tras élsop<strong>la</strong> su alegre trompeta, dando a <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te lo que quiere: el pelo y los di<strong>en</strong>tes de <strong>la</strong> ciudadaníaestán humeantes y rojos, el cristal arde y los pájaros pasan vo<strong>la</strong>ndo con a<strong>la</strong>s l<strong>la</strong>meantes.El adversario está muy cerca. El adversario es un imán, es el ojo de un tornado, el c<strong>en</strong>troirresistible de un agujero negro; su fuerza de gravedad crea un horizonte de ev<strong>en</strong>to del que niGibreel ni <strong>la</strong> luz pued<strong>en</strong> escapar. Por aquí, dice el adversario. Estoy aquí.No es un pa<strong>la</strong>cio, sino sólo un café. Y, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s habitaciones de <strong>en</strong>cima, una p<strong>en</strong>sión paradormir y desayuno. No una princesa dormida, sino una mujer amargada, asfixiada por el humo,yace inconsci<strong>en</strong>te, y a su <strong>la</strong>do, junto a <strong>la</strong> cama, <strong>en</strong> el suelo, también inconsci<strong>en</strong>te, su marido,Sufyan, que ha estado <strong>en</strong> La Meca y fue maestro de escue<strong>la</strong>. Mi<strong>en</strong>tras, <strong>en</strong> otros puntos delinc<strong>en</strong>diado Shaandaar, g<strong>en</strong>tes sin rostro están <strong>en</strong> <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tanas, agitando los brazos para pedirauxilio, ya que no pued<strong>en</strong> gritar (no ti<strong>en</strong><strong>en</strong> boca).El adversario: ¡por ahí resop<strong>la</strong>!Silueteado sobre <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas del Shaandaar Café, ahí está el hombre.Azraeel salta espontáneam<strong>en</strong>te a <strong>la</strong> mano de Farishta.


Hasta un arcángel puede t<strong>en</strong>er una reve<strong>la</strong>ción, y cuando, durante un fugacísimo instante,Gibreel mira a los ojos a Sa<strong>la</strong>din Chamcha, <strong>en</strong>tonces, <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to breve e infinito, elvelo se rasga ante sus ojos: se ve a sí mismo caminando con Chamcha por Brickhall Fields,reve<strong>la</strong>ndo, <strong>en</strong> su exaltación, los más íntimos secretos de sus noches con Alleluia Cone, losmismos secretos que, después, cuchichearían por teléfono multitud de voces aviesas bajo <strong>la</strong>sque Gibreel descubre ahora el tal<strong>en</strong>to único del adversario, grave y agudo, insultante ylisonjero, impertin<strong>en</strong>te y reservado, prosaico, ¡sí!, y poético. Y ahora, por fin, Gibreel Farishtaadvierte por vez . primera que el adversario no simplem<strong>en</strong>te ha adoptado <strong>la</strong>s facciones deChamcha como un disfraz; no se trata de un caso de posesión paranormal, de robo de un cuerpopor un invasor infernal; <strong>en</strong> suma, que <strong>la</strong> maldad no es aj<strong>en</strong>a a Sa<strong>la</strong>din, sino que brota de algúnrincón de su propia y verdadera naturaleza, que ha estado ext<strong>en</strong>diéndose por su cuerpo como uncáncer, borrando lo que t<strong>en</strong>ía de bu<strong>en</strong>o, asfixiando su espíritu, y haci<strong>en</strong>do estas cosas con fintasy regates, simu<strong>la</strong>ndo retroceder a veces; mi<strong>en</strong>tras <strong>en</strong> realidad, bajo <strong>la</strong> ilusión de <strong>la</strong> remisión,escudándose <strong>en</strong> el<strong>la</strong>, por así decir, seguía ext<strong>en</strong>diéndose perniciosam<strong>en</strong>te; y ahora, sin duda, loha ll<strong>en</strong>ado; ahora no queda de Sa<strong>la</strong>din nada más que esto: el t<strong>en</strong>ebroso fuego de <strong>la</strong> maldad <strong>en</strong> sualma, que le consume tan totalm<strong>en</strong>te como el otro fuego, multicolor e imparable, devora <strong>la</strong>ciudad tumultuosa. Verdaderam<strong>en</strong>te, éstas son «l<strong>la</strong>mas horr<strong>en</strong>das, perversas, repugnantes, no<strong>la</strong>s bu<strong>en</strong>as l<strong>la</strong>mas de un fuego corri<strong>en</strong>te».El fuego es un arco que cruza el cielo. Sa<strong>la</strong>din Chamcha, que también es el compa, miviejo Chumch, ha desaparecido por <strong>la</strong> puerta del Shaandaar Café. Éste es el núcleo del agujeronegro; el horizonte se cierra <strong>en</strong> torno a él, todas <strong>la</strong>s demás posibilidades se desvanec<strong>en</strong>, eluniverso se reduce a este punto solitario e irresistible. Con un fuerte trompetazo, Gibreel seprecipita por <strong>la</strong> puerta abierta.* * *El edificio que ocupaba el Consejo para <strong>la</strong>s Re<strong>la</strong>ciones con <strong>la</strong>s Comunidades <strong>en</strong>Brickhall era un monstruo de <strong>la</strong>drillo púrpura de una so<strong>la</strong> p<strong>la</strong>nta, con v<strong>en</strong>tanas a prueba deba<strong>la</strong>s, una especie de búnker, <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dro de los años ses<strong>en</strong>ta, época <strong>en</strong> <strong>la</strong> que estas líneas seconsideraban elegantes. No era fácil <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> este edificio; <strong>la</strong> puerta estaba provista de teléfonoy se abría a un estrecho corredor que recorría todo un costado del edificio y acababa <strong>en</strong> otrapuerta, también con cerradura de seguridad. Había, además, a<strong>la</strong>rma antirrobo.La a<strong>la</strong>rma, según se supo después, había sido desconectada, probablem<strong>en</strong>te, por <strong>la</strong>s dospersonas, un hombre y una mujer, que habían <strong>en</strong>trado utilizando una l<strong>la</strong>ve. Oficialm<strong>en</strong>te seinsinuó que estas dos personas iban a realizar un acto de sabotaje, una operación «desded<strong>en</strong>tro», ya que una de el<strong>la</strong>s, <strong>la</strong> mujer muerta, trabajaba para <strong>la</strong> organización que t<strong>en</strong>ía aquí susede. Los móviles del crim<strong>en</strong> eran oscuros y, puesto que los malhechores habían muerto <strong>en</strong> elinc<strong>en</strong>dio, era difícil que llegaran a saberse. Un «fin <strong>en</strong> sí mismo» era, no obstante, <strong>la</strong>explicación más probable.Un caso trágico; <strong>la</strong> mujer estaba <strong>en</strong> avanzado estado de gestación.El inspector Steph<strong>en</strong> Kinch, al hacer estas dec<strong>la</strong>raciones, hizo una «asociación» <strong>en</strong>tre elinc<strong>en</strong>dio del CRC de Brickhall y el del Shaandaar Café, donde <strong>la</strong> otra víctima, el hombre, sehospedaba con carácter semiperman<strong>en</strong>te. Era posible que el hombre fuera el verdaderoinc<strong>en</strong>diario y <strong>la</strong> mujer, que era su amante, aunque todavía casada y cohabitando con otrohombre, fuera <strong>en</strong>gañada. No se descartaban los móviles políticos, ya que ambos eran conocidospor sus opiniones radicales, si bi<strong>en</strong> eran tan turbias <strong>la</strong>s aguas de los grupúsculos de extrema


izquierda que frecu<strong>en</strong>taban, que sería difícil sacar una idea c<strong>la</strong>ra de cuáles pudieran ser talesmóviles. También era posible que los dos crím<strong>en</strong>es, aunque cometidos por el mismo hombre,tuvieran difer<strong>en</strong>te motivación. Probablememte, el hombre era el ejecutor contratado queinc<strong>en</strong>dió el Shaandaar para cobrar el seguro, a instancias de los difuntos propietarios y pegandofuego al CRC a instancias de su amante, quizá por alguna v<strong>en</strong>ganza de ord<strong>en</strong> interno.Que el inc<strong>en</strong>dio del CRC había sido provocado era evid<strong>en</strong>te. Se había vertido gasolinasobre <strong>la</strong>s mesas, papeles y cortinas. «Muchas personas no ti<strong>en</strong><strong>en</strong> idea de <strong>la</strong> rapidez con que sepropaga un inc<strong>en</strong>dio con gasolina —dijo el inspector Kinch a los periodistas que tomaban nota.Los cuerpos, que estaban tan calcinados que fue preciso recurrir a <strong>la</strong>s radiografías d<strong>en</strong>tales parasu id<strong>en</strong>tificación, se hal<strong>la</strong>ban <strong>en</strong> el cuarto de <strong>la</strong> fotocopiadora—. Es todo lo que t<strong>en</strong>emos.» Fin.Yo t<strong>en</strong>go algo más.En cualquier caso, t<strong>en</strong>go preguntas. Por ejemplo, sobre una furgoneta Mercedes azul sinid<strong>en</strong>tificación que siguió al camión de Walcott Roberts y, después, al MG de Pame<strong>la</strong> Chamcha.Sobre los hombres que bajaron de esta furgoneta con <strong>la</strong> cara cubierta por caretas de ca<strong>la</strong>vera eirrumpieron <strong>en</strong> <strong>la</strong>s oficinas de <strong>la</strong> CRC <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que Pame<strong>la</strong> abría <strong>la</strong> puerta exterior.Sobre lo que ocurrió realm<strong>en</strong>te d<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong>s oficinas, porque el <strong>la</strong>drillo púrpura y el cristal aprueba de ba<strong>la</strong>s no pued<strong>en</strong> ser atravesados fácilm<strong>en</strong>te por el ojo humano. Y, finalm<strong>en</strong>te, sobreel paradero de una carpeta de plástico rojo y los docum<strong>en</strong>tos que cont<strong>en</strong>ía.¿Inspector Kinch? ¿Está usted ahí?No. Se marchó. No ti<strong>en</strong>e respuestas para mí.* * *Aquí está Mr. Sa<strong>la</strong>din Chamcha, con su abrigo de piel de camello con cuello de seda,corri<strong>en</strong>do por <strong>la</strong> High Street como un pequeño maleante. El mismo terrible Mr. Chamcha queacaba de pasar <strong>la</strong> ve<strong>la</strong>da <strong>en</strong> compañía de una desesperada Alleluia Cone, sin un ápice deremordimi<strong>en</strong>to. «Yo bajo <strong>la</strong> mirada a sus pies —dijo Otelo refiriéndose a Yago—, pero eso esuna fábu<strong>la</strong>.» Tampoco Chamcha es ya fabuloso; su humanidad es explicación sufici<strong>en</strong>te de suacto. Él ha destruido aquello que no es ni puede ser; se ha v<strong>en</strong>gado, pagando traición contraición; y lo ha hecho explotando <strong>la</strong> debilidad de su <strong>en</strong>emigo, <strong>la</strong>stimando su talóndesprotegido. Hay <strong>en</strong> esto cierta satisfacción. No obstante, aquí t<strong>en</strong>emos a Mr. Chamchacorri<strong>en</strong>do. El mundo está ll<strong>en</strong>o de cólera y de acción. Las cosas están <strong>en</strong> el fiel. Un edificioarde.Pumba, hace el corazón. Pumba, pumba, patoom.Ahora ve el Shaandaar ardi<strong>en</strong>do; y se para patinando un poco. Ti<strong>en</strong>e una opresión <strong>en</strong> elpecho —¡patoomba!— y le duele el brazo izquierdo. No se da cu<strong>en</strong>ta; está mirando el edificio<strong>en</strong> l<strong>la</strong>mas.Y ve a Gibreel Farishta.Y da media vuelta; y <strong>en</strong>tra corri<strong>en</strong>do.«¡Mishal! ¡Sufyan! ¡Hind!», grita el malvado Mr. Chamcha. La p<strong>la</strong>nta baja no ardetodavía. Abre <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> escalera y un aire cand<strong>en</strong>te y fétido le hace retroceder. El ali<strong>en</strong>todel dragón, pi<strong>en</strong>sa. El rel<strong>la</strong>no está ardi<strong>en</strong>do; <strong>la</strong>s láminas de fuego llegan hasta el techo.Imposible avanzar.«¿Hay algui<strong>en</strong>? —grita Sa<strong>la</strong>din Chamcha—. ¿Hay algui<strong>en</strong> ahí?» Pero el dragón rugemás de lo que él puede gritar.Algo invisible le da un puntapié <strong>en</strong> el pecho y le tira de espaldas, al suelo del café, <strong>en</strong>tre


<strong>la</strong>s mesas vacías. Boom, retumba el corazón. Toma esto. Y esto.Encima de su cabeza su<strong>en</strong>a un ruido como una carrera de un billón de ratas, roedoresespectrales tras de un f<strong>la</strong>utista fantasmal. Levanta <strong>la</strong> mirada. El techo está ardi<strong>en</strong>do. Entoncesse da cu<strong>en</strong>ta de que no puede levantarse. Ve que una parte del techo se despr<strong>en</strong>de y ve el trozode viga que cae hacia él. Cruza los brazos <strong>en</strong> débil autodef<strong>en</strong>sa.La viga lo aprisiona contra el suelo rompiéndole los dos brazos. El pecho es un dolor. Elmundo se aleja. Le cuesta respirar. No puede hab<strong>la</strong>r. Es el Hombre de <strong>la</strong>s Mil Voces y no lequeda ni una so<strong>la</strong>.Gibreel Farishta, con Azraeel <strong>en</strong> <strong>la</strong> mano, <strong>en</strong>tra <strong>en</strong> el Shaandaar Café.* * *¿Qué pasa cuando ganas?Cuando tus <strong>en</strong>emigos están a tu merced, ¿qué harás <strong>en</strong>tonces? El pacto es <strong>la</strong> t<strong>en</strong>taciónde los débiles; ésta es <strong>la</strong> prueba de los fuertes. «Compa —Gibreel mira al caído movi<strong>en</strong>do <strong>la</strong>cabeza—. Bi<strong>en</strong> me <strong>en</strong>gañaste, míster; <strong>en</strong> serio, eres un tipo de cuidado.» Y Chamcha, al ver loque hay <strong>en</strong> los ojos de Gibreel, no puede negar el conocimi<strong>en</strong>to que observa <strong>en</strong> ellos. «¿Qu..?»empieza, pero desiste. ¿Qué pi<strong>en</strong>sas hacer ahora? Empieza a caer fuego alrededor de ellos: unalluvia dorada que sisea. «¿Qué harías tú? —pregunta Gibreel, y luego descarta <strong>la</strong> pregunta conun ademán—. Una pregunta idiota. También podrías preguntar ¿qué te hizo <strong>en</strong>trar aquí? Es unaidiotez. La g<strong>en</strong>te, ¿eh, compa? Unos cha<strong>la</strong>dos, eso.»Hay charcos de fuego alrededor de ellos. Muy pronto estarán rodeados, <strong>en</strong>cal<strong>la</strong>dos <strong>en</strong>una is<strong>la</strong> provisional <strong>en</strong>tre este mar mortífero. Chamcha si<strong>en</strong>te otra coz <strong>en</strong> el pecho y seconvulsiona viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te. Am<strong>en</strong>azado por tres muertes —el fuego, «causas naturales» yGibreel—, hace desesperados esfuerzos para hab<strong>la</strong>r, pero sólo puede gruñir. «Pr.Na.Mm.»Perdóname. «Tn. Pda.» T<strong>en</strong> piedad. Las mesas están ardi<strong>en</strong>do. Ca<strong>en</strong> más vigas. Gibreel parecehaber caído <strong>en</strong> trance. Vagam<strong>en</strong>te, repite: «Malditas estupideces.»¿Es posible que <strong>la</strong> maldad nunca sea total, que su triunfo, por arrol<strong>la</strong>dor que parezca,nunca sea absoluto?Consideremos el caso del caído. Este hombre se propuso fríam<strong>en</strong>te hacer perder <strong>la</strong> razóna un semejante; y, para conseguirlo, explotó a una mujer intachable, impulsado, por lo m<strong>en</strong>os<strong>en</strong> parte, por un deseo imposible de mirón deg<strong>en</strong>erado. Sin embargo, este mismo hombre, sinvaci<strong>la</strong>r ap<strong>en</strong>as, se ha jugado <strong>la</strong> vida <strong>en</strong> una temeraria t<strong>en</strong>tativa de salvam<strong>en</strong>to.¿Qué significa esto?El fuego ha cerrado el cerco <strong>en</strong> torno a los dos hombres, y todo está ll<strong>en</strong>o de humo. Encuestión de segundos habrán perdido el conocimi<strong>en</strong>to. Hay preguntas más urg<strong>en</strong>tes que <strong>la</strong>s quehac<strong>en</strong> refer<strong>en</strong>cia a <strong>la</strong>s estupideces.¿Qué elección hará Farishta?¿Ti<strong>en</strong>e elección?Gibreel deja caer <strong>la</strong> trompeta: se inclina; libera a Sa<strong>la</strong>din de <strong>la</strong> viga que lo aprisionaba, ylo levanta <strong>en</strong> brazos. Chamcha, con varias costil<strong>la</strong>s rotas, además de los brazos, gimedébilm<strong>en</strong>te, emiti<strong>en</strong>do el mismo sonido que el creacionista Dumsday antes de que le arreg<strong>la</strong>ran<strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua con <strong>la</strong> mejor tajada del cuarto trasero. «Yi. Ta.» Ya es tarde. Una l<strong>en</strong>gua de fuego le<strong>la</strong>me el dob<strong>la</strong>dillo del abrigo. Un humo negro y acre ll<strong>en</strong>a todo el espacio, p<strong>en</strong>etrando hastadetrás de sus ojos, dejándole los oídos sordos, taponándole <strong>la</strong> nariz y los pulmones. Pero ahoraGibreel Farishta empieza a sop<strong>la</strong>r suavem<strong>en</strong>te: es una exha<strong>la</strong>ción continua de extraordinaria


duración, y su ali<strong>en</strong>to, dirigido hacia <strong>la</strong> puerta, corta el fuego y el humo como un cuchillo; ySa<strong>la</strong>din Chamcha, que jadea y desfallece, con una mu<strong>la</strong> d<strong>en</strong>tro del pecho, cree ver —perodespués nunca podrá estar seguro de que lo vio realm<strong>en</strong>te—, cree ver cómo el fuego se retirade<strong>la</strong>nte de ellos como el mar rojo <strong>en</strong> el que se ha convertido, y el humo se retira también, comouna cortina o como un velo; hasta que ante ellos se abre un camino despejado hasta <strong>la</strong> puerta; y<strong>en</strong>tonces Gibreel Farishta empieza a andar rápidam<strong>en</strong>te, portando a Sa<strong>la</strong>din por el camino delperdón hacia el aire cálido de <strong>la</strong> noche; de manera que, <strong>en</strong> una noche <strong>en</strong> <strong>la</strong> que <strong>la</strong> ciudad está <strong>en</strong>guerra, una noche cargada de hostilidad y de rabia, se produce esta pequeña victoria red<strong>en</strong>toradel amor.* * *Conclusiones.Cuando ellos sal<strong>en</strong>, Mishal Sufyan está de<strong>la</strong>nte del Shaandaar llorando por sus padres,conso<strong>la</strong>da por Hanif. Ahora el que se desmaya es Gibreel; y, con Sa<strong>la</strong>din todavía <strong>en</strong> brazos,pierde el conocimi<strong>en</strong>to y cae a los pies de Mishal.Ahora Mishal y Hanif están <strong>en</strong> una ambu<strong>la</strong>ncia con los dos hombres desmayados. AChamcha le han puesto una mascaril<strong>la</strong> de oxíg<strong>en</strong>o. Gibreel, que no ti<strong>en</strong>e nada más queagotami<strong>en</strong>to, hab<strong>la</strong> dormido: es una cháchara delirante acerca de una trompeta mágica y delfuego que él extraía como si fuese música. Y Mishal, que recuerda a Chamcha de demonio yahora acepta <strong>la</strong> posibilidad de muchas cosas, pregunta: «¿Tú crees...?» Pero Hanif es tajante,categórico. «Ni hab<strong>la</strong>r. Es Gibreel Farishta, el actor. ¿Es que no lo has reconocido? El pobreestará soñando con alguna esc<strong>en</strong>a de pelícu<strong>la</strong>.” Mishal insiste. «Pero, Hanif...», y él responde,recalcando <strong>la</strong>s sí<strong>la</strong>bas con énfasis, pero cariñosam<strong>en</strong>te, porque, al fin y al cabo, el<strong>la</strong> acaba dequedar huérfana: «Lo que esta noche ha ocurrido <strong>en</strong> Brickhall es un f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o sociopolítico.No debemos dejarnos arrastrar por un misticismo trasnochado. Estamos hab<strong>la</strong>ndo de Historia:un hecho de <strong>la</strong> Historia de Ing<strong>la</strong>terra. Del proceso de cambio.»De rep<strong>en</strong>te, <strong>la</strong> voz de Gibreel cambia, y el tema también. Hab<strong>la</strong> de peregrinos, y de unniño muerto, y dice: igual que <strong>en</strong> Los Diez Mandami<strong>en</strong>tos, y de una mansión que se desmorona,y de un árbol; porque ahora, después del fuego purificador, ti<strong>en</strong>e el último de sus sueñosseriados; y Hanif dice: «Escucha eso, Mishu, cariño. Todo es fantasía, nada más.» La rodea conel brazo y le da un beso <strong>en</strong> <strong>la</strong> mejil<strong>la</strong>, sujetándo<strong>la</strong> con fuerza. Quédate a mi <strong>la</strong>do. El mundo esreal. T<strong>en</strong>emos que vivir <strong>en</strong> él; t<strong>en</strong>emos que vivir aquí, t<strong>en</strong>emos que vivir.Y <strong>en</strong>tonces Gibreel Farishta, dormido todavía, grita con todas sus fuerzas:«¡Mishal! ¡Vuelve! ¡No ocurre nada! Mishal, por Dios; da media vuelta, vuelve,vuelve.»


VIIILA RETIRADADEL MAR DE ARABIASrinivas, el comerciante <strong>en</strong> juguetes, de vez <strong>en</strong> cuando am<strong>en</strong>azaba a su esposa e hijosdici<strong>en</strong>do que un día, cuando se cansara del mundo material, lo abandonaría todo, incluido sunombre, y se haría sanyasi y que iría de pueblo <strong>en</strong> pueblo pidi<strong>en</strong>do limosna con una escudil<strong>la</strong> y


un cayado. La señora Srinivas no se impresionaba por estas am<strong>en</strong>azas, porque sabía que suorondo y jovial marido gustaba de ser considerado un hombre devoto y también un poquitoav<strong>en</strong>turero (¿no se había empeñado <strong>en</strong> hacer aquel absurdo y espeluznante vuelo por el GranCañón cuando estuvieron <strong>en</strong> Amrika años atrás?), y <strong>la</strong> idea de convertirse <strong>en</strong> un santónm<strong>en</strong>dicante satisfacía ambas aspiraciones. Y cuando el<strong>la</strong> veía el vasto trasero de su esposo bi<strong>en</strong><strong>en</strong>cajado <strong>en</strong> un sillón <strong>en</strong> el porche de<strong>la</strong>ntero, contemp<strong>la</strong>ndo el mundo a través de una robustate<strong>la</strong> metálica; o cuando le veía jugar con Minoo, <strong>la</strong> m<strong>en</strong>or de sus hijas, que t<strong>en</strong>ía cinco años; ocuando observaba que su apetito, lejos de disminuir a proporciones de escudil<strong>la</strong>, aum<strong>en</strong>tabaapaciblem<strong>en</strong>te a medida que pasaban los años, <strong>la</strong> señora Srinivas fruncía los <strong>la</strong>bios, adoptaba e<strong>la</strong>ire despreocupado de una belleza cinematográfica (aunque poseía unas carnes tan abundantesy temblonas como <strong>la</strong>s de su marido) y <strong>en</strong>traba <strong>en</strong> casa silbando. Por ello, cuando <strong>en</strong>contró elsillón vacío y el vaso de zumo de lima sin terminar <strong>en</strong> uno de sus brazos, se quedó atónita. Adecir verdad, ni el propio Srinivas llegó a explicarse qué le hizo abandonar su cómodo porcheaquel<strong>la</strong> mañana y acercarse a ver <strong>la</strong> llegada de los vecinos de Titlipur. Los chiquillos de <strong>la</strong>calle, que lo sabían todo una hora antes de que ocurriera, anunciaban <strong>la</strong> llegada de una extrañaprocesión que v<strong>en</strong>ía con bultos y carretas por el camino de <strong>la</strong>s patatas <strong>en</strong> dirección a <strong>la</strong>carretera principal, conducida por una muchacha de pelo p<strong>la</strong>teado y con grandes nubes demariposas vo<strong>la</strong>ndo sobre sus cabezas, y seguida de Mirza Saeed Akhtar <strong>en</strong> un «combi»Mercedes-B<strong>en</strong>z verde aceituna, con una cara como si se le hubiera atragantado un hueso demango.Chatnapatna, a pesar de sus silos de patatas y sus famosas fábricas de juguetes, no eratan grande como para que <strong>la</strong> llegada de ci<strong>en</strong>to cincu<strong>en</strong>ta personas pudiera pasar inadvertida.Poco antes de que llegara <strong>la</strong> procesión, Srinivas había recibido a una delegación de trabajadoresque pedían permiso para det<strong>en</strong>er <strong>la</strong> fabricación durante un par de horas, a fin de ir a ver e<strong>la</strong>contecimi<strong>en</strong>to. Él, p<strong>en</strong>sando que de todos modos se marcharían, accedió. Pero personalm<strong>en</strong>tepermaneció algún tiempo tercam<strong>en</strong>te p<strong>la</strong>ntado <strong>en</strong> su porche, tratando de fingir que <strong>la</strong>smariposas de <strong>la</strong> excitación no habían empezado a revolotear <strong>en</strong> su amplio abdom<strong>en</strong>. Después,confesaría a Mishal Akhtar: «Fue un pres<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to. ¿Qué puedo decir? Yo sabía que todosvosotros no v<strong>en</strong>íais sólo a mer<strong>en</strong>dar. El<strong>la</strong> v<strong>en</strong>ía a buscarme.»Titlipur llegó a Chatnapatna <strong>en</strong>tre una algarabía de l<strong>la</strong>ntos y gritos de niños, quejidos deancianos y chistes amargos de Osman, el del toro bum-bum, por el que Srinivas no s<strong>en</strong>tía <strong>la</strong>m<strong>en</strong>or simpatía. Luego, los chiquillos de <strong>la</strong> calle informaron al rey de los juguetes que <strong>en</strong>tre losviajeros estaban <strong>la</strong> esposa y <strong>la</strong> suegra de Mirza Saeed, zamindar de Titlipur, y que v<strong>en</strong>íanandando, como los campesinos, vestida con pijama de algodón, sin alhajas. Fue <strong>en</strong>toncescuando Srinivas, caminando pesadam<strong>en</strong>te, se acercó al parador del camino <strong>en</strong> torno al que seapiñaban los peregrinos de Titlipur, <strong>en</strong>tre los que se repartía parathas y bhurta de patata.Srinivas llegó al mismo tiempo que el jeep de <strong>la</strong> policía de Chatnapatna. El inspector estaba depie sobre el asi<strong>en</strong>to al <strong>la</strong>do del conductor y gritaba por un megáfono que p<strong>en</strong>saba tomarmedidas severas contra esta marcha «comunal» si no se dispersaba inmediatam<strong>en</strong>te. Cuestiónde hindúes y musulmanes, p<strong>en</strong>só Srinivas; malo, malo.La policía trataba <strong>la</strong> peregrinación como una especie de demostración sectaria, perocuando Mirza Saeed Akhtar se ade<strong>la</strong>ntó y expuso el caso al inspector, éste se sintiódesconcertado. A Sri Srinivas, un brahmán, evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, no se le habría pasado por <strong>la</strong>imaginación hacer una peregrinación a La Meca, pero quedó impresionado. Se abrió paso <strong>en</strong>tre<strong>la</strong> multitud para oír lo que decía el zamindar: «Y es propósito de esta bu<strong>en</strong>a g<strong>en</strong>te llegar hastael mar de Arabia, conv<strong>en</strong>cidos de que <strong>la</strong>s aguas se retirarán para que ellos puedan cruzar.» Lavoz de Mirza Saeed era débil y el inspector, jefe del puesto de Chatnapatna, no quedóconv<strong>en</strong>cido. «¿Lo cree realm<strong>en</strong>te, ji?» Mirza Saeed dijo: «Yo no. Pero ellos lo cre<strong>en</strong>ciegam<strong>en</strong>te. Yo trataré de disuadirles antes de que ocurra algo grave.» El jefe de Policía, todocorreajes, bigotes y autosufici<strong>en</strong>cia, movió <strong>la</strong> cabeza. «Pero ¿cómo quiere que yo permita que


se congregu<strong>en</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> calle tantos individuos? Pued<strong>en</strong> inf<strong>la</strong>marse los ánimos y producirseincid<strong>en</strong>tes.» En aquel mom<strong>en</strong>to, <strong>la</strong> muchedumbre se retiró hacia los <strong>la</strong>dos y Srinivas vio porprimera vez <strong>la</strong> figura fantástica de <strong>la</strong> muchacha vestida <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te de mariposas con unamel<strong>en</strong>a como <strong>la</strong> nieve que le llegaba hasta los tobillos. «Arré deo —exc<strong>la</strong>mó—. ¿Eres tú,Ayesha? —Y agregó, estúpidam<strong>en</strong>te—: ¿Dónde están mis muñecos de P<strong>la</strong>nificaciónFamiliar?»Sus pa<strong>la</strong>bras cayeron <strong>en</strong> el vacío; todos miraban a Ayesha, que se acercaba al arrogantejefe de Policía. El<strong>la</strong> no dijo nada, sólo sonrió movi<strong>en</strong>do afirmativam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> cabeza, y él parecióquedarse con veinte años m<strong>en</strong>os y, con el ac<strong>en</strong>to de un niño de diez u once años, dijo: «Estábi<strong>en</strong>, está bi<strong>en</strong>, mausi. Perdona, ma. No quise of<strong>en</strong>der. Discúlpame, te lo ruego.» Y aquíterminaron los problemas con <strong>la</strong> policía. Después, por <strong>la</strong> tarde, a <strong>la</strong> hora de más calor, un grupode jóv<strong>en</strong>es hindúes de <strong>la</strong> ciudad empezaron a arrojar piedras desde los tejados de edificiospróximos, y el jefe de Policía los mandó al ca<strong>la</strong>bozo antes de dos minutos.«Ayesha, hija —dijo Srinivas, hab<strong>la</strong>ndo al vacío—, ¿qué demonios te ha pasado?»Durante <strong>la</strong>s horas de calor, los peregrinos descansaban aprovechando <strong>la</strong>s sombras quebu<strong>en</strong>am<strong>en</strong>te <strong>en</strong>contraban. Srinivas deambu<strong>la</strong>ba <strong>en</strong>tre ellos como <strong>en</strong> sueños, profundam<strong>en</strong>teconmovido, seguro de que, inexplicam<strong>en</strong>te, su vida había llegado a una <strong>en</strong>crucijada.Constantem<strong>en</strong>te buscaba con <strong>la</strong> mirada <strong>la</strong> figura transformada de Ayesha, <strong>la</strong> vid<strong>en</strong>te, quedescansaba a <strong>la</strong> sombra de un pipal <strong>en</strong> compañía de Mishal Akhtar, de su madre, Mrs. Qureishiy del <strong>en</strong>amorado Osman con su toro. Al fin, Srinivas se tropezó con el zamindar Mirza Saeed,que estaba t<strong>en</strong>dido <strong>en</strong> el asi<strong>en</strong>to trasero de su Mercedes-B<strong>en</strong>z, despierto y atorm<strong>en</strong>tado.Srinivas se dirigió a él hablándole con humilde perplejidad. «Sethji, ¿tú no crees <strong>en</strong> <strong>la</strong>muchacha?»«Srinivas —respondió Mira Saeed incorporándose—, nosotros somos hombresmodernos. Nosotros sabemos, por ejemplo, que los viejos se muer<strong>en</strong> <strong>en</strong> los viajes <strong>la</strong>rgos, queDios no cura el cáncer y que los mares no se abr<strong>en</strong>. Nosotros t<strong>en</strong>emos que poner fin a estaestupidez. V<strong>en</strong> conmigo, <strong>en</strong> el coche hay sitio de sobra. Quizá puedas ayudarme a disuadir aesta g<strong>en</strong>te; Ayesha te está agradecida, quizás a ti te escuche.»«¿Ir <strong>en</strong> el coche? —Srinivas se s<strong>en</strong>tía indef<strong>en</strong>so, como si unas fuertes manos leagarraran de <strong>la</strong>s extremidades—. Pero yo t<strong>en</strong>go mi negocio.»«Para muchos de los nuestros, ésta es una misión suicida —insistió Mirza Saeed—.Necesito ayuda. Naturalm<strong>en</strong>te, podría pagarte.»«El dinero no importa. —Srinivas retrocedió, of<strong>en</strong>dido—. Perdona, Sethji, pero t<strong>en</strong>goque p<strong>en</strong>sarlo.»«¿Pero no te das cu<strong>en</strong>ta? —gritó Mirza Saeed mi<strong>en</strong>tras Srinivas se alejaba—. Tú y yono somos g<strong>en</strong>te corri<strong>en</strong>te. ¡El bhai-bhai hindú-musulman! Nosotros podemos abrir un fr<strong>en</strong>tesecu<strong>la</strong>r contra esta farsa.»Srinivas volvió. «Es que yo soy crey<strong>en</strong>te —protestó—. T<strong>en</strong>go <strong>en</strong> <strong>la</strong> pared el cuadro de<strong>la</strong> diosa Lakshmi.»«La riqueza es una diosa excel<strong>en</strong>te para un comerciante», dijo Mirza Saeed.«Y también <strong>la</strong> t<strong>en</strong>go <strong>en</strong> el corazón», agregó Srinivas. Mirza Saeed se impaci<strong>en</strong>tó. «Lasdiosas, por mi vida. Hasta vuestros filósofos reconoc<strong>en</strong> que no son más que conceptosabstractos. Encarnaciones del shakti que, <strong>en</strong> sí, es una idea abstracta: <strong>la</strong> fuerza dinámica de losdioses.»El comerciante <strong>en</strong> juguetes miraba a Ayesha dormida bajo su colcha de mariposas. «Yono soy filósofo, Sethji», dijo. Ni dijo que que el corazón le había dado un vuelco al darsecu<strong>en</strong>ta de que <strong>la</strong> muchacha dormida y <strong>la</strong> diosa del cal<strong>en</strong>dario de <strong>la</strong> pared de su fábrica t<strong>en</strong>íanidéntica cara.


