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Julio-Diciembre 2010 - Universidad Tecnológica de Panamá

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Los gritos <strong>de</strong> los policías, el ruido <strong>de</strong> pisadasque herían los escalones <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> las escaleraspor las que se subía o bajaba a esos caserones,turbaron la tranquilidad <strong>de</strong> la noche. El estropicio<strong>de</strong> platos rotos que caían <strong>de</strong> las pequeñasmesas que encontraron los perseguidores frente acada puerta se hicieron ecos en los pasillos. Sigiloso,como un gato,se coló buscando algún huecoentre las hojas <strong>de</strong> zinc que cercaban elpatio. Yasentía que los burlaba otra vez. Su figura elástica,enjuta se movió como una centella, buscando elamparo <strong>de</strong> la oscuridad para <strong>de</strong>saparecer, pero nopudo evitar quedar, frente a frente, con el policíaque le disparó.Carola, medio <strong>de</strong>snuda, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el balcón habíaseguido todos los <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> la persecución <strong>de</strong>s<strong>de</strong>que el hombre salió <strong>de</strong> su cuarto. Su cuerpo <strong>de</strong>ébano, temblaba <strong>de</strong> miedo y cuando vio el enfrentamientoentre su amante yel cañón <strong>de</strong>l revólver,soltó un grito, que se oyó fracciones <strong>de</strong> segundosantes que el tronar <strong>de</strong>l disparo. ¡Baaaaannnggg!—A él no le hacen las balas, está comprobado.Mira lo que dicen los diarios.Los dos negros, sentados en bancos cercanos ala entrada <strong>de</strong> esa gran casa <strong>de</strong> inquilinato, repasabanlos titulares <strong>de</strong>l matutino que en su portada<strong>de</strong>stacaba:“VUELVE A ESCAPAR PETER WILLIAMS” En otrasección <strong>de</strong>cía,” POLICÍA AFIRMA HABER BALEADOA WILLIAMS Y NI SIQUIERA SANGRÓ.” Hacía ya untiempo, las noticias <strong>de</strong> aquel negro Robin Hood,que robaba a los ricos para repartir el producto <strong>de</strong>sus fechorías con los pobres, ocupaban la atención<strong>de</strong> toda la ciudad.—Lo que no saben ellos es que se vuelvehumo— volvió a comentar aquel como si nada,provocando dudas en el que sostenía las hojas <strong>de</strong>lperiódico.Los trabajadores negros habían viajado <strong>de</strong>s<strong>de</strong>sus islas en el Caribe, hacía sólo algunas décadaspara trabajar en la construcción <strong>de</strong>l gran canal <strong>de</strong>Panamá. Los panameños los habían visto llegarcon muy pocas simpatías.Hablaban inglés y olían distinto. Antes llegaronlos gringos, construyeron poblados en la zonaEl secreto<strong>de</strong> PeterWilliamsp o r An d r é s Villatransístmica y cambiaron todo.Plantaron letreros en otro idioma y trazaron unalínea imaginaria que luego se convertiría en una <strong>de</strong>malla <strong>de</strong> ciclón paralela, a ambos lados <strong>de</strong>l canal,don<strong>de</strong> mandaban ellos, sólo ellos.Al terminar las obras, los obreros cesantes, en sumayoría negros, se refugiaron en las ciuda<strong>de</strong>s limítrofesPasaron dificulta<strong>de</strong>s, vivieron hacinados enaquellas casas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> dos plantas, con hileras<strong>de</strong> “cuartos don<strong>de</strong> no entraba el sol”. En esos barriosse multiplicaron, tratando <strong>de</strong> conservar su idioma ysus costumbres como los hebreos en Egipto. Aquelladrón <strong>de</strong>l que hablaban los diarios era uno <strong>de</strong> ellos.Pero con él sucedía algo distinto, los panameños celebrabansus hazañas, sobre todo si las realizaba enel lado <strong>de</strong> los gringos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la Zona <strong>de</strong>l Canal.—Dinos todo lo que sabes sobre tu amante. Hablao te irá muy mal —le dijo uno <strong>de</strong> los <strong>de</strong>tectivesa Carola.—¿Crees que eres la única zorra que tiene? ¡Eresuna <strong>de</strong> tantas! Mira, sabemos que visita a varias enRío Abajo, en el Marañón, en El Chorrillo y qué <strong>de</strong>cir<strong>de</strong> Colón, allá tiene muchas. Las negras colonenseslo adoran.—dijo otro policía, tan negro como ella,que la miraba con lascivia.Al final, Carola, confundida pudo convencerlos<strong>de</strong> que no sabía el escondite <strong>de</strong> Peter. Entonces ledieron un billete ver<strong>de</strong> <strong>de</strong> veinte dólares, y un número<strong>de</strong> teléfono para que llamara si averiguaba22

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