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Mil millones de tuberías (Capítulo 1) - Anaya Infantil y Juvenil

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© Del texto: Diego Arboleda, 2009© De las ilustraciones: Raúl Sagospe, 2009© De esta edición: Grupo <strong>Anaya</strong>, S.A., Madrid, 2009Juan Ignacio Luca <strong>de</strong> Tena, 15. 28027 Madridwww.mmtuberias.ese-mail: anayainfantilyjuvenil@anaya.es1.ª edición: abril <strong>de</strong> 2009ISBN: 978-84-667-8485-6Depósito legal: M. 11876/2009Impreso en Huertas, S.A.Fuenlabrada (Madrid)Impreso en España - Printed in SpainLas normas ortográficas seguidas en este libroson las establecidas por la Real Aca<strong>de</strong>mia Españolaen su última edición <strong>de</strong> la Ortografía, <strong>de</strong>l año 1999.Diego ArboledaMiL MiLLoNes DetuBeRíasIlustraciones <strong>de</strong>Raúl SagospeReservados todos los <strong>de</strong>rechos. El contenido <strong>de</strong> esta obra está protegidopor la Ley, que establece penas <strong>de</strong> prisión y/o multas, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> lascorrespondientes in<strong>de</strong>mnizaciones por daños y perjuicios, para quienesreprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todoo en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación,interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo <strong>de</strong> soporte ocomunicada a través <strong>de</strong> cualquier medio, sin la preceptiva autorización.


ÍndicePRIMERA PARTE1. El meteorito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92. En palacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 313. La Resistencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 694. La Gran Tubería . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 855. Un ladrón nocturno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109SEGUNDA PARTE6. El rey Flaco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1237. Esta batalla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1418. Más mal humor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1559. El Astrónomo Real . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16310. El final <strong>de</strong> la huida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18711. El rey Longo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197


Primera parteEl día que brillaron dos soles en el cielo(y uno <strong>de</strong> ellos, <strong>de</strong> repente, cayó al suelo)


1El meteoritoAsomado a la ventana estaba el rey Flaco.Bostezaba contemplando las tierras sobrelas que gobernaba, un valle enorme y escondidopor el que se extendía un vasto reino <strong>de</strong>fábricas, metal y tuberías. Sobre la tierra oscura yrica crecía la hierba gris y brillante. Bajo su palacio,los tubos y las vigas, las persianas metálicas ylas puertas inoxidables construían una sólida ciuda<strong>de</strong>n la que vivir.En el horizonte, a lo lejos, la frontera la marcabanprimero las torretas <strong>de</strong> alta tensión, luego lasmontañas con sus inagotables minas y sus cumbresnevadas y, más arriba, el cielo.En el cielo fue don<strong>de</strong> el rey Flaco, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la altura<strong>de</strong> su torre, divisó una estrella. Su ceño se frunciósobre sus cansados ojos azules y un pequeñoremolino <strong>de</strong> arrugas surgió en su frente, envejeciéndolediez años más <strong>de</strong> los cincuenta que en rea-


lidad tenía. El Rey miró el reloj que colgaba en lapared: el péndulo balanceaba <strong>de</strong> un lado a otro alos dos osos negros que formaban el emblema <strong>de</strong>lreino.«Pero si apenas es mediodía», pensó.Maximiliano X respiró profundamente y observócrecer el misterioso punto <strong>de</strong> luz: la estrella aumentaba<strong>de</strong> tamaño y brillo a cada instante quepasaba, convirtiéndose poco a poco en un segundosol. Luego, retiró su real mirada <strong>de</strong> aquella bola<strong>de</strong> luz, cuyo refulgir comenzaba ya a dañar losojos, y la <strong>de</strong>scansó sobre su propio palacio.Era una <strong>de</strong> las primeras mañanas <strong>de</strong> septiembre,mañanas templadas en las que el verano se adormilaacortando los días. El Rey acarició pensativosu barbilla afeitada; nadie parecía haber reparadoen la estrella diurna: sus hombres custodiaban laspuertas y las almenas, los criados cruzaban <strong>de</strong>spreocupadospor el patio <strong>de</strong> armas.Colina abajo, la ciudad bulliciosa vivía una habitualmañana <strong>de</strong> trabajo. Las gentes hacían suvida cotidiana entre los millares <strong>de</strong> tuberías quecruzaban, ro<strong>de</strong>aban, atravesaban y comunicabancada casa, sin reparar en que la piel metálica <strong>de</strong>los tubos reflejaba aquel día el brillo <strong>de</strong> dos solesdistintos.El reloj <strong>de</strong> la torre comenzó a dar las doce campadas<strong>de</strong>l mediodía y bajo el arco <strong>de</strong> entrada alpalacio se inició el ceremonioso cambio <strong>de</strong> guardiaque cada mañana tenía lugar a esa hora. La rutina<strong>de</strong> todos los días.Intrigado, el rey Flaco <strong>de</strong>cidió hacer llamar a suconsejero.11


