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Julio-Diciembre 2010 - Universidad Tecnológica de Panamá

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algo, y la promesa <strong>de</strong> más dinero si colaboraba conla captura <strong>de</strong>l <strong>de</strong>lincuente que se burlaba <strong>de</strong> la policía<strong>de</strong> la zona, y <strong>de</strong> la <strong>de</strong> Panamá.La negra, abandonó la estación y nerviosa, tomóla primera chiva que pasó.Subió a la cabina <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l singular vehículo<strong>de</strong> transporte colectivo y sacó la cara por una<strong>de</strong> las ventanillas, para que los pasajeros <strong>de</strong> losbancos paralelos no notaran su angustia, aunqueel hombre que se sentaba enfrente, estaba más interesadoen verle las piernas y sus melosos muslos,cada vez que los bruscos movimientos <strong>de</strong> la chivale subían el estrecho vestido.La cosa no había sido tan sencilla. La policía nosólo quería saber el escondite <strong>de</strong> Peter, también susecreto. Ella también creía que la bala había impactadoen su cuerpo. No sabía cómo había salido tanbien librado. Después <strong>de</strong>l disparo, Peter empujó asu perseguidor y se perdió en los callejones. Todosbuscaron un rastro <strong>de</strong> sangre y no hallaron nada.Pero lo que más la había molestado era eso, queél tenía varias amantes.—“Son of a bich”— masculló entre dientes.Con los días, el periodismo se ocupó nuevamente<strong>de</strong>l ladrón. Esta vez había asaltado una gasolinera,y <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un tiroteo y quiénquedó herido fue un guardia. Dicen que lo vieron<strong>de</strong> fiesta, por los lados <strong>de</strong> Pueblo Nuevo, don<strong>de</strong> repartióparte <strong>de</strong>l botín en una vecindad <strong>de</strong> negrospobres. De aquellos oriundos <strong>de</strong> las islas don<strong>de</strong>nació su madre.***—¡Son of a bich! ¡Suéltame! Cómo te atreves aentrar otra vez a mi cuarto. ¿No sabes que te buscan?El fugitivo se había <strong>de</strong>slizado por la ventana sin<strong>de</strong>spertarla.Comenzó a forcejear y a arrojarle los trastes <strong>de</strong>la mesa que estaba en medio <strong>de</strong> la pieza que servía<strong>de</strong> comedor, cocina y dormitorio.La gorra <strong>de</strong> tela <strong>de</strong> Peter cayó al suelo. El, cona<strong>de</strong>manes le pedía que callara, que iba a <strong>de</strong>spertara los vecinos o alertar a la policía. Carola, al sentirlos brazos <strong>de</strong> su amante sobándole sus generosasca<strong>de</strong>ras<strong>de</strong>snudas, así dormía la negra, cedió ante lascaricias y se entregó al furtivo visitante, en una frenéticaunión.—Peter, Peter, ¿hasta cuándo vas a vivir huyendo?Mi amor, nadie me ama como tú.El negro, risueño ante las muestras <strong>de</strong> amor <strong>de</strong>Carola, se arrebujó entre sus gran<strong>de</strong>s y firmes tetas.La negra vivía sola. Una vez se hizo amante <strong>de</strong>l famosoladrón <strong>de</strong>spachó al hombre anterior. Le <strong>de</strong>cíaa todo el mundoque no podía engañar al granPeter, que nadie hacía el amor como su Peter.—Mi amor, en las noches calurosas sueño con tucuerpo y no puedo dormir pensando que duermescon otras. La policía me dijo que me engañas.Un rayo <strong>de</strong> luna se coló por la persiana <strong>de</strong> laventana iluminando el rictus <strong>de</strong> rencor <strong>de</strong> la negra.Antes <strong>de</strong>l amanecer, el ladrón se vistió y <strong>de</strong>jó unpuñado <strong>de</strong> billetes en la mesa. Salió sin <strong>de</strong>spertara Carola. Calándose su gorra hasta las orejas y subiéndoseel cuello <strong>de</strong> su chaqueta, se disfrazó <strong>de</strong>cualquier negro que a esas horas salía a sus laboresen la zona.Distraído, iba pensando en las palabras <strong>de</strong> la mujer.Era verdad, ¿hasta cuándo huiría? Había escogidovivir fuera <strong>de</strong> la ley para humillar a los gringosque <strong>de</strong>spreciaban a su gente. Des<strong>de</strong> siempre notóque podía escalar y colarse por cualquier puerta oventana. Recordaba muy bien la vez cuando eraapenas un adolescente y su madre lo llevó dón<strong>de</strong>aquella Madama.En aquel hermético cuarto, casi en penumbras,la mujer gorda y negra como la tinta, más negraque él, lo había sentado en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la cama. Norecordaba muy bien el ritual, pero sí lo que habíadicho. Pero antes hizo salir <strong>de</strong>l cuarto a su mamá.—Tú eres especial, lo sé. Se nota. Eres un negroque será famoso. No sé si para bien o para mal, noestá claro — le profetizó la negra, mientras caíapresa <strong>de</strong> extrañas convulsiones qué lo asustaron.Después puso sus manos encima <strong>de</strong> su cabezay comenzó a hablar en una extraña lengua queno era inglés, ni español. Parecía que alguien distinto<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ella era quién lo hacía y le confiósu gran don.Un secreto que, hasta ahora, le había permitidosalir ileso <strong>de</strong> todas las fechoría que había cometido.23

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