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13.07.2015 Views

protestar por la violencia en los campos, y una impresionante multitud gaitanistasobrecogió a Bogotá al marchar y concentrarse de un modo disciplinado y silencioso.Aquel pueblo demostraba que no era una hidra vociferante, que podía ser una fuerzapoderosa y tranquila, y esto exasperó a los dueños del país. A partir de ese momentoGaitán era el jefe de la mayor fuerza popular de nuestra historia y, de acuerdo con elorden democrático, era el seguro presidente de la república. Llegaría al poder no sólo conun gran respaldo popular sino con una enorme claridad sobre las reformas querequeríamos y sobre el país que Colombia debía llegar a ser para impedir la perdición demillones de seres humanos.Gaitán debió presentir que un modelo de desarrollo deshumanizado sería capaz desacrificar a los campesinos de Colombia, que eran la mayoría de la población, parafavorecer sin atenuantes los designios ciegos de un capitalismo salvaje. Como alcalde deBogotá había fijado en los sitios públicos el valor oficial de la hora de trabajo, para dar alos trabajadores una idea de su dignidad y de sus derechos. Como ministro de Educaciónintentó abrirle paso infructuosamente a una reforma educativa radical que respondiera alas necesidades del país que crecía. Aún es posible oír en sus discursos su interés porimpedir que una economía de privilegios precipitara a Colombia en la pauperización y elaplastamiento de las gentes más pobres. Sus enemigos comprendieron entonces que lademocracia llevaría a Gaitán al poder y procedieron a ofrecerle su apoyo a cambio de queél aceptara su asesoría, es decir, compartiera con ellos su triunfo y les permitieraescoltarlo. Gaitán se negó, y arreciaron en su campaña difamatoria. La última ráfaga deaquella oposición rabiosa debió armar la mano fanática o mercenaria que le dio muerte. Yasí comenzó la gigantesca contrarrevolución (o antirrevolución, ya que conjuraba algo queaún no se había cumplido) que marcó de un modo trágico el destino de Colombia en los50 años siguientes.Esta contrarrevolución tuvo tres etapas, cada una de ellas peor que la anterior. Laprimera fue el asesinato del caudillo, que provocó el incendio de la capital. La segunda fuela Violencia de los años cincuenta, que despobló los campos de Colombia e hizo crecerdramáticamente las ciudades con millones de desplazados arrojados a la miseria. Latercera fue el pacto aristocrático del Frente Nacional, mediante el cual los instigadores dela violencia se beneficiaron de ella y se repartieron el poder durante 20 años,proscribiendo toda oposición, cerrando el camino de acceso a la riqueza para las clasesmedias emprendedoras, y manteniendo a los pobres en condiciones de extremodesamparo mientras acrecentaban hasta lo obsceno sus propios capitales.El 9 de abril de 1948 fue la fecha más aciaga del siglo para Colombia. No porque enella, como lo pretenden los viejos poderes, se haya roto la continuidad de nuestro ordensocial, sino porque ese día se confirmó de un modo dramático. La estructura delmovimiento gaitanista, con su sujeción a la figura y el pensamiento del caudillo, permitió ladesmembración y la disolución de aquella aventura en la que se cifraba el porvenir delpaís. Gaitán tenía clara la necesidad de un proyecto nacional donde cupiera el país entero;una nación de blancos y de mestizos, de negros y de inmigrantes que pudierareconciliarse con el espíritu de los pueblos nativos del territorio, y extraer de esacomplejidad una manera singular de estar en el mundo. Pero esa claridad lo llevó aenfrentarse ingenuamente, es decir, de un modo valeroso, sincero y desarmado, a esaclase dirigente que se lucraba de la miseria nacional y que despreciaba profundamentetodo lo que no cupiera en su mezquina órbita de privilegios. Una casta de mestizos confortuna que nunca había intentado ser colombiana, ni identificarse con nuestra geografía,con nuestra naturaleza, con nuestra población; que continuamente se avergonzaba, comosigue haciéndolo hoy, de este mundo tan poco parecido al idolatrado mundo europeo. Unaélite deplorable que viajaba a Europa