Carpio, el consejero real, acudió <strong>de</strong> inmediato.—¿Cómo os encontráis hoy, Majestad?Como siempre, sus ojos saltones brillaban encontraste con la blancura <strong>de</strong> su rostro y <strong>de</strong> su cráneo<strong>de</strong>sierto. Ni un solo pelo afloraba en esa cabezaangulosa envuelta en una piel <strong>de</strong>lgada y tensa.Su figura sorpren<strong>de</strong>ría a aquel que le viera por primeravez; sin embargo, al igual que casi todo eneste reino <strong>de</strong> tuberías, en nada se diferenciaba elaspecto <strong>de</strong>l consejero <strong>de</strong>l que hubiera lucido cualquierotro día: ni joven ni viejo, con un uniformenegro dividido por una hilera <strong>de</strong> treinta botones<strong>de</strong> plata y, sobre ellos, nuez, barbilla y nariz afiladas,alineadas las tres perfectamente con la direcciónmarcada por los botones. Y no nos olvi<strong>de</strong>mos<strong>de</strong> sus brazos, dos brazos huesudos pegados al pechoy con las manos apuntando hacia <strong>de</strong>lante,como si en cualquier momento fueran a lanzar unhechizo.Así fue como se asomó a la ventana.—Lo estamos vigilando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Observatorio,Majestad.El rey Maximiliano se giró para comprobarque, en efecto, la cúpula <strong>de</strong>l Observatorio tenía eltelescopio totalmente extendido, escrutando loscambios <strong>de</strong> esa nueva estrella.El consejero Carpio arrugó sus finos labios y<strong>de</strong>jó escapar entre ellos una frase poco esclarecedora:—Ahora solo queda esperar.12


En ese mismo momento, en el campo, en casa<strong>de</strong> M tenía lugar una batalla.Esta batalla.Un grupo <strong>de</strong> niños se arremolinaba bajo el entrechocar<strong>de</strong> espadas, la sacudida <strong>de</strong> las armadurasy el temblor <strong>de</strong> los yelmos.M estaba en el suelo, lamentándose <strong>de</strong> habersepisado uno <strong>de</strong> los cordones. Pero allí lo importanteera el combate, así que no se lamentó más <strong>de</strong> lonecesario, lo ató con rapi<strong>de</strong>z para po<strong>de</strong>r volver ala lucha cuanto antes, y por eso, nada más levantarse,el nudo comenzó <strong>de</strong> nuevo a <strong>de</strong>satarse.La Guardia Real, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la guardia personal<strong>de</strong>l Rey, era, con diferencia, su juego preferido. Mno se cansaba <strong>de</strong> explicárselo a todo aquel quequisiera escucharle:—Fíjate bien, no son simples soldados, su extraordinariaequipación <strong>de</strong> armas letales y alucinantesarmaduras les hacen prácticamente invencibles.Eso <strong>de</strong>cía. La boca se le llenaba <strong>de</strong> palabras ylos ojos se le encendían cuando hablaba <strong>de</strong> ellos.—¡Necesito ayuda, Gatucho! —gritó <strong>de</strong> pronto,acorralado por dos adversarios y a punto <strong>de</strong> sertraicionado <strong>de</strong> nuevo por su propio cordón.—¡Miaooo...!De entre el remolino surgió primero un maullidoy, tras el maullido, apareció un pequeñajo combatienteque avanzó a gran<strong>de</strong>s saltos pisando lascabezas <strong>de</strong> luchadores amigos y enemigos. Cuandollegó hasta M no <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> saltar, ya que el particularmétodo <strong>de</strong> combate <strong>de</strong> Gatucho consistía enencaramarse a la espalda <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> chicos ybrincar sobre ellos hasta tumbarlos.M se alejó pru<strong>de</strong>ntemente en cuanto pudo. Elfuror saltarín <strong>de</strong> Gatucho era difícil <strong>de</strong> controlar, ya menudo parecía disputar una guerra propia en laque todos eran objetivo <strong>de</strong> sus saltos.Separado unos pasos <strong>de</strong> la pelea, se concedió unbreve instante <strong>de</strong> tranquilidad y, como el general<strong>de</strong> un gran ejército, observó satisfecho el torbellino<strong>de</strong> la batalla.1415