* * *Cuando <strong>la</strong> peregrinación salió de <strong>la</strong> ciudad, Srinivas se fue con el<strong>la</strong>, haci<strong>en</strong>do oídossordos a <strong>la</strong>s súplicas de su esposa que, con el pelo revuelto, b<strong>la</strong>ndía a <strong>la</strong> pequeña Minoo <strong>en</strong> <strong>la</strong>cara de su marido. Srinivas dijo a Ayesha que, si bi<strong>en</strong> él no deseaba ir a La Meca, s<strong>en</strong>tía eldeseo de acompañar<strong>la</strong> un trecho, quizás hasta <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> del mar.Cuando Srinivas se unió a los vecinos de Titlipur y acomodó el paso al del hombre queiba a su <strong>la</strong>do, observó, perplejo e intimidado, <strong>la</strong> inm<strong>en</strong>sa nube de mariposas que, como unasombril<strong>la</strong> gigantesca, protegía del sol a los peregrinos. Era como si <strong>la</strong>s mariposas de Titlipurhubieran asumido <strong>la</strong>s funciones del gran árbol. Después profirió un grito de temor, asombro yp<strong>la</strong>cer, porque unas cuantas doc<strong>en</strong>as de aquel<strong>la</strong>s criaturas con a<strong>la</strong>s de camaleón se habíanposado <strong>en</strong> sus hombros y, al instante, habían adquirido el exacto tono escar<strong>la</strong>ta de su camisa.Entonces reconoció al hombre que iba a su <strong>la</strong>do: era el sarpanch Muhammad Din, que habíapreferido no caminar <strong>en</strong> cabeza. Él y Khadija, su esposa, caminaban con alegría, a pesar de suavanzada edad, y cuando Muhammad Din vio <strong>la</strong> b<strong>en</strong>dición lepidóptera que se posaba sobre elcomerciante de juguetes, le tomó de <strong>la</strong> mano.* * *Era evid<strong>en</strong>te que <strong>la</strong>s lluvias no llegarían. Hileras de reses f<strong>la</strong>cas emigraban por loscampos, <strong>en</strong> busca de agua. El amor es agua, habían escrito con cal <strong>en</strong> <strong>la</strong> pared de <strong>la</strong>drillo deuna fábrica de motocicletas. Por el camino se <strong>en</strong>contraron con otras familias que se dirigían alSur con <strong>la</strong> vida <strong>en</strong> un hato cargado sobre el lomo de un asno moribundo, y también el<strong>la</strong>s iban<strong>en</strong> busca del agua. «Pero no maldita agua sa<strong>la</strong>da —gritó Mirza Saeed a los peregrinos deTitlipur—. ¡Ellos no buscan un mar que se divida <strong>en</strong> dos! Ellos quier<strong>en</strong> vivir, y vosotros, locos,queréis morir.» Los buitres se agrupaban junto a <strong>la</strong> carretera para ver desfi<strong>la</strong>r a los peregrinos.Mirza Saeed pasó <strong>la</strong>s primeras semanas de <strong>la</strong> peregrinación al mar de Arabia <strong>en</strong> unestado de perman<strong>en</strong>te agitación histérica. Se viajaba por <strong>la</strong> mañana y al atardecer, y <strong>en</strong>toncesSaeed saltaba de su coche para suplicar a su esposa moribunda. «Sé s<strong>en</strong>sata, Mishu. Eres una<strong>en</strong>ferma. Por lo m<strong>en</strong>os, échate <strong>en</strong> el coche, deja que te friccione los pies.» Pero el<strong>la</strong> se negaba,y su madre le ahuy<strong>en</strong>taba. «Mira, Saeed, con tu actitud negativa deprimes a cualquiera. Vete abeber tu batido de coke <strong>en</strong> tu vehículo refrigerado y déjanos <strong>en</strong> paz a los yatris.» Después de <strong>la</strong>primera semana, el vehículo refrigerado se quedó sin chófer. El mecánico de Mirza Saeedpres<strong>en</strong>tó <strong>la</strong> dimisión y se unió a los caminantes, por lo que el zamindar se vio obligado as<strong>en</strong>tarse al vo<strong>la</strong>nte. Después de aquello, cada vez que le acometía <strong>la</strong> ansiedad, t<strong>en</strong>ía que parar elcoche, aparcar y correr alocadam<strong>en</strong>te ade<strong>la</strong>nte y atrás <strong>en</strong>tre los peregrinos, am<strong>en</strong>azando,suplicando y ofreci<strong>en</strong>do sobornos. Por lo m<strong>en</strong>os una vez al día maldecía a Ayesha <strong>en</strong> su propiacara por haber destrozado su vida, pero nunca podía seguir apostrofándo<strong>la</strong> mucho rato, porquecada vez que <strong>la</strong> miraba <strong>la</strong> deseaba tanto que se s<strong>en</strong>tía avergonzado. El cáncer había empezado avolver gris <strong>la</strong> piel de Mishal, y también Mrs. Qureishi empezaba a estropearse; sus airesmundanos se habían desintegrado y t<strong>en</strong>ía grandes ampol<strong>la</strong>s <strong>en</strong> los pies. Pero rechazabarotundam<strong>en</strong>te los ofrecimi<strong>en</strong>tos de Saeed de llevar<strong>la</strong> <strong>en</strong> el coche. El hechizo que Ayesha había<strong>la</strong>nzado sobre los peregrinos conservaba toda su fuerza. Y al final de aquel<strong>la</strong>s incursiones alc<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> peregrinación, Mirza Saeed, sudoroso y mareado por el calor y <strong>la</strong> creci<strong>en</strong>tedesesperación, advertía que los caminantes habían dejado atrás el coche, y él t<strong>en</strong>ía que trotarhasta él solo y contrariado. Un día, al volver al coche, vio que <strong>la</strong> cáscara de un coco arrojadadesde un autobús le había roto el parabrisas dejándolo como una te<strong>la</strong>raña cuajada de moscas


p<strong>la</strong>teadas. Tuvo que sacar a golpes los fragm<strong>en</strong>tos del parabrisas, que parecían reírse de él alcaer <strong>en</strong> <strong>la</strong> carretera y <strong>en</strong> el interior del coche, como si le hab<strong>la</strong>ran de <strong>la</strong> fugacidad y futilidad de<strong>la</strong>s posesiones materiales; pero el hombre secu<strong>la</strong>r vive <strong>en</strong> el mundo material, y Mirza Saeed noestaba dispuesto a romperse tan fácilm<strong>en</strong>te como un parabrisas. Por <strong>la</strong> noche se acostaba <strong>en</strong> unaesteril<strong>la</strong> al <strong>la</strong>do de su esposa, bajo <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s, al borde de <strong>la</strong> carretera. Cuando le refirió lo de<strong>la</strong> rotura del coche, el<strong>la</strong> le ofreció f<strong>la</strong>co consuelo. «Es una señal —le dijo—. Abandona elcoche y únete a nosotros.»«¿Abandonar un Mercedes-B<strong>en</strong>z?», aulló Saeed con verdadero horror.«¿Por qué no? —repuso Mishal con su voz gris y cansada—. No haces más que hab<strong>la</strong>rde <strong>la</strong> ruina total. Entonces, ¿qué importa un Mercedes más o m<strong>en</strong>os?»«No lo <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>des —sollozó Saeed—. Nadie me <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>de.»Gibreel soñó con una sequía:La tierra se amarronaba bajo los cielos sin lluvia. Cadáveres de autobuses y antiguosmonum<strong>en</strong>tos se pudrían <strong>en</strong> los campos con <strong>la</strong>s cosechas. Mirza, desde el coche, por el huecodel parabrisas destrozado, veía llegar <strong>la</strong> ca<strong>la</strong>midad: asnos silvestres que copu<strong>la</strong>bancansinam<strong>en</strong>te y se desplomaban, unidos, <strong>en</strong> medio de <strong>la</strong> carretera; árboles que, por efecto de <strong>la</strong>erosión, mostraban unas raíces que parecían garras de madera que escarbaran <strong>la</strong> tierra <strong>en</strong> buscade agua; los campesinos, obligados a trabajar para el Estado <strong>en</strong> calidad de peones, construíanun aljibe al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> carretera, un depósito vacío para un agua que no caía. Míseras vidas quese agotaban al borde del camino: una mujer con un hato que se dirigía hacia una ti<strong>en</strong>da de paloy andrajos, una muchacha cond<strong>en</strong>ada a restregar, día tras día, este puchero, esta sartén, <strong>en</strong> unparce<strong>la</strong> de polvo inmundo. «¿Estas vidas val<strong>en</strong> tanto como <strong>la</strong>s nuestras? —se preguntaba MirzaSaeed Akhtar—. ¿Tanto como <strong>la</strong> mía? ¿Como <strong>la</strong> de Mishal? Qué poco han experim<strong>en</strong>tado, quépoco ti<strong>en</strong><strong>en</strong> para alim<strong>en</strong>tar el alma.» Un hombre con dhoti y un pugri amarillo suelto estaba<strong>en</strong>caramado a un mojón, como un pájaro, con un pie <strong>en</strong> una rodil<strong>la</strong> y una mano bajo un codo,fumando un biri. Cuando Mirza Saeed Akhtar pasaba por de<strong>la</strong>nte de él, el hombre escupió yalcanzó <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara al zamindar.La peregrinación avanzaba despacio, tres horas de camino por <strong>la</strong> mañana, tres másdespués del calor, caminando al paso del más l<strong>en</strong>to de los peregrinos, sujeta a infinitos retrasos,<strong>en</strong>fermedades de los niños, acoso de <strong>la</strong>s autoridades, una rueda que se despr<strong>en</strong>día de una de <strong>la</strong>scarretas; tres kilómetros al día, cuando más, dosci<strong>en</strong>tos veinte kilómetros hasta el mar,aproximadam<strong>en</strong>te once semanas de viaje. La primera muerte se produjo al decimoctavo día.Khadija, <strong>la</strong> vieja atolondrada que durante medio siglo fuera <strong>la</strong> esposa satisfecha del satisfechosarpanch Muhammad Din, vio <strong>en</strong> sueños a un arcángel. «Gibreel —susurró—, ¿eres tú?»«No —respondió <strong>la</strong> aparición—. Yo soy Azraeel, el del trabajo antipático. Perdón por <strong>la</strong>desilusión.»A <strong>la</strong> mañana sigui<strong>en</strong>te, el<strong>la</strong> siguió con <strong>la</strong> peregrinación, sin decir nada a su marido de <strong>la</strong>visión. Al cabo de dos horas llegaron a <strong>la</strong>s ruinas de uno de los paradores para viajeros que losmogoles, <strong>en</strong> tiempos remotos, habían levantado a intervalos de cinco mil<strong>la</strong>s junto a <strong>la</strong> carretera.Cuando Khadija vio <strong>la</strong> ruina no sabía nada de su pasado, de los viajeros a los que se habíarobado mi<strong>en</strong>tras dormían, etcétera, pero compr<strong>en</strong>dió su pres<strong>en</strong>te utilidad. «T<strong>en</strong>go que <strong>en</strong>trar adescansar», dijo al sarpanch, que protestaba: «¡Pero <strong>la</strong> marcha...!» «No te aflijas —dijo el<strong>la</strong>suavem<strong>en</strong>te—. Ya los alcanzarás.»Se tumbó <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s ruinas, con <strong>la</strong> cabeza apoyada <strong>en</strong> una piedra lisa que le había<strong>en</strong>contrado el sarpanch. El anciano lloraba, pero no sirvió de nada, porque antes de un minutoel<strong>la</strong> había muerto. Él fue corri<strong>en</strong>do hacia los caminantes y se <strong>en</strong>caró con Ayesha, furioso:«Nunca debí escucharte —le dijo—. Y ahora has matado a mi mujer.»La marcha se detuvo. Mirza Saeed Akhtar, crey<strong>en</strong>do advertir una oportunidad, insistió


con vehem<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> que había que llevar a Khadija a un cem<strong>en</strong>terio musulmán. Pero Ayesha seopuso. «El arcángel nos ord<strong>en</strong>ó que fuéramos directam<strong>en</strong>te al mar, sin desviaciones ni rodeos.»Mirza Saeed apeló a los peregrinos. «Es <strong>la</strong> amada esposa de vuestro sarpanch —gritó—. ¿Vaisa meter<strong>la</strong> <strong>en</strong> un agujero junto al camino?»Cuando los vecinos de Titlipur acordaron que Khadija fuera <strong>en</strong>terrada inmediatam<strong>en</strong>te,Saeed no podía dar crédito a sus oídos. Entonces compr<strong>en</strong>dió que <strong>la</strong> fuerza que los movía eramás grande de lo que él sospechara: incluso el afligido sarpanch accedió. Khadija fue <strong>en</strong>terrada<strong>en</strong> el ángulo de un campo yermo, bajo <strong>la</strong>s ruinas del viejo parador.Sin embargo, al día sigui<strong>en</strong>te, Mirza Saeed advirtió que el sarpanch se había separadode <strong>la</strong> peregrinación y marchaba rezagado, desconso<strong>la</strong>do e hiposo. Saeed saltó del Mercedes ycorrió hacia Ayesha a hacer otra esc<strong>en</strong>a. «¡Monstruo! —le gritó—. ¡Monstruo sin corazón!¿Por qué trajiste a <strong>la</strong> anciana a morir aquí?» El<strong>la</strong> hizo como si no le oyera, pero cuando Saeedvolvía al coche, el sarpanch se le acercó y le dijo: «Nosotros éramos pobres. Sabíamos qu<strong>en</strong>unca podríamos ir a Mecca Sharif hasta que el<strong>la</strong> nos conv<strong>en</strong>ció. El<strong>la</strong> nos conv<strong>en</strong>ció, y ahoramira el resultado de su acción.»Ayesha, <strong>la</strong> kahin, l<strong>la</strong>mó al sarpanch, pero no le ofreció ni una pa<strong>la</strong>bra de consuelo.«Fortalece tu fe —le reconvino—. Qui<strong>en</strong> muere durante <strong>la</strong> gran peregrinación ti<strong>en</strong>e segura <strong>la</strong><strong>en</strong>trada <strong>en</strong> el Paraíso. Tu esposa se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra <strong>en</strong>tre los ángeles y <strong>la</strong>s flores. ¿Qué motivos ti<strong>en</strong>espara llorar?»Aquel<strong>la</strong> noche, el sarpanch Muhammad Din se acercó a Mirza Saeed, que estabas<strong>en</strong>tado junto a una pequeña hoguera. «Perdona, Sethji —dijo—. ¿Podría ir <strong>en</strong> tu coche, talcomo me ofreciste un día?»Reacio a abandonar del todo el proyecto por el que su esposa había muerto, incapaz demant<strong>en</strong>er <strong>la</strong> fe absoluta que el proyecto requería, Muhammad Din se subió al vehículocombinable del escepticismo. «Mi primer converso», se felicitó Mirza Saeed.* * *A <strong>la</strong> cuarta semana, <strong>la</strong> deserción del sarpanch Muhammad Din empezó a surtir efecto.Viajaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> parte trasera del Mercedes como si él fuera el zamindar y Mirza Saeed el chófer,y poco a poco <strong>la</strong> tapicería de piel y el acondicionador de aire y el mueble-bar y los cristales deespejo accionados eléctricam<strong>en</strong>te empezaron a infundirle un gesto altivo; su nariz se elevaba ysu rostro adquiría <strong>la</strong> expresión arrogante del que puede ver sin ser visto. Mirza Saeed, alvo<strong>la</strong>nte, s<strong>en</strong>tía cómo los ojos y <strong>la</strong> nariz se le ll<strong>en</strong>aban del polvo que <strong>en</strong>traba por el hueco delparabrisas, pero, a pesar de <strong>la</strong> incomodidad, se s<strong>en</strong>tía más animado que antes. Ahora, al términode cada jornada, un grupo de peregrinos se congregaban alrededor del Mercedes-B<strong>en</strong>z, con suestrel<strong>la</strong> ruti<strong>la</strong>nte, y Mirza Saeed trataba de infundirles s<strong>en</strong>tido común mi<strong>en</strong>tras ellos observabancómo el sarpanch Muhammad Din subía y bajaba los cristales de espejo de manera que veían,alternativam<strong>en</strong>te, <strong>la</strong> cara de él y <strong>la</strong>s suyas propias. La pres<strong>en</strong>cia del sarpanch <strong>en</strong> el Mercedesdaba nueva fuerza a <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Mirza Saeed. Ayesha no hacía nada por apartar de allí a losperegrinos, y hasta el mom<strong>en</strong>to su confianza parecía justificada, porque no había nuevasdeserciones. Pero Saeed vio que miraba repetidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> dirección a él, y, tanto si era unavisionaria como si no, Mirza Saeed hubiera apostado un bu<strong>en</strong> dinero a que aquel<strong>la</strong>s eran <strong>la</strong>smiradas impaci<strong>en</strong>tes de una muchacha que no estaba segura de conseguir lo que se proponía.Y <strong>en</strong>tonces Ayesha desapareció.Se fue durante <strong>la</strong> hora de <strong>la</strong> siesta y no reapareció hasta un día y medio después, cuando<strong>en</strong>tre los peregrinos ya reinaba el caos —el<strong>la</strong> supo siempre atraer <strong>la</strong> at<strong>en</strong>ción del público,reconoció Saeed—, caminando por los campos cubiertos de polvo, y esta vez <strong>en</strong> su pelo


p<strong>la</strong>teado había vetas de oro, y sus cejas también eran doradas. L<strong>la</strong>mó a los peregrinos y les dijoque el arcángel estaba descont<strong>en</strong>to porque los vecinos de Titlipur habían caído <strong>en</strong> <strong>la</strong> dudaprecisam<strong>en</strong>te por <strong>la</strong> subida de una mártir al Paraíso. Les advirtió que el arcángel estabap<strong>en</strong>sando seriam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> retirar su ofrecimi<strong>en</strong>to de dividir <strong>la</strong>s aguas, «de manera que al llegar almar de Arabia sólo conseguiréis un baño de agua sa<strong>la</strong>da, antes de regresar a los campos depatatas abandonados <strong>en</strong> los que no volverá a caer <strong>la</strong> lluvia». Los peregrinos estabanconsternados. «No; no puede ser —suplicaban—. Bibiji, perdónanos.» Era <strong>la</strong> primera vez queutilizaban el nombre de <strong>la</strong> santa para dirigirse a <strong>la</strong> muchacha que los guiaba con un absolutismoque empezaba a asustarles tanto como les impresionaba. Después de <strong>la</strong> reprim<strong>en</strong>da, el sarpanchy Mirza Saeed se quedaron solos <strong>en</strong> el Mercedes. «Segundo asalto para el arcángel», p<strong>en</strong>sóMirza Saeed.* * *A <strong>la</strong> quinta semana, <strong>la</strong> salud de <strong>la</strong> mayoría de los peregrinos más viejos se habíadeteriorado considerablem<strong>en</strong>te, <strong>la</strong>s provisiones escaseaban, se hacía difícil <strong>en</strong>contrar agua y alos niños se les habían secado los <strong>la</strong>grimales. Las bandadas de buitres no dejaban de rondar.A medida que los peregrinos dejaban atrás <strong>la</strong>s zonas rurales y <strong>en</strong>traban <strong>en</strong> territorio máspob<strong>la</strong>do, el acoso iba <strong>en</strong> aum<strong>en</strong>to. Eran muchos los autobuses y camiones que no se desviaban,y los peregrinos t<strong>en</strong>ían que apartarse de su camino, gritando y atrepellándose. Los ciclistas, <strong>la</strong>sfamilias de seis personas que viajaban <strong>en</strong> motos Rajdoot y los pequeños t<strong>en</strong>deros losinsultaban. «¡Locos! ¡Palurdos! ¡Musulmanes!» En varias ocasiones tuvieron que viajar durantetoda <strong>la</strong> noche porque <strong>la</strong>s autoridades de tal o cual pueblo no querían que semejante chusmadurmiera <strong>en</strong> sus calles. Se hicieron inevitables más muertes.Y un día el toro de Osman, el converso, se arrodilló <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s bicicletas y el estiércol decamello de un pueblo sin nombre. «¡Levántate, idiota! —le gritaba Osman, impot<strong>en</strong>te—. ¿Quéte has creído? ¿Es que vas a morirte de<strong>la</strong>nte de esos puestos de fruta de unos desconocidos?» Eltoro movió afirmativam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> cabeza para decir que sí y expiró.Las mariposas cubrieron su cuerpo, adoptando el color gris de su piel, sus cucuruchos ysus cascabeles. El inconso<strong>la</strong>ble Osman corrió hacia Ayesha (que se había puesto un sucio saricomo concesión a <strong>la</strong> pudibundez urbana, a pesar de que <strong>la</strong>s mariposas aún <strong>la</strong> <strong>en</strong>volvían <strong>en</strong> unanube de gloria). «¿Los toros van al cielo?», preguntó él con voz quejumbrosa; el<strong>la</strong> se <strong>en</strong>cogióde hombros. «Los toros no ti<strong>en</strong><strong>en</strong> alma —dijo fríam<strong>en</strong>te—. Y lo que nosotros queremos salvarcon nuestra marcha son <strong>la</strong>s almas.” Osman <strong>la</strong> miró fijam<strong>en</strong>te y compr<strong>en</strong>dió que ya no <strong>la</strong> amaba.«Te has convertido <strong>en</strong> un demonio», le dijo con repugnancia.«Yo no soy nada —dijo Ayesha—. Soy una m<strong>en</strong>sajera.»«Entonces dime por qué tu Dios está tan deseoso de destruir a los inoc<strong>en</strong>tes —dijoOsman furioso—. ¿De qué ti<strong>en</strong>e miedo? ¿Tan poco confía, que ha de obligarnos a morir parademostrar nuestro amor?»Como <strong>en</strong> respuesta a esta b<strong>la</strong>sfemia, Ayesha impuso medidas disciplinarias másrigurosas, insisti<strong>en</strong>do <strong>en</strong> que todos los peregrinos rezaran <strong>la</strong>s cinco oraciones y decretando queel viernes sería día de ayuno. Al término de <strong>la</strong> sexta semana había hecho que los caminantesabandonaran otros cuatro cadáveres <strong>en</strong> el lugar <strong>en</strong> el que habían caído: dos ancianos, unaanciana y una niña de seis años. Los peregrinos seguían andando, volvi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> espalda a losmuertos; pero Mirza Saeed Akhtar recogía los cadáveres y se aseguraba de que recibieran un<strong>en</strong>tierro dec<strong>en</strong>te. En esto le ayudaban el sarpanch Muhammad Din y Osman, el ex intocable.En estas ocasiones se quedaban bastante rezagados, pero un Mercedes «combi» no tarda mucho<strong>en</strong> dar alcance a más de ci<strong>en</strong>to cuar<strong>en</strong>ta hombres, mujeres y niños que caminan cansinam<strong>en</strong>te


hacia el mar.* * *El número de los muertos aum<strong>en</strong>taba, y los grupos de peregrinos desori<strong>en</strong>tados queacudían al Mercedes se hacía mayor cada noche. Mirza Saeed empezó a contarles cu<strong>en</strong>tos. Leshabló de los lemmings y de <strong>la</strong> hechicera Circe, que convertía a los hombres <strong>en</strong> cerdos; tambiénles contó el cu<strong>en</strong>to del f<strong>la</strong>utista que se llevó a todos los niños de una ciudad a una cueva de <strong>la</strong>smontañas. Después de contarles el cu<strong>en</strong>to <strong>en</strong> su propia l<strong>en</strong>gua, les recitó versos <strong>en</strong> inglés, paraque escucharan <strong>la</strong> música de <strong>la</strong> poesía aunque no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dieran <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras. «La ciudad deHamelin está <strong>en</strong> Brunsvick —empezó—. Próxima a <strong>la</strong> célebre Hannover. El río Weser,profundo y ancho, <strong>la</strong>me sus muros por el Sur...»Entonces le cupo <strong>la</strong> satisfacción de ver a <strong>la</strong> jov<strong>en</strong> Ayesha avanzar hacia él con expresiónde furor, mi<strong>en</strong>tras <strong>la</strong>s mariposas relucían como <strong>la</strong> hoguera que t<strong>en</strong>ía a su espalda, haci<strong>en</strong>do quepareciera que <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas partían de su cuerpo.«Los que prest<strong>en</strong> oído a los versos del diablo, recitados <strong>en</strong> <strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua del diablo, se iráncon el diablo», exc<strong>la</strong>mó.«Entonces —respondió Mirza Saeed—, <strong>la</strong> elección está <strong>en</strong>tre el diablo y el fondo delmar azul.»* * *Habían transcurrido ocho semanas, y <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones <strong>en</strong>tre Mirza Saeed y Mishal, suesposa, se habían deteriorado hasta el extremo de que ya no se hab<strong>la</strong>ban. Ahora, y a pesar delcáncer que <strong>la</strong> había vuelto gris como <strong>la</strong> c<strong>en</strong>iza funeraria, Mishal se había convertido <strong>en</strong> el brazoderecho y <strong>la</strong> más devota discípu<strong>la</strong> de Ayesha. Las dudas de otros caminantes sólo habíanservido para robustecer su propia fe, y de todas <strong>la</strong>s dudas el<strong>la</strong> categóricam<strong>en</strong>te echaba <strong>la</strong> culpaa su marido.«Además —le había reprochado <strong>en</strong> su última conversación—, no hay <strong>en</strong> ti calorhumano. Me da miedo acercarme a ti.«¿No hay calor humano? —gritó él—. ¿Cómo puedes decir tal cosa? ¿Que no haycalor? ¿Por quién ando yo <strong>en</strong> esta estúpida peregrinación? ¿Para cuidar de quién? ¿Porquequiero a quién? ¿Quién me preocupa, quién me angustia, quién me ll<strong>en</strong>a de tristeza? ¿Es que nome conoces? ¿Cómo puedes decir eso?«No hay más que oírte —dijo el<strong>la</strong> con una voz que empezaba a sonar turbia y sorda—.Siempre, <strong>la</strong> cólera. Una cólera fría, he<strong>la</strong>da, como una fortaleza.»«No es cólera —vociferó él—. Es angustia, es p<strong>en</strong>a, es dolor, es aflicción. ¿Dónde está<strong>la</strong> cólera?»«La oigo —dijo el<strong>la</strong>—. Cualquiera puede oír<strong>la</strong>, <strong>en</strong> kilómetros a <strong>la</strong> redonda.»«V<strong>en</strong> conmigo —suplicó él—. Te llevaré a <strong>la</strong>s mejores clínicas de Europa, Canadá,Estados Unidos. Confía <strong>en</strong> <strong>la</strong> tecnología de Occid<strong>en</strong>te. Hac<strong>en</strong> maravil<strong>la</strong>s. A ti siempre tegustaron <strong>la</strong>s cosas técnicas.”«Yo voy <strong>en</strong> peregrinación a La Meca», dijo el<strong>la</strong>, dando media vuelta.«Maldita zorra estúpida —rugió él—. Porque tú t<strong>en</strong>gas que morir no has de arrastrarcontigo a toda esta g<strong>en</strong>te.» Pero el<strong>la</strong> se alejó por el campam<strong>en</strong>to insta<strong>la</strong>do al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong>carretera, sin mirar atrás; y ahora que él le había dado <strong>la</strong> razón perdi<strong>en</strong>do el control y diciéndole


lo indecible, cayó de rodil<strong>la</strong>s, sollozando. Después de aquel<strong>la</strong> pelea, Mishal se negó a dormir asu <strong>la</strong>do. El<strong>la</strong> y su madre ext<strong>en</strong>dían <strong>la</strong>s esteril<strong>la</strong>s al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> profetisa cubierta de mariposasque los llevaba a La Meca.Durante el día, Mishal trabajaba incansablem<strong>en</strong>te para dar confianza y tranquilidad a losperegrinos, ext<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do sobre todos ellos el a<strong>la</strong> de su dulzura. Ayesha se <strong>en</strong>cerraba más y más<strong>en</strong> el sil<strong>en</strong>cio, y Mishal Akhtar se convirtió <strong>en</strong> <strong>la</strong> consejera de los peregrinos. Pero unaperegrina se sustraía a su influ<strong>en</strong>cia: Mrs. Qureishi, su madre, esposa del director del Banco delEstado.La llegada de Mr. Qureishi, padre de Mishal, fue un acontecimi<strong>en</strong>to. Los peregrinos sehabían det<strong>en</strong>ido a <strong>la</strong> sombra de una hilera de plátanos, y estaban atareados recogi<strong>en</strong>do leña ylimpiando <strong>la</strong>s ol<strong>la</strong>s cuando apareció el cortejo motorizado. Inmediatam<strong>en</strong>te, Mrs. Qureishi, quepesaba doce kilos m<strong>en</strong>os que al comi<strong>en</strong>zo de <strong>la</strong> caminata, se puso <strong>en</strong> pie de un salto,sacudiéndose el polvo de <strong>la</strong> ropa y arreglándose el pelo con movimi<strong>en</strong>tos fr<strong>en</strong>éticos. Mishal, alver a su madre manejar con dedos torpes un barra de <strong>la</strong>bios semiderretida, dijo: «¿Qué te pasa,ma? Tranqui<strong>la</strong>, va.»Su madre, con débil movimi<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> mano, señaló los coches que se acercaban.Mom<strong>en</strong>tos después, <strong>la</strong> figura alta y severa del gran banquero estaba de<strong>la</strong>nte de el<strong>la</strong>s. «Si no loveo, no lo creo —dijo—. Cuando vinieron a contármelo, dije bah, bah, no puede ser. Por eso hetardado tanto <strong>en</strong> <strong>en</strong>terarme. Marcharse de Peristan sin una pa<strong>la</strong>bra... Dime, ¿qué canastossignifica esto?»Mrs. Qureishi temb<strong>la</strong>ba, indef<strong>en</strong>sa, ante <strong>la</strong> mirada de su marido y empezó a llorar,sinti<strong>en</strong>do los callos de los pies y <strong>la</strong> fatiga <strong>en</strong> cada poro de su cuerpo. «Ay, Dios mío, no lo sé,perdona —dijo—. Sólo Dios sabe lo que pasó.»«¿Es que no te das cu<strong>en</strong>ta de que yo ocupo un puesto muy vulnerable? —exc<strong>la</strong>mó Mr.Qureishi—. La confianza del público es es<strong>en</strong>cial. ¿Qué p<strong>en</strong>sará <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te si mi esposa andavagando por ahí con unos bhangis?»Mishal abrazó a su madre y dijo a su padre que dejara de regañar<strong>la</strong>. Mr. Qureishiadvirtió por vez primera que su hija t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong> marca de <strong>la</strong> muerte <strong>en</strong> <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te y se desinflóbruscam<strong>en</strong>te, como <strong>la</strong> cámara de un neumático. Mishal le habló del cáncer y de <strong>la</strong> promesa de<strong>la</strong> vid<strong>en</strong>te Ayesha de que <strong>en</strong> La Meca se obraría un mi<strong>la</strong>gro y el<strong>la</strong> quedaría curada.«Entonces deja que yo te lleve <strong>en</strong> avión a La Meca hoy mismo —suplicó el padre—.¿Por qué caminar pudi<strong>en</strong>do ir <strong>en</strong> Airbus?»Pero Mishal permaneció inflexible. «Tú debes marcharte —dijo a su padre—. Sólo loscrey<strong>en</strong>tes pued<strong>en</strong> hacer que ello ocurra. Mamá me cuidará.»Mr. Qureishi, <strong>en</strong> su limousine, se unió a Mirza Saeed a <strong>la</strong> co<strong>la</strong> de <strong>la</strong> procesión, <strong>en</strong>viandoconstantem<strong>en</strong>te a uno de los dos criados que le escoltaban <strong>en</strong> scooters, para preguntar a Mishalsi quería comida, medicina, refresco, lo que fuera. Mishal rehusaba todas <strong>la</strong>s ofertas, y al cabode tres días —porque <strong>la</strong> banca es <strong>la</strong> banca— Mr. Qureishi partió hacia <strong>la</strong> ciudad, dejando a unode los chaprassis de <strong>la</strong> scooter para que sirviera a <strong>la</strong>s mujeres. «Está a vuestro servicio —lesdijo—. No seais tontas. Haced el viaje lo más cómodo posible.» Al día sigui<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> marchade Mr. Qureishi, el chaprassi Gul Muhammad dejó <strong>la</strong> scooter y se unió a los caminantes,anudándose un pañuelo a <strong>la</strong> cabeza para demostrar su devoción. Ayesha no dijo nada, pero alver al scooter-wal<strong>la</strong>h unirse a <strong>la</strong> peregrinación, sonrió con un aire de travesura que recordó aMirza Saeed que, al fin y al cabo, el<strong>la</strong> no era sólo personaje de un sueño, sino también unamuchacha de carne y hueso.Mrs. Qureishi empezó a quejarse. El breve contacto con su antigua vida había minadosu decisión y ahora, cuando ya era tarde, no hacía más que p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> fiestas, y almohadones, yvasos de lima con soda he<strong>la</strong>da. De pronto, le parecía un disparate que a una persona de sucategoría se <strong>la</strong> obligara a ir descalza como un vulgar barr<strong>en</strong>dero. Se pres<strong>en</strong>tó ante Mirza Saeedcon una expresión de timidez <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara.


