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Mil millones de tuberías (Capítulo 1) - Anaya Infantil y Juvenil

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lidad tenía. El Rey miró el reloj que colgaba en lapared: el péndulo balanceaba <strong>de</strong> un lado a otro alos dos osos negros que formaban el emblema <strong>de</strong>lreino.«Pero si apenas es mediodía», pensó.Maximiliano X respiró profundamente y observócrecer el misterioso punto <strong>de</strong> luz: la estrella aumentaba<strong>de</strong> tamaño y brillo a cada instante quepasaba, convirtiéndose poco a poco en un segundosol. Luego, retiró su real mirada <strong>de</strong> aquella bola<strong>de</strong> luz, cuyo refulgir comenzaba ya a dañar losojos, y la <strong>de</strong>scansó sobre su propio palacio.Era una <strong>de</strong> las primeras mañanas <strong>de</strong> septiembre,mañanas templadas en las que el verano se adormilaacortando los días. El Rey acarició pensativosu barbilla afeitada; nadie parecía haber reparadoen la estrella diurna: sus hombres custodiaban laspuertas y las almenas, los criados cruzaban <strong>de</strong>spreocupadospor el patio <strong>de</strong> armas.Colina abajo, la ciudad bulliciosa vivía una habitualmañana <strong>de</strong> trabajo. Las gentes hacían suvida cotidiana entre los millares <strong>de</strong> tuberías quecruzaban, ro<strong>de</strong>aban, atravesaban y comunicabancada casa, sin reparar en que la piel metálica <strong>de</strong>los tubos reflejaba aquel día el brillo <strong>de</strong> dos solesdistintos.El reloj <strong>de</strong> la torre comenzó a dar las doce campadas<strong>de</strong>l mediodía y bajo el arco <strong>de</strong> entrada alpalacio se inició el ceremonioso cambio <strong>de</strong> guardiaque cada mañana tenía lugar a esa hora. La rutina<strong>de</strong> todos los días.Intrigado, el rey Flaco <strong>de</strong>cidió hacer llamar a suconsejero.11

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