M y sus amigos luchaban con tubos en vez <strong>de</strong>espadas, vestían unas armaduras <strong>de</strong> alambre queles había costado mucho trabajo fabricar y se protegíanla cabeza con un cubo recortado y adornadoque hacía las veces <strong>de</strong> yelmo.El patio se quedaba terriblemente solitario a esahora, y M, por llenar ese vacío, era capaz <strong>de</strong> lucharél solo durante diez minutos más. Claro queal final siempre abandonaba el combate, no porquenecesitara a otros para esgrimir el tubo, sinoporque a solas era aún más evi<strong>de</strong>nte que todoaquello era un juego, y no una aventura <strong>de</strong> verdad.—Maoohgg...Alguien estaba sentándose encima <strong>de</strong>l casco <strong>de</strong>Gatucho, chafándole las dos orejas <strong>de</strong> papel <strong>de</strong>plata que el pequeñajo había añadido a su cubo.Aunque con seguridad era un castigo merecido, el<strong>de</strong>ber le obligó a lanzarse a liberar a su amigo.Esta equipación casera era mucho menos temibleque la <strong>de</strong> los auténticos guardias, pero eso noles impedía pasar estos últimos días <strong>de</strong> vacacionesvenciéndose y <strong>de</strong>rrotándose mutuamente, haciendovolar el tiempo hasta la hora en que los padresles reclamaban <strong>de</strong> vuelta a casa, cuando los chicos,ninguno mayor <strong>de</strong> once años, se veían obligados aabandonar la lucha y <strong>de</strong>cir adiós a M, llevándoseconsigo las armaduras, los rasguños y los moratones.1617


M no solo era el único chico <strong>de</strong> su pandilla quevivía en una casa con patio, sino que también erael único que tenía un trozo <strong>de</strong> patio que era suyo,tan suyo como el tuboespada, el cuboyelmo o laarmadura <strong>de</strong> alambre.Hasta don<strong>de</strong> M podía recordar, sus padressiempre habían trabajado como ingenieros para laReal Compañía Eléctrica. Pero hace apenas año ymedio, a su padre le ascendieron, nombrándolesupervisor <strong>de</strong> las torretas <strong>de</strong> alta tensión <strong>de</strong> lazona sur <strong>de</strong>l reino, así que tuvieron que mudarsefuera <strong>de</strong> la ciudad. A M no le fue fácil aclimatarsea la vida en el campo, a los prados grises, las bandadas<strong>de</strong> cuervos y a un horizonte amplio y azulado,interrumpido solo <strong>de</strong> vez en cuando por elhumo <strong>de</strong> alguna <strong>de</strong> las fábricas o el caparazónblanco <strong>de</strong> algún inverna<strong>de</strong>ro.Los primeros meses extrañó mucho el bullicio<strong>de</strong> la ciudad, las aceras y los bloques <strong>de</strong> pisos;pero, sobre todo, echó <strong>de</strong> menos las tuberías que,entre los edificios, recorrían calles y plazas, trepandohacia el palacio en mil y un ángulos rectos.En el campo las tuberías escaseaban, y solo se lasveía aparecer <strong>de</strong> tanto en tanto, asomando comoel extremo <strong>de</strong> un periscopio o mostrando un codosemioculto por la hierba, semejante al brazo <strong>de</strong> ungigante enterrado.A<strong>de</strong>más, en el campo, las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> ver aun guardia real eran tan pequeñas como las <strong>de</strong> encontraruna tubería cuadrada.Por eso, buscando que M apreciara cuanto antessu nuevo hogar, cuando visitaron por primeravez la casa, su padre le dijo:—Este gran patio es para todos, pero esa parte<strong>de</strong> allí es tuya, hijo, para ti, pue<strong>de</strong>s hacer con ellalo que quieras: construirte una caseta, <strong>de</strong>jar crecerla hierba hasta que te cubra o cavar un agujero.M no hizo ninguna <strong>de</strong> esas tres cosas, pero síotras muchas, especialmente batallas <strong>de</strong> guardiasreales. Sus amigos, M, y hasta sus padres, llamabanal patio «patio», y a su trozo «su patio». Eransolo palabras, pero M estaba orgulloso y sus amigosle envidiaban.Pues bien, <strong>de</strong> su patio tuvieron que salir corriendopara refugiarse en casa a una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> sumadre, que, extrañada, vio cómo brillaban dos solesen el cielo. Y en su patio, al cabo <strong>de</strong> mediahora, cayó una roca enorme que hizo un agujeroigual <strong>de</strong> enorme en el que se quedó clavada.1819