«Saeed, hijo, ¿me odias?», preguntó con za<strong>la</strong>mería mi<strong>en</strong>tras <strong>en</strong> su cara carnosa sepintaba una parodia de coquetería.Saeed quedó horrorizado por el mohín. «De ninguna manera», logró decir.«Sí, sí, tú me odias, <strong>la</strong> mía es una causa perdida», insistió el<strong>la</strong>, empa<strong>la</strong>gosa.«Ammaji —Saeed tragó saliva—, pero ¿qué dices?» «Es que yo a veces te he hab<strong>la</strong>docon dureza.» «Olvídalo, te lo ruego», dijo Saeed, intrigado por aquel<strong>la</strong> actitud; pero el<strong>la</strong> noestaba dispuesta a olvidar: «Quiero que sepas que sólo me movía el amor —dijo—. El amor esalgo maravilloso.»«El amor mueve al mundo», convino Mirza Saeed, tratando de ponerse a su altura.«El amor todo lo v<strong>en</strong>ce —confirmo Mrs. Qureishi—. Ha v<strong>en</strong>cido mi <strong>en</strong>ojo. Y quierodemostrártelo viajando contigo <strong>en</strong> tu coche.»Mirza Saeed se inclinó. «Es tuyo, ammaji.»«Entonces di a esos dos hombres del pueblo que se si<strong>en</strong>t<strong>en</strong> de<strong>la</strong>nte contigo. Hay queproteger a <strong>la</strong>s señoras, ¿no te parece?«Me parece», respondió él.* * *El caso del pueblo que caminaba hacia el mar era com<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> todo el país y, a <strong>la</strong>nov<strong>en</strong>a semana, los peregrinos eran acosados por periodistas, políticos locales a <strong>la</strong> caza devotos, comerciantes que se ofrecían a patrocinar <strong>la</strong> marcha si los yatris se av<strong>en</strong>ían a portarcarteles sándwich anunciando diversos artículos y servicios, turistas extranjeros <strong>en</strong> busca de losmisterios de Ori<strong>en</strong>te, nostálgicos de Gandhi y <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se de buitres humanos que va a <strong>la</strong>s carrerasde coches para ver los accid<strong>en</strong>tes. Pero, cuando veían <strong>la</strong> nube de mariposas-camaleón quevestían a <strong>la</strong> jov<strong>en</strong> Ayesha y le proporcionaban su único sust<strong>en</strong>to sólido, los visitantes quedabanatónitos y se retiraban confusos, llevando consigo una experi<strong>en</strong>cia que nunca podrían hacer<strong>en</strong>cajar <strong>en</strong> su concepto del mundo. En todos los periódicos aparecían fotos de Ayesha, y a veceslos peregrinos hasta t<strong>en</strong>ían que pasar por de<strong>la</strong>nte de carteles publicitarios <strong>en</strong> los que <strong>la</strong> beldadde los lepidópteros había sido pintada a tamaño triple del natural junto a slogans queproc<strong>la</strong>maban: También nuestros tejidos son tan suaves como a<strong>la</strong>s de mariposa y cosas por elestilo. Pero un día llegó una noticia a<strong>la</strong>rmante. Ciertos grupos religiosos extremistas habíanfacilitado comunicados <strong>en</strong> los que se d<strong>en</strong>unciaba <strong>la</strong> «Ayesha Haj» como un int<strong>en</strong>to de«secuestrar» <strong>la</strong> at<strong>en</strong>ción pública y una incitación al comunalismo, o sea, <strong>la</strong> mezc<strong>la</strong> de hindúes ymusulmanes. Se distribuían folletos — Mishal recogió varios <strong>en</strong> <strong>la</strong> carretera— <strong>en</strong> los que sedec<strong>la</strong>raba que «Padyatra o peregrinación a pie es una tradición antigua de <strong>la</strong> cultura nacionalpreislámica, no una importación de los inmigrantes mogoles.» Y también: «La apropiación deesta tradición por <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada Ayesha Bibiji es una f<strong>la</strong>grante y deliberada t<strong>en</strong>tativa de agravaruna situación ya de por sí delicada.»«No habrá problemas», anunció <strong>la</strong> kahin rompi<strong>en</strong>do su sil<strong>en</strong>cio.* * *Gibreel soñó con un suburbio:Cuando <strong>la</strong> «Ayesha Haj» se acercaba a Sarang, localidad situada <strong>en</strong> el extrarradio de <strong>la</strong>gran metrópoli de oril<strong>la</strong>s del mar de Arabia hacia <strong>la</strong> que <strong>la</strong> visionaria los conducía, periodistas,políticos y policías redob<strong>la</strong>ron sus visitas. En un principio, los policías am<strong>en</strong>azaron con


dispersar <strong>la</strong> comitiva por <strong>la</strong> fuerza; los políticos, sin embargo, advirtieron que ello seríaconsiderado como un acto de sectarismo y podía provocar brotes de viol<strong>en</strong>cia religiosa <strong>en</strong> todoel país. Al fin, <strong>la</strong> autoridad policial accedió a permitir <strong>la</strong> marcha, pero agregando, <strong>en</strong> tono <strong>en</strong>trequejumbroso y am<strong>en</strong>azador, que «no podían garantizar <strong>la</strong> integridad» de los peregrinos. MishalAkhtar dijo: «Seguiremos ade<strong>la</strong>nte.»La pob<strong>la</strong>ción de Sarang debía su re<strong>la</strong>tiva riqueza a <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>cia de grandes yacimi<strong>en</strong>tosde carbón <strong>en</strong> sus proximidades. Y resultó que los mineros de Sarang, hombres que pasaban <strong>la</strong>vida horadando <strong>la</strong>s <strong>en</strong>trañas de <strong>la</strong> tierra —«abriéndo<strong>la</strong>» como si dijéramos—, no podían aceptar<strong>la</strong> idea de que una muchachita pudiera hacer otro tanto con el mar sólo movi<strong>en</strong>do una mano.Los jefes de ciertos grupos comunales habían incitado a los mineros a <strong>la</strong> viol<strong>en</strong>cia y, aconsecu<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong>s actividades de estos ag<strong>en</strong>ts provocateurs, estaba congregándose unamuchedumbre que portaba pancartas <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que se exigía: ¡FUERA LA PADYATRAISLÁMICA! BRUJA DE LAS MARIPOSAS, VUELVE A TU PUEBLO.La víspera de <strong>la</strong> <strong>en</strong>trada <strong>en</strong> Sarang por <strong>la</strong> noche, Mirza Saeed hizo otro inútill<strong>la</strong>mami<strong>en</strong>to a los peregrinos. «Abandonad —les imploraba inútilm<strong>en</strong>te—. Mañana nosmatarán a todos.» Ayesha dijo unas pa<strong>la</strong>bras al oído de Mishal y ésta respondió por el<strong>la</strong>: «Esmejor ser mártir que cobarde. ¿Hay aquí algún cobarde?»Uno había. Sri Srinivas, explorador del Gran Cañón, propietario de Juguetes Univas,cuyo lema era creatividad y sinceridad, se alineó con Mirza Saeed. Por su condición de devotode <strong>la</strong> diosa Lakshmi, cuyo rostro se parecía al de Ayesha de modo asombroso, era incapaz departicipar <strong>en</strong> <strong>la</strong>s inmin<strong>en</strong>tes hostilidades <strong>en</strong> cualquiera de los bandos. «Yo soy débil —confesóa Saeed—. Yo he amado a Miss Ayesha, y un hombre debe luchar por aquello que ama; pero,sintiéndolo mucho, he de pedir status neutral.» Srinivas era el quinto miembro del grupodisid<strong>en</strong>te que viajaba <strong>en</strong> el Mercedes-B<strong>en</strong>z. Mrs. Qureishi no tuvo más remedio que compartirel asi<strong>en</strong>to de atrás con aquel plebeyo. Srinivas <strong>la</strong> saludó tristem<strong>en</strong>te y, al observar que el<strong>la</strong> seapartaba malhumorada, rebotando <strong>en</strong> el asi<strong>en</strong>to, trató de apaciguar<strong>la</strong>. «Le ruego que acepte estapequeña muestra de mi consideración.» Y de un bolsillo interior sacó un muñeco deP<strong>la</strong>nificación Familiar.Aquel<strong>la</strong> noche, los desertores permanecieron <strong>en</strong> el «combi» mi<strong>en</strong>tras los crey<strong>en</strong>tesrezaban al aire libre. Se les había autorizado a acampar <strong>en</strong> un viejo patio de expedición demercancías <strong>en</strong> desuso, bajo <strong>la</strong> protección de <strong>la</strong> policía militar. Mirza Saeed no podía dormir.P<strong>en</strong>saba lo que le había dicho Srinivas de que, interiorm<strong>en</strong>te, él se s<strong>en</strong>tía adepto de Gandhi,«pero soy muy débil para poner <strong>en</strong> práctica tales ideas. Perdón, es <strong>la</strong> verdad, yo no soporto elsufrimi<strong>en</strong>to, Sethji. Yo hubiera t<strong>en</strong>ido que quedarme con mi mujer y mis hijos y olvidarme deesta <strong>en</strong>fermedad de <strong>la</strong> sed de av<strong>en</strong>turas que me ha traído a esta situación.»También <strong>en</strong> mi familia hemos sufrido una especie de <strong>en</strong>fermedad, respondió MirzaSaeed, <strong>en</strong> su insomnio, al fabricante de juguetes dormido. Nuestra <strong>en</strong>fermedad ha sido <strong>la</strong>inhibición, <strong>la</strong> incapacidad de conectar con <strong>la</strong>s cosas, los hechos, los s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos. La mayoríade <strong>la</strong>s personas se defin<strong>en</strong> por su trabajo, o por su proced<strong>en</strong>cia, o cosa por el estilo; nosotroshemos vivido <strong>en</strong>cerrados <strong>en</strong> nosotros mismos. Ello hace que <strong>la</strong> actualidad nos resultetrem<strong>en</strong>dam<strong>en</strong>te difícil de manejar.Lo cual equivalía decir que se le hacía difícil creer que todo esto estuviera ocurri<strong>en</strong>dorealm<strong>en</strong>te; pero ocurría.* * *A <strong>la</strong> mañana sigui<strong>en</strong>te, cuando los Peregrinos de Ayesha se disponían a partir, <strong>la</strong>sgrandes nubes de mariposas que habían viajado con ellos desde Titlipur se disiparon


uscam<strong>en</strong>te y desaparecieron de su vista, dejando al descubierto un cielo <strong>en</strong> el que seacumu<strong>la</strong>ban rápidam<strong>en</strong>te otras nubes más prosaicas. Hasta <strong>la</strong>s criaturas que vestían a Ayesha—el cuerpo de élite, como si dijéramos— se dispersaron y el<strong>la</strong> tuvo que presidir el cortejovestida con un mundano y viejo sari de algodón con or<strong>la</strong> de hojas estampada. La desaparicióndel mi<strong>la</strong>gro que parecía sancionar <strong>la</strong> peregrinación <strong>en</strong>tristeció a los caminantes de tal maneraque, a pesar de <strong>la</strong>s exhortaciones de Mishal Akhtar, al verse privados de <strong>la</strong> b<strong>en</strong>dición de <strong>la</strong>smariposas, eran incapaces de cantar mi<strong>en</strong>tras avanzaban al <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro de su destino.* * *La muchedumbre de Fuera <strong>la</strong> Padyatra Islámica había preparado un recibimi<strong>en</strong>to aAyesha <strong>en</strong> una calle bordeada a uno y otro <strong>la</strong>do de chamizos de reparación de bicicletas.Habían cortado <strong>la</strong> ruta de los peregrinos con bicicletas muertas, y se hal<strong>la</strong>ban apostados detrásde esta barricada de ruedas rotas, manil<strong>la</strong>res torcidos y timbres mudos cuando <strong>la</strong> Ayesha Haj<strong>en</strong>tró <strong>en</strong> el sector norte de <strong>la</strong> ciudad. Ayesha avanzaba hacia <strong>la</strong> multitud como si no existiera, ycuando llegó al último cruce, después del cual le aguardaban los palos y los cuchillos del<strong>en</strong>emigo, retumbó un tru<strong>en</strong>o como <strong>la</strong> trompeta del Juicio Final y del cielo cayó un océano. Lasequía había terminado muy tarde para que se salvaran <strong>la</strong>s cosechas; después, muchos de losperegrinos creerían que Dios había estado guardando el agua para este fin, acumulándo<strong>la</strong> <strong>en</strong> elcielo, hasta que fue tan grande como el mar, sacrificando <strong>la</strong>s cosechas del año, a fin de salvar asu profetisa y a su pueblo. La fuerza del diluvio acobardó tanto a los peregrinos como a susadversarios. En medio de <strong>la</strong> confusión creada por <strong>la</strong>s aguas se oyó otra trompeta. En realidad,era el c<strong>la</strong>xon del Mercedes-B<strong>en</strong>z «combi» de Mirza Saeed, que él había conducido a todavelocidad por <strong>la</strong>s inundadas calles <strong>la</strong>terales del suburbio, derribando t<strong>en</strong>dederos con hileras decamisas, carretil<strong>la</strong>s cargadas de ca<strong>la</strong>bazas y t<strong>en</strong>deretes de baratijas de plástico, hasta llegar a <strong>la</strong>calle de los cesteros, que salía a <strong>la</strong> calle de los reparadores de bicicletas, un poco al norte de <strong>la</strong>barricada. Allí pisó a fondo el acelerador y embistió hacia el cruce, diseminando <strong>en</strong> todasdirecciones a viandantes y taburetes de mimbre. Llegó al cruce inmediatam<strong>en</strong>te después de queel mar cayera del cielo y fr<strong>en</strong>ó bruscam<strong>en</strong>te. Sri Srinivas y Osman saltaron a tierra, agarraron aMishal y a <strong>la</strong> profetisa y <strong>la</strong>s metieron <strong>en</strong> el Mercedes, <strong>en</strong>tre mucho pataleo, griterío e insultos.Saeed salió disparado del lugar antes de que algui<strong>en</strong> tuviera tiempo de <strong>en</strong>jugarse de los ojos e<strong>la</strong>gua que los cegaba.D<strong>en</strong>tro del coche, cuerpos amontonados <strong>en</strong> feroz revoltijo. Mishal Akhtar, desde elfondo del montón, <strong>la</strong>nzaba insultos a su marido: «¡Saboteador! ¡Traidor! ¡Escoria de ya sabesdónde! ¡Mu<strong>la</strong>!» A lo que Saeed repuso sarcásticam<strong>en</strong>te: «El martirio es muy fácil, Mishal. ¿Esque no quieres ver cómo se abre el océano cual una flor?»Y Mrs. Qureishi, asomando <strong>la</strong> cabeza por <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s piernas invertidas de Osman, agregó,jadeando y colorada: «Basta, Mishu. Lo hicimos con <strong>la</strong> mejor int<strong>en</strong>ción.»* * *Gibreel soñó con una inundación.Cuando llegaron <strong>la</strong>s lluvias, los mineros de Sarang esperaban a los peregrinos con elpico <strong>en</strong> <strong>la</strong> mano; pero cuando <strong>la</strong> barricada de bicicletas fue arrastrada por <strong>la</strong>s aguas, nopudieron p<strong>en</strong>sar sino que Dios había tomado partido por Ayesha. El sistema de desagües de <strong>la</strong>ciudad se rindió instantáneam<strong>en</strong>te al diluvio arrol<strong>la</strong>dor, y muy pronto los mineros estaban


hundidos hasta el pecho <strong>en</strong> un agua terrosa. Algunos trataron de avanzar hacia los peregrinos,que también se esforzaban <strong>en</strong> caminar. Pero <strong>la</strong> lluvia redobló su fuerza, y luego volvió aredob<strong>la</strong>r<strong>la</strong>, cay<strong>en</strong>do del cielo <strong>en</strong> unas masas gruesas que dificultaban <strong>la</strong> respiración, como si <strong>la</strong>tierra fuera a sumergirse y el firmam<strong>en</strong>to superior fuera a unirse con el firmam<strong>en</strong>to inferior.Gibreel, mi<strong>en</strong>tras soñaba, notó que el agua le nub<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> visión.* * *Cesó <strong>la</strong> lluvia y un sol acuoso iluminó una esc<strong>en</strong>a de devastación v<strong>en</strong>eciana. Las callesde Sarang eran canales por los que viajaban toda c<strong>la</strong>se de restos. Por donde hasta hacía pocosólo circu<strong>la</strong>ban scooter-rickshaws, carros de camellos y bicicletas reparadas, ahora flotabanperiódicos, flores, ajorcas, sandías, paraguas, babuchas, gafas de sol, cestos, excrem<strong>en</strong>tos,frascos de medicina, naipes, dupattas, buñuelos, lámparas. El agua t<strong>en</strong>ía un extraño tinte rojizoque hacía imaginar al empapado popu<strong>la</strong>cho que lo que corría por <strong>la</strong>s calles era sangre. No habíarastro de los p<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cieros mineros ni de los Peregrinos de Ayesha. Un perro cruzó nadando <strong>la</strong>intersección junto a <strong>la</strong> derrumbada barricada de bicicletas, y <strong>en</strong> todas partes reinaba el húmedosil<strong>en</strong>cio de <strong>la</strong> inundación cuyas aguas <strong>la</strong>mían autobuses atascados, mi<strong>en</strong>tras los niños mirabandesde los tejados que bordeaban delicuesc<strong>en</strong>tes torr<strong>en</strong>teras, muy sobrecogidos para salir ajugar.Entonces volvieron <strong>la</strong>s mariposas.No se supo de dónde, como si hubieran estado escondidas detrás del sol; y, para celebrarel fin de <strong>la</strong> lluvia, todas habían tomado el color del sol. La aparición <strong>en</strong> el cielo de esta inm<strong>en</strong>saalfombra de luz desconcertó vivam<strong>en</strong>te a los habitantes de Sarang, impresionados por <strong>la</strong>torm<strong>en</strong>ta; temi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> llegada del apocalipsis, se escondieron <strong>en</strong> sus casas y cerraron lospostigos. En una colina cercana, empero, Mirza Saeed Akhtar y sus pasajeros observaban elregreso del mi<strong>la</strong>gro y todos, incluido el zamindar, s<strong>en</strong>tían gran respeto.Mirza Saeed Akhtar había conducido a <strong>la</strong> desesperada, a pesar de que le cegaba <strong>la</strong> lluviaque <strong>en</strong>traba por el boquete del parabrisas, hasta una carretera que subía por una montaña y sedetuvo a <strong>la</strong>s puertas del Yacimi<strong>en</strong>to de Carbón N.° 1 de Sarang. A través de <strong>la</strong> lluvia sedistinguían débilm<strong>en</strong>te <strong>la</strong>s <strong>en</strong>tradas de los pozos. «Estúpido —le insultó débilm<strong>en</strong>te Mishal—.Nos has traído a ver a los camaradas de los que nos esperaban ahí abajo. Una idea bril<strong>la</strong>nte,Saeed. Superior.» Pero los mineros ya no les causaron más problemas. Aquel día ocurrió <strong>la</strong>catástrofe que dejó a mil quini<strong>en</strong>tos mineros <strong>en</strong>terrados vivos bajo el monte Sarangi. Saeed,Mishal, el sarpanch, Osman, Mrs. Qureishi, Srinivas y Ayesha, exhaustos y empapados,miraban desde el borde de <strong>la</strong> carretera a <strong>la</strong>s ambu<strong>la</strong>ncias, los coches de bomberos, los equiposde salvam<strong>en</strong>to y los jefes de <strong>la</strong> mina, que llegaban <strong>en</strong> gran cantidad y, mucho después, semarchaban movi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> cabeza. El sarpanch se cogió los lóbulos de <strong>la</strong>s orejas <strong>en</strong>tre el índice yel pulgar. «La vida es dolor —dijo—. La vida es dolor y es pérdida; es una moneda que no val<strong>en</strong>ada, m<strong>en</strong>os que un kauri o un dam.»Osman, el del toro muerto, que, al igual que el sarpanch, había perdido a un ser queridodurante <strong>la</strong> peregrinación, también lloraba. Mrs. Qureishi trató de ver el <strong>la</strong>do bu<strong>en</strong>o: «Lo queimporta es que a nosotros no nos ha pasado nada.» Pero no obtuvo respuesta. Entonces, Ayeshacerró los ojos y dec<strong>la</strong>mó con <strong>la</strong> cantil<strong>en</strong>a de <strong>la</strong> profecía: «Es un castigo por el mal que queríanhacer.»Mirza Saeed se indignó. «Esa g<strong>en</strong>te no estaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> maldita barricada —gritó—. Éstosestaban trabajando bajo <strong>la</strong> maldita tierra.»«Cavaron sus propias tumbas», respondió Ayesha.


* * *Entonces avistaron <strong>la</strong>s mariposas que regresaban. Saeed contemp<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> nube doradacon incredulidad, vi<strong>en</strong>do cómo se congregaba y luego <strong>en</strong>viaba a<strong>la</strong>da luz dorada <strong>en</strong> todas <strong>la</strong>sdirecciones. Ayesha quería volver al cruce de caminos. Saeed argum<strong>en</strong>taba: «Aquello estáinundado. No t<strong>en</strong>emos más remedio que bajar por el otro <strong>la</strong>do de esta montaña sin pasar por <strong>la</strong>ciudad.» Pero Ayesha y Mishal ya volvían atrás; <strong>la</strong> profetisa sost<strong>en</strong>ía por <strong>la</strong> cintura a <strong>la</strong> mujerde <strong>la</strong> cara c<strong>en</strong>ici<strong>en</strong>ta.«Mishal, por Dios —gritó Mirza Saeed a su mujer—. Por el amor de Dios. ¿Qué hagocon el coche?»Pero el<strong>la</strong> siguió bajando <strong>la</strong> cuesta, hacia <strong>la</strong> inundación, apoyándose pesadam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>Ayesha, <strong>la</strong> vid<strong>en</strong>te, sin mirar atrás.Así fue cómo Mirza Saeed Akhtar abandonó su adorado Mercedes-B<strong>en</strong>z combinablecerca de <strong>la</strong> <strong>en</strong>trada de <strong>la</strong>s inundadas minas de Sarang, y se unió a los caminantes que se dirigíanal mar de Arabia.Los siete viajeros estaban con el agua hasta los muslos, <strong>en</strong> el cruce de <strong>la</strong> calle de losreparadores de bicicletas y el callejón de los cesteros. Despacio, despacio, el agua habíaempezado a bajar. «Admítelo —argum<strong>en</strong>tó Mirza Saeed—. La peregrinación ha terminado. Losvecinos del pueblo están Dios sabe dónde, quizás ahogados, quizás asesinados y, desde luego,extraviados. No queda nadie más que nosotros. —Se <strong>en</strong>caró con Ayesha—. De manera queolvídalo, hermana; estás acabada.»«Mira», dijo Mishal.De todos los pequeños talleres de los alrededores salían los vecinos de Titlipur,volvi<strong>en</strong>do al punto <strong>en</strong> el que se habían dispersado. Desde el cuello hasta los pies estabancubiertos de mariposas doradas, y <strong>la</strong>rgas hileras de <strong>la</strong>s pequeñas criaturas los precedían, comocuerdas que los sacaran de un pozo para dejarlos <strong>en</strong> lugar seguro. Los habitantes de Sarangmiraban desde sus v<strong>en</strong>tanas atemorizados, y mi<strong>en</strong>tras <strong>la</strong>s aguas del castigo se retiraban, <strong>en</strong>medio de <strong>la</strong> calle volvía a formarse <strong>la</strong> Ayesha Haj.«No puedo creerlo», dijo Mirza Saeed.Pero era verdad. Hasta el último peregrino había sido localizado por <strong>la</strong>s mariposas yconducido a <strong>la</strong> calle principal. Y después se hacían afirmaciones aún más extrañas: que cuando<strong>la</strong>s criaturas se posaron <strong>en</strong> un tobillo roto, <strong>la</strong> lesión había curado, o que una herida se habíacerrado como por arte de magia. Muchos caminantes dijeron que cuando volvieron <strong>en</strong> sí deldesmayo sintieron que <strong>la</strong>s mariposas aleteaban <strong>en</strong> sus <strong>la</strong>bios. Algunos incluso creían que habíanmuerto, ahogados, y que <strong>la</strong>s mariposas los habían resucitado.«No seáis necios —exc<strong>la</strong>mó Mirza Saeed — . Os ha salvado <strong>la</strong> torm<strong>en</strong>ta; arrastró avuestros <strong>en</strong>emigos, por lo que no es de extrañar que pocos de vosotros estéis heridos. Un pocode s<strong>en</strong>satez, por favor.»«Usa los ojos, Saeed —le dijo Mishal, seña<strong>la</strong>ndo al c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ar de hombres, mujeres yniños <strong>en</strong>vueltos <strong>en</strong> resp<strong>la</strong>ndeci<strong>en</strong>tes mariposas—. ¿Qué dice a esto tu s<strong>en</strong>satez?»* * *Durante los últimos días de <strong>la</strong> peregrinación, <strong>la</strong> ciudad se ext<strong>en</strong>día alrededor de ellos,


<strong>en</strong>volviéndolos. Funcionarios de <strong>la</strong> Corporación Municipal se reunieron con Mishal y Ayeshapara trazar el itinerario a través de <strong>la</strong> metrópoli. En el recorrido había mezquitas <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que losperegrinos podrían dormir sin cortar <strong>la</strong>s calles. En <strong>la</strong> ciudad reinaba gran excitación: todos losdías, cuando los peregrinos empr<strong>en</strong>dían <strong>la</strong> marcha hacia el sigui<strong>en</strong>te punto de reposo, <strong>en</strong>ormesmultitudes los contemp<strong>la</strong>ban. Algunos se mostraban desdeñosos y hostiles, pero muchos lesllevaban obsequios de dulces, medicinas y comida.Mirza Saeed, agotado y sucio, se s<strong>en</strong>tía profundam<strong>en</strong>te decaído a causa de suincapacidad para conv<strong>en</strong>cer más que a un puñado de peregrinos de que era preferible confiar <strong>en</strong><strong>la</strong> razón que <strong>en</strong> los mi<strong>la</strong>gros. Los mi<strong>la</strong>gros no les habían ido mal, le replicaban los vecinos deTitlipur de forma bastante razonable. «Las malditas mariposas —murmuró Saeed al sarpanch—De no ser por el<strong>la</strong>s, habríamos t<strong>en</strong>ido una posibilidad.»«Pero han v<strong>en</strong>ido con nosotros desde el principio», respondió el sarpanch <strong>en</strong>cogiéndosede hombros.Mishal Akhtar estaba próxima a <strong>la</strong> muerte; empezaba a oler a eso, y se había vuelto deun b<strong>la</strong>nco de yeso que asustaba a Saeed. Pero el<strong>la</strong> no le dejaba acercarse. También se habíaapartado de su madre, y cuando, <strong>la</strong> primera noche que los peregrinos durmieron <strong>en</strong> unamezquita de <strong>la</strong> ciudad, su padre se tomó un respiro <strong>en</strong> sus tareas bancarias para hacerle unavisita, el<strong>la</strong> le dijo que se fuera. «Las cosas han llegado a un punto <strong>en</strong> el que sólo los purospued<strong>en</strong> estar con los puros», anunció. Cuando Mirza Saeed oyó <strong>la</strong> <strong>en</strong>tonación de <strong>la</strong> profetisaAyesha <strong>en</strong> boca de su mujer, perdió casi el último vestigio de esperanza.Llegó el viernes, y Ayesha accedió a que <strong>la</strong> peregrinación se detuviera durante un díapara participar <strong>en</strong> <strong>la</strong>s oraciones del viernes. Mirza Saeed había olvidado casi todos los versosárabes que un día le hicieran apr<strong>en</strong>der de rutina, y ap<strong>en</strong>as recordaba cuándo t<strong>en</strong>ía que estar depie con <strong>la</strong>s manos ext<strong>en</strong>didas como un libro, o arrodil<strong>la</strong>rse, o tocar el suelo con <strong>la</strong> fr<strong>en</strong>te, ydurante toda <strong>la</strong> ceremonia estuvo equivocándose, cada vez más irritado consigo mismo. Pero alfinal de <strong>la</strong>s oraciones ocurrió algo que paralizó a <strong>la</strong> Ayesha Haj.Mi<strong>en</strong>tras los peregrinos observaban cómo <strong>la</strong> congregación salía del patio de <strong>la</strong>mezquita, de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> puerta principal se alzó un revuelo. Mirza Saeed se acercó a investigar.«¿A qué vi<strong>en</strong>e este griterío?», preguntó, mi<strong>en</strong>tras luchaba por abrirse paso <strong>en</strong>tre <strong>la</strong> multitud quese apiñaba <strong>en</strong> <strong>la</strong>s escaleras de <strong>la</strong> mezquita; y <strong>en</strong>tonces vio el capazo que estaba <strong>en</strong> el últimopeldaño. Y oyó el l<strong>la</strong>nto de un recién nacido, que salía del capazo.El niño t<strong>en</strong>dría unas dos semanas y, evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, era ilegítimo. No m<strong>en</strong>osevid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, sus opciones <strong>en</strong> <strong>la</strong> vida eran limitadas. La g<strong>en</strong>te estaba confusa y vaci<strong>la</strong>nte.Entonces, <strong>en</strong> lo alto de <strong>la</strong>s escaleras apareció el imán de <strong>la</strong> mezquita y, a su <strong>la</strong>do, estabaAyesha, <strong>la</strong> vid<strong>en</strong>te, cuya fama se había ext<strong>en</strong>dido por <strong>la</strong> ciudad.La multitud se dividió como el mar, y Ayesha y el imán bajaron hasta el capazo. Elimán examinó al niño brevem<strong>en</strong>te, se puso <strong>en</strong> pie y se volvió hacia <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te.«Esta criatura nació del pecado —dijo—. Es hijo del diablo.» Era un hombre jov<strong>en</strong>.Los ánimos de <strong>la</strong> multitud se <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dieron de indignación. Mirza Saeed Akhtar gritó:«Tú, Ayesha, kahin. ¿Qué dices tú?»«Todo se nos pedirá», respondió el<strong>la</strong>.La multitud no precisó más c<strong>la</strong>ra invitación para <strong>la</strong>pidar al niño.* * *Después de esto, los Peregrinos de Ayesha se negaron a seguir ade<strong>la</strong>nte. La muerte delniño abandonado creó un ambi<strong>en</strong>te de rebeldía <strong>en</strong>tre los cansados caminantes, ninguno de loscuales había cogido ni arrojado una so<strong>la</strong> piedra. Mishal, ahora ya más b<strong>la</strong>nca que <strong>la</strong> nieve,