y a Norteamérica, no a llevar con orgullo el mensajede un pueblo dignificado por el respeto y afirmado en su territorio, sino a simular sereuropea, y a procurar por los métodos más serviles ser aceptada por un mundo que noignoraba su condición de rastacueros y su falta de carácter.El discurso de Gaitán merece muchas reflexiones. Es singular que en un paísenvanecido por la retórica de sus gramáticos y de sus académicos haya sido un hombrede origen humilde quien ennobleció el lenguaje de la política; quien, exhibiendo un granrefinamiento sintáctico y una notable claridad de pensamiento, haya tenido eco en unpueblo pretendidamente ignorante y salvaje. No podemos olvidar que también la granempresa de renovar la lengua castellana y de convertirla en una lengua americana habíasido liderada por un indio nicaragüense, Rubén Darío; y que la gran poesía colombiana de

entonces estaba siendo escrita por un hijo de campesinos de Santa Rosa de Osos queprácticamente nunca había estado en la escuela. Ello parece asombroso pero es natural:la lengua, como el sentimiento religioso, es hija de los pueblos; son ellos sus creadores ysus transformadores, y las academias, como los eclesiásticos, no son más que los avarosadministradores de un tesoro que no siempre comprenden.Lo que parecía insinuarse en el horizonte del gaitanismo era una suerte de revoluciónnacional, de transformación de la ideología que reinaba por el poder de los partidos en elalma del pueblo; y la conformación de una gran franja de opinión capaz de llevar no sólo aGaitán a la presidencia sino al país a un nuevo comienzo. Lo que parcialmente habíanconquistado países como México, cuya identificación consigo mismos, cuyo respeto porlas raíces nativas, cuya afirmación en su propio pueblo, en su música, en su gastronomía,en su indumentaria, en sus tradiciones, eran un ejemplo para el desconcertado continentemestizo, y cuya revolución, sin duda llena de errores y de hechos dolorosos y trágicos,había conferido sin embargo un profundo sentimiento de orgullo y de dignidad a susgentes.Como suele ocurrir con los magnicidios, el asesinato de Gaitán nos ha sido presentadocomo el crimen solitario de un enajenado o de un fanático. Lo que no podemos ignorar esel clima social y político en que se cumplió el hecho, los sectores visiblemente interesadosen la desaparición del líder, y los que se benefician con ella. Si la mano que lo mató fuefanática o fue mercenaria, es algo indiferente: la causa evidente del crimen fue la campañade difamación realizada contra él por la gran prensa, que lo mostraba como un peligropara la sociedad, como alguien que venía a destruir el país, y que lo caricaturizaba comoun salvaje a la cabeza de una banda de caníbales. El crimen produjo en todo el país unespontáneo levantamiento hecho de frustración y de desesperanza, pero incapaz degrandes propósitos y aun de trazarse nobles tareas inmediatas. Entre incendios y rapiña yestragos, el pueblo comprendió que una vez más sus esperanzas habían muerto, y tal vezcomprendió también que el poder imperante jamás permitiría una transformación de lasociedad por las vías democráticas y pacíficas que Gaitán había escogido. Pero allícomenzó también la segunda fase de esa poderosa contrarrevolución, porque advertidosdel peligro de un movimiento popular, los partidos políticos tradicionales se lanzaron a lareconquista de sus huestes y se esforzaron por contrarrestar los efectos del discurso deGaitán. Para ello radicalizaron su lenguaje partidista, magnificaron una maraña dediferencias retóricas entre los dos partidos, y utilizando todos los recursos y todos losmedios de influencia, fanatizaron a la ingenua población campesina.Tal vez no se proponían desatar una oleada de violencia, pero el modo criminal eirresponsable como atizaron las hogueras del odio para ganar la fidelidad de sus prosélitoscondena para siempre a los jefes de ambos partidos que precipitaron a Colombia en lamás siniestra época de su historia. Gentes humildes que se habían conocido toda la vida,que se habían criado juntas, se vieron de pronto conminadas a responder a viejos odiosinsepultos, y sin