—Majestad, era un meteorito —dijo el consejero.—Sí, y ha caído en el campo —confirmó el Rey.—Es un meteorito —dijo la madre <strong>de</strong> M.—¿Un qué? —preguntó Gatucho <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el interior<strong>de</strong> su cubo.M sabía lo que era un meteorito: una roca quevenía <strong>de</strong>l espacio.«Y ha caído en mi patio», pensó.


M abandonó la ventana, también la protección<strong>de</strong> la casa, y se acercó a la gran piedra con cuidado<strong>de</strong> no caer al agujero. Allí permaneció callado,observando el meteorito. Tras él salió su madre,que se puso a su lado y apoyó una mano en suhombro. Luego salieron Gatucho y los chicos, yluego acudió su padre, y los padres <strong>de</strong> sus amigos,que venían a buscarles para llevarles a comer acasa; vinieron también los pocos vecinos que teníaallí la familia <strong>de</strong> M y se sumó algún hombre quepor casualidad pasaba en ese momento por el lugar.Todos se situaron alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la roca, admirandoen silencio el espectáculo.La roca era <strong>de</strong> un intenso tono marrón y, comosi la acabaran <strong>de</strong> cocinar, producía un <strong>de</strong>nso humo<strong>de</strong>l mismo color, que comenzaba en sus grietas yagujeros y llegaba hasta el cielo.Gracias a esa columna <strong>de</strong> humo marrón (totalmentedistinta <strong>de</strong> las nubes blanquinegras que expulsabanlas chimeneas <strong>de</strong> las fábricas) los hombres<strong>de</strong> Su Majestad Maximiliano X encontraronrápidamente el lugar exacto en el que había caídoel meteorito.Y así fue que irrumpió en el patio un grupo <strong>de</strong>científicos <strong>de</strong> bata blanca. Al principio se quedaronparados, mirando asombrados la piedra humeante,pero cuando parecía que se iban a sumaral círculo <strong>de</strong> espectadores que formaban padres,hijos y vecinos alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l meteorito, uno <strong>de</strong>ellos se a<strong>de</strong>lantó y rompió el silencio diciendo:—¡Increíble!Sacó <strong>de</strong>l bolsillo <strong>de</strong> la bata unaparato en el que brillabannúmeros azules, lo acercóa la roca, los númeroscambiaron yvolvió a gritar:—¡Increíble!Los otroscientíficossacaron otrosaparatos e instrumentos<strong>de</strong> losbolsillos y se abalanzaronsobre laroca midiendo conuna mano mientras seponían un guante en la otra.Pasaron un rato entre mediciones, tasaciones yexclamaciones. ¡Increíble! ¡Increíble!2223


Hasta que se oyó un ruido <strong>de</strong> motor que provenía<strong>de</strong>l camino. Todos giraron la cabeza hacia allí,a pesar <strong>de</strong> que cada uno <strong>de</strong> ellos reconoció al instantela clase <strong>de</strong> motor que se acercaba. Al momentoapareció en la puerta una <strong>de</strong> las enormesmáquinas que se utilizaban en las construcciones<strong>de</strong> tuberías.—¡Atención! —voceó uno <strong>de</strong> los científicos poniéndoseun casco <strong>de</strong> color blanco—. ¡Apártense!Vamos a proce<strong>de</strong>r a la recogida <strong>de</strong>l meteoro.—¡Eh! —gritó ahora M—. ¡No pue<strong>de</strong>n llevárselo!El científico reparó en aquel chico con un extrañocubo en la cabeza.—¿No po<strong>de</strong>mos? ¿Y por qué no po<strong>de</strong>mos?—Porque ha caído en mi patio y es mío.Los padres <strong>de</strong> M sonrieron. Sabían que a su hijole inspiraban poco respeto los adultos, a no serque fueran guardias reales. Entre los dos explicaronal científico la pequeña historia <strong>de</strong>l patio y <strong>de</strong>cómo el chico <strong>de</strong>cía la verdad.—Increíble —murmuró el científico mirando asus compañeros.Y ahora sí que permanecieron callados comotodo el mundo.Una bandada <strong>de</strong> cuervos formó un círculo entorno a la columna <strong>de</strong> humo, girando como si fueranuna rueda <strong>de</strong> plumas negras.—¡¿A qué esperáis?! —sonó una voz aguda asus espaldas.


