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Julio-Diciembre 2010 - Universidad Tecnológica de Panamá

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En eso tocaron la puerta, para mi salvación. Unseñor que jamás había visto en mi vida me ofrecíatiempo para inventarle una razón a Graciela.—Qué bueno que llegaste. No sabía si vendrías….—¿Cuándo te he fallado? ¿Eh, Graciela?—Bah… cállate, charlatán.En eso el hombre flaco y con aspecto <strong>de</strong> intelectualcon mala vida notó mi presencia. La verda<strong>de</strong>ra todo un contraste con aquella habitación.Su piel pálida con manchas rosadas <strong>de</strong> distintostonos, venitas azules, y granitos; su pelo resecoen las puntas y aceitado en las raíces, sus pupilasnerviosas insertadas en unos ojos enrojecidos,sus ojeras profundas y moradas, una argollita enla oreja izquierda y una voz <strong>de</strong> fumador acérrimo,ya lo <strong>de</strong>finían. Mi primera impresión: un tipo <strong>de</strong>vicios nocturnos y preocupaciones más gran<strong>de</strong>sque sus vicios.—¿Un invitado?—No, ya se iba…—No te apresures mujer, que no tengo tiempopara que lo <strong>de</strong>spaches… hola niño - me dijo conuna mirada rápida y giró en sus pies, dándome laespalda y dirigiéndose a Graciela nuevamente -ando corto <strong>de</strong> tiempo, cinco minutos y me voy.—¿Cuándo no?—¿Y tú para que quieres que me que<strong>de</strong> mástiempo, eh?—No te hagas el listo.El hombre sonrió pícaro, habiendo ya olvidadoal niño <strong>de</strong>l rincón que lo observaba a través <strong>de</strong> suimagen reflejada en el espejo.—Tú te lo pier<strong>de</strong>s.—Bueno, ya, déjate <strong>de</strong> idioteces que tienespoco tiempo…. ¿trajiste el dinero?—Cada centavo.—Ok, espérame aquí.Salió ella <strong>de</strong> la habitación, moviendo su fondillogran<strong>de</strong> sin ser inmenso, con todo el encantoque siempre lo hacía. Y mientras tanto, seguía lamúsica andando, y mi mamá quizás preguntándosepor qué diablos tardaba tanto su hijo en darel mensaje, y cómo era posible que la música siguierasu paso imperante. El hombre la miró irse,sin quitar su vista <strong>de</strong>l fondillo divino, ¿acaso tribulandoalgún negocio para tenerlo una noche asu merced? Graciela regresó rápido <strong>de</strong> la cocina yantes <strong>de</strong> que él abriera la boca, dijo:—Esto es para ella. Es un regalo.—Dios la bendiga Graciela, y Dios se lo pague….—No lo hago por ti…. bueno, ahora vamos alo tuyo…—¿Dón<strong>de</strong> me pongo?—En el sofá… espera que traigo una sábana.Salió <strong>de</strong> nuevo Graciela, ahora al cuarto, peroesta vez el hombre no se atrevió a mirarla caminar.Su expresión había cambiado, y la gratitud,que aun cabía en su rostro, le había <strong>de</strong>vuelto 5años <strong>de</strong> juventud.—Tírate ahí - dijo Graciela mientras tendía lasabana sobre el sofáEl cuerpo flaco y maltrecho cayó como saco <strong>de</strong>huesos, a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>narse. Las manos gorditasy bien cuidadas <strong>de</strong> la diosa se atrevieron aquitarle la camisa apestosa a aquel hijo olvidado<strong>de</strong> Dios, y la escena <strong>de</strong> la espalda hizo su cara parecerbella.—Ha mejorado mucho… si sigues así en unmes estás curado… y lo estarías antes si bebierasmenos y fumaras menos—¿Quién está apurado? - y acto seguido reaccionó,y bajó la hostilidad ante la mano quevelaba por él - tienes razón…pero ¿sabes? …unproblema a la vez...—Me gusta eso que has dicho.—No creo que pueda con todo a la vez…—Muy bien. Haremos algo. En un mes, cuandoesto esté curado, te haré un tratamiento para labebida primero…. Verás como poco a poco vamos<strong>de</strong>volviéndote esa lozanía que <strong>de</strong>berías tenera tus escuetos 33 años.Me quedé paralizado. ¿33 años? Ese hombreparecía <strong>de</strong> la edad <strong>de</strong> mi abuelo. 33 años tenía mimadre y parecía su hija.Todo el diálogo se <strong>de</strong>sarrolló mientras ella lefrotaba una medicina <strong>de</strong> preparación casera en suespalda. Diez minutos pasaron antes <strong>de</strong> que elladijera:—Ya está. Listo, hijo.—Eres un ángel.—No exageres.-—Sabes que sí.—Bah.—¿Me <strong>de</strong>jas?—Por supuesto.En eso el hombre tomó el micrófono <strong>de</strong>l karaokey empezó a cantar. Era un martirio, un simplemartirio, insoportable, grotesco. Graciela solo137

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