saber cómo, sin saber por qué, sin el menor beneficio, se dejaronarrastrar por el increíble poder de la retórica facciosa que los bombardeaba desde lastribunas, desde los púlpitos y desde los grandes medios de comunicación, y la carniceríacomenzó. Entre 1945 y 1965 Colombia vivió una verdadera orgía de sangre que marcódesalentadoramente su futuro. Más asombroso aún es que quienes precipitaron al país enese horror sean los mismos que siguen dirigiéndolo, aquellos cuyo discurso es el únicoque impera en la sociedad, aquellos que se resisten a entender que si bien se hanenriquecido hasta lo indecible, han fracasado ante la historia; que tuvieron el país en susmanos durante más de un siglo y que el resultado de su manera de pensar y de obrar esesto que tenemos ante nosotros: violencia, caos, corrupción, inseguridad, cobardía,miseria y la desdicha de millones de seres humanos. Afortunadamente ya no es necesarioagotarse en argumentos para demostrar el fracaso de los dos partidos y de sus élites:basta mostrar el país que tenemos.Alguna vez, con triste ironía, el historiador inglés Eric Hobsbawm escribió que lapresencia de hombres armados forma parte natural del paisaje colombiano, como lascolinas y los ríos. Es difícil, ciertamente, encontrar épocas de la historia en que nuestroscampos no hayan sido escenario de hombres en armas, y el mismo Hobsbawm ha dichoque la Violencia colombiana de los años cincuenta representó una de las mayoresmovilizaciones de civiles armados del hemisferio occidental en el siglo XX. Las huestes delos revolucionarios mexicanos recorrieron su país luchando por la Tierra y la Libertad queles predicaba Emiliano Zapata. Es triste comprobar que los hombres en armas de

entonces estaba siendo escrita por un hijo de campesinos de Santa Rosa de Osos queprácticamente nunca había estado en <strong>la</strong> escu<strong>el</strong>a. Ello parece asombroso pero es natural:<strong>la</strong> lengua, como <strong>el</strong> sentimiento r<strong>el</strong>igioso, es hija de los pueblos; son <strong>el</strong>los sus creadores ysus transformadores, y <strong>la</strong>s academias, como los eclesiásticos, no son más que los avarosadministradores de un tesoro que no siempre comprenden.Lo que parecía insinuarse en <strong>el</strong> horizonte d<strong>el</strong> gaitanismo era una suerte de revolución<strong>nacional</strong>, de transformación de <strong>la</strong> ideología que reinaba por <strong>el</strong> poder de los partidos en <strong>el</strong>alma d<strong>el</strong> pueblo; y <strong>la</strong> conformación de una gran <strong>franja</strong> de opinión capaz de llevar no sólo aGaitán a <strong>la</strong> presidencia sino al país a un nuevo comienzo. Lo que parcialmente habíanconquistado países como México, cuya identificación consigo mismos, cuyo respeto por<strong>la</strong>s raíces nativas, cuya afirmación en su propio pueblo, en su música, en su gastronomía,en su indumentaria, en sus tradiciones, eran un ejemplo para <strong>el</strong> desconcertado continentemestizo, y cuya revolución, sin duda llena de errores y de hechos dolorosos y trágicos,había conferido sin embargo un profundo sentimiento de orgullo y de dignidad a susgentes.Como su<strong>el</strong>e ocurrir con los magnicidios, <strong>el</strong> asesinato de Gaitán nos ha sido presentadocomo <strong>el</strong> crimen solitario de un enajenado o de un fanático. Lo que no podemos ignorar es<strong>el</strong> clima social y político en que se cumplió <strong>el</strong> hecho, los sectores visiblemente interesadosen <strong>la</strong> desaparición d<strong>el</strong> líder, y los que se benefician con <strong>el</strong><strong>la</strong>. Si <strong>la</strong> mano que lo mató fuefanática o fue mercenaria, es algo indiferente: <strong>la</strong> causa evidente d<strong>el</strong> crimen fue <strong>la</strong> campañade difamación realizada contra él por <strong>la</strong> gran prensa, que lo mostraba como un p<strong>el</strong>igropara <strong>la</strong> sociedad, como alguien que venía a destruir <strong>el</strong> país, y que lo caricaturizaba comoun