Una vez más, todos se dieron la vuelta. La vozpertenecía nada más y nada menos que a Carpio,el consejero real. Los científicos se quedaron <strong>de</strong>piedra al ver su cara, los padres <strong>de</strong> M se quedaronextrañadísimos al ver sus manos, y M y sus amigosparpa<strong>de</strong>aron alucinados al ver que le acompañabael capitán <strong>de</strong> la Guardia Real y cuatro <strong>de</strong> susguardias.El científico puso al consejero al corriente <strong>de</strong> lasituación. El consejero miró a M con severidad yse dirigió a sus padres dispuesto a ofrecerles unacompensación por las molestias y <strong>de</strong>sperfectos quehabía causado el meteorito, a cambio, claro, <strong>de</strong>llevárselo a palacio.Ellos sonrieron muy educados pero confirmaronlas palabras <strong>de</strong>l científico:—El meteorito es <strong>de</strong> nuestro hijo.Al observar la indumentaria <strong>de</strong> M, el capitán <strong>de</strong>la Guardia Real dio un paso a<strong>de</strong>lante.—Permitidme, Excelencia —dijo a<strong>de</strong>lantando alconsejero.Luego repasó a M <strong>de</strong> arriba abajo con una miradacargada <strong>de</strong> seriedad, se acercó y le preguntó:—Muchacho, ¿eso que vistes es una armadura<strong>de</strong> la Guardia Real, verdad?—Sí —contestó M como pudo, impresionadotanto por su atuendo como por sus sólidos bigotes.El capitán se dio dos pequeños golpes en el emblemareal que brillaba en su coraza.—Pero un miembro <strong>de</strong> la Guardia Real nunca sequedaría con algo que reclamaran <strong>de</strong>s<strong>de</strong> palacio.—Ya —dijo M bajando la cabeza.—Sobre todo, uno que tuviera la oportunidad<strong>de</strong> pasar una mañana entera visitando las instalaciones<strong>de</strong> la verda<strong>de</strong>ra Guardia Real.Ahora sí que M no sabía qué hacer. Pasar unamañana en palacio en compañía <strong>de</strong> la GuardiaReal podía ser el sueño <strong>de</strong> su vida, pero tener ensu patio un enorme y humeante meteorito marróntampoco era ninguna tontería.—¿Puedo al menos quedarme un trozo?El capitán miró a Carpio, Carpio miró al científicoy este último se encogió <strong>de</strong> hombros.Después, ante la mirada alucinada <strong>de</strong> M, el capitán<strong>de</strong>senvainó su espada y partió <strong>de</strong> un mandobleun trozo <strong>de</strong> roca que cayó entre los pies <strong>de</strong> ambos.La espada era tan fantástica que M no mirósu trozo <strong>de</strong> meteorito hasta que el capitán la enfundó<strong>de</strong> nuevo.26 27


Una vez resuelto el problema, todo sucedió muyrápido. La máquina usó su monstruosa garra <strong>de</strong>metal, se llevó la piedra, y otra máquina diferentepero igual <strong>de</strong> gran<strong>de</strong> rellenó el agujero con tierra.Pronto el patio estuvo vacío <strong>de</strong> personas y <strong>de</strong> meteoritos.Aun así, aquella tar<strong>de</strong> no <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> llegargente a comentar lo sucedido y contemplar el trozohumeante que M había colocado sobre la mesa<strong>de</strong>l recibidor.Incluso acudió una redactora <strong>de</strong>l boletín real,acompañada <strong>de</strong> un fotógrafo que se empeñó en retratara M junto a su meteorito, sonriendo orgullosocomo si lo hubiera cazado o pescado en elrío.Con el paso <strong>de</strong> las horas, la roca cada vez humeabamenos, y cuando M estaba ya en la cama apunto <strong>de</strong> dormirse, entró su madre <strong>de</strong> nuevo ydijo:—M, se ha apagado.Pero a M no le preocupó. No podía <strong>de</strong>jar <strong>de</strong>pensar en que dos días <strong>de</strong>spués vendrían a buscarlepara llevarle a palacio y conocer a la verda<strong>de</strong>raGuardia Real.Ni siquiera se concedió un segundo para recordarque a la mañana siguiente terminaban para él,como para todos los niños <strong>de</strong>l reino, las vacaciones,y comenzaba el nuevo curso escolar.29

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