estaba muy debilitada por su <strong>en</strong>fermedad para animarlos a continuar; Ayesha, como siempre, s<strong>en</strong>egaba a par<strong>la</strong>m<strong>en</strong>tar. «Si volvéis <strong>la</strong> espalda a Dios —previno a los antiguos vecinos deTitlipur—, no os sorpr<strong>en</strong>da que Él haga otro tanto con vosotros.»Los peregrinos se hal<strong>la</strong>ban reunidos, <strong>en</strong> cuclil<strong>la</strong>s, <strong>en</strong> un rincón de <strong>la</strong> gran mezquita, queestaba pintada verde limo por fuera y azul eléctrico por d<strong>en</strong>tro, e iluminada, cuando eranecesario, por tubos de neón multicolores. Después de <strong>la</strong> advert<strong>en</strong>cia de Ayesha, se volvieronde espaldas a el<strong>la</strong> y se acurrucaron más juntos todavía, aunque el tiempo era bastante caluroso yhúmedo. Mirza Saeed no desperdició <strong>la</strong> ocasión de volver a desafiar abiertam<strong>en</strong>te a Ayesha.«Dime —empezó con suavidad — , con exactitud, ¿cómo te da el ángel toda esa información?Tú nunca nos transmites literalm<strong>en</strong>te sus pa<strong>la</strong>bras sino sólo tu interpretación. ¿Por qué esamediatez? ¿Por qué no te limitas a citarle?»«Él me hab<strong>la</strong> <strong>en</strong> forma c<strong>la</strong>ra y memorable», respondió Ayesha.Mirza Saeed, con <strong>la</strong> agria <strong>en</strong>ergía del deseo carnal, el dolor de <strong>la</strong> ruptura con su esposamoribunda y el recuerdo de <strong>la</strong>s p<strong>en</strong>alidades de <strong>la</strong> marcha, adivinó <strong>en</strong> <strong>la</strong> retic<strong>en</strong>cia de Ayesha <strong>la</strong>debilidad que él andaba buscando. «Te agradeceré que concretes un poco más —insistió—. Sino, ¿cómo va nadie a creer? ¿Qué forma es esa?«El arcángel me canta —reconoció el<strong>la</strong>—, con músicas de canciones célebres.»Mirza Saeed Akhtar dio una palmada de júbilo y soltó <strong>la</strong> fuerte carcajada de <strong>la</strong>v<strong>en</strong>ganza, y Osman, el chico del toro, se sumó a su regocijo, bati<strong>en</strong>do el dholki y bai<strong>la</strong>ndoalrededor de los peregrinos, mi<strong>en</strong>tras cantaba <strong>la</strong>s últimas filmi ganas guiñando los ojos conpicardía «¡Ho ji! —cantaba—. ¡Así hab<strong>la</strong> Gibreel, ho ji! ¡Ho ji!»Y, uno a uno, peregrino tras peregrino, todos fueron levantándose y <strong>en</strong>trando <strong>en</strong> el bailedel tamborilero, expresando así su desilusión y su amargura <strong>en</strong> el patio de <strong>la</strong> mezquita, hastaque el imán salió corri<strong>en</strong>do y les increpó a gritos por lo profano de su conducta.* * *Anocheció. Los antiguos vecinos de Titlipur estaban agrupados alrededor deMuhammad Din, su sarpanch, hab<strong>la</strong>ndo seriam<strong>en</strong>te de regresar a Titlipur. Quizás aún pudierasalvarse algo de cosecha. Mishal Akhtar agonizaba con <strong>la</strong> cabeza <strong>en</strong> el regazo de su madre,atorm<strong>en</strong>tada por el dolor y con una única lágrima <strong>en</strong> su ojo izquierdo. Y, s<strong>en</strong>tados <strong>en</strong> un rincónapartado del patio de <strong>la</strong> mezquita verdiazul iluminada con tubos <strong>en</strong> tecnicolor, <strong>la</strong> visionaria y elzamindar hab<strong>la</strong>ban a so<strong>la</strong>s. Una hoz de luna fría bril<strong>la</strong>ba <strong>en</strong> lo alto.«Eres listo —decía Ayesha—. Sabes aprovechar tu oportunidad.»Entonces fue cuando Mirza Saeed ofreció un pacto. «Mi esposa se muere —dijo—. Yel<strong>la</strong> desea fervi<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te ir a Mecca Sharif. De manera que tú y yo t<strong>en</strong>emos intereses <strong>en</strong>común.»Ayesha escuchaba. Saeed prosiguió: «Ayesha, yo no soy un malvado. Quiero que sepasque muchas de <strong>la</strong>s cosas que han ocurrido durante esta marcha me han causado una cond<strong>en</strong>adaimpresión; una cond<strong>en</strong>ada impresión —repitió—. Tú has dado a esta g<strong>en</strong>te una profundaexperi<strong>en</strong>cia espiritual, eso es innegable. No creas que nosotros, los modernos, no t<strong>en</strong>emosdim<strong>en</strong>sión espiritual.»«La g<strong>en</strong>te me ha abandonado», dijo Ayesha.«La g<strong>en</strong>te está confusa —respondió Saeed—. Lo cierto es que si tú realm<strong>en</strong>te los llevashasta el mar y allí no ocurre nada, Dios mío, <strong>en</strong>tonces sí que podrían volverse contra ti. Demanera que éste es el trato. Ya he hab<strong>la</strong>do con el padre de Mishal y él está dispuesto a corrercon <strong>la</strong> mitad de los gastos. Proponemos llevaros personalm<strong>en</strong>te a ti, a Mishal y, digamos, adiez, ¡doce!, peregrinos a La Meca antes de cuar<strong>en</strong>ta y ocho horas. Hay pasajes disponibles. Tú


elegirás a <strong>la</strong>s personas más indicadas para hacer el viaje. Entonces realm<strong>en</strong>te habrás hecho unmi<strong>la</strong>gro para algunos, <strong>en</strong> lugar de no hacerlo para nadie. Y, a mi modo de ver, <strong>la</strong> peregrinación<strong>en</strong> sí, <strong>en</strong> cierto modo, ha sido un mi<strong>la</strong>gro. De manera que habrás conseguido mucho.»La miraba cont<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do el ali<strong>en</strong>to.«T<strong>en</strong>go que p<strong>en</strong>sarlo», dijo Ayesha.«Piénsalo, piénsalo —<strong>la</strong> al<strong>en</strong>tó Saeed, satisfecho—. Consulta a tu arcángel. Si é<strong>la</strong>ccede, señal de que es correcto.»* * *Mirza Saeed Akhtar sabía que cuando Ayesha anunciara que el arcángel Gibreel habíaaceptado su oferta, su influ<strong>en</strong>cia quedaría destruida para siempre, porque los peregrinosadvertirían su falsedad y también su desesperación. Pero, ¿cómo iba el<strong>la</strong> a rechazar suofrecimi<strong>en</strong>to? ¿Qué alternativa t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> realidad? «La v<strong>en</strong>ganza es dulce», se decía. Una vezaquel<strong>la</strong> mujer estuviera desacreditada, él llevaría a su mujer a La Meca, si el<strong>la</strong> aún lo deseaba.Las mariposas de Titlipur no habían <strong>en</strong>trado <strong>en</strong> <strong>la</strong> mezquita. Cubrían sus murosexteriores y su cúpu<strong>la</strong> de cebol<strong>la</strong>, bril<strong>la</strong>ndo <strong>en</strong> <strong>la</strong> oscuridad con una incandesc<strong>en</strong>cia verde.Ayesha, aquel<strong>la</strong> noche, paseaba <strong>en</strong> <strong>la</strong>s sombras, se echaba <strong>en</strong> el suelo, se levantaba yvolvía a deambu<strong>la</strong>r. Había <strong>en</strong> el<strong>la</strong> un aire de vaci<strong>la</strong>ción; luego se quedó quieta y pareciódisolverse <strong>en</strong> <strong>la</strong>s sombras de <strong>la</strong> mezquita. Regresó al amanecer.Después de <strong>la</strong> oración de <strong>la</strong> mañana, Ayesha preguntó a los peregrinos si podíahab<strong>la</strong>rles; ellos, dudando, accedieron.«Anoche el ángel no cantó —empezó—. Me habló, eso sí, de <strong>la</strong> duda y de cómo eldiablo se sirve de el<strong>la</strong>. Yo le dije: es que ellos dudan de mí, ¿qué puedo hacer? Él respondió:sólo <strong>la</strong> evid<strong>en</strong>cia puede acal<strong>la</strong>r <strong>la</strong> duda.»Ellos <strong>la</strong> escuchaban con toda at<strong>en</strong>ción. Después les dijo lo que Mirza Saeed le habíapropuesto <strong>la</strong> noche antes. «Él me dijo que preguntara a mi ángel, pero yo no necesito preguntar—exc<strong>la</strong>mó—. ¿Cómo podría yo elegir <strong>en</strong>tre vosotros? O vamos todos, o ninguno.»«¿Por qué habíamos de seguirte? —preguntó el sarpanch—. Después de tantos muertos,y el recién nacido, y todo.»«Porque cuando <strong>la</strong>s aguas se retir<strong>en</strong>, estaréis salvados. Entraréis <strong>en</strong> <strong>la</strong> Gloria delAltísimo.»«¿Qué aguas? —gritó Mirza Saeed—. ¿Cómo van a retirarse?»«Seguidme —dijo Ayesha, terminante—, y, cuando se retir<strong>en</strong>, juzgadme.»En su ofrecimi<strong>en</strong>to estaba implícita una vieja pregunta: ¿Qué c<strong>la</strong>se de idea eres tú? Yel<strong>la</strong>, a su vez, le había dado una vieja respuesta: Yo fui t<strong>en</strong>tada, pero he sido r<strong>en</strong>ovada: soyinflexible; absoluta; pura.* * *La marea estaba alta cuando <strong>la</strong> Peregrinación Ayesha bajó por una av<strong>en</strong>ida contigua alHoliday Inn, cuyas v<strong>en</strong>tanas estaban ll<strong>en</strong>as de admiradores de estrel<strong>la</strong>s de cine que manejabansus nuevas cámaras Po<strong>la</strong>roid, cuando los peregrinos sintieron que el asfalto de <strong>la</strong> ciudadrechinaba y se convertía <strong>en</strong> ar<strong>en</strong>a; cuando empezaron a pisar una gruesa alfombra de cocos


podridos paquetes de cigarrillos caca de caballo botel<strong>la</strong>s no degradables pieles de fruta medusasy papeles, sobre una ar<strong>en</strong>a color tostado que se ext<strong>en</strong>día al pie de altos cocoteros inclinados yde <strong>la</strong>s terrazas de lujosos apartam<strong>en</strong>tos con vistas al mar; por <strong>en</strong>tre grupos de jóv<strong>en</strong>es demúsculos tan bi<strong>en</strong> cultivados que parecían deformidades, que realizaban contorsionesgimnásticas de todas c<strong>la</strong>ses, al unísono, como un feroz cuerpo de ballet, y descuideros de p<strong>la</strong>ya,casinistas y familias, v<strong>en</strong>idos a tomar el fresco, a hacer negocio o a buscarse <strong>la</strong> vida <strong>en</strong> <strong>la</strong> ar<strong>en</strong>a;<strong>en</strong>tonces, por primera vez <strong>en</strong> su vida, contemp<strong>la</strong>ron el mar de Arabia.Mirza Saeed vio a Mishal, que se apoyaba <strong>en</strong> dos de los hombres del pueblo porque yano t<strong>en</strong>ía fuerzas para sost<strong>en</strong>erse so<strong>la</strong>. Ayesha estaba a su <strong>la</strong>do, y Saeed tuvo <strong>la</strong> idea de que, <strong>en</strong>cierta manera, <strong>la</strong> profetisa había emergido de <strong>la</strong> moribunda, que toda <strong>la</strong> vivacidad de Mishalhabía abandonado su cuerpo y adquirido esta forma mitológica, dejando atrás una carcasamoribunda. Luego se <strong>en</strong>fadó consigo mismo por dejarse contagiar de <strong>la</strong> metafísica de Ayesha.Los vecinos de Titlipur, tras una <strong>la</strong>rga discusión <strong>en</strong> <strong>la</strong> que le pidieron que nointerviniera, acordaron seguir a Ayesha. Su s<strong>en</strong>tido común les decía que era una tonteríavolverse atrás después de llegar tan lejos, cuando ya t<strong>en</strong>ían a <strong>la</strong> vista su primer objetivo; pero<strong>la</strong>s dudas adquiridas reci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te les minaban <strong>la</strong>s fuerzas. Era como si hubieran emergido deuna especie de Shangri-La construido por Ayesha, porque ahora que, <strong>en</strong> lugar de seguir<strong>la</strong>, sólocaminaban detrás de el<strong>la</strong>, parecían <strong>en</strong>vejecer y debilitarse a cada paso que daban. Cuandoavistaron el mar eran un puñado de individuos r<strong>en</strong>queantes, reumáticos y febriles, de ojos<strong>en</strong>rojecidos, y Mirza Saeed se preguntaba cuántos conseguirían recorrer los pocos metros quelos separaban de <strong>la</strong> oril<strong>la</strong>.Las mariposas estaban con ellos, a gran altura sobre sus cabezas.«¿Y ahora qué, Ayesha? —le gritó Saeed, consternado por <strong>la</strong> idea de que su adoradaesposa pudiera morir aquí, bajo los cascos de caballos de alquiler y ante <strong>la</strong> mirada de losv<strong>en</strong>dedores de zumo de caña de azúcar—. Nos has puesto a todos al borde del agotami<strong>en</strong>to,pero aquí t<strong>en</strong>emos una realidad indiscutible: el mar. ¿Dónde está ahora tu ángel?»Con ayuda de los peregrinos, el<strong>la</strong> se <strong>en</strong>caramó a un the<strong>la</strong> abandonado que estaba al <strong>la</strong>dode un puesto de refrescos, y no contestó a Saeed hasta que pudo mirarlo desde lo alto de suata<strong>la</strong>ya. «Gibreel dice que el mar es como nuestras almas. Cuando <strong>la</strong>s abrimos podemosp<strong>en</strong>etrar <strong>en</strong> <strong>la</strong> sabiduría. Si podemos abrir el corazón, podemos abrir el mar.»«Aquí, <strong>en</strong> tierra, <strong>la</strong> partición fue un desastre —dijo él irónicam<strong>en</strong>te—. Murieronbastantes, como recordarás. ¿Crees que <strong>en</strong> el agua será difer<strong>en</strong>te?»«Shh —hizo Ayesha de pronto—. Ahí llega el ángel.»Desde luego, no dejaba de ser sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te que, después de toda <strong>la</strong> at<strong>en</strong>ción que habíarecibido <strong>la</strong> marcha, <strong>la</strong> multitud congregada <strong>en</strong> <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya no pasara de discreta; pero <strong>la</strong>sautoridades habían tomado muchas precauciones, cerrado calles y desviado el tráfico; demanera que los curiosos reunidos <strong>en</strong> <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya no pasarían de los dosci<strong>en</strong>tos. Nada preocupante.Lo curioso, realm<strong>en</strong>te, era que los espectadores no veían <strong>la</strong>s mariposas ni lo que ahora hacían.Pero Mirza Saeed observó c<strong>la</strong>ram<strong>en</strong>te cómo <strong>la</strong> gran nube luminosa vo<strong>la</strong>ba mar ad<strong>en</strong>tro, sedet<strong>en</strong>ía, susp<strong>en</strong>dida <strong>en</strong> el aire, y formaba una figura colosal, un gigante resp<strong>la</strong>ndeci<strong>en</strong>teconstruido <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te de alitas temblorosas que se ext<strong>en</strong>día por todo el horizonte, ll<strong>en</strong>ando elfirmam<strong>en</strong>to.«¡El ángel! —gritó Ayesha a los peregrinos—. ¡Ahí lo t<strong>en</strong>éis! Estuvo con nosotrosdurante todo el viaje. ¿Me creéis ahora?» Mirza Saeed vio que <strong>la</strong> fe ciega volvía a losperegrinos. «Sí —sollozaban, pidi<strong>en</strong>do perdón—. ¡Gibreel! ¡Gibreel!Ya Al<strong>la</strong>h.»Mirza Saeed hizo <strong>la</strong> última t<strong>en</strong>tativa. «Las nubes adoptan cualquier forma —gritó—.Elefantes, estrel<strong>la</strong>s de cine, cualquier cosa. Mirad, ya está cambiando.» Pero nadie le


escuchaba; todos miraban, asombrados, cómo <strong>la</strong>s mariposas se zambullían <strong>en</strong> el mar.Los peregrinos gritaban y bai<strong>la</strong>ban de alegría. «¡La división de <strong>la</strong>s aguas! ¡La divisiónde <strong>la</strong>s aguas!», cantaban. Los espectadores preguntaban a Mirza Saeed: «¡Eh, oiga, ¿qué le pasaa esa g<strong>en</strong>te? Nosotros no vemos nada de particu<strong>la</strong>r.» Ayesha había empezado a andar hacia e<strong>la</strong>gua, y Mishal era arrastrada por sus dos compañeros. Saeed corrió hacia el<strong>la</strong> y empezó aforcejear con los dos hombres. «Soltad a mi esposa. ¡Ahora mismo! ¡Malditos! Yo soy vuestrozamindar. Soltad<strong>la</strong>. ¡Apartad vuestras sucias manos!» Pero Mishal susurró: «No me soltarán.Vete, Saeed. Tú estás cerrado. El mar sólo se abre para los que se abr<strong>en</strong>.»«¡Mishal!», gritó él, pero el<strong>la</strong> ya se mojaba los pies. Cuando Ayesha <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> el agua,los peregrinos empezaron a correr. Los que no podían correr saltaban sobre <strong>la</strong> espalda de losmás fuertes. Las madres de Titlipur <strong>en</strong>traban rápidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el agua, con sus hijos <strong>en</strong> brazos;los nietos llevaban <strong>en</strong> hombros a sus abue<strong>la</strong>s y se precipitaban hacia <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s. En pocos minutos,todo el pueblo estuvo <strong>en</strong> el agua, chapoteando, cay<strong>en</strong>do, levantándose, avanzando hacia elhorizonte, sin parar ni volver <strong>la</strong> cabeza hacia <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya. Mirza Saeed también estaba <strong>en</strong> el agua.«Vuelve —suplicaba a su esposa—. No hay mi<strong>la</strong>gro, vuelve.»En <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> estaban Mrs. Qureishi, Osman, el sarpanch y Sri Srinivas. La madre deMishal sollozaba teatralm<strong>en</strong>te: «Ay, mi niña, mi niña. ¿Qué será de ti?» Osman dijo: «Cuandovean que no hay mi<strong>la</strong>gro, volverán.» «¿Y <strong>la</strong>s mariposas? —le preguntó Srinivas <strong>en</strong> tonoquejumbroso—. ¿Qué eran <strong>la</strong>s mariposas? ¿Una ilusión?»Entonces compr<strong>en</strong>dieron que los peregrinos no volverían.«Deb<strong>en</strong> de estar a punto de perder pie», dijo el sarpanch. «¿Cuántos sab<strong>en</strong> nadar?»,preguntó <strong>la</strong> llorosa Mrs. Qureishi. «¿Nadar? —gritó Srinivas—. ¿Desde cuándo sabe nadar <strong>la</strong>g<strong>en</strong>te del campo?» Se gritaban como si estuvieran a kilómetros de distancia, saltando de un pieal otro, porque el cuerpo les instaba a <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> el agua, a hacer algo. Parecían estar bai<strong>la</strong>ndosobre fuego. La unidad de policía <strong>en</strong>viada al lugar para prev<strong>en</strong>ir disturbios llegaba <strong>en</strong> elmom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que Saeed salía corri<strong>en</strong>do del agua.«¿Qué sucede? —preguntó el oficial—. ¿A qué se debe <strong>la</strong> agitación?»«Deténganlos», jadeó Mirza Saeed seña<strong>la</strong>ndo al mar.«¿Son malhechores?», preguntó el policía.«Van a morir», respondió Saeed.Ya era tarde. Los peregrinos, cuyas cabezas osci<strong>la</strong>ban a lo lejos, habían llegado al bordedel escalón litoral. Casi todos a <strong>la</strong> vez, sin hacer esfuerzos visibles para salvarse, se hundieronbajo <strong>la</strong> superficie del agua. En pocos mom<strong>en</strong>tos, todos los Peregrinos de Ayesha habíandesaparecido.Ninguno reapareció. No se vio ni una cabeza que subiera a respirar, ni un brazo que seagitara.Saeed, Osman, Srinivas, el sarpanch y hasta <strong>la</strong> gorda Mrs. Qureishi se metieron <strong>en</strong> e<strong>la</strong>gua gritando: «Dios, t<strong>en</strong> piedad; v<strong>en</strong>gan todos, socorro.»Las personas que están <strong>en</strong> peligro de ahogarse se debat<strong>en</strong> <strong>en</strong> el agua. Va contra <strong>la</strong>naturaleza humana caminar hasta que el mar se te traga. Pero Ayesha, Mishal Akhtar y losvecinos de Titlipur se hundieron bajo <strong>la</strong>s aguas, y no volvieron a ser vistos.Mrs. Qureishi fue sacada del agua por los policías, con <strong>la</strong> cara morada y los pulmonesanegados, y hubo que hacerle el boca a boca. Osman, Srinivas y el sarpanch fueron extraídospoco después. Sólo Mirza Saeed Akhtar siguió buceando, más y más lejos de <strong>la</strong> costa y durantemás y más tiempo, hasta que también él fue rescatado del mar de Arabia, exhausto ydesfallecido. La peregrinación había terminado.


Mirza Saeed despertó <strong>en</strong> una sa<strong>la</strong> de hospital con un funcionario del departam<strong>en</strong>to delInterior al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> cama. Las autoridades consideraban <strong>la</strong> posibilidad de acusar a lossupervivi<strong>en</strong>tes de <strong>la</strong> expedición Ayesha de int<strong>en</strong>to de emigración ilegal, y se habían dadoórd<strong>en</strong>es a los detectives de que se les tomara dec<strong>la</strong>ración antes de que tuvieran ocasión deponerse de acuerdo.Ésta fue <strong>la</strong> dec<strong>la</strong>ración de Muhammad Din, sarpanch de Titlipur: «En el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong>que me abandonaban <strong>la</strong>s fuerzas, cuando creí que iba a morir <strong>en</strong> el agua, lo vi con mis propiosojos: vi que el mar se dividía como el pelo bajo el peine, y todos estaban allí, un bu<strong>en</strong> trechopor de<strong>la</strong>nte de mí, y se alejaban. Con ellos estaba Khadija, mi esposa, a <strong>la</strong> que tanto quise.»Esto es lo que Osman, el chico del toro, dijo a los detectives, que estaban muyimpresionados por <strong>la</strong> dec<strong>la</strong>ración del sarpanch: «Al principio, yo t<strong>en</strong>ía mucho miedo deahogarme. Pero buscaba y buscaba, <strong>la</strong> buscaba sobre todo a el<strong>la</strong>, Ayesha, a <strong>la</strong> que conocía antesde que cambiara. Y <strong>en</strong> el último mom<strong>en</strong>to lo vi, vi <strong>la</strong> maravil<strong>la</strong>. Las aguas se abrieron y los viavanzar por el fondo del océano, <strong>en</strong>tre los peces agonizantes.»Sri Srinivas juró por <strong>la</strong> diosa Lakshmi que él había visto retirarse <strong>la</strong>s aguas del mar deArabia; y cuando los detectives fueron a hab<strong>la</strong>r con Mrs. Qureishi estaban atónitos, porquesabían que era imposible que los hombres se hubies<strong>en</strong> puesto de acuerdo. La madre de Mishal,esposa del gran banquero, contó <strong>la</strong> misma historia a su manera. «Créanlo o no —terminó conénfasis—, pero lo que dice mi l<strong>en</strong>gua es lo que vieron mis ojos.»Los funcionarios del departam<strong>en</strong>to del Interior, con <strong>la</strong> piel , de gallina, trataron deaplicar el tercer grado: «Mira, sarpanch, déjate de cu<strong>en</strong>tos. Con tanta g<strong>en</strong>te como había allí,nadie vio esas cosas. Los cadáveres de los ahogados, hinchados y con un olor a diablos, estánvolvi<strong>en</strong>do a <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya. Como sigas minti<strong>en</strong>do, te restregaremos <strong>la</strong> nariz <strong>en</strong> <strong>la</strong> verdad.»«Podéis <strong>en</strong>señarme todo lo que queráis —dijo el sarpanch Muhammad Din a susinterrogadores—. Pero yo sé lo que vi.»«¿Y usted? —los funcionarios se reunieron para interrogar a Mirza Saeed Akhtar <strong>en</strong>cuanto despertó—. ¿Qué vio <strong>en</strong> <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya?»«¿Cómo pued<strong>en</strong> preguntar eso? —protestó él—. Mi mujer se ha ahogado. No v<strong>en</strong>gan aimportunar con sus preguntas.»Cuando descubrió que él era el único supervivi<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> Ayesha Haj que no había vistoabrirse <strong>la</strong>s aguas —Sri Srinivas le dijo lo que habían visto los otros, agregando lúgubrem<strong>en</strong>te:«Es una vergü<strong>en</strong>za para nosotros que no se nos considerara dignos de acompañarles. Sobr<strong>en</strong>osotros, Sethji, <strong>la</strong>s aguas se cerraron, nos golpearon <strong>la</strong> cara como <strong>la</strong>s puertas del Paraíso»—,Mirza Saeed se derrumbó y lloró durante una semana y un día, y los sollozos secos siguieronsacudi<strong>en</strong>do su cuerpo mucho después de que sus <strong>la</strong>grimales se quedaran sin sal. Y <strong>en</strong>toncesregresó a casa.* * *Las polil<strong>la</strong>s habían devorado <strong>la</strong>s punkahs de Peristan y <strong>la</strong> biblioteca había sidoconsumida por un billón de hambri<strong>en</strong>tos gusanos. Cuando abría un grifo, <strong>en</strong> lugar de aguasalían serpi<strong>en</strong>tes, y <strong>la</strong> hiedra se había <strong>en</strong>redado <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama de columnas <strong>en</strong> <strong>la</strong> que antaño habíandormido virreyes. Era como si, <strong>en</strong> su aus<strong>en</strong>cia, el tiempo se hubiera acelerado y, <strong>en</strong> lugar demeses, hubieran transcurrido siglos, de manera que, cuando tocó <strong>la</strong> gigantesca alfombra persa


<strong>en</strong>rol<strong>la</strong>da <strong>en</strong> el salón de baile se desintegró bajo su mano, y los baños estaban ll<strong>en</strong>os de ranas deojos escar<strong>la</strong>ta. Por <strong>la</strong> noche, los chacales aul<strong>la</strong>ban al vi<strong>en</strong>to. El gran árbol estaba muerto, o casi,y los campos, áridos como el desierto; los jardines de Peristan, <strong>en</strong> los que un día, hacía muchotiempo, él viera por primera vez a una hermosa muchacha, estaban secos y amarillos. Losbuitres eran <strong>la</strong>s únicas aves del cielo.Saeed sacó una mecedora al porche, se s<strong>en</strong>tó y estuvo meciéndose hasta dormirse.Una vez, sólo una vez, visitó el árbol. El pueblo estaba pulverizado; campesinos sintierra y saqueadores habían tratado de apoderarse de <strong>la</strong> tierra abandonada, pero <strong>la</strong> sequía loshabía ahuy<strong>en</strong>tado. Aquí no había llovido. Mirza Saeed regresó a Peristan y cerró con candado<strong>la</strong>s oxidadas verjas. No estaba interesado <strong>en</strong> <strong>la</strong> suerte de los que habían sobrevivido con él. Fueal teléfono y lo arrancó de <strong>la</strong> pared.Transcurridos días que no contó, Mirza Saeed compr<strong>en</strong>dió que estaba muriéndose dehambre, porque notaba que el cuerpo le olía a quitaesmalte de <strong>la</strong>s uñas; pero como no t<strong>en</strong>íahambre ni sed, se dijo que no merecía <strong>la</strong> p<strong>en</strong>a molestarse <strong>en</strong> buscar comida. ¿Para qué? Erapreferible seguir s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> <strong>la</strong> mecedora, sin p<strong>en</strong>sar, sin p<strong>en</strong>sar, sin p<strong>en</strong>sar.La última noche de su vida, Mirza Saeed oyó un ruido que sonaba como si un giganteap<strong>la</strong>stara una selva bajo sus pies, y olió un hedor como el pedo del gigante, y compr<strong>en</strong>dió queel árbol estaba ardi<strong>en</strong>do. Se levantó de <strong>la</strong> mecedora y, tambaleándose, cruzó el jardín para ir aver el fuego cuyas l<strong>la</strong>mas consumían historias, recuerdos y g<strong>en</strong>ealogías, purificando <strong>la</strong> tierra yvini<strong>en</strong>do hacia él para liberarle; porque el vi<strong>en</strong>to llevaba el fuego hacia <strong>la</strong>s tierras de <strong>la</strong>mansión, de manera que pronto, pronto llegaría su hora. Vio cómo el árbol estal<strong>la</strong>ba <strong>en</strong> milfragm<strong>en</strong>tos y el tronco se rev<strong>en</strong>taba como un corazón; luego dio media vuelta y r<strong>en</strong>queó hastael lugar del jardín <strong>en</strong> el que viera a Ayesha por primera vez; y <strong>en</strong>tonces le invadió una dejadez,el cuerpo le pesaba y se t<strong>en</strong>dió <strong>en</strong> el polvo. Antes de cerrar los ojos, sintió un roce <strong>en</strong> los <strong>la</strong>biosy vio que un puñado de mariposas trataba de metérsele <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca. Luego, el mar se abatiósobre él y se vio <strong>en</strong> el agua, al <strong>la</strong>do de Ayesha, que, mi<strong>la</strong>grosam<strong>en</strong>te, había salido del cuerpo desu esposa... «Ábrete —le gritaba—. ¡Ábrete bi<strong>en</strong>!» Unos t<strong>en</strong>táculos de luz le brotaban delvi<strong>en</strong>tre y él trataba de cortarlos con el canto de <strong>la</strong> mano. «Ábrete —gritaba el<strong>la</strong>—. Si hasv<strong>en</strong>ido tan lejos, termina.» ¿Cómo era posible que él oyera su voz? Estaban bajo el agua,perdidos <strong>en</strong> el rugido del mar, pero él <strong>la</strong> oía c<strong>la</strong>ram<strong>en</strong>te, todos podían oír<strong>la</strong>, oír aquel<strong>la</strong> voz queera como una campana. «Ábrete», decía. Él se cerraba.Él era una fortaleza cuyas puertas empezaban a ceder. Ahora se ahogaba. El<strong>la</strong> seahogaba también. Él vio que el agua le <strong>en</strong>traba <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca y le gorgoteaba <strong>en</strong> los pulmones.Entonces, d<strong>en</strong>tro de él algo se resistió, él hizo otra elección y, <strong>en</strong> el instante <strong>en</strong> que se rompiósu corazón, él se abrió.Su cuerpo se rajó desde <strong>la</strong> nuez hasta <strong>la</strong> ingle, de manera que el<strong>la</strong> pudiera llegar muyad<strong>en</strong>tro, y ahora el<strong>la</strong> también estaba abierta, todos lo estaban y, cuando ellos se abrieron, <strong>la</strong>saguas se dividieron y todos caminaron hacia La Meca por el fondo del mar de Arabia.


