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Julio-Diciembre 2010 - Universidad Tecnológica de Panamá

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—Es Raulito, el <strong>de</strong>l piso 8vo.—Oh.... ¿qué quieres?—Le traigo un recado.—Bueno, grítamelo, que ahora no puedo abrirtela puerta.—Por favor Graciela, ábrame o mi mamá mecastigará —le dije yo intentando persuadirla. Sabíaque estaba loca, pero quizás sí tenía buenossentimientos.Luego <strong>de</strong> un pequeño silencio la puerta seabrió y una figura gran<strong>de</strong> e imponente apareció.Era una mulatona, ya pasada en años y en libras,que <strong>de</strong>lataba una hermosura pasada irresistible.Su busto, ya caído, era muy gran<strong>de</strong> para su peso,como si hubiese amamantado hijos alguna vez,más bien un pelotón <strong>de</strong> bebés. ¿Acaso habría tenidohijos? Nadie le conocía familia.—A<strong>de</strong>lante…pase Ud., señorito.No había terminado <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir esto cuando ya yoestaba a<strong>de</strong>ntro. ¿Cuál no fue mi expresión cuandovi toda aquella belleza en un apartamento <strong>de</strong> 60mt2 <strong>de</strong> un solo cuarto? Las pare<strong>de</strong>s pintadas <strong>de</strong>ver<strong>de</strong>s y azules, en infinitas combinaciones <strong>de</strong> figurasy tonos, eran solo violentadas por cuadrossobrios <strong>de</strong> grises, blancos y negros, y por pañuelosfelizmente cayendo en distintas formas <strong>de</strong>s<strong>de</strong>un sombrero, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una escultura, o incluso, <strong>de</strong>s<strong>de</strong>un hacha.Los sillones <strong>de</strong> la sala, todos <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra viejay dura, habían sido tallados con figuras animales,armoniosamente or<strong>de</strong>nadas, dando la sensación<strong>de</strong> una fiesta folklórica. La mesa <strong>de</strong>l centro, también<strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, tenía talladas las mismas figuraspero con algunas en blanco nácar, y en la partesuperior, un tablero <strong>de</strong> ajedrez incrustado gritaba“respeto” para su dueña. Los portavasos erantoda una revelación <strong>de</strong>l ser. Tablitas <strong>de</strong> corchocontorneadas, regalándole a la imaginación <strong>de</strong>lobservador su más intima conversación con susubconsciente, prometían hacer pensar en combinaciones<strong>de</strong> sentidos e i<strong>de</strong>as al que estuvieradispuesto a <strong>de</strong>tenerse a <strong>de</strong>scifrarlos.Unos cojines muy cómodos estaban tiradosestratégicamente al re<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la mesita, tentandoal visitante más cansado a la más placenterasiesta. Por entre ellos estaba tirados unos pétalos<strong>de</strong> rosas frescas, recién sacados <strong>de</strong>l hermoso rosalque crecía en una <strong>de</strong> sus dos anchas ventanas.Un incienso a medio quemar ya había llenado lahabitación <strong>de</strong> olores suculentos, y resistiendo alaire fresco que circulaba <strong>de</strong> ventana a ventana, sehabía incluso impuesto al olor <strong>de</strong>l rosal.Estaba yo con la boca abierta, sorteando mivista y mi olfato, cuando ella me interrumpió:- ¿Y qué quería el niño Raulito?- Eh, bueno, verá….Bajé el cabeza, apenado ante esta persona divina,y sin la <strong>de</strong>terminación para sobreponerme ala jerarquía generacional y a la <strong>de</strong> territorio.- ¿Qué? ¿Has venido a <strong>de</strong>cirme cómo <strong>de</strong>bo vivirmi vida en mi casa?Me quedé inmóvil. Aquella señora se atrevía aintimidar a este pobre mensajero <strong>de</strong>l diablo, y aunasí se mostraba vulnerable, santa divinidad hechamujer. A la vez que marcaba bien su territorio y sus<strong>de</strong>rechos me daba papel <strong>de</strong> inquisidor, elevandomi inteligencia y mi experiencia a niveles nuncaantes alcanzados, me trataba como un igual, quepodía inquirir con tanto <strong>de</strong>recho como un adulto,aunque en este caso estuviera inquiriendo loequivocado. Santa divinidad hecha mujer, que ensu postura <strong>de</strong>safiante me regalaba respeto. Mehabía elevado <strong>de</strong> simple mensajero a contrincantesuyo. Yo, claro, ante tanta importancia inesperadano supe cómo reaccionar.- Yo… yo…. yo venía a preguntarle algo….- Pues habla <strong>de</strong> una vez…. y vete.- Pero, ¿por qué me trata tan mal? Ni siquierasabe a qué he venido.- Sí lo sé - me dijo mirando fijamente, sin dudasen sus ojos - Pero hagamos algo. Si no es lo que yodigo, me disculparé y hasta te invitare a un té <strong>de</strong>yerbas y unas galletitas. Pero, si estoy equivocadate vas ahora mismo <strong>de</strong> aquí, le dices a tu madreque llame a la policía ya si quiere, y aquí no ponesun pie más en tu vida.- Un té y unas galletas no reponen su mala actitud- le respondí aun si subir la cabeza. Y aun así,sentí que sonrió, antes <strong>de</strong> contestar:- Tienes razón... tienes mucha razón. Entonceste daré algo mucho mejor, que compensará <strong>de</strong>sobra mi actitud.Sentí su vista clavada en mí. Sabía que me mirabaesperando a que yo subiese la cabeza, sonriente,esperanzada por un momento, queriendoser sorprendida.—Ok, le diré. Por favor no se ría.Me atreví entonces a subir la cabeza, lentamente,y a mirarla a los ojos.—Solo quiero saber….136

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