salvaje a <strong>la</strong> cabeza de una banda de caníbales. El crimen produjo en todo <strong>el</strong> país unespontáneo levantamiento hecho de frustración y de desesperanza, pero incapaz degrandes propósitos y aun de trazarse nobles tareas inmediatas. Entre incendios y rapiña yestragos, <strong>el</strong> pueblo comprendió que una vez más sus esperanzas habían muerto, y tal vezcomprendió también que <strong>el</strong> poder imperante jamás permitiría una transformación de <strong>la</strong>sociedad por <strong>la</strong>s vías democráticas y pacíficas que Gaitán había escogido. Pero allícomenzó también <strong>la</strong> segunda fase de esa poderosa contrarrevolución, porque advertidosd<strong>el</strong> p<strong>el</strong>igro de un movimiento popu<strong>la</strong>r, los partidos políticos tradicionales se <strong>la</strong>nzaron a <strong>la</strong>reconquista de sus huestes y se esforzaron por contrarrestar los efectos d<strong>el</strong> discurso deGaitán. Para <strong>el</strong>lo radicalizaron su lenguaje partidista, magnificaron una maraña dediferencias retóricas entre los dos partidos, y utilizando todos los recursos y todos losmedios de influencia, fanatizaron a <strong>la</strong> ingenua pob<strong>la</strong>ción campesina.Tal vez no se proponían desatar una oleada de violencia, pero <strong>el</strong> modo criminal eirresponsable como atizaron <strong>la</strong>s hogueras d<strong>el</strong> odio para ganar <strong>la</strong> fid<strong>el</strong>idad de sus prosélitoscondena para siempre a los jefes de ambos partidos que precipitaron a Colombia en <strong>la</strong>más siniestra época de su historia. Gentes humildes que se habían conocido toda <strong>la</strong> vida,que se habían criado juntas, se vieron de pronto conminadas a responder a viejos odiosinsepultos, y sin saber cómo, sin saber por qué, sin <strong>el</strong> menor beneficio, se dejaronarrastrar por <strong>el</strong> increíble poder de <strong>la</strong> retórica facciosa que los bombardeaba desde <strong>la</strong>stribunas, desde los púlpitos y desde los grandes medios de comunicación, y <strong>la</strong> carniceríacomenzó. Entre 1945 y 1965 Colombia vivió una verdadera orgía de sangre que marcódesalentadoramente su futuro. Más asombroso aún es que quienes precipitaron al país enese horror sean los mismos que siguen dirigiéndolo, aqu<strong>el</strong>los cuyo discurso es <strong>el</strong> únicoque impera en <strong>la</strong> sociedad, aqu<strong>el</strong>los que se resisten a entender que si bien se hanenriquecido hasta lo indecible, han fracasado ante <strong>la</strong> historia; que tuvieron <strong>el</strong> país en susmanos durante más de un siglo y que <strong>el</strong> resultado de su manera de pensar y de obrar esesto que tenemos ante nosotros: violencia, caos, corrupción, inseguridad, cobardía,miseria y <strong>la</strong> desdicha de millones de seres humanos. Afortunadamente ya no es necesarioagotarse en argumentos para demostrar <strong>el</strong> fracaso de los dos partidos y de sus élites:basta mostrar <strong>el</strong> país que tenemos.Alguna vez, con triste ironía, <strong>el</strong> historiador inglés Eric Hobsbawm escribió que <strong>la</strong>presencia de hombres armados forma parte natural d<strong>el</strong> paisaje <strong>colombia</strong>no, como <strong>la</strong>scolinas y los ríos. Es difícil, ciertamente, encontrar épocas de <strong>la</strong> historia en que nuestroscampos no hayan sido escenario de hombres en armas, y <strong>el</strong> mismo Hobsbawm ha dichoque <strong>la</strong> Violencia <strong>colombia</strong>na de los años cincuenta representó una de <strong>la</strong>s mayoresmovilizaciones de civiles armados d<strong>el</strong> hemisferio occidental en <strong>el</strong> siglo XX. Las huestes d<strong>el</strong>os revolucionarios mexicanos recorrieron su país luchando por <strong>la</strong> Tierra y <strong>la</strong> Libertad qu<strong>el</strong>es predicaba Emiliano Zapata. Es triste comprobar que los hombres en armas de

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