IXUNA LÁMPARA MARAVIL<strong>LOS</strong>A1


Dieciocho meses después de haber sufrido el ataque al corazón, Sa<strong>la</strong>din Chamchavolvió a levantar el vuelo, esta vez a causa de <strong>la</strong> noticia telegráfica de que su padre se<strong>en</strong>contraba <strong>en</strong> fase terminal de mieloma múltiple, cáncer de médu<strong>la</strong> g<strong>en</strong>eralizado que era «ci<strong>en</strong>por ci<strong>en</strong>to» fatal, como dijo crudam<strong>en</strong>te su doctora, a <strong>la</strong> que Chamcha consultó por teléfono.Entre padre e hijo no había habido contacto alguno desde que Changez Chamchawa<strong>la</strong> <strong>en</strong>viara aSa<strong>la</strong>din el producto del nogal hacía eternidades. Sa<strong>la</strong>din <strong>en</strong>vió una nota breve para informar deque había sobrevivido a <strong>la</strong> catástrofe del Bostan, y recibió <strong>en</strong> respuesta una misiva más <strong>la</strong>cónicatodavía: «Rec. tu comunicación. Ya estaba informado.» Pero cuando llegó el telegrama de <strong>la</strong>ma<strong>la</strong> noticia —lo firmaba <strong>la</strong> desconocida segunda esposa, Nasre<strong>en</strong> II, y el redactado erabastante brusco: TU PADRE GRAVÍSIMO + SI QUIERES VERLO DATE PRISA + NCHAMCHAWALA (MRS)—, Sa<strong>la</strong>din descubrió con sorpresa que, después de una vida dedifíciles re<strong>la</strong>ciones con su padre, después de <strong>la</strong>rgos años de <strong>en</strong>ojos y «separaciones definitivas»,su reacción era simple y espontánea. S<strong>en</strong>cil<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te, irresistiblem<strong>en</strong>te, era indisp<strong>en</strong>sable que élllegara a Bombay antes de que Changez lo abandonara para siempre.Pasó <strong>la</strong> mayor parte de un día haci<strong>en</strong>do co<strong>la</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> sección consu<strong>la</strong>r de India House parasolicitar el visado y tratando de conv<strong>en</strong>cer a un <strong>en</strong>callecido funcionario de <strong>la</strong> urg<strong>en</strong>cia de sucaso. Como un estúpido, había olvidado el telegrama <strong>en</strong> casa y el funcionario le dijo: «Eso hayque demostrarlo. Compr<strong>en</strong>da que cualquiera puede v<strong>en</strong>ir dici<strong>en</strong>do que su padre se estámuri<strong>en</strong>do, ¿no? Para co<strong>la</strong>rse.» Chamcha hizo un esfuerzo para dominar <strong>la</strong> indignación, perofinalm<strong>en</strong>te estalló: «¿Es que t<strong>en</strong>go cara de estar ansioso de volver a Khalistan?» El funcionariose <strong>en</strong>cogió de hombros. «Yo le diré quién soy —gritó Chamcha a qui<strong>en</strong> aquel gesto hizo perderlos estribos—. Yo soy el desgraciado que fue bombardeado por los terroristas, cayó desde unaaltura de diez mil metros por culpa de los terroristas, y ahora, por los mismos terroristas, ti<strong>en</strong>eque dejarse insultar por un chupatintas como usted.» Su solicitud de visado, colocada con manofirme por su adversario al fondo de un gran montón, no fue at<strong>en</strong>dida hasta tres días después. Elprimer avión disponible no despegó hasta al cabo de otras treinta y seis horas: era un 747 de AirIndia y se l<strong>la</strong>maba Gulistan.Gulistan y Bostan, los jardines gemelos del Paraíso: uno estalló <strong>en</strong> el aire y sólo quedóuno... Chamcha avanzaba por una de <strong>la</strong>s tuberías por <strong>la</strong>s que <strong>la</strong> Terminal Tres introducíapasajeros <strong>en</strong> aviones, cuando vio el nombre pintado junto a <strong>la</strong> puerta abierta del 747 y se pusodos tonos más pálido. Luego oyó a <strong>la</strong> azafata vestida con sari que le saludaba con uninconfundible ac<strong>en</strong>to canadi<strong>en</strong>se y perdió <strong>la</strong> ser<strong>en</strong>idad. Con un reflejo de auténtico terror, diomedia vuelta y se quedó de espaldas al avión. Compr<strong>en</strong>día que debía de estar ridículo allíp<strong>la</strong>ntado, con <strong>la</strong> bolsa de cuero marrón <strong>en</strong> una mano y los dos sacos con cremallera para trajes<strong>en</strong> <strong>la</strong> otra, y los ojos desorbitados, de cara a <strong>la</strong> co<strong>la</strong> de irascibles pasajeros que esperaban paraembarcar; pero no podía moverse. La g<strong>en</strong>te se impaci<strong>en</strong>taba: si esto es una arteria, p<strong>en</strong>só, yosoy el maldito coágulo. «Yo también me aco-co-acobardaba —dijo una voz jovial—. Peroahora t<strong>en</strong>go el tru-truco. Durante el despe-pe-pegue, agito <strong>la</strong>s manos y el avión siempre su-susubeal cie-cie-cielo.»* * *«Hoy <strong>en</strong> día, <strong>la</strong> diosa pri-pri-principal es Lakshmi, sin duda», confió Sisodia mi<strong>en</strong>trastomaban el whisky después del despegue. (Efectivam<strong>en</strong>te, mi<strong>en</strong>tras Gulistan corría por <strong>la</strong> pista,el hombre agitó los brazos fr<strong>en</strong>éticam<strong>en</strong>te y luego se arrel<strong>la</strong>nó <strong>en</strong> su butaca, satisfecho, con unasonrisa de modestia. «Siempre fu-fu-funciona.» Los dos iban <strong>en</strong> <strong>la</strong> cubierta superior del 747,reservada para <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se Business no fumadores, y Sisodia se había insta<strong>la</strong>do <strong>en</strong> el asi<strong>en</strong>to


situado al <strong>la</strong>do de Chamcha sin p<strong>en</strong>sarlo dos veces. «Llámeme Whisky —insistía—. ¿A qué sede-de-dedica? ¿Cua-cuánto gana? ¿Hace mu-mu-mucho que se fue? ¿Conoce a mujeres onecesita ayu-yu-da?») Chamcha cerró los ojos y conc<strong>en</strong>tró sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> su padre.Advertía que lo más triste era no poder recordar ni un solo día de felicidad vivido al <strong>la</strong>do deChangez desde que era hombre. Y, lo más esperanzador, el descubrimi<strong>en</strong>to de que, a pesar detodo, al fin podía perdonar incluso el crim<strong>en</strong> imperdonable, el de que fuera su padre. Resiste,rogaba <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio. Voy lo más de prisa que puedo. «En estos ti-tiempos tan materialistas —proseguía Sisodia—, ¿quién pri-priva sino <strong>la</strong> diosa de <strong>la</strong> ri-riqueza? En Bombay, los jóv<strong>en</strong>esempresarios celebran fiestas de poo-poo-pooja durante toda <strong>la</strong> noche, presididas por <strong>la</strong> estatuade Lakshmi, con <strong>la</strong>s pa-palmas de <strong>la</strong>s manos hacia arriba, y bombil<strong>la</strong>s <strong>en</strong> los de-de-dedos quese <strong>en</strong>ci<strong>en</strong>d<strong>en</strong> sucesivam<strong>en</strong>te, ¿compr<strong>en</strong>de?, como si <strong>la</strong> riqueza co-co-corriera por sus manos.»En <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> de <strong>la</strong> cabina de pasaje, una azafata hacía una demostración de los distintossistemas de seguridad. En un ángulo de <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong>, una figura masculina traducía al l<strong>en</strong>guaje delos sordomudos. Esto era un ade<strong>la</strong>nto, reconoció Chamcha. Pelícu<strong>la</strong> <strong>en</strong> lugar de personas decarne y hueso: un pequeño aum<strong>en</strong>to de sofisticación (<strong>la</strong>s señas) y un gran aum<strong>en</strong>to de coste;cuando, <strong>en</strong> realidad, el viaje aéreo se hacía de día <strong>en</strong> día más peligroso, <strong>la</strong>s flotas de todas <strong>la</strong>sCompañías del mundo <strong>en</strong>vejecían y nadie podía permitirse r<strong>en</strong>ovar<strong>la</strong>s. Todos los días se caíaalgo de algún avión, o ésta era <strong>la</strong> impresión, y <strong>la</strong>s colisiones y los riesgos también aum<strong>en</strong>taban.De manera que <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> era una especie de m<strong>en</strong>tira, porque implícitam<strong>en</strong>te decía: Observ<strong>en</strong>hasta dónde llegamos <strong>en</strong> nuestro afán de aum<strong>en</strong>tar su seguridad. Incluso les hacemos unapelícu<strong>la</strong>. Estilo <strong>en</strong> lugar de sustancia, una imag<strong>en</strong> <strong>en</strong> lugar de <strong>la</strong> realidad... «T<strong>en</strong>go <strong>en</strong> proyectouna superpro-producción sobre el<strong>la</strong>. Quizá con <strong>la</strong> Sri-devi, oja-jalá. Ahora que Gibreel está <strong>en</strong>de-de-decad<strong>en</strong>cia, el<strong>la</strong> es <strong>la</strong> número uno indiscutible.»Chamcha había oído decir que Gibreel Farishta había pinchado <strong>en</strong> su vuelta a <strong>la</strong>pantal<strong>la</strong>. Su primera pelícu<strong>la</strong>, La retirada del mar de Arabia, fue un fracaso; los efectosespeciales parecían hechos <strong>en</strong> casa; <strong>la</strong> muchacha que hacía el papel de «Ayesha», <strong>la</strong>protagonista, una tal Pimple Billimoria, estaba <strong>la</strong>m<strong>en</strong>tablem<strong>en</strong>te desafortunada, y <strong>la</strong>interpretación que el propio Gibreel hacía del arcángel había merecido de los críticos loscalificativos de narcisista y megalomaníaca. Los días <strong>en</strong> los que todo se le perdonaba habíanpasado; su segunda pelícu<strong>la</strong>, Mahound, había naufragado sin dejar rastro, después de chocarcon todos los escollos religiosos. «Eso le pa-pa-pasa por andar con otros productores —se<strong>la</strong>m<strong>en</strong>tó Sisodia—. La co-codicia de <strong>la</strong> estre-tre-trel<strong>la</strong>. En mis pelícu<strong>la</strong>s, los ef-ef-efectossiempre resultan y el bu<strong>en</strong> gu-gusto también puedes darlo por desco-co-descontado.» Sa<strong>la</strong>dinChamcha cerró los ojos y se reclinó <strong>en</strong> su butaca. El miedo le había hecho beber el whiskydemasiado de prisa, y empezaba a darle vueltas <strong>la</strong> cabeza. Sisodia parecía no recordar sure<strong>la</strong>ción con Farishta, lo cual era una suerte. Aquello pert<strong>en</strong>ecía al pasado. «Shhh-shh-Sridevi,<strong>en</strong> el papel de Lakshmi —<strong>en</strong>unció Sisodia, sin gran convicción—. Eso es una mina. Usted esac-actor. Usted debería trabajar <strong>en</strong> su ti-tierra. Llámeme. Tal vez hagamos algo. Esta pelícu<strong>la</strong>:una mina de p<strong>la</strong>-p<strong>la</strong>-p<strong>la</strong>tino.»Chamcha s<strong>en</strong>tía vértigo. Qué extraño significado adquirían <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras. Sólo unos díasatrás, lo de su tierra le hubiera sonado a falso. Pero ahora su padre estaba muriéndose y viejasemociones a<strong>la</strong>rgaban t<strong>en</strong>táculos hacia él. Quizá su l<strong>en</strong>gua había vuelto a rebe<strong>la</strong>rse y <strong>en</strong>viaba supronunciación al Este con el resto de su persona. Ap<strong>en</strong>as se atrevía a abrir <strong>la</strong> boca.Hacía casi veinte años, cuando el jov<strong>en</strong> y recién rebautizado Sa<strong>la</strong>din se ganaba <strong>la</strong> vidacon apuros haci<strong>en</strong>do papelitos <strong>en</strong> el teatro londin<strong>en</strong>se, con el propósito de mant<strong>en</strong>erse adistancia de su padre, y cuando Changez se retiraba a su vez, de otra manera, haciéndose a untiempo retraído y religioso; <strong>en</strong> aquel <strong>en</strong>tonces, un día, inopinadam<strong>en</strong>te, el padre escribió al hijopara ofrecerle una casa. La propiedad era una mansión un tanto <strong>la</strong>beríntica situada <strong>en</strong> <strong>la</strong>smontañas de So<strong>la</strong>n. «La primera propiedad que yo poseí —escribía Changez—, y <strong>la</strong> primeraque te doy.» La inmediata reacción de Sa<strong>la</strong>din fue ver <strong>en</strong> el ofrecimi<strong>en</strong>to una trampa para


hacerle volver a casa, a <strong>la</strong>s redes de su padre; y cuando se <strong>en</strong>teró de que <strong>la</strong> propiedad de So<strong>la</strong>nhabía sido requisada hacía tiempo por el Gobierno indio a cambio de un alquiler nominal y que<strong>en</strong> el<strong>la</strong> se había insta<strong>la</strong>do un colegio para niños, el regalo resultó, además, una ilusión. ¿Quéimportaba a Chamcha que, si alguna vez le daba por visitar <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>, se le tributaran honoresde jefe de Estado, con desfiles y exhibiciones de gimnasia? Estas cosas ha<strong>la</strong>gaban <strong>la</strong> <strong>en</strong>ormevanidad de Changez, pero a Chamcha le dejaban indifer<strong>en</strong>te. La realidad era que <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> nose movería de allí y que el regalo carecía de valor y únicam<strong>en</strong>te podría reportarle quebraderosde cabeza. Sa<strong>la</strong>din escribió a su padre rehusando el ofrecimi<strong>en</strong>to. Fue <strong>la</strong> última vez queChangez Chamchawa<strong>la</strong> trató de darle algo. El hogar se distanciaba del hijo pródigo.«Yo nunca olvido una ca-cara —decía Sisodia—. Usted es el amigo de Mi-Mi-Mimi. Elsupervivi<strong>en</strong>te del Bostan. Lo reconocí <strong>en</strong> cuanto le vi pa-pa-paralizado de miedo <strong>en</strong> <strong>la</strong> pu-pupuertade embarque. Espero que no se si<strong>en</strong>ta muy m-mal.» Sa<strong>la</strong>din, contrariado, movió <strong>la</strong>cabeza. No, estoy bi<strong>en</strong>, de verdad. Sisodia, con su cabeza reluci<strong>en</strong>te, hizo un guiño repulsivo auna azafata y pidió más whisky. «Qué <strong>la</strong>-lástima lo de Gibreel y su amiga —prosiguióSisodia—. Y con un nombre tan bonito, Alie-Alie-Alleluia. ¡Qué mal carácter ese chico, y quécelos! Es muy duro para una mu-mu-muchacha mo-mo-moderna. Co-co-cortaron.» Sa<strong>la</strong>din,una vez más, se refugió <strong>en</strong> <strong>la</strong> simu<strong>la</strong>ción del sueño. Acabo de reponerme del pasado. Déjeme<strong>en</strong> paz.Se había dec<strong>la</strong>rado formalm<strong>en</strong>te curado hacía sólo cinco semanas, <strong>en</strong> <strong>la</strong> boda de MishalSufyan y Hanif Johnson. Después de <strong>la</strong> muerte de sus padres <strong>en</strong> el inc<strong>en</strong>dio del Shaandaar,Mishal fue asaltada por un remordimi<strong>en</strong>to terrible e infundado que hacía que su madre se leapareciera <strong>en</strong> sueños y le reprochara: «Si me hubieras dado el extintor cuando te lo pedí. Sihubieras sop<strong>la</strong>do con más fuerza. Pero tú nunca escuchas lo que yo digo, y ti<strong>en</strong>es los pulmonestan estropeados por los cigarrillos que no podrías apagar ni una ve<strong>la</strong>, y no digamos una casa <strong>en</strong>l<strong>la</strong>mas.» Bajo <strong>la</strong> severa mirada del fantasma de su madre, Mishal se mudó del apartam<strong>en</strong>to deHanif a una habitación con otras tres mujeres, solicitó y obtuvo el puesto de Jumpy Joshi <strong>en</strong> elc<strong>en</strong>tro deportivo y peleó con <strong>la</strong>s Compañías de Seguros hasta que le pagaron. Al fin, cuando elShaandaar estaba a punto de volver a abrir sus puertas bajo <strong>la</strong> dirección de Mishal, el fantasmade Hind Sufyan compr<strong>en</strong>dió que ya era hora de irse al otro mundo, y <strong>en</strong>tonces Mishal l<strong>la</strong>mó porteléfono a Hanif y le pidió que se casara con el<strong>la</strong>. Él, de <strong>la</strong> sorpresa, se quedó sin hab<strong>la</strong> y tuvoque pasar el teléfono a un colega que explicó que a Mr. Johnson se le había comido <strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua elgato y aceptó <strong>la</strong> oferta de Mishal <strong>en</strong> nombre del abogado mudo. Así pues, todo el mundo ibareponiéndose de <strong>la</strong> tragedia; hasta <strong>la</strong> misma Anahita, que había sido obligada a ir a vivir conuna tía muy pesada y anticuada, parecía cont<strong>en</strong>ta el día de <strong>la</strong> boda, quizá porque Mishal lehabía prometido que t<strong>en</strong>dría sus propias habitaciones <strong>en</strong> el r<strong>en</strong>ovado Shaandaar Hotel. Mishalpidió a Sa<strong>la</strong>din que fuera su padrino de boda, <strong>en</strong> agradecimi<strong>en</strong>to por su int<strong>en</strong>to de salvar <strong>la</strong> vidade sus padres, y, cuando iban camino de <strong>la</strong> oficina del Registro <strong>en</strong> <strong>la</strong> furgoneta de Pinkwal<strong>la</strong>(todos los cargos contra el disc-jockey y su jefe, John Mas<strong>la</strong>ma, habían sido retirados por faltade pruebas), Chamcha dijo a <strong>la</strong> novia: «Me parece que hoy también para mí empieza una nuevavida; quizá para todos nosotros.» Él había t<strong>en</strong>ido que sufrir una operación a corazón abierto: eldisgusto de tantas muertes, y pesadil<strong>la</strong>s <strong>en</strong> <strong>la</strong>s que volvía a convertirse <strong>en</strong> una especie dedemonio sulfuroso de pata h<strong>en</strong>dida. Durante una temporada quedó también incapacitadoprofesionalm<strong>en</strong>te por efecto de una profunda vergü<strong>en</strong>za, ya que, cuando los cli<strong>en</strong>tes empezaronpor fin a l<strong>la</strong>marle otra vez para pedirle alguna de sus voces, por ejemplo, <strong>la</strong> de un guisanteconge<strong>la</strong>do o <strong>la</strong> de un paquete de salchichas <strong>en</strong> forma de muñeco de polichine<strong>la</strong>, el recuerdo desus crím<strong>en</strong>es telefónicos le at<strong>en</strong>azaba <strong>la</strong> garganta estrangu<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> imitación <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to d<strong>en</strong>acer. Pero, de pronto, <strong>en</strong> <strong>la</strong> boda de Mishal se sintió liberado. Fue una ceremoniaextraordinaria, debido, sobre todo, a que <strong>la</strong> jov<strong>en</strong> pareja no dejaba de besarse, y <strong>la</strong> secretaria delRegistro Civil (una mujer jov<strong>en</strong> y agradable que también exhortó a los invitados a no bebermucho aquel día si t<strong>en</strong>ían que conducir) tuvo que instarles a darse prisa <strong>en</strong> contestar a <strong>la</strong>s


preguntas antes de que llegara <strong>la</strong> boda sigui<strong>en</strong>te. Después, <strong>en</strong> el Shaandaar, los besoscontinuaron, haciéndose cada vez más <strong>la</strong>rgos y elocu<strong>en</strong>tes, hasta que los invitados empezaron at<strong>en</strong>er <strong>la</strong> impresión de que estaban de más y se marcharon sosegadam<strong>en</strong>te, dejando a Hanif yMishal tan absortos <strong>en</strong> su arrol<strong>la</strong>dora pasión, que ni siquiera se dieron cu<strong>en</strong>ta de <strong>la</strong> marcha desus amigos, ni de <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>cia del puñado de niños que se había congregado de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong>sv<strong>en</strong>tanas del Shaandaar Café para observarlos. Chamcha, el último invitado <strong>en</strong> salir, hizo elfavor de bajarles <strong>la</strong>s persianas a los recién casados, con disgusto de <strong>la</strong> chiquillería, y se alejópor <strong>la</strong> reconstruida High Street sintiéndose tan eufórico que hasta dio un tímido brinco.Nada dura siempre, p<strong>en</strong>só con los ojos cerrados, sobre algún lugar de Asia M<strong>en</strong>or. Talvez <strong>la</strong> desdicha sea el continuum a través del cual discurre <strong>la</strong> vida humana, y <strong>la</strong> alegría sólo unaserie de destellos, unas is<strong>la</strong>s <strong>en</strong> <strong>la</strong> corri<strong>en</strong>te. O, si no <strong>la</strong> desdicha, por lo m<strong>en</strong>os, <strong>la</strong> me<strong>la</strong>ncolía...Estas cavi<strong>la</strong>ciones fueron interrumpidas por un sonoro ronquido que se oyó a su <strong>la</strong>do. Mr.Sisodia, con su vaso de whisky <strong>en</strong> <strong>la</strong> mano, se había quedado dormido.Evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, el productor era el niño mimado de <strong>la</strong>s azafatas, que se multiplicabanpara at<strong>en</strong>der al durmi<strong>en</strong>te, quitándole el vaso de <strong>la</strong> mano y poniéndolo <strong>en</strong> lugar seguro,ext<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do una manta sobre <strong>la</strong> parte inferior de su cuerpo, y <strong>la</strong>nzando exc<strong>la</strong>maciones deternura ante aquel<strong>la</strong> cara que roncaba: «¿No es una monada? ¡Qué ricura!» Inesperadam<strong>en</strong>te,Chamcha recordó a <strong>la</strong>s señoras de Bombay que le acariciaban el pelo <strong>en</strong> <strong>la</strong>s fiestas de su madre,y reprimió unas lágrimas de sorpresa. En realidad, Sisodia estaba un poco obsc<strong>en</strong>o; antes dequedarse dormido se había quitado <strong>la</strong>s gafas y su cara aparecía extrañam<strong>en</strong>te desnuda. AChamcha le recordaba un <strong>en</strong>orme Shiva lingam. Quizás ello explicara su popu<strong>la</strong>ridad <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>sdamas.Hojeando <strong>la</strong>s revistas y periódicos que le habían dado <strong>la</strong>s azafatas, Sa<strong>la</strong>din <strong>en</strong>contró aun viejo conocido que estaba <strong>en</strong> apuros. La depurada Hora de los Ali<strong>en</strong>s de Hal Va<strong>la</strong>nce habíasido un fracaso <strong>en</strong> los Estados Unidos y dejaba de emitirse. Peor aún, su ag<strong>en</strong>cia de publicidady sus subsidiarias habían sido <strong>en</strong>gullidas por un leviatán americano, y era probable que Haltuviera que marcharse, conquistado por el dragón transatlántico que él quiso domesticar.Costaba trabajo s<strong>en</strong>tir compasión por Va<strong>la</strong>nce, sin empleo y con ap<strong>en</strong>as unos millones,abandonado por su adorada Mrs. Torture y compañeros, relegado al limbo reservado a losfavoritos caídos <strong>en</strong> desgracia, empresarios fraudul<strong>en</strong>tos, financieros especu<strong>la</strong>dores y exministros r<strong>en</strong>egados; pero Chamcha, mi<strong>en</strong>tras vo<strong>la</strong>ba hacia el lecho de muerte de su padre, se<strong>en</strong>contraba <strong>en</strong> un estado de ánimo tan exaltado que hasta dedicó una <strong>en</strong>ternecida despedida almalvado Hal. ¿En el bil<strong>la</strong>r de quién jugará Baby ahora?, se preguntó distraídam<strong>en</strong>te.En <strong>la</strong> India, <strong>la</strong> guerra <strong>en</strong>tre hombres y mujeres no daba señales de remitir. En el IndianExpress leyó <strong>la</strong> crónica de <strong>la</strong> última «novia suicida». El marido, Prajapati, se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra <strong>en</strong>paradero desconocido. En <strong>la</strong> página sigui<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> <strong>la</strong> sección semanal de anunciosmatrimoniales por pa<strong>la</strong>bras, los padres del novio todavía exigían, y los padres de <strong>la</strong> noviaofrecían con orgullo, muchachas de piel «trigueña». Chamcha recordó el apasionami<strong>en</strong>to y <strong>la</strong>amargura con que Bhup<strong>en</strong> Gandhi, el poeta amigo de Ze<strong>en</strong>y, hab<strong>la</strong>ba de estas cosas. «¿Cómoacusar a otros de t<strong>en</strong>er prejuicios cuando nuestras propias manos están tan sucias? —preguntó—. Muchos de vosotros, <strong>en</strong> Ing<strong>la</strong>terra, os consideráis víctimas. Bi<strong>en</strong>. Yo no he estadoallí, no conozco vuestra situación, pero <strong>en</strong> mi experi<strong>en</strong>cia personal nunca he podido s<strong>en</strong>tirmecómodo cuando se me ha calificado de víctima. En términos de c<strong>la</strong>se, desde luego, no lo soy.Incluso desde el punto de vista cultural, aquí <strong>en</strong>contrarás toda <strong>la</strong> intolerancia y el fanatismoasociado con <strong>la</strong> opresión. De manera que mi<strong>en</strong>tras, indudablem<strong>en</strong>te, muchos indios estánoprimidos, no creo que ninguno de nosotros pueda reivindicar condición tan atractiva.»«Lo malo de <strong>la</strong>s críticas radicales de Bhup<strong>en</strong> es que los reaccionarios como aquí Sa<strong>la</strong>dbaba <strong>la</strong>s recog<strong>en</strong> de mil amores», observó Ze<strong>en</strong>y.Había estal<strong>la</strong>do un escándalo de tráfico de armas. ¿El Gobierno indio había pagadocomisiones a intermediarios y luego ayudado a echar tierra sobre el asunto? Grandes sumas de


dinero estaban involucradas, y <strong>la</strong> credibilidad del Primer Ministro había sido dañada; pero estascosas no interesaban a Chamcha. Estaba mirando una fotografía borrosa de una página interior,<strong>en</strong> <strong>la</strong> que aparecían numerosos bultos flotando <strong>en</strong> un río. En una pob<strong>la</strong>ción del Norte de <strong>la</strong> Indiahabía habido una matanza de musulmanes, y sus cadáveres habían sido arrojados al agua,donde recibirían <strong>la</strong>s at<strong>en</strong>ciones de un «Gaffer Hexam» del siglo xx. Había c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ares decadáveres hinchados y putrefactos; el hedor parecía despr<strong>en</strong>derse de <strong>la</strong> página del periódico. Y<strong>en</strong> Cachemira, durante <strong>la</strong>s oraciones del Eid, un grupo de airados fundam<strong>en</strong>talistas islámicoshabían arrojado zapatos contra un relevante ministro, antes muy popu<strong>la</strong>r, que había hecho una«compon<strong>en</strong>da» con el partido del Congreso de <strong>la</strong> India. El comunalismo y <strong>la</strong>s t<strong>en</strong>sionessectarias eran omnipres<strong>en</strong>tes: como si los dioses fueran a <strong>la</strong> guerra. En <strong>la</strong> eterna lucha <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>belleza y <strong>la</strong> crueldad, <strong>la</strong> crueldad ganaba terr<strong>en</strong>o día a día <strong>en</strong> todo el mundo. La voz de Sisodiairrumpió <strong>en</strong> estas tristes reflexiones. El productor, al despertarse, había visto <strong>la</strong> foto de Meerut<strong>en</strong> <strong>la</strong> mesita plegable de Chamcha. «Lo cierto es —dijo sin asomo de su jovialidad habitual—que <strong>la</strong> fe religiosa, que es comp<strong>en</strong>dio de <strong>la</strong>s más altas as-as-aspiraciones de <strong>la</strong> raza humana,ahora, <strong>en</strong> nuestro pa-país, es instrum<strong>en</strong>to de los más bajos instintos y Di-Di-Dios, <strong>la</strong> criatura delmal.»CONOCIDOS FALSEADORES DE LA HISTORIA, RESPONSABLES DEMATANZAS, alegaba un portavoz del Gobierno, pero los «elem<strong>en</strong>tos progresistas» rechazabaneste análisis. LA POLICÍA DE LA CIUDAD, CONTAMINADA POR AGITADORESCOMUNALES, apuntaba <strong>la</strong> réplica. Los NACIONALISTAS HINDÚES SE ENTREGAN ALA MATANZA. Una revista política quinc<strong>en</strong>al publicaba fotografías de unos cartelesinsta<strong>la</strong>dos de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> Juma Masjid de <strong>la</strong> Vieja Delhi. El imán, un hombre de abultadoabdom<strong>en</strong> y ojos cínicos, al que <strong>la</strong> mayoría de <strong>la</strong>s mañanas podía verse <strong>en</strong> su «jardín» —untrozo de tierra baldía roja y cascotes contiguo a <strong>la</strong> mezquita— contando <strong>la</strong>s rupias donadas porlos fieles y <strong>en</strong>rol<strong>la</strong>ndo cada billete de manera que parecía sost<strong>en</strong>er <strong>en</strong> <strong>la</strong> mano un puñado decigarrillos delgados como beedis, y que no era aj<strong>en</strong>o a <strong>la</strong> política comunalista, al parecer estabadecidido a sacar partido del horror de Meerut. Sofoquemos el fuego <strong>en</strong> nuestro Pecho, gritaba elcartel. Saludemos con Rever<strong>en</strong>cia a los que hal<strong>la</strong>ron el Martirio <strong>en</strong> <strong>la</strong>s Ba<strong>la</strong>s de los Polis. Ytambién: ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Awak el Primer Ministro! Y, por último, un l<strong>la</strong>mami<strong>en</strong>to a <strong>la</strong> acción:Se observará bandh, y <strong>la</strong> fecha de <strong>la</strong> huelga.«Malos tiempos —prosiguió Sisodia—. Para <strong>la</strong>s pe-pe-pelícu<strong>la</strong>s, <strong>la</strong> televisión y <strong>la</strong>economía, efectos per-per-perniciosos. — Entonces, al ver acercarse a <strong>la</strong>s azafatas, se animó—.Confieso que soy mi-mi-miembro de uno de los más selectos clu-clu-clubs —dijo alegrem<strong>en</strong>te,asegurándose de que el<strong>la</strong>s lo oían—. ¿Quiere una reco-com<strong>en</strong>dación?»Ah, los saltos que es capaz de dar el p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to humano, se admiró sombríam<strong>en</strong>teSa<strong>la</strong>din. Ah, cuántas personalidades difer<strong>en</strong>tes y contradictorias se <strong>en</strong>tremezc<strong>la</strong>ban y revolvíand<strong>en</strong>tro de estos sacos de piel. No es de extrañar que seamos incapaces de mant<strong>en</strong>ernosconc<strong>en</strong>trados <strong>en</strong> una cosa durante mucho tiempo; no es de extrañar que inv<strong>en</strong>temos dispositivosde mando a distancia para saltar de canal <strong>en</strong> canal. Si volviéramos estos instrum<strong>en</strong>tos hacianosotros mismos, descubriríamos más canales de los que soñara un magnate de <strong>la</strong> televisión porcable o por satélite... Su propio p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to, que él trataba de conc<strong>en</strong>trar <strong>en</strong> su padre, se leescapaba una y otra vez hacia Miss Ze<strong>en</strong>at Vakil. El le había puesto un cable informándole desu llegada. ¿Estaría esperándole? ¿Qué pasaría o dejaría de pasar <strong>en</strong>tre ellos? ¿Al dejar<strong>la</strong>, al novolver, al perder el contacto durante un tiempo, habría hecho él Lo Imperdonable? ¿Estaría —p<strong>en</strong>só, sobrecogido por <strong>la</strong> idea de que no se le hubiera ocurrido hasta <strong>en</strong>tonces— casada?¿Enamorada? ¿En re<strong>la</strong>ciones con otro? Y él mismo, ¿qué quería <strong>en</strong> realidad? Lo sabré cuando<strong>la</strong> vea, p<strong>en</strong>só. El futuro, a pesar de que no era más que un t<strong>en</strong>ue resp<strong>la</strong>ndor <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> uninterrogante, no se dejaba eclipsar por el pasado; incluso cuando <strong>la</strong> muerte avanzaba hacia elc<strong>en</strong>tro del esc<strong>en</strong>ario, <strong>la</strong> vida seguía exigi<strong>en</strong>do iguales derechos.El vuelo terminó sin incid<strong>en</strong>tes.


Ze<strong>en</strong>at Vakil no le esperaba <strong>en</strong> el aeropuerto.«V<strong>en</strong>ga conmigo —dijo Sisodia agitando una mano—. El coche ha v<strong>en</strong>ido a recocogerme,así que yo lo lle-llevo.* * *Treinta y cinco minutos después, Sa<strong>la</strong>din Chamcha estaba <strong>en</strong> Scandal Point, de<strong>la</strong>nte de<strong>la</strong>s puertas de su infancia, con <strong>la</strong> bolsa <strong>en</strong> una mano y los sacos de los trajes <strong>en</strong> <strong>la</strong> otra, mirandoel portero electrónico de importación contro<strong>la</strong>do por vídeo. Había slogans antidroga pintados<strong>en</strong> <strong>la</strong> tapia: Los PARAÍSOS ARTIFICIALES ACABAN EN INFIERNOS NATURALES y ELPOLVO BLANCO CONDUCE A UN FUTURO NEGRO. Valor, viejo, se animó; y, sigui<strong>en</strong>do<strong>la</strong>s instrucciones, pulsó a fondo, una vez.* * *En el frondoso jardín, su inquieta mirada tropezó con <strong>la</strong> cepa del nogal ta<strong>la</strong>do.Probablem<strong>en</strong>te ahora lo usan de mesa para picnics, caviló amargam<strong>en</strong>te. Su padre siempre fuedado al gesto melodramático y autocompasivo, y almorzar sobre una superficie impregnada deesta carga emocional —con grandes suspiros, sin duda, <strong>en</strong>tre bocado y bocado— era muypropio de él. ¿Haría también un drama de su muerte?, se preguntaba Sa<strong>la</strong>din. ¡Qué fantásticomelodrama podría esc<strong>en</strong>ificar ahora el viejo granuja para conquistar <strong>la</strong>s simpatías del público!Todo el que está cerca de un moribundo se hal<strong>la</strong> totalm<strong>en</strong>te a su merced. Los golpes que se dandesde un lecho de muerte te dejan card<strong>en</strong>ales para siempre.Su madrastra salió de <strong>la</strong> mansión de mármol del moribundo y recibió a Chamcha sinasomo de r<strong>en</strong>cor. «Sa<strong>la</strong>huddin, me alegra que hayas v<strong>en</strong>ido. Le levantará el espíritu, y ahora escon el espíritu con lo que ti<strong>en</strong>e que luchar, porque su cuerpo está más o m<strong>en</strong>os acabado.»T<strong>en</strong>dría unos seis o siete años m<strong>en</strong>os de los que hubiera t<strong>en</strong>ido ahora <strong>la</strong> madre de Sa<strong>la</strong>din, y <strong>la</strong>misma complexión de pajarito. Por lo m<strong>en</strong>os <strong>en</strong> esta cuestión, su padre, hombre corpul<strong>en</strong>to yexpansivo, se había mostrado consecu<strong>en</strong>te. «¿Cuánto tiempo le queda?», preguntó Sa<strong>la</strong>din.Nasre<strong>en</strong>, tal como indicaba el telegrama, no se hacía ilusiones. «Podría ocurrir <strong>en</strong> cualquiermom<strong>en</strong>to.» El mieloma estaba pres<strong>en</strong>te <strong>en</strong> todos los «huesos <strong>la</strong>rgos» de Changez —el cáncerhabía traído a <strong>la</strong> casa su propio vocabu<strong>la</strong>rio; aquí ya no se decía brazos y piernas— y <strong>en</strong> elcráneo. Las célu<strong>la</strong>s cancerosas se habían detectado incluso <strong>en</strong> <strong>la</strong> sangre contigua a los huesos.«Debimos sospecharlo —dijo Nasre<strong>en</strong>, y Sa<strong>la</strong>din empezó a percibir <strong>la</strong> fortaleza de <strong>la</strong> anciana,<strong>la</strong> fuerza de voluntad con <strong>la</strong> que reprimía sus s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos—. Su acusada pérdida de pesodurante los dos últimos años. También se quejaba de dolor, por ejemplo, <strong>en</strong> <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s. Pero yasabes lo que ocurre. Cuando se trata de una persona anciana, echas <strong>la</strong> culpa a <strong>la</strong> edad, nosospechas que una <strong>en</strong>fermedad maligna y asquerosa...» Se interrumpió, por <strong>la</strong> necesidad decontro<strong>la</strong>rse <strong>la</strong> voz. Kasturba, <strong>la</strong> ex ayah, se reunió con ellos <strong>en</strong> el jardín. Resultó que Val<strong>la</strong>bh,su marido, había muerto de vejez hacía casi un año, mi<strong>en</strong>tras dormía: una muerte más clem<strong>en</strong>teque <strong>la</strong> que ahora devoraba el cuerpo de su señor, el seductor de su esposa. Kasturba todavíausaba los viejos saris chillones de Nasre<strong>en</strong> I: hoy había elegido uno b<strong>la</strong>nco y negro, con unmareante dibujo Op-Art. También el<strong>la</strong> saludó cariñosam<strong>en</strong>te a Sa<strong>la</strong>din: abrazos besos lágrimas.«Yo no dejaré de pedir un mi<strong>la</strong>gro mi<strong>en</strong>tras haya un soplo de vida <strong>en</strong> sus pobres pulmones.»Nasre<strong>en</strong> II abrazó a Kasturba; cada una apoyaba <strong>la</strong> cabeza <strong>en</strong> el hombro de <strong>la</strong> otra. Laintimidad <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s dos mujeres era espontánea y estaba ex<strong>en</strong>ta de res<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to; como si <strong>la</strong>


proximidad de <strong>la</strong> muerte hubiera arrastrado <strong>la</strong>s riñas y los celos de <strong>la</strong> vida. Las dos ancianas seconso<strong>la</strong>ban mutuam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el jardín de <strong>la</strong> pérdida inmin<strong>en</strong>te de lo más precioso del mundo: e<strong>la</strong>mor. O, mejor dicho: el amado. «Entra —dijo finalm<strong>en</strong>te Nasre<strong>en</strong> a Sa<strong>la</strong>din—. Debe vertecuanto antes.»«¿Lo sabe él?», preguntó Sa<strong>la</strong>din. Nasre<strong>en</strong> respondió evasivam<strong>en</strong>te: «Es un nombreintelig<strong>en</strong>te. No hace más que preguntar: ¿adónde ha ido toda <strong>la</strong> sangre? Él dice que sólo haydos <strong>en</strong>fermedades que se coman <strong>la</strong> sangre de este modo. Una es <strong>la</strong> tuberculosis.» Pero Sa<strong>la</strong>dininsistió: ¿nunca ha pronunciado <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra? Nasre<strong>en</strong> bajó <strong>la</strong> cabeza. La pa<strong>la</strong>bra no había sidopronunciada ni por Changez ni por nadie <strong>en</strong> su pres<strong>en</strong>cia. «¿Y no debería saberlo? —preguntóChamcha—. ¿No ti<strong>en</strong>e derecho un hombre a prepararse para su muerte?» Vio que los ojos deNasre<strong>en</strong> l<strong>la</strong>meaban un instante. ¿Qué te has creído, v<strong>en</strong>ir a decirnos lo que t<strong>en</strong>emos que hacer?Tú abdicaste de todos tus derechos. Luego se apagaron y cuando habló su voz era neutra,ser<strong>en</strong>a, grave. «Quizá t<strong>en</strong>gas razón.» Pero Kasturba gimió: «¡No! ¿Y cómo vamos a decírselo,pobre hombre? Le destrozará el corazón.»El cáncer había espesado <strong>la</strong> sangre de Changez de tal manera que el corazón <strong>la</strong>bombeaba con gran dificultad. También el sistema circu<strong>la</strong>torio estaba contaminado de cuerposextraños, p<strong>la</strong>quetas que atacaban toda <strong>la</strong> sangre que se le transfundía, aunque fuera de su propiotipo. De manera que ni siquiera con esto podría ayudarle, compr<strong>en</strong>dió Sa<strong>la</strong>din. Changez podíamorir de estas complicaciones antes de que el cáncer lo matara. Si moría de cáncer, el finllegaría <strong>en</strong> forma de pulmonía o de fallo del riñón; los médicos, sabi<strong>en</strong>do que nada podíanhacer por él, lo habían <strong>en</strong>viado a casa, a esperar el fin. «El mieloma afecta a todo el organismo,por lo que ni <strong>la</strong> quimioterapia ni <strong>la</strong> radioterapia están indicadas —explicó Nasre<strong>en</strong>—. El únicomedicam<strong>en</strong>to es el Melpha<strong>la</strong>n, que, <strong>en</strong> algunos casos, puede prolongar <strong>la</strong> vida, incluso duranteaños. Pero nos han dicho que su caso es de los que no respond<strong>en</strong> al Melpha<strong>la</strong>n.» Pero no se lohabéis dicho, insistían <strong>la</strong>s voces interiores de Sa<strong>la</strong>din. Y eso está mal, muy mal. «De todosmodos, un mi<strong>la</strong>gro ya ha ocurrido —exc<strong>la</strong>mó Kasturba—. Los médicos dijeron qu<strong>en</strong>ormalm<strong>en</strong>te éste es uno de los tipos de cáncer más dolorosos; y tu padre no ti<strong>en</strong>e dolor. Sirezas, a veces se te concede un favor.» Fue por esta extraña aus<strong>en</strong>cia de dolor por lo que resultótan difícil diagnosticar el cáncer; llevaba por lo m<strong>en</strong>os dos años ext<strong>en</strong>diéndose por el cuerpo deChangez. «Deseo verle ya», pidió suavem<strong>en</strong>te Sa<strong>la</strong>din. Un criado había <strong>en</strong>trado su equipajemi<strong>en</strong>tras hab<strong>la</strong>ban; ahora, por fin, él siguió a sus trajes al interior.Por d<strong>en</strong>tro, <strong>la</strong> casa estaba igual —<strong>la</strong> g<strong>en</strong>erosidad de <strong>la</strong> segunda Nasre<strong>en</strong> para con <strong>la</strong>memoria de <strong>la</strong> primera parecía infinita, por lo m<strong>en</strong>os durante estos días, los últimos que sucomún esposo pasaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> tierra—, salvo por <strong>la</strong> colección de pájaros disecados (abubil<strong>la</strong>s yraras cotorras cubiertas por campanas de cristal, un pingüino rey de gran tamaño, con el picoinfestado de diminutas hormigas rojas <strong>en</strong> el vestíbulo de mármol y mosaico) y <strong>la</strong>s vitrinas demariposas atravesadas por alfileres, que Nasre<strong>en</strong> había traído a <strong>la</strong> casa. Sa<strong>la</strong>din avanzó poraquel<strong>la</strong> variopinta galería de a<strong>la</strong>s muertas hacia el estudio de su padre — Changez habíamandado que lo sacaran de su dormitorio y le insta<strong>la</strong>ran una cama <strong>en</strong> <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nta baja, <strong>en</strong> aquelrefugio que t<strong>en</strong>ía <strong>la</strong>s paredes cubiertas de libros apolil<strong>la</strong>dos, para que <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te no tuviera queestar todo el día subi<strong>en</strong>do y bajando escaleras para cuidarlo— y llegó, finalm<strong>en</strong>te, a <strong>la</strong> puerta de<strong>la</strong> muerte.De jov<strong>en</strong>, Changez Chamchawa<strong>la</strong> había adquirido <strong>la</strong> desconcertante habilidad de dormircon los ojos abiertos para «mant<strong>en</strong>erse alerta», como solía decir. Ahora, cuando Sa<strong>la</strong>din <strong>en</strong>trósuavem<strong>en</strong>te <strong>en</strong> <strong>la</strong> habitación, el efecto de aquellos ojos grises que miraban ciegam<strong>en</strong>te al techoresultó francam<strong>en</strong>te sobrecogedor. Durante un mom<strong>en</strong>to, Sa<strong>la</strong>din p<strong>en</strong>só que había llegadotarde, que Changez había muerto mi<strong>en</strong>tras él char<strong>la</strong>ba <strong>en</strong> el jardín. Entonces, el hombre de <strong>la</strong>cama tosió débilm<strong>en</strong>te, volvió <strong>la</strong> cara y a<strong>la</strong>rgó un brazo vaci<strong>la</strong>nte. Sa<strong>la</strong>din Chamcha fue haciasu padre e inclinó <strong>la</strong> cabeza bajo <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano del anciano.


* * *Enamorarte de tu padre al cabo de <strong>la</strong>rgas décadas de discordia es un s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tohermoso y ser<strong>en</strong>o; una r<strong>en</strong>ovación, una infusión de vida nueva, quería decir Sa<strong>la</strong>din, pero no lodijo, porque le parecía que t<strong>en</strong>ía algo de vampirismo; como si, al extraer de su padre esta vidanueva, dejara espacio a <strong>la</strong> muerte <strong>en</strong> el cuerpo de Changez. Pero hora tras hora, aunque no lodecía, Sa<strong>la</strong>din se s<strong>en</strong>tía más próximo a muchos viejos y descartados yos, muchos Sa<strong>la</strong>dins —o,mejor dicho, Sa<strong>la</strong>huddins— que se habían desgajado cada vez que él hacía una elección <strong>en</strong> suvida, pero que, al parecer, habían seguido existi<strong>en</strong>do, quizás <strong>en</strong> los universos paralelos de <strong>la</strong>teoría de los quanta. El cáncer había dejado a Changez Chamchawa<strong>la</strong> literalm<strong>en</strong>te con <strong>la</strong> piel ylos huesos; <strong>la</strong>s mejil<strong>la</strong>s se le habían hundido <strong>en</strong> los huecos del cráneo y t<strong>en</strong>ía que colocar unaalmohada de gomaespuma debajo de sus posaderas a causa de <strong>la</strong> atrofia de sus carnes. Perotambién le había despojado de sus defectos, de todo lo que t<strong>en</strong>ía de dominante, tiránico y cruel,de manera que el hombre irónico, cariñoso y bril<strong>la</strong>nte que había debajo estaba otra vez demanifiesto, a <strong>la</strong> vista de todos. Si hubiera sido así toda su vida, p<strong>en</strong>só Sa<strong>la</strong>din (que, por primeravez <strong>en</strong> veinte años, empezaba a <strong>en</strong>contrar atractivo el sonido de su nombre completo, noabreviado a <strong>la</strong> inglesa). Qué triste es <strong>en</strong>contrar a tu padre cuando ya no puedes decirle nada másque adiós.La mañana de su regreso, el padre pidió a Sa<strong>la</strong>huddin Chamchawa<strong>la</strong> que le afeitase.«Estas mujeres mías no sab<strong>en</strong> ni por dónde hay que agarrar <strong>la</strong> Philishave.» La piel de <strong>la</strong> cara deChangez colgaba <strong>en</strong> pliegues suaves y correosos y su barba (cuando Sa<strong>la</strong>huddin vació <strong>la</strong>máquina) parecía c<strong>en</strong>iza. Sa<strong>la</strong>huddin no recordaba desde cuándo no tocaba <strong>la</strong> cara de su padrede aquel modo, alisando <strong>la</strong> piel antes de pasar <strong>la</strong> máquina de pi<strong>la</strong>s y luego acariciándo<strong>la</strong> paracerciorarse de que estaba bi<strong>en</strong> rasurada. Cuando terminó, durante un mom<strong>en</strong>to siguiódeslizando los dedos por <strong>la</strong>s mejil<strong>la</strong>s de Changez. «Mira al viejo —dijo Nasre<strong>en</strong> a Kasturba al<strong>en</strong>trar <strong>en</strong> <strong>la</strong> habitación—; no puede apartar los ojos de su hijo.» Changez Chamchawa<strong>la</strong> sonrióampliam<strong>en</strong>te con fatiga, <strong>en</strong>señando una boca ll<strong>en</strong>a de di<strong>en</strong>tes deteriorados, manchados y conrestos de alim<strong>en</strong>tos.Cuando su padre volvió a dormirse después de beber, obligado por Kasturba y Nasre<strong>en</strong>,una pequeña cantidad de agua y se quedó mirando —¿el qué?— con sus ojos abiertos ysoñadores que podían ver tres mundos a <strong>la</strong> vez: el real de su estudio, el mundo fantástico de lossueños y <strong>la</strong> otra vida que se acercaba (o así lo p<strong>en</strong>só Sa<strong>la</strong>huddin, <strong>en</strong> un mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que dejóvagar <strong>la</strong> imaginación); <strong>en</strong>tonces el hijo subió al antiguo dormitorio de Changez a descansar.Grotescas figuras de terracota le miraban am<strong>en</strong>azadoram<strong>en</strong>te desde <strong>la</strong>s paredes: un demoniocon cuernos; un árabe de sonrisa soez que llevaba un halcón <strong>en</strong> el hombro, y un hombre calvoque ponía los ojos <strong>en</strong> b<strong>la</strong>nco y sacaba <strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua con gesto de pánico cuando una <strong>en</strong>orme moscanegra se le posaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> ceja. Incapaz de dormir debajo de aquel<strong>la</strong>s figuras que había visto, ytambién odiado, toda su vida, porque veía <strong>en</strong> el<strong>la</strong>s el retrato de Changez, acabó por irse a otrahabitación más neutra.Despertó a última hora de <strong>la</strong> tarde, y al bajar <strong>en</strong>contró a <strong>la</strong>s dos mujeres de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong>habitación de Changez, tratando de ord<strong>en</strong>ar el horario de <strong>la</strong> medicación. Aparte de <strong>la</strong> diariatableta de Melpha<strong>la</strong>n, se le habían recetado una serie de específicos, a fin de tratar de combatir<strong>la</strong>s perniciosas complicaciones del cáncer: anemia, insufici<strong>en</strong>cia cardíaca, etcétera. Isosorbide,dinitrato, dos tabletas, cuatro veces al día; Furosemida, una tableta, tres veces; Prednisolona,seis tabletas, dos veces... «Yo me <strong>en</strong>cargo de eso —dijo a <strong>la</strong>s mujeres, que le miraron conalivio—. Es lo m<strong>en</strong>os que puedo hacer.» Agarol para el estreñimi<strong>en</strong>to, Spirono<strong>la</strong>ctona paraDios sabe qué y Allopurinol, un zilórico; de pronto recordó, disparatadam<strong>en</strong>te, una vieja reseñateatral <strong>en</strong> <strong>la</strong> que K<strong>en</strong>neth Tynan, el crítico inglés, imaginó a los personajes de Tamerlán el


Grande, de Marlowe, de nombres <strong>la</strong>rgos y altisonantes, como una «horda de píldoras y drogasmágicas empeñadas <strong>en</strong> aniqui<strong>la</strong>rse mutuam<strong>en</strong>te»:¿Me desafías, insol<strong>en</strong>te Barbitúrico?Señor mío, tu abuelo ha muerto, el viejo Nembutal.Las estrel<strong>la</strong>s del firmam<strong>en</strong>to llorarán por Nembutal...¿No es timbre de valor ser reyAureomicina y Formaldehído,No es timbre de valor ser reyY cabalgar triunfante por Anfetamina?¡Las cosas que nos trae <strong>la</strong> memoria! Pero quizás este Tamerlán farmacéutico noestuviera fuera de lugar <strong>en</strong> este estudio ll<strong>en</strong>o de libros apolil<strong>la</strong>dos, <strong>en</strong> el que otro monarca caídoesperaba el final con los ojos abiertos a tres mundos. «Vamos, vamos, abba —dijo <strong>en</strong>trandoalegrem<strong>en</strong>te a pres<strong>en</strong>cia del rey—. Es hora de salvarte <strong>la</strong> vida.»En el mismo sitio todavía, <strong>en</strong> una repisa del estudio de Changez: cierta lámpara de cobrey <strong>la</strong>tón con fama de maravillosa aunque (nunca <strong>la</strong> habían frotado) no demostrada aún. Un pocomate, parecía contemp<strong>la</strong>r a su dueño moribundo; y era contemp<strong>la</strong>da, a su vez, por su único hijo.El cual durante un instante sintió <strong>la</strong> t<strong>en</strong>tación de coger<strong>la</strong>, frotar<strong>la</strong> tres veces y pedir una fórmu<strong>la</strong>mágica al djinni del turbante..., pero Sa<strong>la</strong>huddin <strong>la</strong> dejó donde estaba. Aquél no era lugar paradjinns, afreets ni diablos; aquí no se admitía a trasgos ni fantasías. Ni fórmu<strong>la</strong>s mágicas; sólo <strong>la</strong>inoperancia de <strong>la</strong>s píldoras. «Aquí está el hombre de <strong>la</strong> medicina», canturreó Sa<strong>la</strong>huddin,haci<strong>en</strong>do tintinear los frasquitos para despertar a su padre. «Medicinas —dijo Changez con unamueca infantil—. Eek, buaak, tch.»* * *Aquel<strong>la</strong> noche, Sa<strong>la</strong>huddin obligó a Nasre<strong>en</strong> y Kasturba a acostarse cómodam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>sus propias camas mi<strong>en</strong>tras él se insta<strong>la</strong>ba junto a Changez <strong>en</strong> un colchón <strong>en</strong> el suelo, paravigi<strong>la</strong>rlo. Después de su dosis de medianoche de Isosorbide, el moribundo durmió tres horas yluego tuvo necesidad de ir al baño. Sa<strong>la</strong>huddin prácticam<strong>en</strong>te lo levantó <strong>en</strong> vilo y quedóimpresionado por lo poco que pesaba. Changez siempre fue un peso fuerte, pero ahora no eramás que un almuerzo vivi<strong>en</strong>te para <strong>la</strong>s célu<strong>la</strong>s cancerosas... En el baño, Changez rehusó suayuda. «No consi<strong>en</strong>te que nadie le haga nada —se <strong>la</strong>m<strong>en</strong>taba Kasturba cariñosam<strong>en</strong>te—. Es unhombre muy pudoroso.» Al volver a <strong>la</strong> cama, Changez se apoyaba ligeram<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el brazo deSa<strong>la</strong>huddin y andaba arrastrando sus pies p<strong>la</strong>nos <strong>en</strong> unas viejas chanc<strong>la</strong>s. Los pocos pelos quele quedaban se erguían <strong>en</strong> ángulos grotescos, <strong>la</strong> cabeza se proyectaba hacia de<strong>la</strong>nte sobre uncuello frágil y arrugado. Sa<strong>la</strong>huddin sintió de pronto el deseo de levantar al anciano <strong>en</strong> brazos yacunarlo con canciones dulces de consuelo. Pero lo que hizo fue soltar, <strong>en</strong> aquél, el m<strong>en</strong>osindicado de los mom<strong>en</strong>tos, una petición de reconciliación: «Abba, he v<strong>en</strong>ido porque no queríaque <strong>en</strong>tre nosotros siguiera habi<strong>en</strong>do desav<strong>en</strong><strong>en</strong>cias...» Idiota de mierda. Que el diablo te lleve,estúpido. ¡Y <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>a puta noche! Es decir, que si no sospechaba que se muere, esa frasecita dedespedida se lo dirá c<strong>la</strong>ram<strong>en</strong>te. Changez siguió arrastrando los pies; oprimió ligeram<strong>en</strong>te elbrazo de su hijo. «Eso ya no importa —dijo—. Lo que fuera, ya está olvidado.»Por <strong>la</strong> mañana, Nasre<strong>en</strong> y Kasturba llegaron con saris limpios, <strong>la</strong> cara descansada yprotestando: «Fue tan terrible dormir lejos de él, que no pegamos ojo.» Cayeron sobre Changezcon unas caricias tan tiernas que Sa<strong>la</strong>huddin volvió a experim<strong>en</strong>tar <strong>la</strong> s<strong>en</strong>sación de espiar <strong>en</strong> <strong>la</strong>intimidad aj<strong>en</strong>a que tuvo <strong>en</strong> <strong>la</strong> boda de Mishal Sufyan. Salió discretam<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> habitación


mi<strong>en</strong>tras los tres amantes se abrazaban, se besaban y lloraban.La muerte, el hecho trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tal, <strong>en</strong>volvía con su hechizo <strong>la</strong> casa de Scandal Point.Sa<strong>la</strong>huddin se rindió a él como todos los demás, incluso Changez, que aquel segundo día hastaempezó a esbozar su sonrisa torcida de antaño, <strong>la</strong> que quería decir: sé muy bi<strong>en</strong> lo que pasa;disimulo, pero no creas que me <strong>en</strong>gañas. Kasturba y Nasre<strong>en</strong> se desvivían por at<strong>en</strong>derle,cepillándole el pelo, conv<strong>en</strong>ciéndole para que comiera o bebiera. Se le había hinchado <strong>la</strong>l<strong>en</strong>gua, por lo que t<strong>en</strong>ía dificultad para articu<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras y tragar los alim<strong>en</strong>tos; no queríanada fibroso, ni siquiera <strong>la</strong>s pechugas de pollo, que tanto le habían gustado toda su vida. Unacucharada de sopa o de puré de patata, un bocado de f<strong>la</strong>n. Comida infantil.Cuando se incorporaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, Sa<strong>la</strong>huddin se s<strong>en</strong>taba detrás de él para que Changezpudiera apoyarse <strong>en</strong> el cuerpo de su hijo mi<strong>en</strong>tras comía.«Abrid <strong>la</strong> casa —ord<strong>en</strong>ó Changez aquel<strong>la</strong> mañana—. Quiero ver caras alegres y no sólo<strong>la</strong>s vuestras, tan <strong>la</strong>rgas.» Conque, al cabo de tanto tiempo, vino <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te: jóv<strong>en</strong>es y viejos; tíos,tías y primos casi olvidados; unos cuantos camaradas de los viejos tiempos del movimi<strong>en</strong>tonacionalista, caballeros de espalda erguida, pelo cano, chaqueta achkan y monóculo; empleadosde <strong>la</strong>s distintas fundaciones y sociedades fi<strong>la</strong>ntrópicas constituidas por Changez años atrás;fabricantes competidores de productos agroquímicos. G<strong>en</strong>tes de <strong>la</strong> más diversa especie, p<strong>en</strong>sóSa<strong>la</strong>huddin; pero se admiraba de lo bi<strong>en</strong> que todos se comportaban <strong>en</strong> pres<strong>en</strong>cia del moribundo:los jóv<strong>en</strong>es le hab<strong>la</strong>ban con toda confianza de su vida, como para darle a <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der que <strong>la</strong> vida<strong>en</strong> sí era inv<strong>en</strong>cible, ofreciéndole el rico consuelo de s<strong>en</strong>tirse miembro de <strong>la</strong> gran procesión de<strong>la</strong> raza humana, mi<strong>en</strong>tras que los viejos evocaban el pasado, de manera que él advertía que nadaestaba olvidado, nada perdido; que, a pesar de los años de ais<strong>la</strong>mi<strong>en</strong>to voluntario, él seguíaunido al mundo. La muerte hace aflorar lo mejor de <strong>la</strong>s personas; era bu<strong>en</strong>o poder comprobar—advirtió Sa<strong>la</strong>huddin— que los seres humanos también podían ser así: considerados,cariñosos, incluso nobles. Todavía podemos ser elevados, p<strong>en</strong>só con satisfacción; a pesar detodo, aún podemos ser trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tes. Una jov<strong>en</strong> muy bonita —Sa<strong>la</strong>huddin p<strong>en</strong>só queprobablem<strong>en</strong>te era su sobrina, y se sintió avergonzado de no saber su nombre— con unaPo<strong>la</strong>roid retrataba a Changez con sus visitas, y el anciano se divertía <strong>en</strong>ormem<strong>en</strong>te, haci<strong>en</strong>domuecas y luego besando <strong>la</strong>s muchas mejil<strong>la</strong>s que se le ofrecían, con una luz <strong>en</strong> los ojos queSa<strong>la</strong>huddin id<strong>en</strong>tificó como nostalgia. Es como una fiesta de cumpleaños, p<strong>en</strong>só. O también:como el despertar de Finnegan, <strong>en</strong> que el muerto se niega a tumbarse y dejar que los vivos sediviertan solos.«Hay que decírselo», insistió Sa<strong>la</strong>huddin cuando <strong>la</strong>s visitas se fueron. Nasre<strong>en</strong> bajó <strong>la</strong>cabeza y asintió. Kasturba prorrumpió <strong>en</strong> l<strong>la</strong>nto.Se lo dijeron a <strong>la</strong> mañana sigui<strong>en</strong>te. L<strong>la</strong>maron al especialista para que estuviera a mano,por si Changez quería preguntarle algo. El especialista, Panikkar (un nombre que los inglesespronunciarían mal y con guasa, p<strong>en</strong>só Sa<strong>la</strong>huddin, como el musulmán «Fakhar»), llegó a <strong>la</strong>sdiez, irradiando autosufici<strong>en</strong>cia. «Debería decírselo yo —manifestó, tomando <strong>la</strong> voz cantante—. La mayoría de los <strong>en</strong>fermos se avergü<strong>en</strong>zan de que sus seres queridos sean testigos de sumiedo.» «De ninguna manera», respondió Sa<strong>la</strong>huddin con una vehem<strong>en</strong>cia que le asombró a símismo. «Bi<strong>en</strong>, pues <strong>en</strong> tal caso...», dijo Panikkar <strong>en</strong>cogiéndose de hombros, comodisponiéndose a marchar; lo cual le hizo ganar <strong>la</strong> discusión, porque ahora Nasre<strong>en</strong> y Kasturbasuplicaron a Sa<strong>la</strong>huddin: «Por favor, no peleemos.» Sa<strong>la</strong>huddin, derrotado, introdujo al médicoa pres<strong>en</strong>cia de su padre y cerró <strong>la</strong> puerta del estudio.«T<strong>en</strong>go cáncer —dijo Changez Chamchawa<strong>la</strong> a Nasre<strong>en</strong>, Kasturba y Sa<strong>la</strong>huddindespués de <strong>la</strong> marcha de Panikkar. Hab<strong>la</strong>ba despacio, pronunciando <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra con un esmeroexagerado y desafiante—. Está muy avanzado. No me sorpr<strong>en</strong>de. A Panikkar le he dicho: "Selo dije el primer día. ¿Adónde podía haber ido si no toda <strong>la</strong> sangre?"» Cuando salieron del


estudio, Kasturba dijo a Sa<strong>la</strong>huddin: «Desde que tú viniste había una luz <strong>en</strong> sus ojos. Ayer, contoda <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te, ¡qué cont<strong>en</strong>to estaba! Pero ahora sus ojos están apagados. Ahora ya no luchará.»Aquel<strong>la</strong> tarde, Sa<strong>la</strong>huddin se <strong>en</strong>contró a so<strong>la</strong>s con su padre mi<strong>en</strong>tras <strong>la</strong>s dos mujeresdescansaban. Entonces advirtió que él, que tanto deseaba c<strong>la</strong>ridad y franqueza, ahora estabaviol<strong>en</strong>to, con un nudo <strong>en</strong> <strong>la</strong> l<strong>en</strong>gua. Pero Changez t<strong>en</strong>ía algo que decir.«Quiero que sepas que no t<strong>en</strong>go ningún problema <strong>en</strong> aceptar esto —dijo a su hijo—. Dealgo hay que morir. Y tampoco muero jov<strong>en</strong>. No me hago ilusiones; yo sé que después de estono voy a ninguna parte. Es el fin. Y está bi<strong>en</strong>. A lo único que temo es al dolor, porque con eldolor <strong>la</strong> persona pierde <strong>la</strong> dignidad. Y no quiero que me ocurra eso.» Sa<strong>la</strong>huddin estabaimpresionado. Primero te <strong>en</strong>cariñas con tu padre y después apr<strong>en</strong>des a respetarlo. «Dic<strong>en</strong> losmédicos que el tuyo es un caso <strong>en</strong>tre un millón —respondió verazm<strong>en</strong>te—. Al parecer, a ti se teha ahorrado el dolor.» Al oír esto, Changez pareció re<strong>la</strong>jarse, y Sa<strong>la</strong>huddin compr<strong>en</strong>dió<strong>en</strong>tonces lo asustado que estaba el anciano y lo mucho que deseaba saber <strong>la</strong> verdad... «Bas —dijo Changez Chamchawa<strong>la</strong> con voz ronca—. Entonces estoy dispuesto. Y, a propósito, al finvas a conseguir <strong>la</strong> lámpara.»Una hora después empezó <strong>la</strong> diarrea: un chorro fino y negro. Las angustiadas l<strong>la</strong>madasde Nasre<strong>en</strong> al Breach Candy Hospital sirvieron para averiguar que Panikkar estaba ocupado.«Retir<strong>en</strong> el Agarol inmediatam<strong>en</strong>te», ord<strong>en</strong>ó el médico de guardia, que recetó Imodium <strong>en</strong> sulugar. No le hizo efecto. A <strong>la</strong>s siete de <strong>la</strong> tarde, el peligro de deshidratación crecía, y Changezestaba tan débil que no podía incorporarse para tomar el alim<strong>en</strong>to. No t<strong>en</strong>ía apetito, peroKasturba consiguió darle unas cucharadas de semolina con pulpa de albaricoque. «Ñam, ñam»,ironizó él con su sonrisa torcida.Se quedó dormido, pero a <strong>la</strong> una había t<strong>en</strong>ido que levantarse tres veces. «Por el amor deDios —gritaba Sa<strong>la</strong>huddin por teléfono—, déme el teléfono particu<strong>la</strong>r de Panikkar.» Pero estolo prohibían <strong>la</strong>s normas del hospital. «Juzgue usted mismo si ha llegado el mom<strong>en</strong>to deingresarlo», dijo <strong>la</strong> doctora de guardia. Asquerosa, murmuró para sus ad<strong>en</strong>tros Sa<strong>la</strong>huddinChamchawa<strong>la</strong>. «Muchas gracias.»A <strong>la</strong>s tres, Changez estaba tan débil que Sa<strong>la</strong>huddin lo llevó al baño casi <strong>en</strong> vilo. «Sacadel coche —gritó a Nasre<strong>en</strong> y Kasturba—. Nos vamos al hospital. Ahora mismo.» La prueba deque Changez estaba peor era que esta última vez consintió que su hijo le ayudara. «La mierdanegra es ma<strong>la</strong>», dijo, respirando con fatiga. Los pulmones se le habían congestionado de unmodo espantoso; su respiración era como burbujas de aire que se abrieran camino <strong>en</strong> un<strong>en</strong>grudo. «Hay cánceres l<strong>en</strong>tos, pero me parece que éste es muy rápido. Terminará pronto.» YSa<strong>la</strong>huddin, el apóstol de <strong>la</strong> verdad, decía m<strong>en</strong>tiras conso<strong>la</strong>doras: Abba, no te apures. Ya veráscomo te pones bi<strong>en</strong>. Changez Chamchawa<strong>la</strong> movió negativam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> cabeza. «Me voy, hijo»,dijo. Tuvo una convulsión, y Sa<strong>la</strong>huddin le sostuvo debajo de <strong>la</strong> boca un recipi<strong>en</strong>te de plástico.El moribundo vomitó más de medio litro de mucosidades sanguinol<strong>en</strong>tas; después, quedó tanexhausto que no podía hab<strong>la</strong>r. Sa<strong>la</strong>huddin lo llevó <strong>en</strong> brazos al asi<strong>en</strong>to trasero del Mercedes, yNasre<strong>en</strong> y Kasturba se s<strong>en</strong>taron una a cada <strong>la</strong>do. Sa<strong>la</strong>huddin conducía a toda velocidad hacia elBreah Candy Hospital, que estaba a m<strong>en</strong>os de un kilómetro calle abajo. «¿Abro <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana,abba?», preguntó, y Changez movió <strong>la</strong> cabeza y murmuró roncam<strong>en</strong>te: «No.» Mucho después,Sa<strong>la</strong>huddin cayó <strong>en</strong> <strong>la</strong> cu<strong>en</strong>ta de que ésta había sido <strong>la</strong> última pa<strong>la</strong>bra de su padre.Urg<strong>en</strong>cias. Pies que corr<strong>en</strong>, <strong>en</strong>fermeros, una sil<strong>la</strong> de ruedas, Changez <strong>en</strong> una cama, unascortinas. Un médico jov<strong>en</strong> haci<strong>en</strong>do lo que había que hacer, muy de prisa, pero sin dars<strong>en</strong>sación de apresurami<strong>en</strong>to. Me gusta, p<strong>en</strong>só Sa<strong>la</strong>huddin. Entonces el médico le miró a losojos y dijo: «Me parece que no saldrá de ésta.» Fue como recibir un puñetazo <strong>en</strong> el estómago.Sa<strong>la</strong>huddin compr<strong>en</strong>dió que aún se aferraba a una vana esperanza: le ayudarán a v<strong>en</strong>cer <strong>la</strong>crisis y después nos lo llevaremos a casa; aún no ha llegado «el mom<strong>en</strong>to», y su primerareacción a <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras del médico fue de rabia. Usted es el mecánico. No me diga que el coch<strong>en</strong>o arranca, arréglelo. Changez estaba echado de espaldas, ahogándose. «La kurta nos impide


llegar al pecho. ¿Se puede...?» Córt<strong>en</strong><strong>la</strong>. Hagan lo que t<strong>en</strong>gan que hacer. Gota a gota, <strong>la</strong> señal<strong>en</strong> una pantal<strong>la</strong> del <strong>la</strong>tido que se debilita, impot<strong>en</strong>cia. El jov<strong>en</strong> médico que murmura: «Ya nopuede durar, así que...» Entonces Sa<strong>la</strong>huddin Chamchawa<strong>la</strong> hizo algo brutal. Se volvió haciaNasre<strong>en</strong> y Kasturba y dijo: «V<strong>en</strong>id, de prisa. V<strong>en</strong>id a decir adiós.» «¡Por el amor de Dios!»,estalló el médico... Las mujeres, sin llorar, se acercaron a Changez y le tomaron una mano cadauna. Sa<strong>la</strong>huddin <strong>en</strong>rojeció de vergü<strong>en</strong>za. Nunca sabría si su padre había oído <strong>la</strong> s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia demuerte <strong>en</strong> boca de su hijo.Pero <strong>en</strong>tonces Sa<strong>la</strong>huddin <strong>en</strong>contró mejores pa<strong>la</strong>bras, ahora, tras <strong>la</strong>rgos años deaus<strong>en</strong>cia, volvía a él el urdu. Todos estamos contigo, abba. Todos te queremos mucho. Changezno podía hab<strong>la</strong>r, pero hizo —¿verdad que sí?—, sí, desde luego, lo hizo, un movimi<strong>en</strong>toafirmativo con <strong>la</strong> cabeza. Me oyó. Entonces, bruscam<strong>en</strong>te, Changez Chamchawa<strong>la</strong> abandonó sucara; aún vivía, pero se había ido a otro sitio, se había vuelto hacia d<strong>en</strong>tro, a mirar lo quehubiera que ver allí. Está <strong>en</strong>señándome a morir, p<strong>en</strong>só Sa<strong>la</strong>huddin. No desvía <strong>la</strong> mirada, sinoque mira a <strong>la</strong> muerte cara a cara. En ningún mom<strong>en</strong>to de su agonía pronunció ChangezChamchawa<strong>la</strong> el nombre de Dios.«Por favor —dijo el médico—, vayan al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> cortina y déj<strong>en</strong>nos que hagamostodo lo que se pueda.» Sa<strong>la</strong>huddin llevó a <strong>la</strong>s dos mujeres a unos pasos de distancia; y ahora,cuando una cortina les ocultaba a Changez, lloraban. «Juró que nunca me dejaría —sollozabaNasre<strong>en</strong>, que al fin había perdido su férreo control—, y ahora se ha marchado.» Sa<strong>la</strong>huddin seacercó a mirar por una r<strong>en</strong>dija de <strong>la</strong> cortina, y vio cómo aplicaban <strong>la</strong> corri<strong>en</strong>te al cuerpo de supadre; vio el brusco zigzag verde del pulso <strong>en</strong> <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> del monitor; vio al médico y a <strong>la</strong>s<strong>en</strong>fermeras golpear el pecho de su padre; vio <strong>la</strong> derrota.Lo último que había visto <strong>en</strong> <strong>la</strong> cara de su padre, antes del último e inútil esfuerzo delpersonal médico, fue <strong>la</strong> aparición de un terror tan profundo que le heló hasta <strong>la</strong> médu<strong>la</strong>. ¿Quéhabía visto? ¿Qué era lo que le aguardaba, lo que nos aguarda a todos, que puso aquel miedo <strong>en</strong>los ojos de un hombre vali<strong>en</strong>te? Ahora, cuando todo había terminado, volvió junto al lechó deChangez, y vio que su padre t<strong>en</strong>ía los <strong>la</strong>bios dob<strong>la</strong>dos hacia arriba <strong>en</strong> una sonrisa.Acarició aquel<strong>la</strong>s queridas mejil<strong>la</strong>s. Hoy no le afeité. Ha muerto con barba. Qué fríat<strong>en</strong>ía ya <strong>la</strong> cara; pero el cerebro, el cerebro conservaba un poco de calor. Le habían metidoalgodón <strong>en</strong> <strong>la</strong> nariz. ¿Y si ha habido un error? ¿Y si quiere respirar? Nasre<strong>en</strong> Chamchawa<strong>la</strong>estaba a su <strong>la</strong>do. «Llevémosle a casa», dijo.* * *Changez Chamchawa<strong>la</strong> volvió a casa <strong>en</strong> ambu<strong>la</strong>ncia, <strong>en</strong> una camil<strong>la</strong> de aluminiocolocada <strong>en</strong> el suelo <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s dos mujeres que le habían amado. Sa<strong>la</strong>huddin seguía a <strong>la</strong>ambu<strong>la</strong>ncia <strong>en</strong> el coche. Los camilleros lo colocaron <strong>en</strong> el estudio; Nasre<strong>en</strong> puso el aireacondicionado al máximo. Al fin y al cabo, era un clima tropical y no tardaría <strong>en</strong> salir el sol.¿Qué vería?, se preguntaba Sa<strong>la</strong>huddin una y otra vez. ¿Por qué aquel horror? ¿Y porqué aquel<strong>la</strong> sonrisa final?Otra vez fue <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te. Tíos, primos, amigos que ayudaban y se hacían cargo de <strong>la</strong>s cosas.Nasre<strong>en</strong> y Kasturba estaban s<strong>en</strong>tadas <strong>en</strong> li<strong>en</strong>zos b<strong>la</strong>ncos <strong>en</strong> el suelo de <strong>la</strong> habitación <strong>en</strong> <strong>la</strong> que,allá <strong>en</strong> tiempos, Sa<strong>la</strong>din y Ze<strong>en</strong>y visitaron al ogro Changez; con el<strong>la</strong>s se s<strong>en</strong>taron otras mujeresacompañándo<strong>la</strong>s <strong>en</strong> el duelo; algunas recitaban <strong>la</strong> qalmah una y otra vez, pasando <strong>la</strong>s cu<strong>en</strong>tas.Esto irritó a Sa<strong>la</strong>huddin, pero no tuvo ánimos para oponerse. Luego llegó el mul<strong>la</strong>h, que cosióel sudario de Changez. Ya era el mom<strong>en</strong>to de <strong>la</strong>var el cadáver; aunque había muchos hombresy no era necesaria su ayuda, Sa<strong>la</strong>huddin insistió. Si él fue capaz de mirar a <strong>la</strong> cara a su muerte,yo también lo soy. Y, mi<strong>en</strong>tras <strong>la</strong>vaban a su padre, volvi<strong>en</strong>do el cuerpo hacia uno y otro <strong>la</strong>do


según <strong>la</strong>s órd<strong>en</strong>es del mul<strong>la</strong>h, aquel<strong>la</strong> carne magul<strong>la</strong>da y flácida, <strong>la</strong> cicatriz del apéndice <strong>la</strong>rga yoscura, Sa<strong>la</strong>huddin recordó <strong>la</strong> única vez <strong>en</strong> su vida que había visto desnudo a su padre, quesiempre fue muy recatado: él t<strong>en</strong>ía nueve años y <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> tromba <strong>en</strong> un cuarto de baño <strong>en</strong> el queChangez estaba duchándose, y <strong>la</strong> visión del p<strong>en</strong>e de su padre le causó una impresiónimborrable. Un órgano grueso y macizo como una porra. Oh, qué fuerza demostraba, y quéinsignificante el suyo... «No se le cierran los ojos —se <strong>la</strong>m<strong>en</strong>tó el mul<strong>la</strong>h—. T<strong>en</strong>drían quehabérselos cerrado antes.» Era un hombre fornido y práctico aquel mul<strong>la</strong>h, con su barba y sinbigote. Trataba el cadáver como un objeto cualquiera que necesitara un <strong>la</strong>vado, como un coche,una v<strong>en</strong>tana o un p<strong>la</strong>to. «¿Es usted del mismo Londres? Yo estuve allí muchos años. Eraportero del C<strong>la</strong>ridge's Hotel.» ¿Ah, sí? ¡Qué interesante! ¡Pues no quería hacer conversación elhombre! Sa<strong>la</strong>huddin estaba estupefacto. Ése es mi padre, ¿no se da cu<strong>en</strong>ta? «Esas ropas —dijoel mul<strong>la</strong>h seña<strong>la</strong>ndo el último pijama kurta de Changez, el que había cortado el personal delhospital para descubrirle el pecho—, ¿<strong>la</strong>s necesitan?» No, no. Puede llevárse<strong>la</strong>s. Por favor. «Esusted muy amable. —En <strong>la</strong> boca y bajo los párpados de Changez pusieron trozos de te<strong>la</strong>negra—. Esta te<strong>la</strong> ha estado <strong>en</strong> La Meca», dijo el mul<strong>la</strong>h. ¡Sáque<strong>la</strong>s! «No <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do. Es te<strong>la</strong>b<strong>en</strong>dita.» Ya me ha oído: Fuera, fuera. «Que Dios se apiade de su alma.»Y:El féretro sembrado de flores, como un moisés grande.El cadáver amortajado de b<strong>la</strong>nco, con virutas de sándalo para perfumarlo esparcidas por<strong>en</strong>cima.Más flores y un paño de seda verde con versos coránicos bordados <strong>en</strong> oro.La ambu<strong>la</strong>ncia con el féretro, esperando el permiso de <strong>la</strong> viuda para arrancar.Los últimos adioses de <strong>la</strong>s mujeres.El cem<strong>en</strong>terio. Los hombres que se ade<strong>la</strong>ntan para portar el féretro dan un pisotón aSa<strong>la</strong>huddin, arrancándole un trozo de uña del dedo gordo.Entre los asist<strong>en</strong>tes, un viejo amigo de Changez al que hacía tiempo que no veía, y queha v<strong>en</strong>ido a pesar de sufrir una bronconeumonía; y otro anciano que llora copiosam<strong>en</strong>te y quemorirá al día sigui<strong>en</strong>te; y toda c<strong>la</strong>se de g<strong>en</strong>te, archivo vivi<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> vida de un difunto.La tumba. Sa<strong>la</strong>huddin baja y se sitúa a <strong>la</strong> cabecera, y el <strong>en</strong>terrador a los pies. ChangezChamchawa<strong>la</strong> es desc<strong>en</strong>dido. El peso de <strong>la</strong> cabeza de mi padre, <strong>en</strong> mi mano. Yo <strong>la</strong> deposité <strong>en</strong>tierra para que descansara.El mundo, escribió algui<strong>en</strong>, es un lugar cuya realidad demostramos muri<strong>en</strong>do <strong>en</strong> él.* * *Esperándole a su regreso del cem<strong>en</strong>terio, una lámpara de cobre y <strong>la</strong>tón, su legadorecobrado. Entró <strong>en</strong> el estudio de Changez y cerró <strong>la</strong> puerta. Allí estaban <strong>la</strong>s viejas zapatil<strong>la</strong>s, al<strong>la</strong>do de <strong>la</strong> cama; tal como él mismo predijera, se había convertido <strong>en</strong> «un par de zapatosvacíos». Las sábanas aún t<strong>en</strong>ían <strong>la</strong> impronta del cuerpo de su padre; <strong>la</strong> habitación olía asándalo, alcanfor, c<strong>la</strong>vo. Tomó <strong>la</strong> lámpara del estante y se s<strong>en</strong>tó al escritorio de Changez. Sacóun pañuelo del bolsillo y frotó <strong>en</strong>érgicam<strong>en</strong>te: una, dos, tres veces.Se <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dieron todas <strong>la</strong>s luces al mismo tiempo.Ze<strong>en</strong>at Vakil <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> <strong>la</strong> habitación.«Oh, Dios mío, a lo mejor <strong>la</strong>s querías apagadas, pero con <strong>la</strong>s persianas cerradas estoestaba tan lúgubre... —Agitando los brazos, hab<strong>la</strong>ndo con su voz hermosa, fuerte y áspera, elpelo recogido por una vez <strong>en</strong> una co<strong>la</strong> de caballo tr<strong>en</strong>zada que le llega hasta <strong>la</strong> cintura, allíestaba su djinn personal—. Si<strong>en</strong>to mucho no haber v<strong>en</strong>ido antes, pero quería hacerte sufrir, yqué mom<strong>en</strong>to fui a elegir, qué revanchismo, yaar, me alegro verte, pobre ganso huérfano.»


Era <strong>la</strong> misma de siempre, inmersa <strong>en</strong> <strong>la</strong> vida hasta el cuello, combinando <strong>la</strong>sconfer<strong>en</strong>cias de arte <strong>en</strong> <strong>la</strong> universidad con <strong>la</strong> práctica de <strong>la</strong> Medicina y <strong>la</strong>s actividades políticas,«Yo estaba <strong>en</strong> el hospital cuando vosotros vinisteis, ¿sabes? Allí estaba, pero no supe lo de tupadre hasta que todo había terminado, y ni siquiera <strong>en</strong>tonces fui a darte un abrazo. Qué ma<strong>la</strong>pécora; si me echas de tu casa no te lo reprocharé.» Una mujer g<strong>en</strong>erosa, <strong>la</strong> más g<strong>en</strong>erosa quehabía conocido. Cuando <strong>la</strong> veas lo sabrás, se había prometido a sí mismo, y resultaba verdad.«Te quiero», se oyó decir, dejándo<strong>la</strong> cortada. “Bu<strong>en</strong>o, no pi<strong>en</strong>so aprovecharme de <strong>la</strong> situación—dijo al fin, <strong>en</strong>ormem<strong>en</strong>te comp<strong>la</strong>cida—. Es evid<strong>en</strong>te que estás trastornado. Ti<strong>en</strong>es suerte deque no estemos <strong>en</strong> uno de nuestros grandes hospitales públicos, porque allí pon<strong>en</strong> a los majarasal <strong>la</strong>do de los drogadictos, y <strong>en</strong> <strong>la</strong>s sa<strong>la</strong>s hay tanto tráfico que los pobres esquizos adquier<strong>en</strong>malos hábitos. De todos modos, si vuelves a decírmelo d<strong>en</strong>tro de cuar<strong>en</strong>ta días, mucho cuidado,porque quizás <strong>en</strong>tonces lo tome <strong>en</strong> serio. Esto de ahora podría ser una <strong>en</strong>fermedad.»Ze<strong>en</strong>y, tan avasal<strong>la</strong>dora como siempre (y, al parecer, sin compromiso), volvió a <strong>en</strong>trar<strong>en</strong> su vida completando el proceso de r<strong>en</strong>ovación, de reg<strong>en</strong>eración, que había sido el productomás sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te y paradójico de <strong>la</strong> fatal <strong>en</strong>fermedad de su padre. Su vieja vida inglesa, susextravagancias, sus perversiones, ahora parecían muy lejanos, incluso incongru<strong>en</strong>tes, como suabreviado nombre artístico. «Ya era hora —aprobó Ze<strong>en</strong>y cuando le dijo que había recuperadoel Sa<strong>la</strong>huddin—. Ahora por fin podrás dejar de fingir.» Sí, esto parecía el comi<strong>en</strong>zo de unanueva fase <strong>en</strong> <strong>la</strong> cual el mundo sería sólido y real y <strong>en</strong> <strong>la</strong> que ya no existiría <strong>la</strong> figura ancha deun padre que se interpusiera <strong>en</strong>tre él y <strong>la</strong> inevitabilidad de <strong>la</strong> tumba. Una vida huérfana, como<strong>la</strong> de Mahoma, como <strong>la</strong> de todo el mundo. Una vida iluminada por una muerte extrañam<strong>en</strong>teradiante, que seguía bril<strong>la</strong>ndo, <strong>en</strong> su p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to, como una especie de lámpara maravillosa.De ahora <strong>en</strong> ade<strong>la</strong>nte, debo p<strong>en</strong>sar como el que vive perpetuam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el primerinstante del futuro, se propuso, días después, <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama del apartam<strong>en</strong>to de Ze<strong>en</strong>y <strong>en</strong> SophiaCollege Lane, mi<strong>en</strong>tras se reponía de <strong>la</strong>s <strong>en</strong>tusiastas caricias d<strong>en</strong>tales recibidas. (El<strong>la</strong> le habíainvitado a su casa con timidez, como apartando un velo después de un <strong>la</strong>rgo retiro.) Pero no estan fácil despr<strong>en</strong>derse de una vida; al fin y al cabo, él vivía también el mom<strong>en</strong>to pres<strong>en</strong>te delpasado; su vieja vida iba a <strong>en</strong>volverle una vez más para terminar su último acto.* * *Descubrió que era rico. Según <strong>la</strong>s condiciones del testam<strong>en</strong>to de Changez, <strong>la</strong> granfortuna del fallecido magnate y su miríada de participaciones <strong>en</strong> empresas sería supervisada porun grupo de distinguidos fideicomisarios y <strong>la</strong>s r<strong>en</strong>tas serían divididas <strong>en</strong> tres partes iguales<strong>en</strong>tre: Nasre<strong>en</strong>, <strong>la</strong> segunda esposa de Changez, Kasturba, a <strong>la</strong> que él l<strong>la</strong>maba <strong>en</strong> el docum<strong>en</strong>to«mi tercera, <strong>en</strong> el verdadero s<strong>en</strong>tido», y Sa<strong>la</strong>huddin, su hijo. Ahora bi<strong>en</strong>, a <strong>la</strong> muerte de <strong>la</strong>s dosmujeres, el fideicomiso podría disolverse cuando Sa<strong>la</strong>huddin quisiera: es decir, que él loheredaba todo. «Con <strong>la</strong> condición —estipu<strong>la</strong>ba maliciosam<strong>en</strong>te Changez Chamchawa<strong>la</strong>— deque el granuja acepte el regalo que antes despreció, es decir, el edificio de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> de So<strong>la</strong>n,Himachal Pradesh.» Changez podía haber ta<strong>la</strong>do un nogal, pero nunca trató de desheredar aSa<strong>la</strong>huddin. No obstante, <strong>la</strong>s casas de Pali Hill y Scandal Point quedaban excluidas de estasestipu<strong>la</strong>ciones. La primera pasaba directam<strong>en</strong>te a ser propiedad de Nasre<strong>en</strong> Chamchawa<strong>la</strong>; <strong>la</strong>segunda, con efectos inmediatos, sería de <strong>la</strong> exclusiva propiedad de Kasturbabai, qui<strong>en</strong> no tardó<strong>en</strong> anunciar su int<strong>en</strong>ción de v<strong>en</strong>der <strong>la</strong> vieja casa a una inmobiliaria. El terr<strong>en</strong>o valía mucho, yKasturba, <strong>en</strong> cuestión de bi<strong>en</strong>es inmuebles, no mostraba el m<strong>en</strong>or s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>talismo. Sa<strong>la</strong>huddinprotestó con vehem<strong>en</strong>cia y fue atajado con firmeza. «Yo he pasado aquí toda mi vida —manifestó el<strong>la</strong>—. Por lo tanto, sólo yo puedo decidir.» Nasre<strong>en</strong> Chamchawa<strong>la</strong> se mostrótotalm<strong>en</strong>te indifer<strong>en</strong>te al destino de <strong>la</strong> vieja casa. «Un rascacielos más, un trozo del viejo


Bombay m<strong>en</strong>os —dijo, <strong>en</strong>cogiéndose de hombros—, ¿qué puede importar? Las ciudadescambian.» El<strong>la</strong> ya estaba haci<strong>en</strong>do sus preparativos para mudarse a Pali Hill, descolgando de<strong>la</strong>s paredes <strong>la</strong>s vitrinas de mariposas y reuni<strong>en</strong>do a los pájaros disecados <strong>en</strong> el vestíbulo. «Dejaque <strong>la</strong> v<strong>en</strong>da —dijo Ze<strong>en</strong>at Vakil—. De todos modos, tú no ibas a poder vivir <strong>en</strong> ese museo.»T<strong>en</strong>ía razón, desde luego; ap<strong>en</strong>as él habita decidido volver <strong>la</strong> cara hacia el futuro, yaempezaba a suspirar y <strong>la</strong>m<strong>en</strong>tar el fin de <strong>la</strong> niñez. «Voy a ver a George y Bhup<strong>en</strong>, ¿te acuerdas?—dijo el<strong>la</strong>—. ¿Por qué no vi<strong>en</strong>es? Necesitas empezar a conectar.» George Miranda acababa derodar un docum<strong>en</strong>tal sobre el comunalismo, <strong>en</strong>trevistando a hindúes y musulmanes de todas <strong>la</strong>st<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cias. Los fundam<strong>en</strong>talistas de una y otra religión trataron inmediatam<strong>en</strong>te de conseguirórd<strong>en</strong>es para que se prohibiera <strong>la</strong> proyección de <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong>, y si bi<strong>en</strong> los tribunales de Bombayrechazaron <strong>la</strong>s peticiones, el caso había pasado al Tribunal Supremo. George, con <strong>la</strong> cara aúnmás sombreada por <strong>la</strong> barba, el pelo más <strong>la</strong>cio y el estómago más ancho de lo que Sa<strong>la</strong>huddinrecordaba, bebía ron <strong>en</strong> una taberna de Dhobi Ta<strong>la</strong>o y golpeaba <strong>la</strong> mesa con puños pesimistas.«Es el Tribunal Supremo que falló el caso de Shah Bano», exc<strong>la</strong>mó, aludi<strong>en</strong>do al tristem<strong>en</strong>tecélebre caso <strong>en</strong> el que, presionado por extremistas islámicos, el tribunal dictaminó que el pagode p<strong>en</strong>sión alim<strong>en</strong>ticia era contrario a <strong>la</strong> voluntad de Alá, con lo que hizo <strong>la</strong>s leyes de <strong>la</strong> Indiamás reaccionarias que <strong>la</strong>s de Pakistán, por ejemplo. «No t<strong>en</strong>go grandes esperanzas.» Se retorcíadesconso<strong>la</strong>dam<strong>en</strong>te <strong>la</strong>s <strong>en</strong>ceradas guías de su bigote. Su nueva compañera, una b<strong>en</strong>galí alta ydelgada de pelo corto que a Sa<strong>la</strong>huddin le recordaba un poco a Mishal Sufyan, eligió aquelmom<strong>en</strong>to para atacar a Bhup<strong>en</strong> Gandhi por haber publicado un tomo de poesía acerca de suvisita a <strong>la</strong> «pequeña ciudad templo» de Gagari, <strong>en</strong> los Ghats Occid<strong>en</strong>tales. Los poemas habíansido criticados por <strong>la</strong> derecha hindú; un emin<strong>en</strong>te profesor del Sur de <strong>la</strong> India anunció queBhup<strong>en</strong> había «perdido el derecho a ser l<strong>la</strong>mado poeta indio», pero, <strong>en</strong> opinión de <strong>la</strong> jov<strong>en</strong>Swatilekha, Bhup<strong>en</strong> se había dejado seducir por <strong>la</strong> religión hacia una ambigüedad peligrosa.Bhup<strong>en</strong>, agitando su reluci<strong>en</strong>te cara de luna y su mel<strong>en</strong>a gris, se def<strong>en</strong>día con firmeza. «Yodigo que <strong>la</strong> única cosecha de Gagari es <strong>la</strong> de los dioses de piedra que se extra<strong>en</strong> de sus canteras.Yo hablo de rebaños de ley<strong>en</strong>das que hac<strong>en</strong> sonar sagrados c<strong>en</strong>cerros mi<strong>en</strong>tras pac<strong>en</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong>sverdes <strong>la</strong>deras. No son imág<strong>en</strong>es ambiguas.» Swatilekha no se dejaba conv<strong>en</strong>cer. «En estostiempos —insistió—, t<strong>en</strong>emos que manifestar nuestras opiniones con c<strong>la</strong>ridad meridiana. Todas<strong>la</strong>s metáforas pued<strong>en</strong> ser mal interpretadas.» Expuso su teoría. La sociedad estaba orquestadapor lo que el<strong>la</strong> l<strong>la</strong>maba <strong>la</strong>s grandes narrativas: <strong>la</strong> Historia, <strong>la</strong> economía, <strong>la</strong> ética. En <strong>la</strong> India eldesarrollo de un aparato estatal cerrado y corrupto había «excluido del proyecto ético a <strong>la</strong>smasas del pueblo.» En consecu<strong>en</strong>cia, el pueblo buscaba satisfacer su necesidad de ética <strong>en</strong> <strong>la</strong>más vieja de todas <strong>la</strong>s grandes narrativas, a saber: <strong>la</strong> fe religiosa. «Pero estas narrativas sonmanipu<strong>la</strong>das por <strong>la</strong> teocracia y por varios elem<strong>en</strong>tos políticos de una manera totalm<strong>en</strong>teretrogresiva.» Bhup<strong>en</strong> dijo: «No podemos negar <strong>la</strong> ubicuidad de <strong>la</strong> fe. Si escribimos de talmanera que se prejuzgue esta cre<strong>en</strong>cia como una ilusión o una falsedad, ¿no incurrimos <strong>en</strong> elpecado de elitismo, al tratar de imponer a <strong>la</strong>s masas nuestra visión del mundo?» Swatilekha dijocon desdén: «Hoy mismo, <strong>en</strong> <strong>la</strong> India se están estableci<strong>en</strong>do líneas de combate —exc<strong>la</strong>mó—.Secu<strong>la</strong>rismo contra racionalismo, <strong>la</strong> luz contra <strong>la</strong> oscuridad. Vale más que decidas de qué <strong>la</strong>doestás.»Bhup<strong>en</strong> se levantó airadam<strong>en</strong>te para marcharse. Ze<strong>en</strong>y le apaciguó: «No podemospermitirnos <strong>la</strong>s escisiones. Hay p<strong>la</strong>nes que trazar.» Él volvió a s<strong>en</strong>tarse y Swatilekha le dio unbeso <strong>en</strong> <strong>la</strong> mejil<strong>la</strong>. «Perdona —dijo—. Demasiada universidad, como dice George. En realidad,<strong>la</strong>s poesías me gustaron. Sólo quería p<strong>la</strong>ntear una teoría.» Bhup<strong>en</strong>, satisfecho, simuló que ledaba un puñetazo <strong>en</strong> <strong>la</strong> nariz; crisis superada.Se habían reunido, según dedujo ahora Sa<strong>la</strong>huddin, para hab<strong>la</strong>r de su participación <strong>en</strong>una curiosa manifestación política: <strong>la</strong> formación de una cad<strong>en</strong>a humana que se ext<strong>en</strong>dería desde<strong>la</strong> Gateway of India hasta el extrarradio norte de <strong>la</strong> ciudad, <strong>en</strong> apoyo de <strong>la</strong> «integraciónnacional». El Partido Comunista de <strong>la</strong> India (Marxista) había organizado reci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te una


cad<strong>en</strong>a <strong>en</strong> Kera<strong>la</strong>, con gran éxito. «Pero —argum<strong>en</strong>tó George Miranda— aquí, <strong>en</strong> Bombay,será difer<strong>en</strong>te. En Kera<strong>la</strong>, el PCI(M) está <strong>en</strong> el poder. Aquí, con esos bastardos del Shiv S<strong>en</strong>a<strong>en</strong> el control, podemos esperar todo tipo de hostigami<strong>en</strong>to, desde obstrucción de <strong>la</strong> policía hastaataques de <strong>la</strong>s masas <strong>en</strong> algunos segm<strong>en</strong>tos de <strong>la</strong> cad<strong>en</strong>a, especialm<strong>en</strong>te cuando pase, comot<strong>en</strong>drá que pasar, por <strong>la</strong>s fortalezas del S<strong>en</strong>a <strong>en</strong> Mazagaon, etcétera.» A pesar de estos peligros,explicó Ze<strong>en</strong>y a Sa<strong>la</strong>huddin, estas manifestaciones públicas eran es<strong>en</strong>ciales. A medida queaum<strong>en</strong>taba <strong>la</strong> viol<strong>en</strong>cia <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s comunidades —de <strong>la</strong> que Meerut no era sino el último de una<strong>la</strong>rga serie de criminales incid<strong>en</strong>tes— se hacía más necesario que <strong>la</strong>s fuerzas de <strong>la</strong>desintegración se salieran con <strong>la</strong> suya. «T<strong>en</strong>emos que demostrar que exist<strong>en</strong> fuerzas de signocontrario.» Sa<strong>la</strong>huddin estaba aturdido por <strong>la</strong> rapidez con que, una vez más, su vida empezaba acambiar. Yo, tomando parte <strong>en</strong> un acto del PCI(M). Los prodigios no acaban; desde luego,t<strong>en</strong>go que estar <strong>en</strong>amorado.Una vez tomadas <strong>la</strong>s decisiones pertin<strong>en</strong>tes —cuántos amigos podría traer cada uno,dónde se reunirían y qué había que llevar de comida, bebida y equipo de primeros auxilios— e<strong>la</strong>mbi<strong>en</strong>te se dist<strong>en</strong>dió y ellos apuraron sus copas de ron barato y char<strong>la</strong>ron de cosasintrasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tes, y <strong>en</strong>tonces fue cuando Sa<strong>la</strong>huddin oyó por vez primera los rumores acerca delextraño comportami<strong>en</strong>to del astro cinematográfico Gibreel Farishta que empezaban a circu<strong>la</strong>rpor <strong>la</strong> ciudad, y sintió que su vieja vida le pinchaba como una espina oculta; oyó el pasado,como una trompeta lejana, resonar <strong>en</strong> sus oídos.* * *El Gibreel Farishta que regresó de Londres a Bombay a retomar los hilos de su carreracinematográfica no era, según <strong>la</strong> opinión g<strong>en</strong>eral, el irresistible Gibreel de antaño. «El tíoparece totalm<strong>en</strong>te abocado a una carrera suicida —dec<strong>la</strong>ró George Miranda, que estaba alcorri<strong>en</strong>te de todos los chismes del mundo del cine—. ¿Quién sabe por qué? Dic<strong>en</strong> que tuvo undes<strong>en</strong>gaño amoroso que le dejó desequilibrado.» Sa<strong>la</strong>huddin mantuvo <strong>la</strong> boca cerrada, peronotó que se le <strong>en</strong>c<strong>en</strong>día <strong>la</strong> cara. Allie Cone no quiso reconciliarse con Gibreel después de losinc<strong>en</strong>dios de Brickhall. En <strong>la</strong> cuestión del perdón, reflexionó Sa<strong>la</strong>huddin, nadie p<strong>en</strong>só <strong>en</strong>consultar a Alleluia, totalm<strong>en</strong>te inoc<strong>en</strong>te y muy perjudicada; una vez más, relegamos su vida a<strong>la</strong> periferia de <strong>la</strong> nuestra. No es de extrañar que siga indignada. Gibreel dijo a Sa<strong>la</strong>huddin, <strong>en</strong>una conversación telefónica final y bastante viol<strong>en</strong>ta, que regresaba a Bombay «con <strong>la</strong>esperanza de no volver a ver<strong>la</strong>, ni a el<strong>la</strong>, ni a ti, ni a esta maldita ciudad tan fría, <strong>en</strong> toda mivida.» Pero, al parecer, volvía a hundirse, y ahora <strong>en</strong> su tierra natal. «Hace unas pelícu<strong>la</strong>srarísimas —prosiguió George—. La última, con su dinero. Después de dos fracasos losproductores le dan de <strong>la</strong>do. De manera que, si ésta también fracasa, estará arruinado, aviado,funtoosh.» Gibreel se había <strong>la</strong>nzado a rodar una nueva versión de <strong>la</strong> Ramayana tras<strong>la</strong>dada a <strong>la</strong>época actual, <strong>en</strong> <strong>la</strong> cual los héroes y heroínas, <strong>en</strong> lugar de puros e inoc<strong>en</strong>tes, eran deg<strong>en</strong>erados ymalvados. Había un «Rama» lujurioso y borracho y una «Sita» ligera de cascos; «Ravana», elrey-demonio, por el contrario, era pres<strong>en</strong>tado como un hombre honrado y virtuoso. «Gibreelinterpreta a "Ravana" —explicó George con expresión de fascinado horror—. Da <strong>la</strong> impresiónde que busca deliberadam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> confrontación definitiva con los sectarios religiosos, asabi<strong>en</strong>das de que no puede ganar, de que será despedazado.» Varios miembros del reparto yahabían abandonado <strong>la</strong> producción y concedido sabrosas <strong>en</strong>trevistas a <strong>la</strong> pr<strong>en</strong>sa <strong>en</strong> <strong>la</strong>s queacusaban a Gibreel de «b<strong>la</strong>sfemia», «satanismo» y otros delitos. Su última amante, PimpleBillimoria, aparecía <strong>en</strong> <strong>la</strong> cubierta de Cine-Blitz con esta afirmación: «Era como besar aldiablo.» Evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, <strong>la</strong> halitosis sulfurosa, aquel viejo problema de Gibreel, volvía aaquejarle, y con más fuerza que nunca.


Sus incoher<strong>en</strong>cias habían dado que hab<strong>la</strong>r más aún que <strong>la</strong> elección de los temas de suspelícu<strong>la</strong>s. «Unos días es todo simpatía y bondad —dijo George—. Pero otros, llega al trabajocomo dios todopoderoso y hasta se empeña <strong>en</strong> que <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te se arrodille. Personalm<strong>en</strong>te, yo nocreo que esa pelícu<strong>la</strong> llegue a terminarse, a m<strong>en</strong>os que él recupere <strong>la</strong> salud m<strong>en</strong>tal, que ti<strong>en</strong>emuy quebrantada. Primero, <strong>la</strong> <strong>en</strong>fermedad; después, <strong>la</strong> catástofe del avión, y, por último, losdisgustos s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>tales: es fácil compr<strong>en</strong>der los problemas de ese hombre.» Y había rumoresde cosas peores: sus asuntos fiscales estaban si<strong>en</strong>do investigados; los funcionarios de policía lehabían hecho una visita para interrogarle sobre <strong>la</strong> muerte de Rekha Merchant, y el marido deésta, el rey de los cojinetes, había am<strong>en</strong>azado con «romperle todos los huesos del cuerpo alsinvergü<strong>en</strong>za», por lo que, durante varios días, Gibreel tuvo que hacerse acompañar porguardaespaldas cada vez que usaba los asc<strong>en</strong>sores de Everest Vi<strong>la</strong>s; y lo peor de todo eran <strong>la</strong>svisitas nocturnas al barrio de los prostíbulos, <strong>en</strong> el que, al parecer, frecu<strong>en</strong>tó ciertosestablecimi<strong>en</strong>tos de Foras Road hasta que los dadas lo echaron porque hacía daño a <strong>la</strong>smujeres. «Dic<strong>en</strong> que algunas quedaron gravem<strong>en</strong>te lesionadas —dijo George—. Y que tuvoque soltar mucho dinero para tapar bocas. No sé. La g<strong>en</strong>te hab<strong>la</strong> mucho. La tal Pimple, desdeluego, cuando de atacar se trata no se queda atrás. El Hombre que odia a <strong>la</strong>s Mujeres. Gracias atodo esto, el<strong>la</strong> está convirtiéndose <strong>en</strong> una estrel<strong>la</strong> con fama de mujer fatal. Pero Farishta estáfrancam<strong>en</strong>te perturbado. T<strong>en</strong>go <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido que tú lo conoces», terminó George mirando aSa<strong>la</strong>huddin, y éste se puso colorado.«No mucho. Sólo por <strong>la</strong> catástrofe del avión y demás.» Estaba impresionado. Alparecer, Gibreel no había conseguido escapar de sus demonios interiores. Él, Sa<strong>la</strong>huddin, creyó—ing<strong>en</strong>uam<strong>en</strong>te, según se demostraba ahora— que los sucesos del fuego de Brickhall, cuandoGibreel le salvó <strong>la</strong> vida, <strong>en</strong> cierta manera los habrían purificado a ambos; que habríanexpulsado los demonios <strong>la</strong>nzándolos a <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas voraces; que, realm<strong>en</strong>te, el amor podíadesarrol<strong>la</strong>r una fuerza humanizadora tan grande como <strong>la</strong> del odio; que <strong>la</strong> virtud podíatransformar a los hombres tanto como el vicio. Pero nada era para siempre; ni, por lo visto,había cura que fuera completa.«El mundo del cine está ll<strong>en</strong>o de chif<strong>la</strong>dos —decía Swatilekha a Georgeafectuosam<strong>en</strong>te—. No hay más que verle a usted, mister.» Pero Bhup<strong>en</strong> se había puesto serio:«Yo siempre consideré a Gibreel una fuerza positiva —dijo—. Un actor de una minoría queinterpretaba personajes de muchas religiones y que era aceptado. Si ha perdido el favor, ma<strong>la</strong>señal.»Dos días después, Sa<strong>la</strong>huddin Chamchawa<strong>la</strong> leía <strong>en</strong> sus periódicos dominicales que unequipo internacional de montañeros había llegado a Bombay con int<strong>en</strong>ción de int<strong>en</strong>tar <strong>la</strong> subidaal Pico Escondido; y cuando vio que con <strong>la</strong> expedición v<strong>en</strong>ía Miss Alleluia Cone, <strong>la</strong> célebre«Reina del Everest», tuvo <strong>la</strong> extraña s<strong>en</strong>sación de estar perseguido por un hechizo, de que unaparte de su imaginación se proyectaba hacia el mundo real, de que el destino adquiría <strong>la</strong> lógicaimp<strong>la</strong>cable de un sueño. «Ahora ya sé lo que es un fantasma —p<strong>en</strong>só—. Un asunto noconcluido, eso es.»* * *Durante los dos días sigui<strong>en</strong>tes, <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>cia de Allie <strong>en</strong> Bombay llegó a obsesionarle.Su p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to insistía <strong>en</strong> establecer extrañas asociaciones <strong>en</strong>tre, por ejemplo, <strong>la</strong> evid<strong>en</strong>tecuración de los pies de <strong>la</strong> mujer y el fin de sus re<strong>la</strong>ciones con Gibreel: como si él <strong>la</strong> hubieralisiado con sus celos. Él sabía que, <strong>en</strong> realidad, el<strong>la</strong> ya sufría aquel<strong>la</strong> afección de los pies antesde conocer a Gibreel, pero se <strong>en</strong>contraba <strong>en</strong> un extraño estado de ánimo, disociado de <strong>la</strong> lógica.¿Qué hacía el<strong>la</strong> aquí? ¿Por qué había v<strong>en</strong>ido? Llegó a conv<strong>en</strong>cerse de que se avecinaba un


terrible des<strong>en</strong><strong>la</strong>ce.Ze<strong>en</strong>y, que <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s operaciones <strong>en</strong> el hospital, <strong>la</strong>s confer<strong>en</strong>cias <strong>en</strong> <strong>la</strong> universidad y lospreparativos para <strong>la</strong> cad<strong>en</strong>a humana ap<strong>en</strong>as t<strong>en</strong>ía tiempo para Sa<strong>la</strong>huddin y sus estados deánimo, erróneam<strong>en</strong>te vio <strong>en</strong> su reserva y sus sil<strong>en</strong>cios <strong>la</strong> expresión de dudas sobre su regreso aBombay, sobre <strong>la</strong> forzada interv<strong>en</strong>ción <strong>en</strong> actividades políticas de una naturaleza que siempreaborreció, sobre el<strong>la</strong> misma. Para disimu<strong>la</strong>r sus temores, le hizo una especie de confer<strong>en</strong>cia: «Siestás decidido a despr<strong>en</strong>derte de tus t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cias extranjerizantes, Sa<strong>la</strong>d baba, no te dejes caerahora <strong>en</strong> una especie de limbo desligado de todo. ¿De acuerdo? Aquí estamos nosotros.Estamos de<strong>la</strong>nte de ti. Esta vez deberías tratar de establecer con esta tierra vínculos de personamayor. Trata de abrazar a esta ciudad como es, no como un recuerdo de <strong>la</strong> infancia que te causanostalgia y dolor. Acércate<strong>la</strong>. Tal como es. Haz tuyos sus defectos. Conviértete <strong>en</strong> criaturasuya. Asúme<strong>la</strong>.» Él asintió distraídam<strong>en</strong>te, y el<strong>la</strong>, p<strong>en</strong>sando que se preparaba para marcharseotra vez, salió de <strong>la</strong> habitación con una indignación que lo dejó completam<strong>en</strong>te desconcertado.¿Debía l<strong>la</strong>mar por teléfono a Allie? ¿Le habría contado Gibreel lo de <strong>la</strong>s voces?¿Debía tratar de ver a Gibreel?Va a ocurrir algo, le advertía su voz interior. Va a ocurrir y tú no sabes qué es, y nadapuedes hacer para evitarlo. Oh, sí, es algo malo.* * *Ocurrió el día de <strong>la</strong> manifestación, que por cierto, contra todos los pronósticos, tuvo unéxito bastante satisfactorio. Se registraron, sí, algunas escaramuzas <strong>en</strong> el distrito de Mazagaon,pero, <strong>en</strong> conjunto, el acto fue pacífico. Los observadores del PCI(M) informaron que se habíat<strong>en</strong>dido una cad<strong>en</strong>a de hombres y mujeres cogidos de <strong>la</strong> mano que discurríaininterrumpidam<strong>en</strong>te de arriba abajo de <strong>la</strong> ciudad, y Sa<strong>la</strong>huddin, que estaba <strong>en</strong> Muhammad AliRoad, <strong>en</strong>tre Ze<strong>en</strong>y y Bhup<strong>en</strong>, tuvo que reconocer que <strong>la</strong> imag<strong>en</strong> poseía fuerza. Muchos de losque estaban <strong>en</strong> <strong>la</strong> cad<strong>en</strong>a lloraban. La ord<strong>en</strong> de juntar <strong>la</strong>s manos fue dada por los organizadores—<strong>en</strong>tre los que Swatilekha ocupaba lugar preemin<strong>en</strong>te, circu<strong>la</strong>ndo <strong>en</strong> <strong>la</strong> parte trasera de unjeep, megáfono <strong>en</strong> mano— a <strong>la</strong>s ocho <strong>en</strong> punto de <strong>la</strong> mañana; una hora después, cuando eltráfico de <strong>la</strong> ciudad alcanzaba su punto culminante, <strong>la</strong> multitud empezó a dispersarse. Noobstante, a pesar de los miles de personas que intervinieron <strong>en</strong> el acto, a pesar de su carácterpacífico y de su m<strong>en</strong>saje positivo, <strong>la</strong> formación de <strong>la</strong> cad<strong>en</strong>a humana no fue recogida por losservicios informativos de <strong>la</strong> televisión de Doordarshan. Tampoco All-India Radio se refirió ael<strong>la</strong>. La mayoría de los periódicos proclives al Gobierno omitieron también toda m<strong>en</strong>ción. Sóloun diario <strong>en</strong> l<strong>en</strong>gua inglesa y un dominical dieron <strong>la</strong> noticia; nada más. Ze<strong>en</strong>y, recordando eltratami<strong>en</strong>to que se había dado a <strong>la</strong> cad<strong>en</strong>a de Kera<strong>la</strong>, había vaticinado este sil<strong>en</strong>cio<strong>en</strong>sordecedor cuando el<strong>la</strong> y Sa<strong>la</strong>huddin volvían a casa. «Es un acto comunista —explicó—. Porlo tanto, inexist<strong>en</strong>te.»¿Qué acaparaba los titu<strong>la</strong>res de los periódicos de <strong>la</strong> tarde?¿Qué chil<strong>la</strong>ban a los lectores <strong>en</strong> caracteres de tres c<strong>en</strong>tímetros mi<strong>en</strong>tras no se dedicaba a<strong>la</strong> cad<strong>en</strong>a humana ni un susurro de tipografía pequeña?LA REINA DEL EVEREST Y PRODUCTOR CINEMATOGRÁFICO,MUERTOSDOBLE TRAGEDIA EN MALABAR HILLGLBREEL FARISHTA, EN PARADERO DESCONOCIDO


LA MALDICIÓN DE EVEREST VILAS SE COBRA NUEVASVÍCTIMASEl cadáver del prestigioso productor cinematográfico S. S. Sisodia había sidodescubierto por el personal doméstico <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> alfombra del salón del apartam<strong>en</strong>to delcélebre actor Mr. Gibreel Farishta, con una herida de ba<strong>la</strong> <strong>en</strong> el corazón. Miss Alleluia Cone, <strong>en</strong>un accid<strong>en</strong>te que se creía «re<strong>la</strong>cionado con el hecho», había perdido <strong>la</strong> vida al caer desde <strong>la</strong>azotea del rascacielos, <strong>la</strong> misma desde <strong>la</strong> cual, unos dos años atrás, Mrs. Rekha Merchant habíaarrojado a sus hijos y a sí misma al asfalto de <strong>la</strong> calle.Los periódicos de <strong>la</strong> mañana mostraban m<strong>en</strong>os ambigüedad al referirse a <strong>la</strong> últimaactuación de Farishta. FARISHTA, SOSPECHOSO, SE ESCONDE.«Vuelvo a Scandal Point», dijo Sa<strong>la</strong>huddin a Ze<strong>en</strong>y, que, interpretando erróneam<strong>en</strong>teesta retirada a una esfera más íntima del espíritu, se disparó: «Mister, vale más que te decidasde una vez.» Él, al marcharse, no supo qué decir para tranquilizar<strong>la</strong>; ¿cómo explicarle suagobiante s<strong>en</strong>sación de culpabilidad, de responsabilidad; cómo decirle que aquel<strong>la</strong>s muerteseran <strong>la</strong>s Oscuras flores de unas semil<strong>la</strong>s que él p<strong>la</strong>ntara hacía tiempo? «Necesito p<strong>en</strong>sar —dijo<strong>en</strong> voz baja, con lo que confirmó <strong>la</strong>s sospechas de el<strong>la</strong>—: Sólo un día o dos.» «Sa<strong>la</strong>d baba —dijo Ze<strong>en</strong>y secam<strong>en</strong>te—, t<strong>en</strong>go que reconocer que tu s<strong>en</strong>tido de <strong>la</strong> oportunidad es realm<strong>en</strong>tefabuloso.»* * *La noche después de su participación <strong>en</strong> <strong>la</strong> cad<strong>en</strong>a humana, Sa<strong>la</strong>huddin Chamchawa<strong>la</strong>contemp<strong>la</strong>ba por <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana del dormitorio de su infancia <strong>la</strong>s formas nocturnas del mar deArabia cuando Kasturba dio unos rápidos golpes <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta con los nudillos. «Un hombrepregunta por ti», dijo casi <strong>en</strong> un siseo, evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te asustada. Sa<strong>la</strong>huddin no había visto anadie <strong>en</strong>trar por <strong>la</strong> puerta. «Ha l<strong>la</strong>mado a <strong>la</strong> puerta de servicio —dijo Kasturba <strong>en</strong> respuesta a supregunta—. Y, escucha, baba, es ese Gibreel. Gibreel Farishta, del que los periódicos dic<strong>en</strong>...»Su voz se apagó y el<strong>la</strong> se mordió nerviosam<strong>en</strong>te <strong>la</strong>s uñas de <strong>la</strong> mano izquierda. «¿Dónde está?»«¿Qué podía hacer? Tuve miedo —dijo Kasturba—. Lo hice pasar al estudio de tupadre. Te espera allí. Pero será mejor que no vayas. ¿L<strong>la</strong>mo a <strong>la</strong> policía? Baapu ré, qué cosas.»No. No l<strong>la</strong>mes. Iré a ver qué quiere.Gibreel estaba s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama de Changez, con <strong>la</strong> vieja lámpara <strong>en</strong> <strong>la</strong>s manos.Llevaba un pijama kurta b<strong>la</strong>nco sucio y ofrecía el aspecto del hombre que ha dormido <strong>en</strong> ma<strong>la</strong>scondiciones. T<strong>en</strong>ía los ojos extraviados, mates, muertos. «Compa —dijo con cansancio,seña<strong>la</strong>ndo una butaca con un movimi<strong>en</strong>to de <strong>la</strong> lámpara—. Como si estuvieras <strong>en</strong> tu casa.»«Ti<strong>en</strong>es un aspecto horrible», av<strong>en</strong>turó Sa<strong>la</strong>huddin, recibi<strong>en</strong>do del otro una sonrisadistante, cínica, desconocida. «Siéntate y cal<strong>la</strong>, compa —dijo Gibreel Farishta—. He v<strong>en</strong>ido acontarte un cu<strong>en</strong>to.»Entonces fuiste tú, compr<strong>en</strong>dió Sa<strong>la</strong>huddin. Tú lo hiciste: tú asesinaste a los dos. PeroGibreel había cerrado los ojos, unido <strong>la</strong>s yemas de los dedos y empezado a contar su historia,que era también el final de muchas historias, de esta manera:Kan ma kanFi qadim azzaman...


* * *Tal vez sí tal vez no hace mucho mucho tiempoBu<strong>en</strong>o algo por el estiloNo estoy seguro porque cuando vinieron a verme yo no era yo no yaar no erayo <strong>en</strong> absoluto hay días muy duros cómo decirle lo que es <strong>la</strong> <strong>en</strong>fermedad algo así perono puedo estar seguroSiempre hay una parte de mí que está fuera gritando no por favor no lo hagas pero nosirve de nada sabes cuando llega el malYo soy el ángel el maldito ángel de dios y estos días es el ángel v<strong>en</strong>gador Gibreel elv<strong>en</strong>gador siempre <strong>la</strong> v<strong>en</strong>ganza por quéNo puedo estar seguro algo así por el delito de ser humanoy sobre todo mujer pero no exclusivam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te debe pagarAlgo asíÉl me <strong>la</strong> trajo con bu<strong>en</strong>a int<strong>en</strong>ción ahora lo sé él sólo quería que hiciéramos <strong>la</strong>s paceses que-que-que no vesme dijo que el<strong>la</strong> no te ooo-olvida ni mucho m<strong>en</strong>os y tú dijo estás lo-lo-loco por el<strong>la</strong>todos lo sab<strong>en</strong> él sólo quería que hiciéramos que hiciéramos que hiciéramosPero yo oí versosTú me <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>des, compaV e r s o sManzana colorada tarta de limón sin sin sonMe gusta el café me gusta el téAzul <strong>la</strong> violeta perfumado el huerto acuérdate de mí cuando haya muerto muerto muertoCosas por el estiloNo podía sacármelos de <strong>la</strong> cabeza y el<strong>la</strong> se transformó de<strong>la</strong>nte de mis ojos yo <strong>la</strong> insultéputa y cosas así y a él yo lo conocía bi<strong>en</strong>Sisodia deg<strong>en</strong>erado de ya sabes dónde yo sabía lo que ellos pret<strong>en</strong>díanreírse de mí <strong>en</strong> mi propia casa algo asíMe gusta <strong>la</strong> manteca me gusta <strong>la</strong> tostadaVersos compa quién se inv<strong>en</strong>tará esas cosasY <strong>en</strong>tonces invoqué <strong>la</strong> ira de Dios le señalé con el dedo le disparé al corazón pero el<strong>la</strong>pécora p<strong>en</strong>saba yo pécora fría como el hieloallí quieta esperando esperando sin más y <strong>en</strong>tonces no sé no estoy seguro noestábamos solosAlgo asíAllí estaba Rekha flotando <strong>en</strong> su alfombra tú <strong>la</strong> recordarás compati<strong>en</strong>es que acordarte de Rekha <strong>en</strong> su alfombra cuando caíamos y algui<strong>en</strong> más untipo raro vestido de escocés a lo gorano <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dí el nombreEl<strong>la</strong> no sé si los veía o no los veía no estoy seguro estaba quietaFue idea de Rekha lléva<strong>la</strong> arriba <strong>la</strong> cumbre del Everest cuando llegas a lo alto yasólo puedes ir hacia abajo<strong>la</strong> señalé con el dedo subimosyo no <strong>la</strong> empujéRekha <strong>la</strong> empujóYo no <strong>la</strong> habría empujadocompaCompréndeme compa


Maldita seayo quería a esa mujer* * *Sa<strong>la</strong>huddin p<strong>en</strong>saba cómo Sisodia, con su extraño don para el <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro casual (conGibreel al casi atrepel<strong>la</strong>rlo <strong>en</strong> Londres, con el propio Sa<strong>la</strong>huddin al volverse éste, despavorido,de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> puerta de un avión y ahora, al parecer, con Alleluia Cone <strong>en</strong> el vestíbulo delhotel), finalm<strong>en</strong>te había ido a tropezarse con <strong>la</strong> muerte; y p<strong>en</strong>saba también <strong>en</strong> Allie, m<strong>en</strong>osafortunada que él <strong>en</strong> su caída, que (<strong>en</strong> vez de su ansiada asc<strong>en</strong>sión al Everest <strong>en</strong> solitario) habíahecho este fatal e ignominioso desc<strong>en</strong>so, y <strong>en</strong> que ahora él iba a morir por sus versos, y nopodía decir que <strong>la</strong> s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia de muerte fuera injusta.Sonaron golpes <strong>en</strong> <strong>la</strong> puerta. Abran, por favor. Policía. Vaya, después de todo, Kasturbalos había l<strong>la</strong>mado.Gibreel levantó <strong>la</strong> tapa de <strong>la</strong> lámpara maravillosa de Changez Chamchawa<strong>la</strong>, que cayóal suelo tintineando.Ha escondido una pisto<strong>la</strong> d<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> lámpara, advirtió Sa<strong>la</strong>huddin. «Cuidado —gritó—. Aquí d<strong>en</strong>tro hay un hombre armado.» Los golpes cesaron, y <strong>en</strong>tonces Gibreel pasó <strong>la</strong>mano por el costado de <strong>la</strong> lámpara maravillosa: una, dos, tres veces.La pisto<strong>la</strong> saltó a su otra mano.Apareció un temible jinnee de monstruosa estatura, recordó Sa<strong>la</strong>huddin. «¿Cuáles sontus deseos? Yo soy el esc<strong>la</strong>vo del que posee <strong>la</strong> lámpara.» Cómo te limita un arma, p<strong>en</strong>sabaSa<strong>la</strong>huddin, sintiéndose extrañam<strong>en</strong>te distante de los hechos. Lo mismo que Gibreel, cuando ledominaba <strong>la</strong> <strong>en</strong>fermedad. Sí, realm<strong>en</strong>te, te condiciona. Porque qué pocas eran <strong>la</strong>s opciones,ahora que Gibreel era el armado y él, Sa<strong>la</strong>huddin, el desarmado; ¡cómo se había reducido eluniverso! Los verdaderos djinns de antaño t<strong>en</strong>ían el poder de abrir <strong>la</strong>s puertas del Infinito, dehacer posibles todas <strong>la</strong>s cosas, de hacer que pudieran obrarse todos los prodigios; qué banal, <strong>en</strong>comparación, era este trasgo moderno, este desc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te deg<strong>en</strong>erado de antepasados poderosos,este débil esc<strong>la</strong>vo de una lámpara del siglo veinte.«Hace mucho tiempo —dijo Gibreel Farishta suavem<strong>en</strong>te—, te dije que si un día meconv<strong>en</strong>cía de que <strong>la</strong> <strong>en</strong>fermedad nunca iba a dejarme, que seguiría acometiéndome, no podríasoportarlo.» Entonces, muy de prisa, antes de que Sa<strong>la</strong>huddin pudiera mover un solo dedo,Gibreel se puso el cañón de <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> boca; y apretó el gatillo; y quedó liberado.Sa<strong>la</strong>huddin estaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana de su niñez, contemp<strong>la</strong>ndo el mar de Arabia. La lunaera casi ll<strong>en</strong>a; su reflejo, que se ext<strong>en</strong>día desde <strong>la</strong>s rocas de Scandal Point hasta el horizonte,creaba <strong>la</strong> ilusión de un camino p<strong>la</strong>teado, como una división <strong>en</strong> el pelo bril<strong>la</strong>nte del agua, comouna s<strong>en</strong>da hacia tierras mi<strong>la</strong>grosas. Él sacudió <strong>la</strong> cabeza; ya no podía creer <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>tos de hadas.La niñez había terminado, y <strong>la</strong> vista desde esta v<strong>en</strong>tana no era más que un viejo ecos<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>tal. ¡Al diablo con todo ello! Que vinieran los bulldozers. Si lo viejo se resistía amorir, lo nuevo no podría nacer.«V<strong>en</strong>», dijo a su <strong>la</strong>do <strong>la</strong> voz de Ze<strong>en</strong>y Vakil. Al parecer, a pesar de sus tropiezos, sudebilidad, sus culpas —a pesar de su humanidad—, iba a t<strong>en</strong>er otra oportunidad. A veces <strong>la</strong>suerte de uno era increíble, desde luego. Aquí estaba, agarrándole por el codo. «A mi casa —propuso Ze<strong>en</strong>y—. Larguémonos de aquí.»«Vamos», respondió él, y volvió <strong>la</strong> espalda al panorama.


AGRADECIMIENTOS


Las citas del Quran insertadas <strong>en</strong> <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>te obra proced<strong>en</strong> <strong>en</strong> parte de <strong>la</strong> versióninglesa de N. J. Dawood <strong>en</strong> <strong>la</strong> edición de P<strong>en</strong>guin y <strong>en</strong> parte de <strong>la</strong> versión de Mau<strong>la</strong>naMuhammad Ali (Lahore, 1973) con algún toque mío personal; el fragm<strong>en</strong>to de Faiz AhmadFaiz es una variante de <strong>la</strong> traducción de Mahmood Jamal <strong>en</strong> el P<strong>en</strong>guin Book of Modern UrduPoetry. Para <strong>la</strong> descripción del Mantícora, soy deudor del Libro de los seres imaginarios deJorge Luis Borges, mi<strong>en</strong>tras que el material sobre Arg<strong>en</strong>tina deriva <strong>en</strong> parte de los escritos deGuillermo Enrique Hudson, sobre todo Allá lejos y hace tiempo. Quiero también expresar miagradecimi<strong>en</strong>to a Pauline Melville por sus valiosos consejos sobre el uso de s<strong>la</strong>ng de <strong>la</strong>s IndiasOccid<strong>en</strong>tales; y confesar también que los poemas de Gagari son <strong>en</strong> realidad, ecos del volum<strong>en</strong>Jejuri de Arun Ko<strong>la</strong>tkar. Los versos proced<strong>en</strong>tes de The Living Doll son de Lionel Bart(copyright © 1959), reproducidos con autorización de Peter Maurice Music Co. Ltd., LondonWC2H OLD) y los de K<strong>en</strong>neth Tynan <strong>en</strong> <strong>la</strong> última parte de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> proced<strong>en</strong> de Tynan Rightand Left (copyright © K<strong>en</strong>neth Tynan, 1967).Espero que <strong>la</strong> id<strong>en</strong>tidad de muchos autores de qui<strong>en</strong>es he apr<strong>en</strong>dido cosas se despr<strong>en</strong>dac<strong>la</strong>ram<strong>en</strong>te del propio texto; otros deb<strong>en</strong> quedar <strong>en</strong> el anonimato, pero también a ellos quierodarles <strong>la</strong>s gracias.G<strong>LOS</strong>ARIO


Abba: padre, papá.afreet: demonio o gigante de <strong>la</strong> mitología musulmana.Amma: mamá.amphisba<strong>en</strong>ae: serpi<strong>en</strong>te fabulosa con una cabeza <strong>en</strong> cada extremo, que puede moverse <strong>en</strong>ambos s<strong>en</strong>tidos.behemoth: <strong>en</strong> <strong>la</strong> Biblia, bestia colosal id<strong>en</strong>tificada con el hipopótamo.bibi: señora, señorita.burga: vestido hasta los pies, con abertura para los ojos, de <strong>la</strong>s mujeres musulmanas de <strong>la</strong> Indiay el Pakistán.bustees: barrios de chabo<strong>la</strong>s.crorepati: multimillonario.chapati: pan de trigo sin levadura <strong>en</strong> forma de torta.chappals: sandalias.chhi chhi: interjección que expresa vergü<strong>en</strong>za o disgusto.dabba: almuerzo.dhaba: taberna.djin o afreet: gigante o demonio de <strong>la</strong> mitología musulmana.djinni: espíritu que habita <strong>en</strong> el mundo, según <strong>la</strong> doctrina islámica.farangi: persona de raza b<strong>la</strong>nca.funtoosh: liquidado, acabado, hundido.gazal: canción.gopi: pastora de rebaños celestiales, danzarina del paraíso.Haj: peregrinación.hubshee: etíope o abisinio, aplicado despectivam<strong>en</strong>te a negro africano.hijra: travestido.jalebis: pastel dorado.kabaddi: juego popu<strong>la</strong>r <strong>en</strong> el norte de <strong>la</strong> India y Pakistán, <strong>en</strong>tre dos equipos de nuevemuchachos.Khattam-shud: dama, título de cortesía.kurta: camisa.<strong>la</strong>thi: bastón pesado, g<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te de bambú y de hierro, utilizado por <strong>la</strong> policía.Mul<strong>la</strong>h: maestro de leyes y doctrina islámicas.Munshi: profesor.namaste: saludo juntando <strong>la</strong>s manos e inclinando el cuerpo.nawab: pot<strong>en</strong>tado.nikah: boda, contrato matrimonial.


obeah: brujería practicada por los negros.ohé: eh, oye.paan: nuez de areca y especias, <strong>en</strong>vueltas <strong>en</strong> hoja de betel, que se mastican como estimu<strong>la</strong>nte.padyatra: peregrinación hindú a pie.panchayat: Consejo de pueblo, una institución muy antigua. Literalm<strong>en</strong>te «consejo de loscinco», pero puede t<strong>en</strong>er cualquier número de miembros. Tribunal que juzga pequeñas faltas.purdah: reclusión de <strong>la</strong> mujer musulmana, especialm<strong>en</strong>te cuando utiliza el velo, o el velomismo.puri: galleta ligera.qasidah; poema u oda, panegírico o elegiaco, g<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te dividido <strong>en</strong> tres partes.rishi: santones.roc: leg<strong>en</strong>daria ave de rapiña tan grande y tan fuerte que puede llevar <strong>en</strong>tre sus garras grandesanimales.samosa: empanadil<strong>la</strong> de verduras.silkie: pollo pequeño que se distingue por su plumaje <strong>la</strong>rgo y sedoso.Swadeshi: movimi<strong>en</strong>to nacionalista de B<strong>en</strong>ga<strong>la</strong> que propugnaba el fom<strong>en</strong>to de <strong>la</strong>s industriasindíg<strong>en</strong>as con materiales propios.toddy: vino de palma.wal<strong>la</strong>h: persona que realiza cualquier trabajo o presta cualquier servicio; <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra sirve paraformar infinidad de compuestos (dabba-wal<strong>la</strong>h: repartidor de almuerzos, etcétera).wog: nombre of<strong>en</strong>sivo para el extranjero, especialm<strong>en</strong>te de extracción árabe.yaar: amigo.yoni: vagina, vulva.zamindar: terrat<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te y recaudador de impuestos.z<strong>en</strong>ana: parte de <strong>la</strong> casa reservada a <strong>la</strong>s mujeres.ÍNDICE


I. El ángel Gibreel ..................................... 5II. Mahound.................................................. 55III. Eleo<strong>en</strong>e Deerreeese ............................. 77IV. Ayesha ................................................ 121V. Una ciudad visible pero no vista ........... 142VI. Regreso a Jahilia ................................. 208VIL El ángel Azraeel ................................. 229VIII. La retirada del mar de Arabia.............. 272IX. Una lámpara maravillosa ..................... 293Agradecimi<strong>en</strong>tos ............................................ 316Glosario ........................................................ 317

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!